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BILLIE HOLIDAY

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TAG HEUR

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Billie Holiday (Filadelfia, 1915 - Nueva York, 1959), también conocida como Lady Day, durante un concierto en el club Downbeat, de Nueva York, en 1947.

BILLIE HOLIDAY

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LA VOZ QUEBRADA

BILLIE HOLIDAY MURIÓ A LOS 44 AÑOS de edad esposada a una cama del hospital Metropolitano de Nueva York. Arruinada, enferma y bajo arresto domiciliario por decisión del Departamento Federal de Narcóticos. Cuenta la película Los Estados Unidos contra Billie Holiday (estreno 31 de marzo), inspirada en el libro Chasing the Scream: The First and Last Days of the War on Drugs, que la policía, con el jefe de la unidad de estupefacientes al mando, Harry J. Anslinger, la situó de forma obsesiva en su punto de mira. Tenían mucho que reprocharle: primero, que fuera negra. Segundo, que partiendo de las más bajas cotas de miseria –hija de una pareja de adolescentes, abandonada por su padre, con su madre obligada a ejercer la prostitución para salir adelante, violada por un vecino cuando solo tenía diez años, internada en un reformatorio por su supuesta ‘culpabilidad’ en la agresión (al autor le cayeron tres meses)–, fuera aclamada en todo el mundo como una de las más grandes cantantes de jazz. Y tercero, y sobre todo, que se permitiera incluir periódicamente en su repertorio la canción Strange fruit, un doloroso grito contra los linchamientos de negros, a los que no era extraño descubrir colgados de los árboles, como inesperados y sangrantes frutos, especialmente en los reaccionarios estados sureños. Así que, dispuestos a callarla, los guardianes del orden encontraron en su adicción a las drogas –también lo era al tabaco, al alcohol y a las relaciones tóxicas con hombres maltratadores y explotadores– la excusa perfecta para hacerle la visa imposible. Pasó varios meses en la cárcel, pero a su regreso volvió a llenar el Carnegie Hall; a grabar discos en los que desplegar su voz inconfundible, de timbre muy personal y técnica, dicen, algo pobre; y, como refleja la película, también a reír, de todo y de todos, quizás incluso de su propio final. J. L. Gallego

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