El veneno de la ara単a
Jorge Llop - 2006
Lamenta, Penélope herida la quietud de su lecho y suplica en silencio que el orgullo del alba no acalle sus miedos. Alambre son sus dedos, y paciente, en su casa teje incansable su tormento. Nunca se vio más cruel maravilla, ni fue venenosa flor más atractiva, que un corazón mortal atado en su propia tela. Moribundo palpita apenas, y bombea del orgullo el veneno y de los celos la apariencia. Y he aquí que se gira y encuentra entre la ropa del otro una esencia que nunca fue suya, y un cabello. Lamenta, Penélope herida la soledad de su casa, la quietud de su lecho, y la sangre de sus manos, y los pasos de los muertos que regresan.
“¿Quién cree aún en los sueños? ¿Quién conserva aún la inocencia de la juventud frente a esta gris indiferencia? ¿Quién no ha relegado todavía sus ilusiones en pos de tan cruel condena? La vida se muestra voraz, me muestra sus dientes y sonríe satisfecha. Le complace saberme en este trance sin destino ni vuelta atrás. El tiempo no perdonó los errores del pasado. El veredicto fue inequívoco. No hubo camino de retorno. Ya no lo hay. No queda nada que hacer salvo llorar las lágrimas de la amargura y la impotencia. Las lágrimas de la pérdida. La pantalla del ordenador es mi último salvavidas. El refugio donde aún conviven mi soledad y mis recuerdos. Quiero contarlo todo. Quiero desgranar esta trágica historia con cuenta-gotas hasta quedar desangrado. No escribo para conseguir nada con este documento, escribo porque la historia vive en mí y merece ser contada. Porque soy quizás el último testigo de la tragedia. Afuera llueve. Adentro también. En esta solitaria habitación, amortajada ya por el desconsuelo, no queda nada que pueda limpiar sus paredes y cambiarlas de color. Ya no se volverán a escuchar canciones de amor tras ellas. Ya ni la luz de sol cruzará por sus ventanas al amanecer. Porque ya no existe amanecer. Un montón de papeles medio quemados de un diario y los recuerdos que no cesarán de atormentarme hasta mis últimas agonías, son las únicas posesiones que me quedan. Pero quizás es suficiente. Suficiente para reconstruir la verdad y la mentira de todo lo que pasó, lo que quedó en el mito y lo que fue real. Aquello que quedará vedado por el corazón y olvidado por el tiempo. Más no, no permitiré que su recuerdo quede esparcido como cenizas en el mar del olvido. No habrá para ella mejor legado que este libro. Cuento o realidad. Eso al lector no debe importarle. Esta historia es la tragedia de una mujer, de un alma quizás. Condenada por su corazón, atormentada por sí misma. Es la tragedia de Penélope, la luz que guió mis únicos pasos certeros en la vida. De cómo la conocí, la admiré y la investigué. Porque, oh sí, esa fue mi gran desdicha. Averiguar qué oculta el fondo de un corazón puro. Cuanta maldad es
capaz de depositar la bondad en los infinitos recovecos del alma, disimulada por capas y capas de mentiras y justificaciones. De cómo creció goteando veneno hasta sus últimos latidos. De cómo tejió cuidadosamente la telaraña en la que ella misma iba a quedar presa. De cómo su veneno acabaría en mí. Ahora lo siento correr por mis entrañas, arañar los últimos resquicios de esperanza, atormentarme con el precio que fue pagar tan maravillosa musa para mí. Ahora me acompañará siempre, y con él, hasta los últimos instantes en que ose imaginarla, me someterá y purgará, me condenará y redimirá. Esa es mi sentencia. Pero estas palabras, que no están sino escritas con la misma sangre, con el mismo veneno, son las que dejarán impronta inequívoca del bien y el mal en un mismo corazón. Sea el lector quien intente juzgar todo lo que ocurrió.” Damián Torres
“Todavía recuerdo el año que la conocí. Lo recuerdo como si fuese ayer, y sin embargo, la eternidad ha pasado varias veces desde entonces. Yo repetí curso por primera vez en mi vida. Un leve indicio de que mi existencia estaba a punto de tomar otro rumbo. En realidad, después de ese curso nada volvería a ser nunca como antes. La vida se me mostraría con otros ojos y entendería el amor con la profundidad y la crudeza de aquello que es cierto muy por encima de los ideales humanos. Pero eso yo no lo sabía.” Las clases de la universidad de medicina de la Universidad Autónoma de Madrid solían ser largas y monótonas. O eso le parecía a Damián. Lo único que hacía distinguir el inflexible tono de voz del profesor del murmullo de las revoluciones de una lavadora eran sus pequeños e irónicos incisos acerca de los comentarios que hacían sus alumnos. Damián se preguntó si hasta aquellos comentarios no estarían preparados de antemano junto con el resto de la clase. Todo en fin daba la sensación de un orden y un método indiscutibles. Como si el hombre hubiera dominado muy por encima a la naturaleza. Como si el hombre la usara y no dependiera de ella en absoluto. Pero había algo en esas clases que hacía que mereciesen la pena. Más que algo había alguien por el que Damián prefería estar allí en vez de tirado en el césped o charlando con alguien en la cafetería. Unas filas más adelante, en el grupo de pupitres de la derecha, se encontraba Penélope. Su larga melena negra como el ala de un cuervo se confundía con la cazadora de cuero que enía colgada de su silla. Atendía a clase como si realmente ya supiese todo lo que el profesor iba a explicar mucho antes de que hablase, como si realmente le estuviera evaluando a él, en vez de al contrario. Con una mano se sujetaba delicadamente la barbilla, mientras que con la otra jugaba con el bolígrafo entre sus dedos. Aquellos dedos que parecían hechos de alambre y seda, de pétalos y espinas. Aquellos dedos que tejerían el destino de Damián muy lejos de todo aquello. Su rostro era de una perfección canónica. Tenía la nariz un poco más larga de la media, pero lejos de afearla, le confería una especial personalidad. Así era Penélope. Sabía cómo convertir los pequeños defectos en grandes virtudes. Sus
ojos tenían un brillo propio. Negros e insondables, y al mismo tiempo dotados de un misterio infinito. Ojos en los que uno podía perderse irremisiblemente. Un cuerpo esbelto y elegante. Ni demasiado voluptuoso para atraer todas las miradas, ni demasiado estilizado como para confundirla con una modelo. En la sencillez se encontraba su virtud, en el equilibrio de formas y pasiones se escondía su encanto. Para Damián no había mejor musa. Y sus labios. Usaba un pintalabios de color oscuro. Sus labios eran pues como un agujero negro donde convergían todos los deseos y anhelos de Damián. Aquellos labios que sólo eran besados en la imaginación y los sueños, aquellos que susurraban promesas de desenfreno y serenidad por igual. Aquellos que por más que quisiese nunca serían olvidados. Si Damián había sentido alguna vez la pasión del amor en su vida, debió ser un pequeño adelanto de lo que sentiría con aquella mujer. Un preparativo de la grandeza que le estaba deparada. Ni siquiera había hablado con ella y tenía la sensación de que cada una de sus palabras sería perfecta. La adoraba aún sin conocerla. Y no recordaba muy bien cómo, pero era una sensación que tuvo desde el primer momento. La certeza de conocer a alguien al que sabes que te ha unido algo más que el destino. En verdad, la vida de Damián había cambiado desde que la conoció. Al principio fueron pequeños indicios que no logró descifrar. Pero cuando apareció ella se hicieron evidentes. Desde que se dedicaba a contemplarla en aquellas clases, un poco detrás de ella, siempre sin ser observado, no había parado de pensar en un poema que pudiese plasmar toda aquella belleza, en su forma más básica y primitiva, en su cruda esencia. El poema en sí era un símbolo, algo irrelevante. Damián había tenido un expediente académico intachable hasta este año. Era como si su vida hubiera estado premeditada de antemano mucho antes de que él naciera. No recordaba por qué había empezado a estudiar medicina, ni recordaba cómo había hecho para llegar hasta aquí curso tras curso de indiscutible disciplina. La vida siempre le había parecido algo sencillo, simple y superficial. Algo que uno podía controlar de
forma fácil mediante la voluntad. Estudiar, terminar una carrera, buscar un trabajo que te ocuparía la mayor parte de tu vida, ganar dinero, ascender, ganar más dinero, encontrar alguien tranquilo con el que compartir los ratos frente al televisor y los paseos por el campo, tener hijos, cuidar de ellos, educarlos, hacer que la rueda gire una vez más, una vez tras otra, imparable. Pero hace poco tiempo el maravillosamente ordenado mundo de Damián había empezado a temblar. Los libros empezaron a devorarlo, lo atrajeron a mundos de posibilidades que hasta ahora habían permanecido dormidas en su mente. La vida empezó a mostrarse con una densidad y complejidad infinitas. Pasaba noches enteras sin dormir tan sólo leyendo en su pequeña habitación, para descubrir los primeros rayos del amanecer antes de haberse acostado. Era una sensación rara la de estar despierto cuando sabes que todo el mundo está dormido, ausente a la realidad. Damián había empezado a cuestionarse cosas que hasta ese momento le parecían realidades absolutas. Se había cuestionado hasta el hecho de que pudiese existir una realidad absoluta, única y certera que el hombre pudiese aprehender para sí. Incluso había empezado a caer en una especie de crisis existencial y a comenzar a preguntarse por el sentido de la vida, o al menos, por el de la suya propia. Y en medio de ese caos violento, en medio de esa vorágine de dudas y caminos infinitos, apareció Penélope. Era como si ella escondiera todos los misterios del universo dentro de sí, era como si al estar cerca de ella realmente ellos no tuvieran importancia. Parecía como la luz de una estrella distante, tan brillante y al mismo tiempo tan lejana. Damián había empezado a sentirse inspirado por ella, por toda el aura de personalidad que emanaba a su alrededor. Y había empezado a escribir. Fue en ese momento cuando supo, o mejor dicho, cuando no supo qué demonios había estado haciendo hasta ese momento en la vida. Empezó a abrir puertas cerradas en su mente, a revolver todos los rincones y recovecos de todos sus sueños y fantasías, de todos sus anhelos y pasiones. Fue como abrir la caja de Pandora. Empezó a fallar en las clases, su rendimiento disminuyó considerablemente y empezó a tener discusiones en casa con sus padres, se alejó de su grupo de
amigos que le empezaron a mirar como si fuese un bicho raro, y él siguió absorto, cada vez más y más encerrado en su mundo interior, en su paraíso particular que había empezado a conformar poco a poco y que tenía visos de no dejar de crecer nunca. Pareciese como si su único vínculo con el exterior, como si la única señal de referencia fuese aquella mujer. Y aunque despreciaba cada vez más la vida real, la de aquellos seres grises que se movían como autómatas, con la misma fuerza amaba a aquel ser que parecía tan distinto a todos, tan insondable y misterioso. Por momentos temía acercarse y simplemente presentarse y saludar. Temía que aquel ser idealizado se volviera de carne y hueso, gris e indiferente. Prefería mantenerlo en su imaginación, embalsamarlo en sus recuerdos cuando ya no estuviera, y conservarlo así por siempre. Otros momentos, sin embargo, deseaba conocer hasta los últimos detalles de su vida, descifrar las pequeñas ruedas dentadas que la impulsaban a levantarse cada día y que la hacían llegar hasta aquel pupitre. Aquel dos filas más adelante, un poco a la derecha, justo en medio de... - Sr. Torres... Usted que parece estar tan atento en clase, ¿podría repetirnos los tres pasos que se deben dar para auxiliar a un paciente en el caso de una parada cardiaca? - ¿Eh? ¿Yo? Esto... ¿una parada cardiaca? Eh... - Excelente sr. Torres, pero no hacía falta una demostración. Sólo queríamos la respuesta. ¿Alguien puede ayudarle? Damián sintió enrojecer por momentos cuando todas las miradas se clavaron en él. Al profesor casi parecía gustarle poner en este tipo de situaciones a sus alumnos. Volver a la realidad cuando uno estaba tan lejos del suelo siempre resultaba cuanto menos algo mareante. Alguien pareció responder y romper la tensión del momento. - Masaje, entubación y medicación. - Muy bien Srta...
- Penélope. - Muy bien Srta. Penélope. Y ahora que todos hemos vuelto al mundo real, aprovecharé para comentar las notas del último parcial. Prepárense porque creo que a alguno sí que le va a dar un paro cardiaco en cuanto las oiga. Penélope volvió la mirada hacia Damián y le regaló una sonrisa divertida. Era la primera vez que le miraba desde que la conoció. Hasta ese momento pensaba que era un mero espectador, un ser invisible que no existía para el mundo. Se quedó petrificado como una estatua de sal y ni siquiera escuchó al profesor cuando le dijo que había suspendido el examen. Tampoco le importaba. “Las puertas del cielo se me abrieron cuando me di cuenta de que ella se había fijado en mí aunque fuese de forma casual. Las puertas del cielo y el camino hacia los infiernos. Pues desde aquel momento mi vida iba a estar regida sólo por una obsesión, la de llegar a conocer y descubrir todo acerca de aquella mujer. Y de la misma manera que el camino a los infiernos fue asfaltado de buenas intenciones, también lo estuvo mi vida. Si en aquel momento hubiese sabido todo lo que me esperaba creo que aún así hubiera seguido adelante. Tal es la fuerza de las pasiones que trascienden el espíritu.”
“Pero para entender el corazón de Penélope tendríamos que remontarnos unos cuantos años en el tiempo. Cuatro para ser más exactos. Cuando ella no era aún el complicado amasijo de encuentros y desencuentros, cuando la vida aún era fácil y sencilla. En la vida todo está enredado con todo. Nada sucede de forma independiente ni casual. Todo obedece a un complejo sistema de acciones y reacciones, de causas y efectos, de fuerzas y resistencias. Desenredar las causas que convirtieron a Penélope en lo que yo descubrí, sería una labor demasiado compleja para cualquiera. Sin embargo, durante el último curso como estudiante en el instituto, antes de entrar en la universidad, sucedieron cosas que merece la pena mencionar.” Era la salida de una de las últimas clases de aquel último curso. Faltaban pocos días para los exámenes de selectividad y se respiraba un ambiente de tensión y alivio. Tensión porque sobre la cabeza de todos los alumnos pendía la certeza de que su futuro se decidiría en esos pocos días, y de alivio por dejar atrás una etapa más en sus vidas. En medio de la marabunta de personas se encontraban dos amigas que ignoraban lo cerca que estaban sus vidas de separarse. Los acontecimientos que ninguna de las dos podía prever, las alejarían de forma irremisible a mundos dispares y lejanos. Ahora caminaban hacia sus respectivas casas sumidas en una conversación, ignorantes de los envites del destino. Alicia llevaba el peso de la conversación. Se podría decir que casi era un monólogo dirigido por ella. Vestía según la estética siniestra, lo cual la hacía destacar en aquel grupo de personas. Sus ropas de color oscuro, sus múltiples piercings por todo el cuerpo y el rostro, su pelo alborotado de forma imposible y un tatuaje en forma de símbolo pagano en uno de sus brazos dejaban pocas dudas al respecto. Pero esa era sólo su apariencia. Alicia era una luchadora de causas perdidas, una comprometida con las injusticias sociales. Aunque en el mundo de Alicia casi cualquier cosa era digna de ser considerada una injusticia. Alicia vivía creyendo en sus propios ideales, sintiendo que el mundo alrededor era hostil y opresivo, y que la lucha era la única forma digna de
resistir. Era quizás ese odio por el mundo lo que la hacía tan amiga de Pe. Penélope, o Pe como solían llamarla, era mucho más pragmática y realista. Vestía sin preocuparse de las apariencias y llevaba unas grandes gafas que le daban un aire ligeramente intelectual. Solía pensar que las chicas que perdían el tiempo arreglándose el pelo o maquillándose, harían mejor en estar leyendo algún libro. Así pues, en contraste con Alicia, el aspecto de Pe era insulso y del montón. Era la típica persona a la que no recordarías aunque hubieses pasado varias veces delante suya. Justo lo que Pe quería conseguir. Le gustaba pasar desapercibida y que nadie se fijara en ella. Las relaciones sociales eran demasiado incómodas y banales. Aguantaba los insufribles monólogos de Alicia con una especie de condescendencia y de vez en cuando hacía algún comentario que solía ser acertado. Pe era inteligente, más que la media, y lejos de ser una bendición, eso la situaba en una posición de lejanía con el resto de la gente. - Pues no lo entiendo. De verdad que no. ¿Por qué coño tienen que privatizar las universidades? - Alicia, vives en un país... - Claro, es como si de repente ahora la educación la tuviera que dirigir un empresario que tan sólo piensa en sí mismo y en cómo conseguir más y más dinero explotando a los demás. Sólo falta que ahora pongan la religión como asignatura obligatoria o que los curas... Alicia quedó un momento callada como sumida en sus propios pensamientos. Tenía la manía de dejar las frases a medias, tanto las suyas como las de los demás, como si uno tuviera que adivinar qué es lo que vendría después. Pe la dejaba hablar sin interrumpirla en esos casos hasta que su verborrea se agotaba por sí sola o cuando era la propia Alicia la que llegaba a contradecirse con su discurso. - Pues no pienso dejar que nadie me maneje a su antojo. ¿Y por qué tiene que haber un examen de acceso a la universidad? Como si fuéramos ganado. Creo que trataré de entrar en la facultad de filosofía, o en la de... uhm, no estoy segura. ¿Tú qué vas a hacer, Pe?
- Quiero estudiar medicina. - ¿Medicina? Uhm... sí, también podría ser interesante. Te imagino con un vestido blanco matando a tus pacientes con inyecciones de morfina como en aquella peli... en la que vimos cuando... - He, más de alguno seguro que se lo merece. - Sí, el profesor de mates. ¿Tú te crees? Me ha suspendido con un 4’5. ¡Con un 4’5! Eso es un suficiente de toda la vida. - Te ha suspendido porque te pasas sus clases mandando mensajes por el móvil. - ¿Y qué culpa tengo yo de que sean tan aburridas? Si ese tío no sabe dar clase que se dedique a otra cosa. Seguro que hay muchos trabajos en los que podría encajar. Como uhm... o... - Alicia, a veces parece que vives en el país de las maravillas. La mayor parte de los facultativos no tienen ni idea de cómo dar una clase. Muchos apenas se preparan las lecciones, sólo les preocupa tener un trabajo cómodo con el que llegar a fin de mes y les aburre tratar con gente de nuestra edad. Los pocos bohemios a los que realmente les preocupa la enseñanza y los alumnos viven con los pies tan alejados del suelo que casi mejor no hacerles mucho caso. No, si quieres llegar a alguna parte en esta vida tienes que hacerlo por ti misma. Alicia se quedó pensativa. Le solía ocurrir en las pocas ocasiones en que Pe decía más de una frase seguida. Pe se preguntaba a veces cómo dos personas tan distintas habían llegado a ser amigas. En cierta forma eran antagónicas. El gris realismo de Pe contrastaba con la ligereza de ideas de Alicia. Pero Pe sabía la respuesta. Ambas eran personas que les gustaba vivir alejadas del resto del mundo. Alicia culpaba a todo lo demás y Pe simplemente prefería no tener mucho trato con nadie. En el instituto eran una pareja frikie y la gente solía murmurar en voz baja cuando ellas ya no podían escucharles. Alicia cansada de pensar decidió cambiar de conversación. - ... ¿Y vas a ir al botellón? Porque sabrás que Miguel y
todos los demás van a organizar uno antes de selectividad. Yo al principio no iba a ir, pero mira, a la mayoría de ellos no volveremos a verlos cuando termine el instituto y creo que merece la pena. A fin de cuentas... - No, no creo que vaya. No me gustan esas cosas. Bueno, yo me marcho por aquí. Ya nos veremos. - ¡Hasta la vista, Pe! Piénsatelo, puede ser divertido. Ambas amigas se alejaron. Pe dudo en ir a casa de sus padres donde estaría su madre, más parecida a una muñeca de trapo que a una persona, y su padrastro que no dejaría de atormentarla con toda la frustración que había acumulado con el transcurso sus malgastados años. Dudó si encerrarse en su cuarto leyendo algún libro o quedarse en el salón viendo la tele con unos tapones en las orejas. Entonces recordó la invitación que le había hecho su tía Margarita antes de morir hace unos años. Le dijo que si alguna vez lo necesitaba, podía usar su antigua casa como si fuera suya. Pe buscó en uno de sus bolsillos la llave del piso de su tía. Las pequeñas decisiones siempre eran las más difíciles.
57 “Voy a empezar a escribir este diario. Desde que entré en casa de la tía Margarita han sucedido un montón de cosas que me temo puedan hacerme perder la cordura. Así pues, voy a intentar escribirlo todo para que este diario pueda ser la pizarra donde tratar de descifrar lo que [...] Temo que Margarita hubiera perdido el juicio en vida. Eso explicaría todas las cosas que pude encontrar allí en su casa. Sólo una mente enferma podría dar utilidad y explicación a todo lo que allí encontré. Y sin embargo, tengo el recuerdo de mi tía como una persona sensata y tranquila. ¿Qué pudo llevarla a ese estado de demencia? Eso lo ignoro. Prefiero ni siquiera investigar todos los hechos acerca de su misteriosa muerte. Dudo que nadie de la familia pudiera ayudarme a descifrar el misterio. [...] y sin embargo, siento la atracción de averiguar hechos del pasado de mi tía. Creo que esta noche volveré a la habitación a leer algunos de los libros que encontré. No sé si estoy adentrándome en lugares donde no haya vuelta atrás. Si creyera en algún tipo de dios rezaría por mi alma, pero hace tiempo que dejé de creer en nada.” P. La cerradura sonó con un chirrido seco, como si no hubiera sido abierta en mucho tiempo. Penélope suspiro al descubrir que por lo menos la electricidad funcionaba en aquella vieja casa. Sin duda, nadie de la familia se había molestado en volver a entrar aquí después de la muerte de su tía, pues todos los muebles estaban cubiertos de polvo y se podían ver algunas telarañas por las esquinas. A Penélope eso no le preocupó lo más mínimo. El ambiente era mucho menos tétrico que en casa de su madre. Había una pequeña chimenea que seguramente ya no funcionase y varias estanterías llenas de libros. Tía Margarita era muy aficionada a la lectura. Penélope recordaba las veces que se había quedado en su casa y ella le había leído cuentos hasta que se dormía. Ojeó algunos volúmenes con cierta nostalgia al recordar su vida cuando los leyó hace muchos años. De alguna manera aquellos libros eran como canciones que hacían rememorar ciertos momentos de su vida. A Penélope no le gustaba ningún miembro de su familia,
pero tenía un buen recuerdo de su tía. Pe había sido siempre su preferida entre todos. Y no recordaba muy bien por qué, pero cuando era pequeña había pensado que era la única persona cabal de toda la familia. Se había formado un extraño vínculo entre ambas. Y aquellos libros que envolvían toda la estancia eran de alguna forma el legado que había quedado entre ellas. Pe recordó el funeral al que tuvo que asistir. Sin embargo, la muerte de su tía siempre estuvo envuelta en un gran misterio. Unos decían que había sido un cáncer que ella misma se negó a tratar, otros rumoreaban que estaba loca y en su delirio se había suicidado una noche. Ninguno parecía estar seguro. Tampoco fue algo que pareció importar a nadie. Tía Margarita no tenía ninguna herencia digna de mención y había establecido pocos lazos sentimentales con ningún miembro de la familia salvo con Pe. Así que el funeral pasó como una mera formalidad. Penélope dejó la mochila en una mesa y sacó varios libros para estudiar. Los exámenes de selectividad estaban al caer y, aunque ella había pasado todos los controles con buena nota, prefería asegurarse la nota que iba a ser la definitiva para entrar en la carrera que había elegido. La nota que podía decidir gran parte de su futuro. Pronto las palabras y las formulas, las tablas de elementos químicos y las frases de antiguos filósofos se volvieron grises y sin sentido, y Pe empezó a caminar de una lado a otro de la habitación curioseando la estantería de libros. Se paró por un momento en uno que solía ser el preferido de su tía: “La Odisea”. Le gustaba hacer similitudes entre el personaje mitológico que llevaba su nombre y su sobrina preferida. Aunque lo cierto es que Pe nunca encontró ningún parecido con él. Movida un poco por la curiosidad y un poco por la inercia lo abrió por una página que estaba marcada. Un capítulo en el que se hablaba de cómo la Penélope del cuento destejía el mismo sudario que tejía por el día antes de esperar a su gran amor. Pe se fijó en que al final del hilo que hacía de marca-páginas, había anudada una llave con el mango en forma de un trébol. En esa misma página había un mensaje al margen escrito con tinta: “Para mi pequeña.” Así era como le gustaba llamarla. De pronto recordó
aquella llave. Correspondía a la “habitación de invitados”, a aquella habitación a la que nunca nadie entraba, ya que tía Margarita nunca tenía invitados. Una vez Pe le preguntó si odía entrar a verla. “Algún día, pequeña. No seas impaciente. Algún día la verás.” El corazón le dio un vuelco y caminó corriendo hacia el final del pasillo donde se encontraba la habitación. Metió la llave y por un momento pareció no encajar, pero finalmente la puerta se abrió con un ruido sordo. La luz no llegaba hasta aquel lugar, o bien la corriente eléctrica se había estropeado. Así que Pe regresó a la habitación con una vela en la mano. Cuando entró tuvo que apartar varias telarañas a su paso. Lo que vio la horrorizó en un primer momento, pero más tarde despertó su curiosidad. La habitación estaba llena de libros, libros que Pe nunca había visto antes. También había un montón de alambiques, probetas y tubos de ensayo en lo que a otros ojos habría parecido un laboratorio de química. Pe sospechaba desde el principio que no se trataba de eso. Junto a un montón de frascos con sustancias imposibles de descifrar, Pe ojeó un montón de libros de demonología, artes oscuras, diversos métodos para averiguar el pasado y el futuro, y otros que ni siquiera adivinaba a averiguar de qué trataban. Para Pe no había muchas dudas. Su tía había sido una bruja. O más bien había creído serlo. Para Pe todas esas cosas no eran más que un conjunto de superchería y mitos sin ninguna base real. Pe no recordaba en qué momento su tía había podido perder el vínculo con la realidad y se había empezado a interesar en todas esas cosas. Un escalofrío le ecorrió la espalda en aquel lugar, como si el propio espíritu de su tía Margarita pudiese estar presente. Penélope metió sus libros en la mochila y salió de aquella casa decidida a no volver a entrar nunca más. “La magia no existe. No recuerdo las veces que me lo he repetido. Sólo alguien desquiciado podría dar veracidad a todo el cúmulo de supersticiones y razonamientos sin ningún fundamento sólido en que se basa. Sin embargo, mi tía nunca adoptó ningún comportamiento extraño ni psicótico. Fue el único miembro de la familia que parecía ostentar un poco de
cordura y tener los pies en el suelo. [...] espero no estar siguiendo los mismos pasos que mi tía. Sólo los infiernos saben cuáles fueron las circunstancias reales que acompañaron su muerte.”
“Cuando la conocí por primera vez, quiero decir, cuando pude hablar con ella por primera vez, pensé que había algo de bruja en ella. La expresión serena de sus ojos, su enigmática media sonrisa o la forma decidida en que movía sus dedos para coger el café, me hicieron sentir como hechizado de alguna manera. Había algo enigmático en aquella mujer, algo que la hacía distinta del resto de la gente. Qué desconocidas artes había aprendido es algo que ignoro. Pero el conocimiento, así como el pensamiento, nunca son bienes gratuitos. Es probable que ella misma hubiese pagado un alto precio por estudiar aquello que más a menudo es oculto que conocido, por la sabiduría que más a menudo está ligada a la superstición que a la lógica de nuestros tiempos. Aún recuerdo la vorágine de sentimientos confusos dentro de mí en aquella tarde en la cafetería...” La cafetería de la universidad era un murmullo continuo de miles de ininteligibles conversaciones. Al lado de la ventana dos amigas comentaban las respuestas del último examen, el cual había sido una evidente criba de gente y las había dejado suspensas a ambas. Un chaval gordito pedía un bocadillo y una palmera de chocolate, aquellas palmeras que se habían hecho famosas por su precio y tamaño entre los adictos al dulce. Al fondo un grupo de chicos y chicas se preparaban para la última fiesta, una que se organizaba en protesta contra el racismo y la xenofobia. En realidad el motivo daba igual, cada jueves se organizaba una fiesta con las razones más diversas y dispares. Una chica con rastas de varios colores colgaba un cartel sobre un evento de una asociación de gays y lesbianas de la universidad. Justo al lado de una chica morena que sostenía distraída una taza de café con una sonrisa divertida en los labios y le hacía una seña a Damián para que se acercara. Damián dudó al reconocer a la chica. Era Penélope, su compañera de clase. Por un momento le temblaron las piernas. Se miró a sí mismo como dudando ser el objetivo del ademán de aquella muchacha. Damián era bajito y algo regordete, nunca había sido demasiado bueno en ningún deporte, tenía una perilla que le daba un aire bohemio y una cara que el único atractivo que desprendía era un poco de ternura. No es
que Damián nunca hubiese ligado con alguna chica, pero era consciente de sus capacidades, y esa chica las superaba con creces. La autoestima nunca había sido una virtud suya y tuvo que hacer fuerzas de flaqueza para conservar el porte andando en dirección a Penélope, lo cual a ella le debió resultar más divertido que sorprendente por la expresión de su rostro al verle llegar. Damián se sentía poca cosa, se encontraba como intimidado por aquel cúmulo de sensualidad y saber estar que desprendía su compañera. Y de pronto hubo preferido haber cuidado más su aspecto exterior que todos los mundos y los pájaros que siempre merodeaban por su cabeza. Penélope inclinó la taza de café como pidiéndole a su compañero que se sentase. Por un momento sus mir adas se encontraron, pero Damián no tardó mucho en desviar la vista hacia la ventana donde se podía ver el césped de la universidad. Penélope se dio cuenta en seguida de su posición de superioridad con aquel chaval tan tímido y no dudo en ser la primera en romper el hielo. - Ese profesor es un gilipollas –comentó Penélope haciendo como que miraba para el mismo sitio que Damián -. Le gusta reírse de sus alumnos. Estoy segura de que en el colegio debía tener algún mote horrible que le dejó traumatizado. - ¿De quién hablas? - Del profesor de cardiología, el que se dio cuenta de que no estabas atento en clase. El mismo que te ha suspendido el último parcial. Aunque la verdad es que sólo han aprobado seis en clase. Otro síntoma más de su evidente frustración. - Ah, sí. Es cierto –respondió Damián como si acabara de caer al suelo-. En realidad no pude estudiar mucho para ese examen. No esperaba haberlo aprobado. - Ya. Penélope calló. Era uno de esos momentos en que el silencio cobraba vida. Los ojos de Penélope parecían escrutar más allá de lo evidente, como si pudieran por momentos entrar en los herméticos y caóticos mundos de la mente de su
compañero. Por extraño que parezca, Damián no se sintió impresionado, sino que se dio cuenta de que por primera vez alguien parecía interesarse en algo más que lo meramente aparente, como si alguien pudiese comprender aquello que ni él mismo comprendía. >> Estoy segura de que no es por falta de capacidades que suspendes. Creo que tus talentos luchan contra ti para que no los desperdicies en lugares donde nadie puede verlos. Y yo sí que puedo verlos. Te lo aseguro. No eres tan hermético como piensas. Damián balbuceó algo por toda respuesta. Era la primera vez que alguien le hablaba con esa franqueza y sinceridad. Estaba acostumbrado a las terribles vueltas y revueltas de la gente para llegar a decir no aquello que querían decir, si no lo que pretendían que tú oyeras. Sin embargo, Penélope hablaba con la transparencia de aquello que no requiere filtros ni recelos, de aquello que puede considerarse cierto sin temor alguno. Como para desviar el tema de conversación, Damián observó que Penélope llevaba un libro junto con su carpeta y le preguntó por él. >> Míralo tú mismo. Creo que también te gustará, si es que no lo has leído ya. –dijo ofreciéndole el libro. Damián lo cogió. El libro no lo había leído nunca. Era una especie de versión moderna sobre La Bella y La Bestia estilo gótico en la que, al parecer, todo terminaba de forma trágica entre ambos. Ojeó algunas páginas y vio marcada una en la que La Bella juraba venganza contra unos matones que la habían violado. La página estaba marcada con el flyer de una discoteca que Damián conocía de oídas. Tomó apunte mental del nombre de la discoteca antes de cerrar el libro y devolvérselo. Penélope sonrió divertida. Se sentía cómoda al lado de Damián, como si no tuviera que temer nada de aquel chaval desangelado y extraño. Damián sólo era peligroso para sí mismo, quizás ni siquiera para él. Y sintió algo de lástima cuando la campana anunció el comienzo de la próxima clase. Penélope se despidió de él, no sin antes pedirle su
número de teléfono “por si acaso”. Damián dudaba que ella fuera a llamarle nunca, pero no pudo rechazar aquel ofrecimiento. Se quedó un rato mirando como aquella mujer se alejaba poco a poco de la cafetería y se acercaba poco a poco algo más a su corazón.
“¿Qué es el amor? ¿Cuál es el verdadero significado de una palabra tan desgastada? El amor es tan sólo una alteración hormonal dentro de nuestro cuerpo. En realidad nada diferente de la que pueden provocar las drogas o la atracción sexual. Y personalmente, pienso que no está muy por encima de estas dos anteriores. ¿Por qué la gente sigue sufriendo por algo tan absurdo es algo que escapa a mi razón? Si [...] Y sin embargo, siento que por primera vez he debido sentir algo parecido. No sabría describirlo con términos científicos. Creo que es algo que escapa a toda explicación racional. Quizás debiera buscar su razón en otros libros, en otras sabidurías. Me siento plena y llena de vida como nunca lo he estado, y en cambio, también me siento débil y vulnerable, como si alguien pudiera en estos momentos traspasar mi alma en dos y desgarrarla completamente. Mucho me temo que [...] [...] pues dicen que el ser feliz es aquel en que todo es esperanza, y el desdichado aquel en que todo es recuerdo. Desde ahora siento que sólo me quedan esperanzas, por muy fútiles que sean, de llegar a él.” Después de la extraña visita a la casa de su tía, Pe no recordaba muy bien cómo se había dejado convencer para asistir a uno de aquellos botellones. Nunca había ido a ninguno y la idea de estar entre tanta gente sin tener nada interesante que decir, tan sólo bebiendo y tratando estúpidamente de ligar los unos con los otros, no le seducía demasiado. Para colmo, Alicia, su única amiga, había empezado hace más de diez minutos una conversación con una chica rubia, que fingía bastante mal tener interés por lo que decía, y que parecía no tener visos de acabar en un buen rato. - ... y ahora sólo falta que entre un partido de derechas en el poder y nos prohíba los “botellones”. No, si no me extrañaría nada... Así pues, Pe se encontraba rodeada de gente, muchachos adolescentes de todos los lugares y todas las condiciones posibles. Y sin embargo, no podía sentirse más sola. Bebió otro trago de un mini de kalitmocho que alguien le había pasado hace un buen rato y se lamentó de que toda su
inteligencia no fuera capaz de disminuir un ápice la soledad en que se encontraba. Lo que hizo fue lo mismo que hacía siempre. Se resignó a su circunstancia despreciando todo aquello en lo que no podía encajar y miró con desagrado a un grupo de borrachos que merodeaba por ahí cerca. En realidad ella había bebido casi tanto como ellos. Allí sola, sin hablar con nadie, lo único que había estado haciendo después de cansarse de observar a su alrededor, era tratar de conseguir que el alcohol pudiese si no solucionar, al menos disimular la apatía del momento. Pero por más que lo intentaba, el alcohol no maquillaba de ninguna manera el escenario. Lo más estaba empezando a sentirse bastante torpe manualmente y no imaginaba si sería capaz de tener una conversación medianamente fluida, por lo que no supo qué decir en cuanto uno de los chavales del grupo se le acercó para ver si se encontraba bien. - Sí, eh... sólo estaba tomando un poco el aire, es que... uf... qué mareo... Tomás, pues así se llamaba su compañero de clase, un tipo grandote del equipo de baloncesto de la escuela, la agarró suavemente del brazo, al menos todo lo suavemente que puede hacerlo alguien que pesa el doble que tú y está acostumbrado a hacer placajes al equipo contrario. - Ven, deja ese mini. Ya has bebido mucho. - Bueno, eso lo decidiré yo. Suelta –respondió Pe derramando la mitad del líquido sobre su vestido-. Mira lo que has hecho. No, no me apetece estar con los demás. Estoy bien aquí. Tomás la soltó y la miró a los ojos, cosa que evidentemente Pe, en el estado en el que se encontraba, no pudo hacer por mucho tiempo. - Llevas más de media hora sola. Tu amiga ha decidido dejarte y ahora está hablando con otra gente. Algunos se preguntan si te pasa algo. No eres un ser aislado. Deberías integrarte con el resto. Pe le miró con suspicacia. Por un momento en su estado
de embriaguez Tomás le pareció una mezcla del indio de “alguien voló sobre el nido del cuco” y el maestro Yoda. Hablaba con frases cortas y concisas como si le costara fabricar construcciones más elaboradas, pero Pe se dio cuenta de que lejos de convertirle en un ser simple, le dotaba de una lejana sabiduría, pues el contenido de sus frases decía exactamente lo que quería decir, algo que Pe no esperaba encontrar en un compañero de su misma edad. Se sintió de alguna manera conmovida - No. Gracias. Pero me voy a quedar aquí. ¿Ves a aquel chico de allí? Lleva un buen rato haciendo el pulpo con todas las chicas que encuentra. ¿O ese grupo de chicas a las que he escuchado antes? Sólo saben... ups... sólo saben hablar de vestidos y cantantes de pop para adolescentes. ¿O... bueno, creo que no. Me quedo aquí. Pero gracias. - No es como son los demás. Es como los vemos –dijo Tomás sin cambiar mínimamente la expresión de su rostro. Pe ni siquiera respondió. Se quedó mirando al infinito como si realmente no le hubiera escuchado. - ¡Tomás, pedazo de gay! ¿Quieres venir con nosotros? Vamos a hacernos unos porros –sonó la voz de alguien del grupo llamando a Tomás. - Ya voy –respondió él. >> Bueno, tú misma. Yo me voy. Pe dudó por un momento, pero la verdad es que prefería cualquier charla insustancial a seguir estando allí sola. - No, eh... espera. Voy, vale, me has convencido. Pero tienes que estar conmigo. - No te preocupes. Estoy de tu lado. Ven. Pe llegó a un grupo de personas donde todas se presentaron consecutivamente con un beso en la mejilla. El chico que había llamado a gritos a Tomás fue el último en presentarse. Se llamaba Miguel. A pesar de que había olvidado el nombre de la mayoría de la gente que se había presentado, este no lo olvidó. ¿Quién podía olvidar a aquel muchacho que era el ídolo de las chicas en clase? “¡Menudo estúpido!”,
pensó Pe. Miguel era una especie de rebelde sin causa pelirrojo. Era guapo y tenía una sonrisa encantadora. Miguel solía suspender siempre los exámenes, lo que le hacía parecer aún más un incomprendido social, pero no se sabía muy bien cómo, al final siempre lograba salir adelante. Así era él, imprevisible y fascinante. Como si uno no supiera cual iba a ser su siguiente paso y tratara de adivinarlo. Pe le miró con recelo cuando se dirigió a ella. - Toma –dijo tendiéndole unos klinex-. Te has manchado el vestido de vino. Pe cogió los pañuelos y balbuceó algo que nadie entendió por toda respuesta. Se limpió un poco el vestido y le dio las gracias a Miguel. - Parece que has bebido más de la cuenta –dijo Miguel. “Puede, pero eso no debería preocuparte.” - Sí, creo que me he pasado. - El alcohol desinhibe, pero no creo que una chica tan lista como tú necesite eso. “¡Prueba con otra, gilipollas!” - No, en realidad es que... no he cenado mucho y se me ha subido en seguida. No estoy acostumbrada. Miguel le pasó el hombro mientras seguía hablando con el grupo de amigos. Se estaban pasando un porro entre todos. Pe sintió un escalofrío cuando sintió el contacto de Miguel, pero no supo si se debía al frío, a la repulsión o al innegable atractivo que ejercía Miguel sobre el sexo opuesto. Por toda respuesta Miguel le dedicó una de sus inmortales sonrisas. - ¿Sabes? –susurró al oído de Pe- Sé lo que piensas. ¿Por qué este tipo no me deja en paz? Podría estar con el montón de chicas pesadas que le persiguen en clase. A veces está bien, pero a veces no. A veces me gustaría ser como tú, que nadie descubriese todo el potencial y atractivo que tengo dentro. Tan sólo una persona, una sola, que supiese ver todo lo que valgo y
pasar desapercibido para el resto. Es tan sencillo perderse en la marea de la gente cuando uno es mínimamente resultón. Y sin embargo, eso no te hace feliz. Eso no hace feliz a nadie. Las personas que realmente son felices son aquellas que pasan desapercibidas y sólo alguien afortunado tiene la capacidad de saber todo lo que valen. A veces te envidio. - No te creo. - No me importa. No te lo digo para que me creas. La belleza no hace feliz al que la posee, Pe. La belleza sólo hace feliz al que la desea. Y tú escondes una gran belleza. Pe respondió algo, pero es algo que nadie recordó. Hubo una conversación, un abrazo, saltaron algunas lágrimas. El resto de cosas se perdió en los resquicios del tiempo y el espacio, pues nadie lo recuerda y si nadie puede recordarlo es algo que no existe. A la mañana siguiente Pe se levantó aún mareada por el alcohol. No recordaba cómo había llegado hasta aquí. Pero podía recordar con todo detalle la sonrisa y la calidez de Miguel. Algo raro se había perdido por siempre esa noche en las esquinas del tiempo y el espacio, algo que nadie nunca comprendería ni recordaría, algo que enlazaría por siempre los destinos de dos personas. Pe se aferro con fuerza al abrigo que aún no se había quitado desde anoche. Era el abrigo de Miguel.
“¿Cómo se da uno cuenta de que está enamorado? ¿Qué signos inequívocos tiene el corazón para expresar que un hilo fino e invisible se ha anclado con firmeza en otra persona? ¿En qué momento uno es consciente de que ha traspasado una línea de difícil retorno hacia el terreno accidentado de entregarse a un desconocido? No lo sé. Ignoro de qué artimañas tanto reales como ficticeas se vale el corazón para hacerse oír. Pero en el fondo uno lo sabe y es consciente de ello. Consciente de que sólo hay dos caminos y uno ha quedado atrás, el camino de las dudas y el arrepentimiento. Ahora sólo queda el camino de la esperanza, de creer que las ilusiones imaginadas puedan tornar en reales y forjar algo sólido. Lo cual es tan difícil como ganar en cualquier juego de azar por primera vez. El camino del encuentro y de la entrega es un camino difícil. No hay medias tintas. Si uno se entrega a la mitad sólo recogerá el arrepentimiento de no saber nunca qué hubiera podido suceder realmente. Si uno se entrega por entero está dotando de un tremendo poder y responsabilidad a la otra persona. Y en el terreno del amor todo son ilusiones hasta que el tiempo las consolida como algo verdadero o las destruye como frágiles castillos de arena en una playa. Uno también puede huir. Quizás sea la opción más cómoda, pero también la más arriesgada a largo plazo. Llegará el momento en que uno mire atrás sobre sus hombros y descubra que su vida está más llena de cosas que pudieron ser que las que realmente fueron. No. El amor que comienza entre dos personas es un juego de azar con final imprevisible. Nunca es dos veces igual. Nunca es repetido.” Algunos lloraban, otros reían entre ellos y algunos pasaban indiferentes por igual a la salida de los exámenes de selectividad. Entre ellos estaba Pe, superada ya la resaca de aquella mágica noche de botellón. Pe no había dejado de pensar en todo lo que había pasado. De alguna manera sus defensas con el mundo exterior se rompieron y empezó a sentirse parte de algo, a no sentirse diferente. Y Miguel le había hecho sentirse especial, cosa que era algo nuevo para ella.
No sabía exactamente qué sentía por Miguel. Para una persona que ha pasado más tiempo despreciando que admirando, este nuevo sentimiento era difícil de clasificar. Aún así se notaba distinta, más que ella misma, notaba que todo alrededor era distinto. La vida no se le antojaba tan cruel e insensible y empezaba a abrigar esperanzas de que la felicidad pudiese apresarse con las manos abiertas. Imaginar que alguien como Miguel pudiese interesarse en ella era imaginar mucho. Pero Pe sabía que dentro de ella misma había mucho que podía dar. Al fin y al cabo, él lo había dicho: “Lo importante está en el interior de las personas.” No esperaba que Miguel cayese a sus brazos, pero escondía secretamente el deseo de volver a verle y poder hablar con él en condiciones menos etílicas y sin tantos recelos por su parte. Por eso, Pe no pudo evitar ruborizarse cuando a la salida de uno de los exámenes, se encontró frente a frente con la sonrisa de Miguel. - Ey, hola Pe. ¿Acabas de salir del examen también? – dijo con un gesto amistoso de su mano sobre el hombro de ella-. ¿Qué tal te ha salido? - Bueno, creo que bien. Pero hay un par de preguntas de las que no estoy del todo segura. - Venga, no seas modesta. Las chicas listas siempre sois así. Os gusta fingir que tenéis algún defecto para parecer más normales, pero sabes que lo has aprobado y con buena nota. No me digas que no, que no me lo creo. - He, he. Bueno, lo cierto es que lo he bordado. Las preguntas eran muy parecidas a los ejercicios que hemos hecho en clase. Me esperaba algo más difícil –dijo Pe sintiéndose sonrojar-. Por cierto, hablando de lo que pasó en el botellón, yo... - Ah, sí, ¡qué pasada aquella noche! Por cierto, los amigos vamos a hacer otro dentro de unos días. Les he dicho que vendrías. No me irás a hacer un feo ahora. - Bueno, aún tengo que recuperarme del primero. Pero yo... claro, sí, claro que iré, si quieres.
- Claro que sí, pequeña. Bueno, ya nos veremos entonces. Ahora toca el examen de filosofía y aún no me he preparado la chuleta. Pe sonrió divertida comentado a Miguel algunos trucos sobre chuletas que había escuchado de otros alumnos. Después se alejó hacia las clases con el paso ligero y un extraño hormigueo cosquilleándole dentro del estómago. Miguel, por su parte, se quedó observándola mientras se alejaba un poco antes de entrar en clase, justo al tiempo que una chica de pelo rubio se acercó a su lado, le agarró de la cintura de forma insinuante y antes de darle un beso preguntó: “¿Quién era esa?” Miguel miró a lo lejos mientras recibía el beso. La mente oculta entre nubes y nubes de pensamientos. - Nadie importante –respondió con una de sus mejores sonrisas.
“Sé que mis sentimientos hacia ella eran sinceros. Y sin embargo, aún así se convirtieron en obsesión. La obsesión ya no de poder ser algo para ella, si no de hacer suyo mi mundo, de descubrir los rincones más oscuros en los que habitaba su mente y su corazón. No recuerdo el momento exacto en que decidí investigarla. Si lo hubiera confesado a alguien, seguramente hubiese pensado que estaba loco. Aunque realmente, eso no cambiaría mucho la opinión que tenía la mayoría de la gente de mí.” Las nubes pasaban despacio sobre el césped de la universidad donde Damián se encontraba tumbado. Jugaba con una ramita sobre la boca y se imaginaba a todos sus compañeros, ahora en clase, escuchando el aburrido sermón del profesor. Tenía un caos de pensamientos en su cabeza desde hace unos días. Por una parte estaba la sensación, cada vez más certera, de que había equivocado el rumbo en su vida. Damián estaba empezando a pasar más tiempo soñando todas las posibles alternativas del destino bajo estas nubes, que aprovechando el tiempo en clase. Las posibilidades le parecían infinitas y se sentía sobrecogido y al mismo tiempo extasiado ante el futuro. Por otro lado estaba Penélope siempre como una constante de sus pensamientos. Sentía una pasión y admiración que rayaba casi con los límites de la cordura. Desde aquel día en la cafetería habían empezado a verse asiduamente, a veces con la simple excusa de una conversación estúpida con una taza de café. Superado el rubor inicial, Penélope había sabido cómo conseguir la confianza de Damián para que poco a poco se abriese a ella. Y Damián por su parte había encontrado una amiga para sus confesiones más íntimas, aquellas en que cualquier otro le habría tachado de “raro”. Pero Pe lejos de hacer eso, lo que hacía era animarle aún más a confiar en sí mismo y en su potencial. Desde entonces a Damián el mundo le había dejado de parecer tan lejano e inaccesible, y había dejado de sentirse como una diminuta partícula de arena en un enorme desierto. Damián sabía que Pe le miraba con cierta ternura, no con el deseo que pudiese sentirse por un chico atractivo, y quizás por eso, le había resultado tan fácil ganarse su respeto.
El único tema que nunca hablaban era sobre el pasado de Penélope, y sobre su vida actual, de la que siempre hacía alusivas referencias. Cada vez que Damián insistía, ella desviaba el tema tratando de no parecer demasiado descortés. Para él eso ya no era suficiente. Aquella mujer se había convertido en una musa para él, en una fuente de inspiración, y poder saborear la miel, tan sólo le había dado más apetito. Damián recordó el flyer de la discoteca en el libro de Penélope. La idea surgió lejana como una de las nubes y se empezó a mover despacio hasta cobrar forma. Cuando se levantó del césped una hora después, estaba decidido a salir este fin de semana por aquella discoteca por si la casualidad le hacía encontrarse con ella.
“Temo estar enloqueciendo, padecer alguna especie de esquizofrenia o trastorno similar. Mi vida últimamente está escapando a toda la lógica que hasta este momento me había parecido tan real e inmutable. Mi mundo más bien parece como sumido en alguna especie de cuento del que desconozco el sentido y el final. Los descubrimientos acerca de mi tía crearon un poso de incredulidad que ha ido forjándose poco a poco en la sensación de que hay cosas que hasta este momento habían permanecido ocultas para mí. Cosas que desafían todo aquello que tratan de inculcarnos en la escuela. Y sin embargo, desde lo poco que me queda de inocencia e ingenuidad, no puedo evitar tratar de discernir qué hay de real y qué no en todo ello. Por otra parte esta la sensación cada vez más real de que mi camino es un amasijo de confusas certidumbres. Mi corazón se ha permitido la licencia de, sin contar conmigo, abrirse al mundo y tratar de alcanzar a una persona. Una persona que quizás esté más lejos de lo que mis brazos puedan alcanzar. Pero no, mi corazón ya no escucha. No puede evitar recordar cada sonrisa, cada momento junto a él. Quizás esté enloqueciendo, quizás sea por amor. [...] [...] el hechizo. Estoy segura de que mi tía tendría que tener algo así entre sus libros. Esta noche volveré a su casa.” Pe paseaba en círculos por el cuarto de la habitación de su tía. Se debatía en infinidad de pensamientos, en medio de un cruce de caminos con mil distintas salidas en la que uno nunca sabía cual escoger como el burro de la paradoja de Buridán. Había prometido no volver aquí. Sin embargo, era como si algo la estuviera empujando hacia su destino. Cada vez que se prometía algo a sí misma, la vida parecía burlarse de ella y la empujaba contra sus propias decisiones. Y en medio de ese caos de pensamientos, en ese sumidero de posibilidades, había una constante. No podía dejar de pensar en aquel chico pelirrojo que sostenía la llave que había abierto el mundo para Pe. Pues ella lo sentía así. Era como si hasta ese momento hubiese vivido encerrada en su propia burbuja de autocomplacencia, y ahora pudiese contemplar más allá el jardín de la vida, con toda la alegría
que compensaba el dolor que también producía. Pe sabía que había algo, que él había podido ver el potencial que ella tenía en su interior. Nunca hasta ahora alguien se había interesado en ella de esa manera. Y eso le daba esperanzas de llegar a ser alguien para él. Pero por otra parte, Pe pensaba de manera racional que aquel chico tendría un montón de chicas detrás suya y que no sería tan fácil alcanzarle. La falta de autoestima no formaba parte de los defectos de Pe, pero aún así quería hacer algo por solucionar el tramo inestable por el que ahora pisaba. Había pocas cosas tan difíciles de soportar como la duda. Así paseaba y se debatía Pe cuando algo completamente inesperado sucedió en casa de su tía. Notó que de alguna manera hacía más calor en el lugar y se dio cuenta de que la chimenea de la casa estaba encendida, pero no recordaba si lo había hecho ella o no. Le pareció curioso y se acercó al fuego. Si no fuera imposible juraría que el fuego bailaba más que rendía, que hacía figuras imposibles dentro de él. Como hipnotizada se quedó un rato mirando absorta las llamas hasta que en un momento parecieron cobrar la forma de un extraño ser. Algo así como un pequeño diablillo de fuego. Fue como un rumor en su mente. Como un pensamiento desligado del resto. Como algo que no debía estar allí. “Yo tengo la solución a tus problemas.” Pe tardó en darse cuenta de que aquel pensamiento no lo había producido ella. “Soy una extensión de tu conciencia. No te asustes. No tengo poder para hacerte daño.” Por más que le sorprendiera, aquel mensaje parecía provenir de la difusa forma creada por el fuego. Con más miedo que curiosidad trató de hacer desaparecer aquellos pensamientos, pero no lo consiguió. Al contrario, estos parecían sonar con más fuerza dentro de ella. - ¿Quién o qué eres? “No hace falta que hables. Puedo escuchar tus pensamientos.” –pareció contestar aquel ser de fuego- “Soy
un familiar. Todos los brujos tienen uno. Serví a tu tía en vida y esta quiso que apareciese ante ti en el momento adecuado para trasmitirte todos sus conocimientos. Ella siempre supo que tú eras especial, que tenías capacidades para esto.” “¿Para esto? ¿Qué es esto? ¿Y mi tía? ¿Qué le pasó realmente a mi tía? ¿Por qué yo?” “Bueno, sólo puedo responder a una pregunta cada vez. ¿Esto? Llámalo magia si quieres. Es el nombre que da la ciencia a todo aquello que no puede apresar para sí. La muerte de tu tía fue debida a causas naturales. Me temo que su poder no llegaba para ser capaz de retar a la propia muerte, por más que fue una bruja poderosa. A la última pregunta no puedo responderte. Hay personas que son tocadas por un gran don. Y tú lo has sido. Mi deber es asegurar que ese don no se convierta también en un látigo con el que auto-flagelarte.” Pe no tardó en asimilar toda la información. Al fin y al cabo era una chica inteligente. Los límites entre lo real y lo fantástico se difuminaron completamente y Pe decidió seguir la conversación con aquel pequeño diablo. “Está bien. ¿Y qué cosas vas a enseñarme? ¿Qué debo saber?” “Despacio, pequeña Pe. Hay conocimientos para los que aún no estás preparada. Sin embargo, creo que hay uno adecuado para este momento...” “Habla.” “Entre otros de los trucos sencillos que ahora estás capacitada para aprender, hay uno que creo que podría solucionar el trance en el que te encuentras ahora con ese chico. Sí, no te sorprendas. Lo sé todo. Soy una extensión de tu conciencia y tengo acceso a todos tus recuerdos y pensamientos. Conozco la manera en que ese chico puede quedar totalmente prendado de ti: un filtro de amor. Una poción no demasiado complicada que permite romper las defensas de alguien y ligarle a ti de forma definitiva.” “Uhm... ¿pero eso es seguro? ¿Será real aquello que sienta por mí? Quiero decir, ¿no estaré engañándome a mí
misma con algo falso?” “Será completamente real. Querida Pe, el amor no es más que química. Si sabes controlar la química, sabes controlar el amor.” >> “En el viejo cuarto donde tu tía guardaba todo su material hay un libro donde podrás encontrar la fórmula y todos los materiales necesarios para prepararlo. Te daré las señas para que puedas encontrarlo...” Pe escuchó atentamente, luego movida por una inagotable curiosidad abrió la puerta de la vieja habitación donde tía Margarita guardaba todo su “material de trabajo”. Encontró un viejo y polvoriento libro y no le fue difícil hallar la fórmula para aquel filtro de amor. Tardó un rato en fijarse que tenía todos los ingredientes necesarios y que comprendía las instrucciones de elaboración, y con mucha paciencia y diligencia se puso manos a la obra. El filtro debía ser pulverizado como si de un perfume se tratase al poco tiempo de acercarse al sujeto en cuestión. Bajo ningún concepto debía ser ingerido ni acercado al fuego. Unas horas más tarde, Pe alzó ante la mortecina luz de las velas y contempló el frasco que contenía el elixir. Lo había hecho todo con una devoción religiosa y esperaba que no hubiera habido ningún fallo en su creación. Pensó en Miguel al tiempo que rezó para que aquello funcionase.
Había quedado con Alicia para este segundo botellón, pero la sensación que le acompañaba al caminar era muy diferente al primero. Sentía el pulso acelerado y la cabeza no dejaba de sopesar todos los distintos finales de aquella noche. Metió la mano en su chaqueta y comprobó que el filtro mágico seguía allí. No dejaba de pensar en Miguel. Se lo imaginaba con los ojos brillantes mirándole fijamente antes de acercar sus labios a los suyos. Alicia no dejaba de hablar y hablar, pero Pe no la escuchaba, permanecía sumida dentro de sí, en ese espacio propio que se había creado en el que era feliz y se sentía indestructible. Caminaban a pocos pasos del Parque del Oeste, donde se encontrarían con el resto de la gente cuando una ráfaga de aire frío cruzo el ambiente como un espíritu premonitorio. Alicia se refugió un poco más en su abrigo, pero Pe ni siquiera se inmuto mientras se le revolvía el pelo. A lo lejos, sobre unos bancos del parque se veía al grupo de amigos que les estaba esperando. Alicia comprobó que Pe se había quedado petrificada como una estatua. No comprendió nada. Miró hacia el grupo de amigos, luego volvió a mirar a Pe y siguió sin comprender. Le preguntó qué le ocurría, pero no hubo ninguna respuesta. Alicia tardó unos segundos en darse cuenta de lo que pasaba, pero finalmente comprendió. Pe se había quedado paralizada contemplando a Miguel, el chico guapo y pelirrojo de clase, el seductor invencible e invencido. Este se encontraba agarrado de la cintura de Cristina fundidos en un apasionado beso. Cristina era una chica de larga melena rubia con unas dimensiones que la hacían bastante popular entre los chicos de clase, y respetada por las chicas. Era famosa y popular y se vanagloriaba de eso. Llevaba un vestido con un escote imposible y una minifalda que cubría pocas partes de su cuerpo. Cristina tenía un carácter que hacía difícil tratar con ella. A menudo saltaba en explosiones de furia por cualquier tontería, pero era apreciada como un gran tesoro. Un tesoro que había conquistado Miguel. - Pero Pe... ¿No pensarías...? ¿Tú de verdad creías...? Pero si llevan juntos varias semanas. Lo sabe toda la clase. Miguel y Cristina empezaron a salir desde antes que le conocieras. ¿Qué te sucede? ¿Es que vives en el país de las
maravillas...? Por toda respuesta Penélope se giró y salió corriendo lejos de allí sin mediar palabra. Marchó llorando a coger el metro de vuelta. Su mundo había quedado derruido en mil pedazos en tan sólo unos segundos y como la canción de Serrat, su reloj infantil quedó parado desde ese momento. A lo lejos, en el grupo de amigos, sólamente Tomás, el amigo de Miguel, pareció darse cuenta de lo que había pasado. “¿Cómo puede la alegría transmutarse en sufrimiento? ¿Cómo pueden las esperanzas volver convertidas en desilusión? ¿Cómo es posible que un alma quede derramada en pedazos por el suelo mientras el cuerpo aún permanece en pie? Conocí el amor. Quizás fue verdadero, quizás no. Lo que estoy segura es que toda la frustración, todo el sufrimiento y toda la desesperación fueron reales y verdaderas. Abrí mi corazón a una persona tan solo para que esta jugase con él como si de un juego se tratara. Fui incapaz de llegar a él y significar algo dentro de su mundo. No, yo no era nadie para él y nunca lo sería. No importaba cuantas pociones, cuantos filtros de amor crease. [...] Ahora desde mi soledad puede contemplar el desierto en que quedó transformado el jardín de mi vida. Pero incluso más triste y solitario que antes de existir, pues allí donde no queda nada, puedo ver el espejismo de todos los sueños que forjé en mi imaginación y no tornaron reales, de todas las esperanzas que quedaron truncadas por el tiempo a su paso.”
“Hay momentos en que la línea que separa el bien y el mal es frágil y difusa. Hay momentos en que ni siquiera distingo la esencia que diferencia ambos conceptos. ¿Quién actuó bien y quién actuó mal realmente en esta historia? Mucho me temo que los pensamientos y actos de los seres humanos son demasiado complejos para clasificarlos de forma tan categórica. [...] no puedo si no preguntarme hacia dónde me están llevando mis pasos y si el destino llegará a castigarme por jugar con fuego de esta manera.” La chimenea se encendió súbitamente sin ningún tipo de aviso, como movida por una voluntad propia, pero Pe tardó un tiempo en darse cuenta. Permanecía tirada en una esquina de la casa de su tía llorando desconsoladamente después de comprender lo estúpido de sus propósitos. Miguel nunca había abrigado ninguna intención hacia ella, desde el principio había estado con aquella chica rubia y tonta, guapa e inestable, la antítesis de todo lo que ella representaba. Tratar de enamorar a una persona así mediante artimañas era un absurdo. ¿De qué servía tener el amor de alguien que realmente no te amaba? “No llores más, pequeña. ¿No ves que no vale la pena?” Pe se volvió hacia la figura que se había formado entre las llamas. “He sido una estúpida. Lo sé. ¿Por qué pensaría que aquel chico llegaría a fijarse en mí? ¿En mi interior? He sido una tonta.” “No te castigues más. Debiste haber usado el filtro con él. Eso le habría...” “¡No! ¡No quiero el amor de alguien que no me ama! ¿Para qué? Estaría recordándome continuamente que todo es artificial, que para aquel chico en realidad nunca fui nada por mí misma, que necesité de artificios para conseguir su corazón. No quiero más pociones ni filtros de amor.” “Bueno, yo sólo digo que el hechizo imbuido en el filtro podría haber hecho... uhm... hacerle ver las cosas desde otra perspectiva. No hay nada de malo en eso.”
“¿Quieres decir que necesito de la magia para que se fije en mí? ¿Es que no soy suficientemente buena para él?” “No, yo sólo quise decir que...” “Puedo ganarme su corazón poco a poco. Demostrarle que soy mejor que esa rubia teñida, que tengo muchas más cualidades y mucho más que ofrecer que ella. Llegaré a ser mucho más atractiva a sus ojos. Tan sólo necesito tiempo y voluntad y algún día él se dará cuenta de todo lo que valgo. O eso o...” “Despierta, pequeña. Para Miguel sólo has sido un juego y nunca pasarás de eso. Él prefiere unas bonitas curvas que un bonito interior. Desengáñate, las personas funcionan así. El interior siempre es secundario y accesorio. Son las apariencias las que te hacen brillar a los ojos de los demás. No te dejes engañar por las baratas argucias de un seductor. ¿O es que vas a quedarte eternamente tejiendo y destejiendo un sudario esperando por un amor que nunca vendrá por ti?” Penélope se debatía entre la euforia y la desesperación, entre el sacrificio mártir y los más hondos abismos del sufrimiento. Las palabras de aquel diablillo de fuego eran quizás lo único a lo que aferrarse. >> “Deberías usar el filtro. Aún estás a tiempo...” “¡No! ¡No pienso usarlo! Prefiero morir antes que engañarme a mí misma. Sí, morir. ¿Acaso podría haber algo peor que el dolor que siento? ¿No sería mejor poder olvidarlo todo y descansar en paz? Ese filtro, sí. En la fórmula ponía que nunca debía ser ingerido pues de esa forma podría ser tan mortal como un veneno.” “No deberías...” Penélope no le escuchó, no se escuchó a sí misma. Recuperó el filtro de amor y sin ningún tipo de dilación lo abrió y bebió de un trago todo su contenido. Cayó de rodillas a un tiempo y sintió que el fuego le abrasaba el interior. Creyó desfallecer cuando el veneno corrió por todo su sistema sanguíneo, contaminándolo todo. Pero no murió como ella esperaba.
“Pequeña, has sido una insensata. No tienes ni idea de lo que has hecho. Pero no te preocupes. Tu tía conocía también la fórmula del antídoto. No es difícil, pero debes darte prisa o los efectos del veneno podrían ser irreversibles dentro de ti.” “¡Aparta ese antídoto de mí!” Los ojos de Penélope brillaron con el fuego que ardía en la chimenea. Nunca se vio expresión tan demoníaca en una muchacha. El filtro encargado de sugestionar a las personas para el enamoramiento había provocado una reacción completamente distinta en ella al ser ingerido. Desde la chimenea el pequeño diablillo de fuego sonrió al ver cómo sucedía todo tal y como había previsto. La técnica de la psicología inversa nunca fallaba. Los humanos eran demasiado previsibles. En el mundo hay pocas fuerzas que puedan mover la voluntad de las personas con tanta intensidad como la fuerza del amor. Una fuerza tan sólo comparable al odio.
“Tengo que admitir que todo lo que descubrí en un principio de aquella muchacha me desconcertó. Sabía que era especial, pero no imaginé de qué modo. Adentrarme en los abismos de su corazón era una tarea que quizás me superaba, pero aún así no dudé un instante en proponérmelo. No me importaba qué pudiese descubrir, para mí ella siempre sería mi musa. Pero los sucesos empezaron a precipitarse en contra de mi voluntad desde aquella noche que decidí buscarla en la discoteca.” Damián se sentía como un extraño en aquel lugar. La idea había dado vueltas en su mente hasta convertirse en algo concreto. Había decidido ir a la discoteca que suponía que ella frecuentaba. En realidad no estaba seguro de que fuera a encontrarla, pero la posibilidad por pequeña que fuera había dirigido sus pasos hasta allí. Damián había estado sólo unas pocas veces en una discoteca y nunca terminaba de sentirse cómodo. A su alrededor la gente se movía frenética. Contemplaba a todos los muchachos que bailaban en medio de los fogonazos de luz y el ritmo electrónico. Ni siquiera se atrevía a bailar. Se sentía ridículo. Otros se amontonaban junto a las barras tratando de ahogar sus vidas en alcohol. Damián pegó otro pequeño sorbo a su refresco. No se sentía cómodo cuando perdía el control. Otros cuantos permanecían en los rincones oscuros del lugar donde sus manos y sus labios podían jugar sin ser vistos. A Damián le recorrió un escalofrío. Giró varias veces por los mismos sitios y ya empezaba a sentirse cansado de aquel lugar cuando en medio de los flashes de luz la encontró. Bailaba en medio de ese ritmo extásico junto a un chaval. Contemplarla en medio de aquel juego de luces y música, en medio de aquel ambiente que incitaba a someter la razón a los instintos, le hizo maravillarse. Era preciosa, perfecta en todas sus formas, grácil en todos sus movimientos, y con un halo de misterio que la envolvía y la hacía parecer algo fuera de todo lo que era conocido. El chaval que estaba con ella tenía el pelo rapado en una pequeña cresta y llevaba ropas de marca ajustadas que marcaban su cuerpo de gimnasio. Justo el tipo de persona en el que Damián no soñaba convertirse.
Alguien podría pensar que Damián se moría de celos en esos momentos. No era así. Para Damián, Penélope era una estrella lejana que sólo existía para poder ser contemplada. En ningún momento se le cruzo por la cabeza realmente la idea de poder apresarla para sí. Sabía que los sentimientos son como pájaros que si son apresados terminan por morir en cautividad. De pronto varios fogonazos seguidos le dejaron ciego y cuando volvió a poder usar la vista, ella había desaparecido. Giró alternativamente la cabeza entre toda la multitud de personas, pero no la localizó. Ni aquel chico ni ella parecían encontrarse a la vista. - ¿Qué hace un chico como tú en este antro de perversión? ¿No me digas que ahora has descubierto la atracción de lo prohibido? Se dio la vuelta para encontrarse cara a cara con Penélope. Tenía una sonrisa en sus ojos que desarmaba. Le lanzó un guiño a lo lejos y desapareció de la mano de aquel chaval por las escaleras que llevaban a la salida. Damián la vio alejarse. Cuando recordó aquello no supo qué es lo que le impulsó a hacer lo que hizo. Ni siquiera si reflexiono mínimamente acerca de ello. Cogió su chaqueta y trató de seguir a Penélope fuera del local, unos pasos por detrás, escondido sin que ella pudiera verle. Damián temblaba imaginando lo que aquella muchacha, y sobre todo aquel chaval tan fuerte, pensarían de él si le descubrían siguiéndoles. Se imaginaba a Penélope suplicando al chaval porque fuera clemente y no le hiciera demasiado daño. Les siguió por varias calles hasta un portal no muy lejos de la discoteca. Sus habilidades como espia eran bastante torpes, pero por suerte para él, ni Penélope ni su acompañante parecían estar demasiado pendientes. Es más, parecía como si tuvieran prisa por llegar a alguna parte. Cuando llegaron al portal se pararon y Damián se ocultó detrás de un coche, de tal forma que entre los cristales del mismo pudo contemplarlos sin ser visto.
El chaval de gimnasio pareció empezar una discusión con Penélope. Ella le rechazó y se alejó de él. Pero él parecía cada vez más acalorado. Trataba de agarrarla y cada vez que lo hacía, ella se zafaba de él. Llegó un momento en que la discusión llegó al clímax y aquel chaval levantó la mano con intención de pegar a Penélope. Damián se sintió sobrecogido. Dudo por un instante en salir de su escondite para ayudarla, aunque sabía que poco podría hacer contra aquel chaval tan fornido. Aún así la inactividad era peor que ver a esa mujer bajo la prepotencia de aquel hombre. Pero lo que finalmente sucedió fue más sorprendente aún. Penélope mantuvo fija su mirada en el chaval mientras este alzaba su mano contra ella. El golpe no llegó a producirse. En vez de eso el chaval salió corriendo por la misma calle donde se encontraba Damián. Poco falto para que se diese cuenta de su presencia, pero aquel chaval no pudo verle. Estaba llorando.
Tomás observaba como Miguel daba vueltas con aire distraído a su refresco en aquel bar. Llevaba un rato así como sin pensar en nada concreto. Tomás respetaba sus silencios y no le interrumpió en su trance en ningún momento hasta que comenzó a hablar. - ¿Sabes algo de esa chica... esa morena con gafitas...? - Se llama Penélope. - Penélope. Sí, claro, Pe. ¿La has visto últimamente? Hace tiempo que no la veo. Desde selectividad. Parecía tan... enigmática. - Deberías tener cuidado con ella. - ¿Cuidado? No te entiendo. Tomás bebió un trago de su refresco y quedó en silencio un momento antes de hablar. Miguel le conocía. Solía hacer eso cuando se preparaba para decir algo muy largo que debía ser escuchado. Por eso Miguel aguzó el oído. - Esa chica siente cosas por ti. Deberías tener cuidado de no hacerle daño. Nadie se merece recibir un daño gratuito. Quizás debieras haberle dicho desde el principio lo de tu relación con Cristina. Así habrías evitado que ella se hiciese ilusiones contigo. Porque es evidente que no estás interesado por ella. No de la forma en que ella lo está por ti. Miguel pareció sorprendido. - ¿De la forma en que lo está por mí? ¿Qué demonios estás diciendo, Tomás? Si apenas hace tiempo que nos conocemos. No puede estar enamorada de mí. - No es el tiempo lo que mide la intensidad de los sentimientos. - Oh, bueno. Así que piensas que debería hablar con ella para aclarar la situación. - Sería una buena idea.
- Bueno, está bien. Estoy contigo, amigo. Creo que tienes razón. Hablaré con ella para aclararlo todo. No hay ningún problema. Tomás le miró a los ojos. A veces se preguntaba si hacía bien siendo la segunda conciencia de Miguel. Se preguntó no por primera vez si aquellos consejos no hacían sino anular el principal juicio de su amigo al no tener que preocuparse él de las consecuencias de sus actos. Miguel le sonrió. Tomás esperó sinceramente que no tuviera que arrepentirse de nada.
“Nunca me importaron las apariencias. Las consideré algo efímero y superficial. Despreciaba a las personas que vivían por y para ello y siempre traté de que la gente se fijara antes en mi interior que en mi aspecto. Nunca lo conseguí. Ahora el orgullo ha inflamado mi voluntad. Si el mundo quiere falsedad y apariencias las tendrá, si espera belleza exterior y medias verdades lo ha conseguido. No hay nada que me proponga que no pueda conseguir. Con los trucos de belleza de una muchacha adolescente y las formulas de mi tía todos caerán de rodillas a mis pies seducidos por el aspecto externo. Ignorantes de que dentro se oculta la esencia de una bella y mortal flor carnívora.” Miguel esperaba con aire distraido en el salón de actos del instituto junto a Cristina. Todos los alumnos se habían reunido aquí este día para recibir las notas finales de su formación junto con los resultados de los exámenes de selectividad. Todo en fin daba un único número que asociado a cada persona le permitía abrir o no ciertas puertas para su futuro académico. La mayoría de la gente esperaba impaciente. No así Miguel que parecía ajeno al acontecimiento. Los estudios nunca le preocuparon demasiado y siempre se las supo ingeniar para salir airoso sin tener que repetir ningún curso ya fuera usando medios no demasiado lícitos. Cristina en cambio estaba demasiado nerviosa. La nota que pedían para la carrera que quería hacer estaba al límite de sus posibilidades y un mal paso en aquel examen cerraría para siempre la puerta de sus sueños académicos. Miguel trató de tranquilizarla para que no se preocupase, pero estaba empezando a desistir frente al difícil carácter de su novia. El profesor estaba a punto de empezar a recitar la lista de notas y alumnos cuando las puertas de salón se abrieron. Alguien llegaba tarde. Todos tardaron un tiempo en darse cuenta de quién había entrado. Nadie la reconoció. Vestía una chaqueta de cuero del mismo color que su melena negra y andaba de forma grácil y seductora. Caminó por las escaleras entre los asientos más arriba de Miguel. Cuando pasó a su lado, Miguel la reconoció.
Era Penélope, la chica que había conocido en aquel botellón, pero era completamente distinta. Ya no llevaba aquellas gafas grandes que le daban aspecto de intelectual. Llevaba la cara maquillada y los labios pintados de un color oscuro. Aquella chica desangelada había transmutado su aspecto como si del cuento del patito feo se tratase. A ningún chico pudo pasarle desapercibida. A ninguna chica tampoco. Cristina le dio un codazo a Miguel al ver la cara de embobado que se le había quedado. Penélope se había sentado un poco más arriba, junto a su amiga Alicia, y Miguel no pudo evitar volver la vista atrás cuando Cristina bajó a recoger sus notas, a lo que Pe respondió con una sonrisa. Según los alumnos iban recogiendo sus notas iban saliendo, cada uno con la mezcla de emociones correspondiente a sus resultados. Miguel estaba a punto de salir con Cristina cuando se paró como si hubiese olvidado algo. - Cris, oye. Tengo que preguntarle algo al profesor. Espérame aquí fuera. Miguel calculó el tiempo y la distancia justa de camino a la mesa del profesor para “chocar accidentalmente” con Penélope una vez se hubo ido Cristina del salón. - Oh, perdona, Pe. No te había visto. ¿Qué tal las notas? ¿Hubo suerte? Penélope se giró como sorprendida al ver a Miguel y respondió con una sonrisa en la cara. - ¿Suerte? Bueno, ya sabes que las chicas listas no necesitamos suerte –sonrió a la par que Miguel-. Sí, he conseguido la nota suficiente para entrar en la facultad de medicina, que es lo que quería. ¿Y tú? - Bueno, yo no tuve tanta suerte. Pero creo que acabaré haciendo algún ciclo de fp o algo así. Aún no lo he pensado. Por cierto, ¿tienes algo que hacer esta tarde? Hace tiempo que llevo queriendo hablar contigo.
- No, esta tarde estoy libre. Podemos quedar si quieres. - Estupendo. ¿Qué te parece aquel bar junto a los bajos de Argüelles donde estuvimos la noche que nos conocimos? - Espera que haga memoria. Aquella noche estaba muy borracha. Ah, sí, ya recuerdo. - Bueno, prometo no emborracharte esta vez. A las cinco allí entonces. Un beso. - Chao. Miguel se marchó satisfecho de sí mismo y de su astucia. Al fin y al cabo le había prometido a su amigo Tomás que hablaría con ella, y eso era precisamente lo que se proponía hacer esa tarde.
“Estuve largo tiempo meditando sobre el desconocido pasado y el oscuro secreto que escondía aquella chica. Entonces no podía sospechar nada de lo que se ocultaba en el corazón de Penélope. Su imagen externa no se correspondía con toda la vorágine de enredados pensamientos en que se encontraba inmersa. Pero sabía que poco a poco, cada vez más, me estaba acercando a ella y a descubrir finalmente todo lo que atenazaba su espíritu. No podía imaginar a qué trágico final me estaban guiando mis pasos.” Aquel era un día sin nubes para Damián que permanecía tumbado, como tantas veces, sobre el césped de la universidad. Después del encuentro con Penélope en la discoteca, un montón de nuevas incógnitas habían aparecido en su mente, y se encontraba meditando acerca de ellas en este momento. ¿Qué tipo de vida llevaba realmente Penélope? Él la conocía de sus charlas en la universidad, pero realmente no sabía nada de lo que hacía fuera de ella. Tampoco conocía nada de su pasado, pues ella siempre rehuía hacer alusiones a él. Realmente había más de secreto que de conocido en su vida. Y luego estaba lo que sucedió aquella noche. La discusión con aquel muchacho y la forma en que huyó de Penélope. ¿Quién era aquel chaval? ¿Algún ligue de Penélope? ¿Algún novio que ella se negase a mencionar? ¿Y por qué tenía la sensación desde aquella noche de que Penélope dominaba a aquel hombre, si no a tantos otros, de una forma que sobrepasaba las capacidades de cualquier muchacha de poco más de veinte años? Pensando en todo esto estaba Damián cuando movido por el viento y las hojas apareció un papel suelto de un periódico de la universidad que le cayó sobre la cara. Damián apartó el periódico frente a él sin levantarse del suelo y contempló uno de los artículos que venían. Trataba sobre la influencia nociva de las drogas en los adolescentes, y de cómo estas podían causar trastornos psicológicos a corto y largo plazo. Como ejemplo se hablaba luego del caso de un
chaval que se había suicidado supuestamente por un abuso de consumo de drogas. Damián parpadeó. La foto correspondía con el chico que había visto aquella noche con Penélope en la discoteca. ¿Qué significaba aquello? Damián estaba harto de seguir haciéndose preguntas a sí mismo sin obtener ningún tipo de respuesta. Así que decidió hablarlo con Penélope.
“El arte de la seducción no tiene secretos para mí. Los corazones de los hombres son como libros abiertos y su mente una puerta sin cerradura ni candado para mi voluntad. Estoy empezando a comprender el poder que pudo sostener mi tía al tiempo que mi propia belleza natural despierta de su letargo. Aquellos que antes encadenaban mis sentimientos se han convertido en marionetas bajo mis pies. No hay rincón del alma humana que no pueda sojuzgar a mi antojo, no hay defensa posible que pueda resistirse a mis encantos. Es el momento de cobrar venganza.” Miguel se encontraba en el mismo bar donde días antes había estado conversando con su amigo Tomás, pero ahora la silla la ocupaba Penélope. Gracias a su astucia y sus engaños había logrado quedar con ella a espaldas de Cristina. No quería ni imaginarse la reacción explosiva que tendría si se enterase de algo de todo esto. Sin embargo, él se sentía contento, triunfante. Había logrado quedar con la que seguramente sería la chica más atractiva que se había visto en clase en mucho tiempo y a la vez había cumplido la promesa que le hizo a su amigo. - Tenía muchas ganas de verte. Hacía tiempo que no sabía nada de ti. Penélope sonrió con fingida inocencia y a Miguel le pareció que se ruborizaba. - No pudimos hablar mucho la última vez. ¡Pero fíjate! ¡Estás completamente cambiada! Siempre supe que tenías un gran potencial por explotar. - Bueno, todo esto te lo debo a ti –Penélope bajo la vista para evitar que Miguel pudiese captar la mordaz ironía que llevaban sus palabras-. Tú me abriste los ojos a un nuevo mundo y descubrí de lo que era capaz. Hasta entonces no sabía hasta dónde podían llegar mis capacidades. - Sí, cualquier persona podría darse cuenta. Me alegro de haber sido capaz de verlo cuando nadie más pudo hacerlo. - Es cierto. Pero tú tienes alguien que te quiere ya. Supe
hace tiempo que Cristina y tú... - Oh, sí. Esa chica. Tiene un carácter imposible. En realidad estamos a punto de dejarlo. Nunca me gustó demasiado. Sólo tiene un buen cuerpo. Su cerebro no es capaz de llegar demasiado lejos. Yo busco otras cosas en una persona. - Pobre. Estoy seguro de que ella te quiere mucho. - Bueno, así es la vida. A veces quieres a quien no te corresponde y otras veces es al revés. Es irónico, pero no se puede hacer nada. - Lo entiendo perfectamente. - Oye, prométeme que vendrás al próximo botellón. Vamos a hacer uno para celebrar las notas para los que les han ido bien los exámenes y también para los que necesiten olvidar sus fracasos. No puedes negarte. - Claro, que no. Me encantará verte. Oh, por cierto. Mira que tarde es. Tengo que irme. He quedado con mi amiga Alicia. - No te entretengo más. Ambos se levantaron de sus asientos. Pero Miguel no pudo evitar la tentación por más tiempo y se giró. - Por cierto... Cogió a Penélope de la cintura y la estrechó contra sí en un fuerte y apasionado beso que los dejó a ambos sin respiración por un tiempo. - ... hacía tiempo que llevaba queriendo hacer esto. Penélope sonrió sonrojada y ambos se despidieron hasta el próximo encuentro. Miguel, el seductor seducido, no podía sospechar que en aquel beso fatídico, el veneno de Penélope, el filtro de amor que corría por sus venas, había pasado a través de él. Ni siquiera podía imaginar las terribles consecuencias que suponía todo aquello.
“Cuando conocí el telar de los sueños quedé asombrada. Aquel ser que se me aparecía en la chimenea de casa de mi tía me lo mostró y me enseñó su uso. Quedé maravillada de que un objeto así pudiese existir. Algo tan mortífero y diabólico nunca debió caer en mis manos. Sin embargo, me alegré de ello. [...] Ahora pretendo dar casi el último paso en mi premeditado plan. Un paso que encadenara el alma de Miguel a la mía y que le someterá contra mi voluntad más allá de los límites humanos. Quieran los dioses apiadarse de él. Yo no puedo.” Penélope se encontraba en un rincón de la casa con la chimenea encendida. Era más de medianoche y ocupaba su tiempo con un extraño objeto que había sacado del cuarto privado de su tía Margarita. Era una especie de telar inacabado de muchos colores, formado por miles de finas hebras como las de una telaraña. Penélope lo único que hacía era tejer y destejer, tejer y destejer, tejer y destejer... Lejos de allí, en su propia habitación, Miguel se revolvía inquieto en su cama, sumido en alguna especie de sueño molesto o pesadilla. Las sábanas estaban mojadas por el sudor y se aferraba a su almohada como si pretendiera salir de aquello. Miguel se despertó sobresaltado. Pero ya no se encontraba en su habitación. En vez de eso estaba en un lugar oscuro lleno por un montón de telarañas que lo envolvían todo. A lo lejos se oía una voz, como si una mujer estuviera cantando entretenida para sí misma. Siguió la voz por entre las telarañas hasta que por fin alcanzó su fuente. Al fondo se encontraba una mujer desnuda, cubierta tan sólo por unas tiras de alguna especie de material que se le enredaban por todo el cuerpo. La figura giró la cabeza y le miró a lo lejos con una media sonrisa. - Te estaba esperando, Miguel. Miguel intentó responder, pero no pudo. La voz no le
salía de sus labios. - No, no intentes hablar. Sólo es necesario que me escuches. La figura se levantó, y al hacerlo las tiras cayeron de su cuerpo dejándola completamente desnuda. Miguel abrió los ojos sobrecogido mientras caminaba hacia él. Era Penélope. Por primera vez pudo contemplar toda su belleza al natural, sus estilizas curvas, sus senos y su sexo desnudo anhelante de contacto físico. - Ven. No temas. Hace tiempo que estoy deseando que llegue este momento. Y sé que tú también lo deseas. No hay nada de malo en ello. Ella se acercó y antes de besarle le susurró algo al oído. - Ahora eres mío. Me perteneces. Puedo hacer contigo lo que quiera. Dependes tan sólo de mis caprichos, igual que yo dependí de los tuyos. Tu irresponsabilidad y tu indiferencia me han convertido en esto. No soy más que el resultado de tus actos, la consecuencia de tus acciones. Y este es el precio que has de pagar. Dicho esto le besó. Primero suavemente para que pudiese sentir el roce de sus labios. Más tarde con pasión usando su lengua contra la suya. Sus cuerpos se abrazaron. Las ropas de Miguel desaparecieron y quedaron ambos desnudos el uno contra el otro. Los pechos de ella contra el pecho de Miguel. Sus sexos juntos el uno contra el otro. Fue como un baile. Ambos se revolvieron entre las telarañas dando vueltas. Miguel la tomó. Introdujo su sexo en el de ella y Penélope se dejó hacer. Fue como una marea en el que las olas rompían contra un acantilado. El ritmo se volvió cada vez más frenético. Ella le miraba directamente a los ojos mientras él trataba de llegar al clímax. No faltaba mucho. El mundo entero empezó a desvanecerse. Miguel se despertó sobresaltado, esta vez en la cama de su habitación. Se manchó las manos con algo viscoso y descubrió que había tenido un sueño húmedo. En casa de su tía, Penélope dejó de tejer el telar de los
sue帽os. En su cara no se dibuj贸 ninguna sonrisa.
“Ya no había vuelta atrás posible. Los acontecimientos se me fueron de las manos sin poder remediarlo. Estaba completamente convencido de querer llegar al final del asunto que me traía con esa mujer. No me importaba hacia dónde me llevara aquello que pudiera descubrir de ella, por muy terrible que fuera. Me había armado de valor por una vez en mi vida y esta vez no me iba a echar atrás. Lo que yo no podía imaginar entonces es que ella también me vigilaba a mí. Observaba mis pasos según me iba acercando y esperaba el momento adecuado para actuar. Lejos de lo que imaginaba el que estaba siendo evaluado, como la presa de un halcón que vuela en círculos, era yo.” Damián y Penélope permanecían sentados en la cafetería de la universidad como tantas otras veces. A diferencia que de costumbre ambos callaban, pero para Pe aquello no significaba una molestia. Sabía escuchar a su amigo y comprendía que respetar sus silencios formaba parte de la relación que llevaban. Sin embargo, sospechaba que él llevaba un buen rato buscando la forma de decirle algo. - ¿Qué te ocurre, Damián? Te noto demasiado pensativo. Más aún de lo que suele ser acostumbrado en ti. Si quieres decirme algo, hazlo. Sabes que nada me va a molestar. Damián salió de su ensimismamiento y mirando a su taza de café comenzó a hablar. - No es nada. Es simplemente que hace tiempo que llevo preguntándome por qué tanto misterio. Nunca me cuentas nada de tu vida, no sé nada de tu pasado. No conozco a ningún amigo tuyo y además... - Damián. Ya hemos hablado de eso muchas veces. Mi vida es muy aburrida y me gusta que no formes parte de ella. Me hace sentir segura el hecho de que no te involucres con nada de ello. Desde hace tiempo te he apreciado un montón como amigo y nunca me has defraudado. Confía en mí si te digo que es mejor que no sepas nada. - Pero, ¿y aquel chaval de la discoteca? He leído en el periódico de la universidad que le sucedió algo terrible. ¿Era tu novio? ¿O...
- No, aquel chaval no significaba nada para mí. Nunca debí empezar a salir con él. Estaba demasiado metido en el mundo de la noche y de las drogas. No sabía tener ningún tipo de control. Lo que le pasó no fue más que la inevitable consecuencia de sus actos. Lo siento por él. Pero yo no pude hacer nada. - No sé, Pe. Has empezado a formar parte de mi mundo. Me has dado fuerzas para que confíe en mí. Desde el principio siempre me has apoyado. Y ahora me niegas el hecho de conocerte. No me parece justo. - Sabes que nunca te he fallado en todo este tiempo y que sería incapaz de hacerte daño. No estropées todo por una falta de confianza. - Sí. Bueno. Quizás tengas razón. Penélope sonrió y ambos quedaron otro rato en un silencio mucho menos incómodo hasta que Damián tuvo que marcharse al poco tiempo. Cuando se hubo ido, Penélope no pudo evitar sentirse inquieta ante la insistencia y la perseverancia que desde hace poco estaba presentado su amigo por ella.
“Debes eliminarle. Es peligroso.” Dante, pues así es como finalmente había apodado oportunamente Penélope a su familiar, parecía excitado. Aún más que de costumbre. Penélope estaba acostumbrada a discutir con él. Hace tiempo que había descubierto el doble juego del diablillo y no le gustaba nada sentirse manipulada por aquel pedazo externo de su conciencia. A menudo le hacía callar con un simple gesto de sus dedos. Ella era la que tenía el control, no él. Y a veces era necesario recordárselo. “No, no me parece peligroso.” “Oh, ¿no te parece peligroso? ¿Sabes que te estuvo siguiendo hasta la discoteca la otra noche? Te vio con aquel chaval. Pequeña, te siguió hasta tu casa y te vio como discutías con él en el portal. Y ahora sabe que aquel chaval murió. ¿Y si descubre algo? Sabes que no se detendrá hasta saberlo todo sobre ti. ¿Qué pasará cuando sepa la vida real que llevas? ¿Qué pasará cuando finalmente sepa qué tipo de persona eres?” Penélope trató de contenerse. Aquel diablillo a veces sabía cómo sacarla de sus casillas. “No tiene por qué relacionar nada. Me vio con aquel chaval. ¿Y qué? Ya viste lo que ponían los periódicos. Fueron las drogas. Asunto cerrado. No pensará nada extraño. Lo sé, le conozco bien. Nunca desconfiaría de mí.” Dante se estaba empezando a preocupar. Su intuición le decía que aquel chaval le traería problemas tarde o temprano. Siempre que había desaprobado su relación con él, Penélope había chasqueado los dedos y había apagado la chimenea, rompiendo cualquier comunicación con él. Tenía que ser sutil si quería lograr algo. “¿No te estarás enamorando de él, pequeña?” “No seas ridículo. ¿Enamorarme yo? ¿Tan poco me conoces después de tanto tiempo? Hasta ahora todas mis víctimas se han merecido su castigo, el destino que les ha sido deparado por mí. Pero él no. Él es inocente de cualquier crimen. No se merece tener el mismo final que todos.”
“¿Y él? ¿Se te ha ocurrido pensar que él sí que pueda estar enamorado de ti? Oh, venga, ahora no me irás a decir que no te has dado cuenta de cómo te ha mirado todo este tiempo. ¿Crees que parará? ¿Crees que se conformará con tus respuestas cada vez más evasivas? ¿Qué será lo próximo que haga? Llegará el momento en que no se conformará simplemente con hablar contigo. Querrá más, querrá conocerte, querrá saber todo de mí. ¿Has olvidado la fuerza que tienen aquellos estúpidos que creen haber caído en la gracia del amor? Tu misma fuiste así una vez. ¿No lo recuerdas, pequeña? ¿Hasta cuándo podrás seguir escondiendo tu juego? Fuiste una imprudente al acercarte a ese chico. Siempre te lo dije, pero nunca...” Penélope chasqueó los dedos y la chimenea se apagó de golpe. Ninguna voz extraña vino ahora a su mente. Paseó un buen rato a solas con sus pensamientos antes de tomar una decisión. No le gustaba la idea, pero quizás era la mejor opción. En la vida sólo había dos tipos de personas: los fuertes y los débiles. Si uno quería sobrevivir tenía que pertenecer al bando de los primeros y dominar a los segundos. Era una ley natural. Penélope cogió el móvil y buscó el número de teléfono en su agenda antes de llamar. - ¿Sí? ¿Damián? Hola. Oye, me preguntaba si tenías algo que hacer este fin de semana. Tengo una propuesta que hacerte...
“Cada acto tiene su consecuencia. Es así de simple. Es una ley física descubierta hace mucho tiempo que tiene validez en todos los planos del ser humano. A cada fuerza se le opone una resistencia, cada acción tiene su consecuente reacción. Yo tan sólo soy el instrumento por el que esa ley se pone en práctica, nada más. Yo no soy la consecuencia ni el culpable. Estoy más allá del bien y del mal. Mi único objeto es hacer que el universo siga girando tal y como ha girado siempre. [...]” Miguel estaba inquieto. No dejaba de mirar alrededor como si faltase alguien. Como si esperara a alguien. Cristina le miraba nerviosa. Todo aquello que no comprendía le ponía nerviosa. Y uno debía cuidarse de que aquello no sucediera. Estaban todos una vez más en el Parque del Oeste. Era el último botellón. Una despedida antes de que el destino de todos tomase diversos caminos. Muchas de las personas que estaban allí no volverían a verse en mucho tiempo, quizás no volviesen a verse nunca. Cada uno estudiaría algo distinto en un lugar distinto. Pronto empezarían a encontrar trabajos que les absorberían gran parte de su tiempo, si no de sus energías. Algunos comenzarían relaciones que terminarían en familias y en sus consecuentes responsabilidades. Otros tendrían destinos menos convencionales. Todo era un misterio en aquel momento. Cristina estaba empezando a perder la paciencia. Así que para calmarse fue a ponerse un vaso de cubata y a preparar otro para Miguel por si aquello lograba calmarle. Mientras preparaba la bebida la vio. Aquella fulana de pelo negro que había empezado a hacerle competencia entre los chicos había llegado y se había puesto a hablar con su novio. Eso era algo intolerable. No podía permitir que se atreviese a hacer algo así. Miguel la vio llegar y sintió que el corazón se le aceleraba más allá de los límites de lo posible. Llegó y fue directamente hacia él. La sintió descender por el parque hasta la mesa donde se encontraban. Perfecta, era simplemente perfecta. Desde aquella tarde en el bar no la veía, pero no
había podido dejar de pensar en ella, de soñar con ella. Cada uno de sus pensamientos lo ocupaba sólamente aquella mujer. Alicia también la vio llegar. Penélope había cambiado mucho desde entonces y se habían distanciado. Se había convertido en una completa extraña. Demasiado rara incluso para una persona que solía ser tachada como tal. No sabía nada de lo que hacía y las pocas veces que intentó acercarse a ella, tan sólo encontró excusas y evasivas. Aún así se alegraba de verla. Tomás fue el último en darse cuenta de la llegada de Penélope. Sospechaba que los acontecimientos se les estaban yendo de las manos a todos. Sin embargo, no sabía qué debía hacer, cómo remediar todo el daño que se había causado o se causaría irremediablemente. Penélope descendió segura de sí misma. No se desvió en ningún momento. Iba directamente hacia Miguel. Ahora ejecutaría su plan, su más fría venganza. - Te he estado esperando, Pe. ¿Dónde has estado todo este tiempo? Penélope sonrió en lo que debió ser la más cruel sonrisa jamás vista en mucho tiempo. Tenía a Miguel a sus pies. Podía hacer cualquier cosa que le apeteciese. Bastaba un chasquido de sus dedos para que se postrase ante ella. Él tan sólo obedecería condicionado por su amor ciego, el amor que Penélope le había traspasado a través del filtro mágico que ahora corría por sus venas y que contagiaba mediante sus labios. El mismo filtro que una vez pensó que le mataría. - Miguel. He venido aquí para decirte una cosa que debes saber. Lo nuestro es imposible. Debes aceptarlo. Y dicho esto se dio la vuelta y se alejó del lugar. Cuando se fue Cristina no aguantó más. Tiró ambos vasos de cubata al suelo y se puso delante de Miguel, que permanecía desconsolado, inerte como una estatua. - ¿Lo vuestro? ¿Qué estaba queriendo decir? ¡Miguel, te estoy haciendo una pregunta! Soy tu novia, exijo una respuesta. ¿Miguel? ¡No puedes hacerme esto! ¿Quién te crees
que eres? Dime... ¿es que no soy nada para ti? Miguel alzó la vista del suelo, casi no podía creer lo que estaba pasando. - ¡Oh, esto es increíble! Te he aguantado un montón de cosas Miguel, pero ni una más. ¿Me oyes? Esta es la gota que ha colmado el vaso. ¿Quién se cree esa fulana que es?... - No, escúchame tú, vieja zorra perfumada. Lo nuestro ha terminado –dijo en un acceso de furia que rivalizaba con el carácter de Cristina-. Estoy harto de ti. Eres tan sólo una bonita apariencia sin nada en el interior. Vete a buscar a otro de tu calaña porque para mí ya no existes. Cristina se quedó perpleja y sin palabras como pocas veces le sucedía mientras vio como se alejaba Miguel de aquel lugar. También Alicia y Tomás, los amigos de ambos vieron todo aquello. Alicia quedó sorprendida. Tomás se lamentó por todo aquello. Ambos se sintieron impotentes. Ninguno de los dos amigos pudo hacer nada por evitar el trágico desenlace de aquella historia.
“[...] ¿Qué es la muerte? La muerte es tan sólo la ausencia de algo, la negación de la vida. No hay ningún misterio en ello. Antes deberíamos preguntarnos qué es realmente la vida para tratar de dirimir el significado de la muerte. ¿Qué es lo que realmente nos mueve a seguir cada mañana con las invariables rutinas que han ido forjando nuestra existencia? ¿Qué anhelamos secretamente que suceda y nos revuelva las entrañas por dentro? Supongo que en cada persona la respuesta es diferente. Supongo que cada uno queremos evolucionar hacia alguna parte en este recorrido. Yo encontré mi camino en la vida. No sé hacia dónde me llevarán mis pasos. Ignoro si algún día podré mirar atrás y sonreír pensando que todo aquello sirvió para algo. Pero no me importa. Finalmente he quedado en paz conmigo misma.” Miguel se revolvía en su cama como tantas otras noches, sólo que esta vez no pudo conciliar el sueño. Finalmente, después de muchas vueltas, se levantó y quedó sentado en la cama, con las manos sobre la cabeza, mientras el sudor caía por el suelo de la habitación. Abrió la ventana un poco. Se sentía sofocado. Afuera era de noche. Se veía la luna llena en el horizonte. No podía dejar de pensar en aquella mujer. Era una agonía porque comprendía perfectamente que las tornas habían cambiado, que ahora él se encontraba en el lugar en el que había estado ella por su culpa. Si tan sólo pudiese volver atrás en el tiempo lo cambiaría todo. Había aprendido que el interior de las personas era mucho más importante que su apariencia. Quizás demasiado tarde. No podía imaginar mejor persona que Penélope con la que compartir sus días. No importaba si la antigua o si la nueva, la guapa o la fea. Era perfecta por cómo era, por la esencia que emanaba de ella y lo envolvía todo alrededor. Y ahora sabía con certeza que ella no le amaba, que nunca le amaría. No importaba qué hiciera o qué pudiese hacer. Él nunca
sería nada para ella. Nunca lograría entrar en su mundo y convertirse en alguien importante. Hubo un tiempo en el que eso hubiese sido posible y aquella certeza es lo que más atenazaba su espíritu. El hecho de saber que tuvo en sus manos el amor, el amor de aquel ser ahora amado, y lo tiró, lo desechó como un papel usado en un vertedero. Que cuando tuvo ocasión no supo apreciar la belleza de aquella muchacha, y que una vez pudo darse cuenta era ya demasiado tarde. Miguel contó los pasos como un autómata completamente desprovisto de razón. Eran cuatro. Los pasos que le separaban de la ventana. Los pasos que le distanciaban de su propia muerte. Lejos de allí, Penélope por fin sonrió satisfecha en su casa. El juego de los sentimientos nunca era algo gratuito.
“Sin ser consciente de ello me encontraba en el ojo del huracán, en las elaboradas artimañas de una mujer fatal. Yo no podía suponer el trágico destino al que me estaban llevando mi curiosidad y mi inagotable pasión por Penélope. Sin embargo, yo la amaba. No me avergüenza reconocerlo. La amaba por cómo era y si en ese momento hubiese sabido todo el complicado amasijo de encuentros y desencuentros en que se había convertido su corazón, eso no me habría hecho amarla un poco menos. Yo la amaba por encima de todo. Porque estaba seguro, porque sabía que en el fondo había un alma noble detrás de todo aquello.” Penélope tardó un rato de dar vueltas y más vueltas por la discoteca hasta que por fin le encontró. Estaba en un rincón, como desubicado del resto de la gente. Se había esforzado por vestirse un poco acorde con la moda. Seguramente trataba de impresionarla. El hecho de que le hubiera llamado por teléfono para verse en aquellas inusuales circunstancias le habría hecho creer que Penélope estaba interesada por él de alguna manera especial. Tampoco se equivocaba. La estrategia era sencilla. Penélope se había encontrado con sujetos mucho más complicados que este en anteriores ocasiones, aunque nunca ninguno se le había resistido. Pero con Damián la mitad del trabajo ya estaba hecho. Damián ya sentía cosas por ella mucho antes de haber caído en su trampa de seducción. Tan sólo hacía falta un pequeño empujoncito. Penélope sabía lo que tenía que hacer. Damián era un chico inseguro de sí mismo y de sus capacidades. Seguramente hasta este momento ni siquiera se había planteado llegar a tener nada con ella. Se había conformado simplemente con ser su amigo. Algo que nadie habría aceptado de agrado de la chica por quien suspiraba. Pero para Damián aquello no importaba. Era mucho más de lo que él esperaba conseguir. Ahora se encontraría en un mar de dudas. Sin saber si debía hacer algo o esperar a que ella tomase la iniciativa. Penélope tan sólo tenía que empujar sus miedos, arrinconarlos contra una pared para que saltase como un animal acorralado. Sería el mismo Damián quien sellaría su propio destino. Sin embargo, esta vez a Penélope le remordía la
conciencia por haber elegido a Damián como su víctima. Muchas de las personas que caían bajo sus artimañas bien merecían el destino que les estaba deparado. O al menos así lo pensaba Penélope. La mayoría ni siquiera la quería de veras. Muchos tan sólo la engañaban y la utilizaban fijándose más en su físico que en tratar de conocerla por dentro. Ni siquiera se daban cuenta de que eran ellos mismos los engañados. Pero Damián no era así. No había un ápice de maldad en él. Por eso Penélope tuvo que recordarse varias veces que aquello era lo correcto antes de acercarse a él. - Hola, enano. Pensé que no te encontraría. Damián sonrió ante el mote que le había puesto cariñosamente Penélope hace tiempo. La encontró radiante tal y como era normal en ella. Tartamudeó un poco antes de conseguir decir algo coherente. - Oye, no te pongas nervioso. No hay ningún motivo. Tan sólo me apetecía salir de marcha algún día contigo para que pudiésemos conocernos más. Ya sabes. Si no, luego me dices que no me conoces lo suficiente. Oye, yo voy a pedir algo. ¿Te apetece una copa? Damián contestó afirmativamente y siguió a Penélope hasta la barra de la discoteca. Estuvieron un buen rato charlando sobre temas intrascendentes entre risas y alcohol. Las defensas de Damián quedaron bastante trastocadas. No así las de Penélope que estaba más que acostumbrada a este juego. Llegó un momento en que Penélope se cansó de seguir jugando al gato y al ratón y decidió mostrar todas sus cartas. - Apuesto a que sé lo que estás pensando. Pero no te atreverás a decirlo. Te mueres de ganas de darme un beso. ¿No es verdad? Penélope saboreo aquella amarga victoria de antemano. Sabía que Damián haría todo lo posible por tratar de aparentar ser todo lo macho que un hombre debía ser en esos casos. Vencería sus miedos por un momento y la besaría apasionadamente sin mediar una palabra. Algo que sería fatal para él.
Pero Damián sólo agachó la cabeza. - Tienes razón, Pe. En realidad siempre he sido un cobarde toda mi vida. Nunca he tenido valor para anteponerme ante nada. Mis amigos en el colegio se burlaban de mí y yo sólo me esforzaba por hacerme más y más amigo suyo. Mis padres siempre me impusieron sus reglas y hasta la carrera que debía estudiar y yo nunca me rebelé contra ello. Nunca he tenido valor para averiguar quién era yo y lo que era capaz de hacer. >> Tú sin embargo pareces siempre tan decidida. Es como si siempre hubieses sabido enfrentarte a todo en la vida y hubieras averiguado el modo de salir victoriosa de ello. Te envidio por eso. Hubieses podido ser cualquier cosa que te hubieses propuesto. Y yo en cambio ni siquiera sé qué quiero ser ni qué quiero hacer con ella. Resulta todo tan complicado a veces... Damián empezó a soltar su discurso como no había hecho antes. A deshacerse de todas sus dudas y sus inseguridades. Penélope le escuchó. Quedó absorta por sus palabras y de pronto sintió que las luces de la discoteca lo envolvían todo. “Hubieses podido ser cualquier cosa que te hubieses propuesto...” ¿Realmente era así? ¿Estaba llevando ella la vida que realmente quería o la que las circunstancias le habían impuesto? El mundo desapareció de pronto y se recordó a sí misma hace unos años antes de que todo sucediera y se convirtiese en la mujer fatal que era ahora, en la flor carnívora que se alimentaba de las emociones de los demás. Si toda la voluntad que enfocó en sus venganzas y resentimientos la hubiese enfocado en otras cosas ahora mismo podría llevar otro tipo de vida y no tendría que andar escondiéndose de personas como Damián que realmente la apreciaban y que no trataban de jugar con ella ni con sus sentimientos. Podría quizás haber vuelto a enamorarse otra vez... Algo sacó a Penélope de su ensimismamiento. Las luces volvieron y regresó a la discoteca. Se encontró frente a frente con Damián que la estaba besando. La música se paró por un momento y el bofetón que recibió él pudo oirse a su alrededor.
- ¿Qué haces? ¿Quién coño te piensas que soy, Julia Roberts en “Pretty Woman”? ¿Piensas que soy la puta redimida que va a ser salvada por el chico bueno? Pues te equivocas. No te necesito ni a ti ni a nadie. Me puedo valer por mí misma. Y dicho esto se largó de la discoteca lejos de Damián, sin siquiera acordarse de recoger su chaqueta de cuero.
“Nunca llegué a saber si Penélope logró redimirse del infierno personal en el que se encontraba. Cuando volví a verla las circunstancias no me permitieron averiguar demasiado. Lo más que conseguí descubrir de su pasado fue a través de un maltrecho diario suyo que encontré. En cualquier caso, me permito el lujo de escribir el final de esta historia tal y como me hubiese gustado que sucediera. Ya que la vida real no me lo permite, al menos que mis cuentos sí puedan tener el final que yo decida sobre ellos.” Penélope volvía apresuradamente hacia su casa. Era otoño y hacía bastante frío por las calles. Además, con las prisas se había dejado su chaqueta de cuero en la discoteca. Se amonestó a sí misma por su torpeza. ¿Qué demonios le había sucedido? ¿Por qué reaccionó de aquella manera tan violenta con Damián? No estaba acostumbrada a perder los nervios ni el control de sí misma, y todo aquello la violentaba bastante. Quizás fueran las palabras, quizás fuera la actitud. Pero Penélope había tenido un momento de debilidad imperdonable. Por un momento la idea del amor había vuelto a su cabeza. ¿Estaba enamorándose de Damián? Penélope rió mientras caminaba. La idea le parecía absurda. Aquellos que creían en el amor eran seres débiles cuyas carencias tenían que ser suplidas con el afecto y las capacidades de los demás. Era la más sofisticada forma de egoísmo. Uno parecía que realmente haría todo por otra persona, cuando realmente lo único que deseaba es que aquella persona le aportase todo lo que a él le faltaba. ¿Cuántos amantes abandonaron a sus pretendientes sin ningún tipo de consideración en el momento en que estos ya no les servían, cuando ya no les eran “útiles”? Enredada en esos pensamientos llegó Penélope a casa de su tía cuando la chimenea se encendió de golpe y Dante apareció junto a ella. “Bien hecho, pequeña. Sabía que ese chico no supondría ninguna complicación para ti. Finalmente conseguiste que te besara.”
Penélope no le escuchó. Entró en el cuarto secreto de su tía y empezó a revolver un montón de objetos que andaban desperdigados por allí. Dante no sospechó a qué se dedicaba hasta que volvió por el salón con un frasco en la mano. Aquel avispado diablillo de fuego no tardó en averiguar lo que contenía el frasco y comprendió lo que estaba sucediendo. Enarco sus flameantes cejas dispuesto a terminar con esta farsa de una vez por todas. “Oh, bien. La mujer fatal se ha arrepentido. El alma corrompida por fin ha visto la luz. ¿Qué será lo próximo que tenga que oír? ¿Ahora vendrás diciéndome que te has enamorado, que has conocido el amor verdadero y todas esas chorradas?” “Cállate, Dante. Puedo hacer que desaparezcas.” “¿Ah, sí? ¿Y también puedes hacer que desaparezca todo tu pasado, todo en lo que irremisiblemente te has convertido? No tienes ni idea de hasta qué punto has enredado dentro de ti la telaraña. ¿Qué piensas que pensará Damián cuando le des el antídoto del veneno y le digas que eres una mujer fatal que se dedica a enamorar a sus víctimas para luego matarlas de amor? Oh, sí, Pe, no te preocupes, nadie es perfecto. Y caerás rendida a él y viviréis felices y comeréis perdices. ¿No es así como acaban todos los cuentos?” - ¡Tú no sabes nada de la vida, maldito diablo! ¿Crees que no me doy cuenta? Tan sólo te interesa propagar la maldad por el mundo, que esta se extienda como una plaga contagiosa entre unos y otros. Y yo he sido tu instrumento todo este tiempo. Te odio. Odio al mundo. Me odio a mí misma. ¡Ojalá todo arda en las mismas llamas del infierno! El grito de Penélope sobrecogió a Dante, pero lo que más le asustó fue su siguiente reacción. “No, Pe. No lo hagas. Las consecuencias pueden ser terribles.” Penélope, en un arrebato de ira o de lucidez, arrojó el antídoto del veneno contra las llamas de la chimenea. Lo único
que sigui贸 despu茅s fue una tremenda explosi贸n que cubri贸 de fuego toda la casa.
Damián dudo si hacerlo o no. Finalmente cogió la chaqueta de cuero de Penélope y siguió el camino que sabía conducía hasta el portal de su casa para ver si lograba alcanzarla a tiempo. Se sentía un poco confuso después del beso. En circunstancias normales después de aquel bofetón ni siquiera se hubiese atrevido a mirarla a los ojos. Pero después de aquel beso algo estaba empezando a bullir en su interior. Se dio cuenta con claridad cristalina de la profundidad de sus sentimientos hacia ella y se armó de valor para afrontar cualquier cosa que el destino quisiera depararle, incluso el propio rechazo de Penélope. Nada podía prepararle para lo que vio al llegar a su portal. Uno de los pisos estaba envuelto en llamas. Damián tuvo una mala corazonada y supo por algún extraño instinto que Penélope se encontraba en peligro en este momento. Damián era la antítesis del héroe. Sin embargo, se sintió crecer en donde otros habrían desfallecido fácilmente y se adentró en aquel infierno de fuego. No con poco esfuerzo pudo sacarla de las llamas y dejarla tendida en la calle. Había llegado un poco tarde y Penélope tenía la mitad del rostro abrasado por el fuego. Sin embargo, sintió renacer la esperanza cuando ella empezó a toser y trató de hablar. - Damián, ¿eres tú? Ni siquiera podía verle. Probablemente las heridas le habían afectado a los ojos también. Damián trató de consolarla. - Sí, soy yo. Ahora no hables, Pe. Pronto llegará una ambulancia. Damián escuchó el sonido de una sirena a lo lejos. En realidad no, era tan sólo su imaginación. - Tengo que decirte algo Damián... - Ahora no, Pe. Debes guardar fuerzas. Por favor, tienes que ser fuerte. Dentro de poco te pondrás bien y verás que esto
no ha sido nada más que un mal sueño. Damián le colocó la chaqueta de cuero sobre el cuerpo para que no cogiera frío. Pe volvió a intentar decir algo, pero sus labios quedaron mudos. Nadie supo nunca cuales eran aquellas palabras que nunca llegaron a decirse. Damián se sintió desfallecer por momentos. - ¡No puedes irte ahora, Pe! ¡No así, no de esta manera! Los ojos de Penélope se cerraron finalmente. Un fuerte viento empezó a soplar en aquel lugar.
“Y esta es la verdadera historia de Penélope. O tal vez no, pero es la que yo quiero contar. Aún recuerdo con lágrimas en los ojos aquel último momento en que no pude despedirme de ella. Afuera no ha parado de llover desde que comencé a escribir este cuento. Creo que aún quedan muchas cosas por limpiarse. El veneno aún me acompaña desde aquel día y aún permanece en mí. ¿Por qué yo no morí de amor? Eso es algo que desconozco. Quizás porque mi amor por ella aún no ha muerto a pesar de que ella ya no esté a mi lado. Muchas veces me pregunto si la vida merece la pena. Si vivir la vida y amar merece la pena cuando la mayor parte de las veces tan sólo ves morir todo aquello que has amado como flores secas que se desmenuzan en tus manos. La respuesta no la tengo yo. La respuesta está en el interior de cada uno y es labor propia el buscarla. Para mí la vida tiene sentido después de escribir esto. Después de saber que todas mis capacidades y todo lo que he aprendido con el transcurso de los años ha servido para algo. Si bien no puedo traer a Penélope de entre los muertos, sí que puedo inmortalizar su recuerdo aquí. Quizás si Penélope hubiese leído este cuento antes, nada de esto hubiese ocurrido. Habría sabido cómo romper la cadena del odio y la frustración, del resentimiento y la venganza. Habría sabido encontrar la paz consigo misma y perdonar a aquellos que jugaron con ella y la hicieron sufrir. Sea mía la labor de trasmitir este mensaje. Aún me quedan muchas cosas por contar y mucho por vivir. Aunque dolerá. Sé que dolerá.”