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Gloria Soriano. La reconquista
Gloria Soriano
Foto: HARUKI KAMURA
VAIO Foto:
La reconquista
Amanece con un estruendo de alas que suben al cielo. Cuando la niebla se disipa, el lago vuelve a ser el espejo de siempre, todas las grullas se han ido, salvo una. Búhos, lagartos y comadrejas opinan: será corta de alas, o de mal carácter, demasiado cobarde para travesías largas. La comadreja acertó al menos en lo del sexo: grulla hembra. Entonces se renovaron los apelativos: desvergonzada, subversiva, despiadada. La ven nadar con tres huevos entre las plumas y les parece el sumun del atrevimiento. Los ohhs y ahhs de asombro provocan un tsunami, y el ave que no emigró desaparece en el agua. Después la naturaleza recupera su rutina, el azafrán florece, nacen las zinnias. Una ráfaga de otoño mueve con suavidad el columpio del árbol que hay cerca del agua. Nadie quiere enfurecer al lago.
La grulla que no emigró sabe por los comentarios que no es bien recibida, pero hace como si fuera sorda. Cansada de huir formando uves en el cielo, quiere una vida sedentaria. En el momento que sus patas rozaron el agua, sintió adherencias con olor a bálsamo, y lo interpretó como una señal: estaba en el Paraíso iba a construir su sueño. Con el pensamiento elevado sobre el cuello, finge no ver el columpio, e imagina aquellos días en que un hombre y una mujer se balanceaban sin preocupaciones antes de la expulsión. La grulla explora el lago. Con ramas secas construye un nido donde nacerán tres polluelos. El tiempo pasa y al
Foto: DUONG DINH
ritmo de las horas el lago va cambiando de vestido: azul, verde, rojo. Más allá, la onda de las colinas, ni tan lejos como lo inalcanzable, ni tan cerca como los barrotes de una prisión.
Los que antes la criticaron ya no lo hacen. Con las patas hundidas hasta la mitad, se yergue en medio de tres bolitas rubias y despeluzadas, que aún no saben volar. Sondean el agua con sus picos y luego, cuando salen a tierra, engullen granos, todo les gusta. La madre, siempre atenta al águila y al zorro extiende las alas y deja ver unas puntas negras que antes no tenía.
A veces el lago se viste de un color que atrae a las serpientes. Entonces suenan siseos que la grulla escucha espeluznada. A pesar del terror que le inspiran, las persigue a muerte para que desaparezcan, que no quede ni una, ellas causan la desgracia.
En una ocasión, estando la grulla de cacería, un ave devoradora de serpientes se lanzó sobre la presa que sujetaba con la intención de robársela.
Si la quieres, es tuya—le dijo— yo prefiero comer gusanos, pero me gusta atraparlas, soy buena en esto, cuando las tenga a la vista, puedo avisarte con tres graznidos.
Al ave rapaz le parece bien y se lo cuenta a las águilas culebreras que vuelan por la zona.
El plan funciona tal y como la grulla esperaba. Una vez localizados los demonios, convoca al ejército de águilas, que, hartas de comida, no tienen hueco ni para un polluelo. El Paraíso es un lugar más seguro y a salvo del maligno.
Los cambios de estación no minoran su disfrute, saben aclimatarse. Un día un sonido llama la atención de la grulla. Viene del cielo, cada vez más intenso, le resulta familiar. Son sus congéneres que van perdiendo altura hasta amarar en el lago como una lluvia blanca de flores. Su llegada es noticia que circula entre las ramas de los árboles, los brotes aún cerrados se apresuran a abrirse para ver el espectáculo del agua. Grajos, caballos y ardillas las miran desde lejos. Solo la grulla se aproxima orgullosa de mostrar a sus crías que ya vuelan, pero el líder le da la espalda por transgresora, y las demás lo imitan.
La grulla ve que algunas de sus semejantes tienen la cabeza escondida entre las plumas y al principio piensa que se acicalan, mas pronto descubre sus ojos espiando entre las rendijas y le conmueve su curiosidad. Reúne a los polluelos en un lugar visible y los anima a volar: describen círculos, hacen piruetas, planean. Se respira una nueva forma de vivir.
Cuando la bandada reanuda su éxodo, unas pocas aves deciden quedarse y forman una colonia. Les encanta jugar en el columpio, lo ven como el pendón que otros perdieron y que ahora las representa. A veces, mientras se balancean, las confunden con gallinas, pero no les importa, ellas saben que son las grullas valientes.
Foto: JOSE V MATEO HIDALGO