El sumidero en la ciudad

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El sumidero en la ciudad

Jorge Llop - 2009


Todas las calles parecen la misma cuando uno no tiene un lugar fijo al que dirigirse. Así como en el cuento de Alicia cuando la protagonista preguntaba al gato de Chessire qué camino debía seguir. También decidí llamarla Alicia. Cuando uno ha perdido completamente la capacidad de entrega tan sólo puede esperar de la vida una soledad infinita. Pero no estoy solo. Quizás mi mente se negaba a aceptarlo y por eso había aparecido ella. Alicia no era una persona, tan sólo una voz. Una voz que oía a veces distante, a veces cercana en mi cabeza y que a veces susurraba canciones desconocidas. En cualquier caso me hacía compañía y a veces hasta opinaba con criterio propio. A veces, cuando me venían a la cabeza pensamientos suicidas Alicia se reía con esa risa de niña bien educada y los espantaba. La vida se había descubierto como algo sin mucho sentido, pero la muerte parecía tenerlo aún menos. Quería por momentos pararlo todo, los coches, las prostitutas de la Gran Vía que me silbaban descaradas, los sentimientos. Cada vez que parecía por un momento apresar la felicidad, esta era invariablemente sustituida por un sentimiento de pérdida, como si la felicidad jugase conmigo a extraños juegos. Así pues me había hecho amigo de la tristeza y digamos que hasta me había acostumbrado a ella, si tal cosa es posible. Ya no anhelaba que sucediese nada, que nada cambiase. Ya no esperaba de la vida ninguna sorpresa que hiciera renacer en mí una chispa de ilusión. Miraba a la gente alrededor, miraba al mundo alrededor y me sentía cansado. Quizás no había encontrado mi camino o quizás es que alguien se había olvidado de dejarme uno que seguir, pero el caso es que todo lucía absurdo y carente de color. - ¡Ja, ja! ¿No es maravilloso caminar por esta ciudad sin que nadie le espere a uno en ningún lugar? Cuando ya no queda nada ni nadie a quien esperar es cuando cualquier cosa es posible. Hasta lo más inverosímil puede tornar creíble. - Me preocupan tus desvaríos, Alicia. Yo no soy Peter Pan y esto no es ningún cuento. Es la vida real y por lo que llego a saber nada en ella guarda ningún valor. ¿Qué me puede


ofrecer? ¿Qué puedo conseguir o ansiar? ¿El amor? Ya no lo quiero. Dejé de desearlo desde que descubrí que provoca más sufrimiento que placer. Y quizás es que estemos condenados a sufrir o al menos a elegir la forma de sufrir. Quizás uno no elige precisamente la manera en que vive, si no la manera en que decide morir. La forma en que uno recorre esa preciosa espiral de autodestrucción que más rápido o más despacio enreda a todos los seres humanos de esta ciudad. - Hablas tan raro. A veces no te entiendo. ¿Por qué no buscamos un poquito de diversión y nos olvidamos del resto? ¿Diversión? ¿Tristeza? ¿Qué más daba? Acaso no eran las dos caras de una misma cosa. Si finalmente logras encontrar la manera de obtener el placer perdido, todo confabula para que lo pierdas y lo recuerdes, para que lo necesites y revivas su memoria una y otra vez, en un juego sin sentido, en un camino sin final feliz. Nunca hay un final feliz, quizás sí si hubiese un verdadero final de algo. Sentí una tensión sexual no satisfecha, no supe muy bien desde cuando estaba ahí escondida esperando, pero ahora se había hecho evidente y clamaba con premura ser completa. La noche acababa de aparecer en la ciudad y había luna llena. ¿Qué más daba el futuro, cualquier clase de futuro, si nunca nada pensaba pararse? Decidí ir a Chueca. Alicia se mostró de acuerdo.


¿Existía algo más primario e irracional que el sexo? ¿Algo codificado en lo más profundo de nuestras entrañas para ser buscado y perseguido por encima de todo lo demás? De cualquier otra cosa. La perpetuación era lo más importante. Evitar que la raza se extinguiera, seguir con este insensible experimento darwiniano. El placer era un señuelo nada más. Pero la evolución se había olvidado que los gays no íbamos a perpetuar nada. Pero había algo más. Algo siniestro y oscuro. Un terrible engaño, una falsa sensación de confianza y compañía. El hecho de estar tan lejos y al mismo tiempo tan cerca de la gente. La alternativa de engañar aunque fuese por un momento a la soledad y hacerla creer que el amor es posible, o al menos lo sería si uno pudiese apretar un botón y parar el tiempo dentro de un cuarto oscuro. Era indistinguible. Así que tampoco importaba mucho si era real o no. La mente sólo entiende de aquello que limita su territorio, el resto son divagaciones y presunciones ociosas de filósofos. Cualquier cosa es imaginable por el simple hecho de ser realmente indemostrable para uno. Podríamos perdernos en lo irrelevante. Decir que la música acompañaba esa sensación de soledad compartida, que no había ni una sola sonrisa sincera en el local o que todo en fin respiraba un aire de decadencia y un deseo de vivir muriendo. Pero no sería justo, porque cuando entré en el Hot aquel chaval lo iluminó todo. El juego de miradas fue casi una violación. Aquel chaval no tendría más de venticinco años, pero era evidente que no hacía mucho que venía por aquí. Quizás todavía se encontraba en esa fase en que es tan importante reforzar la autoestima por el simple hecho de que a uno le ha tocado vivir dentro de una minoría social. Tenía la desgracia de ser guapo, terriblemente guapo, con una cara que aún trasmitía ingenuidad y un cuerpo que luchaba por salir de la ropa. Pero era descarado, casi insolente. Su mirada lo examinaba todo, lo observaba todo, no tenía miedo de descubrir, de investigar, de conocer. En ningún momento bajó la mirada. - Déjalo. No querrás tenerlo eternamente en tu conciencia.


Alicia era inoportuna, pero solía tener razón. Así que desvié la mirada. No así un hombre mayor trajeado que le observaba. Era el tipo de persona que había sido adiestrada para ser un perfecto y responsable productor de dinero, tan sólo para convertirse en un perfecto consumidor a cualquier precio. Una trampa social en la que la mayoría de la gente quedaba atrapada y que le hacía perder cualquier principio. Fue una danza macabra, un espectáculo terrible y precioso al mismo tiempo. El hombre se acercó, ambos hablaron un rato, luego se fueron al servicio, seguramente allí le invitase a algo de cocaína, el placer lo cubriría todo hasta ser insoportable, incontenible, lo harían, de cualquier forma, no importaba. Luego se irían y no quedaría nada más que un par de chorros de esperma contra la pared. El deseo saciado. La segunda vez sería igual, como todas las que viniesen después. El fracaso de la inocencia. La misma representación repetida en el tiempo, convirtiendo a las víctimas en verdugos. Decidí cambiar de local. Quizás tuviera más suerte.


143 Un buen jugador sabe cuándo debe retirarse si la suerte ha cambiado de bando. Yo nunca fui un buen jugador. Alicia lo sabe. Pero ella siempre tuvo predilección por los perdedores. El The Paso era la otra alternativa. A la suerte le gusta jugar con las personas y siempre tiene un plan por el que hace las cosas, un plan oculto que sólo desvelará en el último momento, cuando ya sea demasiado tarde para hacer nada. Mientras se ríe divertida. Pero allí la suerte volvió. Y volvió en la única forma en que puede volver para alguien que lo ha perdido todo, en la forma de un amigo. Le vi al fondo antes de que me reconociera. Javi era medio sordo con una incapacidad de un 59% en el oído izquierdo y un 100% en el derecho. Ni siquiera se le había considerado como minusválido por no haber nacido con ello, si no por haberlo desarrollado como una enfermedad. Sabía el idioma de signos y cuando hablaba era extrovertido y sincero. La sordera a veces hacía que tuvieras que acercarte a su oído, que tuviera que leerte los labios o que algunas cosas quedasen en el aire, lo que hacía en algunos momentos un poco más cómodas las conversaciones, pero para el caso que nos ocupa Javi sabía escuchar como un amigo, y en eso había poca gente tan capaz. Era un amigo incondicional. Quizás el único que tenía. Aunque bien es cierto que la experiencia me había demostrado que no hay nadie realmente incondicional. Los amigos en los malos momentos piden y en los buenos tratan de vender a buen precio. Aún recordaba la conversación con el último amigo incondicional que tuve. Le estaba contando mis problemas mientras sostenía un vaso de cubata y se miraba de reojo al espejo. - Lo siento cariño. No puedo ayudarte. No sabría cómo hacerlo. Por cierto, ¿me ves mayor? Los seres humanos tenían una capacidad diabólica para justificar su manera de actuar de tal forma que ellos quedasen transformados al hacerlo en el centro del universo mismo. El problema es que al hacerlo uno dejaba de sentir el dolor y la alegría ajena. Una capacidad envidiable en cualquier caso.


Una sonrisa se dibujó en el rostro de Javi cuando me vio. Traté de llegar hacia él entre la multitud de desconocidos. - Cuidado, alguien nos observa. - No seas paranoica, Alicia. Estamos en el The Paso. Aquí todo el mundo nos observa.


- ¡Qué guapo estás! Se ve que te van bien las cosas. - ¡Qué mal mientes, Javi! - Ha, ha. Es que te veo con buenos ojos. ¿Para qué están los amigos si no para hacernos creer que las cosas pueden ir a mejor a pesar de todo? Bueno, para eso y para que me invites a una cerveza que me la debes. - Sabes que no tengo un duro. - Bueno, pues preséntate al concurso de Mr. Bear 2009 que van a hacer en el The Angel. Seguro que los dejas a todos de piedra, aunque la competencia es dura. Me han dicho que Julián se va a presentar. Seguro que le conoces. Lo mismo hasta ya te lo has tirao. - No me gustan esos concursos. Y no, no sé quién es Julián. - ¿Cómo que no le conoces? Si es conocidísimo. Tiene un fotolog en internet. - Entonces estará enamoradísimo de sí mismo. Ha, ha. Si le veo ya te diré. - Mira, ahí está. Es ese chico gordito que está entrando. Cuando me giré para mirarle sus ojos ya estaban clavados en mí. Era el mismo chico que antes había estado en el Hot. Pero ahora su mirada tenía un brillo frío y siniestro. Caminaba por entre la gente sin apartar la mirada y pasando como si su sola presencia ya fuera una invitación a dejarle pasar. Recorría el pasillo del The Paso inadvertido, silente como un espectro. Un escalofrío me recorrió la espalda. - Alicia, ¿qué piensas de todo esto? ¿Alicia? ¿Dónde te has metido? Ya no se escuchaba ninguna voz en mi conciencia. Alicia había desaparecido. Pero, ¿dónde y por qué? ¿Y quién demonios era ese tal Julián que amenazaba con irrumpir en mi vida? ¿El joven inocente que había visto antes o un ser oscuro y siniestro? Averiguarlo iba a resultar un infierno, de eso


estaba seguro. A mi alrededor las paredes se ensancharon, los espejos se distorsionaron, el suelo tembló y el techo pareció estar a punto de caer sobre todos nosotros. Pero la gente parecía contenta, febril, ajena a todo aquello. Sus vidas eran vidas alegres y completas, o al menos es lo que aparentaban. Aunque a menudo había abismos de distancia entre aparentar estar bien y estarlo realmente. Y algunas personas eran maestros del disfraz con máscaras y máscaras de cordialidad y buenas maneras. - Me estoy mareando. Creo que voy al servicio -dije acompañándolo del gesto que en idioma de signos venía a deletrear las siglas "WC". Julián fijó sus ojos en mí. Brillaron con una luz de ultratumba.


Me sentía mal y no entendía por qué. Era una sensación interna como si algo dentro de mí quisiera desgarrarse y dividirse en dos, como si mi propio ser estuviera en una terrible discusión consigo mismo. Me mordí la lengua para no gritar y me apoyé contra el retrete de una de las cabinas del baño. Quise vomitar pero no pude. Afuera brillaba la luna llena, pero eso yo no lo sabía. De pronto un dedo desconocido recorrió mi espalda. El dolor desapareció completamente. Diría que me extrañó verle al volverme, pero no sería cierto. Lo que sí me desconcertó es que no hizo ningún ruido. La puerta de la cabina estaba cerrada con el pestillo. Estábamos los dos solos. - Así que tú eres el tal Julián. Y, ¿puedo saber si eres un chico bueno o un chico malo? - ¿Bien? ¿Mal? Esos son conceptos ambiguos. Entiendo mejor cosas como placer ó deseo. O como la reacción que en estos momentos está empezando a tener tu entrepierna. Julián dió un paso más cerca. Apenas unos centímetros nos separaban. - ¿Y tampoco te enseñaron a respetar las distancias? - Conmigo no existen las distancias, querido. Además, si estoy aquí es por ti. Tú hiciste que yo apareciera en el juego. Soy sólo una rueda más del engranaje. Pero, oh, no, veo que ya no lo recuerdas. Hay cosas que es mejor olvidar. ¿Demasiado dolor? ¿Demasiado sufrimiento? Mejor enterrarlo, olvidarlo, permitir que los nuevos placeres soslayen la crudeza de la realidad. No te preocupes, puedo hacerte recordar. Te prometo que no te dolerá. Muy al contrario. Cuando Julián clavó sus ojos en mí, mi cuerpo se puso rígido y sus labios se acoplaron a los míos como en un perfecto rompecabezas. Una nueva sensación me recorrió de abajo a arriba como una ola al romper contra un acantilado. El The Paso desapareció, el servicio desapareció, hasta Julián desapareció.


S贸lo se o铆a el rumor lejano del mar.


El mar era un símbolo. El agua hacía referencia siempre a los sentimientos, a veces en calma, a veces tormentosos, siempre en movimiento, nunca quietos. El mar además venía a representar el fin de todo, la entropía última, el paso final en el que el río deja de ser para convertirse en algo más grande y completo, el momento en que el destino te ha alcanzado al fin y puedes comprender desde la totalidad y no desde la parcialidad de tu existencia. Aquí el mar era real, no era un símbolo. Estaba sentado en una playa de arena negra mirando al horizonte. El rumor de las olas lo cubría todo con una paz incontestable. No se oía hablar a nadie a pesar de que no estaba solo en aquel lugar. Las gaviotas volaban haciendo recorridos en espiral. Miré a mi lado. Ahí estaba Alejandro. Miraba al horizonte también, al mismo punto lejano en el cual las rectas paralelas parecían juntarse por fin. Su piel morena brillaba por el sol. Sus ojos tenían la acuosidad del mar. Alargó la mano y rozó la mía. Ahora lo recordaba. Fue un verano. El último verano. Cuando aún era feliz y creía en el amor. La felicidad sólo puede ser completa si puedes tenerla y echarla de menos al mismo tiempo. Yo quería a Alejandro y él me quería a mí y a pesar de tenernos el uno al otro, al mismo tiempo nos perdíamos cada dos minutos y nos volvíamos a reencontrar. Nuestros ojos nos recordaban y nos aceptaban una vez más. Alejandro volvió su mirada mientras una gran ola empezó a formarse a lo lejos en el mar. Ignorante del peligro siguió así. La ola llegó, lo inundo todo, lo ahogó todo. El mundo volvió a su oscura realidad. Estaba en el servicio. Solo.


Una voz se oyó al otro lado. Era Javi. - Jorge, ¿estás bien? No había ni rastro de Julián. La voz de Alicia regresó de pronto. - Jorge, ¿estás bien? Tenemos que hablar. - ¿Estás bien? - Sí, no te preocupes. Algo me ha debido sentar mal. No es importante. - Si quieres te puedo acompañar a casa. - No, gracias. Creo que iré al Strong. - De acuerdo. Voy contigo. Salimos del The Paso a la calle. En el camino hacia el Strong fui absorto en mis pensamientos. Javi me miraba sin interrumpir mi silencio. Pero en realidad no estaba callado. Hablaba mentalmente con Alicia, aunque sólo en parte. Otra parte de mí tenía una conversación interna completamente distinta. Los seres humanos somos complejos en nuestros pensamientos. No hay una univocidad de decisiones, si no que la mente funciona como una asamblea a veces, como una batalla de dimensiones titánicas en ocasiones. Los mayores combates a menudo no se encontraban en el exterior. - He estado investigando. No me fio de ese chico. Juega a juegos perversos y me temo que finalmente te va a proporcionar más dolor que placer pese a todo. No deberíamos ir al Strong. Seguramente le encontremos allí. Debes evitarle. - No, Alicia. Algo extraño está sucediendo y siento que yo formo parte de los acontecimientos, pero no entiendo mi papel, sólo sé que ese tal Julián tiene el hilo de Ariadna que me hará salir del laberinto. He de volver a verle para que me aclare todo esto. Sospecho que tan sólo he visto la punta del iceberg. Tengo que encontrarle como sea.


- ¿Estás seguro de que ese es tu único interés por Julián? - ¿Qué quieres decir? - Quizás le usas como una excusa, como un sedante para no hacerte cargo de ti mismo y de tu realidad. Quizás tan sólo ansías el señuelo del placer que te ofrece. Pero eso no es un fin si no un medio, un medio para conseguir algo de ti. Te está llevando hacia algún lugar, alguna trampa me temo. Y puede que no estés preparado para afrontar todo lo que te quiere deparar. Me quedé pensando. No podía negar el atractivo que Julián ejercía sobre mí. Iba a ser difícil separar su innegable magnetismo del hecho de que el único camino que podía seguir hacia mí mismo pasaba por él. Fuera como fuera las hebras de telaraña se estaban enredando alrededor y debía de tener cuidado. Llegamos al Strong. Las puertas del infierno no eran más diabólicas que lo que aquel lugar iba a depararme.


Supuestamente la naturaleza es sabia. Biológicamente el macho está programado para esparcir la semilla por entre el mayor número de hembras posibles, de tal forma que así existan más posibilidades de perpetuar la especie. Así de simple. Es su papel y lo cumple con agrado. Todo esto funcionaría muy bien si nosotros fuésemos leones y viviésemos en la sabana. Pero los seres humanos dan una vuelta de tuerca más en la complejidad de los sentimientos y emociones. No basta sólo con la herencia genética que tan amablemente hemos adquirido de los animales, la presencia de la razón impone responsabilidades, angustias, esperanzas y un sin fin más de elegantes complejidades al asunto. El Strong era como un experimento social en el que el único hilo que lo hilvanaba todo era la soledad. La soledad compartida por todos y camuflada entre sexo y drogas, entre apariencias y falsas proposiciones. Era como una gran guardería para gays, como un parque de atracciones en el que uno sólo tenía que dejarse llevar para disfrutar como en una gran montaña rusa decadente. Los gays no crecíamos, éramos el cuento de Peter Pan representado continuamente. Los eternos adolescentes, seres que habíamos aprendido a vivir por y para el placer y cuyo sentido había quedado soterrado por años y años de esperar impacientemente por cumplir los deseos prohibidos que una supuesta normalidad nos había quitado. A veces tan sólo disfrutaba contemplando a la gente a mi alrededor. El grupo de cachas que compensaba las horas perdidas en el gimnasio envanideciéndose con las miradas de todos aquellos que deseaban sus cuerpos, la pandilla de drogadictos situada cerca de los servicios que se reían y se auto-engañaban mutuamente los unos a los otros, las miradas impacientes de los obsesionados del sexo que vagaban como almas en pena por los cuartos oscuros tratando de saciar un deseo constantemente insatisfecho, los ingenuos adolescentes que empezaban a descubrir un mundo que les apasionaba y horrorizaba a partes iguales, los hombres mayores incapaces de admitir su edad que se perdían en conversaciones y divagaciones con todo aquel que se les cruzaba mientras soñaban que el amor de sus vidas iba a aparecer en cualquier momento, las almas torturadas solitarias y desesperanzadas que empezaban a descubrir el fatal engaño de todo ese mundo. Uno de ellos miraba al suelo alejado del estruendoso ruido


electrónico. Me fijé en él. Sentí lástima. De pronto, las sombras temblaron. No todas las sombras. Sólo las sombras alrededor de aquel último muchacho. Pareció desprenderse, desgarrarse en sí. Perder la composición y la unidad, dejar por fin el cuerpo del que procedía. La sombra huyó sin que el muchacho se diese cuenta. Giró entre la multitud. Erró perdida y por fin pareció encontrar un rumbo. Se dirigió hacia mí y sentí por un momento que me atravesaba. La desesperación en estado puro, la falta total de ilusión o de ganas por esperar nada. La sentencia última, el juicio final. La voluntad engañada y aniquilada por la traición y los errores que no van a ser remediados. Las heridas que nunca cicatrizarán. El tiempo que no va a perdonarte por más que te fustigues. Me apoyé contra la pared. La sombra desapareció, pareció dirigirse a los recovecos del cuarto oscuro como si algo ó alguien la estuviese esperando.


Sentí el corazón acelerándose. Fui hacia el baño a ver si me lograba calmar un poco. Javi me paró por el camino. - Oye, no sé lo que te pasa. Pero sabes que no tienes por qué pasarlo solo. - Gracias, Javi. No es importante -mentí. Pero lo cierto es que sentía todo acelerándose y comprimiéndose a mi alrededor. Las caras de la gente tornaban difusas y sin sentido. El espacio se volvía opresor. Llegué al cuarto de baño y me lavé la cara con prisa. El espejo me devolvió otro rostro. No el mío. El rostro de una especie de lobo en forma humana con mirada desafiante. Un otro yo. Más allá alguien sonrió. Julián me miraba nada sorprendido. Dio la vuelta y marchó. - ¿Alicia? ¿Has vuelto a desaparecer? Mi pequeña conciencia desaparecía cada vez que aquel demonio del placer hacía acto de presencia y yo no sabía lo que aquello significaba. Esta vez no era él el que me buscaba a mí, era yo el que iba tras de él. Persiguiéndole por entre los recovecos del Strong, por la pista de baile y finalmente por el cuarto oscuro. Le acorralé contra una esquina. - ¿Tanto te gustó la otra vez? Sabes que puedo hacerlo mucho mejor. El problema es que no sé si serás capaz de soportar tanto placer y no quiero convertirte en mi esclavo. Sería demasiado fácil. Además, mi misión contigo es otra muy distinta. Me apreté contra él en una mezcla de rabia y deseo. Nuestros cuerpos se rozaban el uno contra el otro, parte por parte, nuestros labios formaban dos imanes perfectamente polarizados destinados a juntarse. Julián se relamió por anticipado. - Tus recuerdos no están tan enterrados como piensas. El pasado a menudo conforma con demasiada exactitud el mapa del presente. Sobre todo cuando se dejan cuentas pendientes. Alguien hizo un pacto conmigo para que te llevara ante él, pero yo no podré hacerlo por mi cuenta. Sólo será posible si tú


también lo deseas. El mecanismo es fácil. Sólo tienes que besarme. Esta vez el beso fue apasionado. Nuestras lenguas se enredaron, la saliva de uno se confundió con la del otro, nuestros cuerpos se estremecieron al compás. El mundo empezó a desaparecer en una vorágine de tonos grises. Nadie pareció darse cuenta. Al regresar nuestros labios aún siguieron juntos por un momento. Nos encontrábamos en una especie de cuevas, en algo parecido a un laberinto por debajo de lo que era el cuarto oscuro del Strong. Las sombras parecían moverse como por voluntad propia. - ¿Dónde estamos? - Bueno, nunca nadie le puso un nombre. Pero podríamos llamarle "el sumidero".


Las sombras se movían amenazantes, voraces, deseosas de cubrirlo todo con su oscura presencia. Había varios caminos que se enredaban entre sí, pero finalmente lo que parecía ser un laberinto se descubrió como un camino de ida sin retorno posible. Un viaje hacia mi propio destino, hacia el principio y origen de todo, hacia un desenlace que parecía no ser muy esperanzador. - Así que voy a encontrarme con aquel que te contrató, ¿no? Julián había desaparecido nuevamente. No me importó. Estaba acostumbrándome ya a su presencia y su ausencia, a sus peticiones implorantes y a su fría indiferencia. Al placer no le gusta sentir que alguien lo controla. Al contrario. Llegué hasta una gran cámara en el centro de aquel sumidero. Un gran agujero oscuro se hundía en todo aquello. Las sombras procedentes de más allá del Strong, del mundo del ambiente, de las desilusiones y frustraciones, de la impotencia y la traición, llegaban raudas a prestar servicio a malignos fines. Los fracasos no desaparecen, tan sólo se transforman. Conservan sus oscuras intenciones transformadas en resentimiento y venganza esperando sólo el momento adecuado para hacer un mayor daño posible. En medio de aquel macabro espectáculo había una figura con el rostro oculto tras la capucha de una negra túnica, negra como la noche, oscura como las razones del corazón. Parecía dirigir a las sombras como un gran director de orquesta, como un maligno hechicero que dejó de sentir compasión por el mundo hace mucho tiempo. Alzo la cabeza. Pareció fijarse en mí. - Pasa. Llevo mucho tiempo esperándote. - ¿Qué esperas? ¿Qué quieres de mí? - Algo muy simple: Justicia. - No te entiendo. ¿Qué te debo yo a ti? - Tranquilo. Todo a su tiempo. Comprenderás.


Las sombras se movían inquietas. Se acercaban amenazantes como alentadas por las palabras de aquel extraño. Su voluntad y ellas formaban un único ser, indistinguible. Su rencor era el mismo. Gruñí movido por una extraña fuerza y las sombras retrocedieron. - ¿Y te parece justo ocultar tu rostro? Ni siquiera sé quién eres. Deja de jugar a juegos conmigo y habla claro. La figura sonrió bajo la capucha y se descubrió el rostro. Quedé sorprendido, horrorizado. Le reconocí al instante a pesar del tiempo. Era Alejandro, pero su expresión estaba descompuesta por el odio. - ¿Quieres claridad? Empecemos a hablar claro entonces. Quedé sorprendido, horrorizado, paralizado. - Tu me prometiste estar a mi lado y sin embargo te fuiste. Ni siquiera te despediste, no fuiste sincero. Apareció ese tal Claudio al que desconozco. Me mentiste, dijiste que no significaba nada, pero no era cierto, sabías que no lo era. Algo cambió en ti entonces. Descubriste algo que no esperabas descubrir en una persona. Bondad, valores, ética. Me da igual, me da lo mismo. Teníamos un pacto. No cabía una tercera persona. ¿Y ahora dónde está? Dime. ¿Qué es de él? Desapareció, ¿verdad? Ni siquiera mereció la pena la traición. ¿Qué eres? ¿En qué te has convertido? En la sombra de ti mismo, en un despojo sin voluntad. Ya ni siquiera tienes ilusión por vivir. Has llegado a mí por deseo propio para poner al menos un poco de justicia en todo esto. Tu alma me pertenece. Las sombras se enroscaron alrededor. La oscuridad se volvió completa, no cabía imaginar nada fuera de ella. La persona a la que más había querido era al mismo tiempo la persona a la que más daño había hecho. Caí postrado incapaz de soportar aquella terrible ironía. El mundo dejó de existir. Quizás fue sólo un momento pero aquel momento tenía la misma inmensidad que la eternidad. La muerte era algo esperanzador en comparación. Ni siquiera tenía fuerzas para desearla, porque había desaparecido en mí todo deseo. Sólo quedaba el tormento de descubrir las propias contradicciones de las que estamos


hechos, aquellas que hacen que todo pierda valor y sentido, aquellas que en su misma comprensión destruyen todo aquello que hemos amado alguna vez. Fue una luz a lo lejos. Me costó distinguirlo tirado contra el frío suelo de piedra. La figura de un león apareció tras el laberinto. Un león formado por una esencia de pura luz, acercándose despacio, elegante, imponente. Las sombras retrocedieron, desaparecieron. Un gran rugido cubrió la cueva. La consciencia me abandonó finalmente.


Cuando desperté estaba sobre mi cama, en mi cuarto, dentro de mi casa. Una sensación lejana en el corazón, como la tristeza de los amores imposibles, quedaba tenue dándome a entender que todo lo que había sucedido no había sido un sueño, si no que había sido real. Quizás provocado por alucinaciones y paranoias, pero finalmente los pensamientos y los sentimientos eran reales y auténticos y formaban un cuadro ténebre. El cuadro en que se había convertido mi vida. Había amanecido de nuevo. Siempre amanecía. Ni siquiera existía algo que pudiera frenarlo todo y ahogarlo de tal forma que los sentimientos y los fracasos quedasen enterrados por siempre y no volvieron a aparecer una y otra vez. Según los filósofos orientales la vida era sufrimiento. Ni siquiera la muerte era capaz de parar la rueda del Dharma. El Samsara se repetía vez tras vez, día tras días, vida tras vida. No había forma de escapar al dolor, al sufrimiento. Pero debía de haberla. Me quedé un buen rato solo, meditando. Acerca del amor y sus fracasos, acerca de cómo usamos el placer para sobrellevar las frustraciones, acerca de cómo ese placer nos convierte en meros autómatas esclavos de un sinsentido que no parece parar nunca. Acerca también de por qué uno no puede escapar de todo aquello. O tal vez sí. Tuve una idea. Me conecté a internet. Si alguien tenía la respuesta a mis preguntas era él: el mismo placer. Busqué a Julián por entre la web del "bearw" y recordé las palabras de Javi sobre el concurso del Mr. Bear. Él iba a ir allí. Podría encontrarle, aunque sabía que en esta ocasión sería más esquivo, cada vez lo sería más inevitablemente. Quizás esta fuera mi última oportunidad para saber. Sonreí. Tenía un plan. El móvil sonó de pronto. Era Javi. "Kdmos?".


- Claro que te creo, ¿por qué no habría de creerte? Los mundos internos de cada uno son igual de reales que todo lo que nos rodea, incluso más. Quizás nuestra percepción interior sea lo único que tiene un verdadero valor en la experiencia. Lo demás son sólo conjeturas filosóficas. ¿Qué pasaría si...? Eso nadie puede saberlo con certeza. - Gracias, Javi. - Es más, te diré que te atormentas sin razón. Sufres por un amor fallido, pero los sentimientos no pueden ser acertados ni fallidos. Los sentimientos son y uno no puede ser juzgado por ellos. No puedes amar por siempre a una persona, o no de la misma manera al menos. Las emociones cambian, se adaptan, se modulan para ajustarse a la realidad que nunca se está quieta. Cuando uno le promete amor eterno a alguien realmente lo que está prometiendo es que le querrá y que si en algún momento deja de hacerlo se lo dirá. Ese es el verdadero amor, el respeto mutuo, la comprensión de que los demás también tienen mundos interiores llenos de paraísos y tormentos y que a uno no le es ajeno todo ello. A veces Javi tenía las palabras adecuadas para hacerte sentir que el cielo realmente no era gris, si no que era una ilusión óptica provocada por la contaminación. Sonreí de forma sincera, quizás por primera vez desde hace mucho tiempo. - Tienes razón, pero aún así tengo que seguir con mi plan. Quizás todo esto ya no tenga nada que ver con Alejandro, si no conmigo. Quiero obtener respuestas y sé dónde debo buscarlas. No podré seguir tranquilo si no. - Bien, entonces te apoyaré en tu decisión aunque no la comparta. No sería un buen amigo si tratase de imponer mis propias creencias a las tuyas. Lo que es bueno para mí no tiene por qué serlo para ti, pero es más, aunque te estuvieras equivocando tienes el derecho de errar y aprender de tus propios errores por más que estos puedan dolerte, por más que puedan dolerme. Si uno no yerra nunca en realidad nunca sabrá que ese camino que ha elegido es mejor o peor que cualquier otra cosa. Sonreí. No hacían falta palabras.


- Tengo que prepararme para esta noche. Hay que estar a la altura si quiero que las cosas salgan bien.


El tiempo no es lineal. Se ovilla y se retuerce, se expande y se concentra para crear, en ocasiones como esta, un cúmulo de acontecimientos en los que desenlazan todos los posibles finales a los que nos ha conducido la vida. El presente, pasado y futuro se confunden en un mismo collage de emociones siendo indistinguible cual fue la consecuencia o la causa de cual. A veces ni siquiera guardan un sentido de coherencia. Simplemente se suceden imparables y arrasan con todos los juegos que la mente intenta crear. El The Angel estaba abarrotado de gente. Era la gran noche en la que se decidía quién sería nombrado Mr. Bear 2009, un título que de una forma u otra hacía girar todas las miradas y los rumores de la gente que aquí se congregaba. Pero para mí esta noche significaba más que eso. Había venido con el propósito de encontrar respuestas a mis preguntas fuesen cuales fuesen. Javi me acompañaba. Alicia había decidido aparecer también. - No lo lograrás. El placer primero te busca, luego juega contigo y finalmente huye de ti. Te será difícil lograr algo de Julián. Él ya no quiere verte. Ya no le interesas. - Lo sé. Forma parte del plan. - ¿Y las respuestas? ¿Estás seguro de que quieres averiguarlo? ¿Crees que estarás preparado para saberlo? La ignorancia a menudo es la que nos salva de los propios horrores de nuestra existencia. - Alicia, necesito saberlo. ¿Cuánto tiempo más durará este juego sin sentido? ¿Y para qué? ¿Para qué tanto sufrimiento buscando el placer? Quiero saberlo. - Esta bien, pero cuando aparezca ese tal Julián en escena sabes que desapareceré. Y el resto de la gente también. Te volverás a encontrar solo. Espero que sepas lo que haces. Sonreí. Estaba convencido de ello. De pronto las luces se encendieron y alguien salió al centro de un escenario. La gente volvió su atención al micrófono que anunciaba los participantes del evento. Di un paso al frente. Era el momento de probar las propias convicciones.


El vello y el sobrepeso dejaron de estar peleados con la belleza. La vanidad dejó de ser considerada un pecado. O por lo menos así era en aquel lugar. Lo superficial empezó a ser idolatrado mientras los concursantes de aquel concurso desfilaban por la pasarela haciendo gala de sus virtudes y bondades. El público rugía expectante ajeno a cualquier cosa que no fuera aquello. Esta noche iba a ser elegido el oso más guapo hasta el momento, un título que para algunos suponía todo un reto. Para otros resultaba algo trivial. Para mí era evidente que el ganador de aquello sería Julián, pero tenía que acercarme lo suficiente a él como para conseguir las respuestas que necesitaba. Después de la pantomima a la que despreciaba conseguí acercarme a él justo antes de que dieran los tan esperados resultados del concurso. Julián miraba hacia adelante, hacia el público que pronto le veneraría como una especie de dios, un Baco tortuoso que los dominaba y al mismo tiempo los perdonaba por sus pecados. Fingía ignorar mi presencia. - Necesito un último beso. - Oh, mírate. Pareces un yonqui suplicando por mis besos. Ya no me interesas. ¿Qué puedes ofrecer que yo ansíe? ¿No ves que cada vez te queda menos por dar? - Me enseñaste mi pasado y mi presente. Ahora quiero conocer el futuro. Me lo debes. - ¿Te lo debo? He he. ¿Quién pollas te piensas que soy, el fantasma de las navidades de Dickens? Cállate ahora. Están a punto de dar los resultados. Un presentador volvió a coger el micro para nombrar a Julián como ganador. Sin embargo, su rostro se distorsionó en una mezcla de asombro y horror cuando escuchó que yo había quedado segundo. Tanto Julián como yo sabíamos que era costumbre que los finalistas despidieran el concurso con un apasionado beso.


Final 1 El resto de la gente había dejado de existir. Me encontraba frente a frente con Julián. Apenas unos centímetros separaban nuestros labios del tan ansiado beso. Sin embargo, no podía imaginar lo difícil que iba a resultar conseguirlo pese a mis argucias. El placer es caprichoso y su interés en ti es inversamente proporcional a tu interés en él. - Buen intento. Pero no voy a besarte. - Oh, te debes a tu público. Sabes que lo harás. Me acerqué un poco más. Julián dió un paso atrás. - Eres un soberbio. Pero tú mismo eres tu propio tormento. No me culpes a mí. Anhelas el amor y sin embargo tú mismo lo desprecias. Vives huyendo de aquello que deseas y sólamente terminas por conseguirlo de forma ruin y artificial mediante falsos sustitutos. Tú mismo eres tu condena y tu salvación, yo no tengo nada que ver en este juego, sólo me utilizas para seguir engañándote a ti mismo. Déjame. Traté de besar a Julián. Él se alejó. Yo insistí. Hubo un forcejeo. De pronto tropecé y caí fuera del escenario, entre el público que miraba estupefacto el final del evento. Mi cabeza golpeó con algo. Empecé a perder la consciencia. Poco a poco, de manera gradual. Junto a mí alguien se acercó a socorrerme. Oía su voz lejana como cuando va terminando una canción grabada. Las luces danzaban haciendo recorridos en espiral. La muerte esperaba anhelante algo que nunca llegaba ni tenía por qué llegar. Lo peor de todo es que este no era el final de nada, ni siquiera el comienzo. Era tan sólo una línea gris difusa e insignificante que delimitaba algo sin sentido. Un recorrer y huir de uno mismo al mismo tiempo. Un caminar sin avanzar un sólo paso. El universo entero guiñó en un parpadeo infinito. Nada sucedió.


Final 2 Julián sonrió divertido. - Está bien. Me gusta la gente con ingenio. Acércate. Este será nuestro último beso. Le bese y daba igual que fuese el último o el primero, los besos de Julián eran como desaparecer del mundo y contemplarlo todo desde arriba, como si una pieza saliera de pronto del tablero de ajedrez y comprendiera su propia función en la existencia. El The Angel desapareció junto con su gente. Estaba junto a Julián en una habitación en penumbra. Una luz en una esquina dejaba ver a alguien escribiendo algo frente a un ordenador. Julián me incitó a que me acercara para comprender que aquella persona era yo, pero un yo un tanto más viejo, no demasiado, con arrugas en los ojos y en los labios de haber vivido o haber sufrido. Era completamente ajeno a nosotros. Seguía incansable escribiendo. - ¿Ves? ¿Lo comprendes ya? Este eres tú. Escribiendo sobre lo que nunca has vivido ni vivirás. Jugando con la nostalgia y el arrepentimiento. El placer ha de evolucionar a una forma más sutil, más cierta si cabe. Cuando el placer no evoluciona muere, y uno vive y muere por él. Por él, pero sin él. Nunca vivirás ninguna de las vidas de tus cuentos y las palabras al final desaparecen y no significan nada. El personaje que era yo seguía escribiendo, insensible. - Ven, volvamos. Julián me devolvió el beso y pronto volvimos a estar en el The Angel. El público estalló en vítores con nuestro beso, aplaudían y gritaban aclamándonos, aclamando esta forma de vida que finalmente te hacía sentir vacío. El estruendo se hizo ensordecedor haciendo acallar hasta las voces de la propia conciencia. Miré alrededor. La soledad lo cubrió todo.


Final 3 Julián se acercó dispuesto a cumplir mis deseos, quizás por última vez. En una esquina de mi campo de visión una mirada se cruzó con la mía. - Espera, Julián. No necesito respuestas realmente. No me interesa saber el futuro si sigo despreciando el presente. Bajé del escenario. La gente me abucheó. - Ven, Javi. Larguémonos de aquí. Javi y yo salimos de la discoteca paseando por entre las calles a la búsqueda de un autobús nocturno que nos llevase a nuestra casa. Javi me pasó el brazo por el hombro. - ¿Tú crees en los cuentos? Quiero decir, crees en todo eso de "vivieron felices y comieron perdices", en los finales felices en las que acaban siempre todas las historias. A veces me cuesta creerlo. - Oh, claro que sí. Los finales felices existen, pero hay que creer en ellos. Nos miramos a los ojos dando las gracias sin necesidad de palabras. La ciudad quedó atrás dejando en el remanso de la conciencia el conocimiento de todo aquello que un día nos fascinó y nos sedujo con las promesas de un placer prohibido y completo. El placer, ah, el placer. Quizás estábamos codificados para perseguirlo, quizás a cualquier precio. O quizás no. ¿Qué más daba el placer si tan sólo era un juego sin fin? Había un sumidero en la ciudad donde las almas sin consuelo se perdían noche tras noche. Pero más allá de todo eso había mundos completos con historias aún sin escribir. Volvimos a casa. Tras Javi la sombra de un león se perfiló bajo la luz de las farolas.


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