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EL G20 EN LA INDIA

EL G20 EN LA INDIA:

LUCES Y SOMBRAS DE UN MUNDO MULTIPOLAR

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Michele Testoni.

IE University

(Articulo publicado por Raia Diplomática)

En la comunidad de estudiosos de relaciones internacionales hay una pregunta antigua pero aún sin responder: ¿es el “multipolarismo”, es decir, una situación donde coexisten varios (tres o más) centros de poder, la mejor configuración para alcanzar una cooperación estable y duradera a nivel global?

No es que la pregunta sea difícil; más bien, es que la respuesta correcta no existe ya que depende de lo que consideramos ser el antídoto principal contra la inestabilidad y, en términos últimos, el uso de la fuerza: qué valoramos más, ¿la pluralidad o la unidad?

Según la visión más tradicional del “realismo político”, gestionar la pluralidad es la manera más adecuada, aunque instable por su naturaleza, para organizar y ordenar la competición entre las grandes potencias. La pluralidad es sinónimo de equilibrio, y el equilibrio previene el peligro de una supremacía imperial. A lo largo de la historia, el principio del equilibrio de poder se ha convertido en un fetiche para todo tipo de hombre de Estado: el “concierto europeo” post napoleónico (1815), la Sociedad de las Naciones (1919) y la Organización de las Naciones Unidas (1945) son los tres mayores intentos de institucionalizar un mecanismo de seguridad colectiva con el que evitar guerras y destrucciones.

Sin embargo, otras escuelas de pensamiento han ofrecido soluciones diferentes. Su punto de partida es la evolución del sistema capitalista y los efectos disruptivos de las innovaciones tecnológicas. En otras palabras: cómo ha ido evolucionando el nivel de interdependencia económica, militar y social entre las grandes potencias y, a la vez, cómo otro tipo de actores – los que llamamos “no estatales” – han ido cambiando el tejido de los asuntos globales. Hay quien resalta la naturaleza oligopolista, es decir, menos competitiva y más predecible, del “bipolarismo”, como en la Guerra Fría. Hay quien hace hincapié en el papel estabilizador de aquellos “imperios” que consiguen alcanzar una posición de hegemonía económica y cultural. Hay quien destaca la condición de “interdependencia compleja” de los asuntos globales contemporáneos y, en consecuencia, la necesidad de crear y desarrollar una red (cuanto más eficaz y eficiente, mejor) de gobernanza multilateral. Y hay quien reclama el desarrollo de un nuevo marco interpretativo, uno que cuestione los aspectos normativos, identitarios y hasta semióticos de las relaciones entre Estados y naciones y sus “construcciones sociales” más enraizadas.

¿Hoy en día vivimos en un mundo multipolar? Pues, parece que sí: una multipolaridad asimétrica. Los tres principales indicadores con que medimos el poder estatal nos ofrecen esta fotografía (no exhaustiva, pero muy llamativa):

§ Los cinco países con mayor gasto militar (en proporción al gasto militar global, datos de 2021)[1]: EE.UU. 38%; China 14%; India 3,6%; Reino Unido 3,2%; Rusia 3,1% (siguen Francia y Alemania 2,7% cada uno, y Arabia Saudí y Japón 2,6% cada uno).

§ Los países con armas nucleares (número total estimado)[2]: Rusia 5.977; EE.UU. 5.428; China 350; Francia 290; Reino Unido 225; Pakistán 165; India 160; Israel 90; Corea del Norte 20.

§ Las cinco economías más grandes del mundo (distribución del PIB mundial, previsión para el año 2023)[3]: China 18,91%; EE.UU 15,23%; UE 14,61%; India 7,45%; Japón 3,74% (siguen Rusia 2,74%; Indonesia 2,54%; Brasil 2,3%) – datos agregados: los mercados emergentes y las economías en desarrollo superan a las economías desarrolladas (58,83% vs. 41,17%).

Con la crisis del sistema de Bretton Woods, la exigencia de encontrar nuevas formas de coordinación indujo las mayores potencias económicas de aquel entonces (Alemania Occidental, EE.UU., Francia, Italia, Japón y Reino Unido) a crear un mecanismo de consultación diferente: así, en noviembre de 1975, en Rambouillet, se formó el G6 (en 1976, con la admisión de Canadá, se convirtió en G7).

Bajo el lema “Una Tierra, Una Familia, Un Futuro”, su primer ministro, Narendra Modi, pretende jugar un partido muy ambicioso intentando poner a su país en el centro de la realpolitik mundial.

El fin de la Guerra Fría impuso la globalización del “grupo” que, a partir de 1998, asumió la configuración actual, es decir, las 19 principales economías del planeta más la UE. El “Grupo de los Veinte”, en el que Rusia sigue participando, pese a su invasión de Ucrania, representa alrededor de los dos tercios de la población mundial y más del 80% de PIB global. Se puede decir que, junto a la ONU, el G20 es el principal foro de debate y toma de decisiones a nivel global.

No me interesa debatir aquí la eficacia de esta institución. Al revés, mi propósito es analizar el papel y los objetivos de la India, el país que tiene la presidencia del G20 para 2023, empezando por la reciente Cumbre de los ministros de exteriores de Nueva Delhi (1-2 de marzo). La India es la “gema oculta” de las relaciones internacionales: los datos que acabo de enseñar nos hablan del despertar de una gran potencia que, por ejemplo, sólo hace unas semanas superó a China como el país más poblado del planeta. Bajo el lema “Una Tierra, Una Familia, Un Futuro”, su primer ministro, Narendra Modi, pretende jugar un partido muy ambicioso intentando poner a su país en el centro de la realpolitik mundial. Un partido que se juega en dos mesas: la primera es doméstica, en la que Modi usa la política exterior para seguir echando leña al fuego nacionalista y ganar, por tercera vez, las elecciones generales (mayo de 2024); la segunda es internacional, donde Modi intenta reavivar el espíritu del movimiento de los países no alineados y, de esta manera, plantearse no sólo como un centro estratégico para el comercio y las inversiones tecnológica, sino también como “aguja de la balanza” entre EE.UU. y China, empezando, por supuesto, por la guerra en Ucrania. Para la India, y Modi en particular, el G20 es una gran ocasión para relucir el país y desplegar sus ambiciones.

¿Puede Modi lograr lo que otros, por ejemplo, la Turquía de Erdogan, no alcanzaron? Es decir, ¿puede la India conseguir negociar un alto-el-fuego entre Rusia y Ucrania que también tenga el respaldo de sus respectivos aliados (China y la OTAN)?

La India tiene fortalezas y debilidades que ya se han manifestado en la cumbre de Delhi. Por un lado, hay factores económicos, militares y demográficos que hacen del país asiático un peso pesado del tablero internacional. Además, y yo diría, sobre todo, la India es capaz de dialogar de manera constructiva con ambos bandos: la India es un socio histórico de Rusia (y anteriormente de la URSS), mientras que con China, pese a antiguas disputas territoriales, mantiene sólidas relaciones comerciales y de partenariado estratégico y militar, sobre todo a través de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), en la que la India fue admitida en 2017.

Al mismo tiempo, desde los 1990s la India ha ido abriendo su economía y estrechando lazos comerciales cada vez más fuertes con Occidente (en esta cumbre ha sido el turno de Italia). Al mismo tiempo, la India participa en el Quad (el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral, inaugurado en 2007, junto a Australia, Japón y EE.UU.) que en el G20 de Delhi ha publicado una declaración en la que se hace un llamamiento a una paz en Ucrania y se subraya la exigencia de respetar los principios de soberanía e integridad territorial de los Estados. La India, por el contrario, sufre sobre todo de dos problemas. En primer lugar, el conflicto enquistado del Cachemira con Pakistán. A pesar de que la India ocupa la parte mayoritaria de la región, esta disputa territorial podría debilitar la posición de Modi (Pakistán es socio de China). En segundo lugar, la India necesita aglutinar los intereses centrífugos u opuestos de las otras grandes potencias. Operación compleja pero necesaria, como escribía al principio, para restaurar y gobernar el orden en un mundo multipolar.

El primer intento ha fracasado ya que la Cumbre de Delhi terminó sin un acuerdo para una declaración conjunta. Quedamos a la espera de otros intentos.

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