Réquiem por un desconocido

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RĂŠquiem por un desconocido Jorge Llop 2010


La larga espera Llevaba más de media hora esperando y los tacones de los nuevos zapatos la estaban matando. Se sentía como una de esas princesas de los cuentos que esperan dormidas a que un príncipe les de el beso que permita romper el hechizo y despertar. Le dio por pensar por qué razón alguien inventaría una moraleja tan absurda. Pero ella no esperaba a ningún príncipe. Esperaba a Christian que le había prometido llevarla al cine a ver una comedia romántica esta tarde. Sonó el móvil. Era él. No podía venir. Se aplazaba la cita. Una vez más. Estaba cansada. No tanto por haber tenido que esperar, si no porque se sentía sin fuerzas para volverlo a hacer otra vez. ¿Qué oportunidad le queda al amor si uno pierde la capacidad para esperarlo? Comprendió entonces de forma clara que la vida le otorga a uno la cantidad de sufrimiento que es capaz de tolerar. Ni un poco menos. Y quizás era el sufrimiento y no el placer, lo que le hacía crecer a uno. En cualquier caso, parecía que ya nada podía ir peor. Comenzó a llover. Se quitó los zapatos y empezó a caminar descalza sobre la lluvia mientras todo el mundo alrededor corría a resguardarse. La gente se la quedaba mirando como si estuviese loca. Ella parecía sonreír.


Fuera del camerino Se preguntaba en los últimos quince minutos por qué la gente le odiaba tanto. En realidad no era odio, era más bien envidia. Toda su vida Victoria había tenido que convivir con un talento natural para la interpretación que le había hecho brillar allá por donde había actuado. En aquel mundo uno brillaba tanto por lo que era como por lo que parecía ser y las demás actrices que ansiaban sus papeles habían intentado destrozar sus apariencias, ya que no pudieron ofuscar su talento por más que lo intentaron. Por eso ella siempre estaba preparada para lidiar con las críticas malintencionadas de gente que deseaba llegar hasta donde ella había llegado, pero que naturalmente se había quedado a medio camino. Era una vida dura y los años no perdonaban. Pero Victoria aún se sentía capaz de muchas cosas. La crítica decía que ya estaba mayor, que debía retirarse y dejar paso a las nuevas generaciones. Retirarse con dignidad en vez de seguir haciendo papeles que no resultaban ya creíbles para ella. Sonrió y se colocó la peluca con acostumbrada rutina. Esta noche saldría al escenario y le demostraría a la crítica todo lo que era capaz aquella “vieja”. Les daría un espectáculo que nadie olvidaría. Terminó de vestirse. Le temblaban un poco los labios, así que apuró una botella de whisky antes de salir a escena para infundirse confianza. Se esperaba mucho de ella y ella iba a dar aún más. El espectáculo era su vida. Los aplausos su alimento. Pasaron los minutos. Fuera del camerino el público estalló en una gran ovación. Dentro un mozo colocó un espejo en aquel viejo cuarto que ya nadie usaba.


Usted no necesita nada Sólo los mendigos le miraban directamente a los ojos. No todos en realidad. Tan sólo aquellos que eran mendigos por vocación, los que había elegido aquel estilo de vida de forma más o menos voluntaria. Le miraban y le notaban cercano, como si él también perteneciese a su propio mundo, uno muy alejado del juego de la sociedad del consumo y el dinero. ¿Qué era el dinero? ¿Un símbolo que representaba el mundo material? Nada de eso. El dinero era la libertad, la capacidad de poder elegir entre un millar de opciones sobre uno mismo. Quizás uno no pudiera llegar a ser gracias a él, pero sí que podía elegir lo que hacer. Y no había nada más importante que la libertad para el ser humano. La libertad de ir donde quisiera, adquirir lo que se le antojase, presumir, seducir, desear, lograr. Más difícil aún que conseguir el dinero resultaba saber qué hacer con él, en qué gastarlo. Cuando uno tiene ante sí mismo la infinidad de las posibilidades cualquier mínima decisión resulta abrumadora. Para eso estaban los anuncios. Con engaños más o menos sutiles compraban tu libertad. Te ofrecían aquello que pudieras desear o necesitar. Te enseñaban qué era importante y qué no lo era. Por qué merecía la pena luchar y qué daba un sentido último a tu existencia. Se fijó en uno de ellos situado sobre la puerta de una vieja tienda. “Usted no necesita nada. Entre y compruébelo.” No pudo evitarlo. Entró en aquel lugar que prometía la libertad definitiva. Algo que no podía ni compararse con nada de lo que hubiese visto antes. Se sintió satisfecho con la compra, aunque antes de salir se preguntó si el precio no había resultado muy caro.


Un nuevo comienzo Se despidió de su ciudad, de las grandes avenidas llenas de lujo y miseria, de la prisa de la gente, de todos los errores y los fracasos de su pasado. Se fue de la puta capital a la que odiaba profundamente y se llevó pocas cosas en la maleta. Tenía que tener mar. Quería un nuevo comienzo lejos de todo. En una terraza junto a la playa le parecía como si su vida fuera distinta. Como el tiempo pudiese haberle perdonado para hacer borrón y cuenta nueva, para empezar otra vez. - ¿Ernesto? - ¿Patricia? - ¡Dios!, ¿qué haces tú aquí? ¿Cuánto...? ¿Puedo sentarme? - Claro. No nos veíamos desde... aquel viaje de fin de curso. ¡Qué tiempos! - Sí, parece que hayan pasado varias vidas desde entonces. Aquel viaje fue memorable. Aún me acuerdo cuando nos perdimos y tuvimos que hacer autostop para volver con el grupo. Tuvimos que entrar en aquel garito de mala muerte. Casi acabamos a puñetazos contra el grupo de heavys. - No me lo recuerdes, que todavía me duele recordarlo. - Aquellos eran buenos tiempos. Aventuras, emociones. Tantas cosas por hacer... - ... y tantas que no hicimos. - ¿Qué quieres decir? - ¿No te lo imaginas? - Suéltalo, Ernesto. No me dejes adivinar lo que piensas. - Pensé en decirte de salir. Siempre me has gustado. Pero Paco se me adelantó. Cuando supe que estabais juntos ni me atreví. - Algo sospechaba, la verdad. Oye, ¿conoces ya la ciudad? - ¡Qué va! Sólo me ha dado tiempo a visitar un par de sitios. Este me encanta. Suelo venir aquí a sentir el mar. No imaginas la diferencia con la capital. - Y que lo digas. Bueno, tengo que marcharme, me espera mi marido. Oye, toma mi número. Llámame y si quieres un día podemos quedar los tres. Conozco todos los rincones en los que no dejan entrar a turistas. - Eh... sí, claro. Me parece muy buena idea. Adiós, Patricia. - ¡Hasta la vista, Ernesto! Ha sido toda una sorpresa. Nunca sabes dónde te va a llevar la vida. Se quedó con la vista fija en el horizonte de la playa. Una nueva ciudad, una nueva vida. Apuró el último trago y marchó. Las gaviotas volaban en círculos sobre un mismo punto. Como siempre.


Entre dos mundos - No pensarás salir así a la calle. - ¿Y por qué no? - Pareces una buscona. No es lo que se espera de una señorita como tú. - Papá, ya no soy una niña. Creo que tendrás que acostumbrarte a ello. - Me parece a mí que sólo eres responsable para lo que te interesa. Algún día te acordarás de mis palabras cuando seas mayor y te arrepentirás. - Creo que aquí el único que se arrepiente de no haber vivido eres tú. Por eso estás tan amargado. No me esperes levantado. Llegaré tarde. Marta se despidió con un portazo. Aquella noche había quedado con Sara y El Chino. Marta llevaba tiempo tras él, y por fin había conseguido que le invitase a salir. Irían a una de las macro-discotecas de moda de la ciudad. Ella quería perder la virginidad con él. Le parecía la persona adecuada para algo así. Algo que por otra parte no tenía intención de guardar más tiempo como si fuera un tesoro. Después de bailar y beber fueron a descansar a un reservado. Él fue tierno y gentil. No había prisa. Ella no quiso que él se diese cuenta de que esta era su primera vez. Tampoco hizo falta impostar. Todo sucedió tal y como lo había imaginado. De pronto él sacó algo de un bolsillo. - ¿Quieres? Te sentará bien. Ella de pronto se sintió mal y se disculpó para ir al baño. Allí se encontró con Sara. - ¿Qué tal con El Chino? - Estoy alucinando. Imagina que me ha querido invitar a una raya. ¿Tú sabías que él tomaba? - Claro, todo el grupo las toma. Yo también lo he probado. No es nada extraño. Te lo pasarás bien. Pensé que lo que querías era tener tu primera vez con él. No seas tan aburrida. No es lo que él espera de ti. Marta se quedó pensativa mientras se maquillaba en el espejo. Una lágrima descorrió el rimel y dejó un trazo oscuro por su mejilla.


Lo que de verdad quería Luis no era demasiado mayor, pero sí lo suficiente para saber que un lugar de ambiente no es el sitio adecuado para un par de personas que pretenden empezar una relación juntas. Si estaba en aquel bar de mala muerte era por Mario, para el que aún existía la magia de la novedad después de tantos años de vivir su sexualidad de forma reprimida. Luis creía que quería a Mario, pero lo que de verdad quería es que alguien le hiciese sentir que los fracasos y las frustraciones de todos aquellos años en realidad habían servido para algo. Mario era un osete joven, un cachorro. Demasiado guapo y demasiado inocente. Características que le hacían potencialmente vulnerable en aquel lugar. Había conocido a Luis hace poco y estaban empezando a salir juntos. Lo que en un principio fue algo emocionante y nuevo se había ido convirtiendo poco a poco en u rutina terrible de la que no sabía cómo salir. Mario creía que quería a Roberto, pero lo que de verdad quería era escapar de un compromiso que sabía no sería capaz de mantener mucho tiempo. Roberto era un doble paria. Era colombiano y homosexual, es decir, extranjero y extraño en aquel país. Había perdido la inocencia hace muchos años y había aprendido que el sexo se regía por el principio de agresión, algo que sabían muy bien tantos las prostitutas como los gays. Roberto creía que quería echar un polvo y lo que de verdad quería era echar un polvo. Esperó el momento justo en que Mario se separó de Luis para ir al servicio. Allí le atrapó. Bastaron un par de miradas. Después entraron en un reservado para dar rienda suelta a lo que llevaban tanto tiempo deseando. Mario pensó que aquella no era la manera correcta de hacerlo, pero le resultó imposible parar. Roberto le desabrochó la cremallera del pantalón con habilidad, y el resto sucedió de forma natural entre ambos. Cuando salieron, allí estaba Luis, para el que aquella escena no tenía nada de novedosa. Aquel fue el final de la relación entre Luis y Mario. Mario se marchó llorando de aquel lugar arrepentido, y Luis se quedó bebiendo cerveza tras cerveza para olvidar un fracaso sentimental más en su vida. Roberto por su parte apuró un último trago y se marchó satisfecho. El truco para vivir consistía en darle a la gente lo que creía que quería, lo cual rara vez concidía con lo que realmente quería.


La intención antes de la acción En ocasiones así solía recordar las clases de meditación de los domingos. El estrés del nuevo proyecto se hacía insoportable y un amigo se las recomendó, a pesar de que él nunca había creído mucho en el rollo oriental ni tenía muy clara la utilidad práctica de todo aquello. Se sentaban todos juntos sobre unos cojines en el suelo, cogían una posición cómoda y cerraban los ojos al tiempo que escuchaban la voz pausada del monitor. - Ahora vamos a parar el tiempo con la mente. Ya no hay recuerdos del pasado. Tampoco creamos proyecciones del futuro. Tan sólo existe el ahora. La mente fluye sin ninguna contención. No nos aferramos a nuestros pensamientos. Los percibimos y los soltamos. Prestamos atención a los sonidos que escuchamos: el canto de los pájaros, el ruido de los coches. Y en un momento podemos levantarnos y caminar. Mantenemos los ojos cerrados si nos es posible. Pensamos primero en caminar. Sentimos la intención de dar un paso. Y luego lo damos. Uno tras otro. Bien. Ya podemos abrir los ojos. Abrió los ojos y entró en el despacho. Se sentó en uno de los asientos y esperó. - Gracias por acudir tan pronto Sr. Recio. Sin duda se preguntará por qué le he hecho llamar esta mañana. Lo que le voy a decir nos apena más a nosotros que a usted, pero... Sonó su móvil y tuvo que pararse un momento antes de continuar. - Bueno, ¿por dónde iba? Le comentaba que debido a la situación de crisis que usted conocerá y a unas exigencias por parte de la empresa, nos hemos visto obligados a hacer algunos cambios y siento comunicarle que tendremos que prescindir de sus servicios. No obstante, la empresa guardará su vitae por si en el futuro la situación cambia y podamos volver a trabajar juntos. Paró el tiempo en su mente. Sintió la intención que precedía a la acción. La de estamparle la cabeza a su jefe contra la mesa de madera de teca de su despacho, decirle que el proyecto en el que había estado perdiendo el sueño estos meses era un desastre, los datos no estaban integrados, la definición era escasa y nadie se había parado a hacer un análisis mínimamente decente, que había hecho mucho más de lo que se esperaba de él para no llevarse ningún mérito, que el proyecto era un coladero de fallos que iban a tardar mucho en arreglar si prescindían de él, y que no entendía como alguien tan inepto y con tan pocas miras podías ser jefe de nada. Escuchó el barullo de fuera, el móvil de su jefe que volvió a sonar. Se despidió amablemente y salió de aquel despacho al que por suerte no volvería a entrar nunca.


El camino de la gloria El camino de la gloria es estrecho. Jasón lo sabía muy bien. Estaba acostumbrado a ver alzarse ídolos de masas para adolescentes que tiempo más tarde eran abandonados al más profundo olvido. Él componía canciones para ellos. Canciones de amor y desamor, de rebeldía juvenil y de personas que buscan su lugar en el mundo sin saber muy bien a dónde quieren llegar pero pisando fuerte por donde caminan. Los afortunados que llegaban a lo más alto no estaban acostumbrados a todo lo que la fama podía suponer para un diletante. Muchos se perdían en fiestas de alta sociedad a las que sólo eran invitados mientras su nombre siguiera leyéndose en las revistas de moda. Otros jamás volvían a ser los mismos y su vanidad jamás se recuperaba de aquella montaña rusa. Invariablemente eran pocos los que podían seguir arriba aguantando el tirón y esquivando los empujones de los nuevos aspirantes aún más jóvenes que ellos y con más ganas de pisar a quien tuvieran que pisar para llegar a la cima. Jasón tenía 33 años. Ya no era un adolescente. Pero igualmente sus canciones sabían dar en el punto justo. Parecía estar siempre “en la onda”, como decían ellos. Su música había catapultado ya a muchas jóvenes promesas y por tanto era alguien deseable y deseado en las discográficas. Hubo un tiempo en el que él también tuvo el sueño de la grandeza y se imaginó componiendo canciones para sí mismo y yendo a grandes conciertos repletos de muchachos que gritaran su nombre. Pero a él le daba vergüenza cantar ante la gente, tenía la voz ronca y un tipo que no atraería muchas miradas. Así que pronto abandonó aquella loca idea. Todo marchaba bien, o todo lo bien que puede marchar para alguien que sabe conformarse con lo que tiene. Hasta que conoció a Pasmina. Se la presentó un compañero. Era una cantante salida de uno de tantos concursos de nuevos talentos y según decían, prometía dar muchas sorpresas en su recién comenzada carrera. Jasón que había escrito tantas veces sobre el amor no creía en los flechazos, pero lo que sintió por Pasmina le hizo replantearse muchas cosas. Él compuso varias de las canciones de su primer LP y ella fue número uno durante algunas semanas. El romance pasó a las revistas y sin saber muy bien cómo, se encontró viviendo la vida que de joven tanto había soñado. Su relación era perfecta. Su vida era perfecta. Todo marchaba maravillosamente, salvo una cosa. Ya no era capaz de componer. ¿Quién puede componer canciones cuando no tiene nada que reclamarle a la vida.? Pasmina se dio cuenta y le dejó antes de que aquello arruinase su prometedora carrera. La prensa pronto se hizo eco de la separación. En la discográfica ya nadie quería oír el nombre de Jasón. Lo que más le dolió fue darse cuenta de que durante todo el tiempo no había sido más que un títere de los demás, que nadie le había valorado por su verdadero talento. En una cafetería del casco viejo los jóvenes amantes van a escuchar a un desconocido cantautor que habla del fracaso y la soledad. Dicen que a uno se le ponen los pelos de punta sólo con escucharle, y a veces, cuando algún sorprendido productor se le acerca para ofrecerle grabar un disco, él sonríe con indulgencia y contesta que aquello no es para él.


¿Por qué habría de mentirte? - Pon la cam. - Me da un poco de vergüenza. Estoy despeinada y sin maquillar. - Venga, que no me importa, tonta. Sólo quiero verte un rato. Puso la cam. Era preciosa. Mucho más al natural que en las fotos que se habían estado mandando durante aquellos meses en los emails. Se conocieron en un chat de literatura. Ella estudiaba filología. Él era un poeta frustrado. Pronto surgió la chispa entre ambos. Ella era tímida y muy inteligente. Él apasionado y soñador. Parecía que se conociesen de toda la vida, de hecho habían llegado a un grado de intimidad impensable con aquellas máquinas. Era una especie de fantasía compartida que a los dos les resultaba agradable, y que de alguna manera les sacaba de su soledad y les hacía sentir aprobación ajena. - Siempre supe que eras hermosa. Si te viese por la calle pensaría que vas a intentar cobrarme por tus encantos –ella sonrió con ingenuidad a su comentario. - ¡Cómo sois los escritores! Las mujeres siempre tenemos que hacer el papel de hechiceras o prostitutas en las novelas. Como si nuestro rol se redujese a la seducción. Parece que nos sintamos en inferioridad y usemos lo único que nos da valor a los ojos de los hombres. - Bueno, no siempre es así. Hay ejemplos de mujeres en la literatura que han tomado papeles muy “masculinos”, o de hombres que han ejercido igualmente la seducción. - Sí, pero el papel del seductor masculino es distinto. No es seducción. Es más bien conquista. Como si la mujer fuese un trofeo que uno pudiera ponerse en el traje y del que enorgullecerse ante los demás hombres. - No estoy de acuerdo. Yo no soy así. - Perdóname. No quise decir eso. Por cierto, me gustó mucho la poesía que me enviaste el otro día. Es tan, no sé, es distinta a todo lo que he leído. Parece que fuese yo la chica de la que habla. - Es que eres tú. La escribí pensando en ti. ¿Por qué habría de mentirte? Eres la única persona que la ha leído por ahora. Y tengo otra más por aquí que aún no he enseñado a nadie. ¿Quieres que te la mande¿ - Sí, por favor. Él pudo contemplar la expresión de su rostro mientras leía el poema. Los ojos húmedos por la emoción, los labios temblando mientras declamaba para sí misma. Era la expresión pura de la inocencia. A veces sentía remordimientos por engañarla. En realidad esos poemas fueron escritos para una antigua amante que le partió el corazón y de la que nunca volvió a saber nada. Los rescató del cajón del olvido y les quitó el polvo. Por lo menos así acabarían sirviendo para algo. La conversación siguió un tiempo más hasta que ella tuvo que dejarlo. Internet ya no era lo mismo que hace unos años. Antes unos chavales jugaban a saltar la seguridad de las grandes multinacionales. Luego la red dio paso a las redes sociales donde que se intercambiaban información entre sí. Uno podía sacar ventaja de aquello si era capaz de encontrar lo que otro pudiera pagar por ello. Un escritor famoso, demasiado viejo ya para tener nuevas ideas, y demasiado acostumbrado al horror de la página en blanco, siempre pagaba un


buen precio por las poesías de un joven frustrado y adulador que alimentaba su ego con conquistas fáciles. Le mandó un email: Tengo un escrito más. Los he estado leyendo y creo que son bastante buenos. Cuando el ingreso se haya efectuado, te los mandaré en un fichero adjunto tal y como acordamos.


Daban igual las palabras Hay que poner límites en las relaciones. Se lo había dicho su psicóloga en la última sesión terapéutica que habían mantenido. Las sesiones se estaban empezando a alargar demasiado en el tiempo. Abrigaba la sospecha de que de alguna manera ella trataba de evitar hacerse innecesaria para que él siguiese yendo a las consultas. Eres una persona poco asertiva. Necesitas hacerte respetar por los demás. Lo cual era algo que él ya sabía antes de que ella le explicara lo que significaba aquel palabro extraño. Siempre le costaba encontrar las palabras, y muchas de las veces se arrepentía de las que decía. Por lo que la opción más cómoda solía ir ligada al silencio. Uno se arrepiente de lo que hace, no de lo que no hace. Por lo menos a corto plazo, como ya saben los viejos. El último fin de semana la situación ya había llegado demasiado lejos. Le había sobrepasado. Primero lo intentó por pasiva, dejando sutiles mensajes que le indicasen a su amigo que su compañía ya no era tan grata como antes. Pero fueron ignorados, no sabía si deliberada o inconscientemente. Su amigo no daba señales de querer cambiar la situación, la cual poco a poco iba dando muestras inequívocas de un futuro desastroso y trágico. El problema es que temía ser arrastrado por aquella vorágine desconocida de cosas que no entendía que tampoco quería entender. Así que buscó el número en la agenda del móvil y llamó. Le respondió la voz de su amigo, pero no él. - Ahora mismo no puedo atenderte. Deja un mensaje después de la señal y te llamaré lo antes posible. Mira, hace tiempo que quería hablar contigo y no sabía cómo hacerlo. Sé que estás pasando por malos momentos. Y no es que no me afecte lo que te ocurre, que sí, pero es que lejos de ayudarte tengo la sensación de que mi relación contigo lo que hace es agravar aún más tu situación. No sé cómo ayudarte y me da miedo todo lo que no logro comprender. Así que prefiero alejarme. Quizás si en el futuro la situación cambiase podríamos volver a ser amigos en unos nuevos términos. Esas fueron las palabras que quiso encontrar y que no encontró. - ¡No quiero volver a verte en la puta vida! ¡Olvídame! Eres un fracasado y los demás no tenemos la culpa de ello. Deja de dar pena y hacer chantajes diciendo que te vas a suicidar porque por mí puedes hacerlo. Pero si te vas a tirar por la ventana trata de no caer encima de nadie, no vayas a joderle la vida a otro que no tenga la culpa de tus problemas. Aquí termina nuestra amistad. Adiós. Colgó. Nadie escuchó el mensaje. El agua caliente de la bañera empezó a rebosar teñida de púrpura. Cuando a la mañana siguiente los enfermeros hallaron el cuerpo miraron en los primeros números del móvil y encontraron el teléfono de su antiguo amigo. Como marcaba el protocolo fue el primero en ser avisado tras su muerte. En realidad, daban igual las palabras porque nunca fueron escuchadas. Desde aquel día él fue incapaz de decir lo que pensaba.


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