Un romance en el que Miguel Ángel Asturias hace un bello elogio a la infancia. Le habla al niño curioso al que le llama “Niño de Vidrio” y le invita a jugar a “colores”, “arranca cebollas”, “andares andares”, a los soldaditos, a montar en un caballito de palo, a volar barrilete, a jugar al trompo y a las escondidas.