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OSCAR WILDE Entre el arte y la crítica

ENTRE EL ARTE Y LA CRÍTICA

A 120 AÑOS DEL FALLECIMIENTO DE OSCAR WILDE, HACEMOS UN MUY BREVE REPASO DE SU VIDA.

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TEXTO MARCO CUEVAS

Oscar Wilde nació en Dublín, Irlanda, el 16 de octubre de 1854. LA OBLIGACIÓN DEL ARTISTA ES MENTIR. En La decadencia de la mentira, una obra que acaso no goza de la popularidad de aquellas que le dieron fama y fortuna (El retrato de Dorian Gray, La importancia de llamarse Ernesto), pero que es capital para entender su profundidad razonadora como pensador, Wilde articula la idea de que el arte no debería imitar a la realidad, sino que la obligación del verdadero artista es inventar otra realidad exquisita. Mentir. Crear una mentira tan buena que no necesite ser explicada ni probada, porque en tal caso no estaría suficientemente bien hecha. Así, los escritores y los poetas deberían ser, antes que otra cosa, artistas de la mentira. Y con esa idea confeccionó un traje para su personaje que usó por siempre. Además, Wilde, tuvo entre otras de sus facetas la crítica literaria, de la que fue un ferviente defensor.

Pero más que un mentiroso, en la acepción vulgar del término, Wilde era un ocurrente infinito. Inventaba juegos de palabras inverosímiles y era encantador: con el mismo finísimo pulso y un variopinto anecdotario dirigía por igual fútiles charlas de borrachos en un pub que agudas negociaciones de teatro con empresarios en un distinguido restaurante (llegaría a ser un encumbrado dramaturgo en el Londres de la década final del siglo XIX). Mucha gente lo halló repelente al primer golpe de vista, pero todos coincidían en señalar que tal sensación se desvanecía en cuanto el escritor empezaba a hablar e, incluso, se veía sustituida por otra, de abierta admiración y simpatía incondicional. Sus biógrafos y no pocos filmes sobre su vida —como La importancia de llamarse Oscar Wilde, dirigido y protagonizado por Rupert Everett— retoman una escena en particular. El marqués de Queensbe

A un lado Ilustración del juicio a Oscar Wilde. Abajo La prisión de Reading, donde fue recluido, y una nota al marqués Queensberry.

rry, padre de Bosie, amante de Wilde, sucumbe a su encanto cuando lo conoce en el transcurso de un almuerzo en el Café Royal, a donde había acudido con el objeto de apartar a su hijo de la dañina influencia de Oscar. Tiempo después, el noble, lleno de odio y desprecio, llevó al escritor a prisión y a no escribir más.

Hacia 1882, antes de cumplir los 30, el autor de La balada de la cárcel de Reading estuvo un año en Estados Unidos, nación de la cual se expresaría en los siguientes términos: “Es el único país que ha pasado de la decadencia a la barbarie sin civilización de por medio”. Cuenta la leyenda que a su paso por la aduana en Nueva York dijo: “No tengo nada que declarar, excepto mi genio”. Wilde fue un digno representante del dandismo: ganó parte de su reputación por no tener reparos en vestir un conjunto verde. A Nueva York asistió a dictar una serie de conferencias en las que habló de la “teoría estética del decorado doméstico” y del vestido para mujer y el traje masculino. Para hacerlo,

52 estudió bien a George Bryan, Beau, Brummel (El Bello Brummel), dandi inglés y primer gentleman en toda regla, que dictaminó que el traje masculino debía convertirse en la segunda piel de todo caballero que aspirara a diferenciarse del vulgo. En una crónica de la época, el New York Times describió a Wilde como un “estético y pálido joven con traje y cabello ondulado” después de su primera conferencia.

Desembarcó siendo poco más que un desconocido, peor en el transcurso de las pláticas, la fiebre Wilde se expandió como una epidemia. Era una beatlemanía más de medio siglo antes de que John, Paul, George y Ringo pisarán el Nuevo Mundo. En Boston, todo el auditorio apareció vestido al estilo del pálido joven: pelucas, disfraces, maquillaje. El irlandés respondió, no obstante, saliendo al entramado embutido en un oscuro traje decimonónico. “La vida es una cosa demasiado importante como para tomársela en serio”.

Izquierda Oscar Wilde y Alfred Douglas. Derecha Su esposa Constance Lloyd. Abajo Nota periodística sobre el juicio de Wilde.

Pasó su último año en París, arruinado y en decadencia tras haber cumplido una dura condena de dos años de trabajos forzados acusado de sodomía e indecencia. “Vi pasar a Oscar Wilde por el bulevar, con aire de gigantón acromegálico, vestido de gris, con aspecto cansado, solo y los bolsillos llenos de periódicos” fue la descripción de Pío Baroja. Pero nuestro personaje estaba consciente de que, si creaba una nueva obra, le llovería el dinero y su penuria acabaría. Sin embargo, se resignó a languidecer: “Todo lo que me sucede —dijo— es simbólico e irrevocable”. André Gide, por su parte, lo nombró por entonces “una criatura envenenada”. Oscar Fingal O’Flahertie Wills Wilde murió hace 120 años a causa de una meningitis, pero en realidad fue la tristeza. Poco le faltaba para cumplir los 46. No obstante, aun en estas circunstancias, el humor era cosa seria para él: poco antes de su último suspiro, el caballero pidió champaña y, al levantar la copa, comentó: “Estoy muriendo por encima de mis posibilidades”.

5 FRASES PARA RECORDAR AL HOMBRE DEL CLAVEL VERDE

1. Ser grande es ser incomprensible.

2. Lo que no te dé la naturaleza no se puede aprender.

3. La verdad es raramente pura y nunca simple.

4. Perdona siempre a tus enemigos: nada les molestará más.

5. Cuando un hombre hace algo completamente estúpido es siempre por los motivos más nobles.

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