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Luciana Gurciullo
Soy tu mano y tu voz
Graciela se fue de la casa familiar. No la entendían. Se llevó algunas prendas y una caja, su tesoro, todo con lo que ella pasaba los fines de semana. Lloró y lloró desconsolada.
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Consiguió trabajo vendiendo boletos en una pequeña empresa de viajes, lejos de la que fuese su casa. Alquiló una pequeña habitación y allí vivió. Pasando los años Graciela es mamá de dos hermosas niñas, y su vida se reduce a las pequeñas.
Cuando la mamá sonreía las niñas veían algo que les resultaba extraño, parecía que miraba a muchas personas. Como si un secreto guardado hubiese en su felicidad.
Los años pasaron y los fines de semana, Isabela y Rebeca comenzaron a salir, cuando su mamá las aconsejaba, se quedaba pensando, en un silencio que era incompleto.
La salud de Graciela desmejoró, parecía que había trabajado demasiado y su cuerpo ya no respondía como antes. Fue momento de revisar esos temas, de los que no habían hablado antes.
No tenían demasiadas cosas para averiguar, y fue entonces cuando recordaron la caja. Graciela no había dicho porque, pero nunca dejó que sus hijas vieran que había allí adentro. Y cuando la encontraron entendieron que podían intentar curar a su madre.
Un sábado la sorprendieron con una reunión de viejos amigos, Graciela emocionada los saludó aunque no sabía bien porqué estaban allí. Fue mágico, Graciela había rejuvenecido.
Luego de dos meses tenían todo listo y lo más importante, ganas de compartir. El grupo de amigos estaba compuesto por titiriteros y ofreció su función, nuevamente, después de treinta años.
Guantes, telas, colores, música y ensayos. Esa era la vida de Graciela. La que ella había elegido cuando era joven. Las hermanas se turnaban y asistían al trabajo de su madre los días jueves y viernes para que ella se desentendiera.
Para cerrar las dificultades que el pasado había ocasionado Graciela habló con sus hijas, y entre lágrimas les confesó que esa caja y su significado la habían alejado de su familia anterior.
Prometieron acompañarla en todo. Solo les quedaba buscar a sus abuelos, tal vez fuese importante. Lo hablarían y llegarían a un acuerdo.
Lo único que aún no se animaron a decir fue que al abrir la caja-tesoro de su madre, había un títere y creyeron escucharlo decir “Te estoy esperando, soy tu mano y tu voz”.