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Francisco Trinidad. La buena suerte de don Argimiro
La buena suerte de don Argimiro
La víspera de Nochebuena, el teniente Ramírez del Olmo dormitaba en su despacho —no de otra forma puede llamarse a aquella abulia que lo embargaba, rodeado de papeles que nada le decían— cuando le avisaron de la visita de don Argimiro, cura del pueblo y viejo amigo de correrías infantiles. “Espero que éste no se acostumbre a darme la brasa cada vez que se meta en un lío”, pensaba mientras autorizaba que le dejaran pasar. —Buenos días, buenos días. Vengo a invitarte a un café. —Buenos días, Argimiro. Ya creí que te habías metido en otro lío —dijo Ramírez sonriendo, y suspirando en su interior. —Nada de eso, al contrario. Si puedes, vamos a tomar ese café y te cuento.
El teniente, aliviado y sonriente, recogió varios papeles que tenía dispersos por la mesa y salió dando palmaditas de reconocimiento a su antiguo amigo. Una vez en el bar, pidieron un par de cafés —“El mío con sacarina, por favor”, puntualizó Argimiro—, eligieron una mesa y se sentaron frente a frente. —A ver que te cuente. He tenido la suerte de que me ha tocado la lotería de Navidad. Así que he pensado… —¿Y te ha tocado mucho? —Llevaba dos décimos del tercer premio, que compré en Granada en una excursión de la parroquia. Así que me han tocado 12.000 euros. Daré 6.000 a mi hermana, que tiene que sacar adelante a su familia, y los otros 6.000 los emplearé en recuperar los candelabros —dijo abriendo la sonrisa con gesto de total felicidad.
El teniente sonrió también y lo miró como diciendo “y a mí qué me cuentas”, aunque lo que realmente dijo a Argimiro le sonó a exabrupto: —No sabía yo que los curas jugaran a la lotería. Por aquello del voto de pobreza. —Homo sum. Nihil humanum a me alienum… —Lo recuerdo, lo recuerdo del coñazo de las clases de latín. Pero mira, me alegro por ti, supongo que se te ha quitado un peso de encima. —Y que lo digas. Pero he pensado darte el dinero a ti y que los recuperes tú. Yo no sé cómo hacerlo; o por mejor decir, cómo hacerlos aparecer ante la parroquia… sin dar explicaciones. Tú en cambio puedes decir que los recuperaste en una operación policial y
te anotas un tanto. Mira, te he traído un sobre con 5.000 euros, por si al marrullero del anticuario le ha dado por subir el precio.
El teniente lo miró con cara de sorpresa y cogió el sobre sin mirar su contenido, rumiando lo que podía contestarle y sonriendo para sus adentros por aquella salida tan taimada del cura. —Estás hecho un artista. Nadie lo hubiera dicho cuando íbamos a la escuela, tan modosito como eras. Claro que el seminario… imprime carácter, y nunca mejor dicho.
El día 10 de enero, lunes, el teniente Ramírez convocó una rueda de prensa, con todo el lucimiento de que fue capaz, en el Salón de Plenos del Ayuntamiento. Comparecieron el propio teniente, el alcalde y el cura, todos ellos con aire de solemnidad. En el centro de la mesa en la que se sentaron lucían, recién abrillantados por una de las beatas de la Cofradía, los dos candelabros que en su día habían desaparecido de la ermita del Alba. No eran muchos los medios que asistían —tampoco el evento daba mucho más de sí—, pero a los tres les brillaban los ojos porque habían conseguido que apareciera la televisión provincial y porque se había corrido la voz y el Salón estaba lleno de vecinos dispuestos a enterarse de todos los detalles.
Inició la rueda de prensa el alcalde, que se limitó a presentar a quienes le acompañaban en la mesa y a felicitar a la Guardia Civil por el éxito de su actuación. Intervino después el teniente, que hizo una larga exposición sobre las mafias que se dedicaban a robar objetos de culto y a malvenderlos a anticuarios sin escrúpulos para, a continuación, hablar de lo dificultoso del rastreo que había llevado a la recuperación de los candelabros, de los muchos flecos que aún quedaban para esclarecer totalmente el caso y sobre todo de las escasas posibilidades que tenían de detener a los culpables, aunque todo se andaría, dijo, la investigación no había concluido y sus esperanzas se asentaban en el trabajo diario. Cerró el acto el cura, don Argimiro Moreno, que se limitó a dar las gracias a la Guardia Civil y a los vecinos presentes por acompañarles en aquella emotiva ocasión.
Los periodistas que asistían a la rueda de prensa hicieron varias preguntas, inquirieron algunos detalles, solicitaron pistas de lo que quedaba por delante, pero ninguna de sus consultas obtuvo más respuesta que la sonrisa beatífica de don Argimiro, subido a su particular nube, el gesto adusto y distante del alcalde y las palabras atropelladas del teniente Ramírez del Olmo a quien resultaba difícil sacarle de su tópico mejor aprendido: “Todo se andará”.
Cuando concluyó la rueda de prensa, quienes se acercaron a felicitar al cura, que no supo ni quiso ocultar más de una lágrima, pensaron lógicamente que se debía a la emoción del momento, mientras que él pensaba en el peso que se había quitado de encima y se lamentaba interiormente de no haber comprado un par de décimos de lotería para el sorteo especial del Niño, uno de cuyos premios había caído en la capital de la provincia.
Para un cabal entendimiento de este corto resulta imprescindible haber leído el que con el título de “Los candelabros perdidos” se publicó en el número 120 de LUZ Y TINTA.