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El túnel de Ogarrio, el hombre que soñaba con un pueblo de plata
Vascos en América, capítulo 3
Vicente Irizar nació en Elgoibar el 9 de marzo de 1834, perdió a sus padres antes de cumplir los doce años y, al ver que escaseaba la herencia de su familia —antiguos fabricantes de acero—, decidió ir a México en busca de nuevas oportunidades.
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Fotografías de David Quintas y textos de Martín Ibarrola.
Con sólo 16 años, subió a bordo de la fragata de vela Providence y tardó 46 días en llegar a un país asolado por el cólera. La enfermedad a punto estuvo de matarlo y, mientras se recuperaba en San Luis de Potosí, conoció a Santos Sainz de la Maza, un opulento hacendado cántabro que regentaba varias minas de plata en la región.
‘Don Santos’ le ofreció un puesto de trabajo en un solitario pueblo llamado
Real del Catorce y Vicente accedió sin dudarlo. Tendría entonces una complexión parecida a la que conserva en las fotos: un hombre alto y delgado, de nariz afilada, manos grandes y mirada avispada. El guipuzcoano no tardó en convertirse en el apoderado de Don Santos y aprender el negocio minero. La doctora en Derecho y escritora María Elena Yrizar aún conserva las memorias de su abuelo, que cuentan una historia de sangre y plata. La población del Real del Catorce pasó a mediados del siglo XIX de ocho mil habitantes a veinte mil. “Las borracheras eran fenomenales y las peleas a puñaladas en medio de la calle estaban a la orden del día”, rememoraba Vicente. Vivió allí la guerra de tres años de Benito Juárez, conoció la invasión francesa y sufrió innumerables levantamientos armados. Fue un época en la que, como apuntó Octavio Paz, se
acudía más a las armas que las urnas. El pueblo del Catorce contaba con ricas minas de plata, pero permanecía aislado por unas abruptas montañas y la única manera de entrar era a través de unos peligrosos caminos infestados de bandidos. Para solucionar el problema y expandir el negocio, Vicente propuso la construcción de un gran túnel por donde iba a circular un tranvía. Su hijo Roberto dirigió las obras del túnel, al que bautizaron como ‘Ogarrio’ —en memoria del pueblo cántabro donde nació Don Santos—. Desgraciadamente, la inestabilidad social y la gradual devaluación de la plata en favor del oro condenaron al Real del Catorce. Sus calles perdieron esplendor, las maquinarias fueron vendidas como chatarra y las minas acabaron inundadas. Vicente vivió el ‘despotismo ilustrado’ del presidente mexicano Porfirio Díaz y confesó a su familia “estar cansado y fastidiado de tanto desorden”. María Elena confirma que su bisabuelo volvió a Sevilla en 1906, poco antes de que los trabajadores se levantaran contra sus patrones y encendieran la mecha de la Revolución Mexicana. Vicente no dejó de soñar con aquel remoto pueblo de México al que llegó siendo un adolescente. “Todavía en sus últimos años creía que algo podría remediarse, que aunque ya él no alcanzase a verlo, volverían a ser lo que fueron— explica la bisnieta—. Pero la realidad era bien distinta. Cuando el 14 de marzo de 1917 muriera Don Vicente en Utrera, el Real de Catorce había muerto también con él”.
La población del Real del Catorce pasó a mediados del siglo XIX de 8000 habitantes a 20.000, “las borracheras eran fenomenales y las peleas a puñaladas en medio de la calle estaban a la orden del día”
The Ogarrio tunnel, the man who dreamed of a silver town
Vicente Irizar was born in the Basque town of Elgoibar on March 9th, 1834. He lost his parents before he was twelve years old. Seeing that his family’s legacy - they were former steel manufacturers - was running out, he decided to go to Mexico in search of new opportunities. Basques in America, chapter 3
At just 16 years old, he boarded the sailing frigate Providence. The passage took 46 days, and the ship docked in a country ravaged by cholera. The disease nearly killed him. While he was recovering in San Luis de Potosí, he met Santos Sainz de la Maza, a wealthy Cantabrian landowner who ran several silver mines in the region. ‘Don Santos’ offered him a job in a remote town called Real del Catorce, and Vicente accepted without hesitation. He would then have appeared similar to his photographic images back then: tall and slim, with a sharp nose, large hands, and an intelligent gaze. The Guipuzcoan soon became Don Santos’s representative, and he learned the mining business. Lawyer and author María Elena Yrizar still conserves her great-grandfather’s stories, which tell a tale of blood and silver. The population of the town of Real del Catorce went from eight thousand inhabitants to twenty thousand during the mid-nineteenth century. “The drunkenness was astonishing, and knife fights in the middle of the street were the order of the day”, Vicente recalled. He was there during Benito Juárez’s three-year war, saw the French invasion of Mexico, and lived through numerous armed uprisings. As Mexican diplomat and poet Octavio Paz pointed out in more recent times, it was a period when there were more bullets than ballots. The town of Real del Catorce had rich silver mines but was isolated by steep mountains. The only way to enter was through dangerous mountain roads infested with bandits. To solve the problem and expand the business, Vicente proposed the construction of a large tunnel through which a tram could pass. His son Roberto directed the works of the tunnel, which they baptised 'Ogarrio', in memory of the Cantabrian town where Don Santos was born. Unfortunately, social instability and the gradual devaluation of silver in favour of gold doomed the town. Its streets lost their splendour, the machinery was sold as scrap metal, and the mines flooded. Vicente lived through the 'enlightened despotism' of Mexican President Porfirio Díaz. He confessed to his family that he was “tired and irritated by so much disorder”. Maria Elena confirms that her great-grandfather returned to Seville in 1906, shortly before the workers rose up against their bosses and lit the fuse of the Mexican Revolution. Nevertheless, Vicente never stopped dreaming of that remote Mexican town that he came to as a teenager. “Even in his final years, he believed that something could be remedied, and although he would not live to see it, they would go back to being what they were,” explained his great-granddaughter. But the reality was quite different. When Don Vicente died in Utrera on March 14th, 1917, the town of Real de Catorce died with him".