Edición N° 1, Año 2014
Cuentos para Leer y disfrutar
Publicación realizada por el Departamento de Gramática, seccional Santa Marta.
Fallo del Concurso de Cuento 2013 Universidad Sergio Arboleda Seccional Santa Marta
El jurado —integrado por los escritores Ramón Illán Bacca, Ibeth Noriega Herazo y Guillermo Tedio— del Concurso de Cuento 2013, convocado con el tema de “Paz, reconciliación y Derecho Humanos”, y organizado por el Departamento de Humanidades - Gramática de la Universidad Sergio Arboleda, seccional Santa Marta, después de leer los cuentos recibidos y hechas las debidas deliberaciones, decidió fallar el Certamen de la siguiente manera: PRIMER PUESTO: Para el cuento “Mi Casa”, identificado con el código 014, y cuyo autor es Mar Stefany Quevedo Gutiérrez. SEGUNDO PUESTO: Para el cuento “Luz en la oscuridad”, designado con el código 008 y cuyo autor es Andrea Suárez Burgos. TERCER PUESTO: Para el cuento “Sin título pero negro” con el código 024 y cuyo autor es Javier de Jesús Viloria Escobar. El Jurado felicita a la Universidad Sergio Arboleda y su Departamento de Humanidades y Gramática por este estímulo a la escritura creativa entre los jóvenes, hecho que propicia un acercamiento, con imaginación, a nuestras realidades socioculturales. Cordialmente, Ramón Illán Bacca Ibeth Noriega Herazo Guillermo Tedio
En esta edición Edición N° 1, Año 2014
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Primer Puesto
Mi casa
Autor: Mar Stefany Quevedo Gutiérrez Seudónimo: Marful
Segundo Puesto
Luz en la oscuridad Autor: Andrea Suárez Burgos Seudónimo: Andrea
Tercer Puesto
Sin título pero negro Autor: Javier de Jesús Viloria Escobar Seudónimo: Azapopulus
Preseleccionado
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Dirección General Revista Alfredo Avendaño Pantoja Diseño y Edición Revista Guillermo Reyes Fierro Redactores Mar Stefany Quevedo Gutiérrez Andrea Suárez Burgos Javier de Jesús Viloria Escobar Johana Milena Gutiérrez Jiménez Ricardo Arturo González G. Jorge Mario Escobar Molina Fotografía Bancos de fotos gratuitas en Internet, con licencia Creative Commons ©
La Historia de la Montaña Autor: Johana Milena Gutiérrez Jiménez Seudónimo: JMGJ
Preseleccionado
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Revista virtual publicada por el Departamento de Humanidades y Gramática de la Universidad Sergio Arboleda, seccional Santa Marta (Colombia).
Los Honores del Capitán Reales Autor: Ricardo Arturo González G. Seudónimo: Cronopio Senil
Preseleccionado
Te amo fútbol Autor: Jorge Mario Escobar Molina Seudónimo: El Maradona de los Cárpatos
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Mi
Casa
Autor: Mar Stefany Quevedo Gutiérrez Seudónimo: Marful Para escuchar la narración de este cuento desde su dispositivo móvil, favor escanear el código.
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E
n el pueblo de Paternostro pocos sabían de la propiedad, los vecinos miraban con recelo la aparente sofisticación de la familia Hamilton. La primera semana, Blanca organizó sus finos muebles, recorrió todas las habitaciones y se empapó de la extraña impecabilidad y de la misteriosa paz que la casa irradiaba. Los sucesos comenzaron con la partida de Tomasa, la criada de Blanca. Nunca argumentó por qué se fue. Blanca estaba aturdida y cansada en ese mes, era invierno pero las hojas del roble del patio estaban tan arraigadas como la profundidad de sus raíces. La señora Hamilton recuerda aquel martes como la tempestad que nunca había vivido. Ya casi se asomaba el ocaso cuando decidió cortar los frutos rojos de los extraños árboles de la entrada; se veían jugosos y dulces, pensó, mientras batía el zumo espeso. John estaba lejos del pueblo, en la compañía de su padre cuando Blanca le envió el telegrama: José y Margarita se habían intoxicado con una sustancia parecida a la sangre, decían los médicos, pero Blanca jamás entendió esta cuestión.
Transcurrieron meses antes de que pasara el tercer suceso. Blanca se había acostumbrado a no tener criada, a visitar los niños cada domingo en el internado y a ver a su esposo cada diez o quince días. Estaba sola en la casa y a veces por las noches, la escuchaba quejarse. Era una mañana cualquiera cuando el alba penetró. Blanca despertó con un sin sabor, la casa estaba opaca, casi muerta y un olor putrefacto había impregnado la sala. Blanca abría el portón principal para dejar salir la peste cuando se encontró con la razón de esta: los frutos de aquellos extraños árboles se habían caído, y yacían aplastados en la reja, en el césped del jardín, en la fuente y hasta en los escalones de la entrada, charcos y más charcos de la sustancia roja. Blanca no comentó esto con nadie, prefirió pensar que era una broma de algún vecino envidioso. Era diciembre de 1932 cuando John dio la noticia. La compañía de su padre se iría del país. Los cambios se vieron cuando José y Margarita no volvieron al internado, ya no había auto ni muebles finos y la comida empezó a ser las sobras del mercado. Blanca lucía agotada y cada vez más vieja, la casa empezó a llenarse de moho y hongos, sus hijos malcriados no la ayudaban y John solo llegaba a casa a sacar un cuadro o alguna joya para vender. Pasaron 10 años antes de que ocurriera otro acontecimiento significativo. Aunque al pasar de los años la casa se marchitaba cada día más, el árbol de hojas brillantes había quedado completamente desnudo, las rejas azul cielo perdieron su color y el rechinante blanco de la residencia ya era color hueso. Al final de cada jornada caía uno o dos frutos de sangre en el suelo y la casa no podía respirarse de la putrefacción. El invierno había multiplicado las goteras y la madera parecía más podrida. Una mañana José salió y nunca más volvió, los vecinos murmuraban que se había vuelto como su padre, un pillo de corbata. Margarita era la prostituta del vecindario, en su imaginación aún zumbaba su apellido de nobleza, pero en
la realidad no era más que una barata comidilla. Ese día Blanca se sentó desnuda en el único mecedor que quedaba en la casa, quería sentir un poquito de libertad. Su cara arrugada y su cuerpo delgado ansiaban respirar. En ese momento llovía torrencialmente, los rayos iluminaban su rostro y en el jardín se había formado un rio de agua y sangre, y algunas hojas amarillas volvieron a aparecer arrastradas por la corriente. La casa, al paso de las aguas, se caía a pedazos pero Blanca se reía a carcajadas. Un viajero joven que pasaba por allí al empezar la lluvia, buscó dónde refugiarse. Era tarde y temía ser alcanzado por una centella. Contempló la casa en ruinas, casi inundada y al ver que se encontraba muy lejos del pueblo entró. Retrocedió cuando descubrió a Blanca, pero esta le hizo señas de paso. Blanca no se cubrió. - ¿Qué haces en esta miserable casa? - preguntó el viajero. - Es mi casa - respondió Blanca. - Está en ruinas, no sobrevivirás aquí, no veo muebles ni creo que haya comida – comentó sin alzar la voz, reconociendo la estancia desvencijada-. Es una porquería esta casa, se derrumbará y morirás en ella -añadió preocupado y confundido. - Muy bien lo has dicho: moriré en ella, en mi casa. Cuando la vi era la más hermosa de todo Paternostro. Se llamaba Colombia -replicó Blanca, arreglándose el cabello. - Entonces, ¿por qué no cuidaste de ella?- pregunto el viajero Ella lo miró de lado, sonreída, alisándose los cabellos encanecidos. Respondió sin dejar de mirarlo, sin dejar de plisarse los cabellos: - Porque ignoraba entonces que estaba viva. Ahora se muere conmigo.
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Luz en la
oscuridad
Autor: Andréa Suárez Burgos Seudónimo: Andrea
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A
quella noche fría, estrellada y con una luna llena de suspiros por los que se encontraban lejos. Lo único que sentía era el viento rosar por su cuerpo, ansiosa su piel por que las brisas frígidas cesaran. Con el corazón seco y vacío, deseoso que esa oscuridad cubierta de lágrimas entrelazadas con lluvia, terminara pronto. Llego el amanecer, todo había cambiado, ahora el sol secaba cada gota de agua, y el calor se apoderaba de cada centímetro de su piel, eso no era nada comparado con lo que sucedía en su alma. Al pasar un segundo más en cautiverio se marchitaba su vida, se secaba la esperanza de eso que ya había olvidado hacer, vivir. La única esperanza al salir el radiante sol y verlo escabullido entre los altos árboles de la selva era escuchar la radio, mensajes de esperanzas,
de las familias de todos los secuestrados. Así de crueles serian aquellos, que apagaban la radio al comenzar el programa, se reían de aquel dolor incesante que quebrantaba y apagaba su espíritu, lleno de ira y desesperación se desahogaba emitiendo gritos, todo era en vano, tenía sus pies y manos encadenados a un árbol imposibilitando sus pasos. Con un plato de comida al día, sobrevivía, pero, muerto en vida si estaba. El cielo ni con su inmensidad lograba llenar aquel vacío que atormentaba su corazón. Recapitulaba cada momento de su vida por medio de recuerdos, entendiendo el significado de valorar el regalo más grande, la vida. Un nudo en la garganta no permitía que salieran palabras de su boca, abrumado en su dolor e inundando sus ojos de lágrimas que salían como por inercia.
Se detuvo su vida, justo cuando sintió un impacto en su pecho, de inmediato su subconsciente le gritaba “¿te darás por vencido? si ya sufriste lo mucho, sufre lo poco. Y en realidad, si. Era preferible ese dolor que aquel sufrimiento perenne que lo sumergía. Ese momento, esos pocos segundos se habían convertido en el momento preciso para decidir entre renunciar al mundo opresor de la libertad o viajar a la eternidad, sin limitación alguna y justo ahí se cerraban sus ojos, esfumándose en la oscuridad eterna, la luz. En la selva todo era verde y húmedo. Al abrir sus ojos un rayo solar penetro su vista y sin pensarlo quiso morir definitiva y perpetuamente; todo era verde y húmedo.
Era un día del 2007 cuando recordó uno de los derechos que durante su libertad promovió, el derecho a la vida y a la libertad, esa que ahora mismo le estaban arrebatando. Le afligía saber que se estaba perdiendo momentos valiosos afuera del monte y que la vida seguía sin esperar por nadie. Creía en su país, creía en la justicia, creía en aquellos que entendían los derechos humanos, creía que aun podía ser libre. Pero, sus ilusiones se devolvían de la misma forma como se devuelve una ola de la orilla del mar, cuando el sol y la luna le avisaban que se pasaba un día más encadenado, un día menos de libertad. Perder la noción del tiempo al dormir quizás era lo más placido que vivía en ese entonces, peor era estar lúcido y despierto sin aliento de vida. Hasta que supuso que por fin salía el arcoíris en su vida. Desde las alturas escucha el sonido de helicópteros. Seguidamente, escucha tiroteos. Estaba desesperado, de lejos y sin certeza alguna podía percibir el olor de la libertad.
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Sin título
Pero negro Autor: Javier de Jesús Viloria Escobar Seudónimo: Azapopulus
S
andra debe estar muy feliz esta mañana. Tal y como lo predijo: mi equipo perdió la final y ahora tengo que ir a cenar con su familia como castigo por su acierto. Aun no puedo creer que ese maldito negro haya errado el último penalti. Los africanos no deberían jugar en la liga local ya que son una contaminación visual en el campo. Por su culpa ahora tendré que aguantarme el circo que conforman los parientes de Sandra sin vomitar. Me causan asco. No puedo soportar tanta insignificancia reunida en un solo lugar. En ocasiones siento que un poco de esa porquería la contamina y deseo lavarle, decantarle y estrujarle la sangre para purificarla. Por alguna razón que no logro descifrar me importa y quiero volverla perfecta. La buseta ha dado como veinte vueltas y no soporto mas a la vieja que se sentó a mi lado. Se queja de todo: los tatuajes del conductor, la música en la radio, el valor del pasaje, el calvo que enamora a la joven en la banca trasera, el motociclista sin casco, el hombre que hace malabares con machetes en el semáforo. Pobre marido, ese anciano debe estar rogando que la muerte se la lleve muy pronto para el infierno, si es que la dejan entrar. Vieja escandalosa. Con el mayor placer del mundo le cortaría la lengua en tantos pedazos como fuera posible.
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¡Qué suerte la mía! Doña cantaleta pide parada en la misma estación que yo. Peor aún, me dice le ayude a cruzar la calle. –
Claro- le digo con una sonrisa macabra mientras la empujo hacía el camión repartidor de cervezas que se acerca. Si ese negro repugnante no hubiera errado el penalti, Sandra no estaría ahora llorando la muerte de su abuela ni yo tratando de convencer a un policía que lo hice pensando en el bien común de la humanidad. Felipe se había tatuado en el cuello el escudo del equipo, el rostro de crack africano en la espalda y las estrellas correspondientes a cada campeonato ganado en el pecho, con un espacio para incluir la que ganarían ese día en la final. Tenía toda la emoción del planeta reventándose contra las paredes de su alma, se colocó la camiseta, tomó la bandera y se dispuso a encontrarse con el resto de la barra para ir al estadio. Él era un joven de carácter arrogante, irresponsable y amante del futbol. A fuerza de peleas, más que de coros, se había convertido en la cabeza de la barra más conflictiva del equipo después de romperle la cara al líder anterior. Vivía con su madre en uno de los barrios con mayores índices de delincuencia de
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la ciudad, donde la muerte tiene forma de mendigo en las esquinas y observa a las víctimas a través de la mirada solitaria de los perros. Dejó la universidad en segundo semestre después de intentar contarle la cara a un profesor que sostenía que el futbol era el deporte de las bestias y por ende indigno de tanta atención. Cada vez que salía de la casa su madre encendía velas a sus siete santos mientras repetía el rosario hasta su regreso. Felipe sintió que se le desprendían los órganos por dentro cuando el portero atajó el último penalti, le cambió el ritmo de la respiración despertando los siete demonios que habitaban en su mente y los cuatro muertos de sus manos. Por un momento consideró arrancarse la piel de la espalda para borrarse el tatuaje.
después de que la pierna más cara del equipo errara el último penalti que lo deshonraría ante su hermano durante toda la vida. A la mañana siguiente, mientras el futbolista africano observa las noticias sobre la final que había perdido su equipo en la noche anterior recuerda todas las imágenes que pasaron por su mente cuando estaba frente a la pelota observando los movimientos del portero. Todos los números de la temporada dependían de sus pies en ese instante y pensó en las palabras de su padre repitiéndole que por mucho que se esforzara en un sueño en algún momento lo echaría a perder, es por eso que lo abandonó la esposa, los amigos lo olvidaron y la familia lo rechazaba. Ese balón representaba más que una decisión para él. Había sobresalido durante todo el campeonato y sentía la presión de la voz de su padre y de los cantos de los hinchas enredándole las venas a sus zapatos. Miró con mayor atención hacia el arco y el arquero ahora tapaba todos los ángulos debajo de los tres postes, probablemente también se estaba jugando la vida en esa atajada y quería demostrarle a alguien que podría lograrlo. Escuchó la orden del árbitro y después de patear solo pudo observar como los guantes atraían el balón como un imán al hierro.
Las calles se estaban pintando con los colores del equipo rival para celebrar el triunfo. Él tiró la bandera al piso, se quitó la camiseta para enrollarla en su brazo izquierdo, sacó la navaja y se lanzó contra un pequeño grupo de hinchas contrarios. Alcanzó a herir a un joven de cabello oscuro pero cuando referenció su siguiente objetivo pudo sentir como el filo de un cuchillo le penetraba la espalda las veces suficientes para erradicar el rostro del diez africano que se había dibujado y reemplazarlo por sangre. Esa noche su Escucha el timbre y se dirige a abrir la puerta mientras madre se había quedado dormida a la mitad del dos hombres desconocidos lo esperan en la entrada. rosario y los cirios a las tres figuras de yeso estaban apagados. Alberto no solo había apostado la mitad de su fortuna sino también el orgullo y honor ante su hermano en aquel partido. Desde muy niños su padre los enseñó a competir entre ellos por ser el mejor. Diferían en casi todo a pesar de haber nacido el mismo día y era una humillación para uno ser superado por el otro. Ambos decidieron darle continuidad a los negocios ilícitos de la familia aunque cada uno lo hacía en contexto diferentes y bajo mascaras de legalidad. Alberto no había matado a su hermano porque le prometió a su madre, antes de que muriera, que no lo haría e igual promesa hizo su hermano. Alberto había financiado la adquisición más importante del equipo local en toda la historia. Observó la final desde su asiento de honor como accionista y con el carácter implacable heredado de su padre tomó el teléfono para dar instrucciones
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La Historia de la
Montaña Autor: Johana Milena Gutiérrez Seudónimo: JMGJ
E
n un pueblo lejano, donde las montañas emanaban fuentes de paz, la tranquilidad era la comida del día a día, un hermoso paraíso allí vivía Sofía una adolescente separada por un hilo de la niñez que dejaba en el camino, llena de vida, ilusiones con grandes sueños y metas por cumplir esa era ella, una trabajadora incansable, una guerrera de vida.
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Rápidamente Sofía corrió a vestirse, repentinamente sus ojos son tapados. Sofía dice: ¡Imposible no reconocer esas manos, Daniel!
Era Daniel su amigo de infancia ese que hacía que los días y las noches pasaran tan rápido, porque el amor Su familia dos hermanos adorables, niños juguetones hizo de cada momento un sueño. nacidos del amor de toda a vida de Catalina y Andrés, un amor del campo de la sencillez de cada detalle Daniel dice: Espere tanto por este momento. que la naturaleza le podía regalar. Daniel regresaba de un largo viaje, los estudios Su familia conservadora, de buenas costumbres, separaron los destinos pero este estaba escrito, se admirada entre la sociedad esa que enaltece y puede encontrarían en un lugar. discriminar, pero ¿porque? Si siempre se destacaron por sus buenas costumbres por ser la llamada familia Sofía dice: Daniel espere tanto este momento. perfecta, honorable y respetada. Un largo beso irrumpía la inocencia, el amor hizo Sofía como de costumbre salía en las mañanas a parte del sendero a caminar. entrelazarse en la corriente que de la montaña ha de llegar, sus cabellos adornados por la pureza y Pasados los días, se escribía la historia de la cual la transparencia de esa agua que ha de limpiar el cuerpo, montaña fue el mayor cómplice, llego la fecha habían templo de alma. pasado 28 días y no se notaban ni rastros de ella. Sofía muy nerviosa actuaba, la comida se hizo a un lugar, Sofía dice: ¿Quién anda allí? un corazón latía en su vientre no podía ser algo más.
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Sonidos muy extraños escondieron el silencio.
Sofía busco a Daniel.
Sofía dice: Daniel estoy embarazada. Las lágrimas bañaban su rostro. Un silencio largo y color pálido abrazo a Daniel. Daniel Dice: ¡No Sofía como pudo pasar esto! ¿Qué vamos hacer? Cada momento más tenso, el terror inmenso, del repudio de una sociedad clasista, que dirá la familia, porque la vida estaba llena de preceptos que simplemente la libertad oprimía en el sendero de una vida. Daniel y Sofía visitaron al médico de otro pueblo porque nadie se podía enterar de tan nefasta noticia, la casi mujer con un prometedor futuro en el pueblo no podía cometer ningún error. Medico Dice: Estas en la sexta semana de gestación, escucha como late el corazón. Daniel y Sofía se miraron en la inmensidad de infinita de un alma que amaban, debían cuidar y respetar, porque todos tenían derecho a la vida. Andrés y Catalina Dicen: Cómo pudiste hacer esto, que dirán mi familia, mis amigos, el pueblo eres la vergüenza de esta familia, ese niño no puede nacer. La bendición más grande se convirtió en la pena de la familia. Sofía dice: Mama, papa tengo miedo. Catalina: Vamos al médico, nadie puede saber de esto. Todo estaba, una camilla, la cama de cirugías, Sofía acostada con mirada maltratada, Sofía pensaba. Sofía Dice: Ni la familia, ni la sociedad me devolverá este niño que llego en estos momentos a mí, yo tengo la valentía de asumir mis responsabilidades y todos tenemos derechos a ser libre, a la integridad, al respeto y tolerancia pero sobretodo esto prevalece el respeto a la vida. Sofía y Daniel no se casaron, vivieron los momentos, quisieron saber si su destino era estar juntos, en el pasar de los días nació Luciana un ángel de Dios y en cada momento hubo reconciliación papa y mama entendieron que el amor está por encima de todo, lo demás son adornos que acompañan la vida en cada momento.
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Los Honores del
Capitán Reales
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Autor: Ricardo Arturo González Seudónimo: Cronopio Senil
L
os disparos a las seis de la mañana reemplazaba el pequeño despertador que durante años en el batallón levantaba al capitán Reales. Su celda era pequeña, donde solo había una cama maltrecha con sabanas grises, y una pequeña ventana con barrotes gruesos que le daba vista al patio del batallón N. 23, donde pasó sus últimos días de gloria; ahora estaba en una celda vigilada por un infante que alguna vez se puso firme ante el paso del capitán Reales. Las razones para que el capitán Reales estuviera en la celda de su propio batallón son por un altruismo casi que sagrado que poco se ve en los seres humanos. El capitán había recibido una orden de fusilar a más de cien personas en el pueblo cercano al batallón, pues según los altos rangos estos estaban armando una rebelión, y era necesario que rodaran algunas cabezas para dejar claro quién manda a quien. Sin embargo el capitán Reales no movió ni un solo hombre para tal masacre, por lo cual se le acusó de rebelión.
El capitán Reales era vigilado a toda hora, incluso cuando se iba a duchar una vez al día era vigilado por dos soldados, pues cualquier intento para quitarse la vida antes del juicio tenía que evitarse. Ya sin su uniforme, ni sus estrellas en los hombros no tenía nada que perder.
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Con una barba de tres días, pelo un poco largo pero aun guardando su corte formal, y su mirada aun impotente el capitán Reales observaba el patio siempre a las seis de la tarde cuando todos terminaban sus labores, sin embargo a las siete de la noche salía un grupo de cuatro hombres, sus hombres de confianza durante seis meses quienes a través de la pequeña ventana lo saludaban y le daban sus respectivos honores al capitán sin que el guardia se diera cuenta.
El día del juicio, el capitán Reales concluía en su ser que morir por una andana de flechas, balas o piedras no importaba; el ser humano es tan Dios como aquel que crearon a viva semejanza suya, un Dios que juzga, tal como lo hacemos nosotros.
seguido ofrecieron a sus pies un revolver que siempre lo acompañó, el cual llamaba cariñosamente Matilda. Sus hombres, leales y de confianza sabían que el Capitán Reales no iba a huir con ellos, por lo que a ver su arma en sus manos los miró, la guardo y los despidió con su mano en la frente y paso firme. Los El capitán Reales sabía y concluía en su último día de hombres se fueron en medio de un intercambio de vida que la paz era algo utópico, que el absurdo del disparos. ser necesita caos para reproducir una realidad de la cual debemos superarnos cada día. Marco, guardia, el El capitán Reales había recibido entonces su última cual nunca le dirigió la palabra a Reales notaba en sí esperanza: ser el propio juez de su destino. Se aferró a mismo la esencia de la desesperanza del hombre su su arma, la llevo suavemente a su boca y en menos de reo. cinco segundos un rio de sangre salía de la celda del capitán. Ese disparo silenció a toda el batallón. Las balas se escuchaban. Cada día traían a diez personas del pueblo al batallón para fusilarlos en la El capitán Reales sale, arrastrado por dos soldados de pared que quedaba justo al lado del capitán Reales. su celda viendo el ocaso que siempre veía desde su Mientras estaba acostado, ignorando esa pared comando, cuando sus tres estrellas tenían valía y eran escuchaba como las balas retumbaban y los gritos el significado de ser hombre de guerra, y el cual era de desesperación se apoderaban de su espalda, ser al menos uno de los últimos hombres que tiraran cada vez más se aferraban a él y a los verdugos, esos de un gatillo para poder gritar libertad y paz. Los verdugos que existen en todos los tiempos y llevan a mártires son algo de todos los días, como el capitán cuestas el destino de las personas, tal cual como un Reales que decidió ser su propio juez y darle a su escritor que se convierte en Dios de sus pequeños público, expectante de verlo en la pared mientras una universos escritos, el mártir hace arte siendo Dios, la decena de tiros lo atraviesa en la espalda, una imagen representación del control de la vida. de él saliendo a rastras a ser enterrado en otro lugar. La ejecución se llevaría a cabo a las seis de la tarde. Una vez, amaneció ese día, el capitán Reales amaneció y vio, en primera fila por órdenes del general que Reales presenciara la muerte de los diez últimos cien que debió asesinar. Una vez lo mandaron a su celda de nuevo, se sentó en la cama a esperar cinco horas la tan anhelada muerte ya. El capitán Reales se había vuelto un mártir, se le notaba en la cara; tenía la mirada llena de desesperanza y como cualquier mártir descansara en los dedos de sus verdugos, el cual eran todos, incluso aquellos que no hicieron nada, pues, como concluyó en el cualquier momento de la jaula aquel que deja ver el mal es un culpable más. El capitán Reales escuchaba balas. Un intercambio de disparos lo obligó a asomarse en su pequeña ventana con vista al patio y vio que un grupo de alrededor veinte hombres fuertemente armados, con las caras tapadas se abrían paso frente a los múltiples pelotones que se preparaban para la ceremonia de la ejecución. Dos de esos tres hombres abrieron la celda del capitán Reales, y sin más preámbulos le hicieron honores militares a su capitán en decadencia. Acto
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l o b t fú
Te amo
Autor: Jorge Mario Escobar Molina
Seudónimo: El Maradona de los Carpatos Para escuchar la narración de este cuento desde su dispositivo móvil, favor escanear el código.
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P
or aquel tiempo, la familia Castrillo vivía sus mejores años. Lucia, la señora de la casa, disfrutaba de su cuantiosa pensión luego de haber prestado sus servicios al estado colombiano durante más de 30 años. Antonio, el señor, había jugado fútbol profesional en el Junior de Barranquilla y había tenido un fugaz paso por el fútbol de Bélgica. Había ahorrado buen dinero, compró casas y se dedicaba a la renta. Ellos habían construido una bonita familia junto con sus dos hijos. Antonio, era un padre muy responsable, estaba comprometido con sus dos hijos, dos de ellos adolescentes, uno de 16 años y el otro de 14, quienes habían construido una carrera futbolística de forma amateur en equipos de la ciudad y estaban a pocos años de pensar en el profesionalismo. Tenía una hija mayor llamada Mónica, que había nacido en Lieja en la época en que vivía en Bélgica.
Se estaban realizando las fiestas del barrio, el equipo de fútbol de la categoría sub-16, donde jugaba Humberto, su hijo mayor, había llegado a la final del campeonato local. La final se jugaría en la cancha de futbol del barrio y por tal razón, la mayoría de los habitantes se iban a desplazar hasta allá para ver el partido y al mismo tiempo disfrutar del ambiente de fiesta que habitualmente se presenta en ese sector. -Bueno mijo, hoy es el momento, delante de toda la gente del barrio, aquí hay veedores del Nacional y del América, y por ahí me dijeron que hay un tipo del PSV Eindhoven, así que vas a demostrar que eres el mejor- le dijo Antonio a su hijo Humberto, quien era el capitán y goleador del equipo. El ambiente era espectacular, las pequeñas gradas de la cancha de fútbol Rogelio Pérez del barrio Molina estaban abarrotadas. Había gente rodeando el campo de fútbol. Antonio, estaba en las afueras de un establecimiento comercial, prefirió estar ahí a pocos metros de la cancha, para poder entregarle indicaciones a su hijo. Junto a él, estaba Lucia y Ernesto, su hijo menor. El marco del evento era único, los Castrillo estaban acompañados de los Benítez, quienes eran sus vecinos desde hace más de 5 años y con quienes había consolidado una bonita amistad. Las dos familias coincidían en su amor por el futbol, varios de sus familiares habían jugado fútbol profesional y la nueva generación iba por un buen camino. Las cervezas y las botellas de whizky estaban por doquier, además de las dos familias, se encontraba gente de la cuadra esperando por un buen partido de Humberto, una de las promesas del fútbol en la ciudad. El partido comenzó. Los primeros minutos fueron de mucha presión. El equipo de Humberto no se encontraba en la cancha. Fueron pasando los minutos y no se abría el marcador. A los 25 minutos, el equipo rival marca luego de un tiro de esquina. Humberto no hacía un buen partido. -Ajá mijo, ¿qué te pasa? ¡Concéntrate! -gritó Antonio. El partido se tornaba difícil. Antonio, como capitán y mejor jugador del equipo, no se desempeñaba de la mejor manera. -Ese delantero está dormido, ese, el 9 ¡sáquenlo! -gritó un desconocido a pocos metros donde se encontraban los Castrillo. Antonio volteó, miró desafiante al personaje pero no dijo nada.
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-Papi cálmate, relájate, no te pongas a pelear aquí, ya verás cómo tu hijo se reivindica -dijo Lucia. Antonio estaba estresado. No entendía el mal andar de su hijo y hoy precisamente en la final. Uno de los Benítez, Gildardo, el mejor amigo de Antonio y que también había sido jugador profesional, estaba bastante mareado por la acumulación excesiva de alcohol. Llevaba casi todo el partido comentando de forma jocosa sobre el nivel mostrado por Humberto.
se molestó. -Por los menos mi hijo es goleador del torneo, no como el tuyo. El ambiente se puso caliente. La gente comenzó a increpar al equipo, que no encontraba la forma de empatar el partido. De todos los lados gritaban. -¡Metan a Pipa, metan a Pipa!- un delantero rápido y que la gente pedía en reemplazo de Humberto quien lucía desconcertado.
-Vea compa su hijo está grave hoy, le quedaron dos mano a mano con el arquero y las despilfarró, hizo la de Asprilla, luego de Romario y terminó con la de él- afirmó. Si ahí estuviera Donald (el hijo) hubiera clavado ese balón.
Antonio ingería cervezas, tomaba rápidamente tragos de alcohol y además prendió un cigarro. Estaba impaciente. Su hijo era el blanco de críticas, no soportaba ese tipo de cosas. Además, su hijo nunca había pasado por un momento similar.
Antonio se molestó. - Vea Gildardo, mi hijo está jugando la final. Tu hijo no llegó ni a octavos de final -Gildardo
Gildardo continuaba hablando sobre el accionar de Humberto. Los tragos le soltaron la lengua, no medía sus comentarios. Faltando 15 minutos para
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el final del encuentro, Humberto es reemplazado. Algunos chiflaban al joven. Gildardo se puso de pie. – ¡Pelao así no vas a llegar ni al Deportivo Tapita! Antonio se levantó y le lanzó un recto al mentón a Gildardo. Antonio tenía una herida en la boca. Varios acompañantes se metieron, hubo un intercambio de golpes entre ambas familias hasta que finalmente se pudo calmar la trifulca. Al partido terminó. El equipo del barrio perdió la final en su mismísimo estadio. La fiesta continuó para la mayoría, pero para los Castrillo fue el final. Humberto llegó a casa, se encerró y no salió hasta el día siguiente. Antonio fue a su estudio, sacó una botella de whizky, prendió el equipo de sonido y se la bebió completica. Quedó dormido. Fue pasando el tiempo, los Castrillo y los Benítez, jamás volvieron a cruzar una sola palabra, ni el 31 de diciembre, con todo el sentimiento que incumbe esa fecha fue posible una reconciliación. Después de un tiempo, Humberto ya se había retirado del fútbol, una lesión en la rodilla truncó su carrera. Unos dicen que no superó esa derrota, otros y que había presentado una prueba en el Millonarios y no se aclimató. Estudiaba Licenciatura en Educación Física. La universidad donde estudiaba realizó una fiesta por motivos de la semana cultural. Ernesto, su hermano menor, aun practicaba fútbol y lo acompañó aquella noche. Todo estaba bien, había un ambiente sano. Horas después se aparece Donald, el hijo de Gildardo Benítez quien jugaba profesionalmente en el equipo de la ciudad. Donald no había olvidado aquel episodio cuando su padre fue golpeado y quiso buscar venganza. Estaba casi ebrio, iba con un grupo de amigos en igualdad de condiciones. -¿Cómo está irónicamente.
el
fracasado?
-preguntó
Humberto y sus amigos trataron de no prestar atención. - ¿Y que te haces el lesionado para no pasar pena en la ciudad? Continuaba Donald.
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Humberto le dio la espalda y dejó a Donald hablando solo. En represalia, este lanzó una piedra que rozó la cabeza de Humberto. Humberto, su mejor compañero de universidad trató de mediar, pero fue objeto de un golpe que le reventó la boca. Humberto no soportó su acción y se enfrentó a golpes con Donald provocándole varias heridas.
El último partido era contra la selección Argentina. Los Castrillo, quienes eran una familia 100% futbolera había organizado una parrillada con varios parientes en su casa. En el barrio había un ambiente de fiesta. En la previa del partido, la gente llegaba a la casa de los Castrillo para buscar opiniones y sensaciones del juego.
Al día siguiente, los Benítez, fueron a reclamar por la daños provocados a su hijo y fue necesaria la El partido inició. Colombia trataba de aguantar los intervención de la policía. El odio entre las dos familias enviones de Batistuta y su comitiva. Los Castrillos y había aumentado. toda Colombia a la expectativa, con nervios, pero con la fe puesta. Rincón marca el primer gol y empezó el Pasaron los años. Los Castrillo y los Benítez ni se festejo. Se escucha una fuerte algarabía en el barrio. miraban. Cuando había posibilidad de encontrarse, Vinieron los otros goles; el de Asprilla, otra vez Rincón, ambos se esquivaban. Si a uno lo invitaban a una Asprilla y remató Valencia. fiesta, el otro no iba. Si uno entraba a la tienda, el otro esperaba a que saliera, o se dirigía a otra más lejana. Toda Colombia disfrutaba, los Castrillo salieron a la De esta forma fue la relación entre las dos familias. calle a celebrar. Humberto invitó a todos los vecinos a Llegaba el mes de agosto, la selección de fútbol de celebrar en su casa. Tenía bastante comida, refrescos Colombia jugaba las eliminatorias para clasificar el y alcohol. Todo era celebración. Mundial de Estados Unidos. El ambiente en el país era impresionante. La selección jugaba bien y estaba a un Casi todo el barrio estaba en la casa de los Castrillo, punto de clasificar al certamen orbital. menos los Benítez, sus grandes amigos desde que llegaron al barrio.
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Todos sus amigos ya estaban bastante ebrios, la mayoría. Pero Antonio tenía algo que le daba vuelta a la cabeza. Por mucho tiempo se quedó mirando la casa de Gildardo, lucía sola. Unos minutos después salió Gildardo, sin camisa, se asomó, de reojo miró hacía donde Antonio. Salió a la terraza, se fumó un cigarro y se entró. Antonio recordó todos los momentos especiales que había vivido con esa familia. Fue Gildardo quien recomendó a los directivos del Junior contratar a un joven de 17 años llamado Antonio Castrillo. ‘Tony’ como le decían en el barrio, había vivido en el apartamento de Gildardo en Barranquilla. Fue esa familia, que los recibió el primer día que llegaron al barrio. En un cumpleaños de Gildardo, Antonio le prometió que si la selección clasificaba de nuevo a un mundial, él se iba a gastar una carne asada con bastante chimichurri. Sixto, el tendero, se dio cuenta de la actitud de Antonio. – Compadre, si usted quiere hacer las paces con Gildardo, hágalo, uno no se pueda pasar la vida viviendo del orgullo, reconcíliese con el hombre. Antonio, sin pedir permiso salió de su casa. Lucia se dio cuenta. Pensó que los tragos le habían calentado la cabeza y quizá podría ir a buscar problemas a donde los Benítez. - ¿Mijo, tú para dónde vas? -Preguntó Lucía. -Voy para donde Gildardo, necesito hablar con él, y no te preocupes, no voy a buscar pelea. – respondió Antonio. Antonio llegó a la casa de Gildardo. La reja estaba abierta, entró, caminó hacia la puerta y toco el timbre. En contados segundos, Gildardo salió. -Gildardo, clasificamos al mundial, y yo le prometí una carne…y hay bastante chimichurri, como al que usted le gusta. Antonio le dio un abrazo a Gildardo. Lo invitó a su casa a tomar cervezas, comer y hablar de lo que ha sido la gesta más grande en la historia del futbol colombiano. -Fue un momento de calentura, quiero pedirle disculpas después de tantos años. –Dice Antonio. - Tranquilo Tony, nuestra pasión por el fútbol, nos ha hecho olvidar nuestras diferencias, es momento de celebrar, Estados Unidos nos espera…
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Esta publicación es un esfuerzo Departamento de Humanidades y Gramática, seccional Santa Marta, para pulicar los cuentos ganadores del concurso de cuentos 2013. Los cuentos publicados en esta revista son realizados por los alumnos, como parte de un ejercicio académico.