El Olvido
Jorge Llop - 2010
Ninguna decisi贸n es tan acertada como para no atarnos a sus consecuencias. Ninguna consecuencia es tan inesperada como para absolvernos de nuestras decisiones. Ni siquiera la muerte.
Era un mundo de tonos grises. Apenas una parodia difusa de la otra realidad desprovista de color y de esperanza. Era un reflejo del mundo de los vivos, nebuloso y cruel. Aquí los espíritus existían sin otro propósito que el de vagar eternamente condenados por todas las decisiones pasadas. Si alguno de ellos pudiese haber pensado que los caminos que eligió eran irrelevantes, se equivocaba. Todo tenía una consecuencia y este era el lugar designado para pagar por ello, más allá de la dudosa justicia de los vivos. Se encontraba en un punto intermedio entre la vida y la entropía final. Una especie de purgatorio en el que unos opinaban que era posible la redención y otros, los más, no creían siquiera en ella. Un infierno helado en el que cada uno penaba por la culpa arrastrada en el tiempo, los fracasos que no pudieron ser superados, las pérdidas que nunca se supieron llorar. Una mísera existencia que sólo se hacía soportable en el momento que uno perdía la ilusión de que aquello pudiese mejorar. En ese mundo moraban muchos seres. Algunos de ellos eran conocidos como fantasmas. Estos se caracterizaban por el miedo, un temor tan profundo que había marcado inevitablemente sus vidas. El origen del miedo variaba de unos a otros, pero todos tenían en común una existencia contradictoria y huidiza. Deseaban todo aquello que no podían tener y rondaban lúgubres tratando de conseguirlo inútilmente. Momento tras momento. Eternamente. Uno de esos fantasmas solía rondar el lago del abandono. Un lugar desolado al que nadie se atrevía a acercase mucho tiempo. Allí existía la dama de hielo y su triste lamento se oía a lo lejos en la orilla estremeciendo a vivos y moribundos por igual. Tenía el pelo largo y suelto, vestía un vaporoso vestido de seda y siempre caminaba descalza. Sus ojos eran tristes y solía ir mirando al suelo. Los pocos que habían soportado la mera visión de aquellos ojos habían sentido el más profundo y desconsolado frío inimaginable. Caminaba por encima del agua pues cuando sus pies se posaban sobre la superficie del lago, en este se iba formando una capa de escarcha que le permitía sostenerse. Era una visión sobrecogedora en cualquier caso.
Su miedo era el miedo al compromiso. Jamás en su vida pasada había sido capaz de creer en sí misma y de luchar por un ideal. Pero eso ella ya no lo recordaba. Así pues, con el tiempo su corazón se fue cubriendo de hielo hasta que el frío se convirtió en parte indivisible de su ser. Caminó silente por encima del lago del abandono hasta llegar a la orilla lejana. No había nadie en mucha distancia alrededor. Sus ojos se levantaron del suelo y se fijaron en una flor que había sobrevivido al infierno infinito de aquel lugar. Era una rosa y se mecía ligera e inconsciente de la belleza que emanaba de ella. La dama de hielo la cogió y la sujetó delicadamente con sus dedos delante suya. Una fina capa de escarcha fue rodeando a la rosa desde su tallo arrancado hasta los pétalos, atrapándola en una cárcel de hielo en la que su belleza pudiese quedar aprisionada. Luego una ráfaga de un viento procedente de algún lugar la desintegró en mil pedazos de frío cristal que quedaron esparcidos por el lago. La dama de hielo volvió a mirar al suelo y siguió vagando. Estaba condenada a destruir todo aquello que amase.
Cuentan que un frío día de invierno la dama de hielo se cansó de vagar eternamente. ¿Pero qué otra cosa se podía hacer en aquel lugar? Ella no creía en una posible redención. Algunos espíritus de aquel mundo a veces hablaban de esperanza, de que aquel lugar no era más que una prueba, un camino para purgar los propios errores y salir fortalecido. Los que les escuchaban a menudo pensaban que estaban locos. La esperanza era sólo una debilidad más en aquel mundo. Tan sólo servía para que la realidad fuese aún más insoportable y dura de llevar. Así pues, la dama de hielo ansiaba su propia destrucción. La muerte de la muerte. La nada, el vacío absoluto. La noexistencia. El olvido de sí misma y su propia consciencia. Y cuando aquellos deseos aparecieron en su mente una voz procedente de ningún lado y de todos al mismo tiempo resonó con ecos lejanos en aquel lugar. - Formula tu deseo en voz alta, niña.
- Antes deberías aprender un poco de educación. Ni siquiera te has presentado. ¿Cómo me has encontrado? - Oh, lo siento. Te pido disculpas. Soy El Olvido. Y no, no te he encontrado. Has sido tú la que me has buscado a mí. - Así que tú puedes cumplir mis deseos. Bien, pues deseo que todo esto termine. ¿Puedes concedérmelo? - Sí, puedo. - Bien –un falso sustituto de la alegría se apoderó de ella-. Entonces hazlo. - No es tan sencillo. Antes has de hacer algo por mí. Mejor dicho, has de hacer algo por ti. Para terminar con esto, antes has de conocerte a ti misma. Y para ello deberás vencer a tres fantasmas que te ayudarán en esa labor. - No tengo miedo a enfrentarme a ningún fantasma. - Lo sé. Tus miedos son otros distintos. Te enfrentarás pues a tres fantasmas como ya he dicho. El ángel de alas negras te mostrará tus sentimientos, el maestro del saber tu destino y finalmente la bruja del espejo tus carencias. Cuando lo hayas conseguido vuelve a buscarme. - ¿Y cómo voy a encontrarlos? Esta vez El Olvido no contestó y no volvió a hacerlo dejando a la dama de hielo sumida en sus propios pensamientos. Meditó sobre ello. Parecía que hasta su propia autodestrucción requería de un compromiso con ella misma. Rió ante la ironía y con paso firme se alejó de aquel lago prometiéndose no volver.
No sabía bien a dónde debía dirigirse para encontrar a aquel primer fantasma. Uno cosa era segura. Quedándose quieta no le encontraría a menos que él viniese a buscarla y eso no parecía ser muy probable. Así que se puso a caminar por aquel mundo en el que uno se movía más con la voluntad que con los propios pies. Era el comienzo de un viaje. El viaje del héroe del que hablaban los cuentos. Pero ella sabía que los comienzos eran engañosos. Uno siempre se hacía ilusiones que invariablemente eran truncadas por el tiempo a su paso. ¿De qué servía perseguir unos ideales si al final nada parecía lograrse? Todo en lo que había creído se había desmoronado como una castillo de naipes incapaz de sostenerse. Como la torre en la que una vez se había sustentado su vida. No merecía la pena siquiera recordarlo. Y con estos pensamientos se fue adentrando en un túmulo. Conocido como el túmulo de los condenados donde los espíritus penaban atrayendo hacia sí a otros tan sólo para atormentarlos y hacer que compartieran su misma condena. Y fue en ese lugar donde una voz, o más bien un lamento implorante, le sacó de su ensimismamiento. - Ayúdame por favor. Ven, no te haré daño. La dama de hielo se acercó despacio a la cima del túmulo donde una extraña criatura permanecía encadenada a una larga cadena con grilletes atados a uno de sus pies. La cadena era larga y le permitía una cierta libertad de movimiento. Pero era una cadena al fin y al cabo y ella no se acercó tanto como para que aquel extraño pudiera dañarle. Era grande y corpulento, aunque la expresión de su semblante era triste y abatida. Su pelo era negro y largo y las ropas que llevaba estaban rotas por jirones. Ella había visto antes este tipo de criaturas y pocos eran los que se acercaban a ellas. Eran tumularios y su sólo roce debilitaba tus fuerzas. En su vida pasada habían siempre necesitado la ayuda de los demás para vivir y en este mundo estaban condenados a absorber la energía de otros espíritus como sustento de su propia energía. Aún así, a ella le dio lástima. - El ángel de alas negras me condenó aquí. Dice que
tengo que expiar todo el daño que he hecho. ¿Puedes liberarme? - No, creo que no. - Entonces permaneceré por siempre aquí condenado – dijo resignándose. - ¿Por qué no te liberas tú mismo? Pareces mucho más fuerte que esas cadenas que te atan. - Oh, no. Ya lo intenté muchas veces en el pasado y nunca lo conseguí. Estoy en este lugar desde que era pequeño. Ya no recuerdo un lugar diferente. - Quizás en el pasado no pudiste lograrlo. Pero eso no significa que ahora no puedas. Deberías intentarlo. El tumulario miró confuso a la dama por a través de su largo flequillo y pareció haber comprendido algo demasiado evidente. Con un grito de furia ahogada, la furia acumulada durante una eternidad de sumisión y derrotada, de resignación y condena, logró romper y liberarse de sus grilletes, aquellos que le habían atado a aquel lugar. Se quedó perplejo por un momento por la facilidad con que había logrado algo que creía imposible y por un instante le hubiese gustado abrazarla y darle las gracias por su ayuda. La dama del lago pudo notar el agradecimiento en sus ojos y comprendió que en el fondo eran bastante parecidos. Aunque lo deseaban con todas sus fuerzas, ninguno de los dos se atrevió siquiera a tocar al otro.
- Yo conozco el camino hacia el ángel de alas negras. Después de un rato juntos la dama le había contado al tumulario su propósito. Resultaba fácil hablar con alguien cuyo sufrimiento ha sido parecido al tuyo y este en seguida se propuso acompañarla en su empresa como agradecimiento. - Vive no muy lejos de aquí, en el palacio de azabache. Un sitio al que pocos se atreven a acercarse. Habían decidido pues llegar allí y enfrentarse con aquel
fantasma. No sería tarea fácil, pero juntos tendrían más posibilidades de lograrlo. Sin embargo, cuando llegaron una extraña sensación se apoderó de la dama de hielo. El palacio de azabache era oscuro como la noche. Sus paredes eran macabramente elegantes. Parecía estar formado de hecho por las propias almas de los condenados que habían perdido la esperanza de salir de aquel lugar. Ella se preguntó cuántos más habrían intentado lo que ella trataba de lograr ahora tan sólo para sentirse nuevamente defraudados. ¿Cuántos más habrían dejado sus ideales en el camino? Por alguna extraña razón pensó que si ella sufría su condena sería por alguna razón y que se lo merecía. La autocompasión se adueñó de ella y a punto estuvo de dar la vuelta. Pero el tumulario se lo impidió. - No te irás ahora a dar por vencida. Ella sonrió y él le devolvió la sonrisa. Había quizás algo más que amistad entre ellos y se preguntó no por última vez qué hubiese pasado si se hubieran conocido en otras circunstancias, en el mundo de los vivos por ejemplo. Se dio la vuelta y al volverse comprendió que ya había encontrado lo que buscaba. Un ángel con sus alas plegadas y los brazos cruzados se erigía ante ella. Era esbelto y todo a su alrededor emanaba una ténebre belleza. El ángel permaneció impasible evaluando a sus dos inesperados visitantes con sus ojos negros y profundos.
- No queremos molestar. El Olvido me habló de ti y me dijo que tú podrías mostrarme mis sentimientos. El ángel permaneció en silencio. - No causaremos problemas. Sólo necesitamos tu ayuda. ¿Qué podemos hacer nosotros a cambio? No hubo palabras. El tumulario empezó a impacientarse. ¿Quién se creía que era él para juzgar a los demás y negarles la palabra?
¿Cuánto tiempo había sufrido él por su culpa? Estaban siendo demasiado considerados con él. Si no quería hablar, él le sacaría sus palabras aunque fuese por la fuerza. Se avalanzó contra él en un arrebato de ira. El ángel apenas se volvió hacia él, seguía con la mirada fija en la dama, pero con una de sus manos hizo un ligero gesto y el tumulario quedó paralizado en el sitio en una expresión de horror, incapaz de moverse o huir siquiera. Luego el ángel caminó hacia ella con una calma inquietante. La dama estaba aterrada. ¿Cómo iba a vencer a alguien con tal poder sobre los demás? Todos los fantasmas tenían un miedo, pero este parecía no temer nada. Si pudiese comprender qué era aquello que le aterraba quizás entendiese sus poderes y sus debilidades. Entonces podría derrotarle. El ángel se acercó con la mirada escrutando las más oscuras profundidades de su ser. Como si pudiese ver más allá de lo evidente, como si pudiese traspasar la máscara que todos llevamos ante los demás y ahondar en aquello que no puede ser fingido ni ocultado. Fue entonces cuando ella lo comprendió. El ángel de alas negras supo que su miedo había sido descubierto, pero no se asustó. En vez de eso pareció extrañamente agradecido, como si nunca nadie antes se hubiésen dado cuenta de ello. El mero hecho de ser comprendido hizo crecer en él un inesperado deseo. Se acercó hasta la dama y cuando estuvo tan cerca que ella pudo sentir su aliento, el ángel le dio un apasionado beso. Quedó convertido inmediatamente en una estatua de puro hielo.
- No, realmente no le he destruido. El hielo terminará por desaparecer. La dama y el tumulario seguían en su búsqueda de los fantasmas que ella debía de derrotar. Habían tenido bastante suerte con el primero o eso pensaba él. A pesar de haber estado paralizado pudo ver todo lo que ocurrió y no entendía muy bien cómo habían llegado a derrotarle. - Es fácil. Comprendí su miedo. El ángel de alas negras tiene capacidad para ver los sentimientos de los demás. Sin embargo, no puede expresar los suyos propios. Quizás en su vida pasada temió que los demás descubriesen lo que sentía realmente y siempre vivió con ese miedo. Imagina ser capaz de comprender la pasión y el sufrimiento ajeno y que nadie pueda comprender el tuyo. Cuando me di cuenta sentí compasión por él y eso resultó ser un sentimiento nuevo y agradable para el ángel. Por eso quizás es por lo que me besó. - Vaya, sí que sois raros los fantasmas. E inquietantes. Quizás todo esto prueba que tus sentimientos son nobles. Puede que eso sea lo que El Olvido quiso que aprendieras de él. La dama de hielo meditó sobre ello y no volvieron a hablar durante el resto de la marcha hasta llegar a unos pantanos. Eran conocidos como los pantanos de la desesperación y rodeaban el palacio de jade donde supuestamente vivía recluido el maestro del saber. No era un lugar agradable. Precisamente por eso quizás el maestro lo había elegido. Hacía alejarse a las visitas no deseadas. - Vuestro camino termina aquí, viajeros. De entre los pantanos apareció una figura sombría. No tenía rasgos distintivos salvo un par de fuegos fatuos como ojos. La dama había visto uno de estos antes. Eran espectros. En otra vida dominados por sus pasiones, en este mundo se complacían en manejar las emociones ajenas. - Vamos, no me hagáis enfadar. Volved por donde habéis venido o sufriréis más de lo que hayáis sufrido en vuestra anterior existencia.
- Queremos hablar con el maestro del saber. Es importante. - El maestro no acepta visitas. Yo soy un guardián suyo y no os dejaré pasar. Es mi misión y siempre la he cumplido con éxito. La dama de hielo se quedó pensativa. - ¿Nunca hiciste otra cosa? ¿Nunca deseaste salir de este pantano y ser libre? - Claro que no. Es lo único que sé hacer y lo hago bien. ¿Por qué cambiar? - ¿Pero... - ¿Qué demonios tratas, niña? ¿Intentas adularme de alguna manera? No me quedaré aquí parado viéndoos entrar. - Bien, entonces acompáñanos. El espectro se quedó en silencio un tiempo. ¿Cuánto tiempo hacía que no hacía otra cosa más que asustar viajeros en aquel lugar? ¿Y si realmente se plantease que podía hacer otras cosas, ser útil en otros sentidos? Aventuras, pensó. Realmente se sentía viejo y ya no recordaba cuando sus pasiones le hacían querer forzar continuamente sus propios límites. - Oh, creo que os acompañaré –gruñó-. No llegaríais muy lejos sin mí. Además, sólo yo conozco un camino seguro hacia el palacio.
El palacio de jade no tenía nada que ver con el anterior palacio de azabache. Las puertas estaban abiertas como si ya esperasen a sus visitantes. Todo el lugar en sí trasmitía una placida paz. Algo difícil de encontrar en un mundo de seres condenados a sufrir. Una enorme estatua de jade representando a un dragón vigilaba el pasillo que terminaba en una sala. Tan sólo el espectro permanecía inquieto en aquel lugar. Realmente parecía que no iba a ser difícil conseguir ayuda de aquel
fantasma. Los tres visitantes se adentraron en el palacio y abrieron con cuidado la puerta de la sala que daba a una enorme biblioteca. En medio de ella se encontraba un pequeño anciano de ancho bigote blanco. Servía el té en varias tazas que había sobre una mesa y cuando los visitantes supieron que su presencia no era una sorpresa para él, se acercaron prudentemente. - Pasad, pasad. No os esperaba, pero siempre es agradable recibir visita aquí. Decidme, ¿qué os trae a la presencia de este viejo anciano?
Los tres se sentaron en aquella mesa y probaron el té. El maestro del saber resultaba ser nada más que un agradable anciano. Era difícil de creer que aquello supusiese realmente una prueba que había que superar. - El Olvido me dijo que podrías enseñarme mi destino. Seguro que para alguien tan sabio como usted, eso no será complicado. El maestro dio un sorbo a su taza y quedó con los ojos fijos en el infinito. Tardó un tiempo en volver a aquella habitación. - ¿El futuro? Oh, no. El futuro es incierto. Has de comprender el pasado. El pasado es lo importante. Se repite una y otra vez. Tienes que entenderlo o los errores se repetirán. ¿No querrás volver a equivocarte otra vez? Podría ser fatal. Podría no haber más futuro. Podría... - Pero yo quiero conocer mi destino... - Oh, bueno, sí, bueno. Puede conseguirse. Pero antes tendrás que aprender, sí. Tengo algún libro por aquí que habla de ello... El maestro se puso a rebuscar por entre su biblioteca mientras los otros tres le contemplaban un poco asombrados. - Por cierto -empezó a divagar el maestro-, ¿para qué deseas conocer tu destino? Podrías quedarte conmigo. Me
vendrían bien unos ayudantes para clarificar todo mi conocimiento. Sí, sería una buena idea. Aquí viviríais bien. No conozco un sitio más tranquilo en todo el mundo. Nuestro mundo quiero decir, claro. Hubo algo en la forma de decirlo del anciano o quizás sería el aura envolvente de aquel lugar lo que hizo que pareciera una oferta realmente tentadora. Un lugar tranquilo donde vivir en aquel mundo caótico y cruel. Un pequeño remanso de paz. ¿Por qué no? La dama de hielo a punto estuvo de aceptar su ofrecimiento cuando el espectro anticipándose exhaló una queja. - ¿No pensarás quedarte atrapada aquí entre estos libros? El mundo no está aquí, está afuera. Jamás te perdonarás si ahora no tienes el valor de buscar quién eres y de qué eres capaz. Por más que puedas aprender de los libros estos sólo están vacíos. Los libros sólo pueden enseñarte aquello que antes has aprendido existiendo. Son vacuos. La dama comprendió entonces que había estado a punto de ser víctima de un cruel y sutil engaño. No hay nadie más esclavo que el que se cree libre en su propia celda de autocomplacencia. Rechazó su ofrecimiento. Pero aquello no iba a resultar tan sencillo. - Me temo que eso no va a ser posible, niña. No os dejaré marchar tan fácilmente después de que hayáis conocido mi paradero. Debes comprenderlo. Otros podrían venir. Mi oferta fue generosa. Deberías reconsiderarla. - ¿Y cómo nos lo vas a impedir, pequeño saltamontes? – preguntó irónicamente el tumulario. - Oh, yo no haré nada. Pero ese dragón de jade que habéis visto antes está a mis órdenes y dudo mucho que podáis vencerle. Pero si realmente queréis iros os propongo que resolváis un acertijo y si acertáis podréis ser libres. Os doy mi palabra. Pero no será fácil, os lo advierto. La dama de hielo comprendió que esta podía ser su oportunidad para escapar de allí y estuvo de acuerdo.
- ¿Qué es aquello que todos esperan pero nunca llega y cuando llega desaparece? La dama sonrió. - Uhm, ¿de cuánto tiempo disponemos para contestar? - Eh, uhm, pues no sé. Déjame que piense. No, uhm, tendré que estudiarlo. Esperad un momento, creo que tengo un libro que... Los tres visitantes aprovecharon aquel momento para escapar del palacio frente a la estatua del dragón que estaba inmóvil a falta de alguien que le ordenase qué hacer. El maestro del saber estuvo un buen tiempo ojeando sus libros antes de darse cuenta de que sus invitados se habían escapado. Tendría que pensar mucho sobre aquello para que no volviera a suceder.
Sólo quedaba un fantasma más y la dama de hielo estaba empezando a confiar en su buena fortuna. No había resultado fácil vencer a los dos fantasmas anteriores, pero cuando uno es un fantasma resulta más fácil comprender los miedos ajenos. - Ya temí que no supieras la respuesta. Si ese anciano no hubiese dudado, ahora estaríamos encerrados en aquel lugar hasta encontrar la solución –el espectro parecía aliviado. - Bueno, su miedo era el miedo a tomar decisiones. Seguramente vivió temiendo demasiado las consecuencias de sus actos y su decisión fue no tomar ninguna decisión. Sabía que si contestaba a su pregunta con otra pregunta le derrotaría. - Vaya –dijo el tumulario- no sólo tienes buenos sentimientos, sino que además también eres una chica inteligente. - Sí, y descubriste al menos que tu destino no se encuentra dentro de una biblioteca. Y alegres los tres siguieron con su camino por el bosque tenebroso, el lugar que ocultaba a su último enemigo. El sabor de las dos victorias anteriores les hacía creerse invencibles. Los árboles que se erigían alrededor del camino eran lúgubres y amenazadores, pero ellos ya no temían nada. De pronto pensaron que alguien les seguía o al menos tuvieron esa sensación. Y sus sospechas se vieron confirmadas cuando una pequeña criatura alada se apareció a un lado del camino como de la nada. - No encontraréis a la bruja sin mi ayuda –dijo la criatura-. Su palacio, el palacio de diamante, se encuentra bien oculto en el bosque. Pero puedo ayudaros. Era un trasgo, una criatura artera y manipuladora. Todo el mundo sabía que nadie con un mínimo de cordura podía confiar en la palabra de un trasgo. En otra existencia habían vivido sus vidas en un engaño propio y ahora les resultaba imposible ser sinceros con los demás. - No pensarás que vamos a confiar en un trasgo – respondió el espectro-. Supongamos que eres un siervo de la bruja que viene a engatusarnos para hacernos caer en alguna
trampa. Por lo que he oído, a la bruja le gustan mucho esas artimañas. - Oh no, ya no sirvo a la bruja –dijo el trasgo con inocencia -. Ella hechizaba a los de mi raza, pero yo logré escapar de su embrujo. Tan sólo trato de ayudaros para así poder vengarme de ella. - Por favor,... La dama de hielo sin embargo, tenía una visión completamente distinta a la del espectro. - Está bien, vendrás con nosotros y confiaremos en ti. Tendrás que ganarte esa confianza, claro está. El trasgo se alegró y les siguió un poco por delante guiándoles en su camino, pero no pudo evitar escuchar la conversación que tenían detrás la dama y el tumulario. - ¿Cómo sabes que no nos traicionará? - No lo sé realmente. Pero puedo elegir confiar en los demás y sentir que alguna vez me han defraudado o puedo elegir no confiar en nadie y sentirme siempre defraudada. El tumulario no estaba muy convencido con aquella respuesta pero la aceptó. Lejos, en la torre más alta de su castillo de diamante, frente a un espejo mágico, que era su objeto más preciado, la bruja contemplaba a los cuatro compañeros y se frotaba las manos por anticipado.
No fue difícil encontrar el palacio, pero al entrar se descubrió que el propio palacio de diamantes era un verdadero laberinto de espejos. El trasgo confirmó que conocía el camino dentro del laberinto y no tuvieron más remedio que dejarse guiar por él. Sus imágenes se veían reflejadas y distorsionadas a lo largo de las paredes del laberinto en una burda parodia de lo que ellos eran. La dama de hielo erró el camino y sin darse cuenta se alejó del grupo de sus tres compañeros que parecían buscarla. Finalmente encontró una escalera que la llevó hasta una torre cuyas paredes también estaban rodeadas de espejos. Le costó
un rato darse cuenta de que no estaba sola en aquel lugar y entonces se quedó aterrada. Frente a ella misma se encontraba el enemigo más temible al que podía enfrentarse. Su enemigo era ella misma, otra dama de hielo indistinguible de su propio reflejo. - Seguro que no esperabas algo así –dijo la bruja-. Aquí termina tu camino, niña. - No si tengo algo que decir antes. La temperatura del lugar empezó a bajar peligrosamente. Los espejos de las paredes se cubrieron de escarcha y ráfagas de aire helado empezaron a dirigirse entre las dos combatientes. Tenían el pelo completamente alborotado y era imposible distinguir quién era quién. - Es inevitable que pierdas –dijo la verdadera dama-. Aunque me vencieses mis amigos vendrán y no te resultará tan fácil luchar contra todos ellos. - Oh, tus amigos –rió la bruja lanzando un chorro de aire helado contra su adversario-. Confías demasiado en ellos. Tu confianza es tu debilidad. La dama de hielo empezó a preguntarse si no había llegado ya demasiado lejos. ¿Cuánto tiempo más podría resistir aquel brutal combate?
Tardaron un tiempo, pero finalmente los tres compañeros llegaron hasta la torre donde estaba la bruja del espejo. No esperaban encontrarse aquello. Dos damas de hielo completamente idénticas, salvo por el hecho de que una de ellas se encontraba atrapada en un bloque de puro hielo. La superviviente de aquel terrible combate habló. - Suerte que habéis llegado, amigos. Estoy exhausta. La bruja del espejo es capaz de imitar no sólo mi aspecto sino también mis poderes. He conseguido atraparla en un bloque de hielo, pero no durará mucho. Tenemos que destruirla. Los tres compañeros se miraron inquietos entre sí.
- ¿Y cómo sabemos que tú misma no eres la bruja del espejo? –preguntó desconfiado el espectro. El trasgo se quedó pensativo. Era imposible averiguar quién era quién. Pero necesitaba tiempo para lograr encontrar la manera de averiguarlo antes de que todos cometiesen un terrible error. - No, dice la verdad –exclamó el trasgo que se había teleportado junto a la dama de hielo que les hablaba. Podéis confiar en ella. - Grandullón –dijo la dama-. Destruye ese bloque de hielo junto con la bruja antes de que encuentre la manera de liberarse y nos destruya a todos. - Ni se te ocurra –dijo el espectro-. Es todo una sucia artimaña. El tumulario permaneció confuso. Era bien conocido que nadie podía confiar en un trasgo, aunque los espectros muchas veces se dejaban llevar por sus emociones. Por otro lado parecía tan real. Le hablaba dulcemente como solía hacerlo ella. ¿Por qué resultaba tan difícil tomar la decisión adecuada sin ayuda de los demás? Si no se decidía, quizás podía resultar fatal. - No te preocupes, grandullón –dijo la dama-. Comprendo tus sentimientos. Lo haré yo misma. De pronto un ruido estridente se oyó por toda la habitación y cogió a todos por sorpresa. La supuesta dama de hielo se dio la vuelta enfurecida al comprobar que el trasgo había destruido uno de sus espejos. Este miraba con aire de fingida inocencia. - ¡Maldito traidor! Pero te has confundido. Aquel no era mi espejo. Se volvió para destruir a la verdadera dama de hielo antes de que sus amigos comprendieran el artero engaño, pero cuando se dio la vuelta una sombra negra la atravesó. El espectro salió por su espalda.
¿Qué ocurría? ¿Era posible que hubiese perdido? ¿Ella? La desesperanza se apoderó de su ser y apenas sí se dio cuenta cuando el tumulario la alzó en el aire absorbiendo su propia energía vital. - Nunca, ¿me oyes? Nunca vuelvas a tratar de engañar a un tumulario. La bruja empezaba a desvanecerse. Su propia imagen se hacía trasparente, y al mismo tiempo la cárcel de hielo que encerraba a la dama fue desapareciendo. - Ya es suficiente, grandullón. El tumulario dejó caer a la agonizante bruja sobre el suelo, aunque le hubiese gustado hacerla pagar por ello. Finalmente todos se marcharon juntos de aquel lugar sin tan siquiera mirar atrás a la bruja que no dejaba de maldecirlos.
- Es el enemigo más duro que me he encontrado y sin duda el más triste –dijo la dama de hielo-. La bruja del espejo tenía miedo de ser ella misma y por eso siempre adquiría la apariencia de los que le rodeaban sin atreverse a ser alguien distinto. Pero aún no entiendo lo que tenía que aprender de ella. - Yo creo que es evidente –dijo el tumulario-. Aprendiste tus carencias. Que sola no podrías haberla derrotado. Nos necesitabas a nosotros. - Cierto –dijo el espectro-. Pero, ¿cómo supiste que aquella no era la verdadera dama de hielo? –inquirió al trasgo. - Oh, no lo sabía, por supuesto. Tenía que ganar tiempo y sabía que tú te pondrías en mi contra. Entonces recordé que ella adquiere su poder de un espejo mágico que tiene y traté de encontrarlo. - Bueno, creo que te has ganado nuestra confianza –dijo la dama. El trasgo se sintió un poco avergonzado. - Realmente yo era su siervo y os trataba de dirigir a una trampa, pero nunca antes nadie había confiado en mí y la bruja realmente me despreciaba, tan sólo me utilizaba para sus fines. Tú fuiste la primera persona que creyó en mí de forma desinteresada. La dama sonrió por el cumplido. ¿Y ahora qué? Los tres fantasmas habían sido derrotados, pero habían cambiado tantas cosas en el proceso. Realmente ahora se conocía a sí misma; sus sentimientos, su destino, sus carencias. ¿Qué se supone que tendría que suceder ahora? Una voz se oyó por encima de todos ellos atrayendo su atención. - Muy bien. Tengo que felicitarte. Lo cierto es que no pensé que fueras a lograrlo –dijo El Olvido. Todos se quedaron sorprendidos ante aquella aparición. No así la dama.
- Sí, pero ya no deseo lo mismo. Ahora que me conozco realmente no anhelo destruirme. Me gustaría, si es posible, volver a la vida. - Pero niña, ¿quién demonios te piensas que soy? ¿El mago de Oz? Se hizo el silencio por un momento y luego la voz volvió a sonar grave y profunda. - Quizás tu deseo pueda cumplirse, pero habrás de superar una última prueba –dijo mientras un haz de luz aparecía en el cielo por entre las nubes-. Si vas hacia la luz volverás a la vida, pero no podrás ir acompañada y tampoco sabrás nada de lo que pueda sucederte más adelante, ya no estará dentro de mis capacidades resolver lo que hagas a partir de entonces. Ni siquiera recordarás todo lo que en este mundo te ha sucedido. Ella se dio la vuelta hacia sus amigos y compañeros de viaje. Sin ellos no habría llegado hasta aquí, no habría llegado a ser lo que era. Tenía que sacrificarlos por un futuro incierto. Por una posible vida cuyo sentido se le escapaba. Realmente era la prueba más difícil de todas. - Te echaré mucho de menos –dijo el tumulario con lágrimas en los ojos tratando de parecer fuerte. - Oh, vamos, odio las despedidas. Lárgate si es lo que tienes que hacer –exclamó el espectro, pero su emoción delataba que tampoco iba a ser fácil para él. - No te preocupes, estoy convencido de que a partir de ahora todo te irá bien –mintió el trasgo aunque con buena intención. La dama de hielo se dio la vuelta y se dispuso a entrar en aquella luz. Cuando lo hizo una fuerza sobrenatural tiró de ella hacia arriba, hacia otro mundo, el mundo de los vivos. No menos complicado, pero al menos un mundo donde uno podía enmendar los propios errores y las decisiones equivocadas. Se sintió orgullosa de sí misma. Finalmente había trascendido todos sus miedos.
Las luces del hospital deslumbraban al médico de bata blanca que llegaba por el pasillo. No le gustaba tener que tratar con los familiares de los pacientes. Siempre resultaba una labor incómoda. - Tengo una buena y una mala noticia. ¿Cuál prefieren escuchar primero? - Hable de una vez, doctor. Estamos preparados. - La noticia buena es que su hija está saliendo del coma en el que se encontraba. La mala es que sufre un episodio moderado de amnesia. No recuerda nada de lo que sucedió, pero es posible que pueda recuperar sus recuerdos con ayuda profesional y la suya propia, por supuesto. - Gracias, doctor. - Me temo que sus compañeros no han tenido la misma suerte. Tres de sus amigos murieron en el accidente. Creemos que uno de ellos podía ser su novio, aunque no estamos seguros. También, y siento decírselo, ella conducía bajo los efectos del alcohol y otras sustancias. Es una pena, pero la juventud actual está cada vez más desestructurada. Pareciese que viven en una especie de cuento de hadas. En cualquier caso, pronto podrán hablar con ella. Es mejor que por ahora no sepa nada de todo lo ocurrido. Su madre parecía desconsolada. No podía disimular las lágrimas. ¿Cuándo fue la última vez que había sido capaz de mostrar sus sentimientos? Él la miró a través del cristal. Ya no era una niña, sin darse cuenta se había convertido en toda una mujer. ¿Cómo podía no haberse dado cuenta? ¿Cuándo fue la última vez que le dijo lo orgulloso que se había sentido de ella? Ella había sufrido y aún así era capaz de conservar la compasión. ¿No consistía eso realmente en la verdadera fortaleza? Volvió a mirar a su ex-mujer. Ellos habían tenido una segunda oportunidad más allá de todo lo que había sucedido. ¿Por qué ella no podía también tener una? Los errores siempre podían ser enmendados, aunque no sin esfuerzo.
Al otro lado del cristal ella abrió los ojos con pereza. Su miedo a la vida le había llevado demasiado cerca de la muerte. Quizás todo aquello constituía una lección propia para ser más fuerte. No era del todo desacertado, aunque había lecciones que a veces era mejor no aprender.