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EL MEJOR DE LOS MUNDOS

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AFRICA 101

AFRICA 101

EL MEJOR DE LOS MUNDOS

Fernando Navarro García

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Presidente ejecutivo de INNOVAETICA

Estamos acostumbrados a que los medios de información nos abrumen continuamente con noticias luctuosas y esa repetición constante nos lleva a pensar que vivimos una época histórica trágica, decadente y probablemente apocalíptica.

La guerra que desde hace más de un año asola Ucrania es el recordatorio más próximo y tangible de la fragilidad de la paz y la democracia.

Este caudal de pesimismo no se limita a los medios de comunicación. También las universidades tienen su parte de responsabilidad. Según Arthur Herman, autor de La idea de decadencia en la historia occidental “los profetas de la fatalidad son las estrellas de los currículos de humanidades”. Las guerras, el terrorismo, el hambre, la pobreza y la desigualdad, la degradación medioambiental, la pérdida de libertades públicas y las pandemias parecen ser el escenario vital en el que nos ha tocado vivir. Esta “brecha de optimismo” es aún más marcada en los países más desarrollados, lo cual no deja de resultar paradójico. Pero lo cierto es que la gente calcula

la probabilidad de un acontecimiento según la facilidad con la que le vienen a la mente los ejemplos. Y si solo se nos muestra el caos y las catástrofes, únicamente seremos capaces de imaginar y proyectar el caos. Los psicólogos llaman a este fenómeno “heurística de la disponibilidad”. Por otra parte, el optimismo no vende, ni es demasiado comercial. El optimismo no atrae tanto tráfico a las redes sociales como la agresividad o el sensacionalismo de una noticia probablemente falsa o manipulada. El escritor financiero Morgan Housel ha observado que “mientras que los pesimistas parecen estar intentando ayudarte, los optimistas parecen intentar venderte algo”.

Y esto nos lleva a la idea central de este artículo: mientras que el mundo ha logrado progresos espectaculares en el bienestar humano durante el último medio siglo, casi nadie lo sabe o piensa todo lo contrario. Y probablemente es esa percepción la que lleva a nuestras sociedades a vivir en un estado de “des-moralización” que alimenta el cinismo y asfixia la esperanza y la iniciativa. Sugiero que nos planteemos individualmente la siguiente pregunta: ¿en qué época nos habría gustado vivir? Ojo, y no me refiero vivir “durante un rato”, al modo del viajero del tiempo que recorre distintas épocas, curioseando en las rendijas temporales. No; se trata más bien de imaginar una época en la que nos habría gustado vivir permanentemente, sin posibilidad de regresar al futuro en el que hoy vivimos. En mi caso, la respuesta no es sencilla, aunque impulsivamente propendo al siglo XIX. Allí me imagino en una mansión tipo Manderley o Brideshead, leyendo viejos libros y paseando a caballo, mientras una nutrida servidumbre se ocupa de que yo pueda dedicarme a mis caprichos. Por supuesto, como “pasajero del tiempo” tendría que ser hombre ya que nacer mujer en aquel entonces era casi peor que ser pobre, que me perdonen Jane Austen, las hermanas Bronte, Mary Wallstonecraft o George Sand. Con todas estas premisas, podría parecer que vivir en el siglo XIX siendo hombre y terrateniente sería un buen negocio. Sin embargo, es un error quedarse ahí pues vivir con un mínimo de dignidad en aquella época solo estaba al alcance las clases más adineradas. Y, sin embargo, incluso hasta los más privilegiados vivían poco. La esperanza media de vida no pasaba de los cincuenta años y eso con suerte.

Si tenías hijos, lo lógico es que uno o varios de ellos murieran antes de cumplir los cinco años, en ocasiones arrastrando a la muerte a la propia madre durante el parto. Era también normal que cada generación desde el inicio de los tiempos hubiera vivido en carne propia una guerra ofensiva, defensiva o una revolución sangrienta. Y a menudo las tres. Y siempre bajo el yugo de reyes absolutos y despóticos. El internacionalista polaco Edmund Jan Osmañczyk estima que en los últimos 5.500 años ha habido 14.513 guerras que han costado 1.240 millones de vidas y en esos cinco milenios y medio solo hemos tenido 292 años de paz. No importaba lo rico o poderosos que fueras, ni lo lejos que te escondieras: la gripe, la poliomielitis, la viruela, la tuberculosis o “un mal aire” te mataban o incapacitabas en lo más recóndito de tu castillo, como nos recordaba Poe en La máscara de la muerte roja. Si eras rico o noble era también muy posible que alguien más hábil que tú con el sable o la pistola te arrancara caprichosamente la vida por forzarte a defender tu honor, algo a lo que te empujarían los códigos éticos que han esta- do vigentes hasta hace escasas décadas en la mayoría de países. A los pobres el honor les importaba menos, pues ya los mataban de otras muchas maneras y no tenían necesidad de aumentar sus tasas de mortalidad. El aristócrata, por el contrario, no tenía más remedio que dejar sus libros y sus ilustradas reflexiones para ir a batirse con ese ofensor que había puesto en duda su hombría, su estirpe u honor. Y si había leído más que practicado con el sable, lo más probable es que sus lecturas terminaran abruptamente a primera hora de la mañana, detrás de los muros de un convento o un cementerio. Si eras pobre o simplemente mujer o extranjero maldito (esencialmente judío) casi mejor ni te planteabas lo de leer, estudiar botánica o tocar el clavicordio. Bastante tenías con regresar vivo a tu insalubre refugio tras una dura jornada de quince horas, bajo el férreo y arbitrario control de capataces que hoy parecerían caricaturas de Satán, pero que alguna vez existieron. Dickens retrató a algunos de ellos. Y realizado este breve e incompleto “tour” por el pasado, no tengo más remedio que reconocer que la mejor época para que el ser humano viva como tal, es la que hoy tenemos la suerte de vivir (incluso a pesar del COVID19) y que tanto nos gusta criticar. Todos los indicadores de desarrollo y bienestar han mejorado en el último medio siglo (esperanza de vida, alfabetización, libertades públicas, hambre, etc.) y algunos lo han hecho espectacularmente como, por ejemplo, la reducción de pobreza extrema (no así la pobreza “a secas”) y las guerras entre potencias. Consulten si no me creen las maravillosas webs de “Our World Data” de Max Roser (https://ourworldindata.org/), “Human Progress” de Marian Tupy (https://www. humanprogress.org/) o “Gapminder” de Hans Rosling (https://www.gapminder.org/).

“No importaba lo rico o poderosos que fueras, ni lo lejos que te escondieras: la gripe, la poliomielitis, la viruela, la tuberculosis o “un mal aire” te mataban o incapacitabas en lo más recóndito de tu castillo, como nos recordaba

Poe en La máscara de la muerte roja.”

“Hay millones de mejoras a las que no podemos renunciar, mil luchas y combates justos para que el hombre sea cada vez más sagrado y mejor. El cambio climático es uno de ellos, la pobreza no extrema y la existencia todavía de países con libertades públicas prohibidas o limitadas son otros factores de preocupación…”

Un ejemplo, para ir terminando: según Steven Pinker en su indispensable En defensa de la Ilustración , las guerras han decrecido en las últimas décadas. Durante los siglos XVI al XVIII el 80% de esos años hubo guerras entre las grandes potencias. Sin embargo, esas cifras se redujeron al 25% durante los siglos XIX y XX y desde el último tercio del siglo XX hasta nuestros días los grandes conflictos mundiales han cesado. Después de la Segunda Guerra Mundial la frecuencia, letalidad y duración de las guerras descendieron conjuntamente y el mundo ingresó en lo que se ha dado en llamar la “larga paz”. Las grandes potencias, por otra parte, han dejado de combatir entre ellas: no ha habido más de tres conflictos internacionales en ningún año desde 1945, ninguno en la mayoría de los años a partir de 1989 y ninguno desde la invasión de Irak por los EEUU en 2003, lo que supone el periodo más largo sin una guerra interestatal desde el final de Segunda Guerra Mundial. Ucrania ha supuesto una abrupta ruptura de esta esperanzadora tendencia, pero aun así vivimos el momento menos conflictivo de la historia.

¡Por supuesto que hay millones de mejoras a las que no podemos renunciar, mil luchas y combates justos para que el hombre sea cada vez más sagrado y mejor! El cambio climático es uno de ellos, la pobreza no extrema y la existencia todavía de países con libertades públicas prohibidas o limitadas son otros factores de preocupación… Pero podemos afrontarlos y en realidad ya se está haciendo. Por esa razón creo que iniciativas como los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) o el Pacto Mundial de Naciones Unidas son muy necesarias y nos marca el camino – la “brújula” ética kantiana - que todavía debemos recorrer para ser mejores de lo que ya somos. El desarrollo humano es como la línea del horizonte: por más que avances a ella siempre será inalcanzable en su promisoria plenitud. Quizás por ello no podemos evitar la tentación del progreso.

Si un aristócrata del s. XIX pudiera ver los avances, mejoras y humanización de nuestras sociedades actuales habría deseado vender sus títulos nobiliarios, su Manor House en Devon, biblioteca incluida, por pasar un solo día en nuestro minusvalorado presente.

Por todo ello creo que si un aristócrata del s. XIX pudiera ver los avances, mejoras y humanización de nuestras sociedades actuales habría deseado vender sus títulos nobiliarios, su Manor House en Devon, biblioteca incluida, por pasar un solo día en nuestro minusvalorado presente. Y es que incluso el peor presente de hoy sería el mejor pasado para la mayoría de hombres que vivieron y murieron hace siglos.

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