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MÁGICA MAÑANA

MÁGICA MAÑANA

Preámbulos y otros indicios del yo

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Ramón Pérez.

Profesor Universidad Politécnica de Madrid y Presidente Fundación Concerto

Se nace, se despierta. El despertar es la reiteración del nacer en el amor preexistente, baño de purificación cada despertar y transparencia de la sustancia recibida, que así se va haciendo trascendente 2 Hay un dominio reservado en las leyes de la naturaleza, quizás fuera más propio señalar a la naturaleza de las leyes, que las reviste de fiabilidad y les confiere carta de sabiduría. Se trata de un espacio en que la precisión convive con la tolerancia; lo necesario e irrevocable con el azar y la reversión; la causa indefectible con el efecto superfluo; la firmeza de la variable independiente con la conciencia de su vulnerabilidad y subordinación. En estas exclusivas dependencias se concita la intervención de elementos imaginarios que materializan resultados diferentes a los que dicta la ley que les es propia, pero que resultan oportunos a lo que conviene. ¿Cuántas ocasiones vivimos en que lo obtenido sobrepasa lo meticulosamente calculado? ¿Qué sentido tiene que la garantía de precisión que acredita una ley se vea superada por lo ilegítimo pero consentido, por lo inexplicable pero real? Pareciera que las cosas de razón se viesen excedidas por otras, acaso ultranaturales, de modo que tantas veces como se siga una ley y oportunamente se presenten las circunstancias debidas, la cuota parte de ese fruto que dice allegarse con fuero propio pedirá paso y sobrepujará el rigor de la norma ofreciendo realidades tangibles sin hacer ostentación, ni ocultación, en lo absoluto de su título de alegalidad. Una vez admitido que tratamos con una contradicción cognitiva consciente universalmente aceptada en tanto que universalmente vivida, en adelante, la descripción de los hechos quedará sujeta, bien a señalarlos como excepciones inevitables que, así se hará ver, queden al margen del ámbito regulado, nego maiorem; bien a verse justificados caso a caso, con el argumento de que lo obtenido de más ya fue previsto en la ley como beneficio inducido, nego consequentiam Sea como fuere, tan particulares beneficios han de responder a la condición dual de ser tangibles y no regulables. Serán descritos con palabras, figuras o evocaciones imaginativas que, desde la lógica y la concordancia formal, actúen sobre el discurso con doble potencia de significado: favorecer que se acepten las demasías e impedir que ello sirva de refutación a la norma por falta de exactitud o integridad sistemática. Pedimos, en suma, a estas proposiciones capacidad de seducción universal, impacto expresivo y eficacia verbal, y a la vez, que los hechos no llamen a la controversia en los espacios de razón, esto es, que el exceso resulte pacíficamente consentido. Ya se advierte que hablamos de tolerancia; una forma de obtener de la ley más de lo que la ley dispone, pero sin verse contravenida en sus preceptos. Y aquí, sin habérnoslo propuesto, quedaría señalado el plan, la intención última de estas reflexiones: mostrar que precisión y tolerancia no sólo no son modos contrapuestos, sino términos complementarios de necesidad recíproca. Que ambos ofrecen una sola realidad cuyo perfil se significa más por cuanto surge del contraste. Acerca de los opuestos Nietzsche añade: Igual que la sombra es necesaria para embellecer, lo oscuro resulta necesario para aclarar. Y es que el claroscuro nunca desmiente la forma, la reafirma; no la empobrece, la vivifica. Ahora bien, significarse, en sentido de hacer saber algo de sí, de comunicarlo a otros, supone aceptarse mutuamente en el orden proximal. Así, la línea media de lo que se dice debe coincidir, al menos en sus nodos principales, con la línea media de lo que se entiende. Por lo común esta superposición no presenta conflicto y permite mantener el propósito de la comunicación. Cuando esto no sucede surge el equívoco que dificulta, si no contraviene, el entendimiento. Entonces hablamos de malentendido –palabra compuesta que solo en mil novecientos setenta tuvo entrada en el diccionario como sustantivo, categoría gramatical que aún no ha conseguido su voz formadora entendido–. El dato no es superfluo porque señala al uso como resorte de acción para el codificador, por encima de otras leyes o reglas sistemáticas para la conformación del lenguaje. Ahora bien, ¿qué indica el uso común de un nuevo sustantivo sino la necesidad de convenir su sustancia: su concepto? Para el caso, ahorramos recordarlo por suponerlo bien conocido. Y precisamente por ello convendremos que la realidad, que siempre se impone, hará ver que esta desviación, aun pudiendo ser de otro modo, cae siempre del lado de la discordia. Pues bien, a tenor de este mismo carácter proximal del lenguaje, reivindico los bienentendidos: expresiones que al calor de lo inmediato dejan sentir tonos de contrariedad, que desaparecerán per se tras la primera impresión y, ya templado el órgano del juicio, quedará claro el propósito del mensaje y, cosa de no poco relieve, desvanecidas posibles afrentas.

El juego de ajustes entre tolerancia y rigor debe seguirse con naturalidad, como el que ofrecen las luces y las sombras de un objeto, formas armónicas e indisolubles de las que surge su verdadera dimensión. En este punto, la asociación de ideas me lleva a abordar la discusión desde el concepto de la armonía de contrarios que traigo del ideario humanístico. Vendría a decir que todo proceso evoluciona entre manifestaciones contradictorias y será desde la propia condición de pujanza entre ellas que surjan y se desarrollen argumentos que aun tratando de excluirse unos a otros terminarán por conjugarse mutuamente –a la conjunción de los extremos se había referido, para esto mismo, Dostoievski–. Si, mutatis mutandis, aplicamos esto al plan establecido, y si al punto de entablarse el debate se arbitran pautas objetivas de orden y dirección de las intervenciones, será posible aislar el contrapunto capital y decisivo el que, acaso, habrá subsistido, sí, pero aquilatada su incidencia hasta lo necesario y preciso, esto es, habiendo dejado sobre el tamiz del examen crítico el resto, ya inoperante, de lo que pudo haber sido un obstáculo insalvable. En ese sentido la propuesta se reduce a que las primeras acciones de un intercambio de ideas deban orientarse a recortar excesos, a orillar los elementos que no encuentran cabida, en definitiva, a delimitar “cosas”. Con este proceder meramente negativo podría creerse desatendido el campo de nuestro interés, el de las formas afines. Pero estamos ante una cuestión de procedimiento pues, a poco que pensemos, separando lo que enturbia quedará clarificado el espacio del acuerdo al que tratamos de llegar. Están por escribirse unas notas sobre el poder de actuación positiva de lo negativo. Sin querer ser literal pero sí respetuoso con la idea, traigo esta de Nietzsche en que –con estudiado exceso– afirma que influyen más en la vida las cosas que no nos pasan, que las que nos pasan. Acusando la punzada, vueltos al caso y siendo que tolerancia y precisión resultan ser factores primarios para mostrar cualquier punto de vista en cualquiera que sea la discusión, será necesario atender a su influjo en la determinación de esos lími- tes sí, pero con la atención dirigida hacia lo que dificulta. Hablo de esas propuestas que, o bien llegan envueltas en tonos, intensidades, gestualidades y otros signos divergentes, o bien su contenido objetivo se ve arrastrado sin encontrarle trabazón en la arquitectura general del debate. Esto, cuando menos, las significa a unas y otras como insólitas, desestabilizadoras cuando no insostenibles, en definitiva: angustiosas –y es cosa que ya se nos ha dicho: la ausencia de límites proporciona mucha angustia al hombre, enferma el espíritu (C. Noica)–. Una vez identificados los síntomas de una divergencia excusable, podemos iniciar su tratamiento. Y aquí, Bertrand Russell ofrece una clave de gran valor para desentrañar la inconsistencia de cualquier juicio sólido, con atención particular a las formas tajantes. Tras escribir seiscientas páginas sobre el conocimiento humano concluye que todo lo que puede decirse de una verdad es que es incierta, provisional y parcial. Y habrá de ser en esta debilidad connatural de las proposiciones asertivas –con mayor motivo las de aspecto deslumbrador y venerable– donde haremos incidir la fuerza de orientación y gobierno de la delimitación que seguimos. Se trata pues de examinar las notas de cariz dificultador buscando en ellas trazas de la tesis del profesor de Cambridge en cualquiera de sus aspectos: incertidumbre, provisionalidad y parcialidad; esto es: aplicación real al caso, volatilidad o inconsistencia de las causas o fundamentos que la sustentan y grado de incidencia e intensidad de los efectos que se pronostican en relación con la centralidad del asunto tratado. Este filtro o, si se quiere, triaje –la separación no es indistinta sino clasificada– permitirá neutralizar buena parte de la fuerza que repugna el consenso y, en el sentido de nuestro interés, dejará a la vista el espacio concomitante. Además, encuentro relevante otro aspecto unificador, también de naturaleza negativa: la cesión del derecho de autoría o de producción personal de las ideas. Las notas incluidas en la que podríamos llamar “zona de acuerdo”, habrán sido objeto de renuncia respecto del valor de propiedad que en algún momento pudieran haber tenido; parece pues más apropiado hablar de “zona de nadie”. Encuentro esta consideración ratificada en su fundamento por Ortega cuando dice que las ideas no son de nadie, pasamos por ellas como se pasa por el recodo de un camino Aquí llegados, y como dirigidos por una suerte de Ley de acción de masas, veremos formarse núcleos por atracción espontánea y, una tras otra, las notas cargadas de caracteres afines gravitarán con tendencia constituyente hacia un único sistema para densificar un mismo significado; el acuerdo está próximo y los resultados se impondrán por sí solos: habremos alcanzado ese punto de coda que en la partitura anuncia el final de la exposición y a la vez subraya la particular belleza del contrapunto recorrido. Si ahora nos asomamos a lugares disjuntos del quehacer humano vemos que las condiciones antes expuestas de realidad manifiesta e insuperable dificultad de cálculo se verifican con éxito en una multitud de rumbos hacia los que el hombre ha dirigido un propósito. Todos ellos evocan aquel extraordinario dominio de sobre-fructuación adaptado al círculo de actividad que les es propio. Y en prueba de lo dicho, recogemos algunos testimonios. Así, oímos decir del efecto benéfico del clima positivo al defensor de la inteligencia emocional; del tacto cortés exento de involucro emotivo con que sondear el interés mutuo y estrechar alianzas, al diplomático; de aferencia germinativa recíproca entre empatía y formación de neuronas espe- jo, al neurocientífico; de la química que fluye dentro del reparto, al director de escena; del adyuvante inmunológico, al biomédico; de sonidos enarmónicos y frecuencias simpáticas, a músicos y físicos acústicos; de variables acopladas, al matemático; de neurocognición musical y espectro emotivo al neuropsicólogo; de contraste simultaneo y contraposición tonal, al gran pintor; de las consecuencias del progreso científico sobre la dignidad del individuo y la condición humana, a los comités de ética; del potencial dramático-emotivo de la armadura de tonalidad, al compositor; de la sacralización del individuo que no puede entregarse sin protección al poder de la industria y el comercio3, al filósofo. Pero también oiremos de la cesión de individualidad en favor del equipo a que fue debido el éxito deportivo o del feliz maridaje de notas de gusto por el que fue reconocido el chef más exquisito… Resulta inacabable la lista de declaraciones que remiten a una realidad compleja en que la parte y el todo se hallan necesariamente confundidos lo que podría apuntar la idea, aun intuitiva, de verse todas ellas sujetas a un mismo principio; tal vez de aquí podría modelarse un arquetipo y, si por fin así fuera, verse en todo ello un sentido. Pero antes de darnos a la empresa cabe tomar una última cautela: No se debe asumir un compromiso especulativo, sin antes abordar un asunto: ¿Qué habría infundido dignidad de pensamiento a la cuestión que se persigue? Para el caso, la respuesta, de quedar a nuestra mano, habría de surgir de estas consideraciones: En su conjunto, aquellas formas de decir, aquel inacabable muestrario ya constituido en práctica probatoria, describe realidades excepcionales; siento que, en todas ellas, mi percepción contiene más de lo que contienen; que todas evocan entidades sublimes, sobre campos de acción elevados y al margen de toda banalidad; que describen experiencias complejas y en cada una, sin excepción, se identifica un agente cuyo desempeño evoca un compromiso, una entrega apasionada, diríase llevada de un ideal heroico, legendario: un ingrediente mágico e inaccesible no ya al habla común, sino a ningún otro modo de decir. Ni siquiera mediante esas palabras de significación elevada se puede precisar la realidad que denotan. ¡Y este es el quid! No es necesario ir más allá. Aquí ha surgido el impulso definitivo, el anima mundi de los pensamientos que habrán de llegar y que diré con voz prestada de Zambrano: Hay cosas que no pueden decirse con palabras. De esto es de lo que se tiene que escribir. Sea pues… Puesta de nuevo la mirada sobre el catálogo así llamado base de prueba, y ajustada la observación en su mayor distancia focal con el fin de identificar unas primeras notas de correlación general, ya se percibe que la intención comunicativa en todas las manifestaciones contiene un mismo extracto primitivo y sigue un mismo patrón: tareas síncronas; coordinación de causas; conjunciones sorprendentes; sublimaciones tangibles; falta de sujeción al orden regulado pero, sobre todo, resultados imprevistos de valor extraordinario. Si ahora, acercando el foco, ordenamos los casos en torno a lo cualitativo, vemos que interpelan al ser humano en cada una de las dimensiones de su sistema vital: sensibilidad, espíritu y razón. Hay testimonios llegados de la estética y de la ciencia; otros que atañen a juicios y valores; a ideas y a hechos; a la forma sensible y al fondo espiritual; a la reflexión ética y la conducta moral. Quedamos persuadidos que lo que aquí se trata, ya sólo a la luz incipiente de la intuición, deja ver notas de principio y de orden. Consecuencia inmediata de ello es que el soporte racional de estos desenlaces extra legem requiere un andamiaje lógico que, en evitación de sospecha, no debiera ocultarse.

Claro es que se nos podrá tentar de investir de excepcionalidad a todos y cada uno de los casos, pero si hubiéramos de investirlos de algo, persuadidos del carácter solemne de ello, y siendo que todos sin distinción presentan claros signos de mérito y excelencia, será mayor justicia dignificarlos con el más alto rango que acredita una ley. Se trata del estatus de principio; una clase de premisas cuya verdad, como es sabido, queda admitida por la fuerza de los hechos, sin pruebas. Por lo común ofrecen verdades pequeñas, la suficiente para acreditar certeza a las subsiguientes con tan solo comunicarles la suya. Y es que en la jerarquía de las proposiciones las que están muy arriba nunca son enormes. Así, una expresión con forma de principio del asunto que nos ocupa es algo que puede sonar así: Toda ley admite, del curso concertado de causas concurrentes, efectos superiores a los obtenidos por esas mismas causas obrando cada una de forma aislada. Si bien es cierto que estamos próximos al concepto de sinergia, se nos permitirá añadir el doble matiz de lo incidental e irregular en contraste a lo previsible y regulado y, para los casos que incumben al espíritu humano, otro igualmente inextricable: la intervención de un agente emocional, la confianza individual que se nutre de la colectiva, algo estrictamente anímico pero que igualmente cristaliza en resultados materiales. Por ser de utilidad al plan previsto mantendremos latente la idea de sinergia, no vayamos por ahora más allá; no obstante, señalo aquí como peculiaridad notable que, junto al acto ordenado por la razón, logos, ya aparece en contraescena lo extraordinario, una exposición de los hechos desligada de una argumentación racional pero no menos prestigiosa: el mythos. Así, tratar con lo inexplicable a lo que hayan de añadirse ecos suprasensibles de tinte espiritual nos coloca objetivamente en el ámbito de lo mágico. No en el de una magia de idolatría, medrosa; ni la del hechicero de rito y conjuro; sino la que, sobre los hechos, deja ver lo inverosímil como rasgo prominente; la que confiere esa naturaleza no buscada de las cosas, irreductible a fórmulas y leyes, y la única que puede lograr que esa realidad que nos sale al paso y, orgullosa, se nos muestra como logro de existencia, deje a la vista, como señal de nacimiento, el signo germinal de lo que un día solo fueron emociones. Viene al caso añadir que, en lo que a logros humanos se refiere, las cosas no nacen de las cosas sino del pensar y del sentir intuitivo que las hicieron posibles. Antes de acabar en realidades, las cosas fueron sentimientos, ideas e intuiciones, todos ellos resortes vitales del acto material. De igual modo, dirá Ortega, la cultura no nace de la cultura sino de potencias preculturales que dan en ella su fruto. Así es como ante lo mágico, una y otra vez, se nos renueva aquel sentir ancestral; un sentimiento de pre-realidad que, aún hoy, como destello súbito que sobrecogiese al primero de los hombres, nos renace idéntico de la mano del suceso inexplicable.

NOTA de los editores: El texto que aquí se publica se corresponde con el primero de los cinco epígrafes que componen el ensayo. Cada uno de los cuatro siguientes serán entregados a los lectores en los sucesivos números de Global Square.

1 LÓPEZ-IBOR, V. (2010), Mágica mañana, Incluido en Segura Tierra. Madrid. Ed. Vitrubio.2010

2 ZAMBRANO, M. (1977), Claros del bosque, Madrid: Alianza,2019, p.40

3 Ferry Luc. El Hombre Dios o el sentido de la vida, Trad. M. Sarazin, Tusquets, BARCELONA, 1997, p.130

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