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Juan Depunto Entrevista a Salvador Compán
Juan Depunto
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Entrevista a Salvador Compán,
escritor
Novelista, poeta, articulista y profesor
Estamos en la casa del escritor, en la Alameda de Hércules sevillana (casa en la que pasó temporadas G. A. Bécquer desde los 11 años en que quedó huérfano de padre y madre y se hicieron cargo de él sus tías); hoy está restaurada por Salvador Compán y Mª. José, profesora de filología inglesa, su compañera y su estímulo, su secretaria y mánager. Aquí ha creado buena parte de su obra. —Buenos días, Salvador, y gracias por concederme tu tiempo para esta entrevista.
Aunque Salvador no necesita presentación, a los más despistados les recordaré que fue catedrático de Literatura en Sevilla, finalista del Premio Planeta de 2000 con la novela Cuaderno de viaje, Premios Badajoz y Andalucía de la Critica, por Un trozo de Jardín, Premio Jaén de novela, por El Guadalquivir no llega hasta el mar, Premio Gabriel y Galán por Madrugada. Entre otras novelas me gusta destacar Palabras insensatas que tú comprenderás, Tras la mirada, El hoy es malo pero el mañana es mío, Cuídate de los poemas de amor (relatos) y Jaén, la frontera insomne (ensayo, reeditado este 2021)1. Tiene publicados un sin fin de artículos en prensa diaria, y con su último libro, de poesía, Corazón sin sueño, sorprendió a sus lectores habituales de novela en el año de la pandemia 2020. —¿Me dejo algo en el tintero que quieras matizar o mencionar? —Buenos días ante todo. No te dejas nada que sea importante. Esencialmente mi biografía literaria es esa pero este recordatorio me hace pensar que no he escrito teatro. Está el relato breve, la novela, ensayo y poesía, pero nunca teatro. Hay algo en mí que como autor no me aproxima al teatro, sí como espectador; a mí me parece un género prodigioso, su viveza, la sensación de pureza y realidad que trasmite el teatro… Y puede ser, se me está ocurriendo ahora, que sea porque el teatro está ya incorporado a mi narrativa a través de los diálogos; ahí están los personajes de pie, están hablando y lo hacen con su propia voz, en estilo directo. Y eso en esencia es el teatro. Quizás por eso el teatro que no he escrito está presente, recogido en mis novelas. —El artista francés Christian Boltanski en una entrevista reciente dijo “Mi trauma es mi fecha de nacimiento”. ¿La tuya te ha producido alguna contrariedad? —Bueno, yo nací a finales del 49, prácticamente en el año 50, y ahí justo hay una bisagra del tiempo, en la historia de España, en la historia de la cultura española. A partir de esa fecha se deja de asesinar sistemáticamente a los vencidos. Se estuvo fusilando hasta el año 49, tras juicios que no eran juicios, sumarísimos, con tribunales que eran militares, que eran juez y parte, es decir, que ni siquiera había juicio y esos fueron los años duros, los años con esa gran crisis económica que se llegó a conocer como “los años del hambre” (sobre todo los años 42 y 43). Los años 50 son más amables, aunque sigue la dictadura sin duda y eso no tiene nada de amable. No he sentido
1 El vídeo que acompaña a esta entrevista muestra al autor dibujando su dedicatoria de este último libro al entrevistador.
por tanto una infancia de carencias materiales, aunque sí de carencias culturales que forman un vacío que no nos merecemos ninguno de los españoles de esa generación, por no hablar de las generaciones anteriores. No creo, pues, que me pese de un modo determinante haber nacido en esa época en nuestro país, aunque siempre ha sido un lugar duro para vivir. —De niño y adolescente jugaste con Joaquín Sabina en Úbeda y de joven estudiante viviste con él en Granada ¿qué queda de esa antigua relación? —Queda un afecto, un cariño mantenido, pero sobre todo queda un recuerdo que es un poco de lo que estaba hablando ahora mismo, un recuerdo de abrir un hueco en medio de la noche oscura de la dictadura. Estudiábamos en los salesianos, con una educación que más bien era algo que había sustituido la reflexión y el análisis, por el sentimiento y por el dogma; era una especie de antieducación y en un pueblo como Úbeda, de piedra, muy tradicional, muy levítico, se trataba de buscar espacios de libertad, sobre todo a través de la lectura. Joaquín era muy activo y cuando fuimos a estudiar a la Universidad, en Granada, todo eso se hizo mucho más presente al empezar a estudiar Filosofía y Letras; ahí se nos mostró ya la libertad que significan los libros, es como descorrer una cortina y ver de pronto un horizonte que no acaba nunca. Recuerdo los Poemas humanos de Cesar Vallejo, o los de Neruda, o la lectura completa de Antonio Machado o de Miguel Hernández, a los que había que buscar en ediciones más o menos clandestinas. —¿Cómo surgió tu vocación por las letras en general y la novela/poesía en particular? ¿Con cuál te identificas más? —Me identifico con la literatura en general, con la creación, con la palabra que recrea un mundo y sabe trasmitirlo potenciado, que eso es en definitiva la literatura: añadirle algo a la realidad observada, ahí reide el poder del arte en general; Ortega y Gasset lo expresaba así: “añadir mundo al mundo”. Lo añadido por el creador es lo que potencia la realidad y la esclarece al mismo tiempo. Por eso situaría a los géneros literarios en paridad, aunque he escrito mucha más novela. —Los que te conocemos desde joven sabemos de tu faceta poética y, bueno, llevas publicando poesía en los Cuadernos de Roldán desde su fundación, en la que estuviste desde el principio, allá por la década de los 80, pero tus lectores ajenos a Cuadernos te tienen por novelista. Sin embargo el año pasado nos sorprendiste con esta especie de antología poética, Corazón sin sueño, que es una pequeña joya para mesitas de noche de lectores con sensibilidad. ¿Crees que es más sano, para la vista y el ánimo, leerla en papel antes de dormirse en lugar del habitual repaso al móvil? —Espero que no lo digas como somnífero (risas). Habría que leer Corazón sin sueño al sol, con los ojos bien abiertos, que es como hay que leer cualquier libro que hagamos nuestro. Tú lo has llamado antología y sí, es una pequeña antología, porque yo he escrito poesía desde la adolescencia, a cuentagotas, pero siempre me ha acompañado. A la novela le he dedicado muchísimo más tiempo, porque es un género que opera por adición, por metonimia, es decir, por ir sumando a la realidad lo que se parece al original, por acumulación, de material semántico, de ideas, por lo que es un arte es un arte aclaratorio, explicativo de la realidad. Mientras que la poesía es un arte de sustitución, es un chispazo, es algo que vibra de pronto y se podría resumir con el recurso de la metáfora, la poesía es metafórica, sustituye la realidad por otra con más relieve, claro, cuando la metáfora no es puramente decorativa; Machado decía que cuando la metáfora es un adorno (o el adjetivo), y no es determinativa, eso mata a la lengua, al lenguaje de creación. También te referías un poco al formato de lo escrito; yo prefiero el papel, tocar el texto, ver la tinta como se alisa sobre la porosidad del papel, olerla, esos aspectos físicos, emotivos y sin duda gozosos, para mí desaparecen en una pantalla, aunque se vea mejor en ella. —Muy bien, luego volveremos al papel. Has enseñado Lengua y Literatura. ¿De cuál más? ¿Qué proporción dabas en ambas de teórico y de práctico? —Siempre he tendido a enseñar más literatura que lengua, dentro de lo que los programas me permitían. Hay un mal en los programas educativos que todavía permanece, incluso con la Ley Celaá, y es el de que la lengua se ha querido primar, y eso
está bien, sin embargo el contenido de los programas de enseñanza secundaria es casi todo morfológico sintáctico y se estudia casi lo mismo que se estudió en el curso anterior, parecido a su vez a lo que se estudió en el previo. Dicho de otra manera, se estudia sintaxis casi desde primaria y se redunda y se repiten contenidos similares, lo que se traduce en una pérdida de tiempo escolar. Es necesario tener clara la mecánica de una lengua, los sintagmas, los grupos de palabras que se engarzan en frases, y las frases en oraciones, pero nada más. Entrar en detalles y excepciones es un poco inútil, sobre todo en la secundaria, es tiempo escolar perdido que debería emplearse en literatura, sobre todo en literatura como creación, como lectura, como crítica textual, como diálogo sobre los textos, como búsqueda de la significación cultural de esos textos. Ahí es donde habría que cargar la mano y tendríamos un bachillerato considerablemente mejor que el actual, que está anquilosado y es como una correa de trasmisión en el que un plan se trasmite al siguiente y este los contagia a los sucesivos. Y así vamos con una costra de polvo cada vez más densa. —Bueno, con tu opinión sobre el aprendizaje de ambas disciplinas en general me queda preguntarte si ¿crees que la literatura ocupa en la formación de bachillerato el lugar que le corresponde en función del interés que hay en la sociedad por la cultura y en función de otras actividades humanas? ¿Cómo ha quedado la literatura con la Ley Celaá? —La enseñanza de la literatura tiene un problema en secundaria y es que necesita tener un recuento, una memoria de los hitos literarios, porque eso forma parte de las coordenadas culturales necesarias para expresar el mundo, para expresar la vida a un nivel medianamente culto, lo que quiero decir es que es necesario conocer el romancero o la Celestina o El Quijote o a Quevedo. Pero hay un problema, y es que tú puedes hacer una historia de la ciencia o de la filosofía y puedes resumir autores, científicos o filósofos, con sus ideas y su significación temporal, pero ¿tú como puedes trasmitir a Quevedo? Lo trasmites solo con generalidades, porque a los autores hay que leerlos, como no lo hagas solo tendrás una pálida idea, una idea memorística. Entonces añadiría que falta tiempo escolar para la literatura y esto solo se puede solucionar haciendo una selección de textos y no pretender abarcar toda la historia de la literatura. La práctica textual sería esencial, la lectura, el comentario, el
debate sobre el texto, el buscarle su significación cultural, etc. Yo creo que ese es el programa que está pendiente.
La ley Celaá iguala a la anterior pero ha mejorado mucho en el sentido de que ha potenciado la enseñanza pública, no como muchos quisiéramos, pero la religión ya no cuenta en el currículum; era disparatado que un sentimiento, la fe o el fervor, puntuara para selectividad, es algo tan aberrante que es incomprensible, pero también es incomprensible que la religión esté como asignatura en un sistema educativo, eso es catequesis, y eso debería estar fuera por definición; es absurdo, entre otras cosas porque hay gentes que tienen otras creencias o no tienen ninguna. Por eso la enseñanza debe ser necesariamente laica. Ha mejorado la Ley Celaá también en el sentido de limitar la enseñanza concertada frente a la pública, que no es que la suprima pero da una prioridad, en ciertas circunstancias, como por ejemplo para buscar solares, a la red escolar del Estado.
Luego hay otro problema de la Ley Celaá, que es el que más se discute en Cataluña, y es que se ha perdido como lengua vehicular el castellano y eso me parece que es un retroceso, una concesión política. Deberían potenciarse las dos lenguas porque el bilingüismo es una suerte; el nacionalismo está reñido con la enseñanza, que debe ser neutra. Un sistema educativo debe darle instrumentos al estudiante para que luego tenga capacidad crítica y pueda entrar críticamente en la realidad, pero no debe favorecer una tendencia y mucho menos una lengua, eso es analfabeto, retrógrado y reaccionario. —Fuiste de los fundadores de una de las tertulias literarias del Rinconcillo, el bar más antiguo de Sevilla (de 1640), luego en La Imprenta, pasando a continuación a La Abacería de San Lorenzo y a La Huerta. Desde la pandemia por Covid se desarrolla mensualmente el mismo día pero de manera virtual, por teleconferencia. También asesoras y das charlas en clubes de lectura, de la provincia de Jaén sobre todo y de otras provincias. ¿Qué tan útil ves estas actividades y en qué diferencias una tertulia literaria de un club de lectura? —No hay esencialmente diferencia entre una y otra. Se trata de “rodear” un libro entre los miembros, en el sentido intelectual, y ofrecer varias perspectivas, interpretaciones del mismo por parte de cada uno de los participantes y eso siempre enriquece mucho al libro, que se completa necesariamente con el lector. Ahí se
acaba el circuito del acto de comunicación del libro. Hay algo que sí diferencia una reuniones de otras y es cuando el autor está presente. En Andalucía hay desde hace tiempo un programa del “Centro andaluz de las letras” que es un circuito que se extiende por toda Andalucía, desde los pueblos pequeños a las grandes ciudades, por sus bibliotecas públicas. En ese programa se elige una obra por parte del club de lectura de cualquier localidad, y se invita al autor al día de la reunión. El autor da una perspectiva y una información de las raíces de la obra, de su “cocina” y de su propia visión. La obra completa así su significado haciéndola inolvidable. —Están de moda las listas de mejores libros del año y las de “lectura obligatoria”. ¿Cómo las
ves?
—Las veo como un acto estacional de todas las primaveras, cuando se acerca la fiesta del libro, o de fiestas relevantes como las navidades. Lo que está detrás es la industria editorial, no la literatura, las grandes empresas que tienen tentáculos en los medios de comunicación, con periodistas afines, que pueden crear un best seller convenientemente publicitado. Por eso hay que mirar con mucho escepticismo esas
listas, aunque afortunadamente “se cuelan” libros que merecen la pena. No quiero decir que los libros publicitados en esas listas sean malos, pero de ahí a que sean los mejores hay que ponerlo entre interrogantes. —¿Qué libros no has terminado de leer y de escribir? —De leer, antes muchos y ahora pocos porque los selecciono mucho previamente; en concreto te diría El ser y la nada, de Sartre, y Ulises de Joyce, que finalmente terminé. “Dejar de escribir” lo he hecho continuamente; para mí escribir es dejarlo continuamente y deshacer el camino; escribir es descubrir y eso requiere buscar, hacer el viaje de la escritura, y muchas veces te das cuenta que no conduce a nada; si ves que no añades nada a lo ya heredado, debes abandonarlo y si no lo dejas, será una derrota a largo plazo. —Y ¿cuál te ha ayudado más? —Lo he contado muchas veces, un libro que para mí es como una piedra angular que me saca del marasmo de la incultura general de la pubertad y del colegio y del desorden de lecturas juveniles: Nada, de Carmen Laforet, libro que me lo ofreció el bibliotecario Juan Pasquau de Úbeda. Cuando lo leí se me abrió un mundo real, con
personajes creíbles y cercanos, mucho más rico que el que yo vivía. Con él descubrí el valor de la novela que supuso para mí una metamorfosis instantánea. —A veces hablamos con tu personaje real, María Lejárraga, la protagonista de Palabras insensatas, que nos dice cosas tremendas de nuestros congéneres los hombres… Otras muchas mujeres ha habido en la historia de la literatura que escribían como “negros” para sus maridos (Elsa Morante, Colette, etc.) o bien firmaban con seudónimos de varón, como Carmen de Burgos. ¿Hasta qué punto son responsables los siervos de su servidumbre? —Es injusto el culpar a las víctimas porque éstas siempre tienen una carencia que es la que explota el amo. Ha habido una mutilación brutal del género femenino a lo largo de la historia de la cultura que todavía no la hemos solucionado. Todo el poder (jerárquico, económico, etc.) era solo del varón. Por costumbre y sobrevivencia le convenía a la mujer ser un esclava agradecida, que tenía que tener o simular las “virtudes” de los perdedores. Su única arma era aceptar lo que Nietzsche llamaba “la moral del esclavo”. —Irene Vallejo, en su “Infinito en un junco” nos dice de Pratolini que “la literatura consiste en hacer ejercicios de caligrafía sobre la piel”. Sin aplicarlo al pergamino (ya sé que has evolucionado al papel, aunque aún no te haya seducido el libro electrónico), dime qué opinas de esta metáfora. —Imagino que la utiliza en el sentido de que toca la piel de las personas, empezando a trasmitir emotivamente. La escritura es un acto físico que se transforma en algo psíquico, emocional, llegando así a la inteligencia de las personas. Esa es su magia, conmover al ser humano. —“Todos los novelistas sienten pudor ante la desnudez de la lírica”, dijiste en una entrevista el pasado año con motivo de la presentación de tu libro de poesía Corazón sin sueño. ¿Es por el frío que da la falta de ropa? —(Risas) Es porque en general el escritor, pero el novelista más, se pone una máscara desde que se sienta a escribir. La persona es otra como novelista porque está creando un mundo complejo. Esa máscara hay que quitársela en la lírica, que es el arte del yo, de lo plenamente subjetivo, el arte de la interioridad. Escribir poesía de una manera mecánica, dará una poesía de consumo, pero eso no es poesía. Las cosas hay que hacerlas bien, eso lo aprendí de Machado y de mi padre: “hagas lo que hagas, hazlo a fondo, todo bien, aunque sea banal”, para hacerlas mal, mejor no hacerlas. Es un principio ético, de dignidad. Y cuando escribes poesía tienes que desnudarte. Escribir es filtrar la realidad a través del yo; el novelista más o menos filtra, pero el poeta mínimamente, dejando en lo escrito parte de sí, su propio mundo. Eso debe ser la lírica.
—El arquitecto Norman Foster, del que en estos días se presenta un libro con sus Cuadernos de dibujos, en su Fundación en Madrid, se comunica con frecuencia a través de sus dibujos. Tú también eres un buen dibujante y aficionado a la fotografía ¿Cómo las relacionas con la narrativa/poesía? ¿Y con el cine? —Vamos a ser breves porque se está alargando mucho la entrevista. La fotografía trasmite un momento de emoción, la literatura un mundo de emociones. La fotografía abre y cierra la emoción que trasmite (o la idea), como una píldora, como un chispazo breve. La literatura puede alargar mucho ideas y sensaciones, crear un mundo y hacerlo autónomo. La fotografía se parece mucho más a la poesía que a la novela y el cine sería algo intermedio. —Tienes publicada una novela gráfica con dibujos; ¿harías una novela gráfica con fotografías? —Claro que se puede hacer, sería aquella fotonovela de los años sesenta que quizá se podría recuperar. —¿Qué te interesa más en la novela y poesía? ¿Cuál es para ti la diferencia fundamental entre narrativa y poesía y porqué te inclinas unas veces por una o por la otra? —Lo instantáneo, lo breve y lo concentrado es la poesía y lo complejo, que opera por metonimia, es la novela. Son dos niveles y los dos son válidos para expresar la realidad. —¿Cuánto hay de reescritura y autobiografía en la literatura? —Octavio Paz decía que “todo lo que no es autobiografía es plagio”. Yo creo que la creación debe separarse de la autobiografía, porque si no es interpretación. —¿Qué opinas de esa tendencia en los diálogos, que han utilizado en ocasiones escritores como Saramago, de escribir seguido, poniendo tras la pregunta la respuesta, sin puntos y aparte, ni mayúsculas? —Es una tendencia que me parece mejora la prosa porque la hace más ágil, integrando el diálogo en un solo flujo narrativo. Pero puede perder al lector y por eso hay que poner algunos signos gráficos como las cursivas o comillas. —Y hablando de Nobeles, ¿a quién darías el próximo de Literatura? —No voy a meterme en eso, no hay nada más difícil que elegir un autor u otro. No se pueden comparar las obras estableciendo una jerarquía y tampoco los autores. La misma idea de los premios conviene distanciarla. —¿Con qué escritor, presente o pasado, te gustaría tener una conversación? —Con Fernando de Rojas, con Cervantes. Porque sería trasladarte a un mundo que ya no se puede recuperar, verlo desde dentro, el Renacimiento, el Barroco... —Las editoriales cuando has tenido éxito, te presionan para publicar un nuevo libro al año del anterior. ¿Cómo ves esta cadena de producción? ¿Qué es mucho y poco en literatura? —La presión está mal, eso más que con la literatura tiene que ver con la industria. Cada escritor tiene su “tempo”, su ritmo de escritura, que puede ser más o menos dilatado. No se debería escribir nunca como negocio. —¿Qué piensas del equipo del escritor (estudio, ambiente, pluma, bolígrafo, máquina de escribir, ordenador, etc.)? —Te arropa y te puede inducir, sugerir. Te sientes en un mundo cómodo y conocido. —Los confinamientos de la Covid han sido una buena oportunidad para leer y escribir. ¿Crees que se han aprovechado bien? —Habrá que esperar, no lo sé. Normalmente se aprovecha mal escribir con tanta proximidad a los hechos. —Dijiste que dijo Machado “Vive quien deja”. ¿Has dejado mucho? —Espérate que me muera (risas), porque Machado se refería a dejar algo, en haber dado algo a los demás, en esta vida cuando te mueres. Espero dejar muchas cosas, sí. —¿Quieres añadir algo más? —Nada, darte las gracias por tu trabajo, por la dedicación que has puesto en la entrevista, lo bien que la has desarrollado, lo bien que te han quedado otras como la de Manuel Castaño que estuve leyendo y agradecértelo de corazón.