Los niños, en términos de (Nomen, 2015), pueden practicar filosofía —entendida esta, como un saber que sirve para reflexionar y pensar por uno mismo— y, si añaden este modo de pensar a su vida, pueden participar desde una ciudadanía reflexiva, crítica, para construir un mecanismo genuino del pensamiento.
Para ello, la niñez necesita saber qué es el pluralismo y la multiplicidad de saberes. Para que, se pueda conjugar el respeto a la particularidad de cada ser humano, formando principios de respeto y razonabilidad, donde el ciudadano se forme como ciudadano del planeta y, no solo de una región o nación. De esta forma, se podrían eliminar los prejuicios raciales, chauvinistas y de exclusión, así como también, la hegemonía de un sistema filosófico, las ataduras del dogmatismo y se derrumbarían las barreras de la ignorancia.