Todo comienza con una misteriosa desaparición… El padre de Darkus Cuttle ha desaparecido sin dejar rastro y nadie, ni siquiera la policía, parece hacer nada por encontrarlo. Darkus tendrá entonces que mudarse con su excéntrico tío Max, convivir con unos vecinos acumuladores de basura, y lidiar con los abusones que no dejan de molestarlo en su nueva escuela. Pero justo cuando parece que todo está perdido, un escarabajo gigante al que decide llamar Baxter, acude a su rescate. Darkus descubre enseguida que los escarabajos son una especie increíble: inteligentes, fuertes, capaces de volar… y podrían ser la clave para encontrar a su padre.
El chico escarabajo es el primer libro de una trilogía misteriosamente divertida, llena de aventuras y escarabajos exóticos.
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Traducciรณn de Sonia Verjovsky Paul
El chico escarabajo Título original: Beetle Boy Texto © 2016, Maya Gabrielle Ilustraciones © 2016, Júlia Sardà Todos los nombres de personajes y lugares usados en este libro son propiedad de © M.G. LEONARD y no pueden ser usados sin permiso. Publicado originalmente en inglés en 2016 como “Beetle Boy” por The Chicken House, 2 Palmer Street, Frome, Somerset, BA11 1DS. Traducción: Sonia Verjovsky Paul Ilustraciones de portada e interiores: Júlia Sardà Diseño de portada: Helen Crawford-White D.R. © 2016, Editorial Océano, S.L. Milanesat 21-23, Edificio Océano 08017 Barcelona, España www.oceano.com • www.grantravesia.es D. R. © 2016, Editorial Océano de México, S.A. de C.V. Eugenio Sue 55, Col. Polanco Chapultepec Del. Miguel Hidalgo, C.P. 11560, México, D.F. Tel. (55) 9178 5100 • info@oceano.com.mx www.oceano.mx • www.grantravesia.com Primera edición: 2016 ISBN: 978-84-945517-1-0 Depósito legal: B-12069-2016 Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del editor. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. impreso en españa
/ printedc in spain
Para Arthur, Sam & Sebastian
Cada vez que leo sobre la captura de escarabajos muy raros, me siento como un viejo caballo de batalla al escuchar el toque del clarĂn‌
Charles Darwin
capítulo uno
La misteriosa desaparición de Bartholomew Cuttle
E
l doctor Bartholomew Cuttle no era el tipo de hombre que desaparece misteriosamente. Era de los que leen enormes y vetustos libros en la mesa del comedor, y de ésos que siempre terminan con huevo frito entre las barbas. Era el tipo de hombre que siempre pierde las llaves y que nunca lleva consigo un paraguas en los días de lluvia. Era el tipo de padre que podría retrasarse quizá cinco minutos cuando iba a la escuela a recogerte, pero que al final de la jornada siempre llegaba. Más importante aún, Darkus sabía que su padre no era el tipo de hombre que abandonaría a su hijo de trece años.
El informe de la policía declaraba que el 27 de septiembre fue un martes como cualquier otro. El doctor Bartholomew Cuttle, viudo y de 48 años, llevó a su hijo, Darkus Cuttle, a la escuela, y prosiguió hacia el Museo de Historia Natural, donde trabajaba como director de Ciencias. Saludó a su secretaria Margaret a las nueve y media, pasó la mañana en juntas discutiendo asuntos del museo y comió el almuerzo a la una de la tarde con un excolega, el profesor Andrew Appleyard. Por la tarde, bajó a las salas donde el museo resguarda las colecciones, como a menudo hacía, pasó primero por la cafetera, donde llenó la taza. Intercambió saludos con Eddie, el guardia de seguridad que estaba de turno ese día, bajó por el pasillo hasta las salas y se encerró en una de las salas de entomología. Esa noche, cuando su padre no llegó a casa, Darkus advirtió a los vecinos y ellos a su vez llamaron a la policía. Cuando la policía llegó al museo, la cámara a la que había entrado el doctor Cuttle permanecía cerrada con llave desde dentro. Temiendo que hubiera padecido un accidente o un ataque cardiaco, trajeron un pesado ariete de acero y derribaron la puerta a golpes. Pero la estancia estaba vacía. En una mesa, junto a un microscopio, yacía una taza de café completamente helado y algunos documentos. 12
Varios cajones con especímenes de coleópteros estaban abiertos, pero de Bartholomew Cuttle ni rastro. Se había esfumado. La cámara no tenía ventanas ni puertas, con excepción de aquélla por la que había entrado. Era un recinto sellado y de atmósfera controlada. El acertijo del científico desaparecido llegó a la primera plana de todos los diarios. Los periodistas enloquecieron con ese misterio imposible de resolver, y ni uno de ellos lograba explicar cómo había abandonado el doctor Cuttle aquella cámara. ¡Desaparece científico!, vociferaban los titulares. ¡La policía está confundida!, chillaban los periódicos.
¡Internan
a niño huérfano en casa de acogida!,
Se busca al único pariente vivo, el famoso arqueólogo maximilian cuttle, informaban. Y al día siguiente: ¡arqueólogo perdido en el desierto del sinaí! ¡Niño solo!, aullaban. Fuera de la casa de acogida, los periodistas detenían a Darkus en la calle para hacerle fotos y gritarle preguntas: —Darkus, ¿ya has sabido algo de tu padre? —Darkus, ¿tu padre se ha dado a la fuga? —Darkus, ¿está muerto tu padre? Cinco años antes, cuando su madre falleció, Darkus se había replegado en sí mismo. Había dejado de jugar 13
fuera y ya nunca invitaba a sus amigos a casa. Una neumonía le había arrebatado repentinamente a su madre, Esme Cuttle. El golpe fue terrible. A su padre lo embargó la pena. Había días —los días melancólicos, como los llamaba Darkus— en los que su padre permanecía en cama con la mirada clavada en la pared, en absoluto silencio, con los ojos llenos de lágrimas. En los días melancólicos particularmente sombríos, Darkus llevaba té y galletas y se sentaba a leer junto a su padre. Aquellos días eran, pues, difíciles por partida doble. Así, Darkus tuvo que aprender a cuidar de sí mismo. En la escuela se llevaba bien con todos, pero no tenía amigos cercanos. Prefería estar solo. Los otros niños no entenderían sus sentimientos y él no estaba seguro de poder explicarlos. Lo único que importaba era cuidar a su padre y ayudarlo a estar feliz de nuevo. Finalmente, cuatro años después de la muerte de su madre, los días melancólicos fueron cada vez menos frecuentes, y Darkus observó con cautelosa dicha cómo su padre despertaba de un prolongado letargo de tristeza. Otra vez era un padre como debía ser: jugaba a fútbol los domingos, sonreía a Darkus en el desayuno y bromeaba con él sobre su pelo rebelde. No, Darkus estaba seguro de que su padre no era suicida ni se había dado a la fuga ni llevaba una doble vida. Algo había pasado en aquella cámara, algo que le encogía el estómago de miedo, porque no lograba 14
pensar en qué podría ser. Así que cuando le hacían todas esas preguntas estúpidas, Darkus se metía las manos en los bolsillos, miraba sus libretas con el ceño fruncido y se negaba a contestar. “¡Niño con el corazón roto ya no habla!”, anunciaron entonces las publicaciones al mundo. Cuando finalmente rastrearon al tío de Darkus, el profesor Maximilian Cuttle, en Egipto, éste voló de inmediato a Londres para hacerse cargo de su sobrino. Los periódicos, incapaces de resolver el misterio del científico desaparecido o de inventar habladurías nuevas sobre Darkus, perdieron el interés y lo dejaron en paz. El tío Max llevó a Darkus a su piso encima de Madre Tierra, una tienda de comida naturista, en medio de una serie de comercios entre Camden Town y Regent’s Park. —Tengo que advertirte, muchacho —le dijo el tío Max mientras subían las escaleras—, que siempre he vivido solo. Verás, viajo mucho. Nunca me encantó Inglaterra, con toda esta condenada lluvia… es deprimente, y no muy divertida cuando te ocupas de una excavación, créeme. Preferiría estar en el desierto del Sinaí montando en camello —se detuvo para recobrar el aliento—. En fin, en resumidas cuentas, no sirvo de mucho cuando de huéspedes se trata. Me gustan; es sólo que no estoy seguro de qué hacer con ellos; lo mismo ocurre con los niños. 15
Darkus siguió a su tío en silencio a través de la puerta de entrada, disfrutando al escuchar una voz tan parecida a la de su padre. —Cocina —el tío Max apuntó hacia una habitación color naranja brillante a su izquierda, y subió unas escaleras a su derecha—, sala. Mientras pasaban junto a la estancia, Darkus se quedó mirando una serie de máscaras de madera de
rostro alargado que colgaban de las paredes azul medianoche, y ellas lo miraron a él. Tras subir otro tramo de escaleras, llegaron hasta la habitación del tío Max y de un gran baño rosado. —Como trabajo en el extranjero la mayor parte del año, la universidad no ha querido dotarme con una oficina, así que este lugar es, además de mi casa, mi oficina —dijo el tío Max mientras subían un tercer tramo de escaleras hasta el desván—. Y hasta ahora, la habitación donde dormirás ha sido… em, pues… mi archivo. Cuando llegaron al rellano de techos bajos del tercer piso, el tío Max se apoyó contra la pared e hizo gala de estar cansado. Tras extraer un pañuelo del bolsillo de la camisa, con los nudillos hinchados de su mano derecha le dio un empujoncito a su sombrero de safari y se enjugó la frente bronceada y curtida. —Uf —dijo con un mohín—, hagas lo que hagas, no envejezcas, muchacho. Sólo Dios sabe cómo volveré a bajar. ¡Quizá tengas que llevarme en brazos! —y se carcajeó efusivamente para mostrar que bromeaba, pero cuando Darkus no lo acompañó en su algarabía, el tío Max sonrió con tristeza y sacudió la cabeza—. Podrás parecerte a tu madre, pero eres igual a Barty, de cabo a rabo. Esme siempre se reía de mis chistes, en especial de los que no eran graciosos. Darkus intentó ser amable y sonreír, pero sólo le salió una mueca. Se dio cuenta de que su tío Max lo 17
examinaba, y se abrazó el gran suéter verde contra el cuerpo y bajó la mirada para ver que sus informales pantalones vaqueros tenían las rodillas rasgadas. Debido a su piel morena, pelo y ojos negros como el carbón, la gente decía que tenía el aspecto español de su madre, pero cuando pensaba en ella, era su amplia sonrisa la que recordaba. Su propia boca tenía la misma forma que la de ella, pero cuando se dio cuenta de que aquel gesto de sonrisa ponía triste a su padre, dejó de hacerlo. —¿Qué le ha pasado a tu pelo? —Me lo han rapado en la casa de acogida. Darkus se frotó las manos sobre el pelo incipiente. No quería contarle a su tío lo del bravucón que le había rasurado una raya del pelo durante su primera noche en ese albergue desconocido. —Había piojos —masculló. —Ya veo. Una precaución sensata, supongo —el tío Max frunció el ceño y volvió a meterse el pañuelo en el bolsillo—. Bien —indicó la puerta frente a ellos—, ése es el baño —después caminó por el rellano—. Y ésta es tu habitación —el tío Max le ofreció una pesarosa sonrisa a Darkus antes de abrir la puerta de un empujón—. ¡Ta-rá! Un trozo de papel cubierto de notas garabateadas flotó por el pasillo y cayó a los pies de Darkus. La habitación era diminuta. El suelo estaba oculto bajo 18
montones de papeles y había cajas por todos lados, apiladas torpemente una encima de la otra. De los paquetes a medio abrir sobresalían objetos envueltos en periódico amarillento; el aire estaba espeso, olía a polvo y moho. Darkus estornudó. —¡Salud! —dijo el tío Max mientras se estiraba desde el marco de la puerta para encender la luz. Más allá de las cajas había una pared de archivadores negros. Varios de los cajones estaban a medio abrir y escupían papeles de tan llenos. Encima estaban derrumbadas filas de atlas de tapa dura y mapas sueltos unos junto a otros. Darkus notó un tragaluz en el techo; su cristal externo estaba tan lleno de mugre que oscurecía la habitación con su sombra. —Cuánto debes odiar archivar —dijo. —Pues sí, supongo que han pasado algunos años —el tío Max tosió—. Ahora que lo pienso, ni siquiera estoy seguro de cuándo fue la última vez que subí aquí. Puede que antes de que nacieras. Darkus esbozó una pequeña sonrisa, ya que no quería parecer grosero. Contento de que su sobrino se estuviera animando, el tío Max cogió un libro de una caja abierta. —Historia intelectual del canibalismo… llevaba un tiempo buscándolo —dijo el tío Max. Levantó las cejas dos veces y volvió a soltarlo. Una nube de polvo brotó de la caja y estalló sobre el rostro de Darkus. 19
El tío Max rio al tiempo que Darkus gesticulaba frenéticamente con la mano para quitarse el polvo mientras estornudaba. Después, al no poder resistirse a la contagiosa naturaleza de las risotadas de su tío, comenzó a reír. —En conclusión, muchacho —dijo el tío Max, ofreciéndole a Darkus un pañuelo limpio que se sacó del bolsillo trasero—, necesita trabajo. Sin embargo, si nos empeñamos, estoy seguro de que podremos transformarlo en una especie de habitación. Darkus bajó al pasillo a por su maleta. —Estará bien, tío Max. Gracias. —Por supuesto que lo estará —el tío Max le dio una palmada a Darkus en la espalda que casi lo derriba hacia delante—. Nos quedará un magnífico lugar cuando terminemos. El tío Max se quitó el sombrero de safari y el cabello le brotó por encima de su bronceado cuero cabelludo como una nube de pensamientos plateados. —Sugiero que primero saquemos todo al pasillo, porque tenemos que hacer algo de limpieza antes de que este lugar sea adecuado para alojamiento humano. Darkus se puso manos a la obra. Se arremangó el suéter verde, mostrando unos brazos morenos y flacos, y arrastró una pesada caja al otro lado de la estancia. Mientras la arrastraba a través del marco de la puerta, Darkus se tambaleó hacia atrás y rasgó la caja 20
abierta, sólo para descubrir una pila de carpetas marcadas con las palabras Proyecto Fabre desperdigar por el suelo lo que parecían ser dientes humanos. —Lo siento, yo… —tartamudeó el chico. —Ah, los dientes de Nefertiti —el tío Max se arrodilló y juntó con cuidado los dientes en su mano—. Pongamos éstos en algún lugar seguro, ¿te parece? —¡¿Los dientes de Nefertiti?! —preguntó Darkus, abriendo los ojos—. ¿Hablas en serio? —Totalmente — asintió el tío Max—. Encontré su tumba. La gente te dirá que todavía está perdida, pero yo la encontré. Estos dientes —levantó la mano— los cogí del féretro de la hermosa y tristemente célebre reina egipcia. —¿Los extrajiste directamente de su cráneo? El tío Max se encogió de hombros. —Bueno, ya no los estaba usando. Darkus cogió una de las antiguas piezas dentales. —¿No deberían estar en un museo? —Estarían en un museo, muchacho, si alguien me hubiera escuchado —dijo el tío Max—. Pero no, ni siquiera lo consideraron. Que un arqueólogo principiante hiciera un descubrimiento tan importante, siendo apenas un muchacho… No. Dijeron que era imposible, pero se equivocan. Que una persona sea joven no significa que no tenga la curiosidad, la determinación y las agallas para hacer lo que un adulto, 21
¿no es así? —resolló el tío Max—. Cuando finalmente decidan desenterrar la tumba —y lo harán, porque yo les dije exactamente dónde está—, a la vieja Nefertiti le faltarán los dientes, y estas bellezas demostrarán categóricamente que fui yo quien llegó ahí primero —colocó los dientes con cuidado en un sobre—. El pasado siempre encuentra una forma de alcanzarte, muchacho, hasta cuando no quieres que lo haga —dobló la solapa para abajo y la selló—. Verás, fue una de mis primeras excavaciones egipcias. Yo era carne fresca, recién graduado, y no entendía las reglas del juego. La vida adulta puede ser horriblemente aburrida, Darkus, está llena de politiqueo y de compromisos… El tío Max siguió divagando sobre las vicisitudes de ser un arqueólogo, y Darkus asentía o negaba con la cabeza mientras ambos limpiaban, barrían y sacaban el polvo de la habitación. Echaron una tela marroquí de colores brillantes sobre cuatro cajas de libros para hacer una mesa, y apilaron tres contenedores vacíos, uno encima del otro, para usarlos como repisas para la ropa. El tío Max se subió a un banco y talló la superficie interior del tragaluz con un periódico remojado en vinagre. Cuando se estiró para abrir la ventana y limpiar la parte posterior del cristal, Darkus vio algo negro sentado en el vidrio. Una criatura… con siete patas… ¿o eran seis? … y, ¿un cuerno? 22
—¡Espera! —gritó Darkus. Pero el tío Max estiró la ventana hacia él, y la criatura saltó en el aire y se alejó zumbando. —¿Qué era eso? —indicó Darkus, con ganas de saltar sobre la silla del tío Max para poder apreciarlo claramente. —¿Qué era qué? —el tío Max levantó la mirada, pero fuera lo que hubiera sido la bestia, ya había desaparecido. Seis patas significan insecto, ¿no? Ningún animal tiene siete. Quizás era un murciélago o un pájaro pequeño, o dos. Pero los murciélagos no tienen cuernos, e incluso si juntaras las patas de dos pájaros sólo llegarían a cuatro. Debía haber sido un insecto, pero nunca antes había visto uno así de grande. —El sol se está poniendo —dijo el tío Max, asomando la cabeza por la ventana—. No es como una puesta de sol egipcia, pero debo admitir que la ciudad tiene lo suyo. Darkus examinó la minúscula habitación. —¿Tío Max? —¿Sí, muchacho? —¿Dónde voy a dormir? El tío Max metió la cabeza una vez más en la habitación. Darkus abrió las manos. —No creo que una cama quepa aquí dentro —dijo. 23
—Y no tengo una cama extra, incluso si cupiera una, que no —el tío Max asintió con la cabeza. —Supongo que podría dormir en el suelo. —O en el techo —dijo el tío Max. —Claro —Darkus se rascó la cabeza, no podía asegurar si el tío Max bromeaba de nuevo. —En una hamaca —dijo el tío Max—. Es una especie de cama colgante. Los marineros y los arqueólogos las usan todo el tiempo. Son muy útiles para evitar la mortal picadura del escorpión de cola gruesa. No es que haya muchos escorpiones por aquí, claro… bueno, al menos no vivos. Entonces, ¿qué tal suena la hamaca? —Suena bien. —Excelente, porque me sobra una —el tío Max salió al pasillo y volvió con una bolsa azul. Dentro había un trozo de lona color amarillo arena fruncido alrededor de dos grandes aros de cobre—. Se me ocurre que podríamos colgarla aquí —dijo, e indicó el espacio de techo encima de los archivadores. Darkus asintió con entusiasmo, y el tío Max sacó de la bolsa dos ganchos de latón y un mazo. —Baja corriendo a la sala, muchacho, y trae el saco de dormir que está en el sillón de piel, y trae también un cojín del sofá. Cuando Darkus volvió a subir, el tío Max ya había colgado la hamaca. Trepó con impaciencia sobre 24
los archivadores y se echó sobre su nueva cama, que lo arrulló suavemente moviéndose de un lado a otro. En semejante capullo de lona, estaba completamente escondido. —¡Me encanta! —dijo, asomando la cabeza. El tío Max le pasó el saco de dormir y una almohada. —Nada mal —coincidió, mirando alrededor con una sonrisa satisfecha—. Entonces, veamos… —levantó la maleta de Darkus y la colocó encima de los archivadores—. Deberíamos conseguirte algo de ropa. —Ya tengo. —Ropa nueva, quiero decir —sonrió el tío Max—. Ese suéter no le quedaría mal a un vagabundo. —Es el suéter de papá —dijo Darkus en voz baja. —Oh —el tío Max pareció alicaído—. Discúlpame, Darkus. Soy un viejo tonto —añadió antes de aclararse la garganta—. Eso ha sido terriblemente insensible de mi parte. —Tío Max… —Darkus tragó saliva. No podía mirar a su tío a los ojos—. Ahora que has regresado… la policía tendrá que empezar a buscar a papá otra vez, ¿no es así? El tío Max asintió. —Tengo cita en Scotland Yard mañana. —Diles que él no se habría fugado —Darkus se asomó desde su posición en la hamaca—. Él nunca me dejaría, no ahora que mamá ya no está. Debe haberle pasado algo en esa cámara. Algo malo. 25
—Sí, eso es exactamente lo que les diré —el tío Max levantó la mirada e hizo una mueca pesarosa—. Y Darkus… —se detuvo un instante— de verdad lamento haber tardado tanto tiempo en volver —se puso otra vez el sombrero en la cabeza—. Me siento fatal al respecto, y haré todo lo posible por descubrir qué le ha pasado a tu padre. Te aseguro que lo traeremos de vuelta a casa. Sin embargo, sospecho que la policía no será de mucha ayuda, así que es posible que tú y yo tengamos que hacer algunas investigaciones por nuestra cuenta… y eso demandará agallas y determinación. —Puedes contar conmigo —dijo Darkus con seriedad. —Ya lo sabía —el tío Max sonrió—. La cena es a las siete —salió de la pequeña estancia despidiéndose con un saludo—. Será pescado frito con patatas. Darkus escuchó a su tío descender por las escaleras. Posteriormente se agachó y acercó la maleta hasta su regazo. La abrió, apartó la ropa a un lado y extrajo una fotografía enmarcada de su padre. Al mirar el cabello rubio de su padre y sus sonrientes ojos azules, sintió que algo en el pecho le apretaba y su estómago se retorcía. Acarició el vidrio. Echaba tanto de menos a su padre que el dolor era como una punzada en el pecho. Darkus se recostó en la hamaca y colocó la foto sobre la almohada junto a él. Al mirar hacia arriba por 26
el tragaluz, observó las primeras estrellas de la noche. Mientras trazaba las constelaciones que su padre le había enseñado a reconocer, se preguntó si en alguna parte bajo este cielo nocturno su padre miraba hacia arriba y pensaba en él.
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capítulo dos
King Ethelred Hall
D
arkus se asomó por los barandales puntiagudos que corrían por enfrente de la secundaria King Ethelred Hall. Era un enorme edificio gótico con amenazantes gárgolas que brotaban de sus múltiples rincones. Darkus contempló las ventanas angostas, el ladrillo manchado de hollín y grafiti. El área de juegos parecía el patio de ejercicios de una película de presidiarios. Su antigua escuela no era perfecta, pero al menos tenía un área de recreo. Esperaba que esta escuela estuviera mejor que en la que había estado durante tres semanas mientras se alojaba en la casa de acogida. Eso había sido duro.
El tío Max le había dicho que no era posible elegir escuela si se solicitaba admisión en el momento equivocado; simplemente eras enviado a la que tuviera espacio disponible. Darkus había aprendido que las escuelas con vacantes solían ser las malas. Se quedó mirando el edificio principal de la King Ethelred Hall. Incluyendo a su antigua escuela, éste era el tercer colegio que había pisado en cinco semanas. Cinco semanas desde que su padre lo acompañara a clases por última vez. Darkus apretó los dientes. No podía alterarse en su primer día en una escuela nueva: la gente se lo quedaría mirando. Pensó en lo que había dicho el tío Max. Agallas y determinación, susurró para sí y, respirando hondo, atravesó el enrejado de la escuela. Mientras pasaban lista por la mañana, hicieron que Darkus se pusiera delante de la clase y se presentara ante un mar de personas completamente indiferentes. Le asignaron a una chica alta llamada Virginia Wallace para que lo acompañara. Ella llevaba el pelo recogido en ocho moños negros, cada uno bien apretado con una goma elástica de un color brillante. Hizo un puchero mientras lo miraba de arriba abajo, por lo visto poco animada por su nuevo deber. Junto a ella estaba sentado un niño pequeño, tan pálido que parecía enfermo. Llevaba unas gafas de montura gruesa y tenía una mata de pelo blanco 30
y encrespado. El chico tendió la mano y estrechó la de Darkus mientras se sentaba en el escritorio vacío detrás de ellos. —Hola, soy Bertolt Roberts. Darkus masculló su nombre a manera de respuesta, desconcertado por el saludo formal del niño y su sonrisa entusiasta. Durante el recreo, Darkus fue el primero en abandonar el aula. Caminó con pasos agigantados al área de juegos y se encontró dirigiéndose hacia un árbol gigante. El tronco del macizo roble estaba tatuado con corazones y nombres tallados con cuchillos y compases en la corteza, y apoyado contra éste se encontraba un chico fornido con un tupé que se elevaba de su frente como un cuerno de rinoceronte. Llevaba el cuello de la camisa desabotonado, y podía vérsele una gruesa cadena de oro. El nudo de su corbata a rayas morada y negra le colgaba hasta la cintura. Una manada de chicos más pequeños clamaba a su alrededor, intentando sin éxito apoyarse contra el árbol con el mismo gesto descansado y casual. —¿Ya has descubierto quiénes son los perdedores? —gritó el chico a Darkus. —¡Sí! No vaya a ser que te endilguen a Einstein y a su Gigante —se burló un pelirrojo con la boca repleta de frenillos. La manada de niños emitió risitas nerviosas. 31
—¿Quieres una fumada? —preguntó el chico del tupé, inclinando la cabeza. —No, gracias —replicó Darkus y continuó su camino. El pelirrojo se le acercó corriendo e igualó su paso. —Hola. Me llamo Robby. —Hola, Robby, me llamo Darkus. —Sí, lo sé. Escucha, no es muy buena idea rechazar una invitación directa de Daniel Dowie, ¿sabes? No se repetirá. Sólo te lo digo porque eres nuevo. —Gracias, pero no fumo.
—Quizá deberías empezar —Robby sonrió con la boca llena de metal. —No, gracias. —De todos modos no sé por qué le interesas a Daniel. Lo más probable es que no sea cierto lo que se dice —dijo Robby, mirando a Darkus mientras se alejaba. —¿Qué se dice? —Darkus se detuvo. —Lo de tu padre. Cada músculo en el cuerpo de Darkus se tensó. —Que está muerto —Robby se inclinó hacia delante, buscando una respuesta en el rostro de Darkus—. ¿O sí? ¿Lo está? —No. —¿Entonces dónde está? —N… no lo sé —tartamudeó Darkus. —¿Se habrá cansado de ser tu padre? —Robby rio de forma desagradable—. Naa, pensamos que está muerto. Probablemente lo han asesinado. Darkus apretó los puños. —Dilo de nuevo, y verás… —Uuuuuy, qué miedo —Robby se encogió fingiendo temor ante Darkus y rio con más fuerza—. El papi de Darkus está muerto. El papi de Darkus está muerto. Darkus sintió un estallido de fuego en el pecho y se le acercó a trompicones, pero antes de poder dirigir 33
un golpe contra el rostro de Robby, dos manos fuertes lo sujetaron de los brazos, reteniéndolo. —Tranquilo, tigre —dijo Virginia, sin soltarlo. —Eres un perdedor, igual que tus amigos —gritó Robby mientras se alejaba de Virginia, con cara de espanto—. ¡Todos sois unos perdedores! —y regresó corriendo junto al árbol hasta perderse entre el parloteo estrepitoso de los otros niños. —¿Estás bien? —Virginia le soltó los brazos. Darkus la fulminó con la mirada. —No tenías que haberme detenido. —Ha sido él quien lo ha pedido —asintió sobre su hombro, hacia donde estaba Bertolt, quien los miraba parpadeando—. Deberías darle las gracias. Te ha hecho un favor. Bertolt arrastró los pies hacia delante para quedar junto a Virginia, sonriendo tímidamente. —Robby es un llorón —explicó Virginia—. Habrías pasado tu primera semana fuera de la oficina del director, y ese pequeño roedor se habría reído en tu cara a diario. —Y vaya si ella lo sabe —intervino Bertolt—. Le dio una buena paliza hace un par de semanas. Virginia sonrió como el gato de Cheshire, y luego, al mirar por encima del hombro de Darkus, dijo: —Oh-ohh, Robby está hablando con los clones. Vamos, salgamos de aquí antes de que traiga consigo refuerzos. 34
—A Robby le gusta manipular a la gente —explicó Bertolt en una serie de chirridos mientras se alejaban a toda prisa—. Virginia le dio una paliza porque me arrojó dentro de uno de los contenedores de basura en el Callejón Apestoso y no me dejaba salir —se tambaleó, y Darkus lo cogió del brazo. Bertolt le sonrió agradecido. —No hay un solo chico en esta escuela al que no pueda darle una paliza en una pelea limpia —dijo Virginia en tono desafiante. Darkus le creyó. —Gracias, por impedir que… ya sabes, que me metiera en un lío. —Si no fueras nuevo, habría dejado que le dieras —gruñó Virginia—. Robby es una rata. —¿Quieres almorzar con nosotros? —preguntó Bertolt. —Claro —asintió Darkus—. Gracias. Bertolt y Virginia eran tan distintos el uno del otro como la crema de cacahuete y la mermelada, pero como amigos eran uña y carne. Una acababa la frase del otro, y parecía que para decirse cosas bastaba con mirarse. Darkus nunca había tenido ese tipo de amigo, porque no podía hablar de las cosas que tenía en la cabeza. No podía explicar el abismo de miedo que se había abierto en él cuando su madre murió, ni las terribles pesadillas que tenía sobre su padre. Mientras escuchaba su parloteo, Darkus envidió la intimidad que había entre esos dos. 35
Virginia tenía la complexión de una boxeadora peso pluma y la piel del color de la canela. Hablaba con voz fuerte y animada y a todo trapo. Mientras entraban a la cafetería, le habló a Darkus de su familia, de sus tres hermanos mayores: David, Sean y Serena, y dos menores: Keisha y Darnell. —Soy la mediana —sacó la fiambrera de la mochila—. Mi madre dice que tengo el síndrome —lo lanzó en la mesa con un chasquido y se deslizó sobre una silla. —¿Qué síndrome? —preguntó Darkus, sentándose al otro lado. —El que debes ser un explorador famoso o navegar alrededor del mundo para que te hagan caso. —No le tiene miedo a nada —dijo Bertolt con orgullo, mientras sacaba su fiambrera de plástico azul y se sentaba junto a Virginia—, ni a nadie. —Mis hermanos son la razón por la que sé pelear —explicó Virginia, llenándose la boca de patatas fritas—. Sean siempre quiere darme una paliza, pero nunca ha podido —prosiguió, desperdigando pequeños residuos de comida por toda la mesa. —Desgraciadamente —dijo Bertolt, arqueando una ceja blanca en desaprobación—, carece por completo de modales. Bertolt era pálido como el yeso, pulcro en su aseo, y tenía una cabeza que era desproporcionadamente grande debido a su cabello esponjoso y las gafas enor36
mes. Darkus pronto se dio cuenta de por qué lo habían apodado Einstein: era un auténtico cerebrito de la ciencia. Describió su pasatiempo como “construir prototipos funcionales de nuevas invenciones que lanzan llamas o explosivos”. Como Darkus, Bertolt era hijo único. Vivía con su madre en un piso pequeño, a unas calles de la escuela. —Bertolt se queja mucho —Virginia le dio un empujón con el dedo—. Detesta cuando hablo con la boca llena. Viene a cenar a mi casa cuando su madre trabaja, y lo único que escucho es: “Sólo los cerdos comen con la boca abierta” —dijo, mientras imitaba con voz aguda el timbre de Bertolt. Bertolt se sonrojó y Darkus, al ver su rostro desencajado, cambió de tema. —¿Tu madre trabaja de noche? —Es actriz —explicó Bertolt—. Se llama Calista Bloom. ¿Has oído hablar de ella? —Eh, no, lo siento —Darkus se encogió de hombros como ofreciendo disculpas. —Nadie ha oído hablar de ella —Bertolt se metió un trocito de sándwich de paté en la comisura de la boca—. No la habrás visto en la televisión a menos que te gusten los anuncios sobre gente que se cae en el trabajo, aunque es posible que sí la hayas escuchado. Hace la voz de ese molesto conejito de La hora del baño de Bazonka. 37
Darkus negó con la cabeza, sacando una bolsa anudada de su mochila. —En realidad no me dejan ver mucha tele. —Mi madre hace sobre todo teatro. Estaba haciendo una obra cuando nací. Me puso el nombre de un dramaturgo. —Qué lástima que no se le ocurrió pensar en cómo podría arruinarte la vida, y hacer que te echaran de cabeza en el basurero —dijo Virginia con un resoplido. —No creo que haya sido por mi nombre —dijo Bertolt mientras fruncía el ceño. —A mí me gusta —dijo Darkus. Se sacó una cuchara del bolsillo del abrigo y abrió un agujero en la bolsa—. Es poco común, pero en el buen sentido. —Gracias —Bertolt le ofreció una gran sonrisa, después se quedó perplejo al ver a Darkus introducir la cuchara por el agujero en la bolsa—. ¿Qué estás comiendo? —Es el arroz frito especial de mi tío Max. ¿Quieres probarlo? Está muy bueno —Darkus tendió la cuchara hacia Bertolt—. Le dije que “almuerzo” significa normalmente un sándwich, pero no tuvo tiempo de hacerlo esta mañana, así que simplemente llenó una bolsa de plástico con su arroz. Bertolt rechazó el bocado negando ligeramente con la cabeza. 38
—Entonces —Virginia se aclaró la garganta—, ¿qué fue lo que le pasó a tu padre? —¡Virginia! —Bertolt le dio un golpe y miró a Darkus como ofreciendo disculpas—. Lo siento tanto. —¿Qué? ¡Ay, vamos! Todos están hablando de eso —Virginia alzó las manos en el aire—. Si no lo pregunto yo, otra persona lo hará. —Está bien. Quizá si os lo cuento, la gente comenzará a preguntaros a vosotros en vez de a mí —suspiró—. Me gustaría que todos dejaran de lanzarme esa mirada en cada momento. —Apareciste en los periódicos y en las noticias —subrayó Bertolt—. Eso te hace medio famoso. —Sí, bueno, pero ya no —Darkus miró la mesa—. No pueden seguir escribiendo sobre un misterio sin solución. —Entonces, cuéntanos. ¿Qué pasó? —Virginia se acercó a él, toda oídos. —No hay mucho que contar. Mi padre fue a trabajar, como siempre, y en algún momento de la tarde, nadie sabe cuándo, desapareció —dijo Darkus, sin mostrar emoción—. Me di cuenta de que algo iba mal cuando no volvió a casa. Bertolt contuvo bruscamente el aliento. —Seguramente hay algo más —insistió Virginia. —Nadie sabe qué pasó —prosiguió Darkus—. La policía no encontró pistas. Y eso es todo lo que hay que saber. Mi padre simplemente desapareció. 39
—Quizá sea un espía —Virginia sugirió amablemente—. Podría estar salvando al país de los terroristas en este momento. Darkus negó con la cabeza. —No es un espía. Es director de Ciencias en el Museo de Historia Natural. —¡Oohh! —dijo Bertolt, y se le iluminaron los ojos—. Me encanta el Museo de Historia Natural. ¿Vas mucho? Darkus asintió. —En vacaciones. —Sería mejor si fuera un espía —masculló Virginia. —¡Eso díselo a tu padre! —la regañó Bertolt, y girándose hacia Darkus, agregó—: Es contable. —Sólo estoy diciendo que si fuera un espía —Virginia resopló—, eso explicaría su desaparición. —Tengo que quedarme con mi tío Max hasta que padre regrese —dijo Darkus—. Por eso estoy en esta escuela. Cuando mi padre vuelva, todo volverá a ser como antes. —¿Y qué hay de tu madre? —preguntó Bertolt—. ¿Por qué no estás con ella? —Murió de pulmonía cuando yo tenía siete años —respondió Darkus en voz baja. —¡Oh, no! —Bertolt se cubrió el rostro con las manos, lleno de consternación—. Es horrible. —¿Crees que tu padre volverá? —preguntó Virginia. 40
—Sé que lo hará —Darkus se sentía tan seguro de este hecho que al decirlo enderezó por completo la espalda—. La gente dice que escapó, o que está muerto, pero no es así. Sé que no es así. No hizo ni una maleta, ni dejó nota alguna. No falta una sola de sus pertenencias ni han encontrado su cadáver, y además es mi padre. Lo conozco. Él nunca me abandonaría, no así. Darkus escuchó su voz ahogarse por la emoción, y sabía que si continuaba se pondría a llorar. Así que se detuvo un instante y tragó saliva. —Donde sea que se encuentre, sé que está muy preocupado por mí —dijo al fin. —Claro que lo está —coincidió Bertolt enérgicamente—. Y apuesto a que es un padre excelente. —Pero hay algo más —Darkus miró a Virginia y bajó la voz—. Sé que mi padre está vivo porque mi tío Max no está comportándose como si estuviera muerto. —¿A qué te refieres? —contestó ella en un susurro. —Mi tío parece preocupado, y como perdido en sus pensamientos, pero no está triste. Ni un poco. De hecho, a veces pienso que lo que siente es enfado. —¿Entonces qué crees que ha ocurrido? —preguntó Virginia, acercándose, manteniendo la voz baja. —Creo que ha sido secuestrado —Darkus miró los rostros de ambos para ver si le creían. —¡Secuestrado! —soltó Bertolt con un grito ahogado. 41
—¡Estupendo! —Virginia abrió grandes los ojos—. Digo, obviamente no para ti, pero… ¿un secuestro en la vida real? ¡Es estupendo! —La policía no me cree. Lo único que hicieron fue poner su nombre en la lista de personas desaparecidas. Dicen que algunas no desean ser encontradas, pero… —hizo una pausa, pensando en si debería o no continuar. —Pero ¿qué? —presionó Virginia. —Mi tío y yo hemos comenzado nuestra propia investigación —Darkus se puso mortalmente serio—. Y vamos a encontrar a mi padre. —¡Yo ayudaré! —Virginia se incorporó—. Los dos lo haremos, ¿no es así, Bertolt? —y Virginia comenzó a estirarle la manga a Bertolt. —Claro. Si es que quieres que lo hagamos —Bertolt le lanzó una mirada de desaprobación a Virginia. —¡Esto es fantástico, una aventura real! Siempre quise ser una detective —se puso de pie de un salto y pescó la libreta de tareas del bolsillo de su chaqueta—. Deberíamos de entrevistarte ahora y registrar tu declaración sobre lo que pasó el día en que tu padre desapareció, sólo por si te da amnesia y lo olvides todo. —Virginia podrá ser muy buena para las peleas —le dijo Bertolt a Darkus—, pero no tiene pelos en la lengua —negó con la cabeza—. Es el síndrome del hijo mediano. 42
—¡Ja ja, qué divertiiido! —Virginia le sacó la lengua a Bertolt. Darkus rio. Qué bien se sentía finalmente al tener a gente que le creyera. Miró a Bertolt y a Virginia mientras reñían al otro lado de la mesa, y fue consciente de cuánto tiempo había pasado desde que había compartido algo con chicos de su misma edad. No estaría mal dejar que ayudaran. Cuanta más gente estuviera buscando a su padre, mejor. —Está bien, está bien —dijo Darkus—. Hagámoslo. —¡Sí! —Virginia lanzó un golpe en el aire—. No te arrepentirás. Bertolt se irguió todo lo que pudo junto a Virginia. —Haremos todo lo posible para encontrar a tu padre. Al mirar a Bertolt y a Virginia, un calor desconocido floreció en el pecho de Darkus, y el chico se entregó a la sonrisa que le empujaba las comisuras de la boca. —Gracias —dijo.
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