La nostalgia del asesino
Jorge Llop - 2010
“El universo no es moral si no una estructura paradójica, y siempre cambiante, guiada desde lo invisible.”
El asesino Sabía que iba a morir. No era una sensación, si no más bien una certeza. Como un déjà vu, si es que tal cosa es posible. Se preguntaba si uno puede tener la sensación de repetir el momento de su muerte cuando nunca antes ha sucedido. Sería imposible. Una paradoja, quizás. O quizás no. En cualquier caso salía tan deprisa del edificio que se olvidó de recordarle a su secretaria que mañana no iba poder venir a trabajar. Tenía previsto pasarlo con su mujer. Hacía tiempo que pasaba demasiadas horas ocupado con su trabajo y no se preocupaba de ella. Pero muy en el fondo pensaba que tampoco importaba mucho. Iba a morir y mañana, mañana simplemente no existiría. Cogió el ascensor junto a sus compañeros de trabajo y puede que también algún criminal con aspecto de persona ormal. Estaba acostumbrado a la sensación de paranoia, no era algo nuevo para él. Su posición social así lo requería. Pocas personas aceptarían un puesto como el suyo, pero a él le gustaba la sensación de poder, saber que sus palabras podían sentenciar la vida de los demás en nombre de un concepto más alto que él mismo, de un concepto ambiguo y quizás inexistente, inventado tan sólo por los hombres para los hombres. Salió a las calles de la ciudad. El invierno había comenzado hace poco en Madrid y el frío se colaba en todos los rincones. Pronto acabaría el 2010 y parecía que el país saldría de la crisis económica que lo acosaba desde años atrás. Pero al contrario que para los demás, para él habían sido tiempos de prosperidad. Se había enriquecido mientras otros perdían todo lo que tenían. ¿No era eso contrario con los ideales que esgrimía? Quizás se merecía lo que le iba a suceder. ¿Es que alguien podía merecerse algo así? Pensó en su mujer. ¿Qué iba a ser de ella? Siempre había sido tan buena, se había preocupado tanto por él. Cogió el móvil y le mandó un mensaje felicitándole la navidad. Su último mensaje y no supo encontrar las palabras para decirle todo lo que la quería. Siempre había sido así. Sus palabras podían sentenciar y él todavía no había aprendido a expresar sus sentimientos. Pero en esos momentos lo único que sentía era miedo y frío o las dos cosas que parecían ser la misma.
Salió corriendo de la multitud. Sabía que había un extraño entre ellos, alguien que deseaba su fin. Huía de alguien y al mismo tiempo de sí mismo. Y ni siquiera se dio cuenta de que había cruzado el semáforo en rojo justo en el momento en que el 70 llegaba al final de su trayecto. Fue entonces cuando comenzó a nevar en Plaza Castilla, bajo las torres Kio. La gente al unísono miró al cielo con alegría y pasó un buen rato hasta que una mujer gritó y la multitud se dio cuenta de que aquel hombre yacía muerto sobre el asfalto. En cualquier caso, no se podía negar que era un bonito día de invierno.
Paralelas Hace mucho tiempo que nadie cruza esa puerta. En tiempos de crisis la gente ya no necesita a los investigadores. Hay cosas más importantes que preocuparse de si tu marido te engaña con otra o de si tu preciosa hija va con compañías de dudosa reputación. A la gente le preocupa llegar a fin de mes, que su equipo gane la liga y que el jefe no le putee demasiado en el trabajo. Eso contando con que tengas un trabajo. Yo lo tengo y me gusta. Pero hace mucho tiempo que nadie cruza por esa puerta. Por eso me sorprendo cuando aquella rubia cruza por ella. Tiene cara de no saber muy bien dónde se encuentra ni de si es buena idea venir aquí. Deja su abrigo en el ropero y se disculpa por no haber encontrado a la secretaria para pedir una cita. - Yo soy mi propia secretaria -digo al tiempo que aparto mis pies cruzados de la mesa del despacho. Ella hace un gesto de asentimiento y con delicadeza saca un cigarro de una pitillera que lleva en el bolso. Me ofrece, pero niego con un gesto. Es raro que un detective no fume. Supongo que en las películas de detectives todos lo hacen. Pero las películas no tienen mucho que ver con mi trabajo. - ¿Cómo debo dirigirme a usted, señorita? - Puede llamarme viuda de Roca. Mi marido, el juez, el juez Roca quiero decir, murió ayer. Estoy francamente desconsolada. Pero tengo indicios que me hacen sospechar que no fue una muerte casual. Sospecho que fue asesinado. Entonces parece perder la compostura y se disculpa con un gesto en dirección al servicio. No me dejo impresionar. En la mano llevaba un anillo de brillantes que deja hacerse una idea de lo francamente desconsolada que puede encontrarse aquella mujer. El juez Roca era una persona importante y conocida. Parecía estar siempre metido en los asuntos de más candente actualidad. Y evidentemente tenía mucho dinero aparte de fama. Es probable que esta pobre viuda vaya a ganar una gran fortuna de su desdichada muerte. Seguramente mucho más si a la prensa rosa le llega el rumor de que su
muerte realmente se debía a un asesinato. En estos casos, muchas veces la desconsolada viuda esta lejos de ser una víctima inocente. Cuando la rubia vuelve del baño me doy cuenta de que ha hecho algo más que empolvarse la nariz con algo que no era precisamente maquillaje. Ahora camina con total seguridad y puedo comprobar que no es fea en absoluto. Su vestido rojo se le ajusta a sus curvas con premeditada insinuación y cuando se sienta otra vez en su asiento me mira a través de sus pestañas con traviesa ingenuidad. - Corríjame si me equivoco. Pero su marido fue arrollado ayer por un autobús en Plaza Castilla según cuentan los periódicos y todos los noticiarios. ¿Qué le hace sospechar que se trate de un crimen? Entonces ella saca un móvil de su bolso y me enseña un mensaje que iba firmado por el propio juez. Un mensaje de felicitación navideña. No tiene mucho de especial. - Mi marido nunca me felicitaba las navidades. Él odiaba estas fechas. Es por eso que pienso que debía saber que su fin estaba cerca. Usted podrá verificar si mis sospechas están erradas. La cuestión del precio si no le parece mal, estoy seguro que podríamos discutirla en un lugar más adecuado, quizás en mi domicilio. Me gustaría comprobar si es cierto todo lo que dicen acerca de los bajitos. Termina la frase poniendo los labios carnosos y sensuales en una posición provocadora. - Me temo, señorita, que a menos que tenga debajo de ese escotado vestido una polla tan gruesa como mi portalápices, no voy a tener con qué empezar con usted. La sombra de ojos parece pesarle en los párpados de repente. - Entiendo. Entonces supongo que 4000 € por adelantado serán suficientes para que empiece usted con la investigación. ¿Detective... - Martín. Este parece ser un caso imposible. Sin embargo, esos son mi especialidad. Así que acepto.
Sonrío. Me resulta fascinante cuando una mujer se ve desprovista de sus armas de seducción frente a un hombre. Se despide educadamente y vuelve a colocarse su abrigo para salir por la puerta. - Y le puedo asegurar que es cierto aquello que dicen de los bajitos. Al oírme, se da la vuelta con una media sonrisa en los labios. - Tenemos muy mala ostia.
- No sé muy bien qué quiere decir, pero se me repite continuamente. En él yo me lanzo desde la ventana de un rascacielos y empiezo a caer y caigo y caigo, pero nunca llego al suelo. Y así me encuentro, en un momento en que no estoy muerto, pero tampoco estoy vivo ya que no hay ningún futuro frente a mí, sólo la espera de llegar a chocar contra el suelo... - Muy interesante. Siga, por favor. - Lo siguiente que recuerdo... Las 19:20 y yo todavía escuchando a este pesado. Tengo que comprar algo para la cena, que quiero sorprender a Fonsi. Siempre parece él el que tiene detalles de los dos y yo la responsable que sólo me ocupo del trabajo y descuido esas pequeñas cosas. Pero como este tipo no pare pronto de contar su rollo no me va a dar tiempo a llegar a casa antes que él. ¿Por qué no se callará ya? ¿No se da cuenta de que su vida no le interesa a nadie? - ... además sospecho que mis empleados no me respetan realmente... - Quizás es que usted no se muestra ante ellos tal y como quiere mostrarse, si no con una máscara que le ayuda a protegerse. Eso y que debe ser usted un capullo integral. Mírese en un espejo. Si no es más que el típico ejecutivo agresivo,
aparentemente seguro de sí mismo en el trabajo y con un gran complejo de inferioridad, que necesita degradar a los demás para suplir su falta de autoestima. - ¿Usted cree? - Bueno, eso demuestran los sueños. Ellos no son más que una expresión de su subconsciente, que parece que trate de decirle algo. Seguramente tuvo usted un trauma en su infancia con su figura materna. Será algo muy interesante de tratar en la próxima sesión. No quiero ni imaginármelo. Bueno, por fin parece que he conseguido deshacerme de él. Adiós. Hasta la semana que viene. Voy a coger la chaqueta ya. El invierno en esta ciudad es terrible. No sé si algún día me acostumbraré a él. Pero un momento, antes echaré un vistazo al ordenador. Seguro que Fonsi me ha dejado algún correo. Él siempre tiene esos detalles. Los datos se suceden por la pantalla del ordenador a una velocidad vertiginosa, pero no me cuesta mucho trabajo discriminar cuales son importantes y cuales no. Llevo mucho tiempo preparándome para esto y creo que ya es el momento de lanzar el ataque. He estudiado a la víctima, descubierto varias vulnerabilidades que pueden ser explotadas y he borrado cualquier huella que pudiera incriminarme. Es sencillo. Luego están las cuestiones morales. ¿Es ético? A fin de cuentas lo hago tan sólo como un reto, una diversión, una forma de aprender y de traspasar los límites, mis límites. No, no va a hacer daño a nadie que aprenda a colarme en esta página y consiga suplantar la identidad de los demás. Pero están las leyes. Seguramente se habrán protegido contra un ataque semejante. Eso por no contar con la policía del cyberespacio. A veces tengo la sensación de que golpearán a mi puerta en cualquier momento y me llevarán preso como a un gran delincuente, como al mismo Kevin Mitnick. Vamos, El señuelo ya está puesto. Picad pececitos. Tan sólo necesito que caigáis en mi trampa. Creo que al fin lo voy a lograr. Es tan sólo cuestión de paciencia. Oh, no. Golpean a la puerta. Podrían ser oficiales de
seguridad. Existe la posibilidad de que hayan trazado mi localización hasta aquí. - Héctor, cariño. Haz el favor de bajar a cenar, que ya está la comida lista. Y deja esos jueguecitos tuyos por un momento. Claro, que también cabe la posibilidad de que sea mi madre. Tendré que aplazar mis planes para dominar el mundo por ahora.
Martín Llevo varias horas en esta postura y no saco nada en claro. Este caso está resultando más complicado de lo que parecía. Ya he tomado declaración a la viuda, a la secretaria y a varios testigos presenciales del accidente. Todos coinciden en que el juez no se comportaba de forma normal, que huía de algo. Es posible que supiese que fuera a morir, quizás incluso conocía la identidad de su asesino. Pero no hay nadie a quién incriminar, ningún sospechoso, ningún posible móvil del asesinato. Es como si la propia casualidad hubiese conjurado contra él. ¿Cuánto es demasiada casualidad? - ¡Piii! Tiene dos nuevos mensajes... Quizás el contestador me de alguna buena noticia. Primer mensaje de aquel chaval con el que estuve follando la semana pasada. No recuerdo ni su nombre. Nota mental: no volver a acostarme con tíos a los que les doblo la edad. Ahora parece que se ha quedado enamorado de mí. Estos chicos jóvenes siempre funcionan igual. Sólo se enamoran de imposibles que saben que los van a hacer sufrir. Y todo porque ellos mismos aún tienen miedo al compromiso. Otro mensaje. Mi contacto en la policía tiene noticias para mí. Ya era hora. Voy volando.
No hay mucha distancia entre el gran edificio de Plaza de España y la Gran Vía, así que paso de coger un taxi. Además, así no me pierdo de ver cómo las prostitutas de la calle intentan ligar conmigo en cada esquina y se insinúan tratando de poner sus cuerpos en venta. Si supieran que en el fondo las envidio. Al menos ellas salen ganando algo en sus intercambios con otros hombres. También me pregunto por qué mi contacto en la policía siempre escoge lugares como el Mc Donald para hacer sus confesiones. Aunque pensándolo bien, supongo que es el último sitio donde uno esperaría encontrar a un detective privado haciendo su trabajo. Lo que menos me gustaría es que este caso saliese a la luz pública. Odio a los periodistas, siempre metiendo las narices donde no les importa y tratando de sacar partido de las desgracias ajenas.
- Hola Martín. Me he tomado la molestia de pedirte una hamburguesa. Supuse que no habías comido. - Te lo agradezco, pero no tengo hambre. Cuéntame. ¿Tienes buenas noticias para mí? - En realidad no. Estás metido en un buen jaleo. El tal juez Roca en verdad era un pez gordo. Andaba metido en temas de prostitución y trafico de droga. En la comisaría sólo lo saben unos pocos. Los altos cargos. El problema es que hay varias figuras de la política implicadas en la trama, con lo cual imagino que no tengo que decirte lo importante que es que este caso no salga a la luz. - Entiendo. - Además. Por lo visto, el juez tenía más enemigos que en el asesinato del Orient Express. Por lo que te va a resultar difícil discriminar entre todos los posibles. Aún así, te he podido imprimir una lista con los más relevantes. Perfecto. Resulta que ni el juez ni su viuda son hermanitas de la caridad precisamente. Otro caso en el que voy a tener que meter las narices en la mierda. Es lo malo de este trabajo. Tener que investigar detrás de la aparente normalidad de las personas y ver lo que se oculta detrás. Aún me pregunto cómo soy capaz de seguir teniendo fe en el ser humano.
Lorena Es el tercer correo en este mes. A veces odio mi trabajo. Otro psicópata más que ha conseguido mi dirección de e-mail y me manda mensajes obscenos. Me pregunto cómo lo habrá hecho. Seguramente sea algún antiguo paciente frustrado que me echa la culpa de su propia problemática. ¿Por qué no me habré dedicado a hacer filtro de recursos humanos en alguna empresa? Bueno, el trabajo terminó por hoy. Desconecta. Es hora de volver a ver a Fonsi. Hace un frío horrible en esta ciudad en invierno. Pero a la gente parecen gustarle estas fechas. Todo el mundo parece contento y feliz. Parecen haber olvidado sus problemas. Gente normal con vidas normales. No hay nada que me de más miedo que la gente normal. Después de tantos años en mi trabajo ya no me fío de nadie que no tenga al menos alguna tara en su personalidad. Cualquiera de estos que camina a mi lado podría ser un asesino en serie, un psicópata con pinta de persona afable y educada. Tengo frío. Menos mal que ya he llegado al coche. Espero que Fonsi no me halla hecho nada especial de cenar. Últimamente no tengo tiempo para él. Creo que ni siquiera tengo tiempo para mí misma.
- Tallarines a los tres quesos. Mi comida favorita. De verdad, que no tenías que haberte molestado. Eres un sol. - No es nada, Lore. Sabes que me gusta cuidarte. ¿Qué tal el trabajo? ¿Alguna novedad? - No, ninguna. Los mismos pacientes aburridos de siempre. Estoy pensando en cambiarme quizás. Hacer otra cosa. No sé. Y tú, ¿qué tal llevas la novela? - Sabes que no me gusta hablar de lo que escribo hasta que esté terminado. Me trae mala suerte. - ¿Ni siquiera me vas a decir de qué trata? - Tendrás que esforzarte un poco si quieres saberlo.
Me pregunto por qué no le habré hablado del acosador. Supongo que no quería preocuparle. Ya se preocupa demasiado por mí. Esta noche ha estado increíble en la cama. Hacía tiempo que no le notaba tan apasionado conmigo. Mírale. Ahora cree que duermo y me tapa con la manta. No me lo merezco. Me pregunto si él nunca tendrá fantasías. Se pasa tantas horas encerrado en casa escribiendo. Podría tener alguna aventura sin que yo me enterase. No, Fonsi no. Cualquier hombre menos él. Vaya, ya parece haberse quedado dormido. Su trabajo le absorbe tanto. A mí el mío también. Quizás debiéramos tomarnos unas vacaciones después de su novela. Así me olvidaría de acosadores psicópatas y mensajes obscenos. ¿Pero por qué estoy pensando en eso ahora? Será mejor que trate de dormirme. Tardo en conseguir conciliar el sueño. Mientras lo consigo y casi sin ser consciente de ello sueño con violadores que me persiguen por callejones oscuros. Menos mal que Fonsi duerme, porque si no me oiría suspirar.
Héctor - Por fin ha llegado el señorito. ¿Ya terminaste con ese jueguecito tuyo? Podrías dedicarte a estudiar, que le vas a salir más caro a tu madre que un hijo tonto. - Jesús, por favor. No empecemos. Mi familia es un tanto peculiar. Supongo que no será muy diferente de otras, pero es la mía y eso la hace peculiar. Mi padre nos dejó hace muchos años. Yo era pequeño y no lo recuerdo bien. Nunca supe los verdaderos motivos de su partida, es algo de lo que nunca se habla. Soy hijo único, y desde entonces me toca convivir con mi madre y mi padrastro que se afanan en hacer una representación del poli bueno y el poli malo cada vez que me ven. Yo siempre permanezco en silencio y les dejo seguir con su farsa. Las palabras pueden parecer hechos gratuitos, pero realmente no lo son. Los estudios me aburren, no hablan de nada importante. Conocimiento muerto repetido por personas que nunca se cuestionan nada. Aún no entiendo muy bien a las personas. Prefiero a las máquinas. Son más predecibles. Y mucho menos crueles. - No hablas, ¿no? Callado como siempre. Sé lo que piensas, que no soy tu padre. Pues no, por desgracia tu padre os abandonó hace muchos años. No le debíais importar mucho. Y tu madre que es una santa te ha estado dando todo durante este tiempo y tú ni siquiera se lo agradeces. Deberías trabajar ya y dejar de ser un parásito social. Yo con tu edad... - Y tú deberías pensar un poco antes de hablar. Mi madre es una santa, sí. Por eso tienes suerte de que aguante a un amargado como tú, a un fracasado que no se tolera ni a sí mismo. No es que seas o no seas mi padre, es que te odio por lo que eres. Ojalá te mueras pronto. - Héctor... - Me voy a mi cuarto. Ya no tengo más hambre.
A veces siento que la vida no tiene mucho sentido. Apenas un teatro en el que la gente ni siquiera sabe el papel
que representa. Me pregunto qué sentido guarda todo esto, si es que existe alguno. ¿Qué se supone qué he de hacer? ¿Qué se espera de mí? Es probable que en realidad nada importe y que todo carezca de propósito. Necesito dormir un poco.
El asesino Existen leyes, pero no son las que ha creado el ser humano. Son más complejas y al mismo tiempo mucho más simples. Pero el hombre no las entiende. Si no, actuaría siendo capaz de preveer las consecuencias de sus actos. Cada una de las pequeñas decisiones tiene una importancia vital en el gran entramado. Nada puede escapar a su propia condena. El asesino entró silenciosamente en la casa. No fue muy complicado. Lo había hecho muchas veces antes en el pasado y siempre con éxito. En silencio subió por las escaleras sabedor de que sus habitantes dormían inconscientes. Se paró en una habitación. Alguien lo atraía con fuerza a su interior, parecía llamarlo. Le hubiese gustado entrar, pero no era el momento. Aún no. A aquella persona aun le quedaban muchas cosas por hacer. Recorrió el pasillo hasta otra habitación y sin un ruido abrió la puerta. El trabajo terminaría pronto y él saldría de la casa sin dejar ninguna huella, ninguna pista que pudiera delatarle. Desde la calle se oyó un grito ahogado en la noche. - Jesús, por Dios, ¿qué te ocurre? ¡Una ambulancia... El asesino, en cambio, sí que conocía las leyes.
Tangentes Hace tiempo que no me tomo un descanso. Este caso me tiene absorbido. Es como si el asesino fuera un fantasma, alguien inmaterial. De hecho, en la presa ya se mofan de mí. Martín y “el asesino invisible”. En cualquier caso, creo que no siento pena por la víctima. Ese tal juez Roca era un hijo de puta de mucho cuidado. Casi parece que hayan hecho un favor a la humanidad quitándolo de en medio. Un asesino muy humano. Me haría gracia si no fuera yo el que le está persiguiendo. - ¿Comisario? Sí, oiga, quería comentarle... no, no, aún no... no, no tiene que decirme nada, sé cómo funciona el sistema judicial... no, aún no tengo pruebas... ¿cóoomo?... pues sepa, imbécil, que me he follado a hombres mucho más hombres que usted... ¡hasta luego!... Es imposible buscar ayuda en la policía. Sin contar con que la mayor parte de ella se encuentra corrompida en alguna trama ilegal. Odian a la gente que trata de meter las narices en su trabajo. Una llamada. Quizás tenga suerte. - Sí, Martín, el detective... ¿qué?, ¿que si estoy interesado en salir en su programa?... no, no quiero su puto dinero, ¡váyanse a tomar por culo!... Periodistas Panda de buitres. Odio que metan las narices en mi trabajo. Me he convertido en el hazmerreír de todos con este caso. Quizás debiera pedir ayuda. No me vendría mal contar con una psicóloga experta en psicópatas o uno de esos genios informáticos, hackers creo que los llaman. O quizás debiera descansar un poco. ¿Hace cuánto que no sales a divertirte un poco, Martín? Parece una buena noche para olvidarse de todo. Incluso de uno mismo.
- Por favor, comience. Le escucho atentamente. Estoy cansada de mi trabajo. Necesito un descanso. Escuchar sin parar a todos estos pacientes, sus problemas, sus miedos. ¿Y quién me escucha a mí? Fonsi. Si no fuera por él creo que perdería la cordura. Tantos años de novios y parece
como si fuera el primer día. Le quiero tanto. - ... y esa es la razón por la que mis padres, bueno, mi madre quiere que vaya a verla a usted. - Te voy a hacer una pregunta, Héctor. Y quiero que seas sincero contigo mismo. ¿Eres feliz? ¿Y yo? ¿Yo soy feliz? ¿A alguien le importa? A veces lo dudo. Bueno, parece que el trabajo acabó por hoy. Menos mal que mis pacientes nunca se enteran cuando no les presto suficiente atención. Echaré un vistazo al correo. Espero que el acosador se haya olvidado de mí. Empieza a preocuparme. ¿Por qué no pediré ayuda a algún informático que me eche un vistazo al ordenador? ¿Dónde hay uno cuando se le necesita?
No me gusta esta psicóloga. No entiendo muy bien por qué mi madre se ha empeñado en que vaya. Pero después de lo que ha pasado no me veo con fuerzas para contradecirla. Si al menos me escuchase cuando hablo, pero se nota que no me escucha. Estará pensando en sus propios problemas. Y esos consejos suyos de manual de autoayuda. ¿Realmente a alguien le ayudan esas cosas? La teoría es muy sencilla. Me gustaría verla a ella en mi vida a ver si con esos consejos logra hacer algo. Además, me horroriza como los psicólogos se desentienden de cosas como la moral o la ética en las personas. Parece que eso no vaya con ellos. Es probable que ella necesite más ayuda que yo. Ahora a volver a casa. No quiero ni imaginármelo. Mi madre está insoportable desde el ataque al corazón que tuvo mi padrastro. Se pasa las horas en el hospital y apenas pasa por casa. A mí las cosas no me van mucho mejor. He vuelto a suspender. No sé. Estoy pensando que tal vez en el fondo él tenía razón. No valgo para nada útil. No soy capaz de ayudar a nadie. ¿Quién iba a quererme después de todo?
Martín Lo bueno de ser gay en una gran ciudad es que puedes salir cualquier noche a buscar guerra y la encuentras. Los heteros nos envidiarían tan sólo por lo fácil que es tener sexo sin ningún tipo de complicacióon. Y lo cierto es que con los años mi sex-appeal no ha disminuido. Muy al contrario, ahora parece que despierto más interés en los demás, a pesar de que todo el mundo me conoce ya en el ambiente de Madrid. Algo tiene la madurez que le da a uno un aura de misterio y profundidad. Hace poco más de un año que un amigo mío abrió un bar en Chueca: el Fu3l. Me parece una buena opción para empezar la noche. Allí se reúnen los osos de Madrid que insomnes buscan algo de diversión. Tipos grandes, peludos y masculinos. Todo lo contrario al prototipo de homosexual que uno esperaría encontrar. Tampoco yo soy el prototipo de nada precisamente. Es lo primero que uno aprende en mi trabajo. Nunca te fíes de las apariencias ni de las ideas preconcebidas. En realidad no me equivocaba mucho. El bar está hasta arriba y sólo son las 23:00. Un poco de calor humano no me vendrá mal. Quizás incluso me pegue una vuelta por el cuarto oscuro. Pero antes quiero saludar a la gente. Necesito hablar con alguien. - ¡Pescadero! Cuánto tiempo sin verte. Ya pensábamos por aquí que te habías echado un novio. Aquí me conocen como el pescadero. Evidentemente no voy a ir pregonando a los cuatro vientos que en realidad soy detective privado. La gente huiría de mí. Aquí todos tienen secretos inconfesables que quieren ocultar. - Aquí todo anda igual, pescadero. La misma gente, las mismas historias. Pero hoy tengo algo realmente bueno. ¿No quieres que te invite a un poco? - No, gracias Rayco. Hace tiempo que dejé las drogas. - Esas cosas nunca se dejan del todo, pescadero. En fin, no te voy a insistir.
Hace tiempo que dejé muchas cosas. Supongo que yo también tengo secretos inconfesables y un pasado que no es mi mejor carta de presentación. Como la mayoría de los gays en esta ciudad he flirteado con los excesos y la cara oscura de esta ciudad. Parece ser algo inevitable. Pero todo eso ya lo dejé. Me pasó factura y seguramente aún sigo pagando por ello. Pero fue suficiente. Tan sólo busco un poco de compañía. Al fondo la gente parece febril, ajena. Como si estuviéramos en un refugio completamente protegido por la frivolidad y la desidia del resto de la ciudad. Un refugio en el ue ya no tenemos que fingir lo que no somos, lo que no sentimos y podemos dar rienda suelta a nuestra parte más animal. Esa mirada. Juraría que le conozco. No es posible. No puede ser él. Pensé que ya no salía por estos bares desde que lo dejamos. Parecía la única persona capaz de mantener una pareja estable en este mundo. Pero no conmigo. Claudio, mi último gran amor. Se enamoró de otro cuando estaba a punto de confesarle mis verdaderos sentimientos. Después de aquello dejé de creer en las relaciones entre hombres. ¿Qué hará él aquí? Uno más. Es sólo otro gay más en este antro. Un hombre buscando otro hombre. Sexo sin compromiso. Diversión sin complicaciones. Algo superficial y sin consecuencias. Necesito aire. Voy a salir un rato. Este ambiente está viciado. Mariconas. Sólo piensan en el sexo.
Voy a dar una vuelta. Perfecto, empezó a nevar. No importa. A nadie le va a importar si me mojo un poco. ¿Cuántos años llevo ya en esta ciudad? Ya no los cuento. Parece como si siempre hubiese estado aquí. Te haces viejo, Martín. No eres más que un gay viejo y solo que se niega a admitir su edad. ¿Desde cuándo no has vuelto a tener sexo por amor, entregarte a la persona adecuada? ¿Desde cuándo has empezado a escuchar canciones de Álex Ubago? Odio esta ciudad. No es más que una trampa para idiotas.
Lorena Creo que me siguen. Tengo esa sensación desde que he dejado la consulta. Miro atrás, pero no veo a nadie. Voy a caminar más rápido, a ver si llego al coche. Mi acosador podría ser cualquiera de ellos. ¿Quién sabe qué cosas se le pueden pasar por la cabeza a alguien tan desequilibrado? Si al menos supiera quién es. Hoy he leído en las noticias sobre un detective que investiga un caso imposible. “El asesino invisible” lo llaman. ¿Y si realmente existiera? Podría ser cualquier persona normal. Alguien al que simplemente la vida le haya venido de vuelta. Una persona buena con suficiente odio y resentimiento acumulado, cualquier tipo tímido incapaz de alzar la voz que por fin ha conseguido el valor de defender sus derechos y hacerse oír después de haber sufrido tanto. Tengo que llegar a casa y ver a Fonsi. Hoy hace más frío que de costumbre.
- Hola, Lore. ¿Qué tal el trabajo? - Cansado. Necesito una ducha. Ni siquiera se ha fijado en que hoy tengo un peinado distinto. La novela le tiene consumido. Le han salido ojeras de tanto trabajar. A veces infravaloro lo que hace. Debe ser algo tan agotador como lo que hago yo. Pero está raro. Algo le pasa. - ¿Estás bien, Fonsi? - En realidad no. La novela me consume. - Si me hablaras de ella podría tratar de ayudarte. - Está bien. La novela trata de unos extraños asesinatos en Madrid. Pero ahora la cosa se complica. Tengo que matar a uno de los personajes y no sé cómo hacerlo. Los coges cariño. ¿No sé si me entiendes? Querría que las cosas acabasen de otra manera, pero no me gustan los finales demasiado dulces. Me saben tan falsos. La vida nunca es así. Bueno, habrá que
hacerlo. Espérame aquí. Voy a por una cosa para ti. Hace tiempo que debí haber hecho esto. No tengo disculpa. Hay algo extraño aquí. Tengo miedo. ¿Y si Fonsi fuera el que me manda los mensajes obscenos al trabajo? ¿Asesinatos? ¿A dónde ha ido? ¿Y si él fuera el propio asesino del que hablan los periódicos? Las personas demasiado normales son las que más miedo me dan. Tengo un mal presentimiento.
Ni siquiera me he despedido. Las mujeres a veces tenemos estas corazonadas. Tengo que encontrar a alguien que me ayude. ¿Me estaré volviendo loca? Allí, una patrulla de policía. Salvada. Qué amables. Me escoltan a un lugar seguro. Pero no veo que llamen a nadie. Maldita sea. Creen que estoy loca. ¿A dónde me llevan? ¡No estoy loca, no puedo estar loca! Soy psicóloga. ¿Es que no lo entendéis? Tengo que hacer las cosas a mi manera y salir de aquí. Semáforo en rojo. Me voy corriendo. Ahí os quedáis. Menos mal que hoy no traje tacones. Mierda. Creo que me he roto el vestido. Los he conseguido despistar. ¿Dónde estoy? No conozco esta parte de la ciudad. Y encima nieva. ¿Qué más me puede pasar? Nunca salgo de casa a estas horas. Pero allí no vuelvo. No hasta que aclare lo que está pasando. Algo raro está sucediendo a mi alrededor y voy a descubrirlo.
Héctor Hace tiempo que no hablo con ella. Apenas duerme. A veces me cuesta encontrar las palabras adecuadas, pero no me gusta verla así. No se lo merece. Siempre se ha portado tan bien con todo el mundo y ha estado en medio de todo aguantando más de lo que merecía. No debía de haberlo hecho. - Mamá. ¿Por qué no descansas un poco? Jesús ya está fuera de peligro. Deberías pensar también en ti misma. - No, gracias. Seguiré aquí. - Oh, vamos. Él no merece tanto sufrimiento. Sabes que tú vales mucho más que eso. - Escúchame. Él estuvo ahí cuando yo estaba sola. Cuando tu padre nos dejó. No lo entiendes. Nunca lo has entendido. Tú siempre metido en tu cuarto con tus ordenadores. Has sido siempre incapaz de comprender los sentimientos de los demás. Sólo estás tú en el mundo. Maldito hijo. Eres tú el que debiera estar allí y no él. Tengo sólo 17 años y ya odio el mundo. Odio a mi familia. Odio esta sociedad que me ha tocado vivir. Apenas un timo como esos en que uno cree erróneamente ser el timador en vez del timado. ¿Quién ha hecho el mundo tan mal? No creo que ningún dios hubiera cometido tantos fallos. A menos que precisamente esa sea la gracia del asunto. Sufrir en una espiral de dolor sin sentido ni propósito. Aquí sentado en mi habitación nunca encontraré respuestas. Quizás es hora de que las busque afuera. En esta casa no me quieren. Debo encontrar un lugar en el que sí que lo hagan. Debo saber quién soy realmente y por qué estoy aquí. Quizás los frikis del Patio Maravillas puedan alojarme una temporada hasta que pueda valérmelas por mí mismo. No tengo miedo a la ciudad. No tengo miedo a “asesinos invisibles”. Cuando jugaba al rol a veces fantaseaba con ser uno de esos Eutánatos, magos hindúes que se regían por las leyes del Karma y que evaluaban y sentenciaban cuando alguien ya estaba listo para morir, para llegar a la entropía final que tarde o temprano nos espera a todos.
A mí aún no me ha llegado la hora. Las razones de vivir las encontraré buscándolas. Afuera nieva. Parece un buen presagio.
El asesino El momento se acerca. El asesino puede sentirlo. Los caminos se cruzarán. Los tres morirán de alguna manera. Pero han de encontrarse. La entropía ha guiado sus caminos hasta esta noche, hasta este lugar. Los tres están perdidos y habrán de hallar un camino nuevo. Ninguno podría continuar sin el otro. No se conocen, pero se necesitan. Su vida depende de los demás. Al contrario de lo que se podría pensar, no era el asesino el que buscaba a sus víctimas, si no al contrario. Las víctimas le buscaban a él, le llamaban a gritos. El cazador será cazado. El asesino responderá a su llamada. Siempre ha sido así. La ciudad está llena de asesinos invisibles esperando en las sombras, momento tras momento, para aparecer. Noches olvidadas en el tiempo. Noches ahogadas en su propia nostalgia. Noches como esta.
Cruzadas ¿Cuánto tiempo llevo caminando? ¿Cuánto tiempo puede caminar un hombre antes de perder la esperanza? La esperanza de que algo pueda mejorar, de que la vida pueda perdonar los errores del pasado, de hacerte creer que caminar en fin merece la pena. Las huellas en la nieve me han traído hasta aquí. Señalan mi camino como el de una presa herida. Un paso a nivel sobre la M-30 parece un buen final. Los coches pasan veloces y rugen impacientes abajo. La ciudad se me antoja como un ser vivo, un monstruo que te engulle y te devora sin compasión. ¿Qué importa si cruzo la barrera del paso a nivel? ¿Qué más da si traspaso el límite que separa a los que están vivos de los que están muertos? Agarrado al otro lado de esta barandilla me doy cuenta de que los esfuerzos no han valido para nada. No me llevo ningún recuerdo conmigo. No creo que haya ningún lugar al que llevárselo. Espero que esto no continúe. Tan sólo deseo un final para todos los finales. Me da igual si tragedia o comedia. Sólo quiero un fin que termine con todo. - Alto. No os acerquéis ninguno o me tiro... No me he dado cuenta y un par de personas se han quedado mirando a ambos lados del paso a nivel. Qué ridículo eres Martín. Ni siquiera puedes hacer esto sin llamar la atención. Sólo falta que alguno de ellos sea periodista. Acabemos con esto de una vez.
- Espera. Soy psicóloga. Sé cómo manejar esto. - He dicho que no se acerque nadie. - No lo hagas. Sea lo que sea lo que te haya pasado, tiene solución. Ahora parece que no porque te encuentras en un estado emocional alterado. Todo lo que piensas no lo estás pensando realmente. Eres víctima de tus propias emociones. Tienes que calmarte y verás las cosas de otra forma. El pasado siempre se puede solucionar. Yo puedo ayudarte.
- Ah, ¿sí? ¿Qué tal si te digo que no quiero arreglar nada? ¿Qué tal si te enteras de que estoy harto ya de vivir? Seguro que tú tienes un novio que te quiere y que te hace feliz, que no te engaña. Seguro que no has tenido que vivir sintiéndote un ser extraño por tus sentimientos. Que no has tenido que pasarte la vida fingiendo ser lo que no es. Con miedo a que los demás te rechacen. Tratando de encajar en un mundo que no te acepta y huyendo de otro que sí lo hace pero que te exprime hasta no dejar nada bueno de ti mismo. No me vengas con palabras gratuitas tú, que has tenido una vida fácil. Piensa en algo, Lorena. Tantos años estudiando psicología tienen que servir para algo. Tiene que haber algo que le puedas decir. Algo. - Qué fácil es todo, ¿no? - No te acerques chaval... - ¿Héctor? - Crees que los gays sois los únicos que os habéis sentido como bichos raros en el mundo. Ciudadanos de segunda clase, minusválidos sociales. Pues tengo noticias para ti. No eres el único que piensa que no encaja en el mundo. Que los seres humanos son idiotas. Y que la vida no tiene ningún sentido. Así que si tú crees tener razones suficientes para saltar, te aseguro que yo tengo muchas más. Y lo haré también si tú lo haces. - Héctor, tú eres superdotado. Se huele a lo lejos. Las personas como tú no siempre son buenas en los estudios. Se sienten diferentes y no entienden por qué. Se frustran con un mundo que no está pensado para ellos. La gente a su alrededor no los comprende. Crecen creyendo ser raros, inadaptados, y no se dan cuenta del maravilloso potencial que tienen para explotar, para ayudar a los demás. En la primera consulta que tuve contigo me di cuenta. Ninguno de los dos tiene motivos para saltar, par de idiotas. - A mí lo que me gustaría saber es que hace una chica como tú a estas horas y con esas pintas. - Eso no es de vuestra incumbencia.
El presunto suicida estalló en carcajadas. Se dio la vuelta por la barandilla del paso a nivel. Nos abrazó a ambos. Nos dio las gracias. Y se marchó por donde había venido. Mi psicóloga también. Dijo algo sobre unas disculpas que tenía que dar y se despidió. Algo me dice que todo esto debía de pasar, que yo debía estar aquí en este momento, que el destino así lo quería. No es racional, pero creo que empezaré a creer en fuerzas superiores que mueven los hilos de todos nosotros. Y si no, al menos empezaré a creer en mí mismo.
Martín Caso cerrado. Nunca hubo ningún asesino. La rubia está contenta. Todo el revuelo que he provocado en los medios le ha hecho ganar un buen dinero en la prensa rosa. Y yo vuelvo a mi vida de aburrido pescadero. - Toma. Aquí tienes tu café, con dos de azúcar. Perdona, tu nombre era... - Juan. Ya pensaba que no ibas a contestar a mis mensajes. Te dejé varios la semana pasada. Este chico es un encanto. Lo bueno de la gente joven es que aún no ha sido corrompida por la vida. Tienen ideales. Y ellos son los que pueden cambiar el mundo. Además, en la cama nos entendemos muy bien. Y es tan cariñoso. Me pregunto si me estaré enamorando. Es demasiado pronto para pensar en eso. No importa. Así estoy bien. Algún día le contaré la verdad sobre mí. Mi trabajo de verdad, mi pasado. - ¿Qué has estado haciendo todo este tiempo? - Poca cosa realmente. Conmigo te vas a aburrir mucho. - No te creo. - Haces bien. No deberías fiarte tan fácilmente de alguien como yo. - No seas bobo. Me gustas desde hace mucho. - Tú a mí también, Juan. Tú a mí también.
Lorena - Te debo una disculpa. - No te preocupes. Hemos tenido mucho trabajo los dos últimamente. Deberíamos darnos un respiro. Tú con tus pacientes y yo con mi novela. ¿Qué te parece si nos tomamos unas vacaciones? - Estoy de acuerdo. Tengo que admitir que no es lo mismo estudiar sobre algo que sentirlo en tu propia piel. Ahora creo que entiendo mucho mejor a la gente que acude a mi consulta a pedirme ayuda. - Sí. Me parece que ha sido una experiencia positiva en tu vida. Y hablando de cosas positivas. No pude darte esto el otro día. - Oh, Fonsi. No, no hacía falta. Un anillo. ¡Qué detalle! ¿Significa lo que estoy pensando? - Eso exactamente. Creo que ya es hora de que demos un paso más en nuestra relación. A menos que sigas pensando que soy un asesino. - No seas tonto. Tenía mucha tensión en el trabajo con ese acosador extraño y me asustaste con lo de tu novela. Aún tengo una curiosidad... - Dime. - En tu novela, finalmente quién es el asesino. - ¿El asesino? Bueno, el asesino es el tiempo. Es evidente. - ¿El tiempo? Pues no lo entiendo. - No importa. Dame un beso.
Héctor - Hijo mío. Has vuelto. Estaba tan preocupada. - He estado bien, mamá. Sé cuidar de mí mismo. No te preocupes. - Siento mucho lo que te dije. Estaba muy nerviosa. Realmente no pensaba lo que decía. Espero que puedas perdonarme. - No hay nada que perdonar. Han sido tiempos difíciles para todos. - Gracias hijo. - Gracias a ti, mamá.
He descubierto en internet que existe una asociación llamada AEST para gente superdotada. Me sorprende haber ignorado durante tanto tiempo mi condición. Mi perfil psicológico está perfectamente clasificado y no soy el bicho raro que pensaba que era. Hay muchos más como yo. Gente especial, con vidas a menudo difíciles. Ahora comprendo lo compleja que es la vida. Maravillosa y terrible al mismo tiempo. He sufrido tanto tiempo el hecho de ser distinto, tantos años de soledad y aislamiento personal. Y el único sentimiento que queda al final es: ¿compasión? Realmente desde mi posición soy más capaz de comprender a los otros y ponerme en su piel, de entender sus motivaciones y sentimientos, y desde la comprensión soy capaz de aprender a quererlos tal y como son, con sus virtudes y defectos. Respecto a mí descubrí una cosa importane. El sentido de la vida es algo que no aparece llamando a la puerta un día. Es algo que se ha de buscar y se ha de sufrir para encontrarlo. Vivir es como un gran problema, una enorme ecuación que hay que resolver. Y una vez resuelta el mundo empieza a brillar con luz propia.
El asesino El tiempo cruza la ciudad como el río Manzanares. Dejando atrás la tristeza y el arrepentimiento. Llevando nuevas esperanzas e ilusiones a las almas cansadas. El asesino vuelve satisfecho del trabajo que ha hecho. Lleva consigo la nostalgia de todas las cosas pasadas que no volverán, de todos los sueños futuros que nunca serán, y de lo que inevitablemente sucede pese a todo. Hay una eterna batalla entre nuestros ideales y nuestros sentimientos. Entre lo que deseamos ser y lo que inevitablemente nos hemos convertido. La filosofía oriental nos habla de la no-dualidad, del verdadero camino. Y quizás sea cierto que cuando unimos estos dos polos opuestos es cuando empezamos a fluir con el mismo ritmo de la vida. Y es entonces cuando seguimos a nuestro destino. Aquello para lo que estamos aquí. Aquello a lo que no debemos resistirnos, pues toda resistencia implica estaticidad. Y la estaticidad implica muerte. El asesino se encarga, en fin, de que el universo siga moviéndose.