Grado en Arqueología
EL ENFOQUE DEL GÉNERO EN EL ESTUDIO DEL PASADO. Una aproximación crítica al pasado y al presente de la disciplina arqueológica.
Gerard Jover 15/06/2018
El enfoque del género en el estudio del pasado Gerard Jover Santos
INTRODUCCIÓN Tratando de comprender la organización del género como pilar fundamental de las sociedades actuales y antiguas, y analizando el conjunto de las actividades del pasado, observamos cómo las distintas normas sociales, las relaciones o incluso los vínculos colectivos –todos ellos aspectos inapreciables en el registro arqueológico– se han venido reproduciendo a lo largo del tiempo de manera recurrente. Es precisamente en el ámbito de los estudios arqueológicos desde donde podemos conocer de qué modo la cultura material participa en la creación de la estructura social de una determinada comunidad, y cómo ésta configura, en mayor o menor grado, una extensa red de significados relacionados con el género, la edad, el tratamiento del espacio o incluso con las relaciones de poder entre los miembros de una misma sociedad, entre otros. En este sentido, cabe reflexionar sobre la importancia de llevar a cabo campañas arqueológicas, observaciones científicas y estudios teóricos rigurosos donde el análisis de las conductas simbólicas, las ideologías y los valores éticos y morales de cada sociedad pasen a ser el objeto fundamental de la investigación, tratando de proporcionar respuestas liberadas de prejuicios y establecer lazos de unión entre los objetos y los símbolos. Y, pese a que la arqueología del género es a día de hoy un territorio ciertamente poco explorado, parece existir cada vez más una tendencia creciente a la incorporación de ciertos patrones metodológicos o pensativos a la hora de interpretar un yacimiento desde una perspectiva amplia y alejada del modelo arqueológico tradicional. Por ello, en las siguientes páginas se tratará de proporcionar una visión actualizada y crítica del conjunto de patrones o actos que configuran el horizonte de los estudios de género contemporáneos a partir de los materiales proporcionados por Jordi Vidal (profesor del Departamento de Ciencias de la Antigüedad y de la Edad Media en la Universitat Autònoma de Barcelona), Agnès García-Ventura (doctora en Historia por la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona) y Apen Ruiz (licenciada en Historia y Arqueología en la Universidad Autónoma de Barcelona). Todos ellos nos facilitarán los datos necesarios para acercarnos, con una perspectiva prudente y cautelosa –pero a la vez crítica y reflexiva– a las problemáticas historiográficas y metodológicas de la arqueología de nuestros tiempos.
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EL ENFOQUE DEL GÉNERO EN ARQUEOLOGÍA GÉNERO Y PODER. EL CASO DE LAS CARTAS DE AMARNA Las aproximaciones de género en arqueología, nacidas como una crítica a las presunciones androcéntricas de la sociedad Occidental, nos llevan a considerar la importancia de algunos temas concretos –olvidados por la arqueología tradicional– relacionados con el valor de lo doméstico en la vida social y política de las sociedades del pasado. Todas estas implicaciones, que han tenido en la Historia un valor fundamental, nos a cercan igualmente a una conceptualización del género y de la diferencia sexual muy diversa, rodeada todavía de una cierta confusión y polémica sobre las relaciones desiguales en el ejercicio y la aplicación del poder. Asimismo, «en la última década se ha manifestado la idea de que la diferencia sexual, su expresión y su representación histórica a través del género, forma parte de aquellos estudios cuyo objetivo es el poder y la política» (Falcó Martí, 2003: 102). Por esta razón, y con la intención de esclarecer el pasado de la mujer junto con el pasado de la humanidad, es especialmente interesante que nos centremos en las ya clásicas desigualdades entre hombres y mujeres en el ejercicio del poder político de las que nos habla con detalle J. Vidal en un tono marcadamente crítico y metódico, dentro de las cuales, la mujer suele estar desprendida de cualquier tipo de mando y autoridad ya sea pública o privada. Éste es, a grandes rasgos, el carácter del discurso que adopta J. Vidal a través de su análisis de las Cartas de Amarna (1350 a.C.)1, un extenso archivo epistolar formado por más de 500 tablillas de las cuales se conservan un total de 382. A partir de los mensajes intercambiados entre Amenofis III y Milki-Ilu de Gezer, vemos cómo el patriarcado extiende seriamente las diferencias de género existentes entre los hombres –observados desde muy antiguo como el sujeto protagonista de la Historia– y las mujeres –continuamente consideradas como biológicamente inferiores e incapacitadas para desarrollar las mismas tareas y funciones que el hombre–. Desde luego, todas estas argumentaciones se encuentran rebatidas por los datos y las observaciones que nos facilita Vidal en su discurso2, el cual se adapta a los modelos mentales del pasado sin necesidad de recurrir a los patrones y a las normas sociales del presente. Todo y así, el papel de la mujer ha sido recurrentemente estudiado en la mayoría de las disciplinas científicas desde el más estricto conservadurismo androcéntrico, proporcionando así una visión sexista sobre las sociedades pasadas que, en muchos casos, ha sido respaldada por gran parte del colectivo masculino de arqueólogos. En las interpretaciones de los datos arqueológicos de Amarna subyace, asimismo, un modelo patriarcal que trata de configurar un orden simbólico y En los escritos cuneiformes –datados en el Imperio Nuevo egipcio– se enumeran las guarniciones militares, se detallan las medidas destinadas a la gestión del territorio extranjero y se contabilizan los tributos, de entre los cuales la pasta vítrea, los productos manufacturados, la plata, las cabezas de ganado e incluso las mujeres se hallaban entre los «productos» más demandados por Oriente. 2 Además de la recuperación del papel de las mujeres en las distintas clases sociales y momentos históricos, el enfoque de J. Vidal trata de esclarecer los mecanismos patriarcales opresivos que han producido las desigualdades a lo largo de los tiempos, y para ello utiliza el género como categoría de análisis, tratando de recuperar el papel desempeñado por las mujeres en la Antigüedad. 1
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estructural con la intención de justificar la asociación «hombre-progreso», mientras que las mujeres aparecen representadas, tal y como señala Escoriza Mateu (2004), como las grandes mantenedoras de la vida del resto de agentes sociales. Este hecho nos induce a pensar, siguiendo las observaciones de Agnès García-Ventura, que lo doméstico –aquello que indistintamente asociamos a las tareas y a las responsabilidades del ámbito privado– suele asignarse al colectivo femenino, convirtiendo a éste en el gran apoderado de lo invisible ante los ojos de la Historia. De la misma manera que los romanos, no dando un nombre a las mujeres, querían transmitir que la mujer no era y no debía ser un individuo, sino sólo una fracción pasiva y anónima –como aduce M. Finley–, los egipcios, fruto de su contexto patriarcal, negaban el nombre a la mujer como parte de un mecanismo con el que demostrar que ésta no era reconocida como igual al varón, sino como su complemento. Resulta hasta cierto punto interesante observar el grado de exclusión femenina en la política de la Antigüedad –que es parte integrante del argumento de J. Vidal–, y apreciar cómo, conforme nos vamos alejando hacia el pasado, la figura de la mujer es prácticamente invisible. Comprendemos así el anonimato, la pasividad y su cosificación dentro del universo de la alta política, donde diferentes aspectos sobre la diferencia sexual y, en concreto sobre el cuerpo de la mujer, pasan a cobrar una dimensión superficial y vacía que falsea su verdadero papel en el pasado. Dese bien antiguo, incluso en nuestros tiempos, la Historia las mujeres y otros colectivos como los ancianos o los infantes, han sido borrados y reducidos a la condición de prescindibles, ocultándose así sus contribuciones en el desarrollo social, político, científico o económico de cada época. Estas mismas aclaraciones son las que esboza Acosta en su artículo Violencia patriarcal; la invisibilización de la mujer en la historia (2016), donde manifiesta abiertamente que «tradicionalmente, lo que es considerado inferior no tiene por qué ser nombrado, y lo que no es nombrado o no existe o permanece como una incógnita» (De la Torre Acosta, 2016). Su protesta es clara y su denuncia firme; pues, el discurso androcéntrico en el estudio de las sociedades pasadas sigue estando vigente en muchas de las investigaciones arqueológicas que actualmente se llevan a cabo, donde la violencia patriarcal simbólica parece ocupar un papel más que preeminente. En este sentido es innegable que el pasado se ha reconstruido desde una visión predominantemente masculina, lo que ha tenido como consecuencia la desaparición de las mujeres como sujetos de la Historia y como parte de la sociedad. Y, teniendo en cuenta que «la visión masculina de la Historia abarca también la manera y los mecanismos utilizados para explicarlo» (Barreto Ávila, 2012), nos queda incidir, por tanto, en el discurso de nuestro orador, el cual se halla bien fundamentado sobre una amplia rigurosidad y sobre una generosa concepción del pasado, exenta de cualquier prejuicio, que nos predispone muy positivamente a la comprensión de una Historia más transparente, más accesible y más abierta a la crítica y a la reflexión. De las muchas propiedades formales de ponente, podemos fácilmente valorar, asimismo, el reiterado uso de ejemplos, citas y comparaciones —lo que se convierte en uno de los muchos atractivos de su exposición–, como sucede con las referencias a los textos originales egipcios o con las indicaciones sobre los estudios modernos realizados sobre el tema.
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EL GÉNERO Y EL ESTUDIO DEL TRABAJO. DESAFÍOS Y PROPUESTAS Tratando de esclarecer la relación entre el trabajo y el género resulta imprescindible replantear la validez de aquellos argumentos en que se dice que la mayoría de las actividades que cobran protagonismo en la vida social son realizadas por los hombres. Lo cierto es que, bajo el enfoque de género, tanto hombres como mujeres construyen conjuntamente un valor indispensable para la sociedad, tanto en la producción como en la distribución de los recursos y los beneficios. Estas premisas iniciales, que deberían abrirnos las puertas a un intenso debate sobre las diferencias sociales y económicas entre sexos, nos han de hacer comprender, tal y como propone Agnès García-Ventura, la verdadera variedad de los trabajos tradicionalmente asociados al hombre (trabajos orientados al interés práctico) y los trabajos tradicionalmente asociados a la mujer, normalmente vinculados a la cultura y a otras tareas que requieren del pensamiento y de la atención. Ante esto, es especialmente interesante la siguiente observación de R. Falcó Martí (2003) para comprender parte del debate generado en torno a esta disposición del trabajo y género, en la que se nos dice que «es precisamente con el surgimiento de la familia monogámica y patriarcal cuando la vida social quedó diferenciada en dos áreas: la pública y la privada, constituyendo esta última el ámbito específicamente destinado al género femenino, mientras que la producción de mercancías, la llamada producción social, se constituyó en una zona privativa de lo masculino […], por lo que las actividades realizadas por la mujer quedaron reducidas a la reproducción biológica, y la reproducción de la fuerza de trabajo consumida diariamente (Falcó Martí, 2003: 76). En este contexto se infiere que las mujeres tendían a desarrollar «roles afectivos» orientados a la conservación de la familia como grupo social, así como también a la reproducción, de modo que las responsabilidades de la crianza, la educación o el cuidado de la familia –todas las cuales englobamos bajo la categoría de «actividades de mantenimiento»– han sido indistintamente tildadas de menores ante los roles instrumentales y técnicos de los hombres, quienes contaban –y siempre han contado– con una gran visibilidad, y gozaban, por tanto, de remuneración económica. De ahí, la abundancia de cazadores, guerreros, jefes, agricultores y artistas, y la ausencia de mujeres guerreras, jefas de banda, sacerdotisas e inventoras, entre otras. Este aparente desinterés por los trabajos que supuestamente se asocian a las mujeres, sostiene Escoriza (2004), ha sido justificado en muchas ocasiones por la ausencia de información al respecto, obstáculo que al parecer sólo existe en relación con el sexo femenino, ya que no parece haber dudas sobre cuáles son las actividades masculinas. Las mujeres en las sociedades pasadas se suelen ver –según los artífices de la Historia– excluidas y dedicadas, por tanto, a labores específicas como serían, por ejemplo, encargarse de la crianza mientras los hombres cazan. Sin embargo, sabemos que fueron precisamente las mujeres las que desempeñaron una amplia variedad de actividades gracias a un buen número de estudios realizados en las últimas décadas, que han acabado demostrando que éstas realizaban prácticas sociales altamente relevantes desde el punto de vista económico.
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A través del enfoque crítico de Agnès3 –hasta un cierto grado más incisivo que el de J. Vidal–, nos adentramos con certeza a teorías alternativas más claras y sólidas sobre la distribución y el reparto de las actividades del pasado, que son por lo general compartidas por el conjunto de los ponentes, todos los cuales critican el hecho de que se parta de ideas preconcebidas a la hora de definir y delimitar cualquier ámbito de estudio. También las palabras de Agnès ponen de manifiesto un patente rechazo hacia el hecho de que el hombre domina a la mujer y define su función y categoría social a partir de atribuirle valores inferiores frente a la diligencia y la inteligencia del hombre. En el transcurso de la presentación –a la cual atribuimos un orden lógico y coherente–, se relega enfáticamente la idea de la división sexual del trabajo como marco teórico, dado que de este modo se perdería la variedad de todo lo que se halla englobado dentro de ambos grupos (hombres y mujeres) como son las cuestiones de edad, de estatus etc. Tal y como sugiere Agnès, «la arqueología del género no pretende borrar prejuicios, sino concienciar a las nuevas generaciones de su existencia para justificar su aplicación en los modelos tradicionales de la arqueología» (García-Ventura, 2018). Esto debería llevarnos a suprimir las interpretaciones subjetivas como punto de partida a la hora de comprender las situaciones sociales antiguas, que han buscado problematizar las diversas articulaciones entre la cultura del presente y del pasado a través de falsos ideales y prejuicios que constituyen la lógica crítica y explicativa propia de la arqueología tradicional. Es en la articulación de este tipo de discursos donde se ponen de manifiesto lenguajes y concepciones tremendamente arcaicas por la presencia masculina y el orden patriarcal, que sin ir más lejos las encontramos reflejadas incluso en la divulgación de resultados científicos contemporáneos. De este modo vemos, pues, cómo el discurso de Agnès es capaz de articular y desvelar el sentido de las relaciones de género colocando como telón de fondo el conjunto del ordenamiento socioeconómico. De esta suerte, las representaciones y creencias acerca de la realidad de las sociedades anteriores a la nuestra son alzadas desde una perspectiva objetiva, ecuánime y equilibrada que busca los verdaderos roles y papeles que corresponden a hombres y mujeres, y trata igualmente de desterrar todas esas falsas asignaciones y atribuciones derivados del concepto del género. LA HISTORIA DE LA ARQUEOLOGÍA DESDE EL GÉNERO Teniendo en cuenta que el discurso androcéntrico sobre las sociedades antiguas sigue estando vigente en la arqueología actual, Apen Ruiz nos aproxima algunas de las conclusiones de su investigación de doctorado sobre las relaciones entre patrimonio arqueológico, género y nacionalismo en México, haciendo especial hincapié en la manera en que las prácticas arqueológicas están mediadas por cuestiones de género. G. Lerner dice, en voz de G. Luna y N. Villarreal, que «las mujeres son y han sido agentes y actoras activas en la formación de la sociedad y la construcción de la En su discurso vemos, asimismo, cómo diferentes componentes de los estudios de las mujeres –como son los enfoques de la teoría feminista, la crítica sociocultural o la antropología crítica– se intercalan en la metodología de su investigación, tomando de este modo un carácter interdisciplinar orientado a descifrar las desigualdades históricas y la dualidad «sexo-género». 3
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civilización, y el largo retraso en su toma de conciencia y en su complicidad con la arqueología del género se debe a que el hecho de la subordinación se produjo previamente al desarrollo de la civilización occidental, es decir cuando comienza el registro de la historia escrita» (Luna; Villarreal, 1994: 28). Pero ¿qué hay de cierto en todo esto? Según los enfoques más críticos con la Historia tradicional, la relegación de la mujer a un segundo plano no es solamente algo propio de las sociedades sin escritura, bien al contrario, es algo que se repite en todas las épocas de manera recurrente. La pregunta que parece persistir, por tanto, es cómo historiar el género más allá de la subordinación del sexo femenino al masculino, pues la mujer como objeto y sujeto de estudio es aún hoy una materia pendiente prácticamente en la totalidad de la sociedad Occidental. Por todo ello, el objetivo principal resulta, primeramente, normalizar el enfoque historiográfico del género e intentar que determinadas ideas y aportes sociales y culturales de la historia de las mujeres lleguen a formar parte de un paradigma común y compartido por todos. El problema está en que cuando se ha intentado revindicar el rol de la mujer en la Historia, la historiografía académica ha recuperado la figura de algunas mujeres preeminentes destacadas por su papel en áreas tradicionalmente propias del varón, como la política o la ciencia. Sin embargo, –y con una notoria oposición– Apen propone, en virtud de esto, buscar información en escritos alternativos a la documentación tradicional, puesto que las mujeres no suelen estar a disposición de las fuentes públicas; es preciso observar, así, el papel de personas secundarias, marginales (o marginalizadas), para hallar un conocimiento histórico verdadero más allá de los documentos de la historiografía masculina, que giran en torno al triunfo, a la dominación y a la superioridad técnica y autoritaria del hombre. Aplicando esta metodología, observamos la Historia desde la opresión y articulamos el pasado desde las relaciones de género, lo cual nos abre nuevas perspectivas sobre lo social, lo político y sobre lo que generalmente entendemos por contextos y marcos históricos. Creemos interesante orientar esta perspectiva hacia los múltiples enfoques y objetos de estudio que permitieron la recuperación de la mujer en la memoria arqueológica, tanto en el estudio como en la práctica de la disciplina. Uno de los aspectos llamativos de la tesis de Apen es el relativamente escaso protagonismo de la mujer en el ámbito del análisis arqueológico a lo largo de su historia: en muchos casos vemos que se trata de una invisibilización por parte de una sociedad patriarcal, pero en otros muchos vemos como es la propia mujer la que decide silenciar sus opiniones y perspectivas ante un universo mayormente masculino donde sus observaciones parecen no tener cabida. Sin duda, han sido muchos los avances realizados sobre todo en antropología y en arqueología en los últimos años, hasta tal punto de llegar a desmentir definitivamente aquellos argumentos sesgados sobre la superioridad masculina. De un modo totalmente lógico, es obligado inferir un debate que implique un cambio sustancial en la concepción del género en arqueología, algo que permita, en palabras de Apen Ruiz, engendrar la disciplina y redefinirla como ciencia dentro de su contexto actual. Si bien es cierto, entonces, que la diferencia como categoría general de estudio es útil para analizar cómo se construyen los significados entre hombres y mujeres, resulta necesario construir y aplicar una teoría
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feminista que como mínimo trate de reflexionar desde el género sobre la invisibilidad de la mujer y de otros colectivos silenciados por la Historia, de los que prácticamente no encontraríamos referencias de no ser por los estudios realizados desde la arqueología crítica con intención de proporcionar una respuesta contrastada a ciertos temas relevantes pero frecuentemente olvidados habitualmente por el análisis masculino clásico y ortodoxo. En el discurso de Apen vemos un trabajo envuelto en precisiones conceptuales y metodológicas que reflejan la problemática actual del género y la trasladan a su caso de estudio a partir de una perspectiva entrelazada y articulada por un argumento de género que no trata de defender sólo el interés de las mujeres, sino el interés general de los distintos géneros a partir de desnaturalizar ciertas prácticas y construir otras nuevas en base a las relaciones igualitarias. Sin embargo, en su exposición vemos cómo persiste la misma problemática que ilustran Luna y Villarreal (1994) a través del ejemplo de la política, en el que se preguntan «¿cómo explicar la experiencia política de las mujeres, si seguimos manteniendo un concepto tradicional sobre el poder y la política, que en sus orígenes epistemológicos ya las excluyen» (Luna; Villarreal, 1994: 19). Se trata, pues, de un problema estructural al que Apen se enfrenta en su disertación con la intención de descubrir la participación de los diferentes sujetos femeninos reales con responsabilidades profesionales en el campo de la arqueología, poniendo el acento sobre las relaciones y los conflictos de jerarquía, desigualdad y explotación registrados entre los siglos XIX, XX y XXI.
CONCLUSIONES Como vemos, son muchos los temas que la arqueología del género ha puesto recientemente encima de la mesa: nuevos conceptos para el análisis del trabajo y la producción, nuevas hipótesis sobre la estructuración y la organización de las sociedades, o incluso nuevos vínculos entre los distintos miembros de un grupo. En atención a este aspecto, cabe señalar que las aportaciones de cada uno de los ponentes ya citados nos han proporcionado valiosas miradas sobre la cultura material que nos obligan necesariamente a modificar nuestra percepción de las relaciones del pasado y todo aquello que no hallamos directamente en el registro arqueológico. Todos ellos han planteado su problemática como objeto de estudio y como instrumento metodológico, presentándonos nuevas preguntas surgidas del proceso de investigación a partir de perspectivas y temáticas cuanto menos distintas. Sin embargo, la exposición formal de los temas tratados y la reivindicación del feminismo como óptica política y como estrategia científica es, en mayor o menor grado, la perspectiva compartida por los diferentes ponentes. Efectivamente, en el discurso de Agnès García-Ventura encontramos las raíces de un pensamiento feminista en cuanto a la naturaleza política y social de la relación entre el sexo y el género, concretamente aplicada en el caso del trabajo. Observamos, del mismo modo, una visión queer ciertamente arraigada en su discurso, teniendo en cuenta su insistencia en replantear, revalorizar y sobre todo cuestionar todo aquello que la arqueología tradicional ha apartado de su estudio, con la finalidad última de recoger nuevas teorías y nuevas posibilidades que, lejos de ser perceptibles u obvias, son 8
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necesarias para el análisis histórico. Se trata de un enfoque igualmente compartido por Apen Ruiz y por su perspectiva sobre la práctica profesional, la cual, hallándose perfectamente integrada en el relato común de la arqueóloga, debe orientarse, en primer lugar, a la producción de conocimiento sobre el conjunto de las sociedades del pasado, pero también a la promoción de prácticas más igualitarias y justas en el ejercicio de la profesión. Tal y como se desprende del artículo de Conkey y Gero (1997), «el feminismo quiere no solamente visibilizar mujeres, sino reconfigurar la manera de hacer arqueología, creando nuevos problemas a través de la reconsideración del papel del investigador en la red que forman la teoría, los datos y la práctica arqueológica» (Conkey; Gero, 1997: 424). Estudiar los grupos humanos del pasado desde el sexo, el género y la sexualidad es también el cometido de J. Vidal, quien, basándose en gran medida en la teoría feminista y en enfoques de género generales, plantea la necesidad de empezar a considerar la existencia de las mujeres como objetos de estudio históricos y no tanto como sujetos, como sí propone Apen por su parte. Desde otro ángulo, J. Vidal centra parte de su narración a pormenorizar las relaciones de poder, las diferencias de clase, culturales y étnicas que afectan a los individuos tratados en su exposición con un trasfondo político global, comunal y no tanto psicológico o mental como sería el caso de Apen Ruiz, quien apela directamente a figuras concretas del universo arqueológico con la finalidad de humanizar e individualizar la disciplina sin «materializar» a colectivos enteros de individuos. En los diferentes discursos a los que hemos asistido hemos visto, por otra parte, una cierta preocupación por la estructura narrativa de la ponencia que presupone la posibilidad de que no todos los conferenciantes compartan la misma opinión sobre el tema. Sin embargo, el contenido de todos los discursos analizados se encuadra bajo un tratamiento cuidadoso del tema, fiel a los contextos de interacción en la antigüedad, y libres, por tanto, de concepciones contemporáneas hacia el pasado. Todo ello resulta especialmente beneficioso, en el caso concreto de la arqueología del género, porque nos permite discutir y adentrarnos en problemáticas concretas como podría ser, por ejemplo, el hecho de desnaturalizar categorías que actualmente aplicamos indistintamente en nuestro contexto y, consiguientemente, en contextos anteriores, como «hombre, «mujer», «masculino», «femenino», etc. La teoría y la práctica de la arqueología del género nos permite, pues, llevar a cabo estudios mucho más contextualizados y menos sesgados por los prejuicios de los investigadores y las investigadoras, a quienes les corresponde ampliar la escasa información relacionada con aquellos individuos y colectivos que son sistemáticamente excluidos de los análisis de género posteriores, como, por ejemplo, los sujetos que son clasificados como «de sexo indeterminado». «Al poner el foco sobre lo despreciado por los corrientes tradicionales, dice el arqueólogo Enrique Moral, no sólo se consiguen nuevos objetos de estudio antes ignorados; al hacerlo, también se nos plantea la cuestión de a qué se ha debido su exclusión» (Moral, 2016).
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