El ladrón de sueños

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El ladr贸n de sue帽os

Jorge Llop - 2004


Aquella mujer rubia de andares elegantes y calculados cruzó el bar sin mirar atrás en ningún momento. Su silueta se fue difuminando con el humo del local y cuando cerró la puerta tras de sí, el alboroto de la muchedumbre ahogó cualquier sonido. Al otro extremo estaba yo, o mejor dicho lo poco que quedaba de mí en aquel momento. ¿Cómo había podido estar tan ciego? ¿Cómo no preví en ningún momento que el inefable final se cerniría sobre mí sin compasión? ¿Cómo no vi los signos que debían avisarme de mi derrota? Ahora, en este mismo momento, la realidad se hacía evidente como si un velo negro y opaco hubiera sido corrido para mostrarme todo lo que me estaba negando ver, todo lo que irremediablemente era por más que yo me empeñase en engañarme de lo contrario. Supongo que el corazón es incapaz de entender lo que la lógica y la razón nos gritan. Ella siempre había sido tan fría y tan metódica, parecía tenerlo todo bajo control. Podía ser dulce o apasionada, comprensiva o irónica, pero finalmente todo obedecía a un premeditado plan elucubrado tiempo atrás. A fin de cuentas yo no había sido más que otra pieza en su juego, que duró el tiempo justo en que fui necesaria. ¿Pero y qué había sido ella para mí? Lo cierto es que lo había sido todo. La razón para despertarme día tras día y seguir encontrando motivos para seguir luchando en un mundo insensible y cruel. ¿En qué momento le otorgué ese poder? ¿Por qué demonios lo hice? Pero sólo el silencio contesta a mis preguntas. Aquí, ahogado en este antro perdido del mundo, no hay respuestas posibles. Aquí tan sólo te espera la falsa promesa del olvido. Ojalá pudiese borrar mis recuerdos y realmente hacer desaparecer todos los sentimientos frustrados, todos los sueños inconclusos, todas las promesas incumplidas. Pero eso no es posible, porque los fracasos forman parte de uno lo quiera o no, conforman mucho más que los éxitos lo que uno es después de todo. No se puede renegar de ellos sin renegar de la parte más íntima de nosotros mismos. Y sin embargo, tan sólo podía pensar en el olvido con una urgencia obsesiva.


- Son todas una putas. Un tipo bajito y sonriente se había sentado a mi lado al tiempo que hacía una seña al camarero. - Te lo digo yo que las conozco bien. Las mujeres sólo te utilizan, te engañan para su fines. Son maestras de la manipulación y el engaño. No te fíes nunca de ellas, no te creas nunca sus embelesos porque no son tales. Las palabras no significan nada para ellas. Sé por lo que estás pasando. Quizás yo pueda ayudarte... Abrió la mano para mostrarme un puñado de pastillas. Un pedazo de droga marcado con la promesa de la paz perdida. Las pastillas se desperdigaron por el suelo del local y aquel tipo bajito cayó de la silla con ellas. Lo siguiente que recuerdo es confuso. Puñetazos, sangre, gritos. Todo mezclado en una amalgama irreal, como una especie de sueño onírico impropio. Recuperé la consciencia cuando mi cara chocó contra el duro suelo de la calle fuera de aquel local. El portero me miraba ajeno, completamente insensible. Tardé un tiempo en encontrar las fuerzas para levantarme, pero cuando las recuperé me falló la voluntad. Una derrota más en mi vida. ¿Cuántas más hacían falta? ¿Por qué levantarse una vez más y seguir luchando en un juego absurdo? Una mendiga anciana se acercó para pedirme dinero. - No hay nada que pueda darla. - Entonces dame un poco de tu tiempo. Tienes tiempo, ¿verdad? No hay nada que una vieja anciana como yo pueda apreciar más. No sé por qué la escuché. Supongo que porque no tenía fuerzas para levantarme y salir de allí. - Crees ser el centro de todo, pero te equivocas. No eres más que una pieza más en el entramado. Sin embargo, como toda pieza eres necesario para que el resto siga funcionando. Alguien que conozco puede ayudarte, se llama Morfeo. En las calles se le conoce como el ladrón de sueños. No intentes


buscarle, él te encontrará a ti y... - No necesito ayuda de ninguna anciana loca. Adiós. Todo el mundo ofrece ayuda a precios muy altos. A nadie le importas realmente. Me cansé de escuchar palabrería barata y mentiras que no se sostienen sobre sí mismas. Así que me puse a caminar, pero al tiempo descubrí que me había perdido. Me encontraba en un lugar de la ciudad desconocido para mí, completamente solo. O quizás no. De las sombras surgió un ténebre personaje envuelto en una gran gabardina negra. No sentí miedo. Supongo que el alcohol y los golpes ahogaron todo tipo de emoción. Cuando a uno le quedan pocas cosas que perder el miedo es un sentimiento vano. - Te buscaba. Soy Morfeo. Tienes algo que busco y puedo ofrecerte algo que sin duda necesitas. - Mira, loco. No quiero nada de ti. Apártate de mi camino. El extraño extendió su gabardina. En ella guardaba un montón de cristales de diferentes formas y colores. Sentí cierta curiosidad. Nunca había visto algo así. - Esto son los cristale de sueño. En ellos se guardan los sueños y las emociones de los demás. Este es un sueño de serenidad y esperanza. Algo que sin duda anhelas. Puedo dártelo. A cambio de algo, por supuesto. - No tengo nada con qué negociar, loco. No hay nada que pueda ofrecerte por ese cristal. - Te equivocas. Tienes algo que quiero. Véndeme tus recuerdos, los recuerdos de esta noche, los recuerdos de aquella mujer, los recuerdos de la herida que tienes en tu pecho y que se niega a curar. Es una buena oferta, ¿no crees? El misterioso personaje extendió su mano con un cristal azul de formas suaves. Cual Mefistófeles me ofrecía un pacto que yo ansiaba a cambio de algo de lo que quería desprenderme. ¿A quién podría interesar realmente aquellos recuerdos? Choqué la mano con aquel loco y sentí algo


parecido al chocar de una ola contra un acantilado por todo mi cuerpo. Lo siguiente que recuerdo es despertar en el duro suelo de la calle frente a aquel bar sin recordar nada de lo que había pasado ni de cómo había llegado allí. Había en mi mente un lugar inconexo al que no podía acceder y ni siquiera echar de menos. Así que seguí con mi vida tal y como había sido siempre. En la mano de Morfeo apareció un cristal rojo de bordes angulados y una línea rota en el interior. Un sueño de pasión quebrado. Ni siquiera podía imaginarlo, pero una mujer de andares elegantes y calculados lo compraría horas más tarde por un buen precio.


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