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La esquina vaciada de cultura
Texto: El Grito del Sur
La ausencia del Arte Cinema se siente con fuerza desde el 31 de julio de 2017, día en que cerró sus puertas. El final de la sala cinematográfica ubicada en el barrio de Constitución significó que una gran cantidad de vecinos y vecinas dejaran de acceder a la exhibición de películas nacionales a precios populares. El motivo de esta decisión respondió a los lineamientos políticos del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) durante el gobierno de Mauricio Macri, que decidió acabar con el convenio que tenía desde hacía varios años con los propietarios del cine.
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Varios años sin el cine del barrio y una historia que no terminó allí. La asamblea que exige el regreso de este patrimonio cultural continuó reuniéndose incansablemente para encontrar soluciones al problema y elaborar nuevos planteos dirigidos a ciertos funcionarios del gobierno nacional y de la ciudad de Buenos Aires. Hasta el momento, ni esa voluntad inquebrantable ni las miles de firmas presentadas ante el INCAA, como tampoco el pedido de la Dirección General de Acceso a la Justicia del Ministerio Público Fiscal al Ministerio de Cultura de la Nación, fueron suficientes para revertir una medida que continúa firme.
En diálogo con El Grito del Sur, la activista María Eugenia Fernández Andés contó que, luego de varias promesas de reubicar el cine en otro lugar del barrio, «seguimos reclamando. No tenemos mucha esperanza porque, si bien el vicepresidente del INCAA tiene una muy buena actitud de diálogo, después no puede cumplir nada de lo que dice que va a pasar. Había prometido la cinemateca acá en Salta 1900 y no cumplió. Vamos a seguir reclamando con notas porque merecemos tener un cine. La cultura es un derecho».
Compartimos las palabras del activista Néstor Granda, quien hace algunos años escribió una columna para este medio: “¿A quién le importa un cine en Constitución? A ellos está claro que no. Nos importa a nosotros, a las putas, a las travas, a los laburantes que toman el tren, a los pibes de los merenderos, a los inmigrantes, a quienes viven el barrio que ellos no ven. A quienes sabemos que acceder a una sala de cine es acceder a una infinita multiplicidad de miradas que nos muestran, que nos hacen visibles, que nos permiten ser”.
“Se sucedieron asambleas, festivales, marchas, pedidos de reuniones pero quienes debían darnos una explicación, un argumento válido que justificara el cierre jamás nos recibieron, nunca dialogaron; sólo se limitaron a callar, a silenciar, a cerrar las puertas de una sala de cine en un barrio de seres invisibles. No está en su lógica la existencia de una sala cinematográfica que dé acceso a miles de ciudadanos que ya casi no acceden a nada. No está en ellos la posibilidad de la argumentación fuera de lo que genera pérdida o ganancia. En ellos está la lógica del Estado ausente, de fábricas cerradas, de trabajadores sin trabajo, de enfermos sin medicamentos, de pibes sin escuela ni techo. En ellos está la lógica de las puertas cerradas”.
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