Profesiones y oficios
En 1658 se publicó el Orbis Sensualium Pictus, considerado como el primer libro ilustrado para niñxs. Este texto, base de la pedagogía moderna, mostraba el mundo en imágenes con la certeza de ubicar, por medio de representaciones y una descripción detallada, las cosas, fauna y flora fundamental de la época. Cada cosa con un nombre, cada cosa con una función. El mundo real. En esta segunda edición, he realizado mi propio Orbis Sensualum Pictus asignando una profesión u oficio a cada participante, más allá de si ahora, en su adultez, tienen una actividad totalmente distinta. Creo que, en nuestra infancia, en ese afán de entenderlo todo, las profesiones y oficios son un primer acercamiento para darnos un sentido del por qué somos o estamos. Por segundo año, durante todo el mes de junio, publiqué pequeños relatos de 32 participantes: sus "Inocencias". Ellxs me han compartido un pedacito de su memoria y yo he tratado de acercarme a su sentir con una ilustración. Descubrir la realidad con los ojos de la infancia es magia pura y he tratado de acercarme a esa magia con dibujos. Glenda Rosero Andrade
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b i ó l o g a
m a r i n a
Mi infancia la pasé en Lima. Eran tiempos de conflicto armado y noticias de horror; de crisis e inflación. Era difícil salirse de la realidad apabullante. Pero bastaba que viera agua, de mar, de laguna, o inclusive de piscina municipal para que surgiera en mi la firme convicción de que el monstruo del Lago Ness habitaba en lo más profundo de las oscuridades. Creía que su existencia no se limitaba al Lago y que como él, recorrían las aguas otros monstruos, o quizás el mismo. Solo así, y entre higueras, hermano, libros y juegos, la vida en guerra era menos dura. Alejandra Santillana
L a f r u t e r a
Yo creía que las papayas venían con unas rayitas. Aquí en mi casa, mi mamá: papaya que llegaba, papaya a la que le hacía unas rayas para madurarlas; pero yo no sabía que era ella quien les hacía eso. Yo pensaba que todas las papayas traían rayitas y la primera vez que fui a un campo y vi unas sin rayas creía que estaban mal hechas. Ángela Arboleda
L a g u e r r e r a
Cuando era niña y me enojaba con mi madre, creía que podía hacerla sufrir profiriéndole el peor de los insultos: “nocomicaíto”. Si me regañaba porque había hecho una travesura o si no me llevaba al supermercado, por ejemplo, empezaba a vociferar aquella palabra hiriente. A mi madre, obviamente, le parecía muy gracioso que intentara ofenderla confesándole que en el almuerzo no había comido la sopa (“no comí el caldito"). Alejandra Zambrano
E l e l e c t r i c i s t a
De pequeño le tenía miedo a la oscuridad, que cuando apagaban la luz de mi dormitorio para que vaya a descansar creía que algo saldría del closet o aparecería automáticamente y me asustaría. Entonces, la única forma de que no pase nada era metiéndome entre las cobijas y tapándome completamente, dejando sólo un espacio para respirar y para que no me dé calor. Creía que si lo que fuese que me iba a asustar no me veía, pues se iría a otro cuarto. Alejandro Jácome
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p a r a c a i d i s t a
Cuando era pequeña, cada vez que saltaba tenía la certera convicción de que volaba. Sobre todo si saltaba desde una silla o una banca. Lo hacía muy seguido porque los breves segundos en que estaba en el aire, los sentía como minutos en que estaba flotando. Pero también sabía que nadie me iba a creer así que fue mi placer secreto durante la infancia: ir saltando y flotando cada vez que podía. Alma Molina Carvajal
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l i n g ü i s t a
Cuando iba a ingresar al jardín de infantes (1954), dos personas mayores me hicieron una valoración con una serie de preguntas por el significado de palabras sueltas; al llegar a la definición de JAQUECA, yo respondí muy seguro que era sinónimo de CACA. Mi respuesta les causó tanta risa que no pudieron disimular y yo tomé su hilaridad como burla, por lo que me sentí muy avergonzado. Carlos Usher
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l i b r e r a
Cuando tenía 5 años, mis mapás escuchaban “Tú solo tú”, de Bertín Osborne, que cantaba “abro un libro y estás tú escondida en un rincón” y “pajarita de papel que quisiera ser halcón”. Yo me pasaba horas sacudiendo libros con todas mis fuerzas para que salieran la mujer escondida y la pajarita de papel. Cristina Burneo Salazar
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f a r m a c é u t i c a
Siempre he tenido una fijación de combinar los colores, así que de niña tomaba cola "Crush" con tictac de naranja. Un día encontré 10 tictac "grandotes" en un blister, creí que era una edición especial, pero cuando intenté comerlos me parecieron muy suaves, así que me los pasé con la cola "Crush". Acto seguido, solo recuerdo a mi madre horrorizada y nada más... ¡los tictac no eran otra cosa que ibuprofeno! Cristina Donoso
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e x p l o r a d o r a
Una tarde, Gaby y yo decidimos salir a recorrer el mundo a pie. Empacamos lo básico: juguetes y más juguetes. Apoyadas en dos tubitos metálicos, nuestros “bastones de trekking”, llegamos a la tienda y compramos papas fritas y chocolate. Cinco minutos después, estábamos de vuelta al mundo real, terminando las tareas para el día siguiente. Cristina Rendón
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a s t r ó n o m a
Cuando era niña, mi papá, que en muchas cosas se parece a mí, mi papá con quien no he hablado en unos veinte años, miraba conmigo la caída del sol, con su mirada melancólica parecida a la mía, y me decía que se estaba yendo a dormir. Yo le preguntaba cómo hacía el sol para hundirse en el mar y no apagarse, y él me decía que se apagaba solo un rato, lo que durara la noche, para poder descansar y que al salir de nuevo en la mañana tuviera otra vez fuerzas para calentarnos. Yo imaginaba al sol en el fondo del mar, durmiendo, y me daba un poco de pena su soledad. Daniela Alcívar
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m i n e r a
Cuando tenía 8 años, viajábamos siempre a la playa con mis primos y con ellos siempre creíamos que, si hacíamos un hueco en la arena, lo más profundo en la orilla del mar, podíamos llegar al otro lado del mundo. Daniela Campodónico
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i n v e s t i g a d o r a
Nos dicen que Papá Noel es quien deja los regalos debajo del árbol de Navidad. Nosotros (mis tres hermanos y yo) nunca lo vimos porque la Nochebuena la pasábamos en casa de mis abuelos paternos, pero al volver a casa… ¡Sorpresa! Ya estaban los regalos. Hasta que vimos los regalos con los adhesivos anaranjados que usábamos para poner nombres a los útiles escolares. Daniela Vásquez
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e n t o m ó l o g o
Hacía excursiones con el carrito Tonka por todo el entablado de la casa grande que teníamos. En el piso, cerca del sillón rojo encontré un cuerpo extraño de color amarillo y verde ¡se movía!, aterrado corrí y frente a mamá imité fielmente el movimiento que hacía “la cosa”, mamá sonrió y en ese momento me presento al inofensivo gusano del choclo. Diego Baca
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m o n t a ñ i s t a
Con mi mejor amigo, cuando teníamos 9 años, siempre jugamos en el estacionamiento del Edificio de mi mami. Ahí había un filo y jugábamos a que éramos intrépidos montañistas: nos armábamos una pista de obstáculos con los tachos, cajas y llantas, y creíamos que eran las montañas, las lomas, los pasajes y las ruinas. Con él, escalábamos los lugares más espesos de la selva. Eva Anangonó
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p i l o t o
Salimos temprano el sábado para llegar al mediodía a la boda en el Carchi. Yo iba atrás, mis papás adelante. En algún momento el aire se enfrió y el cielo se volvió transparente. Dejamos atrás las filas de carros y éramos los únicos en la carretera. Los primeros del mundo.
Gabriela Alemán
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a s t r ó l o g a
Todos los deseos se cumplen. Una noche, en el campo, mientras miraba las estrellas con mi tía más joven, pasó una estrella fugaz y ella me dijo que pida un deseo, que la estrella lo cumpliría. Siempre he creído en todo lo que me dice mi tía, así que pedí mi deseo sin ninguna duda de que se haría realidad. Pedí una muñeca. Unos días antes, tuve un pequeño accidente mientras mis papás recibían a unos amigos de visita y me rompí el labio, tuve que ir al hospital. Al regresar del campo, fui a mi cuarto y ¡encontré una hermosa muñeca pelirroja! Los amigos de mis padres me la habían llevado de regalo por el accidente. ¡Mi deseo se había hecho realidad! Desde entonces, me convencí de que mis deseos se cumplen y, la verdad, ¡así ha sido! Gabriela Montalvo
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m e t e o r ó l o g o
En un especial de fin de año de un canal de televisión, hablando de las profecías de Nostradamus, dijeron que un meteorito se chocaría con la tierra. Gloria, mi hermana, que tenía unos 3 años se puso a llorar y me preguntó qué nos pasaría al morirnos; yo le dije que iríamos a ir al cielo. Ella seguía llorando preocupada por sus peluches ya que se quedarían en la tierra, entonces yo le dije que no llore, que le prometía acompañarla a bajar del cielo para recoger sus peluches.
Itamar Rodríguez
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c i n e a s t a
Tenía seis años cuando me enamoré de la actriz de una película en blanco y negro, ni siquiera recuerdo su nombre, pero me impactó. Tanto, que la soñé, y en el sueño me subí a una silla para robarle un beso. Y el sueño también fue en blanco y negro.
Jaime Hidalgo Maldonado
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a r q u i t e c t o
Cuando era niño, cerca de mi casa había una construcción. Un día dejaron cemento preparado a lado de un montón de tierra y piedras. Las veredas de la calle tenían unos pequeños canales por donde paseaban muchas hormigas. Yo pensé construir pequeñas casas aprovechando estos canales. Me encantaba pensar en lo microscópico, cómo las hormigas iban a ordenar sus casas, imaginar cómo se vería por dentro con pequeños muebles y pequeñas sillitas, tazas y platos. La verdad, nunca más salieron las hormigas a las que les construí su casa. Jaime Sánchez Santillán
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v a q u e r o
Una noche, mi mamá me dijo que mi papá se fue a un duelo; yo pensé que se iba a un duelo de vaqueros y estaba con miedo. El duelo en realidad era un sepelio y yo pensaba que se iba a un duelo de tiros con el pistolero más rápido del oeste. Juan Carlos Rosero
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c i e n t í f i c o
Cuando era niño soñaba con ser inventor o científico loco. Me encantaban las máquinas y los engranajes, y soñaba que podría crear alguna fórmula para hacer que las cosas duren más. Por ejemplo, la super fórmula de limón con cemento de contacto y sal para un pegado eterno. Imaginaba que algún día se me ocurriría un modo de hacer un helado de chocolate que nunca se acabe. Creo que no me di cuenta pero me convertí en adulto cuando dejé de imaginarlo. Lennyn Santacruz
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d e g u s t a d o r a
Cuando era pequeñita no me gustaba la granadilla. Mi mami me decía que si me la comía toda, al fondo de la fruta iba a encontrar un caramelo súper rico. Me terminaba una y no encontraba nada y así, buscaba y buscaba. Ya me comía mínimo tres y al no encontrar el caramelo, mi mami le echaba la culpa a la fábrica y decía que las granadillas llegaron defectuosas. María Fernanda Yagual
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v i a j e r a
Cuando era chiquita me tocó treparme en el avión. Cuando el avión aterrizó y vi que era todo diferente, pensé que había sido la culpa de unos seres miniaturas que habían cambiado y movido todo mientras estábamos en las nubes. Meining Cheung
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h e r o í n a
Cuando era niña creía que tenía super poderes: uno de ellos era esquivar las enormes gotas de lluvia que caen al iniciar una tempestad, entonces imaginaba que podía calcular la distancia a la que caerían las gotas y corría de un lado a otro evitándolas. Mis misiones eran sencillas: desde recoger la ropa del tendedero, salvar a una mascota distraída o un objeto descuidado… La niña no-lluvia, me autodenominé. Ahora cuando llueve, aún sonrío por ese motivo. Miroslava Garcés
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i l u s i o n i s t a
Cuando jugaba a las escondidas con mis hermanos, ellos me decían "Naike, escóndete" y yo, bien pilas, me tapaba los ojos con mis manos; claro, me imaginaba qué, como yo no podía ver a nadie, ellos tampoco me podían ver a mí, así que yo ya estaba "escondido". Naike Durango
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c h e f
Cuando era niño, no era de muy buen comer: La hora del almuerzo era un suplicio, mi mami junto a mí , me calentaba una y otra vez la comida hasta que me la acabe toda. En el momento en que me dejaba solo, yo lanzaba en porciones pequeñas la comida por las rendijas de la ventana de la cocina (segundo piso) teniendo seguridad que no se desperdiciaba, que venían perritos que tenían hambre y se terminarían todo el almuerzo. Nicolás Martínez
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c l i m a t ó l o g a
De niña nunca había visto la nieve (la había visto solo en los cuentos y la televisión); pensaba que sería sencillo hacer que mi habitación nevara utilizando el frasco de talco de mi madre. Pamela Pazmiño
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e s t r a t e g a
Acostada en mitad de la cama, con muchísimos peluches alrededor, los colocaba de tal forma que todos estuvieran en contacto directo conmigo, con un pie, con los dedos, con el pelo. Luego, me-nos tapaba con una cobija. La idea era permanecer juntos frente a lo inimaginable, que rondaba. Con solo tocarnos, estábamos a salvo. Sandra Araya
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p a n a d e r a
Un día al atardecer el cielo se pinto de rojo, mis hermanas y yo nos preguntábamos ¿Qué está pasando allá arriba? y creo que fue mi mamá que dijo: es que las abuelas de las abuelas esta haciendo pan. Tania Navarrete
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h i s t o r i a d o r a
Nací un 24 de Diciembre y nadie de mi edad me lo creía, ya que "sólo el Niño Jesús” nació en esa fecha. Me entraron las dudas cuando las otras niñas me dijeron que los hospitales no abren ese día, que mi única manera era nacer en un pesebre con paja. Al llegar a casa fui corriendo donde mis papás para que me contarán la historia “real”, con detalles y direcciones. Vanessa Paredes
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g r a n j e r a
De niña creía que de todos los huevos, si los cuidaba bien, salían pollitos, así que cada vez que mi madre los compraba, los escondía en mi cuarto y los mantenía bien abrigaditos para tener una granja. Con la astucia de una niña de 4 años, armaba todo un escenario para culpar al perro de la misteriosa desaparición de huevos: Cortaba en pedacitos la caja que los contenía y los ponía en el plato del perro. Después de poco tiempo mi madre descubrió el misterio de los huevos desaparecidos al ver un poco de maíz regado en mi cuarto y al abrir el cajón, encontrar sus preciados huevos rodeados de maíz y un frasquito de agua. Verónica Duque
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l a b o r a t o r i s t a
Mi gusto por la cocina se debió a rigurosos experimentos en la niñez, como escupir en el jugo de frutas que iba a congelar, para que la saliva diera “cremositud” al helado. También, siguiendo la hipótesis de que la sal y el azúcar eran opuestos y por ello se negaban, ingerí una cucharada de cada uno pensando que la mezcla iba a saber a “nada” y… si no saben a qué sabe ¡Intenten probarlo! Maya Corredor
Glenda Rosero Andrade Quito - Ecuador glemarosan@hotmail.com glendaroseroandrade@gmail.com