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Norma Beatriz Kuroki
Muro infernal
Era un muro colosal, infranqueable, de la época en que los esclavos levantaban piedra sobre piedra con tal exactitud, que aún perduran. Un lugar del pasado como tantos. Muchos esclavos dejaban sus vidas en esas construcciones, mal alimentados, y extenuados, maltratados, azotados y obligados a soportar horas de trabajo extremo, hasta la muerte. Mientras contemplaban el muro, los dos jóvenes recordaban y comentaban la similitud con esas películas y lo que habían estudiado en su época de secundaria, concluida hacía dos o tres años atrás. De pronto, una visión inesperada: en la pared, estrujados los cuerpos contra la piedra, avanzaban tras ella que se movía con la astucia de un felino, destellando seducción, enamorando a su paso. Parecía una guerrera, sin armaduras, con harapos, guiando a su séquito de gente esquelética, de rostros enjutos y ojos desorbitados, con movimientos aletargados cual zombis. Solo ella conservaba esa belleza natural, avasallante e irresistible manera de caminar. Solo ella no encajaba con la secuencia espeluznante…
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Los jóvenes atónitos contemplaban la escena, sin decir palabra, con la mirada fija en el muro. Un olor fétido les hacía arder la nariz, los ojos y vomitar hasta sentir que no podían respirar ni mantenerse en pie.
Una fuerza inhumana los atrajo e incrustó en la pared de piedras y nunca más se supo de ellos. Algunas noches frías y oscuras se sienten gemidos, como si una legión de infelices sufrientes, hiciera oír su dolor eterno y un hedor repugnante invade el lugar como presagio de jóvenes, nuevas, curiosas e inocentes víctimas…