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Juan Depunto. Entrevista a José Mª Conget

Juan Depunto

Entrevista a José Mª. Conget, escritor

Estamos en la casa del escritor, en el centro de Sevilla, muy cerca de la Macarena, en un día que amenaza ser tórrido en este adelantado verano.

José Mª. es y ejerce de zaragozano, nacido en 1948, como no podía ser menos, recibió el Premio de las Letras Aragonesas en 2007 y conserva intacto su acento mañico. Pasó la infancia, adolescencia y comienzos de la juventud en su ciudad natal (en la que mantiene su casa natal como me acaba de decir hace un momento y de vez en cuando la visita), estudiando en los Jesuitas primero y luego en su Universidad, donde se licenció en Filología Moderna. Estuvo de profesor en Glasgow, Hellín y Tudela. Se casó con Maribel Cruzado Soria (ensayista y traductora) en 1972, con quien tiene dos hijos. En 1974, como profesor en Lima (Perú), dio clases de Literatura Latina y Literatura Norteamericana (Universidad de S. Marcos) y Lingüística General (Universidad Ricardo Palma). En 1978 ganó las oposiciones como profesor de Enseñanza Media, siendo Cádiz su primer destino en el Instituto Columela. Allí escribió sus dos primeras novelas. En 1984 se fue de profesor al Instituto Español de Londres. En 1990 sacó plaza en el Instituto Martínez Montañés de Sevilla. De 1991 a 1998 fue responsable de las actividades culturales del Instituto Cervantes de Nueva York. Luego volvió a Sevilla y de 2001 al 2003 desempeñó el mismo trabajo de responsable cultural del Instituto Cervantes de París. De nuevo regresó a Sevilla, jubilándose de la enseñanza en 2008. Ha escrito regularmente en prensa periódica de Aragón y Andalucía, además de haber publicado más de 23 libros de narrativa corta, novelas largas y ensayos. Ha recibido, además del Premio de las Letras Aragonesas, el Premio Cálamo, el Premio Estado Crítico y el Premio Búho en 2021. —Háblame sobre lo que te parezca de más interés en tu biografía y especialmente sobre tu libro recién publicado este año 2022, “Cenas de amigos”:

Cenas de Amigos es la última novela que he escrito y es quizás la más apartada de mi experiencia biográfica y trata de hablar de la generación que fue progresista y revolucionaria en su juventud y ahora está instalada en el confort. Y del contraste entre esta generación, que en la novela ocurre en la época de los “indignados”, y la de sus hijos. Es uno de mis libros más pesimistas, que alguien ilustre, como el profesor José Carlos Mainar, dijo que era mi libro más desolador y quizás lo sea así; no lo pretendí, pero así salió; a veces salen los libros como uno no quiere.

—Tus libros destilan un gran componente de tus propias vivencias. Personalmente creo que ocurre en todos los escritores, pero en tu caso me parece una característica tuya ¿me equivoco? ¿Es este el rasgo de tu estilo o cómo definirías el estilo?

Hay libros míos que son abiertamente autobiográficos, por ejemplo, Pont de l’Alma o Cincuenta y tres octavas son libros que hablan de mi experiencia como persona que vivió en Nueva York o que vivió en París. Hay también entre mis cuentos algunos que no lo son, se trata de relatos autobiográficos escritos en primera persona y en los que el personaje principal se llama como yo porque soy yo realmente. Luego mis primeras novelas se acercaban bastante a mi experiencia personal, pero después eso ha ido variando bastante, por ejemplo,

en El mirlo burlón no hay apenas nada mío, se trata de una generación más joven que la mía, es la generación que vive la muerte de Franco y el principio de la Transición estando en la Universidad. Yo la muerte de Franco la viví en Perú trabajando que es donde estábamos mi mujer y yo, que nos habíamos marchado de España huyendo de la casta franquista, y allí recibimos la noticia de que Franco estaba muy enfermo y finalmente se murió, después de una espera en la que parecía que se recuperaba para empeorar de nuevo después. Deseábamos que volviera la Democracia y regresamos. Entonces yo no tengo mucho que ver con los personajes de El mirlo burlón, salvo dos jesuitas que están inspirados lejanamente en dos profesores míos, a uno le debo mi dedicación a la Literatura; era profesor de Literatura, creo que el único buen profesor que tuve en el colegio de El Salvador (que fue por cierto el colegio al que asistió Buñuel) e hice un retrato muy favorecido del mismo. Por lo demás no tiene nada que ver conmigo y está basada en las vivencias que me contaron lo amigos que sí que vivieron la Transición en España.

En cuanto al estilo, empecé escribiendo libros con una técnica mucho más barroca, con frases enormemente largas que parece que no terminan nunca y conforme ha ido pasando el tiempo me he ido aproximando a un estilo coloquial culto, digamos; procuro acercarme a la forma que hablo y hablan la mayor parte de mis amigos, evitando naturalmente todas las incorrecciones y cacofonías que utilizamos cuando estamos hablando sin pensar en hacerlo con un estilo cuidado.

—Los sentimientos y todo lo relacionado con ellos (amistad, amor, odio, celos, erotismo, sexo), junto con el humor y la ironía forman también parte importante de tus escritos. Amplíame algo al respecto.

Cualquier relato se basa en sentimientos. Es imposible escribir un libro sin sentimientos. Puede haber alguna novela en la que los contactos sociales son escasos, Robinson Crusoe por ejemplo, aunque al final tiene a Viernes y luego sale de la isla y le pasan muchas cosas. Delibes decía que para hacer una novela son necesarias tres cosas: Un hombre, un paisaje y

una historia. Si hay un hombre y una historia es normal que este hombre tenga relaciones con los demás y la mayor parte de los seres humanos tienen familia. Eso ya da para un tema; Freud decía que la familia es el origen de toda neurosis y también lo es de tantas otras cosas. Hay muchas familias en mis libros; Palabras de familia es el título de mi quinta novela y es el retrato de una familia aragonesa, que no tiene que ver con la mía, pero tiene cosas que se le parecen.

El amor y el desamor son experiencias comunes a la mayor parte de los seres humanos, aunque hay gente, como el escritor Fernando Quiñones, que me dijo que no se había enamorado nunca, que había estado encoñao, pero no enamorado. Y pensé que era una pena, recuerdo esos versos de Cernuda que decía “Si muero sin conocerte no muero porque no he vivido”. El amor es una experiencia esencial en la vida humana y una de las más importantes, aunque se acabe.

—Has sido y eres un gran lector, además de aficionado (y luego experto) en comics y cine. Tan importante es esto para ti que llegaste a decir en una entrevista que “Para mí la gloria sería que un cine de barrio llevase mi nombre”. ¿Lo mantienes?

Bueno, son “boutades”, ya no existen los cines de barrio. Cuando era niño, en Zaragoza, recuerdo que las más antiguas películas las encontrábamos en los cines más periféricos de Zaragoza, Delicias, Torrero, Venecia, el del Norte… Todo eso ha ido desapareciendo y en mi ciudad solo quedan unos multicines y una sala, el cine Cervantes. Y en Sevilla pasa lo mismo, queda el Avenida en versiones originales y el Nervión que para mí ya casi son las afueras. También dije que si alguna vez cerraba el cine Elíseos (que es el que tiene más recuerdos para mí, fue cine de Arte y Ensayo y luego filmoteca de Aragón), que si se cerraba no volvería a la ciudad, tomé parte de una campaña para salvarlo y lo cerraron y convirtieron en un Mac Donald que no puede ser peor destino… Y he vuelto a Zaragoza. Tengo ahí otra casa, familia y amigos. He vuelto y volveré siempre. Es verdad que el cine ha representado y representa mucho en mi vida. La primera película que vi fue en pañales, permitían entrar a los niños si no lloraban mucho. De la primera que recuerdo (no me sale su nombre) me acuerdo de su trama, de extraterrestres y terror. Yo iba al cine todos los días; a clase no iba todos los

días, pero al cine sí. Era un “refugio pecatorum”. Siempre me metía en alguna película y era como una burbuja en la que durante hora y media o dos horas no estaba pensando en problemas laborales o personales.

Y mi afición a los comics, a los tebeos, viene de que tenía ganas de aprender a leer; mi madre me enseñó a los tres años y me acuerdo perfectamente de las ganas que tenía de leer lo que ponía en esos tebeos. Dejé de leerlos en la época universitaria porque me avergonzaba estar leyendo a Kierkegaard o Sartre y al mismo tiempo al hombre enmascarado, Flash Gordon… Y luego me avergoncé de haberme “avergonzao” y he vuelto a leer tebeos y sigo teniéndolos. Tengo una buena colección.

—Escribiste sobre el cine en la poesía española, pero no me consta que hayas publicado poesía ¿la reservas para tu intimidad?

No, Dios no me ha llamado por ese camino, afortunadamente. Hay muchos más poetas que lectores de poesía. Solamente se leen entre ellos y, como decía Quevedo, los poetas salen hasta debajo de las piedras, como los escorpiones. He leído mucha poesía, aunque ahora leo poca, solo la de los amigos que te envían sus libros y esas sí las leo. En la adolescencia escribí poesía, pero me di cuenta inmediatamente de que no valía para eso y desde los 17 años no he vuelto a incurrir en ese delito. En privado alguna sí he escrito.

—Has enseñado Lengua y Literatura. ¿Cuál es tu opinión sobre la docencia de ambas disciplinas? ¿Crees que en ese aprendizaje está la clave de lo poco que se lee en este país?

En parte es verdad. En España no se enseña Literatura, se estudia Historia de la Literatura y se les obliga los alumnos a aprenderse de memoria cómo hay que saber distinguir la Escuela Sevillana de la Salmantina, la Generación del 98, etc. Pero no se enseña a leer, con atención, sentido crítico y sobre todo con capacidad de disfrute de aquello que se lee. Yo, como profesor me negué a utilizar manuales y a que tomaran apuntes; no quería que me repitieran como loros. Leíamos juntos cosas y las comentábamos y había que hablar, discutir. Por eso, si podía saltarme los programas de la Enseñanza Media, me los saltaba, aunque para la selectividad no me quedaba más remedio que explicarlos. La Universidad tampoco ayuda. He tenido alumnos que aborrecían la literatura y lo hacían porque para ellos era una serie de rollos que no les decían nada y no tenían nada que ver con su vida. Aparte de que el mundo de ahora tampoco invita mucho a la lectura, los chicos están metidos con sus móviles en internet, etc. Creo que una buena enseñanza ayudaría desde luego.

—Has hablado del mundo de ahora y me ha venido a la cabeza “El mundo de ayer” de Stephan Zweig…

Pues mira es un libro muy admirado por todos, está muy bien escrito, pero yo le pongo muchas pegas. La primera, que miente. Stephan Zweig se salta toda su participación, enormemente agresiva y partidaria, en la Primera Guerra Mundial. Él admiraba mucho a un pacifista, pero él no lo fue en absoluto, él fue muy prusiano en eso. Lo ha olvidado y prescinde de ello. Luego tiene una nostalgia de un mundo burgués… Es como la nostalgia de los americanos del sur de antes de la Guerra de Secesión… Seguro que un obrero de su época que no iba a su lujoso colegio no tenía esa nostalgia. Si se compara con Kafka que también era judío y fue a un colegio burgués, Kafka fue mucho más crítico. Es muy mentiroso, pero a la gente le gusta que le mientan.

—¿Te gusta la fotografía? ¿Cómo la relacionas con la narrativa?

A quien le gusta la fotografía más es a Maribel. Todos esos libros de ahí (señala a una librería que ocupa toda una pared del salón) son de fotografía. Sabe mucho de historia de la fotografía. Ella me ha contagiado su pasión y, aunque no hago fotografías, algunas me gustan mucho y a otras les he dedicado un texto literario. Pero la relación con la narrativa la veo como la del cine: no hay ninguna relación. El cine aprendió de la literatura pero no hay un cine literario y cuando hacen películas así suelen ser un poco pedantes.

Hay libros míos que son abiertamente autobiográficos, por ejemplo, Pont de l’Alma o Cincuenta y tres octavas son libros que hablan de mi experiencia como persona que vivió en Nueva York o que vivió en París. Hay también entre mis cuentos algunos que no lo son, se trata de relatos autobiográficos escritos en primera persona y en los que el personaje principal se llama como yo porque soy yo realmente. Luego mis primeras novelas se acercaban bastante a mi experiencia personal

—Tú, que eres un escritor para lectores cultos, que publicas en Pre-textos y al que no le gustan las presentaciones de libros con toda la fanfarria que las rodea, ¿cómo crees que se podrían promocionar los libros?

Desde las 4 o 5 últimas publicaciones mías no he querido presentarlas. Me dan pudor. Te presenta normalmente un amigo tuyo que dice que “eres alto y rubio” y eso es mentira. Tampoco voy a las ferias del libro. Cuando vivía en Cádiz fui a una con mi primera novela porque el Ayuntamiento me compró un libro y me puso en un stand a firmar. Solo vendí uno a un escritor, Jesús Fernández Palacios, que luego fue mi amigo. No me gustó nada, eso es humillante. Hombre a un Reverte que vende mucho le va bien. Ser un “escritor de culto” quiere decir que no vendes casi nada…

Respecto a promocionar libros, antes una buena crítica puesta en El País hacía vender, pero ahora no se lee prensa. Además, casi todas las críticas están apalabradas de antemano. Nunca se ha “gastao” tanto papel con tan poco efecto. Se promocionan por las grandes editoriales, poniendo montañas de ejemplares en las grandes superficies de venta. Los Premios Planeta, y todos los que dependen de esa editorial, suelen ser infames (salvo el Jinete Polaco de Muñoz Molina) y sin embargo son los que más se venden. La gente se pregunta qué regalar para Reyes y se contesta “El Premio Planeta”, aunque luego no se lea… Es difícil ahora promocionar un libro.

—¿Cuál es el libro que más te ha gustado leer y cual te gustaría escribir? ¿Y el próximo tuyo?

El que más me ha gustado no lo puedo decir: Me han gustado muchísimos. De niño me encantaba Salgari, El corsario negro, Sandokan, en la adolescencia los grandes novelistas rusos. Me introdujeron en la literatura de adulto Kipling, Chesterton, Wells y luego los latinoamericanos. En fin, tantos. En los últimos años uno de Amos Oz, Del amor y la oscuridad, un libro maravilloso y emocionante.

El libro que me gustaría escribir: pues el que me permita seguir escribiendo.

Sí puedo decir que a principios del año que viene sacaré un nuevo libro de cuentos que se llama La verdad sobre el amor, son sobre unos versos del poeta Oden y son diez cuentos. El título me lo quitó Italo Calvino que escribió un libro que se llamaba Los amores difíciles que son diez cuentos sobre amores difíciles de gentes de todas las edades.

—Eres gran amante de la música. ¿Cuáles son tu obra y autor preferidos?

Tampoco puedo responder a eso y de nuevo en la familia la más musical es Maribel. Oye dos notas y enseguida te puede decir “Brahms” o “Bob Dylan o el que sea; su oído abarca todo tipo de músicas y está todo el día oyéndola. . Yo cada vez oigo menos música porque he notado que si tengo que escribir y me pongo a oír música, hay determinadas piezas que me pueden conmover mucho y entonces ya no puedo escribir. He cogido un poco de miedo a esta emoción excesiva que me produce la música. Voy a conciertos de clásica en Sevilla, sobre todo a los de la “Orquesta barroca” que me encanta y es curioso que entonces no me emociona tanto como en casa, en la que suelo planchar con música. De hecho, Maribel me grabó una serie de piezas que llamó “Música para escuchar mientras se plancha” y acertaba. De música clásica la que más me gusta es siempre la del barroco y luego Schubert. Y después la “chanson”, la canción francesa, Brel, Piaf… La gran poesía francesa está en sus cantantes. —Quieres añadir algo más?

Nada más. Muchas gracias.

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