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Mabel Di Giuseppe

El amor en una noche de verano

Cuando yo era niño, mamá lograba hacernos reír a carcajadas al descubrirla, mis dos hermanos mayores y yo, bailando un twist en el patio. Su delantal azul marino bordado con flores silvestres acompañaba el movimiento prendido de su mano derecha. Ese sonido tan movilizador se escapaba del tesoro familiar que era la radio. Exhausta, se tiraba sobre el sillón metálico blanco que la esperaba con mullidos almohadones rojos. Daba la impresión de una complicidad entre ellos que se repetía con una frecuencia mayor a la que pensábamos.

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Recuerdo nuestros juegos en las noches de verano. Y especialmente uno. Entre risas y gritos, tan concentrados estábamos en la victoria de la competencia que nos ocupaba, que tropecé con la pata de la mesita donde lucía orgullosamente el transistor. Mis hermanos perplejos miraban la situación y respiraban aliviados por la suerte que les tocaba de no ser ellos los causantes del enojo y la reprimenda de mamá.

Me apresuré a poner en resguardo el bien amado, que yacía sin sonido, como esperando ver a su dueña acudiendo en auxilio. Nosotros rogábamos que su presencia se dilatara lo necesario para pensar en una salida airosa. Atrapados en evidencias inobjetables, tomamos la decisión unánime de asumir la responsabilidad conjunta.

Cuando mamá se presentó, el patio se volvió pequeño, y el calor se concentró en nuestras mejillas sonrojándolas por demás. Nos invadió una sensación de tristeza y deseos de salir corriendo a abrazarla y pedirle perdón. Ella nos miró presintiendo que algo no estaba en el orden que ella lo había dejado. No sabíamos con certeza cómo sería el final porque,

en este caso, estaba en juego algo más que un objeto particular. Cuando detuvo su mirada justo sobre la reliquia, con un gesto entre el asombro y el enojo, soltó un grito ahogado...

En ese momento hubiésemos querido estar muy lejos, como en otro planeta. Pero los tres hacíamos frente a la dificultad con los pies sobre la tierra, sin nave espacial ni explicaciones.

Pasados unos minutos, mamá miró en derredor sonriendo, despeinó nuestros cabellos con las caricias de sus dedos y pronunció una frase inolvidable que llevaremos en el corazón por siempre: “mi amor por ustedes es lo más importante, incluso más que aquello que no se puede restaurar”.

Así comprendimos que no todo estaba perdido...

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