El Màster en Llibres i Literatura per a nens i joves té l'honor de comptar amb Alba Marina Rivera com autora/il·lustradora invitada d'aquest mes
Va néixer el 1974 a Sant Petersburg. Sent encara petita es va traslladar a viure a Cuba, on va estudiar ArtsPlàstiques en una acadèmia de Belles Arts fins als 15 anys. A la Universitat de l'Havana va provar primer amb la física i després amb la biologia. Quan es va traslladar a Barcelona finalment es va decantar per la il lustració, realitzant estudis a l'Escola Massana. El seu primer àlbum, El comptador de contes (EdicionsEkaré, Barcelona, 2008) ha rebut diversos premis: Bologna Ragazzi Award 2009 en la categoria NewHorizons i el Premi Junceda 2009 en la categoria Llibre Infantil de Ficció que atorga l'AssociacióProfessional d'I.lustradors de Catalunya. A més el llibre va figurar entre Els Millors Llibres per a Infants iJoves 2009 del Banco del Libro i va quedar entre els finalistes de la selecció del Picture Book Festival de Corea 2009. La seva obra ha estat mostrada en exposicions a Espanya, Itàlia, Eslovènia i Eslovàquia.
Bibliografia: - En casa de mis abuelos, texto de Arianna Squilloni, Ediciones Ekaré, Barcelona, 2011. -Vamos a ver a papá, texto de Lawrence Schimel, Ediciones Ekaré, Barcelona, 2010. - Reptiles bajo mi cama, texto de Antonio Ramos, Editorial Progreso, México D.F.,
2009. - Vagón de aventuras, varios autores, A buen paso, Barcelona, 2008. - El contador de cuentos, texto de Saki, Ediciones Ekaré, Barcelona, 2008. - La màgica aventura del quadre de Dalí, texto de Mila Torres, Edicions de Gràfic Set, Sabadell, 2005.
Text d' Alba Marina Rivera per a GRETEL ¿QUÉ HAGO AQUÍ? Yo no sé que hago aquí. Esta frase de desconcierto es la que mejor me presenta ante tan ilustre (ilustrada) audiencia. Si bien mi relación con los libros es tan larga como mi vida -igual que mi relación con la imagen- mi recorrido como ilustradora es muy corto. Mi camino apenas comienza y mis pasos son lentos y trabajosos, aunque decididos. El bebé que da sus primeros pasos tambaleantes de forma intuitiva no sería un buen símil para estos pasos míos. Al fin y al cabo el bebé comienza a caminar casi como a respirar, inevitablemente. Creo que un símil mejor serían los primeros pasos en tierra de la sirenita de Andersen (no la de Disney) cuando de pronto cambia de medio de locomoción, de cola nadadora a piernas caminadoras, y siendo ya un ser adulto y plenamente formado decide comenzar a moverse en un medio nuevo. Un medio nuevo pero no desconocido, porque ella, como yo, ya oteaba esa realidad desde el otro lado de la superficie del agua/página, sin cruzar la frontera. Yo consumía libros, no los producía, hasta que me he visto del otro lado del proceso, no sin cierto desconcierto. La vida tiene unas cosas! Y no es que de pronto una poción mágica me convirtiera en ilustradora, que va! Ha sido un proceso arduo y meditado. Pero la verdad es que si hace unos años una vidente de feria me hubiera dicho que acabaría aquí (risas malignas) le habría creído todo lo que se le puede creer a una criatura semejante. Nada. Quizás alguien más espabilado, que crea en el destino, dirá que no, que todos mis pasos venían hacia aquí indefectiblemente... puede ser. Puede que las tardes frustrantes intentando resolver ecuaciones diferenciales cuando estudiaba física, o los días persiguiendo peces de arrecife para hacer un conteo cuando estudiaba biología, o las noches sirviendo copas en una discoteca cuando acababa de aterrizar en un país nuevo, sean parte de ese camino a recorrer para convertirse en ilustrador. Es posible. Y es seguro que, finalmente, haber estudiado ilustración en la Escola Massana tenga mucho que ver en todo esto. Lo cierto es que ya estoy metida hasta el cuello. Mi primer álbum ilustrado me encontró a mí. En un ejercicio de clase, cuando estudiaba ilustración, se nos propuso escoger un texto de entre varios cuentos cortos para trabajarlo en imágenes. No eran textos para niños, eran cuentos para adultos, de diferentes autores, entre ellos Poe y Saki. El ejercicio era sobre ilustración editorial. Fue así que leí por primera vez "El
contador de cuentos" de Saki. El relato de la niña horriblemente buena que acaba comida por el lobo me atrapó. Me pareció una obra maestra de ironía y buen gusto. El ejercicio pasó, el curso terminó, y cuando al año siguiente tuve que decidir qué hacía como trabajo de final de ciclo para graduarme lo tuve muy claro: tenía cuentas pendientes con una historia y quería hacerla en forma de libro para niños. Así que me metí de lleno en lo que resultó ser un trabajo complicadísimo: hacer un álbum ilustrado. Con la suerte y el destino siempre de mi lado, este proyecto de escuela acabó publicándose, y me abrió las puertas al mundo de la edición infantil. La experiencia me pareció tan fascinante que aquí sigo. Me doy cuenta de que nunca me propuse hacer libros para niños así, en general. Quería desarrollar ese cuento en concreto y el álbum ilustrado resultó ser el formato ideal para ello. Fue una suerte, porque me llevó a explorar una forma de expresión muy interesante, el libro álbum, en el que de otra manera a lo mejor no hubiera incursionado. El álbum ilustrado es un objeto - o como diría Javier Sáez Castán, un dispositivo- increíble. Más allá de que normalmente se publique para niños, más allá de la discusión teórica de si el álbum es un género literario en sí mismo, sus posibilidades expresivas y narrativas son tremendas, y es precisamente eso lo que me cautiva. Para mí, lograr hacer un buen álbum ilustrado es un reto grande, tanto como resolver un difícil problema matemático: hay que encontrar el equilibrio perfecto entre texto e imagen, entre sonidos y silencios, entre espacios llenos y vacíos, entre ritmos diversos. Hay que resolver esa ecuación y el resultado debe ser liviano y grácil, como si de una simple suma de dos más dos se tratara. Hasta ahora siempre he trabajado textos ajenos. Cuando comienzo a trabajar un proyecto de álbum pueden pasar meses antes de que haga el primer boceto. Creo que dar tiempo a que la historia se asiente dentro de uno, que eche raíces, es fundamental. Puede que el escritor haya necesitado una tarde para escribirla, o puede que haya tardado años en darle la forma definitiva, pero estoy segura de una cosa: la semilla de eso que ha querido contar la llevaba dentro suyo a lo mejor toda la vida. Cuando el texto llega al ilustrador, y si realmente se quiere hacer un buen trabajo, no vale (o no debería valer): "¿lo tendrías para el mes que viene?". El ilustrador debe convertirse a su vez en autor de esa historia, y eso no ocurre de la noche a la mañana. Para sentirse parte de eso que se está contando hay que buscar muy dentro de uno las conexiones, los clicks, los enchufes, los amarres. Hasta que no encuentro qué parte de mí es la que necesita expresarse con ese cuento que tengo entre manos no sé ni por dónde comenzar.
Siento una envidia infinita por la capacidad de resolver estos dilemas de manera rápida y eficaz. Entre otras cosas, porque eso significa que puedes hacer más de un libro al año, ¡con la retribución económica correspondiente! Por otro lado me surge el problema del estilo. ¿Qué aspecto necesita lucir cada historia para expresarse plenamente? Repetir la fórmula que ha funcionado en el libro anterior, de momento no me vale. Creo que cada texto requiere una manera especial de ser contado a través de imágenes. Puede que simplemente yo aún no haya encontrado cuál es mi forma definitiva de contar las cosas, y mientras dure esa búsqueda cada libro será diferente del anterior. Ahora bien, no estoy muy segura de que esa ductilidad sea beneficiosa en términos comerciales para el ilustrador. Probablemente tener un estilo muy definido y reconocible sea deseable. No sólo porque te permite hace libros cada vez más rápido (no has de perder tiempo inventándote una nueva manera de hacer cada vez que empiezas un proyecto y vas acumulando experiencia libro tras libro) sino porque además acabas construyendo una marca con un valor propio que se vende más allá del libro concreto del momento. Yo aún estoy buscando, o construyendo, mi marca. Lo que intento a la hora de crear imágenes es contar cosas con ellas, priorizando el lado narrativo de la creación visual sobre el decorativo. Me doy cuenta de que lo que realmente disfruto cuando miro una ilustración ajena es descubrir dentro de ella, por ejemplo, el tiempo que pasa, el viento que sopla y las consecuencias que trae consigo; la dirección y velocidad a que se mueve un tren hacia un determinado destino; qué ha hecho despertarse a tal personaje y su estado de ánimo por la mañana... y eso es lo que trato de hacer con las mías. Otra cosa que me fascina es cuando una ilustración está tan bien construida que logra dirigir la mirada del lector de un punto a otro de la imagen según un recorrido perfectamente determinado y decidido a voluntad por el ilustrador. Me parece una de las cosas más mágicas y más difíciles. Paso horas intentando este tipo de ingeniería, y al final probablemente la gente termine mirando a donde le da la gana. Y está por supuesto la emoción, que no todo son cálculos en este trabajo nuestro. Hacer que alguien se emocione delante de algo que has creado es sublime. Difícil de creer y sublime. ¿Qué hago aquí? Lo he intentado explicar desde todas las connotaciones semánticas de la pregunta, aunque sea algo que todavía no tenga claro del todo. Seguiré investigando.
Alba Marina Rivera, Barcelona, Octubre de 2011