La reina escarabajo - Primeros capítulos

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Ilustraciones de interiores de Karl James Mountford

Traducciรณn de Sonia Verjovsky Paul


La reina escarabajo Título original: Beetle Queen Texto © 2017, M.G. Leonard Ltd. Ilustración de portada © 2017, Elisabet Portabella Todos los nombres de personajes y lugares usados en este libro son propiedad de © M.G. LEONARD y no pueden ser usados sin permiso. Publicado originalmente en inglés en 2017 como “Beetle Queen” por The Chicken House, 2 Palmer Street, Frome, Somerset, BA11 1DS. Traducción: Sonia Verjovsky Paul Diseño de portada e ilustraciones: Helen Crawford-White Ilustraciones de portada, entradas de capítulo y escarabajos: Elisabet Portabella Ilustraciones de interiores: Karl James Mountford D.R. © 2017, Editorial Océano, S.L. Milanesat 21-23, Edificio Océano 08017 Barcelona, España www.oceano.com www.grantravesia.es D. R. © 2017, Editorial Océano de México, S.A. de C.V. Eugenio Sue 55, Col. Polanco Chapultepec C.P. 11560, Miguel Hidalgo, Ciudad de México www.oceano.mx www.grantravesia.com Primera edición: 2017 ISBN: 978-84-946587-7-8 Depósito legal: B-23257-2017 Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del editor. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. impreso en españa / printed in spain


Para Sam, Sebastian y Arthur, y en recuerdo de Cornelia Starks



«Podemos juzgar el corazón de un hombre por la forma en que trata a los animales.»

Immanuel Kant



capítulo uno

Blancanieves

A

lguien llamó suavemente a la puerta. —¿Madame? Lucretia Cutter giró la cabeza, y sus ojos sin párpados brillaron como dos quistes profundos. Sus cuatro patas quitinosas y negras estaban adheridas sin esfuerzo al techo blanco y la tela de su falda morada caía hasta el suelo. —¿Sí, Gerard? —contestó. —Ha llegado la actriz norteamericana Ruby Hisolo Junior para su prueba de vestuario —dijo el mayordomo francés desde el otro lado de la puerta. Tenía prohibido entrar a la Habitación Blanca a menos que se lo pidieran.


—La puede traer aquí abajo. —Como usted ordene, madame. Ella escuchó los pasos discretos del mayordomo mientras se retiraba por el pasillo. Le emocionaba poder detectar hasta el menor movimiento en el espacio que la rodeaba. Su nuevo cuerpo y sentidos agudizados la volvían poderosa. Ansiaba el momento de mostrar al mundo quién era en realidad. Y faltaba poco. Extendió sus antebrazos humanos para reptar hasta la pared junto a la puerta y descendió con una velocidad alarmante, hasta llegar al suelo y erguirse sobre sus patas traseras. Mientras caminaba hacia el otro lado de la habitación, dobló sus patas centrales dentro de unos bolsillos especiales que tenía en el forro de la falda, subió la cremallera y escondió así su cuerpo de escarabajo. Cogió la peluca negra que estaba inerte sobre su escritorio de cristal, la colocó sobre su cabeza, y después cogió su bata blanca de laboratorio del respaldo de la silla de acrílico. Deslizó las manos dentro de las mangas y colocó la bata con un movimiento de hombros. Sacó rápidamente un par de gafas de sol extragrandes de un bolsillo y las empujó sobre el arco de su nariz para cubrir los ojos compuestos. Dio media vuelta para mirarse en el espejo y cogió el bastón de ébano que estaba apoyado contra el escritorio. No lo necesitaba, pero ayudaba a que la gente creyera que había tenido un accidente de tráfico, y 12


eso le había dado un pretexto verosímil mientras se transformaba dentro de su capullo. Sus sentidos se crisparon. Percibió las vibraciones de unas pisadas silenciosas que pertenecían a su guardaespaldas. Ling Ling era una kunoichi, o mujer ninja, entrenada por Toshitsugu Takamatsu, guardaespaldas de Pu Yi, el último emperador chino. Había sido la bailarina principal más joven del Ballet de Nueva York, pero su carrera había llegado a su fin durante una representación de El lago de los cisnes, cuando se rompió el tobillo mientras ejecutaba los legendarios treinta y dos fouettés del cisne negro a una velocidad que batió toda marca. Ling Ling había colgado las zapatillas de ballet para coger la espada ninjato, y era letal cuando la usaba. Lucretia Cutter abrió la puerta. Ling Ling esperaba afuera, vestida con su traje negro habitual. —¿Alguna señal de esos desdichados escarabajos? Ling Ling negó con la cabeza. —Craven y Dankish siguen buscando. —Imbéciles —masculló Lucretia Cutter—. Envía a las mariquitas amarillas. Necesito que haya ojos por toda la ciudad. Esos mugrosos escarabajos podrían echarlo todo a perder. Quiero que los encuentren y los destruyan. Ling Ling asintió secamente con la cabeza. 13


La batalla con los escarabajos del Emporio fue algo inesperado, y Lucretia Cutter no tenía la costumbre de perder una pelea. Quería la destrucción de los escarabajos, pero no sólo porque fueran una evidencia de su trabajo secreto, la crianza de insectos transgénicos, sino también porque la habían humillado públicamente. Había tenido que sobornar a mucha gente para no acabar en la cárcel y para que toda imagen de sus nuevos ojos no saliera en las portadas de los periódicos. Esos escarabajos le habían costado tiempo y dinero, y no estaría contenta hasta hacerlos polvo. —Y Ling Ling, para acompañar a nuestros espías, envía a las Coccinellidae venenosas, las mariquitas ama­rillas de once puntos. Si hay alguien más que esté metiendo sus narices en mis asuntos, quiero que lo liquidéis —levantó el dedo índice—. Aunque no debéis tocar a Bartholomew Cuttle. ¿Entendido? Es mío. Ling Ling hizo una reverencia y se alejó sin hacer ningún ruido. Lucretia Cutter cerró la puerta. La fuga de Bartholomew la había decepcionado, pero volvería. Él no podría evitarlo. Mientras le daba golpecitos con el dedo índice a su labio superior, contempló a los escarabajos renegados. En realidad, ella debería felicitarse por sus habilidades: después de todo, habían surgido de sus laboratorios. Sonrió. ¿Quién hubiera pensado que una escisión 14


del adn de Bartholomew Cuttle con adn de escarabajo tendría resultados tan impresionantes? ¿Coleópteros que pensaban por sí mismos y mostraban libre albedrío? Eso era nuevo. Nunca había visto una mezcla de especies de escarabajos que cooperaran para luchar contra un enemigo. Era emocionante: aunque había notado que les faltaba instinto asesino. Sonrió con desprecio. Probablemente habían heredado el corazón blando de Bartholomew. Los nuevos escarabajos de Lucretia eran en parte alsacianos: entrenables, capaces de pelear y cumplir órdenes. Había criado un ejército de esclavos obedientes, y por ahora era lo único que necesitaba. Caminó hacia el espejo falso detrás de su escritorio, sacó un pintalabios del bolsillo de su bata de laboratorio y, tras aplicarse la brillante pintura dorada, juntó los labios con un chasquido. Podría estrangular a ese chico, Crips, por liberar a los escarabajos Cuttle. Había retrasado su trabajo en años. Alguien llamó a la puerta, y el sonido de una risita ronca y familiar la hizo girarse. —Adelante —fijó una sonrisa amable en su rostro. Gerard abrió la puerta y una voluptuosa chica rubia con un suéter rosado y una falda blanca plisada se bamboleó hacia dentro. —Ruby, cariño, me alegro de verte —dijo Lucretia al cruzar la habitación. 15


Ruby Hisolo Junior sacudió los rizos rubios sobre sus hombros y lanzó una mirada crítica alrededor de la habitación austeramente decorada. —¡Vaya! ¿Quién es tu diseñador de interiores? —levantó la mano—. No. Ni lo digas. Sea quien sea, des­ pídelo. Esto parece una especie de laboratorio científico —hizo una mueca—. Está de miedo —apuntó un dedo con perfecta manicura hacia Lucretia Cu­tter—, estás llevando lo del chic farmacológico demasiado lejos. Lo que esta habitación necesita es un toque de color —giró el dedo hacia áreas aleatorias de la habitación— albaricoque o melocotón. Y cojines. A todo el mundo le encantan los cojines. Sé de un tipo buenísimo, si es que necesitas ayuda —soltó una risita—, y me parece que las dos sabemos que es así. Lucretia Cutter no contestó; su expresión mantuvo una sonrisa amable durante el incómodo silencio que siguió. —Sólo trato de ayudar —suspiró Ruby, despreocupada. Revoloteó las pestañas hacia Gerard—. Tengo sed. ¿Tienes burbujas? El mayordomo fue hacia un refrigerador que estaba debajo de la mesa del laboratorio y sacó una copa escarchada junto con una botella color verde oscuro. Descorchó la botella, llenó la copa de champán y la ofreció a la expectante actriz. Lucretia Cutter palmoteó. 16


—Entonces, ¿vamos a robar los corazones del mundo en el certamen? —Por supuesto —Ruby vació su copa de un trago, se la volvió a pasar al mayordomo y se limpió la boca con una manga—. ¿Por qué otra razón estaría aquí? —Bien —Lucretia Cutter sonrió entre dientes y se repitió a sí misma que esta prueba de vestuario era importante—. Gerard, trae a Blancanieves. —¿Blancanieves? ¿Quién es Blancanieves? —Ruby frunció el ceño—. ¿No se supone que es mi prueba de vestuario? Se lo dije a tu gente por teléfono. Ya soy una gran estrella, y no voy a… Gerard entró empujando un baúl oscuro y delgado que era tan alto como él. —Llamo a mi creación Blancanieves porque está hecha de la sustancia blanca más pura que pueda encontrarse en el mundo natural —dijo Lucretia Cutter. Gerard abrió los pestillos y la puerta del baúl se levantó. El interior del cofre fulguraba con luz que irradiaba desde un delicado vestido colgado en un gancho dorado. —¡Dios! —las cuidadas puntas de los dedos de Ruby rozaron sus labios carmesí mientras soltaba un suspiro de asombro—. ¡Es un vestido hecho de polvo de hadas! —dio un paso hacia el baúl y extendió una mano para tocarlo. —En realidad, está hecho de escarabajos. 17


—¿Está qué? —Ruby apartó la mano bruscamente. —Escarabajos Cyphochilus, para ser precisa —prosiguió Lucretia—: una especie asiática. La blancura extrema viene de una delgada capa de sólidos fotónicos reflectantes sobre sus escamas. Estas escamas son más blancas que cualquier papel o material que el hombre haya producido. Tienen una compleja geometría molecular, y logran dispersar luz con eficiencia suprema. Ruby miraba horrorizada el vestido. —¿Me estás diciendo que el vestido está hecho de bichos? Están muertos, ¿no? —Para producir escamas tan perfectamente blancas, los escarabajos Cyphochilus deben desviar todos los colores con la misma intensidad —continuó Lucretia Cutter—. Éste es un milagro que rara vez se encuentra en la naturaleza. Pero usar esas escamas blancas, perfectas, en un vestido diseñado para una ceremonia llena de luz, de cámaras, de reflectores… pues, eso nunca se ha hecho —miró a Ruby Hisolo Junior directamente a los ojos—. Quien use este vestido deslumbrará a quien la mire. Realmente será una estrella. Los ojos de Ruby parpadearon de vuelta al vestido en el baúl. —¿Te gustaría probártelo? —susurró Lucretia Cu­ tter, acercándose más a la actriz—. Lo confeccioné a la perfección para tu figura. Ruby asintió lentamente. 18


—Mmm. Está bien. Lucretia Cutter hizo una seña a Gerard para que sacara el vestido del baúl y lo colgara en un biombo instalado al otro lado de la habitación. —Ve detrás del biombo y póntelo. Gerard irá por el espejo. Ruby miró el vestido con cautela. —Sólo son bichos, ¿verdad? —Precisamente —asintió Lucretia Cutter, con la sonrisa congelada en el rostro mientras miraba a la actriz caminar titubeante por la habitación y dirigirse detrás del biombo—. Sólo bichos. —Ayy, cielos —suspiró Ruby, mientras se ponía el vestido por la cabeza—, este vestido me sienta increíble. La actriz estadounidense salió descalza, con Blancanieves puesto, y la cortés sonrisa en el rostro de Lucretia Cutter se relajó hasta convertirse en una sonrisa de satisfacción verdadera. El vestido era deslumbrante, con un corte estilo flapper de los años veinte, pero en vez de tener abalorios o lentejuelas, estaba cubierto de diminutos élitros de escarabajo, resplandecientes, que reflejaban la luz en cada movimiento. Gerard desplegó la tapa y los lados del baúl, para revelar tres espejos de cuerpo entero que permitían a Ruby verse desde todos los ángulos. Ella le dio la espalda a los espejos y se miró por encima del hombro con gesto sensual. 19


—¡Ay, sí! —empezó a saltar de la emoción—. ¡Parezco de otro mundo! —Radiante como una diosa —asintió Lucretia Cutter. —Sí. Mírame. Soy una diosa —se puso las manos en las caderas y se inclinó hacia el espejo, remarcando su generoso busto—. Necesito llevar este vestido —se contoneó y los escarabajos tintinearon alegremente—. No habrá otra chica en la ceremonia de premios con un vestido así. —Los demás vestidos parecerán trapos sucios junto a éste —dijo Lucretia Cutter—. Y cuando las cámaras disparen sus flashes mientras te deslizas por esa alfombra roja, cada una de esas escamas de escarabajo reflejará la luz a la perfección y te dará el aura de un ángel. —Con tal de que me vea mejor que Stella Manning —desfiló hacia el espejo y luego se alejó de nuevo—. Esa vieja bruja ya no será noticia. Este año todos los ojos se fijarán en mí. Seré yo quien dará los discursos entre lágrimas y quien obtendrá todos los premios. —Puedo prometerte que nadie te podrá quitar los ojos de encima. Este vestido hará historia. No lo olvidarán jamás. —¿Quién iba a saber que los escarabajos podían ser bonitos? —Ruby levantó las manos con dramatismo—. ¡Me moriría si alguien más lo llevara! 20


—Me honra que una actriz de tu calibre utilice mi creación en un certamen tan distinguido. —Mi estilista dijo que eras una genia, Lucrecia… —Lucretia… —Mmm, Lucrecia, como sea —dijo Ruby, maravillándose todavía ante su propio reflejo—, y no le creí. ¡Pero qué equivocada estaba! —Eres muy amable —la paciencia de Lucretia Cutter se estaba agotando—. Sin embargo, debo decirte que, si quieres usarlo en la alfombra roja, hay algunas reglas que debes acatar. —¿Reglas? —preguntó Ruby con el ceño fruncido—. ¿Qué clase de reglas? —No volverás a ver este vestido hasta la mañana de la ceremonia, cuando un miembro de mi personal haga los ajustes finales, además, acudirás a los premios en uno de mis coches. Tienes permiso de decirle a la prensa que llevas una creación de Cutter Couture, pero no debes hablar del vestido con nadie. Deberá ser secreto. —¿Un secreto? —Ruby arqueó una ceja—. ¡Me encanta! —aplaudió—. Sorprenderé al mundo cuando baje de la limusina a la alfombra roja. ¡Sí! —extendió la mano hacia Lucretia Cutter—. Lulú, trato hecho. —Entonces el vestido es tuyo —dijo Lucretia Cutter, ignorando la mano extendida de la actriz. —Qué dulce —Ruby se encogió de hombros y se dio una última mirada en el espejo antes de dirigirse 21


detrás del biombo dando saltitos y, un segundo después, entregar el vestido a Gerard. Salió, arreglándose el suéter rosa entre sus rizos rubios y se puso sus tacones blancos de aguja—. Ha sido un placer hacer negocios contigo, Lulú —Ruby se detuvo para revisar su maquillaje en el espejo. —Oh, no —replicó Lucretia Cutter—. El placer será todo mío —gesticuló hacia la puerta—. Gerard te mostrará la salida. Después de que la puerta se cerró tras ellos, Lucretia Cutter se giró hacia Blancanieves, admirando su creación. Inclinó la cabeza hacia atrás, y desde la profundidad de su garganta emitió un espeluznante chasquido. El vestido, colgado en el baúl abierto, resplandeció y vibró como si se estuviera deshaciendo y de repente estalló en un torbellino mientras miles de escarabajos Cyphochilus salían volando de sus remaches y se enjambraban alrededor de la cabeza de Lucretia Cutter, como un resplandeciente tornado. Lucretia rio. Esto iba a ser tan sencillo…

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capítulo dos

Abu-pay

E

l doctor Bartholomew Cuttle colocó con cuidado dos platos sobre la mesa de la cocina del tío Max, cada uno lleno de humeante cordero con salsa de carne, puré de patatas, zanahorias en dados y un mar de guisantes. —Gracias, doctor Cuttle, señor —rechinó educadamente Bertolt Roberts, mientras se recolocaba las enormes gafas en la nariz. —El placer es mío, Bertolt —Bartholomew Cuttle se limpió las manos en los vaqueros mientras se giraba hacia la superficie de trabajo de la cocina—. No soy gran cosa como cocinero —cogió dos platos más—,


pero esto es algo que sí puedo preparar. Es una receta familiar, transmitida de padre a hijo. —Mmmmm —Virginia Wallace inspiró el aroma de la comida mientras cogía sus cubiertos. Como un disparo, Bertolt le dio un manotazo. Virginia frunció el ceño, pero volvió a poner las manos en el regazo. —Básicamente son los mismos ingredientes de un pastel de carne y puré de patatas —colocó un plato de comida frente a Darkus—, sólo que sin el pastel —soltó una carcajada mientras se sentaba junto a su hijo. A Darkus le encantaba la manera en que la piel alrededor de los ojos azules de su padre se arrugaba cuando sonreía y extendía la felicidad hasta los bordes de su rostro—. Mi padre me lo preparaba cuando yo era pequeño, y ahora yo lo preparo para mi hijo —le lanzó una mirada cariñosa a Darkus y le alborotó la mata de cabello oscuro—. Es tu favorito, ¿no es así, Darkus? Abu-pay, lo llama, en recuerdo a mi padre, su abuelo. —¡Papá! —Darkus hizo una mueca, pero sintió un cálido resplandor en el pecho y una sonrisa que le pellizcaba las comisuras de la boca. Hace tan sólo unas semanas deseaba desesperadamente que su padre bromeara así, y ahora, aquí estaba. Justo cuando acababa de salir del hospital, el tío Max dijo que tendrían que vigilar que no se agotara, pero su padre se restablecía día tras día. Pronto todo volvería a la normalidad. 24


Miró al otro lado de la mesa. Cuando regresaran a casa, echaría de menos ver a Bertolt y a Virginia todos los días. Eran los mejores amigos que había tenido jamás. —A comer, todos —dijo su padre. —¿Abu-pay? —Virginia soltó un bufido mientras cogía su tenedor, revolvía los guisantes, la carne y las zanahorias sobre la patata, y se lo metía todo en la boca como si no hubiera comido en una semana. —Está delicioso, doctor Cuttle, señor —dijo Bertolt, antes de dar otro bocado. —Por favor, Bertolt, tienes que dejar de llamarme así. Está bien decirme señor Cuttle, o si lo prefieres, llámame Barty, como todos los demás. —No podría… —farfulló Bertolt, y su tez fantasmagórica se ruborizó—. Quiero decir, es el director de Ciencias en el Museo de Historia Natural, y… —En general lo llamamos el padre de Darkus —interrumpió Virginia con la boca tan llena que sus mejillas morenas se inflaban como las de una ardilla. Tragó—. Sólo que cuando está por aquí, Bertolt se pone raro y le dice señor. Bertolt clavó la mirada en su cena y se la comió como si fuera un complicado rompecabezas que necesitara pronta solución. Se había sonrojado tanto que Darkus podía ver su cuero cabelludo entre la nube de rizos blancos. 25


El día que su padre salió del hospital, cuando Bertolt lo conoció, le había hecho una reverencia. Bertolt no veía a su propio padre, y Darkus sospechaba que a veces su tímido amigo deseaba tener un padre como el suyo. —Bueno, pues definitivamente puedes llamarme así. Estoy orgulloso de ser el padre de Darkus —miró a su hijo, con una expresión repentinamente seria—. Después de todo, me salvó la vida. —Discúlpame —protestó Virginia, inclinando la cabeza—, creo que, como podrás ver, nosotros ayudamos. Bartholomew Cuttle rio. —Por supuesto, Virginia, y sospecho que nunca dejarás que me olvide de eso, ¿verdad? —No —Virginia sacudió la cabeza y sus trenzas negras salieron volando, con cuentas de colores brillantes que repiqueteaban. Le había dado por trenzarse el cabello desde que conoció a Marvin, el escarabajo de patas de rana. A él se le hacía más fácil sostenerse entre las trenzas. Se hizo el silencio mientras comían, y Darkus se dio cuenta de que Virginia y Bertolt estaban esperando a que él hablara. Ya era hora. Habían planeado lo que iba a decir, hasta lo habían ensayado, pero ahora Darkus descubrió que no lograba que las palabras salieran. Se llenó la boca de guisantes y puré de patata, sin atreverse 26


a levantar la mirada para evitar el juicio de Virginia, que sin duda lo instaría a comenzar. Virginia cogió su plato vacío y lamió lo que quedaba de la salsa de carne, y Bertolt chasqueó la lengua ruidosamente. Se escuchó un portazo y un estrépito en el piso de abajo. —¡Es el profe! —dijo Virginia, lanzándole una mirada elocuente a Darkus. Dos minutos después, se abrió la puerta de la cocina y el tío Max entró dando tumbos en la sala, todo sonrisas y saludos amistosos. —La cena está en el horno, Max, si tienes hambre —le dijo Barty a su hermano. —¡Estupendo! —el tío Max se acercó al horno y juntó las manos—. ¡Abu-pay! —exclamó con felicidad mientras cogía un plato de la alacena y vaciaba encima el contenido de cada una de las bandejas—. Hace una eternidad que no comía esto. A Virginia le cambió la cara cuando se dio cuenta de que no habría una segunda ración de comida. El tío Max se quitó el sombrero de safari y acercó una silla. —¿Y bien? —miró a Darkus mientras cogía su tenedor—. ¿Se lo habéis dicho? —se giró hacia su hermano—. Increíble, ¿no crees? Yo tampoco lo hubiera creído si no los hubiera visto con mis propios ojos. 27


Barty frunció el ceño. —¿Creer qué? Max hizo un ruido como si se atragantara, y de repente Darkus se dio cuenta de que todos lo estaban mirando. —¿Darkus? —su padre parecía confundido—. ¿Qué es increíble? Ya estaba, era el momento que había estado esperando. Entonces, ¿por qué estaba tan nervioso? Se levantó, y su silla arañó el suelo. —Tengo que enseñarte algo. Barty levantó la mirada hacia el tío Max, quien asintió con entusiasmo. —Te va a encantar —dijo, levantando su sombrero de safari y volviéndoselo a poner en la cabeza mientras se llenaba la boca de pay. —Bueno, entonces, más vale que me enseñéis qué es. Estoy intrigado. Virginia y Bertolt se levantaron de un salto, comunicándose con la mirada mientras seguían a Darkus fuera de la cocina. —Tenemos que salir —Darkus miró sobre el hombro a su padre— y bajar por una escalera de mano. ¿Te sientes lo suficientemente fuerte para hacerlo? —Creo que puedo con una escalera —asintió Barty. —Es una larga. —Estoy bien, Darkus, en serio. 28


Darkus los guio fuera del apartamento del tío Max a través de la calle. Apenas pasaban de las seis. Había caído la noche decembrina y las farolas estaban encendidas. La lavandería estaba abierta y brillaban luces en el quiosco de periódicos del señor Patel, pero los otros comercios de la calle principal, la tienda de comida naturista Madre Tierra y el estudio de tatuajes, estaban oscuros. Darkus pensó en la mañana en que vencieron a Lucretia Cutter, y el sonido del disparo que le había atravesado el hombro mientras se lanzaba contra su padre, tirándolo al suelo y salvándole la vida. Era lo único que papá recordaba del rescate. El tío Max había decidido que hasta que se recuperara, sería mejor que los chicos mantuvieran en secreto la montaña de escarabajos en la alcantarilla, y su papel en su rescate. Había resultado ser un secreto muy difícil de guardar. Papá preguntaba repetidamente cómo lo habían sacado de Towering Heights, entonces el tío Max se daba un golpecito en la nariz, le guiñaba el ojo a Darkus y respondía: —Todo a su tiempo, Barty. Darkus y yo no te queremos avergonzar con lo fácil que fue todo. Lo peor era tener que ocultar a Baxter. El escarabajo rinoceronte había ido bajo tierra, de vuelta al Monte Escarabajo. Darkus detestaba estar separado de su amigo. Extrañaba tener al gran escarabajo negro en su 29


hombro. Pasaba un buen rato hablando con su clavícula, seguro de que Baxter estaba instalado ahí, escuchando, y luego se interrumpía a media frase cuando recordaba que estaba solo. Anhelaba el momento en que pudiera presentarle a su padre a Baxter y contarle la asombrosa historia de cómo él, Bertolt y Virginia habían salvado Monte Escarabajo de Lucretia Cutter. Y había llegado ese momento. Barty se puso detrás de Darkus, de frente a las ruinas del Emporio. Le habían atornillado la puerta y estaba atrancada con un trozo de hierro corrugado repleto de grafitis. Había tiras de cinta que advertían PRECAUCIÓN, PROHIBIDO EL PASO. Un triángulo amarillo con una exclamación dentro decía EDIFICIO PELIGROSO. Darkus dio un paso hasta la puerta, estiró el lazo de cuero que tenía atado alrededor de su cuello y sacó una llave. —¿Qué estás haciendo? —los ojos de Barty revolotearon ansiosamente hacia el tío Max. —Está bien —dijo Darkus, y abrió la puerta—. Normalmente no entramos por aquí, pero es perfectamente seguro. El tío Max asintió animadamente con la cabeza hacia su hermano. Darkus cogió la mano de su padre y lo guio dentro del Emporio. —Vamos, ya verás. 30


capítulo tres

El baile de los escarabajos

G

uiados por Darkus, se fueron abriendo paso entre la maraña de escombros y polvo de ladrillo, sorteando tablones y dinteles caídos, y atravesaron un arco hasta la cocina americana en el fondo de la tienda, donde el techo aún estaba intacto. En la habitación flotaban partículas de cristal roto y polvo de yeso. Había un viejo delantal floreado colgado detrás de la puerta de la alacena. Darkus empujó a su padre hacia el pequeño baño que había un poco más allá. En medio del suelo había un desagüe abierto. Virginia desapareció por el agujero, seguida de Bertolt.


—Voy yo, ¿te parece? —el tío Max miró a Darkus, quien asintió—. Nos vemos allí abajo —su sombrero de safari fue lo último en desaparecer. —Hay una escalera de peldaños metálicos en los ladrillos —explicó Darkus. —Y esta cosa que quieres enseñarme —su padre lo miró perplejo— ¿está ahí abajo? Darkus asintió. —Vamos. Yo te sigo —sonrió mientras su padre bajaba por la escalera—. Creéme, te va a encantar. Darkus se movió rápidamente hasta el borde del desagüe y sintió un cosquilleo de emoción en la nuca. Sus pies sabían dónde encontrar los peldaños. Mientras bajaba hacia ese ambiente oscuro y húmedo, escuchó al tío Max. —Barty, voy a taparte los ojos. —Pero si casi no veo nada —gruñó el padre de Darkus. —Ya casi llegamos. Darkus se dejó caer al suelo, se apresuró por el sendero blanco que rodeaba a su padre y al tío Max, y pisó la Zona Humana: un rectángulo blanco, del tamaño de una mesa de ping-pong, pintado en el suelo. Ahí había tres asientos de coche y una mesita de centro. El sendero blanco y los rectángulos eran para los niños, y los escarabajos entendían que debían permanecer fuera de esta parte del suelo para evitar que los pisaran por accidente. 32


En la mesita de centro, una lámpara de aceite titilante llenaba la habitación con sombras en movimiento, y junto a ella esperaban Virginia y Bertolt. Darkus sintió un estremecimiento de emoción que le recorría los brazos y su corazón latió con más fuerza. El tío Max guio a mi padre al asiento más grande del coche. —Bien, extiende las manos. Así. ¿Sientes eso? Es el respaldo de una silla. Ahora siéntate. Ups, ¡a la izquierda, sí! Maravilloso —miró a Darkus, con las manos todavía sobre los ojos de Barty. Darkus se colocó entre Virginia y Bertolt, de espaldas al Monte Escarabajo. Asintió, y el tío Max retiró sus manos del rostro de Barty. Barty parpadeó y miró alrededor de la caverna oscura. —No entiendo… —Tengo que enseñarte algo —dijo Darkus, y sintió que la sangre le palpitaba en los oídos—. ¿Querías saber cómo te sacamos de Towering Heights? Así es cómo —levantó la barbilla e inhaló aire profundamente, emitiendo a la vez un agudo chirrido. Desde la oscuridad llegó el sonido de unas alas batiendo, y un gigantesco escarabajo rinoceronte negro, casi invisible en la sombría estancia, aterrizó sobre el hombro de Darkus. Se irguió y meneó las dos patas delanteras hacia Bartholomew. 33


—Éste es mi amigo Baxter —dijo Darkus—, él me ayudó a rescatarte. Su padre se inclinó hacia delante. —Es un Chalcosoma caucasus —susurró, con los ojos como platos.

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—Y éste es Marvin —dijo Virginia, mientras se deshacía de una cinta para el cabello color rojo cereza metálico que llevaba atada alrededor de la punta de una de sus trenzas. Pero no era una cinta sino un escarabajo tornasol con patas de rana. El escarabajo se colgó boca abajo un momento, y luego se dejó caer sobre el hombro de Virginia. —Y éste —dijo Bertolt, mientras se iluminaba su nube blanca de cabello— es Newton —una luciérnaga del tamaño de una pelota de golf surgió de su cabeza, con el abdomen resplandeciente. —Éstos —Darkus extendió los brazos, haciendo una serie de chasquidos rítmicos— son todos los escarabajos que te salvaron. El silencioso monte detrás de él soltó un estallido de luz cuando las manchas bioluminiscentes en los élitros de cientos de escarabajos de fuego centellearon. Arriba, en el cavernoso techo de la estancia, las luciérnagas encendieron sus vientres linterna, y la luz ondeó por el techo como si fueran auroras boreales. Virginia dio un zapatazo y golpeó las manos contra sus costados con un ritmo que se volvía cada vez más fuerte, mientras un ruido agudo, parecido a la sección de cuerda de una orquesta, le respondía. Una nota inquietante se partió en dos y siguieron tres sonidos armonizados. Como un director de orquesta en 35


miniatura, Marvin se irguió sobre sus gruesas patas traseras y apuntó hacia una sección invisible de percusiones, que golpeteaba una melodía sobre tazas de té boca abajo. Una banda de escarabajos estercoleros empujaba una serie de bolas de excremento previamente recogidas del borde de la montaña dentro de un charco gigante, que hacían un plaf, plof al ritmo del tamborileo. Una tonada vagamente reconocible se elevó desde la orquesta de insectos y los hombros de Virginia se movieron hacia arriba y hacia abajo al ritmo de la extraña música. —¿Eso es…? —Bartholomew Cuttle miró a su hermano, maravillado—. ¿Están tocando “Grapevine”, de Marvin Gaye? El tío Max rio y asintió, aplaudiendo y meciendo la cabeza al ritmo de la música de los escarabajos, mientras una munión de escarabajos de las flores se tambaleaban y se dejaban caer de espaldas por la montaña, y una cadena de escarabajos jirafa rojos y negros bailaban la conga al pie de la montaña. Las luciérnagas volaron en enjambre y formaron una enorme bola giratoria de discoteca. Parejas de escarabajos hércules y rinoceronte brincaban de las ramas del arbusto morado que brotaba en el centro del Monte Escarabajo, uniendo cuernos y cerniéndose en círculos mientras un enjambre de mariquitas se elevaba en el aire, agarradas a las patas colgantes de 36


los escarabajos rinoceronte y hércules, y formaban listones rojos que ondulaban mientras los escarabajos giraban. Bartholomew Cuttle quedó boquiabierto mientras miraba cómo un grupo de escarabajos joya salía pavoneándose de sus tazas, revoloteaba y alardeaba de sus bonitos élitros verdes. Agarrándose del listón de mariquitas, se columpiaron hacia arriba e hicieron piruetas, pasando de un par de patas delanteras colgantes hasta el siguiente al tiempo que sus alas iridiscentes reflejaban la luz de las luciérnagas. Mientras la música iba in crescendo, Darkus dio la señal, y un aluvión de escarabajos voladores se enjambró desde la montaña, se sujetó de su ropa con sus patas serradas y lo levantó lentamente del suelo hasta que sobrevolaba un metro por encima de la cabeza de su padre. —¡Esos escarabajos te sacaron a peso de Tower­ing Heights, papá! —le gritó—. ¡Justo así! Ellos te salvaron. Baxter se fue zumbando hacia Bartholomew Cuttle y bailó en el aire frente a su rostro, meneando sus patas delanteras al ritmo de la música. —¡NO! —de repente, Bartholomew Cuttle estaba en pie, agitando los brazos—. ¡ALTO! ¡PARAD ESTO DE INMEDIATO! —tiró al escarabajo rinoceronte al suelo. —¡Baxter! —gritó Darkus. 37


Los escarabajos que los sostenían se desconcertaron, y la música de los insectos cayó en una total y alarmante cacofonía; las luciérnagas espantadas se dispersaron y los escarabajos giraron mareados y se retiraron hacia su montaña de tazas de té. El mismo Darkus se encontró postrado en el suelo. Se apresuró hacia su amigo escarabajo, lo levantó con las manos y lo acurrucó contra su pecho. —¿Estás bien, Baxter? —susurró. El escarabajo rinoceronte asintió con el cuerno. —¿Por qué has hecho eso? —gritó Darkus irritado a su padre—. ¡Podrías haberle hecho daño! Bartholomew Cuttle se giró hacia su hermano con los ojos abiertos como un loco. —¿Qué has hecho? —Yo no, Barty —dijo el tío Max, colocando su mano suavemente sobre el hombro de su hermano—. Éste no es trabajo mío. Es tuyo. Esos escarabajos son el resultado de tus experimentos, de tus investigaciones. —¡NO! —Si interfieres con la estructura de una criatura, ¿crees vas a poder influir en su evolución? —el tío Max le dio unas palmaditas a su hermano—. En este caso, creo que hiciste un buen trabajo. —No —Bartholomew Cuttle se tambaleó hacia atrás y sacudió la cabeza—. Nunca logré resultados como éstos. ¡Míralos! ¡Pueden bailar! ¡Son conscien38


tes! —negó con la cabeza y apuntó hacia el Monte Escarabajo, y sus ojos se abrían cada vez más—. Esto es… esto es peligroso. Tenemos que detenerlo. —¡Papá! ¡No! —gritó Darkus—. ¡Esos escarabajos te salvaron! ¡Me salvaron! —abrazó a Baxter contra su pecho—. ¡Son mis amigos! Virginia y Bertolt se dirigieron hacia Darkus y lo ayudaron a levantarse. —No lo entiendes —rogó Darkus—. Estos escarabajos son asombrosos. Son especiales. Pasa un poco de tiempo con ellos y lo verás. —No, hijo, tú no lo entiendes —dijo Bartholomew Cuttle—. De esto no puede salir nada bueno. —¡Pensaba que amabas a los escarabajos! —gritó Darkus. El doctor Bartholomew Cuttle clavó los ojos en su hijo, con los hombros tensos y la frente en alto. —Esto no son escarabajos, Darkus. Esto son las criaturas de Lucretia Cutter.

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capítulo cuatro

Blues del campamento base

F

ui yo quien lo salvó, ¡y ahora pretende que yo finja que nada de esto ha sucedido! —Darkus pateó el sofá y se arrepintió de inmediato cuando los dedos del pie le empezaron a arder del dolor. Se sujetó el pie y se desplomó sobre los cojines color verde oliva, cuidando de no tirar a Baxter de su hombro—. Me está tratando como un niño —agregó, y miró con tristeza el techo de lona de su guarida, el campamento base. —Está intentando protegerte, Darkus —dijo Bertolt tranquilamente desde su mesa de trabajo. Estaba atornillando pinzas sujetapapeles a una vara de metal para hacer un palo sujetador, mientras esperaban a


que llegara Virginia. Newton rebotaba felizmente sobre su pompón de cabello blanco, y su abdomen bioluminiscente centelleaba—. Y además, eres un niño. —No necesito que me protejan —Darkus se incorporó—. No soy yo el que fue y se dejó raptar, ¿verdad? —No, pero sí te dispararon —le recordó Bertolt, mirando por encima de sus grandes gafas hacia el hombro vendado de Darkus. —Sólo es una herida superficial. Ya estoy bien: mira —Darkus le dio un golpe a su venda y luego soltó un grito ahogado cuando una punzada de dolor le cruzó entre sus dedos palpitantes. —Correcto. Sí, estás bien. Lo puedo ver —suspiró Bertolt—. No deberías enfadarte con él. Sólo trata de ser un buen padre. —Lo sé, lo sé —Darkus se frotó las palmas contra las sienes. Le dolía la cabeza y tenía el estómago revuelto de la preocupación. Mi padre había estado comportándose de manera extraña desde que le enseñaron los escarabajos, y Lucretia Cutter todavía estaba por ahí, en alguna parte. De noche, en sus sueños, escuchaba los chasquidos de sus pinzas dirigiéndose hacia ellos, y lo perseguían hasta la oscura pesadilla de espejos polarizados y escarabajos ciervo muy enfadados. —Nada es como pensé que sería —dijo, mientras levantaba a Baxter de su hombro y se rascaba la ven42


da que cubría su herida de bala. La tenía envuelta varias veces alrededor del torso, y se apilaba incómodamente bajo su axila. Colocó al escarabajo rinoceronte sobre su rodilla y frotó suavemente la barbilla del insecto. —Deberías ver la manera en que papá mira a Baxter. Es como si quisiera hacer experimentos con él. —No lo haría —Bertolt bajó el destornillador. —No, no lo creo —Darkus negó con la cabeza—. Pero ayer, después de que volvimos de la alcantarilla, colocó un microscopio en la habitación del tío Max. Basta verlo para darse cuenta de que no esta noche no ha dormido. Y esta mañana —Darkus hizo una pausa—, ¡se afeitó la barba! En toda mi vida, nunca lo había visto sin barba. Parece como… pues, no parece mi padre. Y está tan delgado, y sin la barba… es como si fuera un extraño. —Ha tenido muchos problemas —dijo Bertolt—. Los dos habéis pasado por muchos problemas. —Sí —suspiró Darkus—, pero no quiere hablar conmigo al respecto. —¿Y qué hay de tu tío Max? —Se comporta como si todo fuera estupendo, y es justamente por eso que sé que definitivamente no es así. También está preocupado. Anoche, cuando pensaban que yo estaba dormido, los escuché discutir. Esta mañana, traté de hablar con papá y estuvo todo 43


el rato cambiando de tema, preguntándome sobre la escuela y no te lo pierdas, sobre ¡chicas! —¡Chicas! —Bertolt rio. —¡Me preguntó si Virginia me parecía guapa! —Darkus no podía esconder su indignación—. Digo, ¡anda ya! —Por supuesto que es guapa. Darkus sintió que la cara se le ponía colorada. —No quería decir eso. Algo serio está pasando, Bertolt… algo que tiene que ver con Lucretia Cutter, y papá no me deja que le ayude. No sabemos qué es lo próximo que hará. —Quizás ella no haga nada —dijo Bertolt esperanzado—. Después de todo, es diseñadora de moda. —Es más que una diseñadora de moda. Lo padre —Darkus apretó los dientes—. Si no se trajera nada entre manos, entonces, ¿para qué raptó a papá, para empezar? —Cálmate, Darkus. Logramos rescatar a tu padre, ¿no? Y los escarabajos están a salvo. Nadie sabe que se esconden en las cloacas. Todo va a salir bien. —No lo entiendes. Pensaba que todo volvería a la normalidad cuando papá llegara a casa, pero no es así. Pensaba que le encantarían los escarabajos, pero los odia. Bertolt lo miró parpadeando. —Todo irá bien. Tienes un buen padre. 44


—Está distinto —Darkus batalló con las palabras—. Cambió cuando le enseñamos el Monte Escarabajo. Tiene esa mirada en los ojos todo el tiempo, como si estuviera pensando en algo —Darkus inclinó la cabeza—. Es como cuando murió mamá. Si entro a la habitación, ni se da cuenta de que estoy ahí. Aunque esté parado justo frente a él —le tembló la voz—. Pensaba que lo había recuperado, pero no es así —golpeó un cojín del sofá—. Y me hizo prometerle que no me acercaría a Lucretia Cutter ni tendría nada que ver con ella. ¿Sabes?, miente cuando la gente pregunta dónde ha estado todas esas semanas. Dice que estaba haciendo trabajos de investigación. Y me está mintiendo a mí también. Sabe lo que Lucretia Cutter está haciendo, y no me lo quiere contar. —Eso no lo puedes saber —dijo Bertolt con suavidad. —Sí que lo sé —Darkus desvió la mirada—. Lo sé como sé que mamá está muerta —volvió a golpear el cojín. Se escuchó un fuerte repiqueteo al otro lado de la puerta del campamento base, y Virginia apareció de repente. —¡Está nevando! —dijo, y sus ojos color café brillaban—. Venid a verlo. —¿De verdad? —Bertolt se giró para mirarla—. Es la primera nevada de este invierno. 45


—¡Lo sé! ¡Justo a tiempo para Navidad! Vamos —Virginia se dio la vuelta rápidamente y salió corriendo otra vez por la puerta. Bertolt miró a Darkus, preocupado. —Estoy bien —dijo Darkus. Bertolt gesticuló hacia la puerta. —¿Vienes? —¿Estás bromeando? ¡Por supuesto que voy! —Darkus le dedicó una débil sonrisa a su amigo—. ¡Está nevando! Bertolt sonrió aliviado y siguió a Virginia por la puerta. Darkus levantó a Baxter de su rodilla y se puso de pie. Abrazó al escarabajo contra su mejilla y con suavidad inclinó su cabeza hacia él. —No dejaré que nadie te haga daño, Baxter —susurró, levantando la mano para que él y el escarabajo se miraran el uno al otro—, y tampoco dejaré que papá nos separe. Nunca jamás. Baxter frotó la punta de su cuerno contra la nariz de Darkus. Darkus movió la mano para colocarla en su clavícula; esperó a que el escarabajo rinoceronte escalara sobre su hombro y salieron juntos del campamento base. Avanzaron en desbandada por el laberinto de túneles construidos con muebles y trastos que había en el patio. Una gran arcada hecha de bicicletas atadas 46


con bridas ofrecía una selección de túneles, con letreros que decían Camino de los Escarabajos Jirafa, Túnel Tok Tokkie y Avenida Estercolera. Darkus se escabulló por el Sendero de los Gorgojos, cuidándose de no activar la trampa cazabobos de Bertolt, corrió agazapado y salió disparado por debajo de la mesa plegable, y encontró a Virginia bailando en círculos con los brazos extendidos, tratando de pescar los gruesos copos de nieve que caían del cielo color champiñón. Bertolt sacó la lengua y atrapó un copo de nieve, que de inmediato se derritió. Newton esquivó una serie de copos y se escondió en el cabello de Bertolt. —En el momento en que haya nieve suficiente para hacer una pelota, estás muerto —le dijo Virginia con una gran sonrisa. —Tengo bastante puntería —contestó Darkus con una sonrisa burlona. —Naa —Virginia negó con la cabeza—. Vas a caer. Hasta puedes hacer equipo con Bertolt, y en unos minutos os tendré suplicando clemencia. —¡Eh! —protestó Bertolt con pocas ganas. Ella se levantó la manga del abrigo e hizo girar el brazo para mostrar lo letal que era lanzando bolas de nieve. Darkus rio. Uno no se puede enfadar cuando cae nieve del cielo: a las superficies duras las vuelve suaves, cubre los problemas y transforma el mundo en un jardín de juegos gigante. 47



capítulo cinco

Rebelión

N

ovak estaba sentada en el borde del malvavisco rosado que era su cama, columpiando las piernas nerviosamente. Clavó la mirada en la torre de maletas y baúles junto a la puerta, y la esperanza y la ansiedad le revolvieron el estómago. Era extraño dejar Towering Heights. Siempre había vivido ahí, pero hoy viajaba a una escuela privada en Copenhague. Nunca antes había ido a la escuela. Esperaba gustarles a las chicas de allí. Llevaba puesto su conjunto de viaje más elegante, un vestido color algodón de azúcar combinado con una torera, con gruesas medias blancas y unas bailarinas. Las marcas de los mordiscos de los bichos asesinos


comenzaban a desvanecerse, pero todavía prefería cubrirse el cuerpo. Sabía que era distinta de las demás chicas, y no quería que nadie viera los mordiscos y le hiciera preguntas difíciles. Se suponía que las madres no debían encerrar a sus hijas en celdas ni arrojarlas entre bichos asesinos para hacerles daño. Mater no tenía ni idea de que Novak había ayudado a Darkus a rescatar a su padre, y la había castigado severamente por distraer a Mawling cuando debía haber estado vigilando las celdas. Mater la encerró en una celda durante toda una semana, y soltó a los bichos asesinos para que se alimentaran de ella. Durante las primeras horas pudo quitarse los bichos de encima, pero con el tiempo Novak se levantó y se puso a bailar. Llenó su cabeza de la música del ballet Giselle y bailó todas las escenas de la historia que tenían que ver con la joven campesina que se enamoraba de un príncipe infiel. Al bailar, a los bichos les costaba más atacarla. Mató a una cantidad incontable mientras saltaba y giraba, pero al final ya no pudo bailar más, y cayó de rodillas. Cada mordida dolía. Había muchísimos. Se había imaginado a Darkus arrodillado junto a ella, cogiéndole la mano y diciéndole que fuera valiente. Mater era su enemiga, y ahora Novak también lo era. Un golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos con un sobresalto. Debía ser el coche. Se puso en pie de un salto. 50


—Mademoiselle —Gerard estaba parado en la puerta de la habitación—, su madre desea verla. Novak parpadeó, sorprendida. —Necesito un minuto. Gerard asintió. —Debe ir a sus aposentos de inmediato —inclinó la cabeza—. La espero afuera. Novak no había visto a Mater desde que le ordenó a Craven que la encerrara en una celda. ¿Quería despedirse? Novak se quitó suavemente la diadema con la que sujetaba su largo cabello rubio platino. La diadema tenía un ramillete de rosas de seda en un costado que le embellecían la cabeza. Acurrucado en el ramillete, casi invisible, había un escarabajo joya cuyo cuerpo centelleaba con todos los colores del arcoíris. —No puedes venir conmigo, Hepburn. No es seguro —susurró Novak—. Y menos a los aposentos de Mater. El bonito escarabajo joya meneó las antenas malhumoradamente mientras salía trepando de las flores de seda. —Lo sé, lo sé, pero volveré pronto, y entonces tú y yo saldremos de aquí… para siempre —Novak acarició el tórax de Hepburn con su meñique—. Voy a guardarte en mi bolso de mano. Abrió el bolso de cuero rosa que llevaba al hombro. Las maletas estaban listas para el viaje a Copenha51


gue. Con cuidado, aseguró la diadema entre dos libros para que el escondite de Hepburn no se aplastara. —Estarás a salvo aquí —le sopló un beso al escarabajo y cerró el bolso—. Estoy lista —dijo, y abrió la puerta de la habitación. Gerard caminó frente a ella a pasos acompasados. A medio camino por el pasillo se detuvo y volvió la cabeza. —Qué bien que mademoiselle se va de aquí —titubeó y tragó saliva—. Yo no puedo protegerla. Novak le cogió mano, enguantada de blanco, y le dio un apretón. Caminaron por el pasillo y bajaron por las escaleras en silencio, cogidos de la mano. Cuando llegaron al tercer piso, Gerard la soltó. —Sois courageuse —susurró—. Sea valiente —llamó a la puerta. —Adelante —dijo Lucretia Cutter. Novak le ordenó a su corazón que latiera lenta y regularmente y puso una cara inexpresiva antes de abrir la puerta de un empujón. Mater estaba sentada frente a su tocador, de espaldas a la puerta. Sus aposentos tenían techos tan altos como los de una catedral, con grandes arcadas, y eran un ejercicio artístico en tonalidades de negro. Muros negros, puertas negras, vidrio negro, encaje negro… y todo estaba ribeteado de dorado. Para Novak, estas habitaciones siempre habían sido aterradoras, pero 52


era el ligero aroma a acetona (¿o era a plátanos podridos?) lo que más la perturbaba. Dio un paso para entrar en la alcoba. —Buenos días, Mater. Hizo una reverencia, con los ojos clavados en el parqué negro. Lucretia Cutter se dio la vuelta lentamente en su silla de ébano, y Novak se preparó para recibir la mirada crítica de su madre. Llevaba puesto un kimono negro que llegaba hasta el suelo, con bordados de oro que combinaban con sus labios. El flequillo de su peluca negra de media melena rozaba el borde de sus gafas de sol de marca. —¿Querías verme? —Novak miraba al suelo. —Ah, sí. Así es. Hubo un largo silencio, y las manos de Novak empezaron a temblar mientras su madre la escudriñaba. —Me voy a la escuela hoy —dijo, para romper el silencio. Mater se volvió hacia el espejo de su tocador. —No, no irás. —¿Qué? —Novak levantó los ojos y su corazón dio un vuelco cuando vio a su madre mirándola a través del espejo. —Cambié de parecer. —Pero ya hice las maletas, y… 53


—Voy a cerrar la casa. Volaremos a Los Ángeles dentro unos cuantos días. —¿Los Ángeles? —Sí, tengo que prepararme para los premios. —¿Premios? —balbuceó Novak—. Pero no te gustan las ceremonias de entrega de premios… —Ésta va a gustarme mucho —una sonrisa se retorció en su boca—. Y fuiste nominada para un premio. —¿En serio? —Novak se quedó boquiabierta. —Sí, en la categoría de Mejor Actriz —rio—. ¿No te parece divertidísimo? —¿Mejor actriz? —Novak no podía creer lo que escuchaba. Era su sueño ganar un premio cinematográfico. Sólo las actrices verdaderamente grandes ganaban una estatuilla de ésas. Novak sintió una corriente de aire en la nuca, y de repente Ling Ling estaba parada ahí, junto a su hombro. —Ah, Ling Ling, ¿tienes noticias para mí? Ling Ling no contestó, pero miró a Novak fijamente. —Vete —Lucretia Cutter echó a Novak de la alcoba con un gesto de la mano, abarrotada de anillos incrustados de diamantes. —Sí, Mater —Novak volvió a hacer una reverencia y retrocedió. Afuera, se quedó un minuto intentando entender qué acababa de ocurrir. Su madre detestaba las cere54


monias de entrega de premios. Nunca asistía, ni siquiera cuando ganaba, así que, ¿por qué querría ir a la ceremonia más grande del mundo cuando era Novak la que había sido nominada? Imagínate si ganara, pensó Novak, y un escalofrío de emoción le hinchó el pecho. Fue como si mil luciérnagas centelleantes revolotearan en su pecho. Suspiró y apoyó la cabeza contra la puerta, con la esperanza de escuchar un poco más sobre los premios. —¿Qué noticias hay sobre esos asquerosos primos, los dueños del Emporio? —escuchó que Mater preguntaba a Ling Ling. —Humphrey Gamble y Pickering Risk todavía están en la cárcel, pero como no hay pruebas que confirmen los cargos de que le dispararon a Darkus Cuttle, la policía tendrá que soltarlos en algún momento. Novak se quedó helada, y se le puso la piel de gallina. ¿Le dispararon a Darkus? —Olvídate de esos tontos. Son tan increíblemente estúpidos que apenas si son una amenaza —soltó una carcajada y, después de una pausa, suspiró—. Si ese chico no hubiera saltado delante de su padre, no habría tenido lugar todo este alboroto. Ha hecho que me sea imposible quedarme en Londres. Justo cuando pienso que ya he sobornado a todo el mundo, aparece un nuevo testigo. No puedo arriesgarme a tener toda la atención de los medios. No buscaba matar a 55


Bartholomew Cuttle, sólo ponerlo fuera de combate. Debí dejar que lo hicieras tú. ¿Te encargaste de esa periodista odiosa? —Emma Lamb ya no anunciará más noticias —con­ testó Ling Ling—. Ya nadie la contratará. —Bien. Novak retrocedió, se alejó de la puerta y bajó corriendo por el pasillo. Gerard la esperaba junto a las escaleras. —El coche está aquí, mademoiselle. —No me iré —resolló Novak—. Ella cambió de parecer. Subió corriendo las escaleras de dos en dos. Se le partía el corazón; le habían disparado a su único amigo en todo el mundo, y lo había hecho su madre. Darkus estaba muerto.

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