Katherine Paterson (Breve biografía) El Máster en Libros y Literatura para niños y jóvenes tiene el honor de contar como autora invitada en esta edición, a Katherine Paterson.
Katherine Paterson China, 1932. Esta escritora estadounidense de literatura infantil nace en Qing Jiang, China el 31 de octubre de 1932. Fue hija de misioneros, pero debieron huir de China por la guerra contra Japón, estableciéndose en Estados Unidos en 1940. Obtuvo un grado en inglés en King College en Bristol, Tennessee. Luego pasó un año en una escuela rural de Virginia antes de graduarse. Posteriormente obtuvo una maestría y trabajó cuatro años como misionera en Japón. Ella y su marido, Juan, tienen cuatro niños (dos biológicos y dos adoptados) y siete nietos. Su primera novela fue escrita mientras que tomaba un curso de escritura creativa para adultos. Entre algunos de los premios que ha recibido se encuentran: el Premio Nacional del Libro (Master Puppeteer, 1976; The Great Gilly Hopkins, 1979); la medalla Jhon Newbery (Bridge to Terabithia, 1977; Jacob Have I Loved, 1981); el Premio Scott O‘Dell por Ficción Histórica (Jip, His Story); el Premio Hans Christian Andersen (body of work, 1998); y el Premio Memorial Astrid Lindgren (2006). Katherine Paterson cree que los libros infantiles deben ocuparse de temas contemporáneos y realistas, por ello su obra se ve caracterizada por temas difíciles como la muerte de un ser querido. Paterson es vice-presidenta de la Alianza Nacional de Libros y Literatura Infantil, una organización sin ánimo de lucro que aboga por la instrucción, la literatura y las bibliotecas. Su novela más conocida, Un Puente a Terabithia ha sido adaptada en dos ocasiones al cine: una en 1985 y otra en 2007. La versión 2007 es una coproducción de Disney y Walden Media. Uno de los productores y guionistas para la versión 2007 es uno de los hijos de Paterson: David L. Paterson, cuyo nombre aparece en la dedicatoria del libro. Es para nosotros un gran honor contar con la participación de tan importante escritora.
Sobre El signo de Crisantemo
Comencé a escribir mi novela en aquellos tiempos aciagos donde nada de lo que escribía se publicaba. Una señora de la iglesia donde mi esposo era pastor sentía pena por mí. Después de todo, allí estaba yo, atrapada en casa, primero con dos, luego con tres y después con cuatro chiquillos. Ella me asumió como su próximo proyecto de caridad. “¿Qué tal si tomamos una clase de escritura en el programa de educación continua que ofrece el condado?” –preguntó sabiendo que yo trataba de escribir sin éxito. Sonaba maravilloso: la noche libre de Mamá. Primero, comenzamos por asistir a un curso general de escritura. Los dos años siguientes tomamos un curso de escritura de literatura para niños. Yo estaba escribiendo algo –un cuento o un poema- cada semana, pero no publicaba nada. Entonces pensé que si estaba escribiendo una historia por semana, quizás podría también escribir un capítulo por semana. Y, así, al final del año tendría un libro. Yo quería escribir una historia ambientada en Japón porque sentía algo de nostalgia por el hogar; extrañaba Japón y esa sensación de ser competente que siempre me había acompañado en mis años de joven soltera. Además, si escribía una historia ambientada en el pasado, tendría una excusa para leer sobre historia japonesa, algo que amaba hacer. Creo que ni siquiera tenía la conciencia de que si lo hacía, estaría creando una novela histórica. Yo no pensaba en un género; yo sólo pensaba en una historia. Estoy segura de que tampoco tenía conciencia de que un libro para jóvenes ambientada en el siglo XII en Japón, sería, desde todo punto de vista, imposible de mercadear. Pero una novela debe contar con más que un contexto fascinante y una trama bien ubicada. Debe tener su centro en lo emocional. Debe surgir de la pasión. Y el corazón de esta novela, ubicada en el Japón del siglo XII, venía de una fuente inesperada. Venía de mi hija de 5 años. Lin nació en Hong Kong, en el otoño de 1962. Cuando tenía unas tres semanas de nacida, fue hallada en una acera de la ciudad por un policía y llevada a un orfanato en los Nuevos Territorios, donde vivió por más de dos años antes de convertirse en nuestra hija. Su adaptación inicial fue terrible y cuando tuvimos que mudarnos luego de New Jersey a Maryland en 1966, de nuevo había mucho roto y por enmendar. Pero, para 1968, cuando ella tenía cinco años de edad, la vida se había calmado y las cosas encajaban bastante bien en su vida. De todas formas, a ratos había ocasiones en las que sin razón aparente que pudiéramos discriminar, la brillante niñita en la que se había convertido nuestra hija, desaparecía. En su lugar quedaba una silenciosa niña abandonada. Era como si la niña que conocíamos se replegaba detrás de una cortina que no podíamos abrir. Esto podía acontecer por varios días seguidos, cosa que me aterraba a muerte. ¿A dónde se iba? ¿Qué experimentaba detrás de esa mirada perdida? Y ¿cómo podríamos alcanzarla? La cortina había estado corrida por varios días. Yo había tratado todo persuadiéndola, suplicándole, abrazándole. Nada funcionaba. Una noche, cuando estaba cocinando la cena ella entró a la cocina. Sin decir una sola palabra se encaramó sobre un banco muy alto y se sentó. Su diminuto cuerpo estaba presente y pero el resto de ella permanecía completamente ausente. Traté de hablar con ella en un tono de voz normal. No había
respuesta; no había ninguna señal de que ella escuchara. Entre más lo intentaba, más tensa me ponía. Finalmente hice lo que hubiera hecho cualquier buena madre en esas circunstancias. Perdí la paciencia. “Lin”, le grité, “¿Cómo puedo ayudarte si no me dices qué te pasa?” Fue un sacudón que la trajo de nuevo a la vida; sus ojos se abrieron enormes. “¿Por qué esa mujer me abandonó?”. Entonces todo comenzó a salir. ¿Por qué la habían abandonado? Nunca le habíamos dicho que había sido tirada en una cuneta. Nos parecía demasiado fuerte; sólo le habíamos dicho que su madre no había podido hacerse cargo de ella y que deseaba para ella un hogar. Yo repetía esto, diciéndole que estaba segura de que su madre no había querido darla en adopción y que no lo hubiese hecho de haber tenido una alternativa que le permitiese ocuparse de ella. ¿Estaba con vida su madre? ¿Se encontraba bien? Yo no podía responder esas preguntas, pero ella me dejó que intentara reconfortarla. Nunca más, ni siquiera en su adolescencia, volvió a correr la cortina de esa manera. Ella es una madre ahora; una maravillosa, amorosa y divertida madre. Ví como ella se dedicaba a darle a sus bebés todo el cuidado con el que ella nunca contó como infante, pero que, sin embargo, sabía como dar. Ella es una maravilla y no puedo decirles cuánto la admiro. Pero en el contexto del discurso que ella me dio aquel día no sólo se estaba abriendo ella, sino el corazón emocional de la historia que quería escribir. Me pregunté, ¿cómo se sentirá saber que tienes un padre en algún lugar a quien no conoces? Veo este libro, El signo del crisantemo –ese es su título- y aún no deja de maravillarme que no haya encontrado dificultades para conseguir un editor. Se desarrolla en medio de una trifulca civil del siglo XII en Japón. El personaje principal es un bastardo emprendedor que se encuentra en la búsqueda del padre que nunca conoció. La chica que le gusta acaba en un burdel. No la puse allí para escandalizar a mis lectores, sino porque una hermosa niña de 13 años en el Japón del siglo XII que no hubiese tenido quien la protegiera, seguramente, habría acabado en un burdel y el joven sin un centavo que la amaba no tendría ningún poder para salvarla. Ahora bien, en algún punto he debido darme cuenta de que no había visto muchos libros para jóvenes que siguieran esta línea, pero cuando escribí El signo del crisantemo, honestamente, no me preocupaban los lectores. Yo estaba escribiendo una historia que necesitaba y quería escribir y quería hacerlo lo mejor posible. Para aquellos de ustedes que se han preguntado sobre las diferencias entre una novela para jóvenes y una para adultos, el best-seller para adultos que daba la hora para cuando salió mi libro –que dicho sea de paso, estaba rompiendo todos los records de venta desde Lo que el viento se llevó-, era una historia sentimental y moralista sobre una gaviota competitiva. Entonces, ¿cómo fue que mi libro vio la luz del día? Claramente, casi no sucede. Pasó por las manos de varios editores durante dos años. Fue entonces cuando sucedió el milagro. Fue desenterrado de una pila de manuscritos del séptimo u octavo editor que lo había recibido por una joven mujer que acaba de salir de la Universidad quien lo leyó y amó. Ella se lo llevó a su jefe, el editor encargado, quien acaba de regresar de un viaje a Japón y quien era y es una mujer del campo de la literatura infantil. Ella siempre se había atrevido a publicar aquellos libros que le abrirían el horizonte a los niños a mundos desconocidos. Estoy segura de ella no tenía ninguna ilusión del que libro se vendiera bien. Deseaba, claro está, que tuviera una venta decente pero lo que la motivaba a editarlo era que los niños tuvieran oportunidad de leer el libro y que la escritora de ese libro tuviera la oportunidad de escribir más libros. El libro nunca ha tenido buenas ventas en tapa dura, pero la edición rústica aún se vende
después de 35 años. Esto es particularmente satisfactorio para mí, porque los jóvenes son quienes compran las ediciones rústicas, lo cual significa que el libro le llega a las personas para quienes escribo. En 1970 el editor en jefe entregó mi manuscrito a un editora que acaba de regresar de su permiso postnatal. Puedo jurarles que si eso no hubiese sucedido, yo no estaría aquí hoy, pues esa primera editora, Virginia Buckley, y yo hemos trabajado juntas desde entonces. Y si mis libros son buenos, es porque Virginia no me deja que pare de trabajar en ellos hasta que lo sean. Katherine Paterson
* Este texto fue escrito por la autora para el Máster en Libros para Niños y Jóvenes. La traducción es de Brenda Bellorín.
Enlaces Katherine Paterson http://www.terabithia.com/ Dirección de la página web oficial de Katherine Paterson (en inglés). http://brooks.d.carambole.com/overview/fileobjects/Biobibliographia_060315.pdf Biobibliografía. http://www.imaginaria.com.ar/08/5/paterson.htm Sandra Comino entrevista a Katherine Paterson. "Creo que si uno escribe para niños, el primer lector es el niño que uno solía ser, es el niño que uno lleva consigo siempre."