Penacho
Lucía León Claudia Gálvez
Penacho
Colecciรณn Guatemala infantil
Había una vez un pollo llamado Pancho Penacho que soñaba con volar. Anhelaba sentir el viento bajo sus alas y conocer qué había más allá de su granja. Hace muchos años, sus tatarabuelos podían volar tan alto como los árboles de pino. Con el paso del tiempo, los granjeros domesticaron a los gallos para que pasaran más tiempo con las patas sobre la tierra. Pero los gallos no podían renunciar a la libertad que sentían cuando despegaban del suelo. Por eso decidieron volar únicamente cuando los humanos no los veían. Pancho Penacho se sabía esta historia de memoria. La repasaba cada noche antes de ir a dormir. Estaba convencido de que eso le ayudaba a volar mientras dormía. Y es que aunque anhelaba volar con todo su ser, este pollito sentía mucho miedo cuando sus patas ya no estaban en tierra firme. Era tan torpe, que siempre andaba tropezándose. Además prefería quedarse durmiendo unos minutos más en vez de saludar al sol por las madrugadas. Este era un serio problema. Pancho Penacho era el único miembro de su familia que no podía alzar el vuelo. Tanto su papá como su hermano mayor acostumbraban cacarear desde los balcones del granero para despertar a todos los animales. Pronto le llegaría el turno a Pancho Penacho. De solo pensarlo, sus patas empezaban a temblar y los nervios lo invadían.
La vida en la granja siempre empezaba temprano gracias al papá de Pancho Penacho. Los árboles se sacudían el sueño, los caballos pastaban en el campo desde las 6 de la mañana y los cerdos jugaban en el lodo. Todo parecía transcurrir con normalidad hasta que unos gritos asustaron a las vacas. Pancho Penacho se había quedado dormido de nuevo. Como los gritos no hicieron efecto, su papá empezó a sacudirlo para que despertara de una buena vez. — ¡Despierta Pancho! ¡Llegarás tarde a la escuela! — Exclamaba su papá. El bostezo de Pancho fue tan grande, que parecía tragarse a toda la granja de una sola bocanada. Esto desesperaba aún más a su papá, quien reprochaba una y otra vez por la pereza de su hijo. — ¿Cómo es posible que un hijo mío se levante tan tarde? ¡Qué vergüenza, Pancho! — Déjalo, es solo un niño, — decía su mamá, mientras preparaba la lonchera.
Pancho Penacho logró levantarse de la cama y caminó como sonámbulo hacia la escuela. Trató de pasar desapercibido. No lo logró. Los patos hicieron tanta bulla, que la maestra ardilla lo regañó por su impuntualidad y por hacer relajo en la clase. Por la tarde, se escondió en el granero para dormir otro ratito. Tras una buena siesta, decidió probar suerte. Buscó un lugar que estuviera alejado de todos los animales y, específicamente, de los patos. Extendió sus alas para adivinar la corriente del viento. Sus ojos, que eran como dos frijolitos sembrados en su rostro, observaban las palomas que de vez en cuando sobrevolaban la granja. Llegó el momento. Pancho Penacho tragó saliva y subió a la grada que estaba en la parte trasera del granero. Respiró profundamente, dio un brinco y batió las alas. Su corazón latía al ritmo de los caballos en una carrera. Sus alas se movían hacia arriba, hacia abajo, a la derecha, a la izquierda y hacia todos lados. Los nervios lo invadieron en cuanto sus patas despegaron del suelo. Temblaron sus rodillas y su cresta se despeinó por completo. No duró ni cinco segundos en el aire. Lo único que logró ver fue el polvo que levantó su caída.
Pancho Penacho no había terminado de sacudirse el polvo de sus plumas, cuando una explosiva carcajada lo desconcentró. — ¿Quí, quí, quí quién anda ahí? — Jajajajaja. ¡Qué divertido estuvo eso! Caíste al suelo como si fueras un costal de papas. Jajajajajajaja, — exclamó una voz que parecía provenir desde una de las ramas del árbol que le daba sombra al granero. — Patos, no me molesten. Mejor vayan a ver si los cerdos no han puesto algún huevo, — contestó Pancho. — Jajajaja. No me ofendas. No soy ningún pato, — contestó una lechuza que había observado toda la escena. Extendió sus alas y bajó del árbol para ver de cerca al pollo que quería volar. — Así nunca lo vas a lograr, muchacho. Mueves las alas con mucha prisa. Eso es lo que provoca tus somatones.
Pancho Penacho la miraba extrañado. Nunca antes había visto a un ave de ese tipo. Era tan blanca, que parecía como si una nube volara frente a él. Sus ojos eran como pepitas de sandía en dos platos amarillos. Volaba con tanta elegancia… — El viento es tu amigo. Imagina que estás en un columpio y quieres impulsarte para llegar más alto. — Decía la lechuza mientras daba círculos en el aire y volaba cerca de él. Mueve tus alas con ritmo y gra… — ¡No entiendo nada! — interrumpió Pancho. ¿Podrías dejar de dar círculos? ¿Quién eres? Me está empezando a doler la cabeza. — ¿Ves? El problema es tu impaciencia, — replicó la lechuza. Estoy viajando hacia el Polo Sur y me detuve a descansar un poco. En eso, escuché vi cuando te caíste.
Pancho Penacho suspiró. No sabía que era el Polo Sur pero no quiso demostrar su ignorancia frente a su nueva amiga. Le interesaba regresar a la parte en la que ella le estaba explicando cómo podía volar mejor. La lechuza adivinó sus pensamientos y, sonriendo, se detuvo frente a Pancho para explicarle de nuevo. — ¿Has visto cuando los niños de la granja juegan en los columpios? — Preguntó la Lechuza Blanca. Ellos intentan volar pero no tienen alas. Imagina que el viento es como un gran columpio que te llevará cada vez más hacia arriba. Respira profundo, salta, inclina un poco tu espalda y mueve tus aaaaaaaalaaaaaaaas. — Pero, eso es lo que he intentado hacer y siempre me caigo. Siento que mi corazón se va a salir y que no podré despegar nunca. — Te falta confiar, muchacho. Practica y verás que volar es como columpiarse en el aire. Bueno, es hora de seguir mi camino. Pero antes, voy a mostrarte de nuevo. La Lechuza Blanca repitió todas las instrucciones y luego emprendió el vuelo. Pancho Penacho trataba de memorizar cada uno de los consejos, a la vez que veía cómo la lechuza se perdía en el cielo.
“¿Será que cuando mi hermano vuela, también piensa en los columpios?”, se preguntaba Pancho Penacho. Su hermano siempre había demostrado más destreza para volar y cantar. El otro día, subió al techo de la casa para cantar una serenata. Pancho, en cambio, sentía el miedo a las alturas desde el cascarón.
Tras haber recibido todos los secretos que la Lechuza Blanca podía compartirle, el pequeño gallo con plumas bañadas de sol y salpicadas de rojo, se propuso ensayar de nuevo. La tercera vez sería la vencida. Verificó que nadie estuviera espiándolo y repasó las instrucciones. “Ya verán esos patos cuando pase volando sobre sus cabezas”.
El primer paso era respirar profundo y exhalar. La corriente de aire frío llegaba hasta sus pulmones, provocando que su pecho se inflara levemente. A continuación, debía mover las alas e inclinarse hacia atrás. Su corazón latía más rápido. “Tucún, tucún, tucún, tucún”, parecía como si su pecho también iba a salir volando. Saltó con la esperanza de haber aprendido la lección, pero… Cayó estrepitosamente. Sin embargo, esa caída no detuvo a Pancho. Estaba decidido a volar a como diera lugar. De pronto, el crujir de una rama lo desconcentró. — ¿Lechuza, eres tú?- preguntó Pancho. —¡Qué bueno que regresaste! Tengo muchas dudas: ¿Debo saltar primero y después inclinarme o todo era al revés? Nadie le respondió. — ¡Patos, ya los descubrí! ¡Vayan a molestar a otro sitio!
Se trataba de un hambriento tacuacín. “¡Mmmmm! ¡Qué rico pollito!”, pensaba el peludo animal mientras espiaba a Pancho. Su gruesa cola ondulaba de un lado al otro, arrastrando la tierra y removiendo las hojas secas. “Qué rica mi cena: un pollito rostizado con papas”. El arte de cazar la cena era muy especial. Cualquier movimiento en falso provocaría la huida de su presa. Con su largo hocico se abrió paso entre los matorrales. Cada vez estaba más cerca.
Aunque a veces Pancho Penacho era muy perezoso, también era un animalito muy miedoso. Y, al no recibir respuesta alguna, sus sentidos se afinaron porque presintió que alguien más estaba merodeando el lugar. Veía hacia todos lados y caminaba de puntitas para descubrir a su espía. Hasta que de repente, el tacuacín salió de su escondite y le mostró sus afilados dientes.
No hubo tiempo para gritos ni protocolos. Justo cuando el tacuacín estaba a punto de dar su golpe maestro, Pancho Penacho cerró los ojos. De repente, sintió que traspasaba el viento. Sus alas se movían sin torpeza. Trató de correr pero no fue sino hasta que abrió sus ojos, que se dio cuenta: ¡sus patas ya no estaban sobre el suelo! Y desde el fondo de su pecho rebotaba un sonoro cacareo que estalló por toda la granja: — ¡Kikirikiiiiiiiiiiii, kikirikiiiiiiiiiiiiiiii!
Todos los animales dejaron de hacer sus cosas y buscaron el origen de ese nuevo canto. La mamá de Pancho Penacho no necesitó confirmar con sus ojos, lo que su corazón de madre ya había reconocido. Su hijo había logrado cantar y por fin estaba volando. Había llegado el momento tan anhelado. El tacuacín aprovechó la confusión que causó la algarabía por el primer vuelo de Pancho Penacho. En cuanto pudo, se internó en los arbustos para regresar a su guarida. Iba triste por haberse perdido de una buena cena. Desde aquella vez, Pancho Penacho compartió, junto a su padre y su hermano, la misión de despertar a toda la granja. También seguía haciendo siestas. Ahora lo hacía para reponer sus energías tras madrugar por las mañanas.
MINISTERIO DE CULTURA Y DEPORTES Dr. José Luis Chea Urruela Ministro de Cultura y Deportes Lic. Maximiliano Antonio Araujo y Araujo Viceministro de Cultura Lic. José Roberto Zúñiga Ruiz Director General de las Artes Licda. Lucía Armas Dirección Técnica de Fomento de las Artes Lic. Wilfredo Rodérico González Gaitán Departamento de Apoyo a la Creación –CREA-
Equipo técnico del proyecto Frieda Liliana Morales Barco Coordinadora técnica Istvansch Conferencia y taller internacional de ilustración de libros de literatura infantil y juvenil Gloria Judith Hernández Montes Taller de escritura creativa Jazmin Elena Villagrán Miguel Taller de ilustración de libros de literatura infantil y juvenil Luis Méndez Salinas Taller de edición de libros de literatura infantil y juvenil Vanessa Avila Castillo Taller de diseño y diagramación libros de literatura infantil y juvenil Alejandro Lembke y Pamela Morales Armada electrónica
DR. Pancho Penacho, 2017. ©Del texto Lucía León, 2017. ©De la ilustración, Claudia Gálvez, 2017. Coordinación editorial, Frieda Liliana Morales Barco. Edición, Nicté Guzmán. Diseño y diagramación, Lesbia Vanessa Avila Castillo. Armada electrónica, Vanesa Avila, Alejandro Lembke y Pamela Morales ISBN 978-9929-764-29-3 ©Primera edición, noviembre de 2017. Ministerio de Cultura y Deportes. 6ª calle y 6ª avenida, zona 1. Palacio Nacional de la Cultura. Ciudad de Guatemala, Guatemala, Centro América. http://www.mcd.gob.gt
Todos los derechos reservados conforme la ley, Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin permiso escrito de sus autoras.
Este libro es producto del proyecto ¨Fomento a la creación de libros de literatura infantil y juvenil de Guatemala¨. Taller de escritura creativa, coordinado por Frieda Liliana Morales Barco con el apoyo del Departamento de Apoyo a la Creación Dirección General de las Artes del Ministerio de Cultura y Deportes Noviembre de 2017. Contrato administrativo 2141-2017, Acuerdo ministerial 058-2017.