Índigo no es un color Aquella noche tenía los huevos a reventar. Había sido una semana muy dura y no había tenido tiempo ni de meneármela un poco. La gente a mi alrededor en la discoteca debía de notarlo, porque descubrí a varios tíos que me miraban con poco disimulo el paquete. Me había puesto un vaquero ajustado que me marcaba por delante y por detrás y una camisa nueva verde de cuadros que se ajustaba bien al cuerpo. Me gustaba atraer las miradas de los otros hombres sobre mí imaginando los pensamientos lascivos que tenían conmigo. Era lo bueno de ser un tipo joven y atractivo en el mundo gay. También me había recortado la barba a conciencia y dejado el pelo corto, como a cepillo. Todo estaba dispuesto para una sola cosa. Quería descargar mis huevos como fuese. Todo eran caras conocidas de la noche de Madrid. La misma gente de siempre haciendo lo mismo. Sólo descubrí una cara extraña. Estaba en un grupo de tíos y me miraba con poco disimulo. Un hombre más o menos de mi edad, un poco más grandote, con unos ojos y una sonrisa provocadoras. Parecían decir: sé cómo hacer que un hombre disfrute si es que me dejas. Fui a pedir un whisky para perder mis miedos de acercarme y noté cómo su mirada se clavaba bajo mi espalda en el pantalón. Seguramente me estaba imaginando desnudo, y tengo que decir que se equivocaría, ya que cuando pierdo la ropa gano mucho. Aún así, seguro que le estaba gustando lo que se imaginaba conmigo. Índigo bien podía ser un actor de una película porno por su imaginación, y hasta mejor diría, como podría comprobar más tarde. Pero sus amigos se fueron de la discoteca y no volví a verle aquella noche. Hubo más personas tratando de acercarse y de insinuarse con torpeza, pero había decidido que no descargaría mis huevos hasta volver a encontrar a aquel tipo. Tampoco tardaría mucho, pues al día siguiente le vi en un bar de Chueca con los mismos amigos, pero esta vez fue él el que tomó la iniciativa. Era guapo y simpático sin por ello dejar de ser un tío masculino que sabe muy bien lo que está buscando. Sus pantalones se le apretaban con fuerza al cuerpo y en más de una ocasión pude rozarme con su paquete en la cercanía. Por su sonrisa creo que no le pasó desapercibido. Sabía que mi polla estaba completamente empalmada y gorda luchando por salir del pantalón, así que después de un par de whiskys me invitó a su hostal con la excusa de descansar un poco antes de continuar con la noche. Evidentemente acepté. Cuando subíamos las escaleras él iba delante de mí. Podía notar mi erección contra el pantalón y ver su culo duro y redondo delante mía. Quise fantasear con lo que pasaría después, pero llegamos tan rápido que apenas me dio tiempo a imaginarme nada. En cualquier caso mi imaginación se hubiese quedado corta sin duda. Cerramos la puerta del dormitorio y se puso delante mía a desnudarse al mismo tiempo que yo. Se quitó la camisa y vi que tenía un cuerpo duro y fuerte. Los pantalones cayeron al suelo y vi como su paquete había superado mis expectativas. Cuando quedamos completamente desnudos pude comprobarlo. Con la excitación del momento, ambos teníamos las pollas mirando al techo. La suya se curvaba bien hacia arriba. Y era larga y bastante gruesa. Tuve la necesidad de metérmela en la boca para ver si podía con tal calibre. Y él pareció satisfecho con mi pericia porque después hizo lo mismo con la mía, un poco más pequeña, pero más gorda. Me agarró entonces con sus manos fuertes y me arrastró hasta la cama. Se tumbó boca-arriba con aquel miembro en vertical y sin perder la sonrisa. Sabía lo que debía de hacer para satisfacerle, así que me senté sobre él y me clavé su polla. El capullo me abrió bien el culo y cuando toda su tranca entró hasta el fondo dentro de mi, él lanzó un gemido profundo. Era tan sólo el principio.
Empecé a cabalgar sobre él mientras notaba cómo me agarraba con fuerza del culo a cada embestida suya. Nuestros cuerpos comenzaron a sudar con el ejercicio. Se habían convertido en uno solo. Su polla entrando dentro de mí, cada vez con más brusquedad. Parecía que no podía parar, que no iba a ser capaz de detenerlo. No lo habría hecho. Mientras notaba toda su polla entrando en mí me agarré la mía con fuerza y empecé a meneármela por fin. Imaginaba ambas pollas gordas con la vena llenándose de leche. Los cuerpos eran como una maquinaria imparable. Las manos agarraban con fuerza el cuerpo del otro. El culo se dilataba más de lo que había pensado. Llegó un momento en que Índigo empezó a gemir cada vez más fuerte al tiempo que su cuerpo se tensaba y se arqueaba sobre mí. Su polla había estallado finalmente dentro de mí. Y mientras notaba sus últimas sacudidas mi mano terminó de sacudir mi polla y la leche empezó a brotar como un surtidor sobre su pecho en descargas fuertes y precisas. Estuvimos un tiempo así. Yo con su polla aún dura dentro de mí. Y él sonriendo con mi leche salpicándole el pecho y parte de la cara. Me atrajo con fuerza hacia él y nos besamos apasionadamente aún él dentro de mí, yo sobre él. Fue un beso largo y pasional, como la promesa de un siguiente encuentro. Aún más intenso si aquello era posible. Y con los cuerpos aún sudorosos nos duchamos y nos vestimos, preparándonos para volver de nuevo a la noche de Madrid, hombres buscando a hombres. Descargas de placer y cuerpos insomnes.