Graphen VI

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No. 6

GRUPO DE HISTORIOGRAFÍA DE XALAPA CENTRO INAH-VERACRUZ

2014


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Presentación

Bernard Grunberg

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Historia y ficción o cuando el aprendiz de historiador toma sus sueños por realidades

Guillermo Serés

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A propósito de Crónica de la eternidad de Christian Duverger

Guy Rozat

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Gómara no fue jamás lacayo de Cortés Cortés en la imaginación de Duverger

Bernard Grunberg

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Reflexiones críticas sobre el Cortés de Duverger

Guy Rozat

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En búsqueda del proyecto mestizo perdido Miradas multidisciplinarias

Marialba Pastor 112 Crítica mínima de un gran anacronismo Enrique Atilano 122 La escritura del sacrificio en La flor letal. América-Occidente de ida y vuelta

Miguel Ángel 131 ¿Osadía teórico-hipotética de Ch. Duverger o culturalismo etnicista?: el caso Adame

de la periodización mesoamericana y las causas de las derrota mexica Principio y fin del proyecto duvergiano: el origen y conversión de los indios

José Pantoja 144 La invención historiográfica del origen de los aztecas

Miguel Ángel 163 El coloquio de los doce según Christian Duverger Segundo


Graphen VI Presentación El número que el lector tiene entre sus manos recoge las ponencias que fueron presentadas en el coloquio Miradas Historiográficas actuales sobre la conquista americana. El revisionismo en la obra de Christian Duverger, que se desarrolló en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, los días 29 y 30 Octubre de 2013.1 La idea de este encuentro académico nació de discusiones informales entre los miembros del Seminario de Historiografía “Repensar la conquista” en julio de 2013, cuando al conversar con los compañeros, maestros de la ENAH, nos dimos cuenta de que los libros de Christian Duverger empezaban a ser utilizados sin ninguna precaución como “manuales” para los cursos de diferentes licenciaturas. Después de algunos encuentros, el consenso general en el Seminario concluyó que estas obras eran muy ambiguas y peligrosas para la formación de los alumnos y que entraban drásticamente en contradicción con el trabajo que desde hace varios años se había desarrollado en nuestro seminario de investigación y en otros en los cuales participábamos.2 1  Este Coloquio se desarrolló en la Escuela Nacional de Antropología e Historia a través del seminario Semántica de la Conquista, en el marco de las VII jornadas Haciendo Historia desde la ENAH.. Aunque un colega europeo nos hizo notar que era hacer mucho honor a Duverger considerar su obra como “revisionista”, conservamos ese término en el título, pero con referencia al sentido que tenía en México hace años cuando hablamos de los partidos revisionistas de la Izquierda europea, es decir caracterizados por un retroceso en el análisis y en las perspectivas políticas futuras: así Duverger puede ser tachado de revisionista porque sus análisis, y esperamos que los lectores lo verán con claridad en ese libro y al contrario de lo que pretende, es decimonónico y perfectamente colonialista, y esto espero que aparecerá también con nitidez en ese libro. 2  Es decir, el Seminario Semántica de la Conquista animado por José Pantoja Reyes en la licenciatura de Historia de la ENAH y el de Simbólica de la Conquista creado por Miguel Segundo Guzmán y Raúl Enríquez Valencia apoyados por el programa de

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Es por eso que decidimos convocar a un coloquio público a los investigadores interesados para llevar a cabo una revisión de su obra. Proponíamos una revisión decididamente crítica, y es a lo mejor lo que asustó a muchos colegas que a priori se hubieran pensado interesados, pero por suerte, el generoso público estudiantil de la ENAH respondió positivamente, recuperando algo de las viejas tradiciones críticas de dicha Escuela. Haciendo ese llamado a expresarse sin tapujos y fuera de la parafernalia de lo políticamente correcto en un recinto universitario, estábamos muy conscientes de que tomábamos un riesgo real y que nuestro intento de reanudar en público una historiografía crítica no estaba muy de moda en estos tiempos de pilones, de SNI, de eficacia académica sancionada por reglamentos burocráticos. Recibimos correos de investigadores nacionales y extranjeros que nos manifestaron su apoyo, pero para muchos era difícil poder asistir ya que la convocatoria no dejaba posibilidad de adaptar agendas muy cargadas y sólo pudo escaparse y estar presente el Dr. Bernard Grunberg, especialista francés del mundo de la Conquista de México.3 La obra de Duverger había sido objeto de críticas aisladas, pero nadie se había tomado la tarea de organizar un análisis sistemático, fuera del número especial de la revista Nexos de abril de este 2013. Es cierto que la lectura de ese número nos había dinamizado ya que desde sus diferentes puntos de vista, investigadores reconocidos, expresaban su franco desacuerdo sobre el contenido de la última obra del profesor Duverger.4 Por lo menos ya no estábamos solos. Y las críticas, a pesar del formato tradicional de una revista cultural, eran en general claras y tajantes.5 posgrado del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM. 3  La presencia del Dr. Grunberg fue para nosotros un precioso apoyo ya que nos permitió mostrar que no toda Francia cantaba al ritmo de Duverger y que seguían existiendo obras sólidas construidas día a día y no a base de ocurrencias. Ver el C.V. de nuestro invitado en Internet. También agradecemos al profesor Guillermo Serés, de la Universidad Autónoma de Barcelona, editor del “Bernal” para la Real Academia Española, Galaxia Gutemberg, Madrid 2011, 1530 p., que nos manifestó su apoyo y deseaba asistir, pero como no pudo liberarse nos mandó el texto que encontrarán en este número. 4  Crónica de la eternidad. ¿Quién escribió la Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España? México, Taurus, 2013, 335p. 5  Nos olvidaremos de los escasos que intentaron defenderlo con la retórica de lo políticamente correcto.

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El problema es que si la atención del público, gracias a la ruidosa campaña mediática de Taurus y al número de Nexos, estaba focalizada sobre su última obra, cuya enormidad hizo y seguirá haciendo escándalo, ya que pretende demostrar nada más ni nada menos que Cortés, su héroe, a quien ya había dedicado una biografía bastante contestable, era sin duda alguna, el autor de la Crónica llamada hasta ayer “de Bernal Díaz”, y por qué no, de una vez, el co-autor de la supuesta crónica antagónica de Gómara. Para no enfrascarnos en los detalles de esa interpretación “novedosa” (sic) del papel histórico de Cortés escritor, pensamos que era muy importante repensar el conjunto de la obra de ese nuevo Mesías de la historiografía mexicanista, ya que en cada obra pretende transformar de cabo a rabo el conjunto de lo que se había pensado, hasta él, en diferentes campos de la historia y la antropología mexicana. Como el lector podrá percatarse al leer este conjunto de ensayos, no hemos logrado cubrir todo el campo de las tesis duvergianas, particularmente creo que nos faltaron más estudios y testimonios escritos y bien documentados sobre sus ambiguas investigaciones arqueológicas. Pero en lo que toca al campo de los estudios históricos propiamente dichos, pensamos haber logrado presentar un conjunto de dispositivos críticos que debería permitir a los futuros lectores de Duverger no dejarse embaucar por el diluvio de alabanzas que él mismo o algunos secuaces dispensan en la prensa y las cadenas de televisión. Esta publicación está especialmente dedicada a los jóvenes que se inician en las licenciaturas de historia y de etnohistoria, pero también a todos los demás a quienes profesores poco cuidadosos prescriben este tipo de libros. Evidentemente esperamos que toque un gran público, aunque esto, daño colateral, sea en cierta medida una publicidad para Duverger, porque muchos de nuestros lectores probablemente decidirán comprar sus libros aunque sea para desechar con justa razón sus puntos de vista “tan novedosos”. A estos lectores de nuestra revista les recomendamos, también buscar en internet, como complemento de nuestro esfuerzo, los varios análisis de colegas donde, en un esfuerzo individual muy honorable, desde hace varios años condenaron dichas “novedades”. 3


NO, los libros de Duverger, aunque nos lleguen de París como los bebés, no son inocentes estuches sofisticados de monerías historiográficas. No son la vanguardia parisina en materia de historia; al contrario, y es la opinión de la mayoría de los investigadores que los han leído con detenimiento, huelen a rancias ideas decimonónicas mal recicladas. Dicho autor parece haberse olvidado de entrar, desde hace varios años, en las grandes librerías de París o incluso de Burdeos su tierra natal. Parecería que la investigación historiográfica francesa no le interesó, aunque presume pertenecer a lo que fue un tiempo la cuna de la renovación metodológica, la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, la EHESS. De hecho Duverger es probablemente un hombre solo, tiene sólo una pequeña corte de seguidores sin trascendencia o de cómplices que faltaría también por analizar. Perdido en sueños de grandeza, continúa sus “investigaciones” sin mirar jamás a su alrededor a las minúsculas y despreciables hormigas, o gusanitos, depende de los días, que se atreven a criticarlo. Tampoco es inofensivo, destruye, si lo quiere y lo puede, a los que tienen la fantasía de expresar sus críticas. Aquí probablemente me preguntarán que de dónde le viene tanto poder, no de su reconocimiento estrictamente académico ya que en Francia está puesto entre comillas desde ese punto de vista. Más bien, y es probablemente la fuerza de ese intrigante, proviene de su capacidad política para lograr construir redes de obligados, de personas que le deben favores y/o que están fascinados por su carácter imperioso y paranoico, y la pose que toma como perseguido por una multitud de colegas mezquinos e envidiosos, incapaces de entender la magnitud de sus tesis novedosas. Como arqueólogo, y para esconder que muy probablemente no sabe conducir científicamente excavaciones, intentará disculparse, otra vez, tras la supuesta envidia que le tienen sus colegas del mundo entero. Si Duverger está solo o casi solo en el plano académico, saca su poder de sus relaciones más que ambiguas con las fuerzas del dinero y de la política, y esto posiblemente lo entendió muy bien de las lecciones de su maestro Soustelle.6 6  Si bien Jacques Soustelle en su juventud fue un ardiente espartaquistarevolucionario y un agudo etnólogo, pero durante y después de la Segunda Guerra Mundial, se transformó en un nacionalista gaullista eficaz, pronto decepcionado por el hecho de

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Atacando reciamente la obra de Duverger, porque así es como probablemente lo leerán tanto el personaje y sus editores, no pretendemos ejercer ninguna censura ni prohibir que siga escribiendo “sus obras”, cada quien su locura; nuestra protesta proviene del hecho de que entre todas las obras que puede tener a su alcance un joven en formación en Francia, los libros de Duverger son sólo unos de tantos y por lo tanto puede escoger sus lecturas. Pero en México, un país donde la producción sobre el “Momento–Conquista” es más bien escasa y dominada por una sola corriente historiográfica, la llegada de libros como los de Duverger, presentados como una alternativa a ese déficit, apoyados por un enorme ruido mediático que así lo proclama, se transforma en un serio problema académico que hemos decidido enfrentar firmemente y en público. Paralelamente a la organización de este coloquio nos pusimos a pensar sobre la naturaleza del “efecto Duverger” y llegamos a un cierto número de consideraciones. El efecto provocador de sus obras no proviene tanto de sus capacidades investigativas y descubrimientos de nuevos documentos en archivos, ya que la mayoría de los especialistas están convencidos de que no asiste a los archivos de manera sistemática, a pesar de sus reiteradas proclamas,7 ya que no ha presentado en sus últimos trabajos ningún documento nuevo que avalara sus tesis revolucionarias. Más bien, lo que se podría admirar de Duverger es su tino para atacar en lugares dolorosos de la identidad mexicana: un mestizaje ambiguo que fue mucho tiempo el fundamento identitario de la nación mexicana, el origen de los mexicas perdidos en las brumas de calor del Septentrión, Cortés el conquistador de México, siempre despreciado; el tan admirado pero tan mal conocido Bernal, vocero democrático de los humildes de la conquista… que de Gaulle, el presidente francés, acordaba su independencia a su colonia Argelina. Desde ese momento se lanzó a una alianza con los sectores militaristas y derechistas, que pretendían conservar la Argelia Francesa. Con el tiempo, perdonado, regresó de su exilio franquista y se reincorporó a su cátedra, pero ejerciendo en paralelo el oficio, en América Latina, de representante discreto de los grandes intereses industriales y financieros franceses. 7  A lo mejor adoptó esa práctica común de muchos investigadores que mandan ayudantes o mercenarios a los dichos archivos, una actitud poco productiva ya que sólo en un acto de lectura personal es como el investigador puede reconocer el documento novedoso que necesita y aclara su investigación. El “ayudante” aunque esté muy motivado solo, generalmente, puede ir a reconocer y copiar documentos ya conocidos para una investigación sin sobresalto ni novedad.

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Y como siempre la investigación historiográfica preconiza la búsqueda para conocer lo más posible a un autor y su medio, intentamos averiguar lo que podría estar detrás de una cierta representación de Duverger.

Elementos para un retrato político Antes que todo se trata de lo que en Francia se llama en los medios académicos, un “señor protegido” y, por lo tanto, prácticamente intocable; es decir que no está realmente sometido a un verdadero control académico de sus pares como cualquier arqueólogo que trabaja en México o en el mundo. Él, por sus relaciones extra académicas, recibe un tratamiento especial, podemos suponer que los evaluadores pudieran ser objeto de presiones diversas para producir reportes favorables, o menos desfavorables, para que aparezcan aceptables políticamente. Así nosotros, en México, frente a la ola publicitaria que acompaña sus obras, es importante que sepamos que no es juzgado sobre sus aportaciones académicas, pero que finalmente son sus relaciones extra académicas, políticas en un sentido amplio, que le permiten escapar, en gran parte, a las normas de evaluación del mundo científico en lo que toca, por ejemplo, a sus “aportaciones arqueológicas”. En cuanto a su obra “histórica”, en fin a los libros que pretenden él y sus editores que son “de historia”, no hay que olvidar que en la EHESS no hay prácticamente ningún tipo de control académico real interno, una vez instalado un profesor goza, como generalmente en las universidades francesas o mexicanas, de una especie de canonjía, que explica también parte de la decadencia general de estas instituciones. Si la finalidad política de la cooperación científica franco mexicana es “asegurar la presencia francesa en México”, ésta puede estar aparentemente lograda, ya que en el público mexicano en general, con la intensa promoción de sus obras, se habla mucho de un “profesor francés”, un tal Duverger y de sus tesis aventuristas. Pero la finalidad académica de los instrumentos de dicha cooperación, no está para nada respetada. Ya que para el mundo universitario francés, exportar su saber hacer y su reflexión de punta así como desarrollar equipos de investigación binacionales que deberían funcionar sobre 6


un modo de respeto mutuo, no ocurre con Duverger. En el marco de esta política se promueven los intercambios bilaterales que apoyan la formación y la movilidad de estudiantes y profesionales. Pero esa promoción de intercambios científicos sólo puede funcionar sobre la buena fe de sus actores. Está claro que la mayoría de los actores científicos en la actualidad juegan limpio, garantizando por su propia formación académica unos resultados a veces espectaculares, así como la formación de personal mexicano calificado. Pero es en la pequeña zona de sombra de la Presencia Política que a veces pueden colarse personajes como Duverger. No dudo de que en otras partes del mundo exista ese mismo fenómeno. Personajes ambiguos se cuelan en los márgenes del funcionamiento honroso de una cooperación académica que en general parece haber abandonado en gran parte a las viejas prácticas colonialistas. En resumen, me parece que la permanencia del señor Duverger como profesor de la EHESS, y sobre todo su figura internacional de autor de bestsellers, se debe antes que todo al hecho de que es más que un intelectual, y pertenece a “círculos de poder”, o como se dice en la ENAH a “mafias políticas” que no son siempre posibles de definir en términos izquierda-derecha, lo que permite a sus miembros ser verdaderos camaleones políticos, y cambiar de cachucha, si es necesario. Pero en la medida en que “sus obras” se inscriben claramente en una historiografía retrograda, es muy probable que reciba apoyo de esas fuerzas oscuras que en la cultura francesa siguen obrando en las instituciones republicanas, y que ellas sí siguen interesadas en una clara penetración cultural y política neocolonial. Por otra parte, es evidente para todos los que lo han visto actuar en persona o han sido sus súbditos cuando tenía puestos burocráticos, o simplemente han leído con mucho cuidado sus libros, que Duverger se cree un auténtico genio y, por lo tanto, le importa poco confrontar la crítica ya que aparentemente nadie puede entender la genialidad de sus proposiciones, genialidad reconocida probablemente sólo en los pequeños círculos de “gente bien” que frecuenta. Frente a esta actitud y con el hecho de que es un hombre económico y políticamente protegido, es evidente que es difícil poder enfrentarlo. Si bien en los medios intelectuales 7


franceses ligados a la investigación americanista está totalmente desacreditado, ha logrado imponer la idea de que los que podrían criticar “sus métodos” y “los resultados” de sus investigaciones son sólo gente mediocre y celosa de “sus grandes logros”. Ese desprecio de la comunidad científica francesa es compartido en muchos medios internacionales, donde se considera que su obra no es un intento de difusión de un cierto conocimiento científico sino que más bien pertenece a una literatura para supermercado, desechable, donde se confunde difusión y vulgarización tramposa. Por otra parte, las grandes campañas organizadas por la editorial Taurus, su editora, han permitido a Duverger gozar del apoyo de personas, a veces bien intencionadas pero ignorantes de la naturaleza de su trayecto científico. Probablemente ningún investigador haya gastado tanto tiempo en la promoción de su propia obra: lo hemos visto en todas las cadenas de televisión, en todas las revistas culturales, en ferias, etc. Y jamás se ha tomado la molestia de responder a la más mínima crítica, tan seguro está de que pertenece a una elite superior que no tiene que dar cuentas a nadie sobre lo que piensa y escribe. En cuanto a su adscripción a la EHESS, que manipula a su conveniencia, aprovecha también el hecho de que ahora existe en esta prestigiosa institución una especie de defensa corporativa, que también es prueba de la decadencia intelectual de ciertas partes de esta entidad, algo normal si se considera el crecimiento algo monstruoso de esa institución. Pocos de sus colegas “americanistas”, franceses o mexicanos, se atreverán jamás a criticar sus producciones por escrito, aunque puedan reconocer en privado la ambigüedad de sus tesis, ya sea por pusilanimidad algunos, o sobre todo, para no poner en peligro sus propias trayectorias académicas y/o sobre todo las de sus alumnos.8 Actitud política errónea, probablemente, porque Duverger tampoco tiene piedad y si puede no vacilará en destrozar las futuras carreras de estos jóvenes investigadores como ya lo intentó en el espacio arqueológico francés. 8  Debemos saludar aquí por ejemplo las críticas firmes de la Dra. Louise Paradis arqueóloga canadiense sobre su libro La Méso-Amérique. Art et archéologie en Journal de la Société des Américanistes, 2000.

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De hecho a pesar de la imagen impuesta por las campañas publicitarias, es un hombre aislado, como ya lo dijimos, no ha logrado hacer escuela y sus relaciones interinstitucionales en México están en un punto muerto, particularmente en el medio arqueológico, después del fracaso de su participación en el proyecto Pañhú en el Mezquital en cooperación con la ENAH. Y por eso muchos arqueólogos mexicanos y extranjeros se extrañan de que siga obteniendo el derecho de excavar en Monte Albán con sus antecedentes, pero como nos lo decía en tono de burla una amiga mexicana arqueóloga conocida, “los güeritos no están sometidos a las mismas reglas que nosotros”. Actualmente no tiene ninguna relación con el CEMCA que es el organismo francés encargado de la tutela de los investigadores que trabajan en México, no entrega ningún reporte sobre sus investigaciones actuales ni pasadas, por ejemplo en el proyecto “Coamiles” parece que el reporte final no ha sido entregado al INAH o, por lo menos, no ha sido jamás publicado. Por fin podríamos pensar que Duverger, que se acerca a la edad de la jubilación, desaparecerá de la esfera pública oficial y disminuirá su poder nocivo, aunque nos parece poco probable, ya que intentará incrustarse en algunas de estas generosas instituciones mexicanas. Sabemos que ya hizo un primer ensayo para entrar en la UNAM y es probable que siga intentándolo en ésta u otras universidades. A pesar de que se ufana de grandes éxitos en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, su paso por el posgrado de arqueología le impedirá acercarse a dicha escuela. De todas maneras es probable que el estatuto de simple investigador de nuestra institución, el INAH, no le parezca suficiente.

Para concluir Debemos convenir que fue el ruido mediático hecho alrededor de la última obra de Duverger lo que nos conminó a mirar de nuevo la totalidad de sus obras con una mirada crítica y global, es por eso que propusimos debatir casi toda su obra. A lo mejor fue un error estratégico dispersar tanto los frentes y para ser más eficaces hubiéramos debido concentrarnos en una o dos obras. Si tomamos la decisión de realizar una revisión más general fue por culpa del 9


mismo autor, y de su servicio de prensa, que pretende que a la vez es arqueólogo, antropólogo, lingüista, historiador y no sé cuántas cosas más. Cada libro suyo constituye parte de una especie de construcción barroca, donde cada parte se porta garante de la coherencia y solidez de las demás: el arqueólogo garantizando la verdad del histor, el lingüista de lo arqueológico, etc. Debemos decir que desde lejos, el tinglado es retóricamente muy seductor, pero muy frágil si se ataca desde todos lados y se revela lo que es, una simple ilusión, un castillo de naipes. Eso es lo que esperábamos mostrar en nuestro encuentro, esperando que otros, más especializados y sin miedo, tomen por fin el relevo en la deconstrucción de una obra que pretende renovar prácticamente todo el saber histórico mexicano. El objetivo de nuestra reunión fue un intento de pensar de manera minuciosa y crítica el proyecto “duvergiano”, no tanto para atacar a una persona, aunque la personalidad muy particular de Duverger es un elemento constitutivo de su obra, inseparable de sus grandes “proposiciones”; sino más bien, para analizar una cierta manera de hacer historia, como también para pensar cómo de manera poco responsable, los grandes grupos editoriales lanzan autores con las mismas técnicas que utilizarían si tuvieran intereses financieros en fábricas de jabón o de cereales, sin preocuparse mucho del contenido y de los efectos nocivos que puedan provocar.9 Guy Rozat y José Pantoja

9  Nos da gusto que una vez realizado dicho encuentro el ruido se esparció muy pronto entre varias instituciones académicas. Otros, felices por la iniciativa, mostraron interés para obtener los textos de este encuentro. Es por eso que se intentó publicarlos rápidamente. Conscientes de lo políticamente correcto en México y de que la mayoría de las editoriales culturales tienen relaciones con medios oficiales que son donde se mueve nuestro Duverger, escogimos a una pequeña editorial que nos pidió con insistencia nuestros textos, ahí también el fracaso fue rotundo y después de habernos mentido varios meses, se olvidó de nosotros sin una mínima excusa. Es por eso que decidimos publicar este número especial de Graphen. Sigue su versión electrónica disponible en el blog: www.guyrozatrepensarlaconquista.blogspot.com

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HISTORIA Y FICCIÓN O CUANDO EL APRENDIZ DE HISTORIADOR TOMA SUS SUEÑOS POR REALIDADES1 Bernard Grunberg Universidad de Reims Ya autor de una de las más contestables biografías de Cortés (2001), de la cual hablaremos en la tarde, Christian Duverger reincide con esta obra que intenta demostrar que Bernal Díaz no es el autor de la Historia Verdadera, cuya paternidad debería ser más bien atribuida a Cortés2. Lo más sorprendente de su “tesis” es la afirmación de Ch. Duverger que nadie antes de él, se había dado cuento del engaño, ya sean los que han estudiado a detalle el texto de esa crónica (L. González Obregón, R. B. Cunningham Graham, H. R. Wagner, L. B. Simpson, R. Iglesias, A. María Carreño, C. Saénz de Santa María, M. Alvar, A. Mendiola Mejía, J. J. de Madariaga, J. A. Barbón Rodríguez, etc.) o los grandes especialistas de la conquista, como Demetrio Ramos, Silvio Zavala, Francisco Morales Padrón, Francisco de Solano, y otros, que pasaron toda una vida estudiando ese episodio en los archivos europeos o americanos. De entrada, la lectura del nuevo libro de Ch. Duverger deja perplejo, porque manifiesta un increíble desconocimiento de la Historia de la Conquista, de Cortés, de Carlos V y, más generalmente, de la historia general del siglo XVI. ¿Cómo ha construido su libro el autor? ¿Sobre qué material se ha apoyado? Si Ch. Duverger apunta que ante la falta de fuentes primarias sobre Bernal Díaz (lo que no es del todo exacto), “felizmente nos queda el recurso de explorar los archivos” (p.36)3, 1  Antes de empezar esta primera conferencia quiero agradecer particularmente a los profesores Guy Rozat y José Pantoja del INAH por haberme hecho el honor de invitarme a participar en este Coloquio. Agradezco doblemente a mi amigo Guy Rozat y a Fernanda Núñez por haber aceptado traducir este trabajo. 2 Christian Duverger. Crónica de la eternidad. ¿Quién escribió la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España? México : Taurus, 2012, 335p. En adelante VF 3 Version francesa escribió “il nous reste heureusement la ressource d’explorer les

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pero buscando en todas sus referencias y sus notas de pie de página, bastante numerosas, su aportación archivística no aparece, más bien lo que aparece es, que ese autor ha trabajado esencialmente a partir de la excelente edición de la Crónica realizada por José Antonio Barbón Rodríguez4, y utilizado esencialmente los documentos procurados por el mismo Barbón Rodríguez. Así es legítima la pregunta de saber, si para su obra utilizó otros documentos de archivos que los citados por Barbón Rodríguez. La respuesta es claramente negativa. Utiliza todas las transcripciones de la edición de la Historia Verdadera hechas por Barbón Rodríguez a excepción de tres referencias a textos transcritos por Vicenta Cortés5, José Toribio Medina6 (pero citado también por Juan Miralles7 y por José Luis de Rojas8), y un documento citado por Georges Baudot9. El autor no parece para nada haber ido a los diferentes fondos de archivos, y en particular a los del Archivo General de Indias de Sevilla. Por lo tanto, no se encontrará en su obra ni una huella ni una mención de algún documento no publicado ya y descubierto por el autor en dichos archivos, en lo que llama pomposamente “en sus investigaciones”. Probablemente esto se explica por la simple razón de que Duverger no es paleógrafo. Es verdad que esta disciplina de acercamiento a los textos antiguos es de una extrema complejidad, particularmente para los manuscritos de los archivos hispanos y coloniales de los primeros decenios del siglo XVI. El primer paso para responder a esa supuesta ausencia argüida por Ch. Duverger de documentos que conciernen directamente a Bernal, sería preguntarnos: ¿Si no hay otros archivos, otros documentos que pudieran esclarecernos sobre la biografía de Bernal Díaz? Evidentemente que sí: en efecto y como lo habíamos hecho antaño en nuestras propias archives” (p.29). 4 Díaz del Castillo (Bernal), Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (manuscrito “Guatemala”), edición crítica de J.A. Barbón Rodríguez, México, UNAMEl Colegio de México, 2005, 864+1089p. 5 Cortés (Vincenta), “Cuando murió Bernal Díaz del Castillo”, in: Boletin Americanisto, Barcelone, 1962-64, p.23-25. [nota 35, p.237] 6 Medina (José Toribio), Biblioteca hispano-americana (1493-1810), tome 1, reed. Amsterdam, 1968 [nota 6, p.245] 7 López de Gomara (Francisco), La conquista de México, edición de Juan Miralles Ostos, México, Editorial Porrúa, 1997. 8 López de Gomara (Francisco), La conquista de México, edición de José Luis de Rojas, Madrid, Historia-16, 1987, 502p. 9 Baudot (Georges), La pugna franciscana por México, México, Alianza Editorial Mexicana, 1990, 338p. [nota 6, p.286]

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investigaciones en los archivos, hubiera sido necesario que nuestro autor leyera, entre otras, las Informaciones de méritos y servicios de otros conquistadores, particularmente las presentadas por Miguel Sánchez Gascón, Pedro González Nájara, Juan Rodríguez Cabrillo, Hernán Méndez de Sotomayor, Hernando Illescas, Pedro de Alvarado, Sancho de Barahona, Diego de Holguín, Francisco Páez Marroquí, Diego Díaz y Juan Rescino10. Se trata de diez conquistadores de México de los cuales dos vinieron con Cortés y ocho con Pánfilo de Narváez. Uno de entre ellos formó parte incluso de la expedición de Hernández de Córdoba (Sancho de Barajona). Todos tienen la particularidad de conocer muy bien a Bernal Díaz, uno (Miguel Sánchez Gascón) es un alcalde ordinario y vecino de Coatzacoalcos (Espíritu Santo), los otros nueve son todos vecinos de Santiago de Guatemala (como Bernal Díaz), y más de las dos terceras partes participaron en la conquista de Guatemala bajo las órdenes de Pedro de Alvarado. Para intentar ver más claro en el inmenso lienzo pintado por Ch. Duverger, habría que dedicarle una obra entera. Pero ¿es realmente necesario? Hoy solo intentaremos demostrar algunos de los numerosos errores, lagunas, e invenciones de las que está repleta su obra. Lo haremos solamente a partir de algunos puntos particulares, en el estricto campo de la crítica histórica basándonos entre otros en los archivos y los estudios serios hechos sobre la Conquista de México y focalizándonos sobre Bernal Díaz y el descubrimiento de México, sobre su vida y sobre su crónica, antes de poder decidir si el libro de Ch. Duverger es una obra de historia o no.

1. Bernal Díaz y el descubrimiento de México Ch. Duverger parece conocer muy mal a Bernal Díaz, deforma el contenido de diversos testimonios, e incluso duda de su participación en el descubrimiento y conquista de México. Así escribe: “pero de la 10 Informaciones de méritos y servicios : en 1532, para Miguel Sánchez Gascón [AUDMEX/203,34], en 1549, para Pedro González Najara [PR/58,1,4,II,fs.5-6+ 59,1,3,fs.8-9+ 66,1,3,fs.18-19], en 1560, para J. Rodriguez Cabrillo [PR/87,2,4, fs.33v-34v], en 1562, para Hernán Méndez de Sotomayor [PR/65,1,2,fs.6-8], en 1564, para Hernando Illescas [PR/66,1,1,IV,fs.13-16+ 66,1,7,fs.10-12], en 1569 et, en 1577 [PR/62,1,3,fs.5v-8], para Pedro de Alvarado [PR/69,1,1,fs.192-201], en 1570, para Sancho de Barahona [PR/70,1,1,III,fs.5-7], Diego de Holguín [PR/70,1,2,fs.11-13] et Francisco Paez Marroqui [PR/82,3,1,f.110], en 1575, para Diego Díaz [PR/79,1,6,f.21], en 1576, para Hernando Illescas, para Juan Rescino [PR/75,1,1,f.21].

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misma manera y a pesar de sus afirmaciones, trabajo nos costaría hallar elementos probatorios de la presencia de Bernal Díaz en la primera expedición de Córdoba”11 (p.55). Añade además que Bernal Díaz no generó ningún documento jurídico que pudiera atestar sobre su existencia hasta 1544 (p.37)12. Eso es ignorar intencionalmente las fuentes, incluso las citadas por Barbón Rodríguez. A pesar de todo, buscando bien, tenemos más documentos de los necesarios y que hubieran podido y debido permitir a Ch. Duverger constatar que Bernal Díaz estuvo claramente presente en la primera expedición que exploró las costas mexicanas en 1517. Si se estudian todos esos documentos, como esas Informaciones de méritos y servicios, particularmente una de las más probatorias, la de Sancho de Barahona13, que contiene el testimonio de Bernal Díaz hecho en Santiago de Guatemala, en 1570, frente a Pablo de Escobar “escribano de su majestad” y “receptor de la caja de la real audiencia”. En ésta, el cronista declara bajo juramento que conoce a Sancho de Barahona desde 1517 (hasta su muerte hacia 1562). Bernal Díaz tiene más o menos en ese momento 74 años, precisa entre otras cosas que ha visto al conquistador Sancho de Barahona servir bajo las órdenes de Hernández de Córdoba y en nota que éste fue herido en Champoton14; indica igualmente que lo vio llegar con Pánfilo de Narváez. El estudio de la Información de méritos y servicios de Bernal Díaz15, que, es cierto, es una copia, pero una copia conforme de un documento de 1539, hecha por Juan de Zaragoza, “escribano de SM, escribano público de número de México”, nos da algunas precisiones sobre nuestro cronista. Sobre los 5 testigos presentados, 4 son de conquistadores de México, el último es un poblador. ¿Quiénes son estos 5 testigos ? Cristóbal Hernández (de Mosquera) y Martín Vázquez, participaron en la expedición de Francisco Hernández de Córdoba donde fueron heridos y por eso no pudieron seguir en la expedición de Grijalva, pero se alistaron de nuevo con Cortés en 1519. Luis Marín llegó a México en el barco de Salcedo un mes después del desembarco de Cortés, Bartolomé de Villanueva llegó con Narváez. Sólo Miguel Sánchez Gascón no es un 11 VF,“nous aurions du mal à trouver des éléments de preuve attestant la présence de Bernal Díaz dans la première expédition de Cordoba” (pp.46-47). 12 VF, pág. 30. 13 PR/70,1,1,III, fs.5-7. 14 Idem, f. f.5. 15 PR 55, 6, 2 (7 de septiembre de 1539).

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conquistador, es un poblador vecino de Coatzacoalcos. Los testimonios de Cristóbal Hernández (fs. 19v-204) y Martín Vázquez (fs. 20v-21r) confirman muy bien que estaban con Bernal Díaz en la expedición de Hernández de Córdoba y después con Cortés. Bartolomé de Villanueva (fs. 21v-22r) y Luis Marin (fs. 27v-28r) confirman que Bernal Díaz estaba bien presente en la conquista de México, pero como llegaron después que Bernal Díaz, Bartolomé Villanueva indica que “es público y notorio” que Bernal Díaz estaba con Cortés y Luis Marin, que lo oyó decir. Recordemos aquí que al contrario de lo que piensa Duverger, el empleo de la locución “público y notorio” posee un valor jurídico y por lo tanto es considerada como prueba por las autoridades. En cuanto al poblador, Miguel Sánchez Gascón (fs. 25v-26r), dice que no sabe si Bernal Díaz estaba con Hernández de Córdoba, lo que es perfectamente lógico de parte de un poblador llegado después de la caída de México, pero precisa “que a oído decir lo contenido en la dicha pregunta al Marqués del Valle muchas veces, como abia pasado con el a esta Nueva España”16. En cuanto a Cortés confirma que nuestro cronista estuvo con Hernández de Córdoba y que formaba parte de su tropa17. En la información de 1613 hecha frente a la audiencia de Guatemala por Pedro del Castillo Becerra, hijo legítimo de Bernal Díaz y Teresa Becerra, se puede leer que Bernal llegó a la Nueva España de Cuba con Hernández de Córdoba (pero no dice con Grijalva) y después con Cortés18. Es cierto que Duverger duda de la participación de Bernal Díaz en la expedición de Grijalva, y tiene razón; pero sólo retoma la idea expuesta anteriormente por Henry R. Wagner19 que él cita, idea que nosotros también, apoyándonos en un conjunto de fuentes, emitimos en 1992: “curiosamente si esas informaciones de méritos y servicios indican claramente que participó en la expedición de Hernández de Córdoba, no menciona para nada su participación en la expedición 16 PR/55,6,2, f. 26r. 17 PR/55,6,2, f.12v. 18 PR, 86, 3, 3, f. 1r [cité par BR II,871]. 19 Wagner (Henry R.), The discovery of Yucatan by Hernández de Cordoba, Pasadena, The Cortés Society, 1942, 85p. Wagner (Henry R.), “Three studies on the same subject. Bernal Díaz del Castillo; the family of Bernal Díaz del Castillo; notes on writtings by and about Bernal Díaz del Castillo”, in: Hispanic American Historical Review, 1945, vol.25, p.155-211.

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de Grijalva” 20. En efecto, son las incoherencias del relato de Bernal Díaz y la ausencia de testimonios precisos sobre su participación en el viaje de Juan de Grijalva lo que nos permite pensar que según toda verosimilitud, Bernal Díaz no participó en esa expedición. A pesar de todo, por su participación en la expedición de Hernández de Córdoba forma parte naturalmente de los “descubridores de la Nueva España”. Por fin hay que señalar que Bernal Díaz firma el 20 de junio de 1519 con sus compañeros una carta que prueba muy bien su presencia en el ejército de Cortés21. Por otra parte, si no se encuentra la firma de Bernal Díaz en la Carta del ejército al Emperador22 escrita en el otoño de 1520 es porque en esta misma época, nuestro cronista estaba seriamente enfermo, como lo indica él mismo23. También tenemos que hacer notar que, una vez más, no tenemos, sobre esa carta, estampadas las firmas de todos los conquistadores presentes en ese momento. Por lo tanto se debe considerar a Bernal Díaz como descubridor y conquistador de México. No debe existir sobre ese punto ninguna duda. 2. Bernal Díaz: algunos elementos de su vida a través de las fuentes Que no tengamos huellas de la salida del cronista hacia el Nuevo Mundo no es un punto fundamental. En efecto, si uno se refiere al catálogo de Pasajeros a Indias de los años anteriores a 152024, sabemos que existen numerosos pasajeros que no están repertoriados en él25, entre ellos Bernal Díaz. A pesar de todo, el cronista nos indica su origen al principio del primer capítulo del Manuscrito Guatemala y del Manuscrito Alegría: nació en Medina del Campo; es hijo de Francisco Díaz del Castillo, regidor de Medina del Campo y de María Díaz (Diez) Rejón26. Esto es por otra parte confirmado por el cronista en su carta 20 Grunberg (Bernard), Dictionnaire des conquistadores de Mexico, Paris, L’Harmattan, 2001, 633p., cf. p.150. 21 AGI, Audiencia de México, 95,1, f. 6r.; firma entre Cristóbal Díaz y Diego Ramírez. 22 AGI, Justicia, 223, fs. 12v-22v; cf. Grunberg (Bernard), Dictionnaire des conquistadores de Mexico, Paris, 2001 p.595-598. 23 Bernal Díaz, chap. CXXXIV. Se trató probablemente de una neumonía. 24 Catálogo de pasajeros a Indias durante los siglos XVI, XVII, XVIII (bajo la dirección de C. Bermudez Plata), t. I (1509-1534), Sevilla, CSIC, 1940. Apuntamos, aquí un error de referencia de Ch. Duverger que fecha ese catálogo de 1930! 25 Cristóbal Bermudez Plata lo señala en su preámbulo, cf. idem, p.XIII-XIV. 26 Si el nombre del padre está escrito en el Ms Guatemala, el de la madre solo aparece

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de 1558 dirigida a Felipe II: “Yo soy hijo de Francisco Díaz el Galán vuestro regidor que fue de Medina del Campo”27. Un próximo trabajo de María del Carmen Martínez y Martínez, fundado sobre documentos de archivos y en curso de impresión, lo demostrará ampliamente. Al empezar su libro, Ch. Duverger nos dice que no se conoce la fecha de nacimiento de Bernal Díaz, pero que se puede situar entre 1484 y 1496 (p.21)28. Trabajando sobre las Informaciones de méritos y servicios, Ch. Duverger hubiera podido encontrar la fecha de nacimiento del autor de la Historia Verdadera: en la información de méritos y servicios de Sancho de Barahona29, la de Pedro de Alvarado30 y en muchas otras, nuestro cronista indica su edad, lo que nos permite situar su nacimiento muy probablemente en 1496, como ya lo habíamos establecido en nuestro Diccionario. Tenemos que hacer notar aquí que Ch. Duverger no vacila en torcer el sentido de una frase o de una palabra para apoyar sus propias demostraciones: así, cuando el cronista declara que conoce a Pedro de Alvarado desde hace más de 35 años31 eso quiere decir que lo conoció antes de 1522 y no en 1522 (p.53)! Para Ch. Duverger (p.50-51)32 no hay ninguna huella de la filiación de nuestro autor aparte de los datos contenidos en su crónica. No hay aquí nada de anormal, porque numerosos conquistadores no dan ninguna indicación de sus orígenes. En efecto, a excepción de los que son referenciados a solicitud del virrey Antonio de Mendoza en las listas de conquistadores establecidas a finales de los años 154033, tenemos muy pocas informaciones sobre muchos de estos conquistadores. ¿Por qué Bernal Díaz no se encuentra en estas listas? Porque en esta época, está lejos de México: se encuentra en Guatemala, en Chiapas y sobre todo en Coatzacoalcos y sus compañeros que están en las mismas regiones no aparecen tampoco en esas listas. Lo que permite así a las autoridades coloniales que no tienen el nombre de Bernal Díaz en sus listas de dudar de su participación en la Conquista, porque en esa época un cierto número en le Ms Alegria [RB I, 5]. Ningún nombre en la edición de Remon. 27 Cartas de Indias, Madrid: Atlas, BAE, n°264, 1974, p.47. 28 p.17. 29 PR/70,1,1,III,fs.5. 30 PR/86,6,1, f.53r. 31 PR/86,6,1, f.52v. 32 p.42. 33 AGI, Audiencia de México, 1064; este documento es bien conocido porque Francisco A. de Icaza lo publicó bajo su nombre y con el título Diccionario autobiografico de conquistadores y pobladores de Nueva España, Guadalajara, E. Aviña Levy, 1969 [1° édit. 1923], 2vols., con algunos errores de transcripción.

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de nuevos pobladores intenta de hacerse pasar por conquistadores, entre otras cosas para obtener algunas mercedes de la corona. Se entiende así mejor la cédula real dirigida a Pedro de Alvarado en la cual el licenciado Villalobos afirma que Bernal Díaz no era el conquistador que decía ser34. Pero, a pesar de todo, en abril de 1540, el Consejo de las Indias pide que se le retribuyan indios en recompensa por sus servicios35. Debemos hacer notar que desde 1539 el virrey Antonio de Mendoza escribía que Bernal Díaz “a servido en la Conquista y pacificación destas tierras y descubrimiento dellas”36. Ch. Duverger se extraña también del nivel cultural de nuestro autor. Para él, todos los conquistadores son analfabetas, a excepción de 10 o 12. Nuestros estudios han mostrado que un cierto número de conquistadores de México sabían firmar, incluso escribir. Esto no quiere decir que todos supieran leer y escribir pero que sí, una buena parte podía hacerlo, entre ellos Bernal Díaz. Para apoyar sus afirmaciones Ch. Duverger se apoya sobre el iletrismo de la mujer de Bernal Díaz para afirmar que “siempre uno se casa en su medio” (p.113) por lo tanto el cronista solo podía ser “más o menos iletrado” (p.114)37. Según Ch. Duverger, Bernal Díaz no pudo conocer las fuentes que cita (Gomara, Jovio, Illescas), tanto más que los libros eran caros, escasos y sus mercados controlados. No hay que olvidar que se trata muchas veces de añadiduras posteriores, particularmente en el Manuscrito Remon, es suficiente con recordar lo que Carmelo Saenz de Santamaría escribió sobre las interpolaciones de fray Alonso Remon38. Y no olvidemos que Bartolomé de las Casas hizo lo mismo para el Diario de a bordo del primer viaje de Cristóbal Colón, la prueba de esto serían los numerosos anacronismos que encontramos en el texto de la Historias de las Indias39. En cuanto a la circulación de los libros hay que 34 PR/ 55,6,2, f. 2r. : “fue mandado dar traslado al licenciado Villalobos, nuestro fiscal, e por el fue respondido que no debíamos mandar probar cosa alguna de lo que por parte del dho Bernal Díaz nos hera suplicado, porque no habia sido tal conquistador como decía, ni le abían sido encomendados los dichos pueblos por serviçios que obiese fecho e por otras causas que alegó”. 35 Todas las 6 cedulas citadas van en el mismo sentido, cf. PR/ 55,6,2, fs. 2v-11v 36 PR/ 55,6,2, f.11v. 37 p.97-98. 38 Saénz de Santa María (Carmelo), “Fué Remón el interpolador de la cronica de Bernal Díaz del Castillo?”, in: Missionalia Hispanica, Madrid, 1956, n°39, pp.561567. Idem, Historia de una historia. La crónica de Bernal Díaz del Castillo, Madrid, CSIC, 1984. Idem, Introducción critica a la “Historia Verdadera” de Bernal Díaz del Castillo, Madrid, CSIC, 1967. 39 Las Casas (Fray Bartolomé de), Historia de las Indias, édit. J.P. de Tudela Bueso, [B.A.E. n°XCV-XCVI], Madrid, Atlas, 1957-1961.

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tomar también en consideración que éstos circulaban muy rápidamente entre Europa y América, incluso en el caso de libros prohibidos, como lo muestran los numerosos ejemplos de obras encontradas en América Central dos años después de su impresión. En cuanto a las diversas alusiones a los autores antiguos, constituyen referencias conocidas por todos los que habían aprendido a leer y a escribir. Además, desde mediados del siglo XVI, existen grandes cantidades de obras de todo género circulando en las Indias40 sin contar los libros de caballería que contienen muchas veces alusiones a los antiguos ilustres guerreros. Después de la caída de Tenochtitlan, Bernal Díaz acompaña a Sandoval a Coatzacoalcos donde parece instalarse como poblador, lo que explica que no participe al principio en la conquista de Guatemala con Pedro de Alvarado, pero participará en la campaña de pacificación de Cimatán y las Chiapas, en 1523, con Luis Marin. De Coatzacoalcos va a juntarse con Rengel y participa en la campaña contra los zapotecas y los cimatecas. De regreso a Coatzacoalcos emprende el camino hacia Honduras para juntarse con Cortés que lo nombra capitán de una tropa de 30 españoles y de 3 mil mexicanos. Regresa a México en 1526 con Pedro de Alvarado y Luis Marin. Hacia 1527 es elegido procurador de los conquistadores para discutir sobre la repartición de las encomiendas. Ch. Duverger (p.24)41 se equivoca cuando afirma que Cortés regresa a España en 1528 con Bernal Díaz entre su séquito, cuando éste último se quedó en México. Debemos hacer notar que Duverger no cita, una vez más, ni fuentes ni referencias. De hecho Bernal Díaz lleva una vida de poblador en Coatzacoalcos, de la cual es regidor en 1531, año en el que rompe el hierro que le servía para marcar a los esclavos. Entre 1537 y 1539 sigue siendo vecino de Espíritu Santo. En 1540 se 40 Con la extensión de la Reforma en Europa y los debates que agitan a la población desde 1531, las autoridades españolas prohíben exportar a las Indias libros de historia profana. Entre los libros autorizados, las bibliotecas coloniales contienen las obras de autores latinos y griegos (Homero, Plutarco, Virgilio, Cicerón, Ovidio, Marco Aurelio, Luciano, Terencio…), de los autores del principio del Renacimiento italiano (Petrarca, el Ariosto), de los escritores españoles (Ercilla, Santa Teresa de Avila, Luis de Granada, Francisco de Rojas) así como algunos libros religiosos y de teología, de historia, de geografía y diferentes tratados de ciencias y de derecho. La prohibición de 1531 es renovada en 1543, y también un poco más tarde, mostrando así la ineficacia de la censura. Cf. Grunberg, Bernard. Los primeros protestantes en América española. En M. Augeron, D. Poton, B. Van Ruymbeke [dir.], Pour Dieu, la Cause ou les Affaires. Les huguenots et l’Atlantique (XVIe-XXIesiècle), Paris, Presses de l’Université de ParisSorbonne, 2009, p.107-122. 41 p.20.

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encuentra en España con su Información de méritos y servicios y cartas de recomendación de Hernan Cortés y del virrey Antonio de Mendoza. En noviembre de 1541 está de regreso en Guatemala donde el 14 de noviembre presenta sus provisiones, cuando Ch. Duverger pretende que ya se pierde su huella y que se ignora la fecha de su regreso a México (p.25)42. Parte hacia Chiapas (1542) antes de ser nombrado visitador de las provincias de Coatzacoalcos y Tabasco. En 1550 es enviado como procurador del Cabildo de Guatemala a España para “el repartimiento perpetuo” porque es en esta época considerado “como a conquistador más antiguo de la nueva España”. Al año siguiente está de regreso en América, donde desembarca en Puerto Caballos. El 31 de mayo de 1551 es nombrado regidor perpetuo del Cabildo de Guatemala. En 1581 su salud parece deteriorada (asiste sólo a 5 sesiones del Cabildo). El 3 de febrero de 1584, el libro del Cabildo señala su muerte43. Las Cartas de Relación de Cortés son escritas con la constante finalidad de validar y de exaltar los servicios prestados por Cortés a la Corona. Por ello no hay que sorprenderse, contrariamente a lo que dice Ch. Duverger, de no encontrar citado a Bernal Díaz. Sucede lo mismo a la mayoría de los hombres del jefe de los conquistadores. Lo que nuestro cronista Bernal Díaz entendió muy bien: “en aquella sazon qu’escribio a su magestad toda la honra y prez de nuestras conquistas se daba asimismo y no hazia relación de nosotros” 44. Sería muy largo retomar todas las inexactitudes, los errores, los prejuicios del autor de la Crónica de la eternidad sobre Bernalconquistador. Como se puede ver, un estudio detallado, minucioso y riguroso permite encontrar numerosos elementos concernientes a la vida de Bernal Díaz. 3. La crónica bernaldiana Para mostrar que Bernal Díaz no escribió la Historia Verdadera, Ch. Duverger solo recupera lo que le conviene e incluso muchas veces deforma también la realidad. Bernal Díaz empezó a redactar su crónica antes de 155245 lo que es conforme a lo que escribió 42 p.21. 43 Se encontraran todas las referencias en Grunberg (Bernard), Dictionnaire des conquistadores de Mexico, Paris, 2001, n° 268, p.150-153. 44 Bernal Díaz, chap. CCV, p.777 (BR). 45 Bernal Díaz, chap. XVIII : “estando escriviendo en esta mi cronica, acaso vi lo que escriben Gomora …”

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Alonso de Zorita pero que Duverger, sin ninguna prueba, pone en duda. Haremos notar solamente que Zorita46 afirma que en 1555 Bernal Díaz ya había empezado a redactar su Historia Verdadera; en esta época Alonso de Zorita es oidor de la Audiencia donde vive Bernal y nada permite poner en duda esta afirmación. Será en 1568 cuando Bernal acabe su Historia, si tomamos en cuenta las informaciones contenidas en el último capítulo de su crónica47 El cronista se servirá de una copia de su obra para justificar sus servicios y anclar en la memoria familiar su papel fundador. Y será esta copia la que será enviada a la Península. En 1575, el presidente de la real Audiencia de Guatemala apunta que “un conquistador de los primeros de la Nueva España le dio una ystoria que envía y la tiene por verdadera como testigo de vista”48. Además disponemos de la recepción que indica que en 1576 “la historia de la nueva España que nos embiaste y decis os dio un conquistador de aquella tierra se ha recibido…” 49. En adelante será esta copia la que se volverá el Manuscrito Remón. No vamos a desarrollar este tema extremadamente bien documentado y explicitado por Carmelo Saénz de Santamaría en su Historia de una historia. La crónica de Bernal Díaz del Castillo50. En 1586 la viuda de Bernal Díaz reclama la copia de la Historia Verdadera enviada a España y dice “que el dicho Bernal Díaz mi marido hizo y ordeno, escrita de mano del descubrimiento, conquista y pacificación de toda la nueva España, como conquistador y persona que se halló a ello presente, la cual le pidió original en esta ciudad el doctor Pedro de Villalobos, presidente y gobernador que fue desta ciudad en la real Audiencia que en ella reside, y la envio a su magestad y los señores de su real consejo de Indias…”51. Se puede añadir que en la parte de la Información de méritos y servicios hecha por Francisco Díaz del Castillo en 1579, el testigo Juan Rodríguez Cabrillo Medrano, vecino de Santiago de Guatemala afirma que “Bernal Díaz ha scripto y compuesto de la conquista de toda la nueva España que se envio a 46 Zorita (Alonso de), Relación de la Nueva España, edición de E. Ruiz Medrano, W. Ahrndt, J.M. Leyva, Mexico, Conaculta, 1999, vol. I, p.112. 47 Bernal Díaz, chap. CCXIV. 48 Archivo General de Centroamérica, Guatemala, 10,2, 22a [cité par BR, II, p.1060]. 49 Archivo General de Centroamérica, A 1.22, 1513, I, f.496v [cité par BR, II, p.1060]. 50 Carmelo Sáenz de Santamaría en su Historia de una historia. La crónica de Bernal Díaz del Castillo, Madrid, CSIC, 1984. 51 Archivo General de Centroamérica, A 1.20, 424, fs.31rv [cité par BR, II, p.1061].

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SM…”52. Ese testigo, hijo de un compañero de Bernal Díaz que participó con él en la Conquista de México y en la expedición de Guatemala es vecino de Santiago de Guatemala desde 1560 y conoce muy bien a nuestro cronista. También CH. Duverger pone en duda la atribución de la Historia Verídica con el pretexto de que no se conoce ningún otro texto de Bernal Díaz. Pero tampoco se conocen otros escritos de Andrés de Tapia, de Francisco de Aguilar, que fueron ellos también conquistadores de México. Muchas veces las personas que redactan sus memorias no tienen otras producciones literarias. Las crónicas de conquistadores no son cosas escasas. Conocemos algunas como las de Andrés de Tapia, de Francisco de Aguilar, de Bernardino Vázquez de Tapia, pero se olvida muchas veces que existieron otras crónicas hoy desaparecidas. Podemos citar a Jerónimo Ruiz de la Mota quien escribió sus Memorias sobre la Conquista de México y de las cuales Francisco Cervantes de Salazar se servirá para escribir a su vez su crónica53 ; Juan Cano que había escrito una Relación de la tierra y de su conquista, hoy desaparecida, pero que consultó y utilizó Alonso de Zorita54 ; Alonso de Ojeda (el viejo) quien redactó sus Memorias en las que relata toda la conquista de México están hoy desaparecidas, pero pudieron ser consultadas por Torquemada, Cervantes y Herrera55. El texto que se quedará en Guatemala se volverá el Manuscrito Guatemala, que no es un texto enteramente autógrafo de la Historia Verdadera, pero este manuscrito parece comportar varios folios de mano de su creador. No hay aquí nada de extraño porque en esa época, muchas veces, mandaban realizar copias, como Bernal Díaz lo hizo para enviar su manuscrito a España. Se puede precisar igualmente que al final de su vida el conquistador se ve aquejado por reumatismos que le impiden escribir bien, como lo demuestran sus últimas firmas, características de su enfermedad, muy diferentes de las primeras que se encuentran en las actas del Cabildo de Santiago de Guatemala. El problema está en el hecho de que para Ch. Duverger, Bernal Díaz no es y no puede ser el autor de esta crónica. En primer lugar porque 52 PR/55,6,2 f.36v. 53 CER/V,41+ 105- CAM2/284 54 ZOR/112+413- CER/V,41+105 55 TOR/IV,52+81+89- CER/IV,28+30+84+87+100+109+ V,14+19 +78+167- CDIA/ XXXVII, 143.

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confiesa que no es “letrado” (p.111)56 sic. Una vez más Ch. Duverger no sabe, o más bien no quiere saber, que en el siglo XVI no ser letrado no significa que no se sepa leer ni escribir, sino que no se ha pasado por un colegio universitario. Y consecuencia de este error hace de nuestro cronista un iletrado en contradicción con todos los documentos que conocemos57. Para apoyar su razonamiento utiliza los buenos análisis de Sáenz de Santamaría que demuestran que el Manuscrito Guatemala es obra de varias manos y que se trata más de un borrador que de una copia definitiva: está lleno de manchas, tachaduras, añadidos entre líneas, etc.58 Es probable que el hijo del conquistador e incluso otras personas hayan corregido la versión dada por Bernal Díaz ya fuera durante su vida, corrigiendo errores, o después de su muerte. Ciertas correcciones, particularmente de los nombres (cap. CCV), parecen justificados porque las rectificaciones esclarecen tal o cual punto. Una vez más Ch. Duverger comete un error de interpretación, traduce y entiende el verbo “tener” por el de poseer, cuando la acepción más corriente es siempre la de disponer; así cuando Bernal Díaz afirma en 1569 que “tiene escrita una crónica y relación” 59 y un poco más lejos repite “que se remite a lo que mas largamente tiene escrito en la dicha crónica y relación” 60, Ch. Duverger entiende que solo es “el depositario” (p.58), lo que es de hecho un verdadero contrasentido y va en contra de lo que está escrito. Toda su estrategia es demostrar que Bernal Díaz no pudo escribir esta relación y eso debe permitirle probar que hay otro autor en la sombra: Hernán Cortés. Este sería por lo tanto el autor de la Historia Verdadera con la complicidad de Gomara. En efecto Ch. Duverger nos dice, sin citar ni una sola fuente que, en 1543, “Cortés contrata a Gomara porque necesita una pluma oficial” (p.162)61. No apuntaremos aquí todos los errores sobre las relaciones entre López de Gomara y el jefe de los conquistadores, es suficiente con remitirse a los eruditos trabajos de Nora Jiménez que muestran que la supuesta cooperación entre Cortés y Gomara 56 p.97. 57 DUV/ p.97-98 : “la versión prosaica de un Díaz del Castillo más o menos iletrado corresponde probablemente mejor a la realidad. 58 Saénz de Santa María (Carmelo), Historia de una historia. La crónica de Bernal Díaz del Castillo, Madrid, CSIC, 1984, p.158 et sv. 59 PR/ 86,6,1, f.218v. 60 PR/ 86,6,1, f.219v. 61 VF. “Cortés recrute Gómara car il a besoin d’une plume officielle”, p. 143.

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no pudo jamás existir62. Como esto no era suficiente Ch. Duverger inventa a un Cortés que funda en su casa de Valladolid una academia. Ahí también, ningún documento permite aceptar esta idea. Por lo tanto aparece claramente que al hilo de sus ideas, para justificar lo injustificable, el autor de la Crónica de la eternidad inventa todo lo que necesita para forjar su tesis y esto siempre sin ninguna fuente o referencia. Es muy claro que cuando se ponen frente a las afirmaciones de Ch. Duverger las fuentes y las referencias de las que disponemos, todo el andamiaje construido no solamente no se sostiene, sino que se derrumba por sí mismo. Nadamos en plena ficción, cuando en una entrevista a un periodista de El País, 9 de febrero de 2013, Ch. Duverger nos hable de pruebas que reunió, pruebas que jamás ofrece o que si las da, como lo hemos visto, las deforma totalmente para validar su razonamiento. Todos los que han leído la Historia Verdadera y la han estudiado, han visto claramente que Bernal Díaz no daba las mismas informaciones que las Cartas de Cortés. Si se retoma, por ejemplo, el estilo, todo opone al jefe y al soldado. De la misma manera, si se considera, por ejemplo, la cifra de muertos durante la Noche Triste, Cortés nos dice que fueron 150 y Bernal Díaz 870. Las diferentes cifras que hemos encontrado en los archivos muestran muy bien que Bernal da la mejor estimación63. Podríamos dar numerosos ejemplos idénticos. Si se consideran los abundantes nombres de los conquistadores que se encuentran en Bernal Díaz (y no en Cortés) y que son muchas veces desconocidos por los otros cronistas, aquí también los archivos nos indican que estos hombres sí existieron. Duverger no entiende cómo un simple soldado pudo saber todo esto. Ignora que listas de conquistadores fueron levantadas por las autoridades coloniales, entre otros, después de la salida de Cortés hacia España. Muchos detallitos propuestos por Bernal Días no se encuentran citados más que en los archivos. Cierto, la precisión no está siempre presente pero en esa época es una constante: se embellece generalmente lo que se describe, uno se atribuye acciones importantes, se muestra bajo una luz más 62 Jiménez (Nora Edith), Francisco López de Gómara. Escribir historias en tiempos de Carlos V, México, INAH/El Colegio de Michoacán, 2001, 391p. 63 Grunberg (Bernard), L’Univers des conquistadores. Les hommes et leur conquête dans le Mexique du XVIe siècle, Paris, L’Harmattan, 1993, p.103.

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favorable, etc. Todos los historiadores que trabajan sobre ese tipo de documentos lo saben muy bien. Hubiéramos podido señalar multitud de errores más, aproximaciones, confusiones, carencias bibliográficas64, etc.

4. La Crónica de la Eternidad… de Duverger ¿Es un libro de historia ? No lo creemos por varias razones. La historia forma parte de las ciencias humanas y como tal, obedece a reglas y métodos. En el libro de Ch. Duverger tendríamos muchas dificultades para encontrarlas. Lo que sorprende a primera vista es el hecho de que trabajó solo sobre un corpus de textos bien conocidos y muchas veces editados. No se encuentra ninguna huella de investigación de archivos, contrariamente a las afirmaciones. Nos parece que lo más grave es la manera en que utiliza los documentos: los interpreta en función de sus objetivos, los rechaza cuando no van en el sentido que espera, los distorsiona, los manipula. Ya hemos dado algunos ejemplos de esto. Un ejemplo que nos parece particularmente ilustrativo del trabajo del autor se trata de esa supuesta academia instalada en la residencia de Hernan Cortés en Valladolid. Es un punto importante en la demostración de la tesis de Ch. Duverger. Que no hace más que retomar un fragmento de la obra de Pedro de Navarra Diálogos muy subtiles y notables publicados (Zaragoza, 1567). Pero no solamente no hay ningún otro documento, hasta hoy que lo confirme, o que simplemente nos permita suponer su existencia, pero aún más, y las numerosas críticas hechas a Ch. Duverger no lo han señalado suficientemente, él mismo silenció ese hecho en la biografía de Cortés que él mismo escribió65. Ese me parece un bonito ejemplo que demuestra cómo Ch. Duverger va buscando o/e inventando pruebas a la medida para sostener sus tesis. En lo que toca a los hombres de la conquista, no podemos citar todos los errores groseros, es suficiente con tomar el caso del clérigo Juan Díaz, del cual Ch. Duverger afirma que “es probable que muera 64 Sonia Rose de Fuggle. Afin qu’il y ait mémoire de moi”. Sens et structure dans l’Historia Verdadera de Bernal Díaz del Castillo. Doctorat sous la direction de M.C. Bénassy-Berling, Paris III, 1990, 417p. 65 Duverger (Christian), Cortés, Paris, Fayard, 2001, 493p.

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antes de la expedición de Las Hibueras” (p.126)66. Si nuestro autor conocía realmente la historia de la Conquista de México y de sus conquistadores, y si hubiera hecho algunas mínimas investigaciones, habría encontrado que en 1529 (después de las Hibueras), ese firma un testimonio en la residencia de Pedro de Alvarado, que en 1530, es cura en México, que en 1531, con más de 50 años, testimonia en la Información de méritos y servicios de Alonso de Avila y que parece aún en vida en 153367! En cuanto a su muerte, tenemos el testimonio de Juan de Torquemada que afirma haber encontrado testigos que le contaron que Juan Díaz murió, con 3 o 4 españoles, durante una emboscada en Quecholac y fue enterrado en Tlaxcala68. Y no hablemos más de todos los hechos que Ch. Duverger atribuye à Cortés: como su supuesta política de mestizaje69 (no hay ningún escrito de Cortés sobre ese tema), ni sobre su autoridad que hubiera influenciado ciertas decisiones del Consejo de Indias, o de Carlos V, etc. Podríamos multiplicar los ejemplos, no hablaremos aquí de los demasiado numerosos olvidos en la biografía. En cuanto a la crítica de fuentes, que se funda sobre la comparación de los testimonios, el cruce de fuentes, el autor decide de antemano las que son buenas para su demostración y las que rechaza porque se oponen a su tesis. Igualmente es fundamental su desconocimiento de la historia general de los siglos XV y XVI y más precisamente del periodo contemporáneo a la conquista. Es verdad que esto pide tiempo, mucho tiempo, porque el historiador debe manipular cantidad de fuentes y de documentos y sobre todo debe poder leerlos. Recordemos aquí, una vez más, a qué punto la paleografía colonial del siglo XVI es muy difícil. Los grandes historiadores de este periodo lo han demostrado ampliamente como Francisco Morales Padrón, Demetrio Ramos, Silvio Zavala, James Lockhart, Miguel León Portilla, etc. Lo que llama también la atención, y siembra por lo mismo la confusión, es la voluntad del autor por hacerse pasar por historiador. Recordemos aquí 66 p.112. 67 Proceso de residencia contra Pedro de Alvarado y Nuño de Guzman, publicado por I. López Rayon, Mexico, 1847, p.124-130 ; AGI, Patronato Real, 54,7,6,fs.17-18v ; García Icazbalceta (Joaquin), Don Fray Juan de Zumarraga primer obispo de México, México, Porrua, 1988 [1881], vol. III, p.21, vol. IV, p.116, 246. Cf. Grunberg (Bernard), Dictionnaire des conquistadores de Mexico, Paris, L'Harmattan, 2001, n°265. 68 Torquemada (Fray Juan de), Monarquia indiana, Mexico, Porrua, 1975, X, 27. 69 Cf. Ver en este mismo libro nuestra crítica a la biografía de Cortés.

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que Duverger no es historiador, su especialidad es la antropología, sobretodo la antropología social y cultural de Mesoamérica. Por otra parte, presume, como lo muestra su entrevista a un periodista publicada en la revista en línea Nexos70: “pertenezco a una escuela de historiadores que fomenta la duda como método”. Añade, como respuesta a las críticas hechas en la revista Nexos, intitulada “San Bernal”: “esa observación me llevó a explicar de manera más detallada mi propia exploración de la fábrica de la historia. Pertenezco a la institución académica que sirvió de cuna a la revolución historiográfica de la segunda mitad del siglo XX : la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. Es una institución en la que el pleno de sus profesores elige a sus miembros. Así, quienes me eligieron fueron Claude Levi Strauss, Jacques Soustelle, Fernand Braudel… La EHSS ha sido actriz de una transformación radical de las formas de investigar, pensar y escribir la historia: a este movimiento se le conoce en el mundo como escuela de los Anales. La primera característica de esta escuela es sin duda la interdisciplinariedad. El encuentro de la historia con la antropología, la economía, la demografía, la geografía, la sociología, generó un mestizaje metodológico que indujo una gran apertura de los campos de estudio. La manera de trabajar, los marcos de análisis, los registros de la temporalidad, el sentido mismo de la investigación se renovaron por completo…”. Sólo podemos constatar que todo lo que dice Duverger no lo puso en práctica y que se esconde tras una brillante institución, lo que no hace por lo demás de él un gran historiador. Está bastante lejos. Y los gloriosos maestros que invoca deben probablemente revolcarse en su tumba. Nos gustaría señalar algo sobre el título de este Coloquio: Miradas historiográficas actuales sobre la conquista americana. El revisionismo en la obra de Ch. Duverger, y sobre todo, insistir sobre la palabra revisionismo que define de manera general una “doctrina” que cuestiona de fondo a un dogma o a una teoría71. Nos parece que es darle a la obra de ese autor un valor que no tiene. La crónica de la eternidad no es un libro de historia, es una novela a imagen y semejanza de lo que escribe en Francia, por ejemplo, un Christian Jacq, un egiptólogo que publica novelas históricas que tienen como escenario el Egipto de los faraones 70 Nexos, 165-2013. 71 Diccionario Larousse.

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o un Arturo Pérez Reverte en el mundo hispano. Duverger tiene una pluma fácil, escribe bien, tiene mucha imaginación. Si Duverger hubiera querido escribir una obra de ficción, podemos considerar que alcanzó su objetivo. Se trata sencillamente de una novela más o menos bien escrita, que se podría asimilar a una novela policiaca. Pero desde el punto de vista histórico, que es el nuestro, estamos obligados a constatar que la tesis de Duverger no descansa sobre ningún fundamento serio. Terminaremos por una impresión general. El héroe de la Crónica de la Eternidad no es Bernal, sino más bien, una vez más, Hernán Cortés. Es el segundo volumen que forma parte de un conjunto que probablemente contará con una tercera obra. El plan mediático elaborado por el autor funcionó muy bien. Está claro que no todo el mundo cayó en su trampa. Este coloquio será, lo deseamos ardientemente, una muy buena ilustración. Clío escogió su campo. La conclusión de un experto, el profesor Miguel Leon Portilla y que hacemos nuestra, no deja ninguna duda: “el libro no presenta testimonio alguno que pruebe lo que en él se afirma. Más que crónica de la eternidad, se trata de fantasías de la temeridad”72. Bernal Díaz del Castillo puede descansar en paz, la “mistificación” señalada en el subtítulo de la obra en la edición francesa, intentada por Ch. Duverger, ha fracasado.73

72 Nexos, abril 2013 73 Traducción Fernanda Núñez Becerra.

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A PROPÓSITO DE CRÓNICA DE LA ETERNIDAD DE CHRISTIAN DUVERGER

Guillermo Serés Universidad Autónoma de Barcelona

En la polémica y controversia en torno a la supuesta autoría de Cortés de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, hasta ahora atribuida a Bernal Díaz de Castillo, que defiende Christian Duverger en su Crónica de la eternidad, (México-Madrid, Taurus, 2013), se han visto implicados estos meses, en mayor o menor medida, historiadores, antropólogos, filólogos e incluso periodistas. Apoya abiertamente la tesis de la autoría cortesiana Bennassar; Martínez Baracs valora la aportación: cierta o falsa, señala, su conjetura no podrá eludirse; Aguilar Camín afirma que ha suscitado una duda razonable; al igual que Duviols, que destaca lo sugestivo del libro; Chartier no acaba de pronunciarse (“entre certain, probable et posible”) y se fija especialmente en la cuestión tangencial de la disputa con Carlos V. El resto de polemistas, incluidos, claro, todos los editores vivos, se oponen: algunos pocos dan relativa credibilidad a la primera parte, pero en ningún caso secundan la autoría de Cortés; Hugh Thomas lo desmiente con vehemencia. En el estupendo monográfico de la revista Nexos sólo hay dos colaboraciones dubitativas o de apoyo parcial: la citada de Aguilar Camín (con la entrevista del mismo con Mauleón) y la de Moreno Toscano. También me consta que se han opuesto abiertamente Leonetti y Rodilla, en sendos artículos en prensa, Mira Caballos en su blog y Ángel Delgado.1 Uno de los primeros argumentos de la tesis central de Duverger es que Bernal señala que acabó de escribir su libro el 26 de febrero de 1568 en Santiago de Guatemala, sede de la Audiencia. El francés 1 Cito exhaustivamente la bibliografía en Serés en prensa

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replica que en ese momento la Audiencia estaba en Panamá y se preguntaba en posterior entrevista a El País: “Nadie revisó eso, ¿por qué mis colegas no lo descubrieron?” Pero sucedió exactamente lo contrario: la Audiencia volvió a Guatemala el 15 de enero 1568;2 por eso, precisamente, puede Bernal entregar su obra y poco más tarde la fechó, albergando la esperanza de que se atendería por fin su petición.3 Afirmaciones de este tenor menudean en el libro; elijo unas cuantas para demostrar la tesis contraria. Aparte la mala interpretación de algunos datos, como apenas considera los métodos de la filología y otras disciplinas afines y contiguas, yerra el tiro desde el principio del libro: en el orden de aparición de las dos ediciones del impreso, que es otro argumento del que se sirve, supuestamente, para apuntalar su tesis con la portada de los respectivos impresos.4 A Duverger parecen no importarle estos detalles, ni la transmisión textual, la historia del texto, la crítica textual y de contenidos, la retórica, la historia literaria, algunas fuentes (v. g. Las Casas), los referentes (libros de caballerías, romancero, Biblia, sumas de historia antigua, etc.) y realia, el estado de la lengua, etc., etc. (abajo lo amplío). E incluso el derecho, porque toda crónica es, en principio, un documento legal, de ahí la gravedad de usurpar su autoría, como inteligentemente me recuerda Ángel Delgado en comunicación privada.5 Pero es que tampoco tiene en cuenta algunas obras de referencia de su campo de estudio, como los documentos que aportan Wagner, o el metódico Boyd-Bowman, en cuyo estudio figura Bernal y cincuenta y seis mil pobladores más de la América 2 Archivo General de Indias (de aquí en adelante, AGI), Guatemala, 394, l. 4, h. 417. El restablecimiento de la Audiencia se confirmó “definitivamente enviándose un sello por Real Cédula de 28 de junio de 1568” (Gómez Gómez 2008:229). Baste ver Suárez Fernández 1982:611. 3 Duverger (2013a: 256, nota 1) conoce el dato, pero señala que el presidente, Antonio González, se incorporó en 1570; ¡como si eso importase para el normal funcionamiento! 4 Lo recogí en el estudio de mi edición: Serés 2011:1222-1224. 5 “Hay otra cuestión de fondo: España y muy especialmente el mundo de los conquistadores era una sociedad en litigio continuo, con continuas demandas, probanzas y reclamaciones de todo tipo a la Corona. Se tomaban muy en serio las cuestiones legales, que de hecho eran los que les iban a proporcionar las encomiendas y favores reales a los conquistadores y a sus descendencia (Bernal de hecho escribe, según confiesa, para sus hijos, para que se beneficien del legado de su padre en los servicios a la Corona, España y la cristiandad). Hacer pasar por ajena la obra propia, suplantando la personalidad legal, era un delito muy grave que Cortés jamás habría imaginado, y menos aún para suplantar a un modesto y humilde soldado en Guatemala”

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hispana,6 o el libro de Grunberg.7 Ni siquiera tiene en cuenta las tres grandes ediciones: la de Ramírez Cabañas (1939/50), la del benemérito padre Carmelo Sáenz de Santamaría (1966/82) y la del eximio profesor de Colonia, José Antonio Barbón Rodríguez (2005), monumental y documentadísima, donde transcribe admirablemente los documentos bernaldianos, recoge la principal legislación de Indias y pone al pie las variantes. Otra estupenda edición la llevó a término el citado Ángel Delgado (2009), en colaboración póstuma con su maestro, Luis A. Arocena; la mía (2011) es anotada y lleva un aparato crítico completo; la de Gil (2012), una excelente introducción. He visto todas las citadas, así como la fundamental de Genaro García (1904-1905), previa a la restauración del manuscrito (Barrow 1952) y que permite ver algunos ladillos perdidos.

Fases de redacción de la Historia verdadera Duverger afirma que Bernal firmó el original en 1568 a una edad muy avanzada, pero omite que las diversas fases de la redacción habrían empezado quince años antes. Eso explica los diversos tipos de letras y que sólo unas páginas sean autógrafas; lo que ha escandalizado tanto a Duverger (2013a:116), que lo trae como prueba de que es un apócrifo. Quisiera señalar las diversas fases para demostrar cómo aquella redacción fue variando en función de diversos condicionantes. 1. La primera primicia del tono y de las intenciones de la redacción de la posterior crónica es una carta autógrafa al Emperador (de 22 de febrero de 1552) en que le informa que el presidente de la Audiencia de Guatemala, López Cerrato, no le había concedido las tierras ni los indios que se le debían como contrapartida de sus trabajos, del 6 Boyd-Bowman 1985 documenta la primera aparición de Bernal en una entrada de la sección de Contratación, en el Archivo de Indias de Sevilla, donde se asienta que nació en 1492 y que fue al Nuevo Mundo, sobre todo al Darién, con Pedrarias Dávila en 1514, es decir, cuando tenía veintidós años. 7 Thomas 2013 señala que Duverger obvia “algunos de los intercambios más interesantes del segundo volumen de Martínez 1990. Por ejemplo, hubo una serie de testimonios fechados a principios de 1520 en los que varios seguidores de Cortés recuerdan con sutileza la reacción de Moctezuma a la exigencia de su vasallaje. Eran Juan de Cáceres, Alonso de Serna, Francisco de Flores, Andrés de Tapia, Juan Jaramillo, Alonso de Navarrete y Juan López de Jimena. Publiqué algunos de esos invaluables recuentos –que reflejan pruebas de la residencia de Cortés, cuestión 98, en AGI, Justicia, Legajo 224– en La conquista de México”.

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capital invertido y de los servicios prestados.8 Además del farragoso y formular léxico burocrático, y una defensa característica de la verdad (“no lo sé proponer más delicado, sino muy verdaderísimamente lo que pasa”) contiene expresiones, sentimientos y retranca muy “bernaldianos”, como “otra barcada de Cerratos”: Sepa Vuestra Majestad que si el mismo mando le hobiese dado diciendo: “mirá que todo lo bueno que vacare y hobiere en estas provincias, todo lo deis a vuestros parientes”, no lo ha hecho menos. […] E aún no ha complido con todos, que aún están agora aguardando que les den a dos sus primos e un sobrino e un nieto. ¡Y no sabemos cuándo vendrá otra barcada de Cerratos a que les den indios! […] ¡Oh sacra Majestad!, ¡qué justos e buenos son los mandos reales que envía a mandar a esta provincia e cómo acá los forjan e hacen lo que quieren! No surtiría el efecto deseado, pues al año siguiente le vemos enfrascado en lo que con el tiempo será la presente crónica y que, en principio, fue un “memorial de guerras”, que en ningún caso confundimos con “la monumental Historia verdadera”, como señala Duverger (2013a:67). Testigo de dicha redacción fue el oidor Zorita (véase, abajo, “Testigos de Bernal”). La noticia de dicha redacción aparece también en la probanza de méritos promovida por los descendientes de Pedro de Alvarado el 9 de julio de 1563; en ella se afirma de Bernal: “Pasadas muchas cosas que este testigo tiene escritas en un memorial de guerras, como persona que a todo ello estuvo presente”.9 De dichas palabras parece desprenderse que el memorial ya está concluido, aunque hay que esperar —según parece indicar el propio Bernal en el capítulo CCX— al año 1568 para dar por finalizado el traslado. Antes, del año 1558, tenemos constancia de dos cartas autógrafas más, dirigidas, respectivamente, a Las Casas y a Felipe II.10 La segunda, redactada en términos parecidos a la que en su día enviara al Emperador, pero dando noticia de su origen y 8 Editada en Cartas de Indias, pp. 45-47; también la trae Barbón 2005,II:1037-1040. 9 AGI, Probanza de 1563, f. 107r: Patronato 86, núm. 6, r. 1. cf. Barbón 2005:II,8151064, que trae todos los documentos de Bernal y su familia. Ramírez Cabañas 1939/1950:II, 433 transcribe el documento. 10 AGI, documentos escogidos. Leg. 1 doc. 55; también puede leerse en Explicación de documentos para la historia de España, LXX (1879), pp. 595-598; complétese con Barbón 2005:II,28.

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condición de viejo conquistador. 11 Aun nos ha llegado otra carta más, la cuarta, dirigida a Felipe II, en 1567, en contra del licenciado Landecho, a favor del licenciado Briceño.12 Al mismo tiempo que las cartas, Bernal está pergeñando aquel “memorial de guerras”, que ya tendría un tono parecido al de los primeros capítulos de la Historia verdadera (aproximadamente, hasta el XVII), que debieron de sufrir pocas modificaciones respecto de aquella redacción. Se planteará ser un cronista aficionado cuando lea a Francisco López de Gómara, en cuya La conquista de México (Zaragoza, 1552; reeditada en Medina del Campo, 1553, 1554, 1555), escrita para glorificar a Cortés, apenas habla del resto de soldados El afán por desmentir al cronista profesional le animó a transformar el bosquejo de memorial en la Historia verdadera, como nos da cuenta, explícitamente, en el capítulo XVIII. Bernal vuelve a leer y “a mirar muy bien” la crónica de Gómara, porque tendrá en cuenta su ordinatio, estructura y capitulación para la suya. En respuesta al conquense se decide a ser cronista, pero armado con la “retórica de la verdad”. La estrategia narrativa que se plantea para lograr estos objetivos es la de relatar pormenorizadamente todo lo evocado. Al exredactor de probanzas Bernal Díaz le parece evidente que, para alcanzar una parte o todos sus propósitos (legales, morales y retóricoliterarios), la alternativa es la de narrar etapas o episodios olvidados, postergados o aparentemente irrelevantes, o enfatizar los oscuros, marginales, prosaicos o grotescos. El otro gran foco de atención para nuestro cronista serán los amigos tlaxcaltecas, Moctezuma y los mexicanos. Bernal alargará su crónica casi otros cincuenta prolijos capítulos, y básicamente la centrará, a partir de este momento, en los avatares legales en torno al reparto del botín, extensión de la conquista (hasta la fundación de Mérida, en 1542), relaciones con España y con los frailes evangelizadores, etc. A ello le mueve no sólo el despecho del que se siente postergado, sino también la emoción de revivir los hechos que dieron sentido a su vida. 11 Archivo Histórico Nacional, Cartas de Indias, 154; también en Cartas de Indias, p. 45. 12 En Ramírez Cabañas 1939/50: II, 441.

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El testimonio base de la edición Resultado de todas estas modificaciones, enmiendas y otras intervenciones es el ms. G, texto base de mi edición,13 que constaba en un principio de 299 folios (29’50 x 43 cm) y en el lomo figuraba la inscripción “BERNAL DIAS / HISTORIA ORIGINAL / DE LA CONQUISTA / DE MEXICO / Y GUATEMALA” ; fue restaurado en 1951 en la Biblioteca del Congreso de Washington y en la actualidad consta de 287 folios, al final de los cuales (antiguo folio 299) aparece la firma de Bernal Díaz.14 La primera noticia que permite datar aproximadamente la redacción del G nos la ofrece el citado Alonso de Zorita, en cuya lista de autores “que han escrito historias de Indias o tratado algo dellas” cita a Bernal. Habida cuenta de que Zorita ocupó el cargo de oidor en Guatemala entre 1553 y 1557, hemos de suponer que nuestro cronista estaba redactando el citado “memorial” en estas fechas o un poco antes. La segunda fecha de referencia del memorial es la también citada del 9 de julio de 1563. Ya había concluido el “memorial” y decide citarlo; no así seis años antes, en 1557, cuando en similares circunstancias no lo menciona.15 El cronista nos ofrece otra fecha en el capítulo CCX de su Historia: nos dice allí que en 1568 está “trasladando esta relación”, o sea, que estaba redactando el original autógrafo de acuerdo con el reglamento forense.16 Concluida y enviada la traslación de 1568, Bernal añade folios: desde el 289r hasta el 296r: son los caps. CCXIII-CCXIV, que no figuran en la edición impresa (M), por haber sido remitido anteriormente (véase abajo), y sí, claro, en G. Los destina a narrar los últimos acontecimientos de la Nueva España, desde Nicaragua a California, a justificar el herraje de los indios, a enumerar los “gobernadores que ha habido”. Aquella copia es la que presta a los “dos licenciados” citados en el capítulo CCXII y la que vio el padre Vázquez en 1714, quien desconocía que la copia enviada a Madrid era igual que la que él manejaba, pero al ver que esta estaba tan 13 En otros dos testimonios se podía leer la obra de Bernal Díaz: el utilizado por fray Alonso Remón para la edición princeps de Madrid, 1632, M, y la copia, póstuma, de G que hizo Francisco Díaz del Castillo, hijo de nuestro cronista, habitualmente designado ms. Alegría, A, cuya subrepticia aparición considera muy oscura Duverger 2013a:36.. 14 Véase Barrow 1952:14. 15 AGI, I, probanza de 1557, fols. 52-58. 16 Véase simplemente García-Gallo 1972:123-286, o Pupo-Walker 1992:84-90.

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plagada de enmiendas, creyó que era el borrador de aquella.17 Hasta el siglo XX no se imprimió una edición a partir de G: la de Genaro García, de 1904, pero contiene muchos errores, erratas y omisiones textuales en casi en todas las páginas transcritas.18

El envío a España A despecho de lo dicho arriba sobre un posible envío previo, el primer envío documentado de la crónica bernaldiana fue en 1575, según consta por carta que dirigió al rey el licenciado Pedro de Villalobos, presidente de la Audiencia ya reinstalada en Guatemala, cuando remite por encargo de la viuda de Bernal, Teresa Becerra, un apógrafo de este manuscrito al Consejo de Indias, donde se asienta que remite una Historia de la Nueva España que nos dio un conquistador de aquella tierra.19 La correspondiente minuta en que se hace un resumen de la carta de Villalobos dice a su vez: un conquistador de los primeros de la Nueva España le dio una historia que envía y la tienen por verdadera como testigo de vista, y las demás son por relaciones (Archivo General de Centroamérica, Guatemala 10. R. 2 nº 22 a) con el consiguiente acuse de recibo.20 También contamos con un poder otorgado por Teresa Becerra, viuda de Bernal, para reclamar la copia enviada a España, fechado en 1586; abajo transcribo algún fragmento. Con todo, aún tendrían que pasar cuarenta y ocho años después de su muerte (3-II-1584) para que saliese a la luz en Madrid (1632) la primera edición de su crónica. Y no salió por sus méritos en la armas o en las letras, sino porque un compañero de orden de fray Bartolomé de Olmedo, que acompañó a Bernal y a Cortés, el también mercedario fray Alonso Remón, quiso inmortalizarle y, con 17 Asegura fray Francisco Vázquez: 1937:I, 23, que “hube a las manos, por todo el tiempo que hube menester, el original del muy noble caballero y escritor ingenuo Bernal Díaz del Castillo, de donde se sacó el traslado, que se remitió a España y se imprimió después ... que ya era muerto el autor”. 18 Ya lo observó inteligentemente Barbón 1985:2-4, que trae algunos ejemplos significativos; Flores 2003 abunda en los silencios del medinense. 19 El comunicado de Villalobos lleva fecha de 15 de marzo de 1575 (cf. AGI, “Guatemala”); el poder otorgado por Teresa Becerra se halla en el Archivo General de Centro América, Guatemala (AGCA), A1 20 424 9 189. El acuse de recibo de la Corte está fechado en Aranjuez, a 25 de mayo de 1576; no lo he podido ver, pero sí Sáenz de Santamaría 1984:XX, quien, además, aduce los testimonios de Rodríguez Cabrillo y Diego Muñoz Camargo (ibidem). 20 La Historia de la Nueva España que nos enviastes y decís que os dio un conquistador de aquella tierra se ha recibido y se verá en el nuestro Consejo de Indias. De Aranjuez, a XXI de mayo de mil e quinientos y setenta y seis años. Yo el Rey. Por mandado de Su Majestad, Antonio de Eraso.

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él, a los escasos mercedarios (en comparación con los franciscanos, dominicos y, posteriormente, jesuitas) que participaron en la conquista y evangelización de América.

Testigos de la crónica de Bernal Para responder a la pregunta de Duverger “¿con qué documentos podemos contar?” (2013a:29), cito algunos testigos de vista o de leída que dan cuenta de la labor literaria de Bernal y de su condición de cronista: hasta siete testigos, directos o indirectos. Se trata de un oidor; un cronista mestizo (Muñoz Camargo); varios cronistas españoles: el cronista mayor de Indias (desde 1596) Antonio de Herrera, Juan de Torquemada, Bartolomé Leonardo de Argensola, el mercedario editor de la príncipe Alonso Remón y el capitán Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán.21 En primer lugar, Alonso de Zorita, que ocupó el cargo de oidor en Guatemala entre 1553 y 1557, la leyó, porque recuerda que: Bernal Díaz del Castillo, vecino de Guatemala, donde tiene un buen repartimiento y fue conquistador en aquella tierra y en Nueva España y en Guacacinalco, me dijo, estando yo por oidor en la Real Audiencia de los Confines, que reside en la ciudad de Santiago de Guatimala, que escribía la historia de aquella tierra y me mostró parte de lo que tenía escrito; no sé si la acabó ni si ha salido a luz.22

Como he señalado, también menciona a Bernal el cronista Diego Muñoz Camargo en su Historia de Tlaxcala (redactada hacia 1590), a propósito de hablar de doña Marina, la Malinche. Lo recuerda Duverger (2013a:31), pero para apostillar en seguida que “resulta verosímil que haya tenido conocimiento del manuscrito de Bernal en España, donde residió alrededor de 1585”. No sé cómo se enteraría, porque, ya en España, el manuscrito de Bernal dormía el sueño de los justos en algún anaquel, hasta que lo editó el padre Remón en 1632, pero para dar notoriedad a un compañero mercedario, el padre Olmedo, que acompañó a Cortés, no para realzar la figura del soldado 21 De muchos de estos testimonios se hace eco don Miguel León-Portilla 2013 al señalar que Duverger “contradice también lo expresado por dos bien conocidos autores del mismo siglo XVI”; tiene la gentileza de citarme y se lo agradezco. 22 “Catálogo de los autores que han escrito historias de Indias o tratado algo dellas”, p. 112. Ya lo traía Iglesia 1935:142 y, entre muchos otros, el propio Duverger 2013b:31.

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raso Bernal Díaz. Como también se encarga de confirmar Duverger (2013a:31), “fue con Herrera como Díaz del Castillo salió de la sombra”, de modo que mal pudo leerlo Muñoz Camargo. En efecto, Antonio de Herrera y Tordesillas asume el puesto cronista en1596 y acomete la labor de redactar una historia general compilando crónicas particulares. Cita y nombra varias veces a Bernal Díaz; en primer lugar para señalar que fue en el primer viaje, con Hernández de Córdoba, en 1517.23 También le sigue muy literalmente para redactar la segunda expedición, la de Grijalva, en 1518, y tiene muy en cuenta capítulos enteros.24 El cuarto gran testimonio, el franciscano Juan de Torquemada, en su Monarquía indiana cita tres veces al de Medina.25 Difícilmente pudo haberlo visto, porque en el prólogo general afirma que “no he salido de esta provincia del Santo Evangelio”. Bartolomé Leonardo de Argensola, cronista eventual, tuvo en cuenta a Bernal para su Primera parte de los anales de Aragón, donde le cita varias veces, tomando pasajes completos de su obra y muchas referencias concretas. Pero ni que decir tiene que el testimonio más completo es el del editor Alonso Remón, como hemos visto arriba. No puedo dejar de citar a don Antonio Solís, que sucedió a Ovando en el cargo de cronista oficial, que publicó una Historia de la conquista de México en 1684, sirviéndose, principalmente, de la de Bernal, a quien cita tras Gómara, Herrera y Argensola. No se mete en esas honduras el capitán Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán, descendiente de Bernal y en cuya Historia de Guatemala o Recordación Florida (1690) señala la existencia de dos manuscritos, el llamado “borrador original” y el “traslado en limpio” un traslado en limpio que se sacó, por el que se envió a España para la primera impresión, para remitir duplicado, que, no habiendo ido, conservan los hijos de doña María del Castillo, mis deudos, autorizado 23 Bernal Díaz, natural de Medina del Campo, que se halló en esta jornada y en las otras que se hicieron después (Historia general de los hechos de los castellanos, II, 18, p. 64) 24 Baste ver Bosch García 1945:145-202, donde trae cómo Bernal es una fuente casi indispensable para Herrera. 25 Señalando que “yo vi y conocí en la Ciudad de Guatemala al dicho Bernar Díaz ya en su última vejez, y era hombre de todo crédito”. (Monarquía indiana, I, iv, 4, p. 351)

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por la firma del doctor don Ambrosio del Castillo, su nieto, deán que fue de esta santa iglesia catedral primitiva de Goathemala (Recordación Florida, I, p. 87).26

El traslado sería el testimonio A, o sea, el apógrafo que se anuncia al final de G, que se “acabó de sacar el 14 de noviembre de 1605 años” bajo la supervisión de Francisco Díaz del Castillo, padre de Ambrosio e hijo de Bernal. Pero todo esto no le sirve a Duveger; tiene una intuición y quiere demostrarla como sea: negando valor a los testimonios directos y documentales; negándole a Bernal la alfabetización (Duverger 2013a:116-117); incluso acusando incluso al padre Remón de “cómplice de ese escamoteo” (Ibidem, p. 34) de la copia del manuscrito enviada a España, se refiere.27

Otros documentos de Bernal La primera noticia documentada de Bernal Díaz es del 7 de septiembre de 1539,28 en su probanza de méritos y servicios, inserta en la de Pedro del Castillo Becerra:29 Muy poderoso señor: Pedro del Castillo Becerra, vuestro contador y oficial de vuestra real hacienda destas provincias, digo que en el oficio de García de Escobar, vuestro escribano de cámara desta Real Audiencia, están las informaciones públicas y otros recaudos, certificaciones y testimonios de los méritos y servicios de Bernal Díaz del Castillo, mi padre, y del capitán Bartolomé Becerra, mi abuelo materno, y de Francisco del Valle 26 Tras varias desconcertantes pruebas “ex contrario” sobre la lectura de Jovio e Illescas (de los que Bernal sólo afirma la existencia, no que los leyese), Duverger (2013a:93) ironiza sobre el particular: “dice [Fuentes y Guzmán] que la edición de Díaz del Castillo preparada por Remón y fechada en 1632 llegó a Guatemala en 1675. ¡Habrá llevado 43 años para que la Historia verdadera impresa atraviese el Atlántico!” 27 Un buen resumen en Delgado 2009 y Leonetti 2011, 45-114, que coinciden en casi todo conmigo: Serés 1991 y 2011. 28 A despecho de lo que pueda aportar Martínez Martínez 2013, “hasta la fecha la primera referencia con la que contamos sobre Bernal es de 1519… Su nombre y elegante rúbrica figuran en la petición que la comunidad, a través de su procurador, presentó en el cabildo de la Villa Rica el 20 de junio de 1519 (así lo documentamos en Veracruz 1519. Los hombres de Cortés, de próxima aparición) Para tranquilidad de Duverger estamos ante un documento original”. También lo cita Martínez Baracs 2013, señalando “que incluye su firma, publicada en 2005 en la revista Historias”. 29 AGI, Pa. 55, nº 6, R. 2: “Méritos y servicios de Bernal Díaz” que contiene además una carta del mismo Hernán Cortés recomendando sus méritos, del 7 de febrero de ese año (folio 12) (fols. 1r-31r). AGI, Pa. 86, nº 3, r. 3 [1613] Información secreta de los méritos del contador Pedro del Castillo. Puede verse entera en Barbón 2005, II: 859874.

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Marroquín, abuelo paterno de doña Jacoba Ruiz del Corral, mi mujer. (fol. 1r) […] En cumplimiento de lo cual, yo, García de Escobar, escribano de cámara más antiguo de la dicha Real Audiencia e mayor de la gobernación en su distrito, hice sacar un tanto de las probanzas públicas que en el dicho pedimiento se hace minción del dicho Bernal Díaz del Castillo y Bartolomé Becerra, y otro recaudos, certificaciones y testimonios, que su tenor dello es como se sigue”; puede leerse completa en Barbón 2005,II: 815-856). Cédula Real dirigida a don Pedro de Alvarado. Adelantado don Pedro de Alvarado, nuestro gobernador de la provincia de Guatemala… Por parte de Bernal Díaz, vecino de la villa del Espíritu Sancto, me ha sido fecha relación que él es uno de los primeros conquistadores de la Nueva España… (fol 1v.) En la villa de Madrid, a quince días del mes de abril de mil e quinientos e cuarenta años, vistas estas peticiones y escripturas por los señores del Consejo de Indias de Su Majestad, dijeron que dabían mandar y mandaron que se dé su cédula de Su Majestad para el virrey de la Nueva España que se informe de la calidad e cantidad de los pueblos que al dicho Bernal Díaz le fueron dados e tuvo e poseyó e le fueron quitados…” (fol. 2v) AGI, Pa. 85, nº 1, r. 1 [1608] Información de los méritos y servicios de Bernal Díaz del Castillo, uno de los primeros conquistadores de Nueva España, quien escribió la historia de dicha conquista.30

Más adelante figura el testimonio de Francisco Hernández de Illescas, vecino de Santiago de Guatemala: De la segunda pregunta dijo que este testigo sabe que el dicho Bernal (fol 6r) Díaz del Castillo, padre del dicho Francisco Díaz del Castillo, fue uno de los primeros conquistadores y descubridores de la Nueva España, porque este testigo oyó decir, habrá más tiempo de sesenta años que fue recién conquistada esta tierra […] que el dicho Bernal Díaz del Castillo había sido uno de los primeros conquistadores de la dicha Nueva España y que la había entrado a conquistar con el marqués del Valle, Hernando Cortés [… ] y que, después de conquistada y pacificada la dicha Nueva España, el dicho Bernal Díaz del Castillo fue con los demás conquistadores a conquistar la costa de Tutepeque y Guazacualco hasta que la dejaron pacífica y ganada en nombre de Su Majestad (fols. 5v-6r)

En el fol. 31v empieza la de Francisco Díaz del Castillo. Es una probanza a la que alude una y otra vez Duverger (2013a:46) para señalar que es “una copia integrada en un documento de 1579”, aunque luego cante una supuesta palinodia: “podemos pensar que ese documento encierra un parte de verdad, puesto 30 Barbón 2005, II:893-924.

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que contiene varias incongruencias que no estarían ahí si fuera una falsificación integral” (Duverger 2013a:62).31 Más abajo (p. 67) Duverger se refiere a una probanza de méritos de la hija de Alvarado, fechada esta vez el 9 de diciembre de 1569, restándole la importancia que en realidad tiene: 32 El dicho Bernal Díaz del Castillo… a la primera pregunta dijo que conoce a la dicha doña Leonor de Alvarado, […] porque este testigo fue con el dicho marqués al tiempo que fue a la dicha conquista, y que se halló siempre en ella y que por esto conoce a los en la pregunta contenidos” (Probanza de los méritos y servicios del adelantado don Pedro de Alvarado (6-IV-1556) (AGI, Pa. 86, nº 6, R. 1, fols. 102r-108r, fol. 102v, negrita mía)

En otra probanza del mismo documento insiste: El dicho escribano presentó por testigo a Bernal Díaz del Castillo, vecino y regidor desta ciudad, […] de lo cual este testigo, como testigo de vista y que se halló en conquista y descubrimiento de la Nueva España y otras partes, dos veces antes de que el dicho don Hernando Cortés, tiene escrita una corónica y relación a la cual también se remite. (Probanza de don Francisco de la Cueva, de los servicios del adelantado don Pedro de Alvarado, su suegro (fols. 190-224). La declaración de Bernal, de 9-XII1569, en los fols. 215v-224v, 216r-218v, negrita mía)

Y, más adelante, en el mismo documento: Y sabe este testigo que el dicho Pedro de Alvarado con su gente fue el primero capitán que dio vista a México por la calzada de Tacuba con mucho riesgo y perdiendo seis españoles y quedaron muchos heridos. Lo cual sabe este testigo por lo haber visto y se hallar en compañía del dicho don Pedro de Alvarado a todo lo que dicho es, y salir de las dichas batallas 31 Lo explica muy bien Townsend: “en 1539 Díaz formalizó una solicitud en la ciudad de México. Quería que se le reconociera la condición de “primer conquistador”. Juan Jaramillo, uno de los lugartenientes de Cortés, fue el juez encargado del caso. Esto le hace pensar a Duverger que Díaz no pudo haber sido parte de la conquista, pues de haberlo sido Jaramilllo lo habría sabido. No entiende que a Díaz, un plebeyo sin riquezas o conexiones, no se le había asignado una encomienda. Se había marchado a Coatzacoalcos y a Chiapas en busca de una, pero esas regiones seguían sumidas en el caos. Ahora que estaba de vuelta en la ciudad de México buscando el título de “primer conquistador” y el derecho que le acompañaba para pedir una encomienda en una zona más deseable, Jaramillo no estaba muy dispuesto de juzgar a su favor pues ya no quedaban más encomiendas que distribuir. Así que Díaz terminó por irse a Guatemala (Townsend 2013) 32 Duverger “se escandaliza de cómo los historiadores aceptaron con pasividad la falta de datos sobre los orígenes de Díaz en España. Al parecer no se da cuenta de que es casi imposible rastrear la ascendencia de los plebeyos en este periodo. […] En los primeros años los españoles pusieron las energías en controlar el centro de México. En medio del caos muy pocos registros fueron asentados, y aún menos quedaron preservados” (Townsend 2013).

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y reencuentros herido. Y esto responde a esta pregunta, y se remite a lo que más largamente tiene escrito en la dicha su corónica y relación. (fols. 219r-v).

El autor francés denuncia la interpretación equivocada de este texto por parte de la crítica, asegurando que si Bernal dice que tiene una crónica escrita nos comunica simplemente que es depositario de un manuscrito, pero “nos vemos obligados a evidenciar, en la base de elementos lingüísticos, la falta de concreción y fundamento de la afirmación del estudioso francés. Es evidente que si Bernal declara que tiene escrita una “corónica y relación”, esto quiere decir que lo que posee es un documento escrito por él. Es más, si en esta probanza Bernal necesita remitir a un escrito que refuerce su testimonio, ¿cuál sería la utilidad de mencionar una obra en la que, según lo que afirma Duverger, nunca aparece su nombre?” (Leonetti 2013). También se puede traer para la probanza de méritos de Bernal, de 1579, el testimonio de Juan Rodríguez Cabrillo de Medrano, vecino de Guatemala: El dicho Bernal Díaz del Castillo fue uno de los primeros conquistadores y descubridores que vinieron a la Nueva España y provincia de Yucatán en compañía del capitán Francisco Fernández de Córdoba y después con Joan de Grijalva, y vueltos estos a la isla de Cuba, volvió tercera vez… con don Hernando Cortés…, y por una corónica que el dicho Bernal Díaz del Castillo ha escripto y compuesto de la conquista de toda la Nueva España, que se envió a Su Majestad el rey don Felipe, nuestro señor, la cual este testigo ha visto y leído (AGI, Pa. 55, nº 6, R. 2, fol. 36 v)

Tampoco este testimonio le sirve al pertinaz antropólogo, porque, “¡y Bernal Díaz del Castillo por primera vez se ha vuelto el autor de la Historia verdadera! Ciertamente a regañadientes. Pero la edad avanzada ya no deja lugar a tergiversaciones y Francisco, su hijo [e instigador de la probanza], se ha lanzado a la creación del mito. Esta historia fabricada de un Díaz del Castillo cronista es la que se convierte entonces en la vulgata en Guatemala” (2013a:69). Obviamente, desechará especialmente el testimonio de la viuda, Teresa Becerra, que en 1586 le otorga un poder a un pariente, Álvaro de Lugo, para que recupere la copia enviada a España; en concreto, para que: Reciba y cobre poder de cualesquier personas y doquier que estuviere, una historia y crónica que el dicho Bernal Díaz del Castillo, mi marido, hizo y 41


ordenó, escrita de mano, del descubrimiento, conquista y pacificación de toda la Nueva España, como conquistador y persona que se halló a ello presente. […] Y cobrada y recibida, pida y suplique se me haga merced a mí y a los dichos mis hijos, como sucesores del dicho Bernal Díaz, de la emprenta de la dicha crónica por el tiempo que Su Majestad fuese servido, en el cual otro ninguno la pueda imprimir ni vender, y pida otras cualesquier mercedes que Su Majestad sea servido de nos hacer por el trabajo, costa y ocupación que el dicho Bernal Díaz tuvo en ordenar y sacar en limpio la dicha historia (Archivo General de Centroamérica, A 1.20, Leg. 424, fols. 31r-v).33

Duverger interpreta abusivamente la literalidad del texto, señalando que “se dice que la crónica es escrita de mano, y no de su puño y letra. Díaz ordenó la crónica, lo que deja entender que no la redactó, sino que la recopiló” (2013a:69, cursiva suya). Obvia el indefinido “hizo”, previo a “ordenó”, que, además, interpreta a su modo, pues una ordinatio no era una mera recopilación. Yo interpreto que la redactó (“hizo”) y capituló y estructuró (“ordenó”), seguramente a la vista de las ordinationes de las de Gómara y Las Casas, como arriba he señalado, parafraseando fragmentos de la introducción a mi edición. No voy a comentar la “sutil” diferencia entre “escrita de mano” y “de su puño y letra”, porque bastaría indicar que Bernal había perdido mucha vista y dictaba, como se puede ver por los diferentes tipos de letra de las glosas marginales e interlineales de G. Aparte los citados más arriba y abajo, se encuentran bastantes cédulas regias en que se cita a nuestro encomendero y autor.34 33 Luján 1992. 34 Orden a don Pedro de Alvarado de 19 de junio de 1540, Madrid, pidiéndole informa de los pueblos que se le habían quitado a Bernal Díaz y se le compense con otros “tales y tan buenos” (AGI, Guatemala, 393, libro II, f. 215v). Orden al virrey don Antonio de Mendoza de 2 de julio de 1540, Madrid, para que otorgue a Bernal un corregimiento en la Nueva España cerca de su casa. Se incorpora a la anterior, dirigida al licenciado Cerrato. Orden a don Antonio de Mendoza de 3 de julio de 1540, Madrid, para que cumpla la precedente en caso de que la incumpla el gobernador de Guatemala, “de manera que el dicho Bernal Díaz no reciba agravio en la dilación” (AGI, loc. cit.); también se incorpora a la primera cédula. Orden al licenciado Cerrato de 1 de diciembre de 1550, Valladolid, para que cumpla la cédula de 1540 (AGI, Guatemala, 393, libro III, f. 201r). Licencia para de 24 de enero de 1551, Valladolid, para pasar a Guatemala “tres asnos garañones” (AGI, loc. cit., fol. 205v) Orden a la Audiencia de Guatemala de 24 de enero de 1551, Valladolid, para que se favorezca a quien case con la hija de Bernal Díaz (AGI, loc. cit., fol. 205r) Orden a la Audiencia de Guatemala de 24 de enero de 1551, Valladolid, para que se provea de corregimientos a quien se casase con aquella hija de Bernal (AGI, loc. cit.,

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La cultura de Bernal Díaz Duverger (2013a:116) señala una y otra vez que Bernal es analfabeto, pues, según sus cálculos, de “los 550 compañeros de conquista de Cortés, alcanzamos una cifra de entre cinco y diez personas alfabetizadas… Todo apunta a pensar que Bernal Díaz del Castillo nunca escribió nada, ya que nunca supo escribir. En todo caso, no lo suficiente como para componer la Historia verdadera”. La principal base para esta suposición, con todo, son las distintas y cambiantes firmas de Bernal.35 El mismo Hugh Thomas asegura haber “examinado individualmente las declaraciones de servicios y méritos de varios cientos de esos hombres y la mayoría de ellos podían leer y escribir. Los que eran analfabetos estaban debidamente identificados como tales”. Además se conservan aquellas cartas firmadas por Bernal Díaz, cuya funcional redacción responde al fin por el que fueron escritas: denunciar los abusos de algunas autoridades, sin florituras retóricas; lo que no se contradice con que desde las “soledades selváticas” de Guatemala no hubiese podido leer también las Cartas de Relación del propio Cortés. Las complementarias afirmaciones sobre la escasa cultura de Bernal se pueden contradecir fácilmente, porque no es preciso conocer demasiada historia sagrada para saber que José fue vendido fol. 205r). Orden a los oficiales de la Casa de Contratación de Sevilla de 24 de enero de 1551, Valladolid, para que no se cobren derechos de almojarifazgo a Bernal Díaz de “todo lo que llevare a Guatemala” (AGI, loc. cit., fol. 206r) Recomendación al licenciado Cerrato de 31 de enero de 1551, Valladolid, para que ayude a Bernal Díaz “en las cosas de nuestro servicio, conforme a la calidad de su persona” (AGI, loc. cit., fol. 206v) Licencia de 28 de febrero de 1551, Valladolid, para que Bernal Díaz y sus dos criados puedan portar armas ofensivas y defensivas, siempre que no “ofenderán con ellas a persona alguna” (AGI, loc. cit., fol. 209r) Recomendación al licenciado Cerrato de 28 de febrero de 1551, Valladolid, de que dé un cargo a Bernal Díaz, que demostró su experiencia y buen comportamiento cuando le nombró visitador de Guazacualco y Tabasco el obispo Ramírez de Fuenleal (AGI, loc. cit., fol. 210r) Licencia de 20 de abril de 115, Cigales, para que pase tres asnos garañones más sin pagar impuestos (AGI, loc. cit., fol. 215r) Orden al licenciado Cerrato de 13 de junio de 1551, Augsburgo, donde se recomienda a Bernal Díaz y se exige el cumplimiento de la cédula de 1540. Se adjuntará a la información de servicios de 1539. 35 “Pero Bernal Díaz era un viejo cuando empezó a escribir, a menudo enfermo y en ocasiones alguien –su hijo Francisco, por ejemplo– pudo haber firmado por él. Sabemos que lo hizo en al menos una ocasión” (Thomas 2013); baste ver Sáenz de Santamaría 1959, 1966/82.

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por sus hermanos, ni mucha historia romana para saber que César cruzó el Rubicón. Asimismo, para conocer la destrucción de Jerusalén por Tito, cuya analogía con la de México tanto asombra a Duverger (2013a:99), basta saber que no era condición necesaria haber leído a Flavio Josefo (De bello judaico), sino “una apócrifa La destrucción de Jerusalén, una obrilla supuestamente escrita en 29 capítulos por Jafel por orden de Jacob y José de Arimatea. A ella se refiere Bernal Díaz al confesar: ‘yo he leído la destrucción de Jerusalén” (Gil 2012: LVIII). “Tampoco es necesario haber leído el Libro de las Crónicas para saber que los nombres de Tarsis, Ofir y Saba resonaban en los oídos de los conquistadores como sinónimos de riqueza” (Rodilla 2013).36 Por no citar algo tan obvio que “El hijo de un regidor en Medina del Campo a principios del siglo XVI habría tenido muchas oportunidades de convertirse en un hombre bien leído. Pertenecía a la generación inmediatamente posterior a la invención de la imprenta, que hizo posible la lectura para el público general. Bernal Díaz fue también regidor en sus últimos años en Santiago de Guatemala. No creo que haya habido muchos regidores analfabetos, ni siquiera en América Central, incluso en el siglo XVI” (Thomas 2013), máxime cuando su padre, el regidor, compartía el cargo en el ayuntamiento de Medina con Garci Rodríguez de Montalvo, refundidor del Amadís. Una obra con la que comparte también algunos rasgos estilísticos. No olvidemos, en fin, que muchos dicta y facta de la Antigüedad grecolatina son moneda corriente.37 Casi a renglón seguido, Duverger (2013a:101) se espanta de que el supuestamente inculto Bernal “cite al emperador Augusto, al que llama Octaviano, cita a Pompeyo en tres ocasiones, a Escipión en dos. Evoca a Aníbal, a los cartagineses”. Bernal los cita juntos: Hágole saber que otro más venturoso hombre en el mundo no habido que Cortés, y tiene tales capitanes y soldados que se podían nombrar tan en ventura cada uno, en lo que tuvo entre manos, como Taviano; y en el 36 Que sigue diciendo con razón “¿Acaso no confundió Colón en 1494 Veragua con Ofir, donde se creía que estaban las minas del rey Salomón? ¿Y por qué no pensar también que Bernal es un atento oidor de las arengas de Cortés?”. En general, Barbón 1974. 37 “No necesitamos imaginarnos a Bernal sacando de su mochila ‘los Comentarios de Julio César o las Vidas paralelas de Plutarco para leerlos a la luz de una veladora’ (p. 107), porque su pretendida erudición no es tal, no tiene por qué conocer esas obras, los pasajes citados por Duverger son ecos de la divulgación, son tópicos, son perlas de sabiduría popular, en resumen, una cultura libresca” (Rodilla 2013)

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vencer, como Julio César; y en el trabajar y ser en las batallas, más que Anibal. (cap. CLXII, P. 741)

Pero le bastaba haber oído los celebérrimos versos de Jorge Manrique: En ventura, Octaviano; Julio César, en vencer y batallar; en la virtud, Africano; Anibal, en el saber y trabajar.38 (Coplas a la muerte de su padre, XXVII, vv. 313-318)

Y ya no entraré a discutir que Duverger (2013a:101) considere con retranca que la grafía Alexandre indique procedencia culta o francesa (“¡Que Bernal utilice la ortografía ‘Alexandre’ presupone que ha tenido conocimiento de ese cantar de gesta francés! ¡Qué sorpresa el ver a nuestro guatemalteco apasionado por la cultura francesa!”), cuando desde el siglo XIII ya figuraba en el Libro de Alexandre y en tantísimos romances sobre el macedonio. A renglón seguido insiste en que “después de la Noche Triste, pone en efecto en boca de Cortés la siguiente exclamación: ‘Denos Dios ventura en armas, como al paladín Roldán”, como si Roldán no fuese un notorio héroe de romancero.39 No parece entenderlo así Duverger (2013a:105), pues señala un escena de la Noche triste: un soldado “bachiller” cita ante Cortés los primeros versos de un romance: “Mira Nero de Tarpeya / a Roma cómo se ardía...”; lo trae a colación para “dudar que sea común para todos” y, así, denunciar la impostura de Bernal, que, según él, por su “rústica candidez de encomendero guatemalteco” no podía atesorar “esos brillantes ejercicios de estilo”. Cualquiera que conozca el romancero viejo sabe de su amplia difusión (recitado, cantado, en pliegos sueltos, en romanceros generales o particulares, 38 Me alegro de haber encontrado la misma fuente (ya la señalaba en mi edición, loc. cit.) que el admirado Juan Gil (2012:LIX). 39 “Y Bernal tampoco necesitaba conocer la Chanson de Roland por haber dicho que Cortés exclamó en la Noche triste “Denos Dios ventura en armas, como al paladín Roldán”, porque pertenece a un romance carolingio muy divulgado y que conocían los conquistadores” (Rodilla). Para todas estas referencias literarias, véase simplemente Menéndez Pidal 1940; también pueden verse Simmons 1976, Valenciano 1992, H. Thomas 1994:209-210, o Chicote 2003; en general, Aurelio González 2003.

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en piezas teatrales, etc.40) por todas las capas sociales y estamentos culturales; a pesar de todo, afirma rotundamente que “estamos muy lejos de la cultura popular”. Al revés de lo que dice Duverger, estamos en plena cultura popular. Cuando, por otra parte, cita las palabras de Bernal: “dijeron algunos soldados de los que fueron en su compañía que quiso remedar a Ulises” (Duverger 2013a:102), para desmentir que haya leído a Homero, es fácil argumentar que no precisaba haber leído la Odisea para conocer las aventuras de Ulises, porque sumas de historia troyana y romances de Ulises y Penélope los había de sobra. Análogamente, para referirse, hiperbólica y satíricamente, a la casa que se estaba haciendo Cortés como laberinto de Creta, “y de tantos patios como suelen decir el laberinto de Creta” (cap. CLXII; Duverger, ibidem), no necesitaba conocer mitología griega ni arquitectura micénica: es cultura oral, moneda corriente; como él mismo dice: “según dicen y se cuentan de sus historias”.41 Por otra parte, lo llama “laborintio” (p. 740 de mi edición). Queda aún pendiente otro asunto no menor: el de la impresión, llegada y circulación del libro por la Nueva España.42 Porque a pesar de lo indicado por Duverger, la crónica de López de Gómara sí pudo haber llegado a manos de Bernal, como llegaban como “libros de misa” o muchas novelas de caballerías: En 1531 se prohíbe formalmente pasar a América novelas de caballerías y otras novelas de entretenimiento consideradas nocivas para los indios así como todo tipo de libros que fomentaran la apertura a un pensamiento crítico y libre. Es sin embargo preciso preguntarse el alcance de este decreto pues, según los estudiosos Irving A. Leonard, José Torres Revello, Guillermo Furlong y Antonio Cornejo Polar, pese a las restricciones legales, la América colonial tuvo un excelente mercado bibliográfico con un repertorio amplio, variado y novedoso. Los documentos que prueban el tráfico fluido de impresos que hubo entre España y los dominios de ultramar han llevado a que el tópico del retraso cultural de América haya quedado en los últimos estudios sustancialmente modificado” (Serna 2012) 40 Me sumo a las palabras de Blanco 2013: “me limitaré a citar a dos estudiosos que comentan, en sus ediciones del Quijote, los versos de ese poema ‘neroniano’: para Martín de Riquer, es ‘un muy conocido romance’ (anotación del capítulo 44 de la segunda parte del Quijote)” 41 “Se trata de historias orales de gran divulgación, no de ‘pepitas de erudición’, como dice Duverger, que tendría que poseer nuestro autor” (Rodilla 2013). 42 Además de los clásicos trabajos de Torre Revello 1940, Friede 1959, Millares Carlo 1970 y Fernández del Castillo 1982, véanse también Castañeda 2001, Lafaye 2002 o Rueda 2005.

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Lo mismo cabe decir de la obra de las Cartas de relación de Cortés, a cuya prohibición tanta importancia da Duverger.43 Nadie a estas alturas duda de que las cartas de Cortés o la Hispania victrix de Gómara circularon a pesar de las sanciones.44

El estilo de Bernal y el de Cortés Según Duverger (2013a:182), “la Historia verdadera posee un verdadero marcador estilístico en el que se transparenta la mano de Cortés, me refiero al recurso del binarismo… junta dos sinónimos o dos palabras con sentido complementario para evocar una sola idea”. El problema es que, como Duverger no está familiarizado con los recursos retóricos, no reconoce las variantes de interpretatio,45 que desde finales del siglo XV dominan la prosa castellana. Estos recursos, otros afines y demás técnicas cercanas (como la annonimatio, la traductio, la iteración o la epanelepsis) caracterizaron la prosa “culta” del siglo XV, la caballeresca, y algunos romanceamientos, especialmente los de los clásicos grecolatinos, “le tre corone” italianas y algunos ─pocos más─ textos afines. Para acabarlo de redondear, por si no hubiera testimonios teóricos y prácticos de dichos procedimientos, afirma Duverger (2013a:182-183) que este recurso “sólo transpone en la lengua española una forma de expresión ampliamente utilizada ¡en náhuatl! En la lengua azteca, digamos que en la lengua refinada que se hablaba en la élite, el recurso del binarismo era una ardiente obligación”. Y si así fuese, bien lo hubiera podido asimilar Bernal, que estuvo mucho más tiempo que Cortés entre los hablantes del náhuatl.46 No se entiende, entonces, que se pregunte, refiriéndose 43 “Es cierto que en 1527 se prohibió la impresión de las Cartas de relación y se recogieron los ejemplares que circulaban. Ello se debió a las protestas de Pánfilo de Narváez, que consideraba que lo difamaba. Pero nada se dice en aquella real cédula que la medida afectase a futuros escritos. Si no había prohibición, no necesitaba ninguna máscara para escribir. Por otro lado, si hubiese tenido dificultad para publicar en España, podía hacerlo en el extranjero. Gómara, a quien las pruebas documentales no otorgan la condición de capellán de Cortés, lo consiguió a pesar de que sobre su obra pesaba una prohibición expresa” (Martínez Martínez 2013) 44 Baste ver el ya clásico libro de Torres Revello 1940: X, XXIII. 45 Véase, en general, Lausberg 1983: 406, 649-656, 667 y 751;.. 46 Porque, además, Duverger “Quiere fundamentar su idea del mestizaje basándose en una fusión cultural entre el español y el náhuatl…, cree que en cada página de la Historia verdadera se expresa el amor de Cortés por México… En su opinión, Cortés, después de la Conquista, consideraba a los mexicas como sus socios o aliados, nunca

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a Cortés: “¿Quién más que él hubiera podido prestarse a esa fusión cultural?” (2013a:183) La respuesta es sencilla: Bernal Díaz. Precisamente ese supuesto estilo cortesiano para marcar la duplicidad de la escritura es lo que hace más inverosímil la segunda parte del libro. Porque el estilo es “bernaldiano”, o sea, su manera de narrar está más cerca de la lengua hablada que de la culta o cortesana, aunque tome de ésta (a través de los citados libros de caballería o las crónicas particulares) aquellos recursos. Por otra parte, la premisa mayor anula las menores, pues si hemos de creer que si Cortés, ya revestido de la condición de escritor anónimo, quería redactar un texto “humilde”, para hacerlo pasar por el de un soldado, para que nadie pudiese atribuírselo, ¿por qué, según él, lo redacta tan culto y cortesano que los lectores posteriores (especialmente Duverger) no lo puedan atribuir a un soldado, supuestamente iletrado? O sea, si quería darle una apariencia tosca e iletrada, propia de un soldado raso, debería haberlo redactado groseramente, con coloquialismos ad nauseam, etc. Hay errores, sí, al igual que otras anomalías, que no deberían poder darse en un texto escrito por una persona culta, que no disimula en exceso su cultura al citar algunos pasajes bíblicos, pequeñas retahílas de nombres clásicos y fuentes de tercera mano y mostrencas.

La doble autoría: Gómara y Cortés La duplicidad que plantea Duverger es la derivada de un reparto de papeles: a partir de los datos de Cortés y de otras crónicas, Gómara redactará la suya como cronista profesional; Cortés, la suya. La única persona que sabía lo que estaba pasando era un primo de Cortés, que eventualmente era su abogado: fray Diego Altamirano, con una reducida corte de seguidores y ayudantes. Cuando el tribunal se trasladó, en 1546, a Madrid, y luego a Sevilla, Cortés le fue a la zaga, acompañado por fray Diego de Altamirano. Más adelante, con su obra terminada, se alojó en casa de un amigo de Castilleja como sus enemigos. Siempre admiró el valor de los guerreros indígenas… Todas las mujeres indígenas que coloca con sus capitanes le parecen hermosas. Duverger considera que Cortés soñaba con un ‘país mestizo, inventado’ (por el mismo Cortés). Sin embargo, me parece del todo improbable que Cortés estuviera interesado en las detalladas, a menudo minúsculas, historias vitales de sus compañeros que encontramos en los capítulos CCV y CCVI” (Thomas 2013).

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de la Cuesta, Sevilla, donde murió el 2 de diciembre de 1547. Justifica Duverger (2013a:200) la doble redacción porque “¡sin esa publicación [la apologética crónica de Gómara], la argumentación estrella de la Historia verdadera perdería evidentemente todo su sabor y todo su sentido!”, pues al redactar la “suya” Cortés, en Valladolid y entre 1545 y 1547, la hará contrastar vivamente con aquélla, como si fuera de un viejo conquistador resentido contra su otrora capitán.47 Tanta es la habilidad, que “el autor de la Historia verdadera [o sea, Cortés] dosifica a la perfección e sutil equilibrio entre la preponderancia dada a Cortés y la apropiación colectiva de la conquista por su tropa” (2013a:161). Incluso apostilla que la redacción es tan críptica, que ni siquiera Gómara parece conocer la otra redacción: “¡Además, todo lleva a pensar que Gómara no haya sido informado de las actividades literarias nocturnas del marqués! Éste espera de su capellán una crónica exterior, distanciada; implicarlo en la versión sensitiva hubiera hecho fracasar el plan” (2013a:164). Pero, como bien señala Delgado, lo curioso del caso es que en ninguna de las críticas de libro que he leído se menciona que Bernal no es en modo alguno complaciente con la figura de Cortés, ya que tras decir que era un gran hombre y un gran jefe le pega puntadas sin parar, algunas de ellas muy graves, como la ejecución de Cuauhtemoc (“estuvo muy mal hecho”). No tendría sentido que Cortés tirara tantas piedras sobre su propio tejado y esto desmentiría por sí solo el argumento central de Duverger.

Para que no quede ningún cabo suelto, la difícil explicación del estilo (ora sencillo, ora épico, ora culto, ora cercano al náhuatl) es análoga a la rocambolesca del doble viaje del libro: de Sevilla a México, y de ahí a Guatemala, que no pueden ser probados en absoluto. La cerró anónima y acabó siendo apócrifa (o sea, atribuida a un tal Bernal Díaz del Castillo) veinte años después y en Guatemala. Quedan muchas preguntas pendientes: por qué no se publicó la de Gómara hasta 1552, a pesar de estar concluida hacia 1546, pues “porque Cortés anticipó las diatribas contra su cronista patentado 47 Con absoluta delectación, Cortés le dictará a su cronista patentado el contenido de los capítulos de su epopeya, sabiendo que algunas horas más tarde hará que hable su conquistador anónimo con todo el ímpetu de rebelde que se puede manifestar frente a alguien que nunca ha puesto los pies en la Nueva España. El testigo ocular contra el cronista de gabinete: el binomio es ideal, atractivo, conflictivo a pedir de boca. Cortés juega de lleno con el efecto de contraste (p. 151).

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fundándose sobre un texto todavía en estado de manuscrito” (Duverger 2013a:201); por qué tardó veinte años Cortés en enviar la suya a América: porque desde 1562 y “sin que conozcamos a los promotores, un escenario alternativo cobra vida: la restauración del poder cortesiano por medio de sus tres herederos varones” (p. 203). No hay ningún indicio documental de la secreta redacción y autoría de Cortés ni de la peripecia del texto, ni de cómo les llega misteriosamente a los hijos de Cortés, ni de dónde durmió anónima el sueño de los justos veinte años ni de quién la custodió: ¿Cervantes de Salazar? Señala Duverger (2013a:212) que llegaría a México hacia 1562, pero alguien, “seguramente una persona cercana a Martín [Cortés, primogénito]” le insertaría correcciones, que “tienden a establecer que la redacción de la crónica tuvo lugar entre agosto de 1566 y septiembre de 1567” y, torpemente, los párrafos en los que se habla de la supuesta participación de Bernal Díaz en el viaje de 1518 a Nueva España de Juan de Grijalva. Y no contento con semejante peripecia del traslado a América quince años después de ser redactada, y anónima, resulta que además, fue modificada para parecer más reciente y, además, luego un “partidario del marqués entró probablemente en contacto con un extraño personaje que se hace llamar Bernal Díaz del Castillo” (Duverger 2013a:215) al que se la acaba endosando. No acaba aquí la cosa; falta la aparición estelar de un hijo muy espabilado de Bernal, Francisco, “quien no tendrá escrúpulo alguno” para utilizar en beneficio propio “la milagrosa aparición de la Historia verdadera”; aprovechará la “espléndida oportunidad” siendo un texto anónimo, porque los contornos del personaje forjado por Cortés pueden cuadrar, si no se mira de muy cerca, con la figura de su padre. Le parece posible intentar la amalgama. Imaginamos que Bernal se mostró reticente… Pero finalmente dejará que actúe su hijo y púdicamente cerrará los ojos ante el sacrilegio, del que con todo cuidado evitará vanagloriarse (Duverger 2013a:216)

A continuación (pp. 216-223) señala las “modificaciones de dos tipos” que introducirá en la crónica anónima Francisco Díaz del Castillo, que, según él, “oscilan entre lo ingenuo y lo ridículo” (p. 221), incluso “hay cuatro capítulos que parecen ser llana y sencillamente inventos” (p. 222). Pueden verse, claro, en el aparato crítico de mi edición. 50


Pero, además, nada de ello se compadece demasiado con el hecho de que Cortés ya había escrito, entre otras, cinco extensas cartas de relación al Emperador (entre 1519 y 1526) y que ya tenía su propia y muy personalista crónica oficial, la que redactó, por encargo del propio conquistador, y a mayor gloria suya, el citado López de Gómara, a quien tan clara y eficazmente se opone a menudo Bernal Díaz con la suya, o sea, con la estupenda Historia verdadera de la conquista de la Nueva España.

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GÓMARA NO FUE JAMÁS LACAYO DE CORTÉS Guy Rozat Instituto Nacional de Antropología e Historia Los que conozcan el programa de hoy pueden constatar que yo no debería estar exponiendo en este momento. Si tomé el atrevimiento de reemplazar a la Dra. Nora Edith Jiménez, que había aceptado participar en este intento general de pensar la naturaleza de la obra duvergiana, es porque no podrá estar con nosotros y me pidió que la disculpara ante ustedes. Esa es la razón por la cual les pido disculpar también mi atrevimiento por inmiscuirme en un campo que es definitivamente suyo. Me pareció que nuestro coloquio hubiera estado cojo sin una reflexión sobre la obra de Gómara a la cual esta colega ha consagrado una investigación impresionante y fundamental. La reflexión sobre la obra de Gómara es absolutamente necesaria ya que, como veremos, Duverger hace intervenir de manera muy importante a ese cronista en la supuesta estrategia de escritura que organizó Cortés al inventar el apócrifo testimonio del simple soldado testigo de la conquista1.

Un cronista con mala reputación Supongo que la mayoría de ustedes ha oído a sus maestros, leído en revistas, libros y entrevistas acusaciones muy graves sobre la naturaleza de la obra americana de Gómara2. Una imagen más bien 1 Una primera versión de esta reflexión fue publicada en un artículo de Graphen, Revista de Historiografía, Regresar a Gómara, invitación a re-visitar la obra de un Cronista maldito. Grupo de Historiografía de Xalapa, Xalapa, INAH-Veracruz, 2004. 2 Historia de Indias y Conquista de México, Zaragoza, Agustín Millán, 1552, edición facsimilar del Centro de Estudios de Historia de México, Condumex, México 1978. Se puede también encontrar en México, Historia General de las Indias y vida de Hernán Cortés, prólogo de Jorge Gurría Lacroix, Caracas, Talleres de Italigráfica, 1979 (Biblioteca Ayacucho, 64), e Historia de la Conquista de México, estudios preliminares de Juan Miralles Ostos, México, Ed. Porrúa 1988. Entre las muchas ediciones de la obra americana de Gómara, podemos ver cómo cambian los títulos de dicha obra, sólo

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demoledora, llueven las críticas: se acusa al clérigo hispano de que no pisó nunca tierras americanas, y otra de no menos peso, de haber mojado su pluma en una tinta mercenaria. Los historiadores en general, fueron aceptando, sin más averiguaciones, las críticas vengativas del muy “verídico” Bernal, y así generaciones completas de historiadores desconfiaron de ese cronista3. Pero Bernal no fue el único origen de esa empresa de denigración, como lo hace notar muy bien Duverger,4 el muy afamado Las Casas, otra fuente de “verdades” americanas, fue probablemente el primero en lanzar esas acusaciones. Mi generación, de manera un tanto acrítica, arrullada por la idea simplona de que “la historia la escriben los vencedores”, no estaba muy bien armada para intentar un nuevo acercamiento a esa obra, prefiriendo definitivamente el testimonio del simple peón de la conquista al del lacayo del bravucón Cortés. Extraño destino el de ese “simple” soldado hispano, vuelto oidor guatemalteco, redescubierto ponemos aquí la muy llamativa edición: López de Gómara, Francisco, Hispania Vitrix; Primera y segunda parte de la Historia General de la Indias con todo el descubrimiento y cosas notables que han acaecido dende que se ganaron hasta el año de 1551 con la conquista de México y de la Nueva España, en Medina del Campo, por Guillermo de Millis, 1553. 3 Estos prejuicios se han vuelto tan universales, como la veracidad de Bernal, que podemos encontrarlos reafirmados y caricaturizados en Wikipedia, la enciclopedia libre de Internet versión hispana: “Francisco López de Gómara (Gómara, Soria, 1511 – Gómara, 1566), fue un eclesiástico e historiador español que destacó como cronista de la conquista española de México, a pesar de que nunca atravesó el Atlántico. Aunque tampoco viajó al Nuevo Mundo, escribió muchas obras que se refieren a su conquista. Fue también un humanista que conoció a Hernán Cortés y se quedó en su casa como capellán, escuchando lo que decían todos aquellos que pasaban por dicha casa para crear varios libros escritos de oídas y a gusto de su patrono. Eso explica que el mismo Inca Garcilaso hiciese anotaciones a La Historia General de las Indias de López de Gómara.” En los enlaces se puede encontrar un facsímil de esa edición del año 1555, anotada por Garcilaso, salida de las prensas de Zaragoza. Otro enlace apunta también a fragmentos de un facsímil, de la edición de Martín Nucio, Amberes, 1554. “La concepción caudillista de López de Gómara fue punto de partida para la visión distinta de Bernal Díaz del Castillo, en su Verdadera Historia”. La versión francesa (traducida por el autor de este capítulo) es igualmente negativa sobre el cronista: “Francisco López de Gómara es un historiador español del S. XVI, originario de Sevilla. Después de estudios en la Universidad de Alcalá de Henares, Francisco López de Gómara consagrado sacerdote entra al servicio de Hernán Cortés. Fue el capellán y secretario del conquistador en los últimos años de la vida de ese último y se volvió su historiógrafo oficial. Tuvo así acceso a informaciones de primera mano de parte de numerosos viajeros que regresaban del Nuevo Mundo como Gonzalo de Tapia o Bernal Díaz del Castillo. Describe por lo tanto con precisiones la Conquista de América en su más célebre obra, la Historia general de las Indias. El libro se difundió en los países vecinos y fue traducido en francés y después en Italiano” 4 Crónica de la eternidad, Op. cit. pág. 76.

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y consagrado en el siglo XIX como “El historiador de la conquista”, por un historiador norteamericano, William Prescott. Por suerte para nosotros, la negra reputación de ese cronista no asustó a Nora Edith Jiménez, a quien podemos agradecer haber escrito este libro tan fundamental que se presenta como un magnífico ejercicio de historiografía sobre ese tan sospechoso cronista español5. Así hoy, frente a una obra tan completa y tan compleja sobre el conjunto y la obra y vida de Gómara nos encontramos en una encrucijada ¿Cómo presentarles decentemente ese texto en escasos minutos? Solo presentaremos los elementos que pueden ayudar a entender las “relaciones” entre Cortés y Gómara, aunque podemos concluir más bien, con Nora Jiménez, en una ausencia de relaciones formales entre los dos hombres6. En esta pequeña intervención debemos advertir que no pretendemos agotar todas las ricas vetas que nos ofrece su libro pero esperamos, por lo menos, convencerlos de que si hay algún libro de historiografía sobre la historia de la conquista de México reciente que leer, es éste. Cuando Nora Jiménez nos invita a regresar a Gómara, sabe de ante mano que esta proposición tiene que vencer grandes resistencias, incluso ella no empezó una vindicación de Gómara por juego o por gusto de la paradoja, como lo confiesa en su introducción. Nora desconfió durante años también de la fascinación que los textos de ese cronista producían a veces sobre otros investigadores, como lo confesó en su tiempo el maestro Ramón Iglesias, y por lo tanto, ella se cuidó de tener cualquier contacto con su obra. Estaba persuadida, como lo pretendía la Vulgata construida sobre la Conquista mexicana, de que al menor acercamiento a esa pluma mercenaria, el investigador incauto se arriesgaba a perder irremediablemente todo sentido crítico por la magia seductora de la simple lectura de los textos de Gómara7. 5 Nora Edith Jiménez, Francisco López de Gómara. Escribir Historias en tiempo de Carlos V, COLMICH-INAH, México, 2001. 6 Ausencia confirmada por las investigaciones de María del Carmen Martínez Martínez, quien, por ejemplo, en Nexos: // www. Nexos .com.mx/?P=leerarticulo&Artic le=220422 nos dice que “las pruebas documentales no otorgan la condición de capellán de Cortés”. Ver también en internet su artículo “Fernando López de Gómara y Hernán Cortés: nuevos testimonios de la relación… en Anuario de Estudios Americanos, 67,1, Enero-junio, 267-302, Sevilla, España, 2010. 7 Nora E. Jiménez, Op. cit., p.13. “No quería que su lectura condicionara o viciara lo que yo hacía de la Historia verdadera de la conquista de México, como les había ocurrido a dos antecesores míos en aquel tema, Joaquín Ramírez Cabañas y Ramón

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Así debemos tomar esta invitación de manera realmente seria porque esa proposición es el producto de años de investigaciones que convencieron a su autora de lo fundamental que fueron las obras de ese cronista para la organización y fijación del discurso histórico sobre la Conquista americana.

De Bernal a Gómara Queriendo incluir algunos elementos de información de Gómara al conjunto de los que ofrece el relato de Bernal, que era su objeto de estudio desde su tesis de licenciatura, Nora Jiménez pudo darse cuenta, conociendo ahora bastante la obra de Bernal, de lo fundamental que fue la obra del clérigo Gómara, para que pudieran, incluso, existir partes completas de la obra del soldado raso de Cortés8. Esa ambigüedad de la figura del “testigo”, que reconstruye “su testimonio” apoyándose sobre el texto de alguien que no ha visto, nos dice la autora, no es caso único. Ese mismo mecanismo de producción retórica de “testimonios verdaderos” está en el corazón de los relatos de varios “testigos” en muchos otros contextos y no sólo americanos9. Se nos presenta la interesante pregunta: ¿qué es más importante para “entender la conquista”, el relato de un supuesto testigo naif, sin muchas letras o el de un eminente historiógrafo, aunque sea hispano, que intenta pensar y construir un relato, cruzando fuentes diversas y múltiples testimonios? Es evidente que debemos rechazar este tipo de falso debate estelar: Bernal contra Gómara; no se trata realmente de “escoger” entre uno y otro, sino de no caer Iglesias, que de la defensa comprometida de Bernal habían pasado a la preferencia por Gómara.” Ver Joaquín Ramírez Cabañas, Introducción a Francisco López de Gómara, Historia de la Conquista de México, 2 Vol. México, Porrúa, 1943. Y Ramón, Iglesias, Cronistas e historiadores de la conquista de México: el ciclo de Hernán Cortés, México, El Colegio de México, 1942. El autor de estas líneas debe confesar también que durante años fue reacio a entrar a la lectura y estudio de las obras de Gómara que habían sido tan despectivamente connotadas. 8 Nora E. Jiménez, Op. cit., p.14 “La ubicación de las hazañas de los conquistadores en el espacio geográfico que Gómara estableciera, eran rescatadas tan cercanamente por Bernal Díaz, el testigo, hasta el punto de ser prácticamente el soporte de la “memoria” que tantas veces se le había alabado a este último”. 9 En el siglo XV el imaginario occidental está tan lleno de la presencia de Indias fabulosas que Juan de Mandeville puede inventarse un viaje a ese país de las maravillas, sin dejar un solo día su biblioteca.

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en la trampa bernaldina de la inocencia y de la virtud del simple como fundamento de la verdad10. La proclamación de la sencillez y de la humildad del testigo/ cronista es un clásico topos de la retórica del testigo en el relato histórico desde hace siglos, va, generalmente, con el hecho de haber visto, que funda desde Herodoto, “la verdad” del testimonio11. Otro momento estratégico de su investigación, como lo confiesa también la autora, fue darse cuenta de lo que por desgracia pocos autores hacen, que estas crónicas del siglo XVI y XVII, no han sido escritas para ser fuentes de “historias nacionales americanas” de los siglos venideros, sino que toman su sentido verdadero sólo en la reconstrucción difícil del ambiente cultural y social peninsular de su época12. Algo que no parece haber entendido jamás nuestro Duverger. El intento de ir más allá del carácter “estrictamente indiano” de la obra de Gómara fue lo que llevó a la autora a no temer perseguirlo en los archivos europeos y llegar a descubrir en paraderos desconocidos, manuscritos que se creían perdidos como las “Guerras del Mar” que editó en España13. Lo que nos propone por lo tanto Nora Jiménez, es un giro fundamental en los estudios “gomarianos”: olvidarnos de la tradición que haría de la “Conquista de México” y de la “Historia de las Indias” la parte medular de la obra de ese autor. Pero este giro no lleva a la autora a despreciar o negar al Gómara indiano, sino que al contrario, le permite afirmar la importancia fundamental de ese texto 10 No debemos jamás olvidar que una verdad está casi siempre construida retóricamente, aunque el relato se autoproclame como el producto de un simple testigo, redactando sólo un genuino testimonio alejado de toda retórica. 11 Sobre la importancia del testigo como piedra angular del relato histórico, ver por ejemplo François Hartog, El testigo y el historiador , en Historia y Grafía, No.18, UIA, 2002, pp.39-62. 12 No se trata aquí, nos dice la autora, de un simple error de método fácilmente corregible, sino de algo mucho más fundamental, considerar estas crónicas como “fuentes de historia nacional o regional” es negar la relación de comunicación fundamental que la constituye, lo que tiene como resultado tergiversar totalmente su sentido profundo. Es interesante pensar por qué a pesar de haber sido denunciado este craso error metodológico desde hace décadas, muchos de los investigadores siguen practicándolo, aunque de manera vergonzosa. Ese “error” es finalmente uno de los más “fecundos”, porque permite una manipulación generalizada y sin restricciones ni castigos de esos textos históricos, por los ideólogos de la idea nacional. 13 López de Gómara, Francisco, Guerras de Mar del Emperador Carlos V [Compendio de lo que trata Francisco López en el libro que hizo de las guerras del mar de sus tiempos], ed. introd. y notas de Miguel Ángel de Bunes y Nora Jiménez, Madrid, Sociedad Estatal para la conmemoración de los centenarios de Felipe II y Carlos V, año 2000.

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para la estructuración del relato general que va a organizarse en el mundo hispano, es decir de los dos lados del Atlántico, sobre América. El gran éxito del texto de Gómara en su tiempo lo hizo constituirse, según Nora Jiménez, en “una especie de comodín, tantas veces criticado por su inexactitud como imitado de forma un poco vergonzante porque ninguno de los escritores que lo tomó como base se atrevió a confesar cuanto había tomado de él”14.

Por lo tanto, creemos que se encuentra perfectamente justificado el nuevo estudio de la obra de ese cronista que nos propone la autora.15

Hacia un nuevo Gómara Después de haber ido en busca del Gómara hispano, autor de historias españolas, Nora Jiménez se siente autorizada a decirnos, sin caer en alabanzas excesivas, que Gómara es probablemente “uno de los historiadores más importantes de la época de Carlos V; al mismo tiempo uno de los más originales y uno de los más completos”16. Llegar a esta conclusión la obligó a discutir a fondo las acusaciones clásicas en contra de la obra de Gómara, aunque sean afirmaciones emitidas por personajes muy respetados como ya lo dijimos: Fray Bartolomé de Las Casas o muy afamados como Bernal Díaz del Castillo. En su Historia de las Indias, como lo hace notar Duverger, el dominico, después de haber intentado desacreditar el texto de Gómara diciendo que no había visto “cosa ninguna, ni jamás estuvo en las Indias”, afirma que ése sólo “escribió lo que el mismo Cortés le dijo”, llegando a sostener que fue Cortés el que “dictó lo que había de escribir Gómara”17. Evidentemente después de la lectura de la obra que nos propone Nora Jiménez mandaremos 14 Nora. E. Jiménez, Op. cit. p. 14. 15 Nora. E. Jiménez, Op. cit. p.15. “La investigación que he dedicado a López ha tenido como tarea principal explicar y documentar la seducción ejercida por la obra de López de Gómara” 16 Nora Edith Jiménez, Op. cit. p.15. Insiste en la creatividad, en términos narrativos, de Gómara ya que sus narraciones, tanto en la Historia de Indias y Conquista de México como en las Guerras de Mar y los Anales, se volvieron “textos fundantes en la tradición de representaciones sobre los procesos históricos de que se ocupan, la primera respecto a la empresa americana y las otras dos respecto de la política europea y mediterránea de Carlos V”. 17 Bartolomé de las Casas, Historia de las Indias, T. II, Lib. III, Cap. CXIV, Madrid, Aguilar, pp. 476 – 477.

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al buen padre Las Casas a confesarse por haber pecado contra el amor al prójimo y por envidioso, habiendo mentido y escupido sobre la obra de su camarada. En cuanto al testimonio de Bernal, la opinión común ha hecho suya la afirmación del soldado–cronista, de que fue leyendo a Gómara cuando se sintió animado por un justo coraje, y empezó la redacción de su “verdadera” historia. En ese reclamo por las inexactitudes de Gómara va afirmando que Cortés le había “untado la mano” y es por eso que el cronista-mercenario no podía decir la verdad, ya que atribuye todos los méritos de la Conquista a las iniciativas de Cortés, robando así parte de la gloria legítima de los simples soldados, concluyendo: “no tiene la culpa él, sino el que le informó”. Hasta aquí podemos ver lo polémico que es la tesis defendida y demostrada en este libro: no es Bernal el que construye una obra en contra de Gómara, sino que es la obra de Gómara la que estructura y permite la existencia de la obra de Bernal. La adopción generalizada de esa condena tuvo el efecto perverso de que los estudiosos no se interesaran realmente en la compleja vida y las otras obras de Gómara, nublando toda perspectiva “su supuesta posición de capellán del conquistador Hernán Cortés”18. Es para ir más allá de “una imagen borrosa y aun contradictoria del personaje” que Nora Jiménez buscó “ensayar vías distintas” para construir una biografía que intentara repensar lo que se había dado por sentado durante décadas. Una biografía que no sería sólo: “una acumulación de datos “curiosos” o con mero afán anecdótico, sino una vía para captar el proceso cultural encarnado en el texto que se estudia: en qué condiciones personales y sociales se ha producido; sobre qué referencias se elabora; qué tradiciones reproduce, cuáles transforma, y en ese sentido, cuál es su originalidad y su impacto en la línea de pensamiento en la cual se inscribe”19. 18 Nora Jiménez nos recuerda que desde la primer biografía esbozada por Enrique de Vedia, de mediados del siglo XIX hasta los ensayos historiográficos de Ramón Iglesias, si bien poco a poco se fueron esclareciendo algunos detalles de su vida personal, a mitad del siglo XX (y hasta la fecha) se sigue oponiendo aún la Crónica de Bernal testigo a un Gómara cortesano, historiador de escritorio pagado por un patrono. 19 Nora E. Jiménez, Op. cit. p. 22. “Al tiempo que pretendo propiciar que la obra de Gómara tenga más lectores, más interesados y mejor pertrechados con nociones que les permitan comprender con mayor profundidad los términos en los que está escrita, pretendo también ofrecer un ejemplo de cómo ninguna lectura de texto puede acceder a la comprensión de su materia separándola del contexto en que fue producida”.

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Pensando el génesis de la obra Tras esa búsqueda de otro Gómara, se escondía también para Nora Jiménez una intención claramente pedagógica: “uno de los propósitos que he querido cumplir es mostrar cómo el acto de lectura que llevamos a cabo los historiadores implica seguir trazos perdidos, ponerse en el centro de mundos mentales extinguidos, hallar la forma de seguir razonamientos que se rigen por lógicas (teológicas, cotidianas, espaciales), que vistas desde la nuestra pueden carecer de sentido. Ir recobrando su coherencia es el reto”20.

Era un reto formidable el de aferrarse a querer re-pensar la obra de un “oscuro clérigo de Soria”, cuya personalidad había sido, desde hace siglos, el objeto de puros juicios adversos, negro retrato constituido por puros lugares comunes. “Una vez definidas algunas de las aportaciones de Gómara a la construcción de sus objetos históricos, la tercera parte examina las posibilidades de difusión de sus escritos, el problema mismo de la prohibición, algunos elementos sobre la circulación de su única obra impresa, y la huella de su versión en escritos posteriores. Explora cómo la disponibilidad de su libro permitía a escritores futuros participar en la discusión del tema indiano a partir de la base provista por el texto gomariano y di ejemplos de lo que estos escritos discuten, retoman, copian, etc. Del examen de sus ediciones como libros concretos, que predispusieron a determinados usos, se pasa a presentar una muestra de los diversos tipos de lectura que la Historia de Indias y Conquista de México mereció”. 21

Una de las importantes conclusiones a las que llegó esta investigadora después de tan largo recorrido documental y reflexivo, fue darse cuenta que la manera simple, clásica, de trabajar las llamadas Crónicas de Indias como obra de un individuo particular, era insuficiente. Y que la información que se generaba de considerarlas, no como simple epifenómeno producto de un espíritu individual más o menos brillante, sino como pertenecientes a un género literario propio de la época, le permitía no sólo entender mejor el conjunto de elementos argumentativos contenidos en esa obra y la lógica de sus combinaciones, sino también, que comparándolas con otras obras del mismo género, se podía entender la retórica general que las animaba, su modo de composición, el efecto buscado por el autor y sus finalidades culturales y sociales. 20 Nora E. Jiménez, Op. cit., p.22. 21 Ibídem., p. 24.

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Es evidente que la agrupación de las crónicas en géneros podría ayudar a los estudiosos novatos y a los ya entrados en la carrera, a darse cuenta de la necesaria omnipresencia y por lo tanto de la repetición de los lugares comunes que eran la base de la cultura de la época y cuya repetición-recreación era el colmo de la norma de calidad de un autor. Se podría así evitar que los estudiosos de esas crónicas cayeran en la trampa de la Verdad de la Historia cuando sólo se trata de una simple y retórica verdad del texto. Por ejemplo, llama muy poco la atención de los investigadores la profusión de descripciones que no son otra cosa que otros tantos exempla, de la misma naturaleza que los de los sermones de los predicadores, anécdotas, moralejas tradicionales, diálogos, que se podrían rastrear desde hacía siglos en los textos medievales y que son considerados por las historiografías nacionales, como tantas anécdotas ocurridas en tal o tal momento y circunstancias que los investigadores buscan desesperadamente precisar.

Gómara, autor prohibido Una de las cosas que aprendí de este estudio y ya lo había leído en algún ensayo pero no le había prestado una suficiente atención hasta este momento, es que dicho texto, que se nos presenta de este lado del Atlántico como una simple versión mercenaria de una verdad hispana, fue prohibido en su tiempo. La autora nos recuerda que el 17 de noviembre de 1553 el Príncipe Felipe firma en Valladolid un documento contundente, el de la prohibición del libro de Gómara, y constata que la existencia de “ese documento, es uno de los mayores quebraderos de cabeza para los estudiosos de Gómara”22. Y más aún porque vuelto rey, Felipe confirma el 7 de Agosto de 1566 la condena, con una re- expedición de la cédula sin modificaciones23. 22 Nora. E. Jiménez, Op. cit., p. 274. Éstos al preguntarse “a qué causa precisa se debió el interdicto, máxime cuando fue seguido de una exhaustiva investigación – el 8 de Enero de 1554 – entre doce libreros de la Ciudad de Sevilla, con el fin de averiguar si tenían ejemplares de la obra, a quiénes los habían vendido, de quiénes los habían comprado. En esta investigación se les requirieron los tomos que tenían en su poder, se advirtió a los libreros de la cédula, y tres veces se pregonó la orden en los lugares más concurridos de la localidad: una ocasión en la plaza de San Francisco y dos en las gradas de la catedral”. 23 Nora E. Jiménez, Op. cit., p. 277. “El libro no será reimpreso hasta 1729 cuando Andrés Gonzáles Barcia logra la autorización de incluirlo entre sus Historiadores primitivos de Indias.”

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La explicación más antigua de esa prohibición, nos aclara Nora Jiménez, se debe al bibliógrafo Antonio de León Pinelo. En 1737, éste explicó: “que por más cercana en el tiempo se ha considerado fiel reflejo del criterio contemporáneo de la prohibición: la obra de Gómara sobre las Indias es historia libre y es mandada a recoger por cédula antigua del Consejo Real de las Indias; pero en el año de 1729 permitió que se volviese a imprimir y se está acabando”.

Comentando, Nora Jiménez: “No tenemos certeza de lo que el término libre quiere decir, pues podría referirse no a la independencia de juicios en su elaboración como se suele interpretar, sino a que no fue hecha por un cronista oficialmente nombrado por el Consejo de Indias”.

Nuestra autora reúne así para nosotros muchas opiniones que varían con los intereses y las lecturas que cada estudioso hizo de esas obras, por ejemplo: “Merrimann, editor de los Annales de Carlos V de Gómara, considera que la causa de la prohibición había sido, sin duda, los elogiosos comentarios de Gómara sobre la persona de Hernán Cortés, la corona tal vez juzgando desmesurado que alguien pudiera hablar tan bien de ese personaje”.24

Henry Wagner: “barajó varias teorías, algunas más acertadas que otras: por un lado, elucubró que los comentarios “atrevidos” hechos por Gómara acerca de la madre de Cortés y del propio conquistador, pudieron haber suscitado una reacción dentro de la familia del Marqués que busco su proscripción. Por otro lado, habiendo revisado buena parte de las ediciones antiguas, propuso como causa que la edición de la Historia de Indias había violado las leyes sobre la publicación de libros en España”.25

Y Ramón Iglesias atribuirá la prohibición a “la libertad de juicio de Gómara, su independencia de criterio al censurar las medidas de Carlos V o de sus gobernantes que le parecían desacertadas”26. 24 Nora E. Jiménez, Op. cit. p. 293. 25 Idem 26 La idea de que fue el aspecto crítico de la política imperial, la causa de la prohibición, también la maneja Robert E. Lewis que considera que Gómara, poniéndose del lado de los encomenderos americanos, se oponía a la política del emperador, cuyas líneas directoras provenían de la adopción de la posición lascasiana. Opinión que fue también la de Jorge Gurría Lacroix que declarará que Felipe II influido por Las Casas expidiera en la propia Valladolid una cédula real por medio de la cual se prohibía la impresión y venta de la Historia General… Nora E. Jiménez, op cit., p. 295.

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Marcel Bataillon, en su artículo Hernán Cortés, autor prohibido, imagina, nos dice la autora, razones más verosímiles, constatando que la prohibición tenía más bien por objeto la segunda parte de la obra de Gómara, concluyendo que no se trataba de una persecución contra un autor, sino únicamente contra las historias escritas acerca del Conquistador. Haciendo notar: “que la tercera disposición coincidiera con el levantamiento de Martín Cortés, hizo a Bataillon pensar que se trataba de acciones consistentes de un monarca que sentía desconfianza ante su más poderoso vasallo en Nueva España y estaba alarmado ante la posibilidad de insurrección de su más nuevo y remoto reino.”

Añadiendo: “El dato hasta ahora desatendido no es mera anécdota. Ilustra una tensión permanente entre la corona y los descubridores o conquistadores considerados como posibles pretendientes a virreinatos hereditarios, apoyados en un separatismo criollo”27.

Bataillon tampoco se creyó la afirmación de Lewis Hanke de que fue las Casas el que había conseguido hacer prohibir la obra de Gómara, como había logrado obstaculizar a la de Oviedo, Bataillon siempre dudó de que las Casas tuviese tanta influencia en la corte. El debate que se dio entre esos dos eminentes lascasófilos debe ayudarnos a pensar el lugar y la naturaleza real de esas polémicas intra-españolas. Ese supuesto triunfo de Las Casas no debe hacernos olvidar, como nos lo recuerda la autora, que Las Casas mismo “fue víctima de una prohibición irrevocable por su Confesionario” que fue juzgado “peligroso para la paz de Indias”. Tampoco las Casas podía promover una búsqueda de libros en las tiendas de los libreros españoles, porque existía el muy serio “riesgo de que se descubrieran también sus tratados doctrinales, impresos sin autorización”. “Para nosotros, conviene sobre todo hacer énfasis en que la censura se dirigió sólo a los textos de tema indiano escritos por Francisco López, y tuvo que ver con el efecto político que la divulgación de estos hechos podía tener en la opinión pública hispana y americana”. 27 Nora Jiménez apoya su conclusión informándonos que “en sus cursos en el College de France, Bataillon hace notar que el libro no figuró nunca en los índices inquisitoriales, lo que mostraba que la prohibición había sido de índole política.” Op. cit., p 196. Ver también: Marcel, Bataillon, “Hernán Cortés, autor prohibido”, en El libro jubilar de Alfonso Reyes, México UNAM, 1956 y del mismo, Erasmo y España. Estudios sobre la historia espiritual del siglo XVI, Trad. Antonio Alatorre, México, F.C.E. 1982.

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Considerar esa medida como eminentemente política lleva a la autora a reconstituir para nosotros lo que tras bambalinas estaba en juego en esa prohibición: “La imagen positiva de Cortés había sido ratificada por su heredero y el autor mismo en el prólogo había ofrecido esta fama como parte del patrimonio que el segundo marqués del Valle heredaba. Este patrimonio y el poder político en que podía capitalizarse, son lo que se quiere anular con la cédula de 1566”.

Nos recuerda que si “el relato de Gómara incluye alabanzas a Hernán Cortés que pudieron haber incidido en la prohibición”, también se puede notar que “su admiración a los conquistadores no es incondicional”, y la mención de los procederes violentos de las guerras pizarritas por ejemplo no “contradijo para nada los intereses de la corona”28. Si las opiniones sobre la prohibición del libro de Gómara han sido tan pobres, si dejamos aparte los intentos de Bataillon, como nos explica de manera muy convincente Nora Jiménez, es porque las famosas discusiones sobre las Indias, las de Valladolid y otras, han sido muy caricaturizadas e instrumentalizadas, como desarrollándose entre buenos y malos, entre buenos defensores de pobres e indefensos indios y malos y corruptos defensores de los conquistadores explotadores. Es sólo saliendo de esa oposición moralista reductora “indianista” que esta prohibición puede tomar sentido y revelarse como un síntoma de lo que está ocurriendo en la corte española29. “La publicación en Castilla de la Historia de Indias y, -por lo que se ve su paso hacia América- se hace cuando aún es reciente el debate vallisoletano entre Las Casas y Ginés de Sepúlveda. Este debate sería referencia inmediata para quien leyera la última frase de la Historia General. Aunque Bartolomé de las Casas asumió como un hecho el dictamen a favor de 28 Aunque, como recuerda Nora Jiménez, para los grupos familiares de los participantes, su relato fuese algo a veces difícilmente superable sobre todo cuando los parientes habían estado del lado rebelde a la autoridad real. Por ejemplo, nos recuerda la vergüenza del poeta Garcilazo de la Vega, que se lamenta “del pasaje de Gómara en donde se habla de la participación de su padre en la rebelión pizarrista, con una apostilla sobre el ejemplar de su propiedad que rezaba: “esto me ha quitado a mí el comer”. Para el caso de la importancia de la obra de Gómara para el Inca, ver el Epílogo, p.333-344. 29 Nora E. Jiménez, Op. cit., p 296. “Por su parte, la relación de la prohibición con la discusión de las Indias es también más compleja de lo que se acepta. Había un peligro implícito de que el dominio de la corona española fuera cuestionado. En España dicha discusión había desembocado en la publicación de las Leyes Nuevas de 1542. Pero éstas, a su vez, habían sido una chispa que encendió el ya de por sí revuelto ambiente peruano.”

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sus opiniones y el interdicto sobre el Demócrates Alter continuó en vigor, Juan Ginés tradicional defensor de la política imperial siguió integrado a la corte, como lo estaba desde su nombramiento de cronista oficial de Carlos V, en 1536. Su epistolario –constata la autora- no da muestras de que a partir de este debate haya quedado totalmente aislado o repudiado, ni que sus opiniones fuesen condenadas unánimemente. La Corona nunca se pronunció en forma definitiva sobre ninguno de los contrincantes”.

El heredero, futuro Felipe II, aún más celoso de la autoridad real que su padre, había tenido como primer asunto solucionar la rebelión de los “peruleros”, con todo lo que recordaban a la rebelión comunera de Castilla en los primeros años del reinado de Carlos V, veía con celo todo lo que ensalzaba a las nuevas figuras dominantes de las Indias. Por eso el texto gomariano se vuelve polémico, sobre todo la parte sobre México30 y, por lo tanto, el poder real decidió que, paralelamente a la prohibición, se recogieran todos los papeles de Gómara que debían ser entregados al cronista oficial, López de Velazco.

Las fuentes de las historias de Gómara Otra parte muy apasionante del estudio de Nora Jiménez, es la que llama “las fuentes doctrinales de las historias de Gómara”31. Es evidente que estas finas investigaciones no podían dejar indiferente al historiógrafo porque, como lo indica la autora, en ese libro se puede ver: “cómo los modelos clásicos podían permear la práctica de la historia en el siglo XVI y las consecuencias narrativas formales y de conceptualización que podían tener estos recursos en un relato histórico”.

El modelo historiográfico del siglo XVI se constituye con la lectura e imitación de los historiadores clásicos, particularmente Plutarco y Salustio. De Salustio se busca imitar el estilo porque parecía el más adaptado a la materia que pretendía relatar y de Plutarco historiador, multieditado en ese siglo y en todas las lenguas europeas, se recupera una historia marcada por las grandes figuras militares, los grandes capitanes, un género 30 Nora E. Jiménez, Op. cit., p. 297-298. 31 Nora E. Jiménez, Op. cit., p. 169. “De esta manera, la información de ambos textos circuló bajo el nombre de otro autor, y en un momento en que había perdido su carácter de actualidad. Después de episodios como el de Lepanto, y de la muerte de Felipe II, el contenido de ambos trabajos había pasado a ser material de celebración de una grandeza que se extinguía.”

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historiográfico en plena expansión en todos los países europeos desde finales del XV32. Es por eso que Gómara concibió de antemano su obra americana a partir de su lectura de los clásicos. Polibio no podía dejarlo indiferente, ya que en su tiempo, el proyecto de Polibio fue el de dar cuenta del nacimiento y plenitud de un gran imperio, el romano; como Gómara, se sentía él mismo testigo de la gran construcción del primer imperio mundial, el del rey de Castilla. Por desgracia en la actualidad hemos perdido de vista la amplitud y lo novedoso del proyecto gomariano ya que no se trataba sólo de reconstruir el relato del hallazgo de nuevas tierras y de la construcción de un nuevo espacio político. Hacer historia era para él un trabajo difícil y azaroso como lo reconoce en el Prólogo de su Historia donde confiesa que si a veces pudo errar no fue por malicia: “he trabajado por decir las cosas como pasan. Si algún error o falta hubiere, suplidlo vos por cortesía. Y si aspereza, o blandura, disimulad, considerando las reglas de la historia que os certifico no ser por malicia. Contar cuando, donde, y quien hizo una cosa bien sea cierta. Empero decir cómo es dificultoso. Y así suele haber siempre en esto diferencia33.”

Esa diferencia, irreducible teatro, donde se manifiestan a la vez el pecado y el orgullo del historiador es bien sentida por Gómara que sabe, con Cicerón, lo artificioso de la retórica en obra en el relato histórico para contar lo ocurrido. Si ese relato de lo ocurrido utiliza una mecánica discursiva destinada a la persuasión con argumentos racionales también, reconoce Gómara, interviene en él la influencia de “las pasiones, los sentimientos, las emociones”. En su reflexión historiográfica Gómara explica asimismo por qué ha separado la conquista de la Nueva España. “Distinguimos aquí dos partes de su materia: por un lado un personaje que 32 Nora E. Jiménez, Op. cit., p 214. Nos recuerda que en su “Crónica de los Barbarroja”, p. 13, Gómara escribe: “Las cosas de los demás excelentísimos capitanes que ahora hay, hablando sin perjuicio de nadie, he emprendido describir, no sé si mi ingenio llegase a su valor, ni si mi pluma alcanzara donde su lanza: pondré a lo menos todas mis fuerzas en contar sus guerras” 33 Si bien muchas de estas protestas pertenecen también de manera retórica a los tópicos propios del género histórico, en el caso de Gómara considerando la magnitud e importancia de su obra, podemos ver esas protestas sobre su trabajo como bastante sinceras.

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ha tenido una actuación tan ejemplar y sobresaliente que amerita un espacio narrativo para sí, separado de otra parte que es “como las historias juntas y enteras...”, que escribieron Salustio y Polibio”.

Esta afirmación permite a Nora Jiménez, en acuerdo con su intento de pensar la unidad de la obra de López de Gómara, “mostrar que la Historia fue pensada de antemano y no es sólo –como se ha dichoun texto elaborado con el mero fin de servir de introducción a la Conquista de México, ni menos de agradecer a un patrono.”34 No solamente Gómara encontraba un modelo en Polibio, sino que se encontraba frente a un conjunto de guerras y conquistas que superaron con creces la obra de los romanos. Confortado en su orgullo de pertenecer a ese nuevo pueblo elegido35, éste lo obliga a trabajar esa enorme “materia americana” e intentar poner en ella un poco de orden para que, una vez apagada la cacofonía de las batallas, se pueda descubrir allí una inteligibilidad, que era la de la providencia guiando a España36.

América como revelación escatológica Cuando en la Historia de Indias, en su dedicatoria al emperador Carlos V, López escribe que “la mayor cosa después de la creación del mundo sacando la encarnación y muerte de Cristo, es el descubrimiento de Indias; y así las llaman nuevo mundo”, debemos tomar esa afirmación con mucha seriedad. La construcción del imperio de las Indias es más que una simple conquista o la afirmación de un nuevo imperium, ya que éste aparece aquí como un punto mayor de inflexión teológico que determina toda la historia humana. La referencia a la encarnación, punto fundamental y arranque de la última etapa de la historia del género humano, según las grandes 34 Punto de vista erróneo producido por la ilusión retrospectiva “de Gómara como fuente para la historia de México”, así como por el prejuicio de haber sido un trabajo mercenario en el cual lo que importaba realmente era celebrar al patrón. 35 Nora E. Jiménez, Op. cit., p 213. “Nunca nación extendió tanto como la española sus costumbres, su lenguaje y armas ni camino tan lejos por mar y tierra, las armas acuestas”. 36 Nora Jiménez, Ibíd., 262, recuerda que esto marca una gran diferencia, por ejemplo, con el texto de González Fernández de Oviedo que suele perderse en medio de una inmensa información, de la que Gómara lograr entresacar lo esencial; “la homogeneidad estructural y la nitidez de la prosa de Gómara vuelven a explicarse por su conocimiento de la historiografía clásica y contemporánea, que le permitió, sin pisar nunca tierra americana escribir por su parte, la historia más famosa de la conquista de las Indias”

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divisiones de la Historia Teológica, no es aquí sólo un lugar común retórico, o palabra de cortesano zalamero, sino como lo hemos desarrollado en nuestro libro,37 la manifestación de la lógica textual que anima y sostiene la escritura de la obra gomariana como la de todas las crónica de esa época. No solamente los españoles son el nuevo pueblo elegido, sino que es bajo el cetro de un emperador hispano como se prepara la unificación del género humano, preludio al regreso de Cristo. No debemos olvidar que desde hace varios siglos se espera, en el corazón de los anhelos escatológicos cristianos, a ese gran soberano cristiano que reunirá al universo bajo su batuta y entregará a Cristo regresado su corona en el Huerto de los Olivos, una vez obtenida la victoria y conversión del Islam, y el pueblo judío igualmente convertido. Por lo tanto el papel de la Historia, según Gómara, es relatar cómo Dios se sirve de los españoles para lograr sus fines y prepara la venida de su Hijo, un relato que Dios mismo desea en un afán de edificación moral de los mortales38. Por eso tantas referencias en las crónicas al hecho de que la victoria fue procurada por Dios y no tanto por las cualidades militares de los esforzados soldados españoles.

Conclusiones De esta rápida revisión de la obra de Nora Jiménez se pueden desprender varias cosas complementarias. La primera, que este libro es imprescindible para pensar la obra de Gómara y debería ser de consulta obligatoria para todos los que se quieren acercar a la conquista de México y a las crónicas de los siglos XVI y XVII. La segunda, que el libro sobre la Conquista de México, que nos apasiona tanto desde este lado del Atlántico, tiene un lugar propio en la estructura general de la obra de Gómara y que extrayéndola sin precaución perdemos mucho de la riqueza del contenido de ese libro y peor acusándolo de cualquier cosa. La tercera es que en la lógica de la obra global 37 Guy Rozat, Indios imaginarios e indios reales en los relatos de la Conquista de México, México, Universidad Veracruzana, BUAP, 2ª. ed., 2002. 38 “Son de Dios los reinos y señoríos, él los muda, quita y da a quien y como le place, que así lo dijo él por el profeta. Y también quiere que se escriban las guerras, hechos y vidas de reyes y capitanes para memoria, aviso y ejemplo de los otros mortales. Y así lo hicieron Moisés, Esdras y otros Santos”. (Gómara, Conquista de México).

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de Gómara estaba en germen, conforme al tipo de historiografía dominante en la época, y que su reflexión sobre la conquista de México como hazaña providencial cortesiana, pertenece igualmente a esa gran construcción historiográfica imperial. Ya que Gómara pretendió obtener toda su vida el título de cronista real, tanto su curiosidad como estas aspiraciones no le permitían ignorar la personalidad de Cortés, y por lo tanto, puede confesar sin ningún problema “que lo conoce”, tanto a él y a su campaña victoriosa, como a los regalos suntuosos y curiosos que trajo, objetos de todas las conversaciones de la corte y la ciudad, pero esto no quiere decir que haya entrado en relaciones familiares con aquél. La única prueba documental de la relación financiera entre Gómara y los Cortés es el pago de una recompensa que hace Martín Cortés, después de la publicación de la obra y el reconocimiento de unas deudas que le debían los Cortés desde hacía algunos años, pero ya muerto desde hacía tiempo el gran Hernán. Por otra parte, está suficientemente esclarecido que Gómara jamás fue capellán de Cortés, ya que en este puesto existen otros dos clérigos mencionados en su testamento donde Gómara, el supuesto confesor y confidente, está ausente. Gómara fue sólo “Capellán de Corte”, una de tantas distinciones que permitían esperar a jóvenes clérigos sin fortuna, con el tiempo, una carrera en dicha corte. Por lo tanto creo que la reconstitución casi día a día de la vida y obras de Gómara que encontramos en el libro de Nora Jiménez, nos procura suficientes elementos para desechar la supuesta relación servil de Gómara con Cortés, descrita al final de la obra de Duverger con una trivialidad y una serie de anacronismos impresionantes: “Cortés contrata a Gómara porque necesita una pluma oficial”. El joven escritor, supone también Duverger, le hace leer a Cortés los borradores de su Crónica de los Barbarroja. Éstos fascinan tanto a Hernán “que lo contrata”. Según Duverger “en realidad, Gómara es un colaborador discreto, constantemente disponible. Cortés lo hace trabajar intensa y continuamente pero a medio tiempo… durante las sesiones de trabajo, el conquistador le proporciona elementos de información… Gómara toma notas y vuelve a su gabinete; en caliente, redacta, pasa en limpio, ordena la materia.”

Al mismo tiempo que, sin descanso y en secreto, el propio Cortés trabaja en la escritura de la crónica que durante siglos se ha creído de 72


Bernal, en la cual, incluso, habilidad suprema, “no vacila en fustigar la versión oficial y elitista de Gómara”. Creemos que esa recuperación a toda costa por Duverger de la vieja acusación contra Gómara, y su transformación en el simple sirviente de Cortés, fuera de toda verosimilitud histórica, deja muy endeble toda su construcción sobre esa supuesta hipótesis revolucionaria de que Cortés sería el verdadero autor de la crónica de Bernal, y el inspirador de la de Gómara.

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REFLEXIONES CRÍTICAS SOBRE EL CORTÉS DE DUVERGER1

Bernard Grunberg2 Universidad de Reims El texto que les voy a presentar hoy es una nueva versión de la nota crítica que fue publicada en Estudios de Cultura Náhuatl, en 2007. Me pareció útil retomarlo hoy al empezar este coloquio porque creo que la revisión rápida que había hecho de ese libro de C. Duverger me parece aún de actualidad. En efecto, ese ensayo retoma todos los defectos que había encontrado en aquella época en el trabajo de ese autor. Pero, imperturbable, C. Duverger ha ignorado, ignora y probablemente siempre ignorará en el futuro las críticas. Libro tras libro, retoma siempre los mismos juicios erróneos, como si nada hubiera ocurrido de nuevo en los estudios americanistas e hispanistas. Ahora, los dejo ser jueces de la “calidad” del trabajo de ese autor a través de este primer pequeño estudio. De entrada, este libro preocupa y plantea problemas. La bibliografía no sólo es muy escueta, sino que el autor ignora las principales obras, tanto en inglés como en español y en francés, lo cual no deja de sorprender. Citemos los trabajos de R. S. Chamberlain, el Cedulario Cortesiano, la Residencia de Cortés publicada en México en 1852 , los diversos coloquios recientes dedicados a Cortés, las obras fundamentales de F. Morales Padrón, las biografías de otros conquistadores de México, sin hablar de nuestros propios estudios, obras todas que, de haberlas consultado, hubieran permitido a Christian 1  Christian Duverger, Cortés, Paris, Fayard, 2001. [Traducción al español, México, Taurus. 2005, 500 p.] 2  Traducción Fernanda Núñez Becerra

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Duverger evitar tantos errores. Así, Jerónimo de Aguilar no es “un eclesiástico como Las Casas” (p. 11) sino un diácono; Francisco de Salcedo no llegó con 70 hombres (p. 163) sino con una docena; no le cortó todo el pie a Gonzalo de Umbria (p. 166) sino solamente unos dedos; no hubo ocho mujeres entre los castellanos durante la guerra de conquista (p. 249) sino unas veinte, de las cuales se conocen los nombres de trece; Sandoval murió en Palos y no en Niebla (p. 323); Juan de Herrera, presentado como el conquistador que Cortés mandó a Roma para que el Papa legitimara a sus hijos (p. 334), no es un conquistador (Duverger lo confunde con el conquistador Juan Pérez de Herrera). En cuanto al descubridor Francisco Hernández de Córdoba, nada autoriza a identificarlo como un pariente del gran capitán Gonzalo Hernández de Córdoba (p. 123). Señalaré también que en el mapa de la página 38 se ubica Santander ¡en Asturias! Las definiciones de ciertas palabras son erróneas o incorrectas (alcalde, encomienda, escribano, vecino, etc.); Duverger no duda en escribir que Cortés, escribano de Azua, por su función es un “tipo de prefecto” [gobernador] con funciones embrionarias”! (p. 85). Acerca de los grandes descubrimientos, el autor no vacila en afirmar que los portugueses, en 1481, ya habían descubierto América (p. 51), y en particular Brasil (p. 52). Asimismo retoma la vieja teoría del origen judío de Cristóbal Colón, teoría abandonada hace ya muchos años, e indica que Colón sabía exactamente a dónde iba desde antes de su viaje (p. 52), contrariamente a todo lo que sabemos y sin proporcionar ninguna prueba. Todos estos errores se hubieran evitado al leer obras recientes de especialistas sobre estas cuestiones, en particular los trabajos de Consuelo Varela. Duverger está también equivocado cuando habla del genocidio en Santo Domingo (p. 105). El autor presenta digresiones más o menos largas sobre la historia de la España de los Reyes Católicos, el descubrimiento de América, Cristóbal Colón, Ovando, Santo Domingo y los Taínos, Carlos V, etcétera. Nunca remite Duverger a estudios serios al respecto, lo que lo lleva a emitir clichés y lugares comunes: los colonos de Santo Domingo son “aventureros sedientos de oro” (p. 79). Entre otras afirmaciones que el lector encontrará en dicho libro, está la de que el piloto Antón de Alaminos conocía México antes de la primera expedición hacia esta tierra en 1517 y que hubiera descrito deliberadamente Yucatán como 75


una isla (p.111-112); lo cual es no solamente desconocer la historia de los viajes del “descubrimiento” sino también ignorar que si Alaminos regresó a Cuba pasando por la Florida fue porque no conocía la ruta directa para regresar y por lo tanto que ignoraba lo que era Yucatán. Otra prueba de ignorancia del contexto es la afirmación de Duverger según la cual el “requerimiento” era absurdo (p. 115): era una práctica necesaria antes de empezar las hostilidades. De la misma manera, para la toma de posesión, decir que era para “uso interno” (p. 138) es ignorar la cuestión del llamado derecho de conquista. La lista de los errores y aproximaciones es demasiado larga para poder citarla toda. Cortés mismo es objeto de confusiones, de errores e incluso de inventos. Duverger busca los antepasados de Hernán Cortés en documentos de segunda mano para validar la tesis según la cual provenía de una familia privilegiada (p. 25), en contradicción con todo lo que sabemos hoy en día. Incluso afirma el autor que el padre del conquistador “hablaba imperativamente con Carlos V” (p. 26), lo que parece incongruente. Duverger llega incluso a decir que el conquistador del Perú, Francisco Pizarro, era primo de Cortés (p. 337), ya que la madre de este último se llamaba Catalina Pizarro Altamirano. La reciente biografía de Pizarro escrita por Bernard Lavallé demuestra que esta afirmación es falsa. Para las necesidades de su demostración, Duverger transforma a Cortés en una persona fuerte y vigorosa (p. 27), mientras que la casi totalidad de nuestras fuentes indica que era de salud frágil. El autor sigue afirmando que Cortés tuvo un papel clave en la pacificación de Santo Domingo (p. 84), siendo que cuando él llega ya estaba realizada la conquista. Duverger narra el encarcelamiento de su héroe Cortés en Cuba, como si de una novela se tratara (p. 99). Exagera el número de guerreros tlaxcaltecas (100.000 y luego 150.000) que se enfrentaron con Cortés (p. 170) con el propósito de enaltecerlo. Se descubre a un Cortés que se burla del gobernador de Cuba (p. 125) y que domina a Carlos V por haberle ofrecido un México conquistado sin que el emperador tuviera que gastar para esta empresa (p. 122). Y qué podemos decir de la afirmación de Duverger según la cual Cortés se siente más cercano a los comuneros y a los franciscanos que a Carlos V (p. 270), y la de que este último fue “un soberano de antesala sin grandeza de alma” (p. 76


329). Igualmente fantasiosa es la teoría de este autor, que pretende que Cortés ayudó a Carlos V a imponer la idea de “una España grande, fuerte y unida” (p. 210), así como su hipótesis según la cual “tal vez ha sido el oro de los aztecas lo que incitó a Carlos V a regresar a España” (p. 214). Se puede así constatar que Duverger desconoce las grandes obras dedicadas a este emperador que se publicaron en los últimos veinte años. Nos dice el autor que Cortés descuidó su enriquecimiento personal y que despreció las relaciones de interés (p. 272), sin embargo, la cuidadosa lectura de los principales textos escritos por los conquistadores y sobre todo del juicio de residencia de Cortés demuestra que las afirmaciones de Duverger son contrarias a la realidad. Más descabellados son los alegatos del autor acerca del blasón de Cortes, que tendría como origen “una composición glífica procedente de una codificación nahua” (p. 245, 247-249), o bien del hecho de que Cortés mantenga su rango como el tlatoani mexica y de que viva como un príncipe nahua (p. 252). Encontramos la misma idea cuando Duverger afirma que el conquistador “más indio que los propios indios quiere reconstituir la grandeza del imperio que el mismo ha derrocado. Cortés se identificaría con el gran tlatoani nahua quien visitaba sus tierras una tras otra y las reivindicaba” (p. 302-303). Estamos aquí no ante un libro de historia, sino de una obra de ficción. Sobre los episodios de la Conquista, son muchos los errores que aparecen en este libro de Duverger. Afirmar que “Moctezuma está al tanto de la suerte reservada a los taínos de Santo Domingo y Cuba” (p. 146) y que cuando los españoles llegan a México, hacía más de medio siglo que los mexicanos sabían lo que les esperaba, nos deja perplejos. El hundimiento de los navíos de Cortés no fue como lo describe Duverger (p. 165), ya el conquistador recuperó todo lo que se podía como son velas, cuerdas, anclas, tablas, etcétera. En cuanto al transporte de los 13 bergantines, no los cargaron los indios en sus espaldas (p. 218), porque estas embarcaciones fueron desmontadas y luego transportadas hasta Tezcoco antes de ser ensambladas de nuevo. La matanza de Cholula, descrita como “un acto de guerra en una lógica de guerra” (p. 178), no es en realidad sino un castigo habitual para un “crimen de felonía”. El hecho de herrar a los esclavos no demuestra que Cortés haya perdido el control de sus tropas (p. 232), aparte del valor 77


como ejemplo de este castigo, esta decisión obedecía a otros motivos. Cortés necesitaba a un máximo de hombres, ahora bien, como perdió una parte de su ejército durante la Noche Triste, tenía que aumentar el número de sus auxiliares indios. Por lo tanto, tuvo que liberar algunos de ellos de la tarea de cargar y sustituirlos por esclavos. Además, al instaurar la esclavitud en México proporcionaba a sus hombres, que lo perdieron todo durante este episodio, la esperanza de tener una vida más fácil en el futuro, basada en el trabajo indígena. La escena de Cuauhtémoc llamando desde una azotea a detener la resistencia (p. 231), procedente de la obra de López de Gómara, no aparece en ninguna otra fuente contemporánea. Duverger es demasiado breve cuando trata de la matanza de Tóxcatl, de la captura y toma como rehén de Motecuhzoma, del complot de Villafaña. Por último, decir que “la batalla de México no es realmente una guerra, es el suicidio de un pueblo” (p. 232) es muestra de una visión más novelesca que histórica. Desgraciadamente, Duverger reconstruye a menudo la historia basándose en su imaginación. Más grave aún es el desconocimiento del autor respecto a la historia misma de México en el siglo XVI: no se envió a Antonio de Mendoza a México para implantar la Inquisición. Contrariamente a lo que piensa Duverger, la bula Omnimoda (Exponi nobis fecisti) no organizó la iglesia mexicana (p. 258) y la Inquisición no dejó de perseguir a los indios después de 1540 -aunque sí hubo una disminución de las persecuciones- sino hasta después de 1570-1571. En cuanto a los disturbios en la ciudad de México, los retoma del testimonio de Bernal Díaz del Castillo, sin ningún análisis. Sostener que los primeros franciscanos “tradujeron en actas el método de conversión imaginado por el conquistador [Cortés]” revela una total incomprensión del papel de los doce por parte de Duverger (p. 260). El autor aún se contradice cuando reconoce que Cortés fue un colonizador (p. 138) -de hecho instaura los fundamentos de la colonización implantando la encomienda en México- pero después añade que “nunca Cortés tuvo la idea de hacer de México una colonia española” (p. 263). Conviene precisar que si bien hubo una explotación “colonial” de la Nueva España, no hay que olvidar nunca que este territorio no fue una colonia stricto sensu, sino más bien, un virreinato. Una de las grandes ideas de Duverger es que Cortés sueña con el 78


mestizaje de las culturas. Decir que Cortés amaba a los indios (p. 106) y que tuvo una “visión mestiza del mundo” (p. 106-107) demuestra el desconocimiento acerca del conquistador. Basta leer atentamente sus cartas y su juicio de residencia para darse cuenta de lo falso de estas aseveraciones. Cómo no quedarse circunspecto frente a la aserción de Duverger, quien considera que Cortés “funda en realidad el México moderno” (p. 15). El hecho de afirmar que el proyecto del conquistador “conlleva en sí mismo, desde el origen, la independencia de México” y que “fue el modelo de Cortés de mestizaje y de desarrollo endógeno lo que llevo a España a concebir, en reacción, una verdadera estrategia de colonización, opresiva y cínica” (p. 275) es pura invención. En realidad, el autor parece divertirse reinventando la historia de México, tal como se la imagina. ¡Bien es cierto que la verdad es a menudo más difícil de aceptar que la ficción! Por último, el retrato de un Cortés, “más allá de su tiempo, visionario”, “mestizo de fe y de convicción”, “creador de civilización” (p. 408) no descansa sobre ninguna base sólida. La realidad es bastante más prosaica: Cortés fue un jefe carismático, un líder excepcional, pero sobre todo, se distinguió de los otros conquistadores al aplicar, frente a situaciones novedosas, una mezcla acertada de viejas ideas medievales y de nuevas concepciones del Renacimiento, particularidades que le abrieron las puertas del éxito y que le otorgan un primer lugar en este episodio de la conquista de América. La lectura de este libro de Duverger nos hace reflexionar sobre ciertas “producciones históricas” que a menudo no tienen nada que ver con la Historia. La Historia nos obliga, por fortuna, a una búsqueda paciente, realizada en el marco de una actitud científica, sin olvidar nunca que el historiador no es juez, sino investigador del pasado, como lo subrayaba antaño Lucien Febvre. Permanezcamos siempre críticos, no caigamos en la trampa de una historia “oficial”, de una historia “complaciente”, de una historia comercial, novelesca, de una historia-ficción, ¿pero acaso eso es Historia? El historiador debe ser exigente. Se necesita entonces olvidar rápidamente este libro de Duverger. Por fortuna contamos con buenos estudios sobre Cortés, la biografía clásica de José Luis Martínez, la excelente presentación de cartas privadas publicadas por María del Carmen Martínez Martínez y recientemente el libro de Bartolomé Bennassar. 79


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DEL PROYECTO PERDIDO

MESTIZO

Guy Rozat Instituto Nacional de Antropología e Historia Duverger empieza su biografía de Cortés afirmando claramente la altura de su proyecto, está consciente de que va a biografiar no sólo a un gran conquistador sino, más bien, a un “mito”. Pero toma la precaución de decirnos que si es un personaje mítico, no es porque falten documentos sobre él, al contrario, como si para Duverger el mito del gran hombre solo tuviera que ver con un problema de documentación, con un simple problema de verdad histórica o de buenos biógrafos contra malos. Evidentemente enumera los clásicos textos de la conquista y los de los cronistas que hablan de su biografiado, pero también, y es aquí donde nosotros no podemos estar de acuerdo, como los lectores que tienen alguna idea de lo desarrollado en nuestro Seminario de Historiografía de Xalapa desde 10 años, ya que recupera sin ninguna reflexión historiográfica la supuesta “visión” de los indígenas, propuesta por la doxa nacionalista mexicana, que nos afirma que “persuadidos por los primeros franciscanos, algunos indígenas registraron en su lengua, el náhuatl, transcrito en caracteres latinos, su propia versión de la conquista” (pág. 21)1. Esta escueta afirmación transparenta la incapacidad historiográfica que manifiesta el autor desde sus primeras obras. Ahorrándose una mínima reflexión sobre la naturaleza de sus fuentes, se cree autorizado a “leer” y, con total inocencia, puede pretender que por un efecto natural de esa lectura, “entiende” los textos americanos, sin 1 Christian Duverger, Cortés, Taurus, México, 2005.

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darse cuenta de que “entiende” sólo lo que necesita para justificar sus tesis. Así puede aparentar dominarlas, frente a los ojos de incautos ya de antemano convencidos y maravillados por las campañas de promoción de sus obras. Códices, crónicas, documentos epigráficos, etc., nada le causa problemas y por lo tanto, puede pretender sin más a los títulos de historiador, lingüista, arqueólogo, etnólogo, etc., y presentarse finalmente como un auténtico maestro de verdades. Para obviar incluso cualquier posibilidad de crítica historiográfica, nos aclara, de manera ingenua, que “el debate no se centra entonces en la manera de leer los documentos históricos, sino más bien en la personalidad de Cortés…2” (pág. 22) confesando así que lo que hará en esa obra antes que nada será una arcaica psicohistoria, en la cual los documentos no tendrán valor por sí mismos, sino solo cuando puedan plegarse al retrato de Cortés que pretende construir. Pero también se siente obligado a recordar al lector, que podría ser tentado por un atisbo de lectura crítica, lo grandioso de su trabajo, ya que, “tratar serenamente la historia de Cortés” no es simple, porque “el conquistador se inscribe en una fase particularmente sensible (sic) de la historia de América” (espero que los lectores mexicanos habrán notado lo “sensible” del periodo). Si bien sabe que la figura de su héroe es polémica, sólo lo es porque los otros biógrafos utilizaron generalmente “argumentos ideológicos, pasionales o impulsivos”; él, al contrario, desde lo alto de su cátedra parisina, sereno y fuera de cualquier contienda ideológica y capilla historiográfica, pretende por fin recuperar para nosotros “al hombre y a su tiempo” más allá de la leyenda. Por lo tanto nos ofrecerá, por fin, el retrato del “verdadero” Cortés. Es por eso que en su libro pretende revisar todas las facetas de ese nuevo Cortés, eliminando los aspectos “arcaicos” acumulados sobre su biografiado: desde su infancia, su familia, sus amores complicados, su envejecimiento, su cachucha de “agricultor en Cuba”, guerrero en Argel, explorador en el Pacífico… hasta sus últimos días cuando con filosofía “ve venir la muerte, juzga a su época, piensa en el porvenir de España y México”. ¡Guau! El Dr. Grunberg ha esbozado ya en este libro lo que piensa de esas recreaciones imaginarias, por eso ya no decimos más. 2 Subrayado nuestro.

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En esa larga enumeración de las páginas 22 y 23 se asoma con fuerza el pathos que va a animar toda su obra. A falta de análisis histórico e historiográfico nos propondrá los sentimientos que cree que su Cortés sintió, “sus penas y alegrías, sus reflexiones”. Así no debe extrañar al lector que el autor pueda escribir: “al contrario del arquetipo del conquistador bandido, Cortés es sutil, letrado, seductor y refinado, prefiere el gobierno de las mentes a la fuerza brutal que, no obstante, sabe manejar; aprovecha impunemente la debilidad de sus compañeros por la fiebre de oro; sabe analizar y anticipar, proyecta el porvenir, construye a largo plazo mientras que muchos otros se embrollan con las dificultades de lo inmediato o en las empresas de corto alcance” (pág. 24).

Por lo tanto al contrario de sus coetáneos que, “alardean de un desprecio total por los indios, Cortés alimenta un sueño de mestizaje… al concebir y realizar un injerto español en el tejido humano del imperio azteca, Cortés funda en realidad el México moderno” (pág. 24). ¡Nada más, nada menos!

En el último anacronismo de su introducción afirma que “el descubrimiento de América perturba profundamente a una Castilla cristiana entregada en ese momento a la reconquista de su territorio ibérico”. Si bien podemos estar de acuerdo con su afirmación sobre los intentos de homogeneización religiosa y, por lo tanto, la conquista definitiva del minúsculo reino de Granada y la expulsión paralela de los judíos decidida por los reyes católicos, afirmar que el encuentro americano perturba a Castilla, como al resto de Occidente, es una exageración como lo han mostrado un gran número de investigaciones recientes. Si hace esta afirmación errónea es porque adopta las antiguas divisiones pedagógicas para la enseñanza de la historia definidas en el siglo XVIII. Los Tiempos Modernos empezarían para Duverger en 1492 con el descubrimiento de América3. Original hasta el final, o porque odia a Colón, él los haría más bien empezar con la propia aventura de Cortés en estas tierras mexicanas. Así Cortés justifica de nuevo no solo su lugar de héroe americano, sino el de paladín de la propia cultura occidental en su nueva etapa de crecimiento. Pero si Cortés 3 Evidentemente no ha oído hablar, ni ha leído nada, sobre los intentos de muchos medievistas que pretenden que la Edad Media pudiera extenderse hasta el XVII e incluso hasta la revolución industrial.

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es el gran héroe de esa historia, Duverger tiene que construir paralelamente una Castilla incapaz de pensar un modo inteligente y eficaz de gobernar esas Indias que acaban de regalarle, pero sobre todo, impedida para entender la maravillosa solución política que, según él, proponía Cortés: una América mestiza, y más aún, los cambios fundamentales que se estaban produciendo pasando de la “época medieval al Renacimiento” y que la acción victoriosa de Cortés contribuyó definitivamente a provocar.

Los orígenes del héroe Cuando en el primer capítulo se interesa en su infancia, empieza por reconocer que “los orígenes de Cortés están envueltos en cierto misterio”. Probablemente haya nacido en 1485, como lo afirma “su biógrafo oficial, el padre Francisco López de Gomara a quién Cortés tomó como capellán y confesor al final de su vida”4; pero también, con cierto humor, no puede impedir acordarse de la “tradición franciscana de finales del siglo XVI” que lo hacía nacer en 1483. Recordemos que si es tan importante esa fecha para los religiosos es porque, signo divino, el nacimiento de Cortés, futuro conquistador de almas americanas, viene a contrarrestar, para el reino de Dios, los efectos diabólicos de la predicación de Lutero, nacido en ese mismo año, y que hundió en la perversión herética a gran parte de Europa. Nuestro autor así inspirado puede concluir con esta simplonada: “desde su primer día de vida el hombre queda atrapado por su leyenda y su biografía se vuelve una apuesta simbólica” (pág. 30). De paso haré notar que su principal fuente confesada aquí es Gomara, fuente de autoridad por haber sido, según él, capellán y confesor de Cortés y, por lo tanto, todo lo que dirá ese cronista podría ser, en cierta medida, garantizado por el sello de la verdad que, es bien conocido, siempre se maneja en los confesionales. 4 Tampoco ha leído el magnífico libro de Nora Edith Jiménez, Francisco López de Gomara, ed. CONACULTA-COLMICH-INAH, México, 2001, que muestra sin ninguna duda que Gomara no fue ni biógrafo oficial, ni capellán y aún menos, confesor de Cortés. Un lugar común de la historiografía de la conquista que debemos en parte a la mala leche de Las Casas y que desde esa época lejana se sigue reproduciendo. Los trabajos de María del Carmen Martínez Martínez son otra confirmación de lo que nos explica Nora Jiménez.

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Pero regresemos a nuestro mito, durante siglos los historiadores consideraron que Cortés perteneció a la pequeña nobleza, sin muchos recursos, pero esto no le parece suficiente a nuestro entusiasta biógrafo, porque si sus padres “tenían poca hacienda, empero mucha honra”. Por eso Duverger nos presentará a un Cortés perteneciente a las “familias más poderosas” de la región. Incluso recupera para nosotros la supuesta figura de un tío abuelo, Alonso de Monroy, figura heroica de las canciones de gestas, quien “dotado de una estatura colosal y de una fuerza hercúlea”, jefe de guerra infatigable, se había vuelto “imagen legendaria de caballero invencible”. No discutiremos aquí esa nueva reconstitución genealógica, sino sólo las conclusiones que saca de ella Duverger: “esta peculiar genealogía cortesiana está muy bien equilibrada. Gente de armas y letrados se apoyan y complementan, el anclaje urbano se combina con la posesión de grandes dominios rurales: los enlaces matrimoniales cuidadosamente calculados acabaron tejiendo por toda Extremadura una vasta red de lazos familiares”,

Y todo con los mejores linajes de la región. En resumen, un niño de buena familia, que no podía ser más que heredero de las múltiples cualidades manifestadas por sus antepasados. Una familia que no podía ser pobre ya que, como dice nuestro autor, fue capaz de financiar un gran número de guerras privadas, lo que demuestra aquí también, una ignorancia del desarrollo de estas “guerras privadas”. El apartado, “La vida de familia en Medellín”, digno de una telenovela, nos habla de una madre “recia y escasa, dura y mezquina”, según Gomara, y por la cual Cortés parece no haber tenido sentimientos muy tiernos y cuya muerte en México “no parece haberlo afectado con desmesura”. Ejecutada la madre, pasa a la figura paterna: “en cambio, Cortés profesa una verdadera admiración por su padre Martín y a falta de la ternura o afecto que, no se acostumbraba prodigar en esa época, mantiene con él una sana relación de confianza y complicidad; tiene siempre el sentimiento de que su padre comprende su proceder y nunca duda en pedirle apoyo” (pág. 34).

Es ese padre, el que, según Duverger, “habla alto y fuerte a Carlos V y con eficacia” quien defenderá sus intereses ante la corte. 84


Encuentra incluso, aunque se sabe realmente muy poco de ese padre, “una semejanza de carácter”. Ya que “Hernán heredó de Martín una forma de piedad que no está hecha de ritualismo ciego sino de modestia frente al destino, el cual está en las manos de Dios”. Si los dos son buenos cristianos no son, para nada, espíritus cortesanos y siempre marcan su reserva frente a los “poderes temporales”. Martín por su “costumbre de hablar claro” siempre asume “sus propias convicciones”. En cuanto al cliché que quiere que de niño Cortés haya sido enclenque y enfermizo, Duverger toma el contrapié de esa figura, no puede ser, ya que según él “adulto será una fuerza de la naturaleza”. Por eso incluso atribuirá a su héroe una estatura muy superior a la que todos los biógrafos precedentes le habían atribuido, ya que le parece difícil encerrar tantas virtudes civiles y militares en un cuerpo tan pequeño5. Continúa describiendo el espacio en el cual ese niño superdotado se desenvuelve, la España medieval de Isabel la Católica. Este capítulo empieza con una pregunta retórica a la cual Duverger finge no poder responder: ¿Cuáles son los ecos del mundo que llegan hasta el joven Hernán? Pero ésta le permite de hecho responder de manera enfática que ese Cortés, casi vidente, “no puede dejar de sentir el sismo cultural que sacude aquel final del siglo XV” (pág.39). Ese sismo es el fin de la Edad Media, aunque Duverger confiesa, “personalmente tiendo a pensar que el Renacimiento con todo lo que implica de cambio y modernidad, no se manifiesta antes del periodo 1515-1520 (pág.39)” y considera que esta “mutación del mundo” es de hecho “una consecuencia del descubrimiento de América”. Finalmente si el joven Hernán resiente, aunque confusamente, el cambio en curso del cual será después uno de los grandes arquitectos, España, Castilla, siguen siendo “todavía completamente medievales”, aunque no nos explica por qué no se dan cuenta de dicho sísmo los otros contemporáneos. 5 En su introducción José Luis Martínez, recalca esa nueva estatura de Cortés, cuando la tradición creía haber establecido, desde hace varios siglos, que medía 1.58 metros: “El retrato físico que hace Duverger es por lo menos sorprendente. Como de 1,70 metros de altura..” p.18

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Sobre este capítulo habría mucho que decir ya que Duverger insiste en lo que considera las lacras que impedirán el buen gobierno de las Indias. Los reyes eran degenerados, herederos producto de adulterios. Por suerte aparece Isabel, aunque juguete durante algún tiempo de los Grandes de España. Es un Fernando, casado con Isabel, quien se vuelve jefe de guerra, el que logra mantener la unión entre Castilla y Aragón.6 La incapacidad de imponer su poder llevará a la reina a instituir y apoyarse en la Inquisición y, por lo tanto, Duverger puede concluir tajantemente “en ese clima de intolerancia nace Cortés: ese nuevo ámbito impuesto por la reina Isabel a España, será, sin duda alguna, uno de los factores determinantes en la vocación ultramarina del joven Hernán y de muchos de sus compañeros” (pág.24).

Para él Isabel no es realmente una ferviente católica sino más bien un personaje cínico que sólo utiliza el catolicismo como “cimiento perdurable de su autoridad política…”7. Será en ese “país fracasado”, según Duverger, donde el destino caprichoso hará intervenir a un “cierto Cristóbal Colón. Ese intrigante, seductor y cínico…”. Cortés tiene 7 años cuando ése descubre América. En su afán de originalidad, Duverger desprecia profundamente a Cristóbal Colón y, otro complot más que se cree encargado de desvelarnos a nosotros pobres incautos: “La mayoría de los historiadores consideran ahora que Cristóbal Colón no es el verdadero descubridor de América, pero es el primero en obtener un documento jurídico que le concede esos territorios”.8

Éste sería por lo tanto solo un vulgar y audaz oportunista con suerte. “Es sorprendente advertir –nos aclara Duverger- que Cristóbal Colón sabe desde el inicio hacia dónde va: busca la isla de Haití y la encuentra…” y además “sabe también cómo regresar a España, lo que no es nada evidente…Es imposible, regresar a España si no se conoce el “truco””.9 Ya que los navegantes tienen que ir a buscar “la corriente del Golfo que conduce a los navíos hacia las Azores 6 Duverger, op. cit., pág. 47. “Si bien la España moderna, surgida de un matrimonio, de una herencia y de una guerra civil, está inscrita en el papel desde 1479, en ese momento, no obstante, sigue siendo una realidad cercana a la abstracción…” “¿Qué queda entonces a fin de cuentas del poder real?” 7 Duverger, op. cit. pág. 53 8 Op. cit., pág. 57 9 Ibídem

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casi de manera natural. Cristóbal Colón ejecuta esa maniobra sin el menor titubeo, como si ya conociera el rumbo adecuado”. Extraño “secreto”, si consideramos que también conocía ese camino el hermano Pinzón que ya había abandonado a Colón y regresado antes directamente a España. A través de la figura del “tan oscuro Cristóbal Colón” nos quiere explicar la corrupción y mediocridad de esa época: “C. C. es un personaje turbio, pero las circunstancias opacarán aún más su personalidad. Es probablemente judío, pero he aquí que la reina Isabel le ofrece un contrato maravilloso ¡Tan sólo dos semanas después de haber ordenado la expulsión de los judíos de Europa! Con ese hecho, toda la vida precedente de C. C. se vuelve inconfesable y la biografía del descubridor, escrita más tarde por su hijo Fernando, será en consecuencia una obra maestra de simulación”.10

Siempre el complot. “Colón posee un secreto de navegante que no puede revelar sin perder el beneficio” de sus mentiras, la fama y la riqueza. Como Bernal, Colón es también iletrado: “Excelente navegante pero autodidacta, cita a autores sabios que no ha leído, defiende el indefendible argumento de un atajo hacia las Indias. Para tratar de convencer, engaña sobre las distancias que se deben recorrer”.11

En la discusión con los expertos, “detrás de la cortina de humo del viaje hacia las Indias, que parece muy atractivo en esa época, Cristóbal Colón intenta le otorguen en plena propiedad las tierras cuya existencia y localización exacta conoce”. Judío y tramposo, esto no nos huele muy bien, aunque reconozcamos que es un clásico ¿no? Con los cuentos sobre Colón Duverger ha empezado en cierta manera a prepararnos al futuro fracaso del gran proyecto de su héroe Cortés. En la primera entrevista de Colón con los reyes “la historia de América entra en la esfera de lo irracional. Ese oscuro Colón, con su perfil de aventurero atractivo, con su certeza interior, con su inverosímil castellano esculpido, con su acento portugués mezclado con dialecto genovés, con su falsa cultura docta, ese enigmático Colón surgido de la sombra seduce a la reina. Ella está fascinada, Colón lo siente; es el principio de una corazonada. Historia de amor quizá o simplemente historia de dinero, complicidad entre una reina arruinada 10 Op. cit., pág. 58 11 Idem

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y un aventurero prometedor; lo cierto es que la reina Isabel lo pensiona al año siguiente y lo llama para que a partir de 1489 esté a su lado en la Corte. Colón ocupará así una posición que no le corresponde: el de testigo cotidiano de la cruzada contra Granada”. 12

Hablando de las Capitulaciones de Santa Fe: afirma que “ese contrato con Cristóbal Colón es aberrante desde todos los puntos de vista” pero lo peor le parece que con ése la historia se vuelve irracional e irrealista ya que finalmente “decidirá la futura gestión de los territorios americanos” dando las tierras en propiedad privada la corona crea un precedente. “La corona jamás recuperará la propiedad territorial de las tierras americanas, que serán anárquicamente privatizadas a medida que se van descubriendo al azar de los desembarques de los conquistadores y de las luchas de influencias locales.”13

Y concluyendo que “La libertad que sentirá Cortés al tomar el control del territorio mexicano viene de ahí”, nos asalta una duda ¿es un bien o un mal esa política de la corona para el desarrollo del plan de Cortés? No lo sabremos. El papado que interviene igualmente en el destino de las Indias, no es mucho mejor tratado. Cuando llega Colón, es Alejandro Borja, el papa Alejandro VI, de origen español, (nació en Valencia) a quien la historia “recuerda sobre todo el nepotismo, la vida de desenfreno y los excesos de sus numerosos hijos, entre los cuales están los famosos César y Lucrecia”, acaba de ser nombrado y concederá América a los “reyes católicos”. Seguramente el señor Duverger ve mucha televisión y su conocimiento del funcionamiento del papado en esta época es por lo menos sumario. Sobre la adolescencia de Cortés vista por Duverger, no nos detendremos mucho. Sólo rescatemos que a los 14 años es enviado a la universidad de Salamanca para realizar sus estudios de humanidades. Ese periodo de la biografía cortesiana ha hecho correr mucha tinta. Un especialista español ha gastado media vida para encontrar en los archivos de esa universidad cualquier mínima huella del paso del joven Cortés, sin resultados… pero eso no molesta a nuestro biógrafo quien después de muchos lugares comunes considera que 12 Op. cit., pp. 58-59 13 Op. cit., pág. 61

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su estadía en ese “prestigioso establecimiento” fue todo un éxito, aunque el joven no se quedaría, “para gran decepción de sus padres.” Si algunos autores dudan de la capacidad de Cortés de dominar perfectamente el latín, Duverger utiliza el testimonio de Bernal en el que escribió que “era latino… y cuando hablaba con letrados respondía a lo que le decían en latín. Era algo poeta, hacía coplas en metro y en prosa y en lo que platicaba lo decía muy apacible y con muy buena retórica”14. Si Cortés no duda en usar citas latinas, “ese dominio del latín signo de la pertenencia al mundo del clero, de los juristas y de los sabios no es sorprendente… puesto que todas las enseñanzas se impartían en latín…” incluso, afirma Duverger, apoyando a Bernal, que hablaba latín antes de entrar a la universidad, “fruto del trabajo de algún preceptor”. Duverger está convencido, después de las Casas o Díaz del Castillo, de que fue bachiller en leyes, aunque la mayoría de los autores contemporáneos piensan que no, pero lo importante para Duverger es poder concluir que Cortés “muestra que sacó bastante provecho de sus estudios de derecho…” a lo largo de toda su vida. Por suerte para Castilla y el mundo, “los ojos de la reina al fin se han abierto, Colón aparece bajo su verdadero rostro, como un aventurero sin escrúpulos, obsesionado por el poder, devorado por el espíritu de lucro”15. Fin del episodio colombino.

Cortés en América Nuestro Hernán por fin entra en razón, “después de su propio descubrimiento del mundo, titubeando entre el trabajo y los amores, Hernán regresa a su proyecto inicial: las Indias. A finales de 1503, acuerda con sus padres el pago del pasaje…” Cortés pone pie en América y con un grito de jubileo mezclado con amenazas, exclama: ¡Ya llegué! Tiene cita con la Historia, parece decirnos Duverger. 14 Bernal Díaz del Castillo, Historia Verdadera…, México, Porrúa, 1980, p.557. La utilización repetida del testimonio de Bernal considerada después de la publicación de la tesis de Duverger, que pretende que el autor de la obra berlandina es ahora de la propia mano de Cortés, nos ilustra sobre la poca seriedad historiográfica del personaje. 15 Duverger, pág. 72.

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Su llegada no fue sencilla. Duverger, que probablemente cree en los presagios, retoma los relatos épicos de ese viaje. Lo que le parece probablemente normal ya que un destino como el de Cortés no puede dejar al cielo indiferente: no solamente pelean capitán y piloto, sino que los diferentes navíos de la flota compiten para llegar primero y vender con seguridad sus mercancías más caras llegando, esas sucias prácticas, a sabotear el mástil del barco en el cual estaba Cortés. No puede faltar tampoco en ese viaje extraordinario una terrible tormenta, la falta de víveres y el pánico de la tripulación que se muere de hambre y de miedo de caer en manos de los antropófagos16. El choque iniciático, según Duverger, es muy rudo para el delicado y culto joven Hernán, “sumergido en la atmósfera de las islas, Cortés conoce de entrada los ingredientes de la vida en las Indias: ausencia de reglas, exasperación de los apetitos, descomposición de la vida social por la envidia, la maledicencia, la corrupción, la traición, el cambio de alianzas, la búsqueda del poder y, por supuesto, la fiebre del oro”17.

Finalmente, “la tierra en la que desembarca Cortés está muy lejos de ser el paraíso terrenal que creía haber descubierto Colón”. Frente al fracaso de la colonización de Ovando, de las 2500 personas que habían llevado consigo, 1500 han muerto, arrasadas por el paludismo, las disenterías, las fiebres y la desnutrición. “Cortés se queda atónito ante la situación que se le describe.” “Él que desembarcaba con su comitiva y sus sirvientes y que contaba con llevar un gran tren de vida gracias al oro que corría por oleadas en las riberas, debe desengañarse”. Éste “acaricia por un momento la idea de extraer oro con sus propios empleados españoles sin recurrir a la mano de obra esclavizada de los indios” ya que le repugna utilizar la fuerza bruta sobre los hombres18. ¡Qué lindo verdad! 16 Op. cit, pág. 77. Ese tópico del viaje iniciático en el que las potencias infernales y naturales, las primeras manipulando a las segundas, se empeñan en impedir el buen arribo de un viajero predestinado, es un clásico de la literatura de viaje de esa época, como lo muestra por ejemplo el relato del viaje de Jordan Catala llegando con dificultades inauditas a Taprobane. 17 Op. cit., pág. 78 18 Op. cit., pág.85

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Pero la fuerza magnética de Cortés se impone, “…a los 20 años se convierte en el hombre clave de la pacificación de la Española. No necesita más de un año para cumplir esa tarea. Después de las matanzas de Ovando, las guerras dirigidas por Cortés parecían de otro género… aplica un método que le es muy propio. Utiliza la negociación, la presión y la persuasión para evitar recurrir a la violencia. En los hechos existe un indicio de la extremada originalidad de Cortés”19

Confrontado a una “pacificación” brutal, sangrienta e inoperante: muerte de españoles y masacre de indios se responden unos a otros, todo va a cambia con Cortés, pretende Duverger, aunque no da ni fecha ni más detalles sobre este cambio tan drástico: “Cortés ya tiene un estilo; su personalidad se impone y Ovando lo protege…” “Después de su año de campaña militar” sobre el cual Duverger no da detalles, Cortés regenta uno de los 17 municipios recién fundados en los cuales se dividió la isla, él está en Azua y Duverger no teme escribir: “ocupa entonces una función pública, que lo coloca en el primer círculo de los colaboradores del gobernador”. Ya su genio se manifiesta. En su encomienda: “hubiera estado entre los primeros en tratar de aclimatar la caña de azúcar originaria de Las Canarias; pero en la práctica Cortés no tiene espíritu de agricultor y muy pronto, fascinado por los juegos del poder, regresa a vivir a Santo Domingo cerca de los círculos allegados a Ovando.”20

El interés por la tierra, como lo constata su biógrafo, no le duró mucho.

La vida en Santo Domingo “No se descarta que Cortés se aburriera en su vida insular. Todos los testimonios lo presentan como un gran jugador de cartas. Eso prueba que tiene tiempo para jugar.” ¡Qué tino! ¡Qué deducción! “Colecciona también aventuras amorosas que lo ocupan permanentemente.” De ahí sus peleas, duelos y cicatrices para acceder a las mujeres indígenas más bonitas, las escasas españolas siendo probablemente 19 Op. cit., pág.86. Como lo expresó ya Bernard Grunberg, estamos aquí en una novela digna de Bernardin de Saint Pierre, de todas maneras como lo hacen notar muchos especialistas de la época, la conquista estaba terminada cuando llegó Cortés. Pero ese tipo de descripciones psicológicas son necesarias para que el lector pueda entender la conversión de nuestro futuro conquistador al pacifismo ya que va a tener una “revelación”, como el apóstol Pablo en el camino a Damasco, o Las Casas escuchando a Montesinos. 20 Op. cit., pág.87

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encerradas bajo doble llave por sus maridos. Y por lo tanto no debe extrañarnos que: “Cortés vivirá desde el principio con concubinas indígenas, gran aficionado a la belleza femenina y bastante exigente con el rango social de sus compañeras, se puede pensar que se interesaba principalmente en las hijas de los caciques locales y entre ellas en las más hermosas, que debían ser también por la fuerza de las cosas codiciadas”. 21

Pero, por desgracia, “el proceso de exterminación de los indios procedía inexorablemente” confiesa Duverger y Cortés se aburre de su vida cómoda de “observador y actor de la vida colonial”, ya comprendió: “que la palanca de la riqueza es el poder”. Añadiendo que poco se sabe sobre el origen de su enriquecimiento, ya que no es minero, ni agricultor, sino que más bien vive traficando con Ovando. Y si éste manda a España 5 toneladas de oro entre 1503 y 1510, se podría considerar, tomando en cuenta las costumbres de la época, que este pequeño grupo se apoderó por lo menos de un pequeño 10%, si no más, es decir, de por lo menos de 500 kilos de oro. Probablemente jamás sabremos cuánto ingresó Cortés, pero suficiente incluso para alguien que, nos afirma Duverger, no estaba interesado en las riquezas. Esa estación en la camarilla de Ovando probablemente le abrirá el apetito, ya que dueño de la Nueva España pretenderá que le pertenece en propio, un quinto de la riqueza producida por la conquista, por suerte no estaba interesado. Pero llegarían tiempos de cambio para la colonia española, ya que “… Isabel la católica había muerto en Medina del Campo, el 26 de noviembre de 1504, fulminada por una enfermedad venérea” su sucesión se vuelve caótica. Pronto le sigue a la tumba su protegido Colón, el 20 de mayo de 1506, después del fracaso del cuarto y último viaje, pobre “almirante de los mosquitos”. Duverger escoge finalizar con esos crudos detalles el retrato negativo de Isabel, aunque otros autores hablen de un cáncer de útero o de otras posibilidades, si escoge esa enfermedad es a la vez para ensuciar a la realeza y su política y así realzar la nitidez y perfección moral de su héroe, así como la justificación de su proyecto mestizo. 21 Op. cit. pág. 88. Si Duverger se hubiera interesado en la literatura colonial, no estaría engolosinado con las hijas de caciques, ya que si bien la belleza aparece en esas familias “distinguidas”, también florece en las más humildes de las chozas, otro ejemplo de la mirada clasista de nuestro muy particular historiador. ¿A poco las maravillosas chamacas populares no eran objeto de la concupiscencia española?

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No podemos seguir examinando página por página, todas las ocurrencias, figuras, e intrigas telenovelescas que nos propone Duverger como biografía de Cortés. No se trata, como lo afirmó varias veces en entrevistas después de las críticas que le fueron hechas, solamente de ponerse a la altura del lector medio, sino más bien, de su desprecio por ese lector medio.

El Gran Proyecto Cortesiano Entraremos ahora en lo que en la parte III de su libro, Duverger llama el “Nacimiento de la Nueva España (1522-1528)”, y particularmente en lo que nos propone como “El proyecto cortesiano (1522-1524)”.22 Aunque haya sido “a precio de sangre”, Cortés el pacífico, tiene ahora el campo libre, “puede realizar en México esa nueva sociedad que anhela desde hace algún tiempo…” Su proyecto se origina, según Duverger, en un profundo “rechazo intelectual por la vieja España y por la vieja Europa” recién salida de sus castillos feudales y de una violenta “atracción visceral por esta América tropical poblada de indios misteriosos y taciturnos.” 23 Para acreditar esta voluntad de cambio nos aclara que Hernán no es el único en resentir esta “imperiosa aspiración al cambio”. Ya que según Duverger: “todos los círculos intelectuales arden y reflexionan sobre la mejor vía para salir de la edad media, todos quieren romper con la corrupción y las prácticas escleróticas. Todos buscan colocar al hombre y su intrínseca libertad en el centro del dispositivo social.”24

Duverger hace aparecer entre esa gran cohorte sin mucho orden a personajes muy diferentes como Lutero, Erasmo y Tomas Moro, las clásicas figuras del siglo XVI, pero también a los comuneros de 22 Op. cit., pp. 227-254 23 Op. cit., pág.227 “Indios misteriosos y taciturnos”, otro de los lugares comunes de la visión occidental del indio. Si bien la lumpenización cultural, el trabajo excesivo y el consumo de alcohol, también excesivo, produjeron en el siglo XIX “indios taciturnos”, lo que podemos intuir de esas sociedades frente a la Paz Blanca, era que eran más bien festivos e incluso excesivos. Los usos del cuerpo, el de las bebidas fermentadas y el consumo de muchísimas plantas psicótropas, así como las grandes fiestas colectivas, nos presentan una imagen del indio muy lejana de la del indio taciturno encerrado en sí mismo, rumiando solo proyectos de venganza y de muerte que vehicularán la antropología del XIX. 24 Op. cit. pág.229. También aquí Duverger debería leer lo que se ha escrito en los últimos 30 años sobre ese periodo del Renacimiento y sobre su famoso “humanismo”.

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Castilla y hasta a los franciscanos reformados por Juan de Guadalupe. América así concebida puede ofrecer “un contra modelo de tamaño natural.” Exterminados los tainos, los mexicanos están allí, vivos y “encarnan otro modelo cultural. Otra forma de civilización.” Al visionario Cortés le parece que el proyecto es muy factible ya que simplemente “quitándoles los sacrificios humanos, pueden atestiguar el ingenuo humano. Son una alternativa.” E incluso que “…por la fuerza del ejemplo, esos pueblos serán capaces de volver a dar un impulso civilizador a los otros pueblos de la Tierra”. Según él, Cortés finalmente “concibe así una verdadera teoría del mestizaje, extremadamente original” aunque reconoce que es fácil de caricaturizar, pero los autores que vieron en la empresa cortesiana solo violencia y codicia “han pasado al margen de una realidad más sutil.” Y es esa sutil ideal que nos explicará Duverger.

Medios para una nueva política La idea originaria del capitán, nos aclara el autor, fue la de: “realizar un injerto español en las estructuras del impero azteca, a fin de engendrar una sociedad mestiza. Cortés no trata en ningún caso de transplantar al altiplano mexicano una micro sociedad castellana, copia colonial y marchita de la madre patria. Eso ya se había hecho en La Española y en Cuba…”25

Ya que ese modelo de conquista militar violenta es inoperante y Cortés ha sido un fiel testigo de ese fracaso, en México serán los españoles los que deberán fundirse en el molde autóctono. Duverger para convencernos de ese cambio radical de política nos indica algunas de las decisiones tomadas para llevar a cabo dicho proyecto: muy pronto, por ejemplo, afirma que Cortés se empeña en considerar el náhuatl, la lengua de comunicación en Mesoamérica, como la lengua “oficial” de la Nueva España”. Además decide que “en la escuela” (sic) se darán clases en lengua vernácula o en latín”. Y por lo tanto de esa práctica escolar Duverger concluye que el Vencedor decide que “No habrá hispanización en México”26. Además nos recuerda Duverger que Cortés está bajo influencia: 25 Op. cit. pág. 228. 26 Podríamos preguntar a nuestro biógrafo si existió esa política exclusiva ¿cómo pensaba Cortés que se relacionarían esos jóvenes salidos de esa” escuela”, con el poder hispano? o ¿con los otros españoles?

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“Gozando de los sabios consejos y las lecciones particulares de Marina, Cortés parece dominar el náhuatl desde 1524, aunque en sus presentaciones oficiales conserve a su intérprete indígena para respetar la tradición autóctona…”27

Marina también lo ilustra en “las complejas sutilezas del código ideográfico…”28 E incluso Duverger va mucho más lejos al afirmar que: “Tenemos (?) la prueba de que Cortés conoció el funcionamiento de ese sistema de escritura pictográfico y que lo puso en práctica en un marco realmente mestizo…”29 Y por lo tanto intentará ofrecernos dos “pruebas” que seguramente le parecen, a él, contundentes y capaces de borrar cualquier duda del lector, sobre el espíritu profundamente mestizo del proyecto de Cortés. La primera es cuando lo nombran gobernador y le otorgan la posibilidad de obtener un nuevo escudo. El Cortés de Duverger aprovecha esta autorización para mandar una descripción en “perfecta conformidad… con la tradición heráldica española.” Pero lo que pretende Cortés sutilmente es otra cosa, ya que la descripción del escudo que pide no es más que, en realidad, “una composición glífica que se derivaba de la codificación náhuatl…” Esa triquiñuela heráldica, confiesa Duverger, fue para que los mexicanos comprendieran que Cortés se presentaba como conquistador de los pueblos nahuas y se colocaba dentro del simbolismo de la guerra sagrada que, desde hacía cerca de 30 siglos, estaba inscrita en las estelas y monumentos indígenas. Es así, nos afirma sin reírse, que al sobreponer 2 registros semánticos, Cortés logra insertarse en la continuidad de dos tradiciones. Para Duverger es evidente que “elaboró su escudo desde la óptica indígena” y, para mantenerse políticamente correcto, vistió enseguida su propuesta con explicaciones ingenuas, pero 27 Op. cit. pág.229. 28 No teme en añadir este juicio: “De temperamento jurídico, los indios del Altiplano central recurrían por lo común a las acciones de justicia que daban lugar a registros escritos particularmente voluminosos.” ¿Qué qué? ¿Dónde están esos registros? ¿O acaso quiere hablar de los pleitos que las nuevas generaciones de caciques producidos por la conquista empezaron muy pronto para justificar su nuevo poder, utilizando los argumentos de la antigüedad de sus linajes, pero frente al sistema jurídico hispano? 29 José Luis Martínez, op. cit., Introd. p. 8, no parece suscribir a lo que pretende el autor “Duverger en su entusiasmo cortesiano, hace algunas afirmaciones que me parecen difíciles de aceptar, por ejemplo, la existencia de pruebas de que Cortés logró comprender el sistema de escritura pictográfico (de los nahuas) y que hizo de él un uso realmente mestizo…”

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dentro del marco de la comprensión hispánica. Terminando la exposición de esa muestra definitiva de lo mestizo de Cortés, con esta conclusión: “Se nota muy bien en esto que el conquistador se pasó del lado indígena sin, no obstante, romper con su origen, al construir secretamente una especie de mestizaje subliminal.30” Tan subliminal que durante 5 siglos nadie lo vio pero por suerte estaba nuestro erudito y clarividente campeón parisino. El otro ejemplo es aún más “sofisticado”, lo confiesa el propio Duverger. Veamos, tenemos una medalla grabada por el alemán Cristopher Weiditz de la corte de Carlos que en su revés tiene un dibujo y una divisa. El dibujo es aparentemente incomprensible, confiesa Duverger, si no se sabe que es, antes que nada, una mala copia de un glifo nahua e incluso olmeca “que describe la toma de una ciudad”, pero como también trae inscrito un lema que le parece “extremadamente ambiguo” ya que “clama que la dominación es consustancial del fuego y de la sangre”, dicho lema, traducido por el propio Duverger, es: “la justicia del señor los capturó y su fuerza endureció mi brazo”, le permite aquí también encontrar la simbólica náhuatl oculta. Y nosotros, menos entusiastas, nos atrevemos a preguntar ¿hay una frase más bíblica que esa? Sobre el mestizaje de la sangre se extiende más: “Concibe la emergencia de su sociedad mestiza como una maternidad. Solo la mujer, porque ella representaba para él la faz más civilizada del mundo, puede ser investida de esta misión de confianza: engendrar al Nuevo Mundo. Fascinado por la mujer amerindia a la cual rendirá culto, impondrá la mezcla de sangres ofreciendo a las mujeres mexicanas el papel de madres de la nueva civilización.”31

De ahí, nos recuerda Duverger, su férrea oposición a la presencia de mujeres españolas en su operación de conquista. Díaz del Castillo, en un pasaje que él mismo parece haber censurado porque describía un banquete muy bien rociado, da el nombre de 8 mujeres que se encontraban en Coyoacán poco después de la caída de Tenochtitlan, 3 de las cuales eran viejas, esposas de soldados de Narváez, también, recuerda Bernal a María de Estrada que “sobresalió durante la noche triste por su excelente manejo de la espada” y con “varonil ánimo”. 30 Op. cit., pág. 231. 31 Op. cit., pág.233

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Pero podemos preguntarnos si la fobia de Cortés en la organización de su expedición marítima no es solamente un reflejo de los temores tradicionales sobre la presencia femenina en los barcos ya que ésta provocaba casi inexorablemente calamidades y tormentas. Sin olvidar el jaleo paralelo de los machos dando vueltas a las pocas mujeres embarcadas y origen de muchos disturbios.

Cortés y las mujeres indias Duverger sigue aferrado a su idea “…no eran las españolas las que le interesaban a Cortés. No tenía ojos más que para las indígenas y en primera fila figuraba Malintzin.” Intenta mostrarnos la naturaleza de la relación entre Cortés y las mujeres indígenas. Empieza por reconocer que “La historia ha sido severa con Hernán, al reprocharle sus innumerables conquistas femeninas,” pero argumenta, ¿qué puede hacer, si él les agrada, y también a él, ellas lo fascinan? Que no se engañe el lector no es sólo un problema de simple seducción física32, sino más bien del efecto arrasador de sus “cualidades, de un carácter excepcional.” Y esto le da pie para esbozar de nuevo un retrato moral de Cortés: “Es de un humor parejo, de conversación agradable, erudito, culto, dotado de réplica. Hernán se mantiene alejado de todos los excesos: habla firme sin encolerizarse nunca; le gustan las fiestas sin ser fiestero; toma vino pero siempre con moderación; sabe apreciar la buena comida pero no le molesta ser frugal, es elegante y siempre bien ataviado, pero se viste sin ostentación. Vivo y burbujeante, no sucumbe jamás a la pretensión. No hay altivez ni desprecio en él, sino una aptitud para escuchar, comprender y compadecer. En el fondo es un hombre simpático y cálido, que posee un gran dominio de su comportamiento.”33

No es extraño entonces, por lo tanto que tantas princesas cayeran rendidas a sus pies y las otras mujeres probablemente también, aunque estas no pertenecen a la Historia, ya que no son princesas. Pero aún no ha abordado nuestro biógrafo el lado sexual, 32 Op. cit., pág. 234. “Las descripciones del físico de Hernán no bastan para explicar su éxito: el hombre no es muy alto; tiene una talla normal para la época, es decir, aproximadamente 1.70; es bien proporcionado, a la vez esbelto y musculoso; no es atractivo ni feo de rostro; tiene la nariz aguileña, los cabellos castaños y los ojos negros”. 33 Idem

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¿un encuentro indispensable de los cuerpos para el mestizaje probablemente? A Duverger le cuesta convencernos de que Cortés es sólo un sentimental amante de las mujeres, y afirmar, basándose en Bernal y Gomara, que “todo exceso de orden sexual no puede tener lugar: Cortés no es un desenfrenado. Tenemos entonces que colocar su vida sentimental en su contexto.34” Si bien reconoce que “Hernán es bígamo desde 1515” ya que aunque vivía con la india Leonor, “Velázquez lo obligó a casarse con la española Catalina Xuárez…”, esto finalmente le importó poco. El apuesto Cortés aceptando las esposas que le ofrecen los señores de Cempoala, Tlaxcala, Cholula y México, sólo se inserta en la tradición de los tlatoanis mexicas. Por motivos de alta política Cortés toma muy en serio esos ofrecimientos de esposas y obliga a sus lugartenientes a casarse, después de haber bautizado, evidentemente, a las jóvenes mujeres indígenas. Y él, el jefe, está moralmente obligado a dar el ejemplo. Si quiere fundirse en el paisaje cultural mesoamericano, debe forzosamente practicar la poligamia acostumbrada por los antiguos tlatoanis. Y si el número de sus concubinas no llega a 150, como fue el caso de Motecuzoma, “Cortés intentará mantener su rango” reconoce Duverger. Y es por eso, escribe nuestro biógrafo, que “mantendrá bajo su techo a una pequeña corte que reúne a las hijas de los señores que le fueron entregadas.” La conclusión en clara y definitiva: Cortés no vive como un depravado, sino como un príncipe nahua que trata con respeto y deferencia a sus numerosas esposas. Animados por el ejemplo, “sus capitanes y lugartenientes hicieron lo mismo. Todos engendraron familias mestizas.” Las acusaciones de asesinato que pesan sobre Cortés por la muerte de su única mujer oficial en esos primeros años de la conquista, le obligan a amplios desarrollos, porque la presencia de esa mujer enfermiza, amenazaba con arruinar toda la estrategia de mestizaje iniciada por el conquistador. Cuando ésta abandona su gran casa de Cuba, Hernán está abrumado: ¿qué puede hacer, nada o poco, solo intentar hastiar a Catalina de México? o cuando llega por fin a la capital después de un viaje épico Cortés la recibirá con frialdad y no le esconde que vive rodeado de princesas aztecas. Duverger se compadece por un instante de la pobre Catalina pero reconoce que 34 Ibídem

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su destino estaba sellado, tarde o temprano tenía que desaparecer, así lo quería la gran política del mestizaje cultural de Cortés. Tampoco puede admitir que un ser tan ecuánime como Cortés, dotado de tantas cualidades morales, se haya dejado llevar por impulsos sanguinarios, estrangulando a Catalina como se le acusó. Esto sería según Duverger un escenario demasiado “simplista y grosero”, por eso intenta nuestro biógrafo más bien llevar la sospecha de esa muerte hacia un simple problema de arreglos de cuentas entre mujeres. Ya sabemos cómo son las mujeres celosas, capaces de todo. Y nuestro Duverger puede concluir sencillamente, y un poco cínicamente, que la muerte de Catalina es: “providencial. Malintzin estaba encinta y algunas semanas más tarde dio a luz a un niño al que Cortés bautizó. Después de haber dado el nombre de su madre a su primera hija, Catalina Pizarro, el capitán general le dará el nombre de su padre a su primer hijo, Martín Cortés. Ambos son mestizos: la genealogía cortesiana se ha trasplantado.”35

También tiene otro hijo de “otra princesa nahua”, Luis, que será legitimado más tarde por el papa Clemente VII con sus otros dos hermanos. A pesar de todas las dificultades del periodo, tanto de día como de noche, a caballo o en la cama, “Hernán construye su sueño”, “se ha casado con el Nuevo Mundo.”36

La Cristianización mestizante Cortés evidentemente no podía obviar interesarse en el problema de la cristianización de los indios, ya que estaba, como todos saben, en el corazón de la justificación del derecho español a poseer estas tierras, pero ahí también Duverger inventa otra gran originalidad del genial Cortés. Un espíritu tan fino, que no solamente entiende perfectamente la idiosincrasia mexica e indiana en general y los fundamentos de su religión sino que al mismo tiempo se dedica a inventar métodos de evangelización. Se necesitarían amplios desarrollos para explicar lo erróneo de esa doble concepción de lo sagrado que Duverger presta a su héroe Cortés, solo recogemos 3 citas amplias cuyo contenido no se apoya, como es su costumbre, sobre ningún documento, pero nos permite ver las incoherencias de 35 Op. cit., pág.238. 36 Op. cit., pág.239.

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su presentación del problema de la ambigüedad de la evangelización americana. “El tercer aspecto del proceso de mestizaje que se pone en marcha en México radica en la cristianización de los indios. Ahí también, la actitud de Cortés será muy original. Lejos de querer prescindir del pasado pagano el conquistador tiene muy pronto la intuición de que no habrá cristianización en México si no se captura lo sagrado de los lugares de culto indígenas. En un primer tiempo, no construye iglesias strictu sensus, sino transforma, en cambio, los antiguos santuarios paganos en templos cristianos37.

Su reflexión irá incluso mucho más lejos, cuando nos cuenta que Cortés tomó conciencia, en Cempoala, de la tristeza de los indios totonacos ante la destrucción de los ídolos del santuario principal. Comprende entonces que el mensaje cristiano será rechazado de entrada si no se arraiga en el antiguo paganismo. Pero para instalar lo que será en el fondo una práctica cristiana de la idolatría, era necesario disponer de un clero de amplio criterio. “Para Cortés, el catolicismo es el contrario de una religión de exclusión; el cristianismo toma su valor de la universalidad de su mensaje y de su esencia altruista. En la antípoda del espíritu inquisitorial, Cortés no tiene escrúpulo alguno en imponer su visión humanista del cristianismo, liberal y tolerante. En el fondo, la única condición verdadera que se exige a los indios para su conversión es el abandono del sacrificio humano. No es el espíritu del sacrificio lo que molesta a Cortés, sino su realidad física, material.”38 “El cristianismo también es una religión de sacrificio y la misa no es otra 37 Idem. Como no practica ninguna reflexión sobre las fuentes documentales, Duverger toma al pie de la letra las afirmaciones repetidas en las cuales se afirma que Cortés, a lo largo de su camino, catequiza, destruye ídolos e impone cruces o imágenes de la Virgen, y el lector recordando esos mismos lugares comunes incluidos en la Vulgata mexicana, puede tener la impresión de que lo que afirma Duverger corresponde a algo que ocurrió. No creemos que Cortés haya destruido el gran templo de Cempoala ni que ellos hubieran seguido prestándole su apoyo y alianza, a menos que, una vez más, consideremos que el indio es valetudinario e impotente. De todas maneras se presenta el hecho de la casi imposible transformación de las grandes pirámides en iglesias cristianas. Esto ocurrió hasta que con picos y palas se destruyeron las antiguas pirámides para obtener piedras y materiales para construir, sin tanto gasto y trabajo, iglesias y monasterios. El hecho de que esas pruebas del orgullo cristiano se construyan sobre bases de pirámides no quiere expresar una voluntad de captar lo sagrado anterior sino más bien marcar su aplastamiento y derrota. 38 Ibídem. Duverger, que probablemente ama a los indios tanto como su biografiado, no puede pensar que el cristianismo sea la piedra angular del etnocidio que acompañó a la conquista militar y condenó a las antiguas culturas a desaparecer. Ese señor puede ser cristiano, es su derecho, pero no el de inventar un cristianismo cortesiano totalmente anacrónico. Existen demasiados trabajos eruditos que muestran el totalitarismo en acción en el corazón mismo de esa concepción religiosa desde sus orígenes y hasta la fecha.

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cosa que el recordatorio del sacrificio de Cristo. Pero precisamente, el paso de lo real a lo simbólico se percibe como un avance cultural, un hecho de civilización, y no es cuestión de regresar 3 mil años atrás, a la época en que los fenicios sacrificaban hombres a Baal mientras que los hebreos sacrificaban bueyes o corderos.”39.

Pero Cortés, él también es antropólogo y especialista en teoría del sacrificio, adelantándose 4 siglos y consciente de la obra civilizadora que emprende, tiene que encontrar para esa tarea delicada, a auxiliares “intelectualmente preparados para el desafío mexicano.” Evidentemente los encontrará en Extremadura. Ahí Duverger nos recuerda la acción reformadora de Fray Juan de Guadalupe y precisa que preconizaba: “un retorno a la regla de la pobreza que caracterizaba a la fundación inicial de San Francisco de Asís… es inútil decir que se oponía a los desvíos de la iglesia secular con los cuales los obispos eran príncipes sin muchas preocupaciones espirituales y cuya riqueza se percibía como una corrupción fatal para la buena trasmisión del mensaje evangélico”40

Tampoco nos explica cómo ese regreso a la ortodoxia franciscana podía ser un instrumento de progreso, pero eso le importa poco, lo que le interesa es poder concluir que el Papa Adrián VI “encargaba a los amigos de Cortés organizar a la iglesia mexicana…41” y que ya que eran del convento de San Francisco de Belvís, fundado por Francisco de Monroy… “con Cortés, incluso los asuntos de la iglesia son asuntos de familia.”42 Pero los Doce tienen que iniciarse a las realidades americanas, por ello Duverger recuerda su largo viaje que “se enriqueció con una larga escala en Santo Domingo que les permitió dimensionar la realidad colonial en las islas…” Ese rodeo no es una simple iniciación ya que ahí, los franciscanos locales les cuentan la historia de Enriquillo el joven cacique, educado por ellos, que aprendió a 39 Op. cit. pág. 240. Lo que pretende Duverger de manera inútilmente complicada es hacernos entender que Cortés con la cristianización proponiendo la sustitución del sacrificio sangriento por el de la Eucaristía, permite a los indios subir varios escalones en la valoración civilizacional occidental. 40 Op. cit., pág.240. Cortés y Lutero, un mismo combate. 41 Ahondando en la vida de ese personaje austero que solo fue Papa algunos meses, Duverger hubiera encontrado un aliado para lo que considera fue la política de Cortés, pero como había sido el preceptor de Carlos V durante 10 años y como lo considera un príncipe veleta e ignorante, se olvidó de ese interesante personaje y de su papel político. 42 Idem.

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leer y escribir en castellano, pero que después de tantas vejaciones, toma el partido de la rebelión en 1519. “Este último sobresalto de un pueblo moribundo, impulsó a los franciscanos a hacer un profundo examen de conciencia”… (ya que) “la reacción anti española de los indios los hizo rechazar rápidamente a la vez ¡la religión cristiana y la lengua de sus perseguidores!”43

La llegada de los franciscanos a San Juan de Ulloa el 13 de mayo de 1524 “colma un profundo deseo de Cortés”, llegaron los que serán los auxiliares de su gran empresa. Duverger nos ofrece el relato ilustrado y a color de esa simbólica y grandiosa recepción. Con muestras de respeto se humilla “se arrodilla al pie de Martín de Valencia y le besa la mano” Pero debe explicar a los indios presentes su conducta y lo que ocurrió: “Por medio de la Malinche, les explica a los aztecas por qué se postran ante esos hombres de apariencia tan pobre. Les explica que la autoridad de Dios es superior a todas las autoridades humanas porque es de otra naturaleza.”44

Los inicios de una política mestiza generalizada Fiel a su impulso evangelizador, dice Duverger, sin perder más tiempo, al mes siguiente, el propio Cortés “organiza y preside el primer encuentro teológico del Nuevo Mundo, los famosos Coloquios de México”. Conocemos esos coloquios por la existencia de un manuscrito, muy incompleto, de Sahagún, que se supone recoge las conversaciones entre los Doce y los sacerdotes y príncipes mexicas, en los cuales, y no podía ser de otro modo, ellos reconocen muy rápidamente su impotencia teológica frente a los argumentos de los 12. Se le demostró a la elite indígena que habían sido engañados por el demonio. Ese texto ha sido objeto de muchas interpretaciones, tanto Duverger como Miguel León Portilla y otros nos han procurado varias ediciones.45 43 Op. cit., pág. 241. 44 Op. cit., pág.242 45 Duverger, La conversión de los indios de Nueva España, México FCE, 1993. También tenemos entre otras, la edición de Miguel León Portilla, con un título más explícito: Los diálogos de 1524, según el texto de Bernardino de Sahagún y sus colaboradores indígenas, México, UNAM, 1986. Ver en este mismo número el ensayo de Miguel Segundo Guzmán, El Coloquio de los doce según Duverger.

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Para Duverger no hay duda de que estas conversaciones no solamente existieron, sino que fueron organizados por Cortés en persona, él tan escrupuloso y crítico cuando se trataba de considerar la autenticidad de los documentos que ilustran la biografía de Bernal Díaz, no tiene duda de que el buen franciscano no pudo inventar dichos encuentros, proponiéndose redactar un simple relato para la evangelización, como existían muchos supuestos diálogos en su época. No hay duda para él que Sahagún “retomó las minutas de un texto anterior conservadas en los archivos del convento de San Francisco.” Un manuscrito que nadie ha visto. Evidentemente un encuentro de ese tipo, “un auténtico encuentro” con lo mejor de dos culturas solo puede ser emocionante: “Sin volver a hablar de la dimensión a la vez fascinante y conmovedora de este encuentro, hay que retener la original disposición de espíritu de estos franciscanos que, debidamente informados por Cortés, tradujeron en actos el método de conversión imaginado por el conquistador.”46

Ya teníamos un espíritu superior pensando una política y obreros capaces y dedicados para ponerla en obra y esto llena de lirismo a nuestro biógrafo: “Entonces se habrían podido calificar de utópicos a quienes pensaban que 15 franciscanos podrían iniciar el movimiento de conversión masiva de unos 15 millones de habitantes del valle central mexicano, incluso, muchos pensaron que sus deseos jamás se transformarían en realidad”.47

Puede concluir en la originalidad del cristianismo mexicano, prueba de lo bien pensado de la política cortesiana: “eso fue lo que ocurrió, Cortés, seguro de su conocimiento intuitivo había sabido convencer a los primeros evangelizadores de lo bien fundado del método que el preconizaba. Si el choque de los primeros tiempos fue rudo, la historia le dará la razón a Hernán. Los indios adoptaron un catolicismo mestizo, suficientemente indígena para ser aceptado por los mexicanos y suficientemente cristiano para no ser declarado cismático por el Vaticano.”48

Cortés, la encomienda y la esclavitud Desde el inicio de la colonia los detractores de Cortés lo han acusado de ser esclavista y de manifestar un “espíritu feudal” al defender 46 Idem 47 Op. cit., p. 243. 48 Idem

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la encomienda y los repartimientos. Son otros de esos temas que Duverger considera que “no han sido tratados serenamente”. Y considerando que esclavitud y encomienda son dos asuntos distintos decide tratarlos por separado, intentará mostrar que su héroe no tiene nada que ver con los aspectos negativos atados a esas instituciones.

La esclavitud en el supuesto proyecto mestizo cortesiano de Duverger Empieza por recordar a su lector que la esclavitud en el siglo XVI en el mundo hispánico era no solamente legal sino que muy extendida, al contrario de lo que se pretendió durante décadas, explicándonos que ésta había desparecido con el final de la Edad Media. Es por eso que insiste en la generalización de esa práctica: “toda la gente afortunada tiene esclavos, tanto nobles como comerciantes, reyes y obispos, artistas y banqueros.” Los historiadores interesados en ese periodo, ya lo sabíamos; sin embargo, Duverger parece perder de vista los caminos de la sana reflexión historiográfica cuando en una extraña comparación explica que “poseer esclavos domésticos era tan común como tener ahora una secretaria”, aunque reconoce que hay en esa práctica casi universal, una clara limitación: “no se debe someter a ella a un cristiano” o una cristiana para seguir con lo de “la secretaria”. Así cuando nos explica, que existen dos tipos de esclavos: los de guerra, castigados por su rebelión o insumisión y los esclavos de trata, “que se supone eran esclavos en su país y fueron revendidos a un tercero”, está preparando su argumentación para justificar la esclavitud practicada por Cortés, quien permitirá herrar a indios después de la destrucción de Tenochtitlan, a pesar de su gran amor por ellos. Así cuenta que: “En el México prehispánico la esclavitud es también una práctica común y Marina está justo en el lugar para saberlo: nadie duda de que ella le haya pintado a Cortés un cuadro sobrecogedor de la situación en Mesoamérica”.49

La suerte de doña Marina si bien hubiera podido conmover a Cortés, no parece lograr ese objetivo. Duverger nos explica que a pesar de su posible aspecto dramático, era una esclavitud moralmente defendible, ya que podía ser voluntaria, “de hecho 49 Op. cit., pág.244

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era el esclavo el que se vendía voluntariamente a su amo y se entregaba después de haberse gastado su propio precio”50. En una fórmula elíptica concluye “para preferir esa forma de vida se requería que el rigor del control social fuera ¡particularmente agotador!” Qué bien que llegó Cortés para imponer la humanidad cristiana y acabar con ese mundo cruel. También nos recuerda que existía “en toda Mesoamérica una esclavitud bastante parecida a la del viejo mundo: esclavitud de cautivos de guerra, que terminaban siempre sacrificados”, así como una esclavitud “comercial”, basada en la coerción “que era la puerta abierta a todos los abusos.” Ya que: “los padres podían vender a sus hijos como esclavos, ya fuera por la ganancia o para pagar el tributo impuesto por el poder mexica: fuerza de trabajo en lugar de pagar en especie.”51

Después de esta primera exposición sobre la esclavitud americana finge preguntarse “¿Cuál era la posición de Cortés respecto a esas dos tradiciones esclavistas?” y nos ofrece una respuesta algo sibilina: “Las consideró como un hecho social”. Lo que es finalmente una manera de reconocer que las aceptó. Pero que el lector no vaya a pensar que fue por conformismo ciego a las costumbres o la aceptación de su inmoralidad, sino “porque deseaba cristianizar a México”. Construye así la aceptación de la esclavitud por Cortés como un medio para realizar su gran política. Ya que el bautizo preserva de la esclavitud, el indio cristianizado no podía ser esclavizado. De ahí podemos entender el poco interés de muchos españoles en evangelizar realmente a sus indios. Otra vez vemos la actuación sigilosa del personaje, injertándose en el mundo indio, para construir su América mestiza. Podemos entender su sutil razonamiento, el de Cortés y el de Duverger aprobándolo: “La esclavitud de los indios estaba destinada a desaparecer si se convierten.” Tenemos que repensar nuestra condena moral de Cortés ya que su aparente respeto a la esclavitud autóctona era una sutil artimaña, “un incentivo discreto para estimular las vocaciones cristianas, y no una adhesión moral positiva al principio de la esclavitud”.52 50 Idem 51 Ibídem 52 Ibídem

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Cortés y la encomienda, una prueba de amor de los indios Tanto la encomienda como la esclavitud fueron unas de las principales instituciones de la política de dominación del hombre y del espacio novohispano. Duverger intentará presentarnos la visión original que tenía su biografiado de esta institución. Empieza por afirmar que el problema de “la encomienda es de otra naturaleza” sería “resueltamente política” según él. ¿A poco la esclavitud no? Nos explica que ya que: “Cortés nunca tuvo la idea de convertir a México en una colonia española. Su visión es simple: para impedir el despoblamiento… había que conservar in situ todas las estructuras tradicionales, sin tocar la arquitectura económico-política del sistema”53.

Objetivo claro si se quería lograr ese famoso injerto del cual nos habla tanto Duverger. Cortés había entendido gracias a las lecciones de economía política de Marina que “los ciudadanos (sic) mesoamericanos estaban acostumbrados a compartir los frutos de su labor entre el beneficio personal y los intereses de la comunidad.” Cortés no pretendió cambiar ese ejemplar espíritu colectivo y por lo tanto se encuentra confortado en su idea de “sustituir al tlatoani y destituir a los señores locales para reemplazarlos por sus compañeros de conquista”. Por eso puede ofrecernos esta magnífica conclusión: “Cortés había inventado un sistema de corto perfectamente funcional y tomó a su cargo a los destituidos.” Y por lo tanto la idea de Cortés de imponer en América la encomienda puede aparecer ahora como una medida moralmente justa y perfectamente razonable y eficaz en el plano político: “El sistema de la encomienda…, podía entonces insertarse en el mundo azteca sin provocar, en teoría (sic), la menor rebelión: en lugar de trabajar para un señor nahua, los indios lo hacían para un amo venido de otra parte. Cortés mataba dos pájaros de un tiro: satisfacía a sus compañeros de conquista a quienes ennoblecía de este modo convirtiéndolos en señores, y conservaba a la población en su lugar sin que fueran sensiblemente afectados por la medida. El sistema permitía a los indios seguir llevando su vida y procuraba ingresos a los conquistadores”.54

Todo estaba fríamente calculado, la suprema sutileza del gran Cortés fue que, “Evidentemente… evitó improvisar: tuvo cuidado de ajustar sus repartimientos a los antiguos límites de los señoríos 53 Op. cit., pág.245 54 Idem

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indígenas.”55 Ese plan genial no podía encontrar el más mínimo reconocimiento de parte de la corona, ni su distribución de las tierras a “los auténticos” conquistadores, ni su reorganización de la producción agrícola, fijando cuotas de producción obligatorias para el vino y el trigo, pero añade Duverger, exigiendo a la vez que: “se conserven los cultivos tradicionales: maíz, tomate, pimienta o camote, al mismo tiempo que siembran y plantan legumbres y árboles frutales originarios de España”.56

Si a esas preocupaciones se añaden los esfuerzos para importar ganado vivo y caballos, se comprende que Cortés tuviera un objetivo perfectamente claro: la autosuficiencia económica ¡es decir, según Duverger, lo contrario al modelo colonial! Cortés no quiere un México económicamente dependiente de España. Así Duverger de repente se siente economista y se lanza a una defensa, totalmente anacrónica, de la encomienda comparándola con la situación de la economía francesa contemporánea. Veamos su demostración: “Como administrador prevenido, instituye tres reglas para impedir los abusos y proteger a los autóctonos.” Se dedica primero a reglamentar la duración de la jornada de trabajo de los indios “repartidos”, solo trabajarán 10 horas, magnánimo, “prohíbe el trabajo de las mujeres y de los niños menores de 12 años”. Y para que juzguemos lo benevolente de Cortés, nos recuerda que en la Francia de finales del XIX, se aplicaba la misma regla de las 60 horas semanales. Cortés añade también que deben recibir por parte del encomendero, una libra de tortilla al día con ají y sal. Finalmente considera que ese sistema impuesto era bastante ligero y benéfico para los indios ya que “un sistema de tiempo libre alternado, les permite a todos seguir llevando una vida privada normal.”57 Y ya que los periodos de trabajo no pueden pasar de 20 días y deben ser seguidos de 30 días de libertad completa, nos ofrece esta extraña conclusión, extraña por no decir estúpida: “En términos contemporáneos, 20 días de trabajo eran seguidos de 30 días de vacaciones” Y es probable que algún lector incauto de hoy, se 55 Ibídem 56 Op. cit., pág. 246. 57 Op. cit., pág.247. Subrayado nuestro. Y finalmente nos lleva a preguntarnos pero ¿de qué se podían quejar los dichos indios? Con un sistema tan justo, y peor ¿qué crédito dar ahora a los defensores de los indios de aquel siglo?

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maravillaría de ese sistema, a él también le gustaría tener estos 20 días de trabajos seguidos de 30 de vacaciones. Pero el historiador no puede admitir ese pseudo razonamiento economicista cuando además, de repente, se lanza a una serie de consideraciones pseudofinancieras, perfectamente incoherentes, que lo llevan a considerar que la tasa de presión fiscal sobre los indios encomendados era sólo del 36.4%, lo que le parece poco ya que en la Francia del año 2000, el promedio nacional se aproximaba al 46%... Concluye su “razonamiento económico” destinado a limpiar la memoria de su Cortés, negando las acusaciones de la Historia, porque si fuese “lícito criticar a Cortés por esclavista y denunciar la institución de la encomienda”, ¿qué se puede decir de las sociedades modernas? “en las que los gobernantes extraen casi la mitad de los ingresos del trabajo de los individuos.”58

República de Españoles y República de Indios Además del control del tiempo y condiciones de trabajo, la otra gran medida cortesiana de protección de los indios, según Duverger, será la imposición de una vida urbana completamente separada entre indios y españoles. Con ello, afirma Duverger, “el capitán general quería evitar que hubiera residencias espontáneas en el campo fuera de todo control. Se trata, en cierto modo, de una segregación a la inversa”. Gracias al celo paternal y amoroso de Cortés que: “desea impedir la diseminación entre los indios de modelos de comportamiento que él desaprueba… quiere evitar a cualquier precio la propagación del mal ejemplo, se apega también a conjurar el desarrollo del comercio sexual que no dejaría de sublevar a la población indígena contra la presencia española.”59

Por lo tanto en sus barrios los indios serán gobernados por sus propias autoridades, donde probablemente Duverger se imagina que reinaba la paz social y la democracia… Los únicos aliados con los que Cortés podía contar eran evidentemente los virtuosos e infatigables franciscanos, 58 Idem. 59 Op. cit., pág.248.

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“que tenían vocación para entrar en contacto con los indígenas”… “debían velar por el éxito de la evangelización. Ellos debían también, subterráneamente, servir de vigías anti españoles para preservar a los mexicanos de toda exacción, de toda violencia y de toda contrariedad.”… “Tal es el espíritu del proyecto cortesiano, que será combatido por todos los contemporáneos del capitán general quienes no compartían esa visión del otro”.60

Los enemigos de Cortés Apenas concluida la conquista del Altiplano, se presentan los enemigos de Cortés y de los indios: los funcionarios reales y todos los envidiosos, que sólo piensan en estas tierras para sacar el oro. Las consideraciones simplistas y populistas de estas últimas páginas que consagran el proyecto mestizo de Cortés le permiten describir, desacreditándolos, no solo a los funcionarios reales sino al propio emperador pataleando de rabia e impotencia, celoso de los triunfos del invicto Cortés. España se vuelve opresora y cínica porque no quiere el proyecto cortesiano que era, de hecho, la construcción de un país próspero e independiente. El conquistador perderá la partida pero su propuesta no puede morir, ya que según Duverger es portadora del origen de la independencia de México. “Una vez arrojada la máscara, el mensaje fue claro. Sólo el oro de México le interesa al rey. La Nueva España es una fuente de ingresos fecunda y el monarca no se conforma con recibir el quinto. Se muere de rabia por tener que abandonar en el lugar toda esa riqueza con la cual Cortés y sus hombres construyen un país competidor. La maquinaria colonial se pondrá en marcha desde la lejana España para financiar las deudas del emperador, pero también para impedir que un día ya no haya quinto en absoluto. Ahí radica la paradoja: precisamente porque el proyecto de Hernán lleva en él, desde el origen, la independencia de México, es el modelo cortesiano de mestizaje y de desarrollo endógena lo que llevará a España a concebir, como respuesta, una verdadera estrategia de colonización opresora y cínica.”61

Esa actuación violenta y mezquina de la corona deja al Cortés de Duverger en la perplejidad más absoluta, ya que no puede renunciar ni a su hispanidad ni a su cristianismo, como supuestamente lo logró el famoso Guerrero, el supuesto compañero de naufragio de Aguilar, que probablemente jamás existió, aunque se haya 60 Op. cit., pág.249 61 Op. cit., pág. 254.

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constituido en un ejemplo, un héroe, el primero de los mexicanos, según la vulgata nacionalista. “Si Hernán hubiera sido verdadera y visceralmente antiespañol, hubiera actuado como Gonzalo Guerrero en Chetumal; se habría ido al monte, escogido el campo adverso y se hubiera sumergido entre los indios para desaparecer de la escena hispánica. Pero Cortés no es Guerrero y su deseo de mestizaje excluye, por el momento renunciar a la parte española del trasplante: No aplicará entonces las instrucciones del rey y le escribirá para explicarle porque no lo hará. Cortés persiste, firma y se inconforma. Se podría creer en una disputa filosófica, en un debate epistolar, pero es una lucha sin cuartel. Cortés habla al emperador de igual a igual y el da un lección sin saber cómo la recibirá. Martín duerme en los brazos de Marina y la pequeña catalina que cumplirá 10 años, teje un Quechquemitl en el patio de la casa. Su familia está aquí, en México, pero Cortés está lejos de ganar la partida.”62

Clausurando con esta estampa familiarista, Duverger reafirma el proyecto cortesiano del mestizaje, Cortés se siente mexicano y ésta listo para luchar contra las fuerzas del mal y de lo arbitrario, para defender a su manera paso a paso su nuevo hogar.

A maneras de conclusión Es ya tiempo de concluir y resumir este largo comentario sobre algunas partes del Cortés de Duverger. Pretendimos mostrar, a veces de manera irónica lo reconozco, que la historiografía de Duverger pertenece, a pesar de todas sus pretensiones de que lo consideremos como un gran renovador del estudio de ese periodo, a una visión decimonónica hoy totalmente anacrónica, y si él puede afirmar que “es más políticamente correcto que sus adversarios” es porque pretendió, de manera demagógica, volverse más nacionalista que los mexicanos. Preende aparentar ser un auténtico mexicano y cree que para expresar su amor es suficiente con retomar todos los lugares comunes reunidos por los biógrafos que lo han precedido y re-barajarlos. Durante años escribir biografías fue considerado por los profesionales de la Historia como algo ambiguo y difícil, por las dificultades metodológicas inherentes a ese género de trabajo historiográfico. 62 Op. cit., pág. 255

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Es evidente que Duverger ha caído en la mayoría de las trampas que dicho género podía presentar: transforma a su biografiado en un ser dotado de todas las cualidades personales y morales, escribiendo así más bien una hagiografía. Según él, su Cortés proviene de preeminentes linajes, pudo así heredar de manera natural ese gran número de virtudes y cualidades que manifestará a lo largo de su vida. El biógrafo se pierde en un típico discurso clasista, paralizado por esa vieja idea decimonónica de que los genes trasmiten también las cualidades morales. Para realzar la eminencia de Cortés, cuenta que desde la infancia, tiene intuiciones fulgurantes sobre la historia de su tiempo y su propio devenir y reconstruye de manera ridícula el medio en el cual se desarrolló su biografiado Para intentar tapar sus insuficiencias historiográficas, el autor pretende que no escribió esa biografía para el gremio de los historiadores, y por lo tanto que nuestras críticas no le importan; sino para un público que jamás define y que, más bien, parece que desprecia, porque pretende engañarlo, construyendo la autoridad de su relato afirmando que su libro es producto de años de investigaciones en archivos, lo que parece no ser verdad o por lo menos, no aparece en ningún momento a lo largo de su texto o en su bibliografía. Pero pongo ahora un punto final, aunque estoy consciente de que ese libro necesitaría ser glosado de manera crítica durante centenas de páginas más. Los capítulos de mis colegas permitirán aclarar y fundamentar con precisión por qué ese tipo de obras no pueden ser manuales de base en la enseñanza. Es evidente también que podemos deplorar que grandes editoriales hayan solo pensando en sus intereses financieros corporativos al difundir en México como en otro país tantas patrañas.

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CRÍTICA MÍNIMA DE UN GRAN ANACRONISMO Marialba Pastor Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México Según lo muestran la cantidad y la calidad de los textos y audiovisuales difundidos en las últimas décadas sobre hechos históricos diversos relacionados con la conquista y la colonización de México por los españoles, la explicación de este fenómeno no alcanza a ser convincente para formar consensos, a excepción de los logrados por la historiografía nacionalista oficial. La emocionalidad que dirige la mayor parte de los relatos acerca de estos hechos ha frenado la elaboración de argumentaciones sustentadas en pruebas y fundamentos sólidos. Esto se ha evidenciado, sobre todo, en la incapacidad intelectual para analizar el problema del enfrentamiento entre dos conjuntos de sociedades no contemporáneas: la española, con una elevada unidad política y religiosa, y las sociedades prehispánicas americanas, con altos grados de dispersión y diversidad regional, según lo denotan los restos arqueológicos. En la conquista y la colonización de México se enfrentaron lógicas radicalmente distintas, de las cuales existe un desequilibrio testimonial: abundancia de fuentes correspondientes a la parte conquistadora y colonizadora, y sumamente escasas, y en algunos asuntos nulas, en la parte conquistada y colonizada, debido a la destrucción de su cultura material y espiritual, sus elevadas tasas de mortalidad y su dispersión poblacional.1 1 Es importante no perder de vista que la mortandad y la dispersión poblacional se intentaron corregir durante el proceso de sometimiento y conversión, con la política de congregación de los sobrevivientes en pueblos regidos por corporaciones civiles y eclesiásticas de orden cristiano y medieval.

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La obra del arqueólogo e historiador, Christian Duverger, ha abordado problemas clave para imaginar dos de aquellas culturas enfrentadas: la azteca y la española. Entre estos problemas destacan: el significado del sacrificio humano, el origen de los aztecas, el proceso de conversión de los indios y la naturaleza de las crónicas españolas. El primero de ellos, el sacrificio humano, es uno cuya carga emocional ha propiciado las más acaloradas discusiones desde la época de la conquista entre quienes niegan su práctica o la minimizan, y quienes la exageran y emplean, fuera de su contexto, para subrayar la barbarie y la crueldad de los antiguos pobladores mesoamericanos y apoyar así lo justo de su dominación. Ninguna de estas dos posturas es la sustentada por Duverger en su libro La flor letal. Economía del sacrificio azteca.2 Más que plantear el problema del sacrificio humano para aproximarse a la realidad azteca, él ofrece una explicación conciliadora que procura dejar contentos tanto a los adoradores de la cultura azteca como a los de la hispana. Justifica la práctica del sacrificio humano por responder a la peculiar concepción del mundo azteca relacionada con el valor que éste le asignó a la energía y resuelve que la economía azteca era el “[…] arte de gobernar la ciudad, técnica de administración del imperio, y al mismo tiempo esfuerzo sobrehumano por mantener el equilibrio cósmico […] los problemas económicos se plantean, en sentido general, en términos energéticos, es decir, en términos físicos…”3 Ante la pérdida de la energía, de las fuerzas, la respuesta azteca, derivada de su curiosa concepción de energía, de su conciencia de la entropía, fue el sacrificio humano.4 La flor letal fue escrita en la década de los setenta del siglo pasado, cuando en los medios intelectuales y de comunicación se daban a conocer los planteamientos revolucionarios de los físicos Stephen Hawking y Roger Penrose sobre la energía, la entropía y los agujeros negros. En esos años, estos asuntos impregnaban el ambiente y despertaban un interés mundial. Impulsado por estas ideas, a Duverger se le ocurrió entonces que los aztecas, muchos 2 Chistian Duverger, La flor letal. Economía del sacrificio azteca, México, Fondo de Cultura Económica, 1983 [París, 1979]. 3 Duverger, La flor letal, op. cit., p. 13. 4 Ibid., p. 12-14.

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años antes de aquellos físicos norteamericanos, por otros caminos, ya se habían percatado del problema de la pérdida de la energía y la entropía, y habían luchado por restablecerla al adelantarse a ella mediante el sacrificio. Por ello afirma: “No, el sacrificio no es el fruto de alguna barbarie inhumana y gratuita. Es esencialmente tecnología…”5 De acuerdo con el arqueólogo e historiador francés, esto podría sonar extraño, pero dice: actualmente destruimos “[…] la estabilidad de ciertos elementos para provocar una liberación de energía nuclear”. Enseguida cuestiona: “Al descubrir que la ruptura de un núcleo atómico libera una parte de las energías que se concentraban en mantener la unión, ¿no ha revelado la física moderna el espíritu secreto del sacrificio?”6 La ruptura del átomo muestra el poder humano sobre el elemento y puede canalizar las fuerzas de la disgregación. Por eso se pregunta: “Y el cuchillo del sacrificio, ¿no desempeña en la sociedad azteca la misma función que el reactor atómico o el acelerador de partículas de nuestras sociedades contemporáneas?”7 Por estos medios Duverger llega al meollo del impulso oculto que mueve a los seres humanos al sacrificio. Para él, el miedo a la muerte motivó a los aztecas al sacrificio, pero en forma social y organizada, con plena racionalidad. Siendo esta la tesis central del libro, esta es también el gran anacronismo que la sustenta, pues toda su interpretación se orienta a demostrar los conocimientos aztecas de la física atómica. Así queda asentado: Es notabilísimo que los aztecas, por su parte, hayan cifrado también ellos, ese umbral de la existencia del tiempo en 260. El ciclo de 52 años marca la disgregación del tiempo, pues corresponde a la enumeración de las 260 combinaciones del tonalpohualli que, a todas luces, constituye el núcleo del calendario. Y los físicos occidentales nos enseñan cuatro siglos después que alrededor de 260 partículas, un núcleo no posee ya más que una estabilidad infinitesimal. 8

Como los anacronismos frecuentemente se hermanan con las extrapolaciones, añade algo más, fuera de toda lógica: “Quizá esto nos ayude a comprender por qué el fin del ciclo azteca realmente traía consigo la desintegración del tiempo y el fin de mundo.”9 5 Ibid., p. 113. 6 Ibídem. 7 Ibid., p. 114. 8 Ibid., p. 38. 9 Ibid., p. 38-39.

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Si bien no tenemos datos de que los aztecas emplearan el método experimental para llegar a estas conclusiones, se podrían aceptar sus intuiciones o percepciones sobre el gasto y la necesidad de ahorro energético mediante experiencias y observaciones. Pero si hubiera sido así, todas sus actividades y su organización social corresponderían a estos penetrantes conocimientos de la naturaleza y no existen pruebas que lo sustenten. Por consiguiente, hasta aquí, en estas primeras páginas del libro, este autor ha procedido conforme sus deseos y ficciones personales; ha partido de un juicio previo y ha acomodado los relatos convenientes a él. Lo primero que salta a la vista en la interpretación de Duverger del sacrificio humano es la ausencia de referencias a él como una práctica universal precristiana y su correspondencia con sociedades agrícolas, de orden matrilineal, cuyas relaciones con la carne y la sangre humanas estuvieron determinadas por reglas muy distintas a las cristianas.10 También salta a la vista la falta de referencias a la religión cristiana como una de las pocas religiones cuya fuerza radicó, precisamente, en consolidar, con el monoteísmo, la estructura patriarcal y su consiguiente repulsión —de origen asiático y en particular judío— de los sacrificios cruentos; su elogio de las virtudes de la templanza y la castidad; y sus intentos por limitar las relaciones sexuales a fines exclusivamente reproductivos, al considerar perversos o desviados de la verdad divina, de la ley natural, los actos que ellos consideraron exclusivamente orientados al disfrute o al placer. Como se sabe, una de las estrategias cristianas más efectivas desde los últimos tiempos del Imperio Romano consistió en fijar la atención y convertir la idolatría, los sacrificios sangrientos y la exteriorización y diversidad de las relaciones sexuales, en los tres atributos estereotípicos de los pueblos paganos que los cristianos españoles, sobre todo los evangelizadores, vieron en los indios americanos. Al no ubicar las crónicas en sus circunstancias históricas particulares y aceptarlas sin poner en duda sus afirmaciones; al no advertir sus intereses e intenciones, 10 Así se plantea en las obras de Eric R. Dodds, en especial The Greeks and the Irrational (Berkeley, University of California, 1951) y Pagan and Christian in an Age of Anxiety (Cambridge University, Cambridge, 1965), bien conocidas cuando Duverger escribió este libro.

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Duverger, como otros antropólogos e historiadores, ignora este y otros prejuicios españoles. La fuente privilegiada de Duverger para dar cuenta de la concepción azteca del mundo, de la economía doméstica y la economía religiosa (las tres partes de La flor letal), es el Códice Florentino de Bernardino de Sahagún. En algunas ocasiones utiliza otros códices que también son, para el caso azteca, posthispánicos. Escasamente emplea crónicas de soldados o documentos de funcionarios y otros religiosos españoles; y los restos arqueológicos, que realmente podrían remitirlo a la época prehispánica, no los toma en cuenta. Ignora los intereses de la Corona española y sus órdenes de censura a los relatos sobre las “antigüedades de los indios”, así como las intenciones de la Iglesia católica y su proyecto de expansión de la fe. Sin criticar los testimonios ni problematizar el alcance de la desestructuración del mundo indígena por la guerra y la despoblación, sostiene que los conquistadores y los evangelizadores pudieron observar y estudiar a la civilización azteca. Yendo aún más lejos, sostiene que los frailes franciscanos comprendieron al indio porque eran misioneros cristianísimos, humanistas, desinteresados…11 Lo mismo afirmará de modo más enfático y repetitivo en un libro posterior a La flor letal llamado La conversión de los indios de Nueva España: Todo en su actitud es original. Mirando a los indios con admiración abrazan su causa contra los encomenderos y muy a menudo también contra las autoridades constituidas; trabajan para Dios y no para España. Desarrollan un acercamiento apostólico basado en el respeto de las culturas autóctonas; también se ve a los franciscanos predicar la palabra de Dios en náhuatl, en otomí o en tarasco.12

Sin percatarse del continuo traslape de temporalidades e ignorando que la labor de los científicos sociales no es el elogio del pasado, añade: “Algunos se vuelven etnólogos o historiadores, dedicados a conservar la memoria de la grandeza de las civilizaciones precolombinas.”13 11 Ibid., p. 15-16. 12 Christian Duverger, La conversión de los indios de Nueva España. Con el texto de los Coloquios de los Doce de Bernardino de Sahagún (1564), México, Fondo de Cultura Económica, 1993, p. 9.

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Ibídem.

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Duverger no advierte los anacronismos en los que caen las crónicas españolas, los cuales se relacionan con la creencia en la superioridad del cristianismo, justo por haber superado la carnalidad y los sacrificios sangrientos, y por promover el proyecto de contribuir a realización de la Revelación divina y la redención de la humanidad para su salvación eterna. Tampoco advierte la inoculación en el mundo azteca de metáforas y alegorías bíblicas; de héroes, dioses, mitos y ritos grecolatinos y medievales, como una vieja estrategia empleada por los cristianos para convertir a los paganos, en este caso a los indios, en protocristianos inconscientes o cristianos en potencia, de acuerdo con las exigencias de la escolástica aristotélico-tomista que había formado la mentalidad de los frailes y de algunos funcionarios de la Corona en las universidades españolas, principalmente en Salamanca. La primera parte de La flor letal recoge el mito de la creación de la Leyenda de los soles narrada en el Códice Chimalpopoca, pero no cuestiona, como tampoco lo han cuestionado otros antropólogos e historiadores, la serie de interpolaciones cristianas que presenta. Por ejemplo: en el cuarto sol, después del Diluvio, la pareja TitlacahuanTezcatlipoca, salvada por dios, quiso comerse un pescado y encender un fuego. El hombre y la mujer desencadenaron la cólera de los dioses; entonces “Tezcatlipoca les cortó los pescuezos y les remendó la cabeza en su nalga, con que se volvieron perros…”14 ¿Llegó el Diluvio hasta América?, ¿había “un solo dios”?, ¿la pareja primordial quiso comerse un pescado, como Adán y Eva una manzana? y ¿“encender un fuego “ en alusión al mito de Prometeo? Otro ejemplo. Para insistir en su tesis de la energía, Duverger se remite al mito narrado por Sahagún sobre otra pareja primordial: Tonatiuh, el sol, el “padre espiritual” de los hombres, y Tlaltecuhtli, el “señor de la tierra” que en realidad es una divinidad femenina, la madre nutricia.15 Sin preguntarse por la ambivalencia masculina y femenina de esta última figura, acepta que en este mito el sol reclame alimentos y devore a sus hijos. ¿No es una coincidencia digna de investigarse que aquí ocurra algo similar a lo narrado sobre Urano y Gea en el mito griego de la creación? 14 Duverger, La flor letal., op. cit., p. 43. 15 Ibid., p. 26.

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No es posible juzgar a los cronistas españoles por el abuso de imágenes y recursos retóricos y por su incomprensión de las culturas prehispánicas, porque ellos respondieron a su tiempo, a su educación, sus experiencias y creencias, esto es, a su lógica fincada, esencialmente, en la teología cristiana, desde la cual vieron el mundo extraño que se proponían conquistar espiritual y materialmente. Los españoles echaron mano de todo aquello que resultaba útil en el proceso de lo que hoy la Iglesia católica denomina “inculturación de la fe”. Es decir, de lo útil en el proceso de asimilación del lenguaje y las categorías mentales de la cultura que se pretende convertir para proceder a la transformación de sus valores y a su integración al cristianismo y al Imperio español. A partir de lo periférico o lo rescatable de la otra cultura, los evangelizadores introdujeron, progresivamente, y no sin altibajos, la fe cristiana. Para ello, unas veces prohibieron los hábitos y censuraron los libros de los paganos; otras veces recuperaron sus imágenes y le asignaron sus propios significados; otras más, los mismos paganos, consciente o inconscientemente, por miedo, por interés, o para quedar bien con la autoridad, el amo o el fraile, se autocensuraron y eliminaron referencias comprometedoras como las relacionadas con el politeísmo, los sacrificios cruentos, la sexualidad y la carnalidad en general. Para el caso azteca, Motolinía lo dice claramente16, entre otros autores. También se puede corroborar en los relatos del mito de la virgen de Guadalupe17 o en las huehuetlatolli o “palabras de los viejos” recogidas por Sahagún en el Códice Florentino. Según Duverger, en las huehuetlatolli se advierte el régimen de austeridad azteca en la economía doméstica, pues los padres exhortan a sus hijos al recato y a sus hijas “al uso de la razón”. 16 En concordancia con la necesidad de limpiar la tierra de judíos, musulmanes y gentiles para esperar el inicio del reino milenario de Cristo, para el tercer decenio del siglo XVI, según Motolinía, los indios ya adornaban las iglesias, salían en procesiones llevando la cruz, buscaban el bautismo y la doctrina cristiana y habían fundado hospitales y cofradías que organizaban procesiones y fiestas cristianas con flagelantes. En repetidas ocasiones Motolinía habla del valor de la cruz para la salvación de las almas de los naturales y la sustitución de los sacrificios humanos y la ley de la carne por este símbolo del sacrificio, de la imagen de Jesucristo y de su “bendita Madre”. Fray Toribio de Benavente, Historia de los indios de la Nueva España, Madrid, Dastin, 2001, pp. 79-81; 157-158; 195-202. 17 Ernesto de la Torre Villar y Ramiro Navarro de Anda, Testimonios históricos guadalupanos, México, Fondo de Cultura Económica, 1982.

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Con la mística del orare et laborare, Sahagún afirma, y Duverger lo retoma sin cuestionamientos, que sus informantes le aseguraron que en tiempos antiguos pensaban que “en este mundo no hay verdadero placer, ni verdadero descanso”, sino trabajos y aflicciones, miserias y pobrezas…18 Por eso un padre le advertía a su hijo: “En tu juventud aléjate de las delicias carnales. En la corrupción, te arruinas, te destruyes, te matas… Aguarda a tu madurez para conocer la vida carnal. Evita la impetuosidad que agota´”19 Las huehuetaltolli invitan a la nobleza azteca a luchar contra la pereza y la pérdida de tiempo; contra la gula, los movimientos pasionales y las inclinaciones carnales. Para los aztecas —afirma Duverger— “sólo cuenta la procreación, que debe tender a aumentar la población.”20 O sea, ¿la sexualidad se reprimía en los pueblos prehispánicos para limitarla a la reproducción, al igual que la sexualidad de los cristianos? Y, al igual que estos últimos, ¿los indígenas americanos contaban con una moral referida a lo económico y entendían por separado la reproducción y el “placer sexual”? ¿Se conocen las reglas de parentesco y de la sexualidad de las comunidades prehispánicas sin que medie la interpretación española?, ¿se sabe lo que era para ellas el “placer”? En realidad, las huehuetaltolli constatan la “inculturación de la fe”, pues siguen la estructura de un catecismo, en particular la enseñanza de las virtudes y los vicios, los pecados, la confesión, la penitencia y los diez mandamientos. Sorprende la tesis de Duverger de que el sacrificio humano entre los aztecas fuera para la alimentación energética de la sociedad, y esto explicara las guerras, en especial la guerra florida. También sorprende que el afán de la economía azteca condujera a lo que Duverger llama canibalismo. Hernán Cortés y Bernal Díaz del Castillo escribieron como individuos singulares, aunque llevando a la práctica —no reprobable sino común en aquellos tiempos— de obedecer las consignas o los cánones impuestos, socializar las ideas, acudir a los estereotipos, copiar y plagiar las ideas.21 Ambos 18 Duverger, La flor letal., op. cit., p. 53-55. 19 Ibid., p. 62. 20 Ibid., p. 61. 21 Algo que Christian Duverger tampoco contempla en su reciente obra Crónica de la Eternidad. ¿Quién escribió la Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva

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afirmaron que los indios comían humanos y difundieron la idea de que la carne de los sacrificados se destazaba como en las carnicerías y se llevaba a vender al mercado.22 Creyendo acríticamente estas afirmaciones, Duverger no cuestiona la existencia, la forma y las posibles causas de la práctica de la antropofagia; la da por hecho, en la misma forma desacralizada descrita por los españoles del siglo XVI, como algo relacionado con la alimentación, es decir, la saca de su contexto al no relacionarla con los mitos, los ritos, las creencias y las prácticas religiosas aztecas.23 Pero, fundamentalmente, Duverger acepta la lógica argumentativa de su fuente básica, Bernardino de Sahagún, sin investigar qué podría haber sido un sacrificio en tiempos prehispánicos; inclusive confunde esta práctica, como todavía lo hacen algunos antropólogos, con “asesinato ritual”24 y “ofrenda ritual”, indistintamente.25 Su desconocimiento de las religiones de las sociedades antiguas, del significado y las funciones de los sacrificios (de sacralizar o hacer sacro a un hombre-tribu, un animal o un objeto) se evidencia cuando separa del sacrificio la fiesta del sacrificio, los ritos presacrificiales (danzas, cantos, música) y los mitos. Si los sacrificios en el mundo prehispánico fueron centrales, si la vida excepcional y la vida cotidiana giraron en torno a ellos, si por ellos se establecieron las relaciones sociales, sexuales y de parentesco; y también las relaciones económicas —formas de posesión, trabajo, tributación, etcétera— y de poder, su estudio impone el análisis integral e integrado de cada una de las comunidades prehispánicas, entre ellas la azteca. Para no caer en los mismos anacronismos y en la interpretación prejuiciada de los cronistas españoles; para iniciar un acercamiento a una sociedad tan alejada en tiempo y una lógica religiosa compleja como la azteca, parece conveniente estudiar las prácticas sacrificiales de las sociedades antiguas, pues en ellas es posible España?, México, Taurus, 2012. 22 Hernán Cortés, Cartas y Documentos, México, Porrúa, 1963, pp. 585-586; Recopilación de leyes de los Reinos de las Indias, 4 vols., Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1973, vol I. lib. I. tit. I. 23 Duverger, La flor letal., op. cit., p. 56. 24 Ibid., p. 117. 25 Ibid., p. 147.

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adentrarse en complejos útiles para reflexionar en torno a mundos extraños donde se observan: la vinculación de los tiempos cíclicos, los ciclos cósmicos y los ciclos menstruales y de fertilidad; la matrilinealidad y los impulsos sacrificiales relacionados con la vida y la muerte; el ordenamiento, en función de los sacrificios, de los ritos, los mitos y las tradiciones; la supeditación de la construcción de los templos, la elaboración de las pinturas, las esculturas, las técnicas y los instrumentos de trabajo a los sacrificios, así como la composición de los coros, las danzas y la música. También en función de los sacrificios, se establecieron las jerarquías político-religiosas y se les dio un lugar en las guerras; las reglas de conducta social, las enseñanzas y las profecías, la forma de colectar y distribuir los tributos, etcétera. En suma, es necesario considerar al sacrificio como la condición básica de la producción y la reproducción de la vida material y espiritual de los seres humanos. Como ha afirmado el historiador francés Paul Veyne: “el sacrificio es de hecho el acto capital de la mayoría de las religiones, aunque casi hemos olvidado su existencia”.26

26 Paul Veyne, François Lissarrague y Françoise Frontisi-Ducroux, Los misterios del gineceo, Madrid, Akal, 2003, p. 75.

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LA ESCRITURA DEL SACRIFICIO EN LA FLOR LETAL. AMÉRICA-OCCIDENTE DE IDA Y VUELTA Enrique Atilano Gutiérrez Escuela Nacional de Antropología e Historia

Introducción Parece ser que el tema del sacrificio humano, así como el de la sexualidad, se han entronado como vetas máximas dentro de la investigación histórica. Puede que el sacrificio lleve la delantera, ya que casi todos hemos podido, por lo menos una vez en nuestra vida, tener la dichosa oportunidad de disfrutar los placeres que las relaciones sexuales provocan en nuestro cuerpo; y pocos, que si no, ninguno de los que estamos hoy presentes, hemos practicado el sacrificio en alguna alma caritativa que done su cuerpo en pos de la experiencia sensitiva de tal acción. Es por ello que, a falta de dicha praxis, la única forma que nos queda es la de la representación y la reflexión escriturística. Mi participación se centrará en hacer algunas observaciones y comentarios que me surgieron al momento de leer una de las primeras publicaciones de Christian Duverger, me refiero a su texto La flor letal. Economía del sacrificio azteca. Esta obra, editada por primera vez en francés en el año de 1979, y con su subsecuente edición al español en el año de 1983, ha sido utilizada, por espacio de más de treinta años, como la mayor síntesis intelectual referente al tema sacrificial prehispánico. Soy partícipe de la idea (como sé que también lo son muchos de los que aquí estamos reunidos) de que no puede existir una obra que intente ser elaborada, pensada, ni tratada, como la verdad última de las cosas. Si comulgamos en que toda civilización se acopla a su tiempo y espacio, es justo creer 122


que los saberes que se producen en ella también lo hacen. Este pensamiento debe de cobrar mayor fuerza al momento de dialogar con los conocimientos y tradiciones de sociedades tan alejadas a la nuestra. Y, cuando de la civilización azteca se refiere, tenemos que ser más quisquillosos. Parto del siguiente postulado: toda noción o idea que se tenga de un acontecimiento, hecho, o proceso, en tanto que éste pasa a pertenecer a un circuito comunicativo (el habla, la escritura, la pintura), la interpretación e intencionalidad de la información que se dé de tal, deberá de cumplir con los estamentos de codificación, emisión y recepción correspondientes a la época en la que se quiera formar un tipo de conocimiento. Dicho con otras palabras: todo conocimiento, en tanto que pertenece a un tipo de comunicación determinada, creará su propia noción de los hechos y eventos acontecidos a lo largo de la Historia, según quien emita dicho mensaje. Pensar desde esta perspectiva la labor histórica, me coloca en una posición donde, puedo decir, que mi intención no está centrada en la ontología de las cosas. Mi intención, aquí, es distinta: no me interesa saber si Duverger alcanza a recuperar la esencia o el ser-en-sí de lo que significó el sacrificio humano para los aztecas (como él dice lograr hacerlo)1, sino más bien, en tanto que tomo su texto como una comunicación, lo que me interesa saber es la manera en que se hace apoyar de otras comunicaciones, para así, poder construir el significado e intención de su investigación. Resumiendo: lo que llama mi atención es la manera en cómo es que se construye un determinado tipo de conocimiento.

La responsabilidad de lo comunicado Duverger nos dice en su Introducción: A instancia de los españoles, los indios copiaron ciertos manuscritos figurativos originales que aún estaban en su poder; unas veces los compusieron de memoria; otras, inspirándose en diversas fuentes, pintaron manuscritos inéditos con fines didácticos.2 1“Y he tratado de comprender cómo y por qué el sacrificio humano funcionó eficazmente y sirvió de motor al desarrollo de la civilización azteca.” Duverger, La Flor letal…, pág. 14. Cursivas en el original. 2 Christian Duverger, op. cit., pág. 19. Las cursivas son mías.

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Mi primer punto de análisis se centra en la forma en que Duverger nos explica el proceso por el cual los cronistas se allegan de información para poder hablar de los acontecimientos previos a su llegada. Como podemos darnos cuenta, existe una predeterminación, selección y condicionamiento de los hechos y sucesos de los que se quiere saber. Entonces, vemos que, tanto la información como el conocimiento que se obtiene de una comunicación, no puede ser tratado como algo “puro”, “sin mancha”; ya sea a través de la fuerza (conquista), de la educación (los informantes de Sahagún), o por una realidad escriturística (las crónicas), aquello que se solicita decir siempre está atravesado por un filtro cognitivo3. Y este punto es el que menos encuentro entre los ejemplos que Duverger cita in extenso en su texto. Es más, tan centrado está en hacer ver que el sacrificio humano tuvo vital importancia dentro de la sociedad azteca, que, en varias ocasiones, asemeja el conocimiento indígena con el europeo.4 Uno de los grandes problemas que se tiene al momento de querer recrear la noción de un suceso histórico está presente en el ámbito de las prácticas. Pareciera ser que, y se entiende por el contexto al que se adscribe la obra analizada, una investigación histórica en aquellos tiempos, era aquella que contaba con el mayor número de fuentes citadas, las cuales, dibujarían un esquema casi perfecto para poder hacer ver que se había llegado a la verdad última de la práctica en cuestión.5 El resultado es una obra y una práctica de tijeras y engrudo (apropiándonos del adjetivo utilizado por Collingwood). Lo grave no es saber quién dijo tal cosa o la otra, sino más bien, debemos preguntarnos por qué se dijo eso, para quién iba dirigido y cómo se comprendió lo dicho.6 ¿Por qué digo esto? Porque, dentro de los autores conquistadores que Duverger cita en La Flor letal se encuentra, ni más ni menos, que aquel personaje que en su más 3 Retomo el concepto de filtro que Michel Foucault emplea en su texto La Arqueología del saber, editado por Siglo XXI. 4 Así lo expresa: “Los aztecas eran expertos retóricos. En toda ocasión, los de mayor edad pronunciaban interminables discursos, llenos de apotegmas y de floridas metáforas. Impresionados por la elegancia de sus palabras, los letrados españoles recopilaron en lengua náhuatl los modelos del género.” Duverger, op. cit., pág. 57. 5 “…existe la suma impresionante de crónicas, anales, relaciones, historias y otros memoriales redactados en español durante el siglo XVI a partir de testimonios presenciales, después compilados sin interrupción hasta nuestros días.” Ibíd., pág. 15. 6 Sigo el postulado que Michel Foucault desarrolla en su obra, ¿Qué es un autor?, editado por Ediciones literales.

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reciente libro, Crónica de la eternidad, lo declara como producto de la ficción e invención: me refiero a Bernal Díaz del Castillo.7 Entonces, si seguimos lo propuesto por el Duverger de La Flor letal, y después lo comparamos con el Duverger de los libros Cortés y La Crónica de la eternidad, ¿con qué nos encontramos? Con la manipulación de textos, datos, sujetos y conocimientos que justifican una investigación “histórica”. Lo importante aquí es preguntarnos acerca de la responsabilidad que todo texto tiene al momento de emitir un conocimiento. Con lo anterior no quiero que se me malinterprete y los lectores piensen que lo que busco es hacer un examen de conciencia o un auto de fe a este autor; más bien, lo que sí quisiera que quedara claro es la manera en que nosotros, historiadores y científicos sociales, hemos permitido circular este tipo de investigaciones. Se nos dirá que todo esto tiene que ver con círculos de élite intelectual, editoriales favorecidas, discursos patrimoniales y nacionalistas e intereses particulares, ¿pero es que acaso el saber histórico sólo puede pertenecerle a unos cuantos? ¿A partir de qué momento el conocimiento histórico llegó a este punto? Considero que, al momento de reflexionar lo que ahora pertenece ya a un circuito comunicativo, nos ayuda a poner al día nuestras herramientas epistemológicas, y así, permitir que todo lo que antes se tomaba como verdad pueda ser puesto dentro de una reflexión de verosimilitud.

La gestualidad: ¿economía física o elemento retórico? Si ya con el tema de juicio de autoridad tenemos una fuerte discusión, ésta se acrecienta cuando vemos la manera en que Duverger hace uso de ciertos conceptos que, para él, le permiten llegar a “descifrar el pensamiento nahua”8. Uno de dichos conceptos, el cual es una constante en su obra, es el de gestualidad. Ahora bien, ¿qué es lo que Duverger está entendiendo por tal? …la gesticulación es presentada como una verdadera obsesión [para los indígenas]. Pero en este caso preciso, el gasto físico inútil quizá no sea el único cargo imputable; en efecto, no es posible pasar por alto la fabulosa 7 A lo largo de La Flor letal, vemos que Duverger cita, en más de una ocasión, la obra de este “soldado” omnipresente. 8 Duverger, op. cit., pág. 14.

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diferencia que existe en el mundo náhuatl entre la economía del gesto y la prolijidad de la palabra. Tanto como el gesto es medido, tanto así se expande indefinidamente la palabra.9

El intento que Duverger trata de hacer verosímil con respecto al concepto de gestualidad es que, para los indígenas, dicha gestualidad recae en la teatralización y uso físico que éstos hacen en la ejecución de sus prácticas sacrificiales. Para él, la gestualidad se entiende como un gasto energético físico, lo que él llama: “economía gestual”.10 Dicha gestualidad compete, única y exclusivamente, a la ejecución social que los diferentes estratos participantes en un sacrificio hacen de su cuerpo. En otras palabras: los sacrificadores hacen un gasto energético corporal diferente al de los sacrificados. ¡Muy bien! Eso es comprensible, pero, ¿de qué manera ayuda esta interpretación a comprender que el sacrificio fuese pieza fundamental para esta civilización? Pregunto esto porque, aunque si bien Duverger intenta homologar lo físico con lo simbólico, a éste último lo ve desde otra perspectiva: “…el gesto es calibrado porque la sociedad azteca es una sociedad de signos. Es la exterioridad la significativa; la apariencia es el verdadero código que permite la identificación de los seres.”11 Podemos ver entonces que lo gestual, para Duverger, se entiende como apariencia, un agente externo que, por sí mismo, da a entender el significado e interpretación de la práctica en sí. ¿Esto puede ser tomado como cierto? O dicho con otras palabras: ¿puede una práctica ser entendida, en su totalidad, únicamente por su gestualidad? Creo que no: el mundo de los gestos no puede estar separado del mundo de los signos y símbolos. Lo anterior lo podemos constatar si ahora vemos qué entendían por gestualidad los europeos del siglo XVI: …la gestualidad se convierte en un medio relevante para señalar diferencias entre los estratos. La estilización de la gestualidad, de los tonos de voz, de las maneras de hablar, etcétera, son lo que, en estas sociedades [las europeas], se denomina “humanismo”, es decir, se es más humano mientras más autocontrol se tenga en las relaciones cara a cara.12 9 Ibid., pág. 59

10 ibidem. 11 Ibidem. Las cursivas son mías.

12 Alfonso Mendiola, Retórica, comunicación y verdad. La construcción retórica de las batallas en las crónicas de la conquista, México, Universidad Iberoamericana,

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Como podemos darnos cuenta, la importancia que tiene la gestualidad para la sociedad europea va más allá de la apariencia. Los gestos que un sector social realice tienen un peso y significación para los demás; pertenecen al ámbito de la retórica, es decir, crean un conocimiento que da sentido y conceptualización del mundo que se habita. Creo pertinente hacer esta comparación, ello debido a que, si recordamos el planteamiento con el que empecé esta charla, el conocimiento que produzca una comunicación dependerá del uso que se le dé a la información que se emita. Esta distinción, trayéndola al caso de La Flor letal, tiene mucho que ver. Para Duverger, recordémoslo, la gestualidad indígena sólo es un factor físico que “templa” o hace “ahorrar” el temperamento corporal de los naturales: Por último, es notable comprobar que la moral en uso de México, a comienzos del siglo XVI, prescribe de manera ejemplar las “actitudes frías”: dominio de sí mismo, calma, contención, ponderación, mesura, tranquilidad. Y, con buena lógica, reprueba y condena los temperamentos y los comportamientos “calientes”: se proscriben la efervescencia, la indisciplina, el desorden y los gritos, la excitación afectiva, los arranques emocionales, la turbulencia y la precipitación…13

Esta distinción entre temperamentos “fríos” y “calientes” pertenece más bien al mundo ascético, del cual forman parte los frailes, que al de los indígenas. Esto lo menciono porque, fue en el siglo XVI, en donde los temas del cuidado de sí y el control del cuerpo se pusieron de moda, por lo menos, en la sociedad europea y americana.14 Recordemos que la sociedad europea había puesto en práctica este tipo de tecnologías (recupero el término que utiliza Foucault) desde hacía ya varios siglos, y que, de hecho, fue a partir del siglo IV d.C. (con el surgimiento del monaquismo) que esta práctica se consolidó. Mientras que la primera gestualidad compete a los dominios y ahorros energéticos externos corporales, la segunda se entiende como un control interno condicionado socialmente. Vemos pues que la recuperación que Duverger hace del concepto está encaminada más bien a beneficiar su propio discurso que al uso y significado que se le daba en el contexto donde se ejercía el concepto. 2003, pág. 127. 13 Duverger, op. cit., pág. 60. Las cursivas son mías. 14 Para más detalles, consúltense los siguientes textos de Michel Foucault: Tecnologías del Yo (Paidós) e Historia de la sexualidad (3 vol. Siglo XXI).

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Sacrificios humanos: economía material versus economía ascética El último punto que me gustaría dibujar corresponde al núcleo central de La Flor letal: el sacrificio. Con tan sólo con pronunciar la palabra sabemos que estamos en campo peligroso. ¿Y cómo no ha de serlo si a esta práctica se le ha considerado como la máxima expresión del ser humano? La mayoría de las sociedades tienen en su historia este elemento como punto de génesis. Dentro de la historia del mundo indígena, este elemento no podía faltar en su repertorio tradicional. Ahora bien, que el sacrificio haya sido una práctica medular y cotidiana dentro de esta sociedad, ésa, es otra cosa. ¿Por qué expreso esto? Pensemos lo siguiente: Duverger, a lo largo de su obra, ve al sacrificio azteca como una constante interacción de energías y consumos energéticos (económicos): no es tanto la destrucción de vidas humanas, potencial de trabajo desperdiciado, la que pesa sobre la balanza. Son, ante todo, los costos anexos los que gravan la economía sacrificial: del gasto físico al mantenimiento de ejércitos, el precio de la guerra sacra viene a añadirse, vertiginosamente, a los gastos exigidos por la pompa y el aparato. Y el sobreconsumo festivo reduce peligrosamente el capital de riquezas materiales acumulado por la comunidad…Pese a los aumentos de energía que promete, el sacrificio, por los gastos imprescriptibles que ordena, no puede dejar de alimentar una economía deficitaria.15

Si tomamos por cierto lo anterior, ¿no podríamos decir entonces que toda sociedad que practique el sacrificio pertenece a una economía deficitaria? Eso no sería algo nuevo, ni tampoco, algo que permita entender la importancia que esta práctica tiene para la sociedad indígena. Se gasta más para la petición que en la obtención de favores. Los dioses aztecas quedan interpretados como deidades avaras que se hacen de oídos sordos ante las libaciones que sus feligreses logran ofrecerles sin importar el precio que tengan que pagar. Pareciera ser que toda sociedad, cuando recurre a la práctica del sacrificio, está dando muestras de que está pasando por una fuerte crisis, que ya no es posible, por sus propios medios, de sostenerse a sí misma. Signos apocalípticos que marcan su desaparición o total transformación. 15 Duverger, op. cit., pág. 204. Las cursivas son mías.

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¿Y no era este el mismo contexto por el cual estaba pasando la cristiandad desde la época de las cruzadas? Elementos materiales y económicos envuelven el mundo simbólico del sacrificio realizado por Jesucristo: el Santo Grial, recuperar Tierra Santa, la creación de órdenes religiosas, etcétera; una serie de dispositivos (tal y como lo considera Foucault) que estarán cargados de símbolos y significados, los cuales, tendrán una relevancia social. Ahora bien, ese sentido económico sacrificial que tanto pondera Duverger en su texto, no está bien encaminado. El sentido de “economía” que encontramos en el contexto del siglo XVI no es el mismo al que la modernidad le da. No es una cuestión material (acumulativa o deficitaria), sino de contención y represión. Los sacrificios narrados por los cronistas no se interesan, en su totalidad, por las cuestiones materiales y de ornamentación que los indios hacen de sus prácticas, más bien, parece ser una economía corporal lo que llama su atención. Dicha economía corporal surge, si ponemos atención, a la manera en que conquistadores, pero sobre todo eclesiásticos, hacen tanto de los cuerpos sacrificados, como de quienes sacrifican. Es comprensible que Duverger se interese por el ostento material que los indígenas dicen procurar al momento de llevar a cabo sus prácticas, ello porque, desde su perspectiva, entre más elaborada y costosa sea una festividad, el desgaste económico dará razón a la importancia que esta sociedad da a sus sacrificios. Si lo pensamos de esa manera, el cometido de La Flor Letal tiene éxito: a mayor derroche económico y físico, mayor la importancia que una sociedad da a una práctica, por lo tanto, en el imaginario indígena, el sacrificio es fundamental para esta cultura. ¿Muy sencillo, no les parece? Ahora bien, si recordamos que el sentido “económico” por el cual se rige la religión cristiana al momento de hacer “hablar” a los indígenas para obtener información acerca de sus prácticas, era más bien uno en donde el principal foco de atención era la represión del cuerpo. Un concepto que, también, no tiene la misma denominación que en la modernidad. En aquellos tiempos, no existía una noción de cuerpo tal y como nosotros lo pensamos16; se hablaba más bien de “carne”. La única persona que podía tener un cuerpo 16 Cfr. Jacques Le Goff y Nicolas Truong, Una historia del cuerpo en la Edad Media, Barcelona, Paidós, Prefacio.

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como tal era Jesucristo, los demás, sólo son reminiscencias que han sido puestas en este mundo para sufrir. Control entre la carne y las pasiones: principal modo de vida para los cristianos evangelizadores. El Cristo había padecido la crucifixión no sólo para la redención de los hombres, sino para demostrar que el cuerpo no era ningún impedimento para alcanzar el reino celestial. Para Duverger debe de ser claro que la perspectiva teológica occidental ha sido totalitaria al querer comprender cómo es que civilizaciones previas a su conquista interactuaban o realizaban su vida cotidiana. Occidente es un excelente ejemplo de ver cómo es que, en primer lugar, es necesario conquistar, reprimir, volver dependiente, heterónomo al cuerpo y al pensamiento (el alma). Lo externo de toda descripción (festividad, ideología, cotidianidad), aunque sea majestuosa, con un fuerte derroche económico y material, está vacía, hueca; lo principal ha sido absorbido y modificado por el pensamiento cristiano. Ese ser sacrificial que Duverger cree haber rescatado resultó ser una huella, una armadura; imponente, sí, pero sin caballero que la porte.

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¿OSADÍA TEÓRICO-HIPOTÉTICA DE CH. DUVERGER O CULTURALISMO ETNICISTA?: EL CASO DE LA PERIODIZACIÓN MESOAMERICANA Y LAS CAUSAS DE LAS DERROTA MEXICA Miguel Ángel Adame Cerón Escuela Nacional de Antropología e Historia, INAH

Presentación El etnohistoriador Christian Duverger se dio a conocer exitosamente en México con su libro “La Flor Letal”1, una investigación teóricohipotética (investigativa) sobre la dinámica sacrificial mexica (como sociedad nahua) que perfiló una generalización hacia el conjunto de sociedades mesoamericanas. Allí –según nuestra opinión- su atrevida hipótesis sobre el cuasi obsesivo interés antropo-cosmovisionario (de núcleo cultural) por mantener el relativo equilibrio del cosmos (macro, meso y micro) de esta sociedad dominante nahua del periodo final de la historia mesoamericana, mantuvo una cierta congruencia y correlación con la vida socioeconómica de dicha sociedad y del conjunto de sociedades mesoamericanas de su época. Sin embargo en dos de sus posteriores libros: Mesoamérica: arte y antropología y El primer mestizaje (que de hecho, a pesar del cambio de nombres, es el mismo texto editado en dos formatos de lujo diferentes por Conaculta en coedición con otras editoriales institucionales), su afán teórico-hipotético “innovador” muestra excesos y evidencia su perspectiva culturalista respecto al entendimiento de la historia prehispánica mesoamericana y respecto a la situación concreta del triunfo conquistador-colonizador de los españoles sobre los indígenas mesoamericanos, específicamente sobre los mexicas. No se trata 1 “Economía del sacrificio azteca”, Fondo de Cultura Económica, México, 1983.

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solamente de su lenguaje constantemente grandilocuente al querer, por ejemplo, “replantear completamente la problemática del espacio y del tiempo en mesoamérica”, o señalar que las causas señaladas por otros autores (armamentistas, militaristas, epidemiológicas, etc.,) “no bastan para explicar” la derrota mexica en tan poco tiempo, etc. Sino que su osadía hipotética exacerbada tiene que ver con su postura culturalista, etnicista, exageradamente subjetivista y autocomplaciente sobre sus propias investigaciones-hipotéticas (por ejemplo la falta de un verdadero diálogo y debate con la arqueología, la antropología y la historiografía y sus representantes colegas). En este texto discutimos dos casos ejemplares contenidos en Mesoamérica-Primer mestizaje; dichos temas, por cierto, tienen una larga data de discusiones y confrontaciones entre corrientes diversas: en primer lugar, su propuesta de cronología-periodización basada en componentes étnicos sobrevalorados, específicamente el papel de los nahuas en la historia mesoamericana y su hipótesis del “primer mestizaje”; y, en segundo lugar, su propuesta para explicar la derrota de los mexicas (el triunfo de Cortés y sus huestes) y el origen del “segundo mestizaje”.

Primera Parte: Nahuatlidad mesoamericana y “neutralidad” periodizadora La llamada “hipótesis nahua” Christian Duverger reconoce 3 familias lingüísticas principales: los otomangues, los macromayas, los yutoaztecas y otras familias secundarias. Sin embargo, son los yutoaztecas en los que enfoca su interés; ellos tuvieron -en la época prehispánica- en el norte (aridoamérica y oasisamérica y sus fronteras) más de 100 lenguas, mientras en el sur (Mesoamérica) una sola con variantes dialectales. Para él los nahuas serían los yutoaztecas que se sedentarizan. Su conversión sedentaria y su presencia en el sur –según él– no es de 800 o 900 d. C en el inicio de la época tolteca, sino que es desde el inicio de la época olmeca, tal vez o si se quiere como protonahuas, hacia 1500-1200 a.c. (y en el norte desde 3,500 años antes de Cristo). En Mesoamérica (2000) y en Primer mestizaje (2007) va claramente 132


más allá cuando asocia olmequidad y nahuatlidad a partir de señalar que el mapa etnolingüistico de la época V (antes de la conquista) los nahuas estaban presentes de manera ampliada en esas regiones. Ignora mapas de la época olmeca donde los protonahuas (yutoaztecas) son minoritarios o no existen en esas regiones centrales olmecas (véase mapas 1 y 2 del lingüista Leonardo Manrique).

Mapa 1: Los yutoaztecas hacia el inicio del periodo “Olmeca” apenas cruzan el territorio de lo actualmente es México. Fuente: Leonardo Manrique, 2000:68.

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Mapa 2: Los yutoaztecas hacia el final del periodo “Olmeca” se expanden hacia la región norte-occidental del territorio de lo actualmente es México. Fuente: Leonardo Manrique, 2000:69.

Dice Christian Duverger que aunque en esta época olmeca y en las que siguen, existe la plurietnicidad, a partir de este momento los “valores” y estilos nahuas se imponen, predominan y articulan esta época (sólo en la época IV pierden fuerza) sin anular los locales sino dándoles su debida “importancia”, integrándolos. Así el arte olmeca emanaría de los primeros nahuas mesoamericanos. La matriz nahua del Altiplano central funcionará como motor de integración cultural, de unidad y cemento cultural doble: 1) para los nahuas y 2) para Mesoamérica. En Mesoamérica no hay otros yutoaztecas lo que –dice– lleva a la hipótesis e ideas inéditas “que violentan la tradición académica”: por ejemplo, plantear el vínculo y la adecuación entre nahuatlidad, sedentarismo y mesoamericanidad (2007, p. 31). “Yo considero a los nahuas como los fundadores de Mesoamérica y como los principales actores de su evolución a todo lo largo de sus cerca de tres mil años de historia” (o de monopolio nahua en Mesoamérica, p. 32). Los nahuas están presentes en toda Mesoamérica, a veces como mayoría demográfica, a veces como minoría dominante y a veces como minoría influyente: “Gracias a ellos, el México prehispánico se convertiría en ese crisol cultural que hoy se llama Mesoamérica: los particularismos culturales no fueron aniquilados, sino engastados en el molde del pensamiento nahua sobrepuesto a las tradiciones ancestrales” (2000, p. 33). Además “los nahuas son los únicos [mesoamericanos] que participan de los dos sistemas culturales que se yuxtaponen allí” (2007, p. 32). Por ello habla de una dialéctica del nomadismo y el sedentarismo, dice que están incorporados a ambos medios, tienen una cultura y una actitud mental de nómadas pero también dominan por entero las reglas del sedentarismo. Oscilan entre los dos polos, pero según Duverger, padecen una propensión duradera (porque se retroalimentaron de las constantes absorciones de grupos yutoaztecas seminómadas migrantes del norte) a la diseminación, a la fisiparidad, a la escisión o separación de la estructura del grupo madre para “proseguir su camino” y/o “fundar otra ciudad”. 134


Esto debido a que experimentan, según Duverger, “una secreta nostalgia de los tiempos de migración o una indecible pulsión, producto de un atavismo lejano” (2000, p. 32). Desde nuestro punto de vista dicha perspectiva de Duverger magnifica el papel de los nahuas presentándolos como “superprotagonistas” de la historia mesoamericana. Coincido en este sentido con Federico Navarrete (2001), de que se trata de un enfoque que reproduce y alimenta los nacionalismos etnocentristas, en este caso el mexicano: Al defender a rajatabla la identificación entre el grupo étnico nahua y la civilización mesoamericana, Duverger aplica un cartabón proveniente de las historias nacionalistas modernas que suelen identificar a los pobladores de un territorio nacional con un grupo étnico primordial y proceden a narrar teleológicamente el necesario ascenso de este grupo al dominio estatal. La interpretación de Duverger coincide también con las historiografías nacionalistas tradicionales en su obsesión por el poder y el dominio; y su atribución a los nahuas, en particular a los aztecas, de una voluntad centralizadora y unificadora de carácter casi nacional. En suma, Duverger pretende convertir a Mesoamérica en una especie de nación nahua, y a ésta en un antecedente de la nación mexicana.

Además su postura es múltiplemente equívoca por las siguientes razones: 1) Las características de “fisiparidad” que quiere presentar Duverger como exclusivas de los nahuas, en realidad, son comunes a muchos grupos étnico-culturales de la historia humana. En la historia mesoamericana a diversos de estos grupos, principalmente a los que experimentaron situaciones peculiares, como las fronterizas, de presión territorial-político-militar o de crecimiento o expansión; obviamente no se debe a factores fundamentalmente “pulsionales” sino principalmente a factores de la dinámica histórica concreta, como son los factores geoeconómicos, ecológicos y demográficos (Adame, 1988); por ejemplo grupos mayas ante situaciones críticas constantemente se fisionaron, se desplazaron y fundaron nuevos asentamientos (así se explica que pudieron ocupar todo el territorio peninsular). 2) Tampoco la situación de oscilación nomadismo-sedentarismo fue para nada “exclusiva” de los nahuas en la historia mexica 135


pues tenemos diversos casos documentados de otros grupos que manejaron, se readaptaron y se reconvirtieron constantemente a los dos patrones de vida o modos de subsistencia y no sólo modos “culturales” (como dice Duverger); por ejemplo: los grupos otomíes o ñañhus y los mísmisimos purépechas o tarascos (enemigos invencibles de los mexicas). 3) Existe una confusión garrafal en su concepción de la dialéctica nomadismo-sedentarismo. Concibe al sedentarismo con fijismo y a los desplazamientos y migraciones de los sedentarios con nomadismo, porque no los ve como modos de vida y de producción, sino solo como supuestas formas de movilidad o no movilidad. Los sedentarios (y eso lo vemos hoy día claramente con las migraciones regionales, nacionales e internacionales) bajo determinadas circunstancias críticas, de crecimiento-expansión, de reacomodo habitacional o de colonización, se desplazan y se reubican, pero no necesariamente para adoptar modo de vida nómada (aunque se llegan a dar casos que sí, pero eso sería una conversión de patrón de subsistencia), sino para responder a necesidades y situaciones de la propia dinámica de la vida sedentaria.

Mesoamérica Christian Duverger concibe a Mesoamérica esencialmente como “lógica y dialéctica de unidad y heterogeneidad” debido a que: 1) se comparte un mismo universo de creencias, ritos y saberes; 2) los grupos comparten un mismo modo de vida: el sedentario; 3) se comparte un mismo tipo de organización social y política; 4) existe una heterogeneidad lingüística, artística y cultural (más de 200 lenguas y dialectos distintos). Para este autor Mesoamérica es una entidad fundamentalmente cultural, su integración (unidad territorial y continuidad cronológica) es gracias a la nahuatlidad: “El componente nahua creció y se enriqueció con rasgos no nahuas, al absorberlos, integrarlos y fusionarlos para crear una base cultural común” (2000, p.35). Según él la totalidad de los rasgos seleccionados por el fundador del concepto de Mesoamérica, Paul Kirchhoff, “no dan cuenta del espíritu mesoamericano, no captan su originalidad intrínseca” (pero 136


no argumenta por qué). Propone por su parte una definición cultural intentando describir sus elementos comunes y permanentes. O sea, en realidad se trata de una postura culturalista idealista, él la nombra como de “dimensión esencialmente espiritual” o simbólica, religiosa e ideológica, priorizando los elementos culturales y secundariamente los políticos y dejando marginados y camuflados los económico-materiales. Él justifica su postura (o la “envuelve” curándose en salud) señalando que se trata de la misma actitud de los mesoamericanos ante su existencia, afirma que para los mesoamericanos: “la idea que los hombres se hacen del mundo es más importante que la realidad” (2000, p. 36). Veamos su enlistado de 11 rasgos o características: a) calendario de 260 días, b) escritura glífica (pictográfico-icónica); c) ofrendas a la tierra para cosmizar, consagrar y organizar el territorio; d) sacrificios humanos y sus implicaciones sociales, políticas y religiosas; e) politeísmo; f) sistema dualista de pensamiento para representar el movimiento del universo y generar conocimiento y poder; g) el espacio-tiempo simbólico; h) territorio y centros ceremoniales; i) el viaje al más allá “post mortem”; j) arte político-religioso; k) organización material como modo de organización sociopolítica de sociedades jerarquizadas basadas en el maíz y la agricultura.

Periodización Respecto a este punto Duverger se lanza contra la visión cataclísmica del mundo mesoamericano que concibe la cronología en términos de rupturas (destrucciones violentas: rebeliones, invasiones, desastres naturales como erupciones, etc.), que le concede más importancia a los cambios o discontinuidades que a las continuidades o permanencias, pues diferencian recortadamente las etapas. Enfatiza –por su parte– que las etapas generales no son uniformes u homogéneas pues hay muchas variaciones según los lugares, hay muchas fluctuaciones de los fines e inicios de los periodos. Está en contra de la clasificación tripartita (preclásico-clásicoposclásico) basada en una visión occidentalocéntrica del mundo antiguo griego y que se traslada en Mesoamérica al caso de los mayas con sus momentos de esplendor. 137


Esta visón cataclísmica, homogeneizante y tripartita –acusa– ha llevado a tener que introducir subfases de transición que a veces duran más que las propias fases en muchas zonas y regiones como el “protoclásico” y el “epiclásico”. Dado que “los datos actuales disponibles”, datos que él no expone, conducen a la continuidad, se inclina por el énfasis a la evolución continua y no a la sucesión de periodos distintos. Igualmente plantea una supuesta periodificación “neutral” o signada deliberadamente neutra a la hora de ubicar los periodos o “épocas”. Respecto a la evolución continua (aunque no unívoca) a Duverger le parece que es el enfoque adecuado por lo siguiente: traduce la difusión de la nahuatlidad, muestra la rivalidad entre tierras calientes y altiplanos, se aprecia la mesoamericanización de los mayas y el aumento de la presión demográfica a principios de cada periodo (2007, p. 119). Su propuesta –según él– es más lógica, comprensible, neutral y adecuada a las continuidades mesoamericanas. En el libro del primer mestizaje plantea más factores a considerar: continuidad, evoluciones en el tiempo, factores históricos, interacciones, rivalidades y ajustes fronterizos. Su periodificación para Mesoamérica es la siguiente: -Época I: El horizonte olmeca (1,200 a 5000 a.C) -Época II: Los florecimientos regionales (500 a. C. a 200 a. C.) -Época III: La Mesoamérica bipolar (Siglos III al IX) - Época IV: El horizonte tolteca (Siglos IX al XIII) -Época V: El horizonte azteca (Siglos XIV a la Conquista). Veamos algunas observaciones críticas. En primer lugar, como nos podemos dar cuenta, esta periodización no es para nada neutra, las numeraciones cronológicamente crecientes de las épocas I a la V van seguidas inmediatamente de nombres o denominaciones que tratan de adjetivar el periodo. En segundo lugar, ello quiere decir que como cualquier propuesta de periodificación, está basada en criterios implícitos, que priorizan o dan mayor peso a ciertos factores o aspectos de la realidad sociocultural (véase Nalda, 1979, p. 52). En su propuesta concreta no están para nada claros ni argumentados, aunque él nos ha insistido en sus prioridades culturalistas, continuistas, supuestamente neutralistas y también macroregionales. Respecto a esto último Duverger menciona que su propuesta rompe 138


el cerrojo de los esquemas reductivistas o no macroregionales del siglo XIX. Pero –en tercer lugar– aquí el cuestionamiento es que nuestro autor no discute ni hace una evaluación (ni las cita) de las propuestas desarrolladas por otros autores durante todo el siglo XX. Según López Austin y López Luján (2002, pp. 14 y 15), las principales son planteadas por cerca de 30 autores y se concentran especialmente en las décadas que van de los 40 a los 80; no hay, mínimamente un balance de ellas para poder contrastar las supuestas bondades de su propuesta. En cuarto lugar, respecto a la cuestión de la dialéctica continuidad-discontinuidad, creo que no se puede descuidar ninguna de ellas. En toda periodificación hay cortes y continuidades, si bien el debate continuismo-discontinuismo es importante por el énfasis que cada autor da a los procesos; en todo modelo o propuesta de periodificación cronológica se establecen episodios de inicio y de conclusión, y para hacer esto se tienen que valorar los acontecimientos que marcan cada episodio y/o periodo. Es decir ¿por qué son significativos y por qué se seleccionan? En la propuesta de Duverger no se trata ni explícita ni implícitamente este asunto, pues lo da por supuesto sobre la base de que los cortes ya están establecidos, aunque los nombres sean objeto de disensión. Sus criterios para nombrar cada época son confusos, sin embargo se colige por las argumentaciones que maneja Duverger en la hipótesis nahua, en su concepción de Mesoamérica y en su periodización, que ésta se construye para adecuar no sólo sus criterios, sino sus concepciones (o cómo él dice su filosofía, 2007, p. 18) que privilegian su culturalismo, su antimaterialismo o mejor su postura antieconómica, su etnicismo nahuatlaco (etnocéntrico) y su presunto continuismo ideológicamente neutralista pero en realidad un continuismo ultraprotagónico y cuasi unilateral del factor nahua. Así para Duverger el primer mestizaje significa esencialmente mezcla nahua con no nahua. El segundo mestizaje significará, por tanto, esencialmente mezcla de español con no español.

Segunda Parte: Derrota mexica y el tatarabuelo Cortés Duverger aborda el ya clásico tema de las causas de la derrota mexica (más allá de la caída de todos los grupos mesoamericanos) a manos 139


de un puñado de soldados españoles. Nos recuerda su reducido número en relación a los habitantes nativos mexicas (500 o 600 soldados ibéricos contra ejércitos de 40 o 50 mil militares indígenas y más de 300 mil habitantes de Tenochtitlán) y de los diferentes pueblos: “Curiosamente, este puñado venció a los mexicanos que, aun diezmados por las epidemias, siempre fueron más numerosos que los españoles” (2007, p. 645). Además el derrumbe azteca fue de una brutal rapidez, en menos de dos años. Duverger no está de acuerdo con las explicaciones de la supuesta decadencia o agonía de la sociedad nahua debidas a sus excesos autoritarios, tampoco cree que las disensiones o rivalidades entre mexicas o nahuas y otros grupos hayan sido tan importantes o grandes para ser causa de la explicación de la rapidez de su estrepitosa caída. Pero quedan muchas más causas por sopesar y que han sido mencionadas por numerosos autores, él hace repaso de cada una de ellas. Sin embargo, ninguna de ellas es clave para descifrar dicha derrota, ni siquiera una combinación de dichos factores parece convencerle: a) desventajas o inferioridades materiales, técnicas y militares; b) las actitudes militaristas inadaptadas a la situación inédita presentada; c) causas (micro)biológicas y epidémicas; d) resignación, derrotismo y fatalismo mexica por los presagios producto de sus creencias; e) preocupaciones y abatimientos de sus dirigentes (concretamente Moctezuma) porque conocían con antelación e indirectamente por avisos (reales y simbólicos) la llegada de los españoles (y por lo tanto de su poderío) en las Antillas, la Península de Yucatán y zonas aledañas. Finalmente maneja la hipótesis de la diferencia “civilizatoria” entre españoles y mesoamericanos, pues: “Con los conquistadores, es todo el Viejo Mundo el que llega a las fronteras del poder mexicano. Y entonces, la máquina se agarrota y revela su impotencia. La fuerza del poder azteca es una fuerza de atracción, no de repulsión” (2007, p. 647). Y para poder salir realmente vencedores los mexicas y en general los mesoamericanos, dice: “los mexicanos habrían tenido que adueñarse del trono de Carlos V, de sus tierras y de su dios”. Y remata con una analogía o similitud histórica que para él va a ser nodal. “De repente, se invierte el movimiento que hace siglos llevó a los aztecas al poder: lo exterior cerca a lo interior. Arrastrado en 140


una dinámica inexorable. El mundo azteca se satelizará alrededor de la corona española” (ídem). O sea, en estas tierras se vuelve a imponer la lógica de que lo que viene del exterior o de “otra parte” subordina a lo interior y de que las capacidades culturales (o civilizatorias) mayores finalmente imperan, aunque ahora se irrumpa con una rapidez inédita. Aquí, según vemos, aparece con nitidez la ruptura o la transformación, pero su postura continuista hace olvidar rápidamente la violencia y la destrucción implícita y explícita en el proceso militar, invasivo y conquistador. Antes de ver cómo resuelve esta contradicción conviene recordar que ha sido Tzvetan Todorov (1986) quien desde nuestra perspectiva, mejor ha manejado la hipótesis de la diferencia civilizatoria de los dos mundos, tratando de desarrollar una explicación y análisis cultural basado en planteamientos semióticos complejos, no simplistas sino entrelazados o articulados con elementos históricos, biológicos, políticos, económicos y sociales. La hipótesis de Todorov es cultural pero integral anudando aspectos semióticos y materiales aunque su peso es fundamentalmente semiótico (Adame, 199 ). Sin embargo, a diferencia de Todorov (a quien no cita a pesar que su texto es anterior y muy conocido en el medio académico) la postura de Duverger se inclina por lo simbólico-cultural pero con un manejo más simple. La situación de la derrota mexica y del mundo mesoamericano, que evidentemente es cataclísmica e implica transformaciones violentas y no violentas profundas queda atenuada con el recurso de las bondades de lo que él llama “el mestizaje”, en este caso el segundo mestizaje (el de los españoles sobre los indios), que al igual que el primero de los nahuas hacia los no nahuas fue benéfico, continuista y preservador y, por ello, no destructivo, rupturista o impositivo avasallador. Llega a llamar este segundo mestizaje “neomesoamericano” (¡sic!). Su carta bajo la manga la expone aquí en la figura del mismísimo Hernán Cortés, pues según Duverger, Cortés encarna la idea y la práctica del mestizaje preservador sobre todo de los simbolismos indígenas. Encarna incluso el espíritu misionero, mendicante y evangelizador tolerante de ciertas idiosincrasias nativas. Se trata –afirma– de un “mestizaje cultural fulgurante” (2007, p. 649), por eso es que a partir de aquí su empresa intelectual investigativa será resituar, rehacer, 141


recomponer, la figura de Cortés hasta llevarla a convertirla en el paradigma del mestizaje civilizatorio continuista. Quedan con todo este realce, de lado, olvidados, ocultados, debilitados, menguados, etc., los actos y decisiones atroces, terribles y guerreras de Cortés y en buena medida, también, de otros conquistadores. He aquí su cita en El primer mestizaje (2007) en torno al papel de Cortés: Pero Cortés está lejos de ser el hombre de saco y cuerda que describió una historia falaz… llega a México con una idea en la cabeza: el mestizaje. Por lo demás, la aplicará con su propia persona al vivir en concubinato con varias mujeres indígenas… y tener un hijo con cada una de ellas. Cortés no desea en modo alguno recrear en México una segunda España a expensas de los indios. Su proyecto –¿acaso es realmente quimérico?– es suscitar la emergencia de un nuevo mundo que reunirá lo mejor de las dos culturas, mediante la fusión de una Castilla despojada de sus atrasos medievales y de un mundo azteca liberado de la idolatría. Esto explica la política cortesiana de deferencia hacia las autoridades tradicionales, de respeto por los usos y costumbres indígenas, y de inserción en la historia prehispánica…le parece necesario conservar el simbolismo y sobreponer, según la tradición nahua. Neomesoamericano, Cortés le apuesta a la continuidad, no a la ruptura [….]. Su llamado a las órdenes mendicantes va en el mismo sentido. Para cristianizar a los indios, el capitán general de la Nueva España, rechaza cualquier idea de recurrir al clero secular… Los hermanos menores, que llegan desde 1524, obrarán con eficacia en favor de la protección de los indios, y se dedicarán a convertirlos, sin impedir que sigan siendo indios […]; todo se hizo para que los indios se apropiaran del cristianismo importado. Así que no debe sorprender que haya nacido una religión sincrética: ni totalmente cristiana, ni totalmente pagana, ¡sino lo bastante ambigua como para que, en el mismo movimiento, la aceptaran tanto Roma como los indígenas! El mestizaje de sangres, muy tímido al principio, se dobló con un mestizaje cultural bastante fulgurante (pp. 648-649).

En suma, H. Cortés reemplaza y transpola el papel que tuvieron los nahuas en la historia mesoamericana, no se trata de una sustitución violenta o revolucionaria, sino una continuista con el primer mestizaje; pero ahora dicho proceso mestizador se amplía, se ensancha a nivel teórico y práctico, a nivel biológico y sociocultural y a nivel geográfico y territorial. Así que los mesoamericanos a fin de cuentas no perdieron culturalmente nada, ni tampoco fueron actores claves en el drama de la historia colonial; por el contrario ellos deberían decir: “¡gracias Cortés! habéis construido un proyecto mayor al mesoamericano acotado, uno interhemisférico y nacional”. 142


Con ello Christian Duverger convierte a Cortés en el tatarabuelo de la patria, su fundador único.

Bibliografía: ADAME Cerón Miguel Ángel (1988), “Sistema alimenticio y cultura ecológica: El Caso mexica”. Tesis de Licenciatura en Etnología, Escuela Nacional de Antropología e Historia, INAH-SEP. ADAME Cerón Miguel Ángel (2000), La conquista de México en la mundialización epidémica, Editorial Taller Abierto, México. DUVERGER Chrstian (2000), Mesoamérica arte y antropología. Conaculta-Landucci editores, México. DUVERGER Chrstian (2007), El primer mestizaje, Taurus, México. LÓPEZ AUSTIN Alfredo y LÓPEZ LUJÁN Leonardo (2002), “La periodización de la historia mesoamericana”, en Tiempo Mesoamericano (2500 A. C-1521 D. C.), edición especial Arqueología mexicana, No. 11, pp. 6-15. MANRIQUE Leonardo (2000), “Lingüística histórica”, en Linda Manzanilla y Leonardo López Luján (Coords.), Historia antigua de México, Vol. 1, INAH-UNAM-Miguel Ángel Porrúa, pp. 53-93. NALDA Enrique: “México prehispánico, origen y formación de las clases sociales”. Primera parte, pp. 49-178. En Enrique Semo (Coordinador), México, un pueblo en la historia 1, Universidad Autónoma de Puebla, Editorial Nueva Imagen, México.

NAVARRETE Federico (2001), “Mesoamérica, arte y antropología de Christian Duverger”, en Letras Libres, septiembre, en línea: http://www.letraslibres.com/revista/libros/mesoamericaarte-y-antropologia-de-christian-duverger. Consulta: 24/11/2013. TODOROV Tzvetan. (1986) La Conquista de América, la cuestión del otro, Siglo XXI editores, México, D.F.

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LA INVENCIÓN HISTORIOGRÁFICA DEL ORIGEN DE LOS AZTECAS José Pantoja Reyes Escuela Nacional de Antropología e Historia En 1989 Carlos Brokmann escribe en una reseña de la primera edición en español del libro El origen de los aztecas de Christian Duverger,1 la siguiente conclusión “Al margen de su tono especializado, el libro puede tener impacto: su portada, de un mal disimulado gusto fálico, se apila más en los supermercados que en las librerías.”2 El tono irónico con el que finaliza su reseña Brokmann encierra una profecía hoy realizada, sin duda, Duverger ha conquistado un lugar en las estanterías de los supermercados y tiendas departamentales en las secciones en las que crece el número de obras de ficción histórica. Para alcanzar este “éxito” Duverger ha ido ajustando su escritura, presentación editorial y casa editorial para atender a ese público ávido de “historia” de entretenimiento y que habitualmente se abastece en esos lugares. Así que de un libro como El origen de los aztecas, que como dice Brokmann que mantiene el “tono especializado” y que “sin ser de escabrosa lectura, es “difícil de presentar y criticar” Duverger “evolucionó” hacia la elaboración de textos de fácil lectura, muchas imágenes, erudición light y mucha ficción para atraer al público no especializado como ocurre claramente en su libro El primer mestizaje. En esa “evolución” editorial Duverger se ha esforzado por publicitar sus pretensiones iconoclastas que según la propaganda lo deberían posicionar como el renovador y revolucionador del conocimiento sobre las sociedades prehispánicas y la conquista. 1 Duverger, Christian, El origen de los aztecas, Grijalbo, México, 1987. 2 Brokmann, Carlos, “Aztlán: Ida y Vuelta”, en Nexos, 1 de noviembre de 1989, http:// www.nexos.com.mx/?P=leerarticulo&Article=267738

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El origen de los aztecas no es la excepción, como nos señala Carlos Brokmann: “Está claro que con este libro el mexicanista francés quiso aspirar a una respuesta definitiva sobre la cuestión (del origen de los aztecas) desestimando prácticamente toda indagación moderna sobre el asunto”3

Duverger afirma que las interpretaciones al respecto del origen de los indios debe ser desestimada (que pueden tener algo de verdad pero no es suficiente) por qué él, “revisó casi todas las fuentes clásicas del siglo XVI para formular una reconsideración total del problema, desde el aventurar casi una docena de nuevas etimologías de los confusos nombres nahuas, hasta establecer una extensa comparación de cronologías, simbologías, implicaciones, paralelismos y propósitos de los testimonios.” 4

Así que una vez que según Duverger afirma haber leído todas las fuentes del siglo XVI, crónicas, códices, documentos, etcétera, postula tener la interpretación que resuelve los viejos debates entre mito e historia, aquella que surge del “novedoso” análisis ideológico de las narraciones sobre el origen de los indios. Pero la crítica al conocimiento precedente es impotente en Duverger porque su fórmula inconoclasta es tan sólo un gancho editorial que el autor ha explotado y sobre explotado para publicitar cada una de sus obras. Y como diría Carlos Brokmann, al final, toda esa “erudición” sólo le alcanza para ocupar un lugar en los supermercados.

La originalidad Duvergeriana Duverger se propone introducir un nuevo enfoque sobre el origen de los aztecas que superaría el viejo dilema entre mito e historia, el del análisis ideológico. Para ello hace un recuento rapidísimo de ese debate (salpicado aquí y allá a lo largo de su obra) que le sirve de plataforma para postular su novísimo enfoque, después de reconocer que “No me propongo juzgar a ninguna de las dos escuelas. Los dos tipos de interpretación pueden tener algo de verdad”: “Quisiera por mi parte, demostrar que existe un tercer nivel de análisis, una dimensión desconocida hasta ahora: la dimensión ideológica. Al lado de las interpretaciones formales simbólicas, es conveniente, tomar 3 Ibídem. 4 Ibídem.

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en consideración un elemento determinante para la comprensión de la histórica azteca, a saber, que fue escrita en México, tardíamente y con fines que hoy en día calificaríamos de “propaganda”5

Pues nada, que Duverger se propuso vender espejitos a los mexicanos. Mentía descaradamente cuando dice que no había estudios sobre la ideología para el México prehispánico, que la ideología era una “dimensión desconocida”; cuando que, por el contrario, en la década de los setenta y ochenta, la antropología y arqueología en México se volcaron hacia el estudio de la ideología prehispánica. Recuérdese sólo el texto clásico de Pedro Carrasco y Johanna Broda, Economía política e ideología en el México Prehispánico editado por Ciesas y Nueva Imagen en 1978, que retomó el marxismo y quiso aplicarla a la sociedad prehispánica. Largos debates ocurrieron en torno a tópicos que incluían el “problema” de la ideología, tales como el modo de producción asiático que tuvo como referente central el libro de Roger Bartra, El modo de producción asiático, publicado en 1969 por editorial Era, en donde la cuestión ideológica era fundamental para caracterizar o no dicho modo de producción. Al lector moderno le parecerá esa una discusión antidiluviana (es decir de antes de 1989, de la caída del muro de Berlín) pero la temática llenó páginas, libros, congresos y numerosas publicaciones. Y eso mencionando solo a los marxistas pues la bibliografía sobre el tema de la ideología crece considerablemente si se contemplan todas las vertientes estructuralistas. Y si uno se fija un poco más, en realidad, Duverger llega hacia el final de ese movimiento intelectual, su libro se publica prácticamente cuando el “enfoque ideológico” va de salida en México y en Europa, en donde los “clásicos” del tema tenían ya dos décadas de haber sido publicados. Sólo para recordar títulos como, Teoría o Historia de las ideologías, aparatos ideológicos de estado, encabezaban los trabajos de Althusser en Filosofía, Chatelet en Filosofía de la Historia, Godelier en Antropología o eran apartados importantes en el clásico libro del Estado Absolutista de Perry Anderson; para los años ochenta lo que predominaba eran las secuelas y los refritos. No estoy diciendo que Duverger haya sido marxista, en absoluto, pero es claro que se colgó de una interpretación que 5 Duverger Christian, op. cit, segunda edición, 1989, pp. 116-117.

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tenía público universitario y era popular en esa época. A pesar de que anuncia lo novedoso del enfoque, el lector puede quedarse esperando la explicación de qué es o cómo funciona la ideología en una sociedad no occidental y no capitalista. Todo lo reduce a decir que las narraciones sobre el origen de los aztecas (y de los indios en general) son “propaganda”. Así que el gran descubrimiento que nos anuncia es tan sólo que las narraciones mitico-históricas prehispánicas eran propaganda estatal. Como dice Brokmann: “Sin embargo, esta aseveración de funciones del discurso histórico mexica es lo menos importante del texto: es la minucia lo que debe llamar la atención del lector y el hecho de que Duverger haya emprendido esta obra sin proponer una práctica teórica de cómo leer un texto, o de cómo se estructura el pensamiento”6.

De otro modo Duverger tendría que haberse metido a resolver algunos de los problemas con los que no ha podido lidiar en toda su obra, como el de la naturaleza “política” o “estatal” de los aztecas o de la sociedad prehispánica; como veremos en El origen de los aztecas se permite hablar del uso ideológico de la historia sin que haga aparecer al Estado, a las estructuras o los mecanismos estatales, a cambio nos ofrece la historia de un monarca y de su ministro maquiavélico (Moctezuma I y Tlacaélel) decidido a legitimarse destruyendo la memoria del pasado e inventando una nueva, etcétera. Para septiembre de 1989 se publicó una segunda edición del texto de Duverger,7 de esa edición no hay reseñas; pero Pedro Carrasco lo refiere indirectamente en su artículo Sobre Mito e Historia en las tradiciones nahuas8 al comentar el artículo de Enrique Florescano, Mito e historia entre los nahuas9, ya que Florescano retomó las tesis de Duverger sobre la “ideología prehispánica”. Después de que Carrasco expone detalladamente las obras y los enfoques que participaban en el debate mexicano sobre el carácter de las narraciones de origen, es decir, si eran mitos o narraciones históricas, expuso los problemas de la interpretación de Florescano sobre los mitos y de paso los de 6 Brokmann, Carlos, op. cit. 7 Duverger, Christian, op. cit., segunda edición, 1989. 8 Carrasco, Pedro, Historia Mexicana XXXIX, 3: 677-686, México, 1990 9 Florescano, Enrique, "Mito e historia en la memoria nahua", en Historia Mexicana XXXIX, 3: 607-661. México, 1990

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Duverger, Carrasco muy diplomáticamente concluye en su artículo: “Al estudiar los mitos encontramos estructuras ideológicas que expresan la manera en que el pueblo que las cuenta se relaciona con su mundo y creemos entonces entenderlos. Pero el estudio de los mitos también nos ha de ayudar a entender que nuestra propia manera de escribir la historia responde igualmente a la ideología con la que examinamos, incluso los enfoques que buscan la comprensión de la mentalidad religiosa… Para descifrar los símbolos dependemos de la interpretación de los estudiosos ¿podemos decir acaso que todas sus interpretaciones son igualmente verídicas…?”10

Si bien Carrasco evita decir tajantemente que la interpretación de Florescano-Duverger no son interpretaciones verídicas, sí lo sugiere, todo el artículo muestra las dificultades de la interpretación duvergeriana sobre los mitos y su falta de consistencia. Sin embargo, las críticas contundentes de los dos autores citados no fue motivo para que Duverger modificara su “método” o corrigiera sus premisas, por el contrario, amplió sus horizontes con nuevas obras y ficciones sobre el pasado mexicano. Por lo que resulta del todo pertinente que volvamos a preguntarnos ¿en qué reside realmente la interpretación de Duverger más allá de sus propias afirmaciones? ¿En qué medida se diferencia su interpretación de la versión canónica más allá de sus carencias metodológicas y de falta de demostración? Y ¿si eso tiene algo que ver su éxito editorial más allá de relaciones políticas y comerciales?

Las incongruencias Empezaremos a dar respuesta tratando lo que los críticos llamaron “incongruencias”: 1. Brokmann detecta una incongruencia con respecto al “detalle” con el que va a tratar la etimología de los lugares, las cronologías y la nomenclatura fundacional de los mitos de origen. la 2. Pedro Carrasco y Federico Navarrete11 destacan incongruencia en la que cae Duverger cuando desestima la lectura histórica de las narraciones de origen y luego retoma “hechos” de ella para argumentar su posición: por un lado, 10 Carrasco Pedro, op. cit., pp. 685-686 11 Navarrete, Federico, “Las fuentes indígenas más allá de la dicotomía entre Historia y Mito” en Estudios de Cultura Nahuatl, 30, 1999, UNAM-Instituto de Investigaciones Históricas pp. 231-256.

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afirma que la narración de la salida de Aztlán, la migración, la fundación de México-Tenchtitlán pertenecen al mundo de los mitos, pero al mismo tiempo, basado en esos mismos relatos, afirman que los aztecas provienen del norte y son chichimecas. 3. Yo agregaría una tercera incongruencia que va ligada a la anterior: las narraciones del origen de los aztecas, según Duverger son mitos de origen que, contradictoriamente, logran recuperan el pasado “reciente” de los aztecas por lo que sería posible datar la sucesión monárquica azteca desde la fundación de la ciudad hasta la conquista y, sobre todo, argumenta que a través de esas narraciones se puede ubicar el momento en que se destruyen los escritos que guardaban la memoria original azteca y se crea una “nueva escritura” del mito, que los gobernantes aztecas usarán ideológicamente. Veamos por partes: 1. En la ya citada reseña, Carlos Brokmann señala que “el aventurar casi una docena de etimologías de los confusos nombres nahuas”, hace difícil para el lector descifrar la interpretación duvergeriana así que propone que frente a: “Esta oscuridad deliberada (que) hace difícil emprender la crítica. Se hace necesario que los eruditos se animen a desmontar punto por punto sus argumentos y a dar una regla para la lectura de este nuevo libro del autor de La flor letal.”12

La “oscuridad deliberada” se produce porque Duverger opera sin explicar su método, dando por sentado el procedimiento traductor, y eso le permite ir de una interpretación “filológica” a una “ideológica” según se acomoda el argumento. Su pretensión iconoclasta lo lleva continuamente frente a problemas historiográficos centrales, pero siempre rehúye a tratarlos y, como señalamos arriba, por ello la crítica a sus predecesores se vuelve impotente. Así tenemos que para establecer una traducción de los nombres y lugares fundacionales como Aztlán o México que aparecen en los mitos de origen revisa según él “todos los textos y códices” del siglo XVI pero no encuentra una traducción etimológica “adecuada”: “Ahora bien, ninguna de estas dos formas (aztlan puede venir de los sustantivos aztli o quizá, ázitl) existen en los diccionarios del siglo XVI, 12 Brokmann, Carlos, op. cit.

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ni aparece en los diferentes textos nahuas. Parece que la palabra no la conocían los indígenas al producirse la Conquista. En su sentido propio, la palabra aztlan es, por lo tanto, intraducible. Los autores recurren entonces a la paronomasia. Presentan etimologías sustitutas que no son más que aproximaciones. A menudo, además, manifiestan su malestar ante esta cuestión y confiesan su incertidumbre, la cual lo llevan a proponer varias etimologías”.13

y se da cuenta que las traducciones son alegóricas, metafóricas: etimologías caprichosas o eponímicas: “Si Aztlan no tiene en los textos una filiación léxica definida, tampoco la ciudad inicial tiene un glifo que la represente en los manuscritos pictográficos. Por muy curioso que pueda parecernos, el origen epónimo de los aztecas carece de un signo de identificación propio. De modo que los tlacuilo, igual que los “gramáticos” indígenas, dan un rodeo: para evocar Aztlan, utilizan glifos aproximativos”14

Parece que a nuestro autor no sabe qué hacer con su descubrimiento (lo llama “curioso”) y en lugar de ir hacia adelante en el análisis del problema, recula para no salirse del canon y para salvar su propia interpretación y se embrolla una enorme incongruencia, una “perla”: si los propios cronistas indígenas y luego los religiosos no saben la traducción (etimológica y/o literal, digamos profunda) del término nahua, ha de ser por culpa de los indígenas: “Esta memoria llena de lagunas cuando de la génesis mexicana se trata, tiene una explicación: el origen se ha perdido” “Otro indicio nos lo confirma: incluso la etimología de la palabra Aztlán aparentemente se ha olvidado. Es extraordinario que ningún autor, ningún erudito indígena o español pueda traducir Aztlán.”15

Así que según Duverger los indígenas han olvidado el significado del mito fundacional (olvido que transciende a los propios cronistas y alcanza los diccionarios de español-náhuatl), pero, como en otros tantos casos, no se siente obligado a explicar tal acontecimiento fundamental para la “memoria” indígena. Sin embargo, esa argumentación no tiene nada de novedoso, simplemente utiliza lo que el cronista Durán (y otros más) dice al respecto de la memoria indígena, sin citarlo: “Lo cual clara y abiertamente se ve ser fábula, y que ellos mesmos ignoran 13 Duverger, Christian, op. cit., p. 101 14 Ibídem, p. 103 15 Ibídem, p. 101

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su origen y principio.”16

Cabe aquí preguntarse cómo el antropólogo o historiador pretenden interpretar (no sólo conocer) una cultura cuyas claves de significado se perdieron, cómo pretenden reconstruir una memoria que no cuenta con las coordenadas básicas de identidad, y en vez de eso, y de seguir navegando en el “mundo fantasioso de las cosmovisiones indígenas” creadas por los modernos, por qué no dar cuenta del vaciamiento de sentido, de esa fractura fundamental en las narraciones y textos poscortesianos para comprender el proceso de colonización de la cultura, de los sentidos y los sentimientos (y no sólo colonización económica, ecológica, social, civilizatoria) de los habitantes del Anáhuac. Como Durán o Sahagún, Duverger pretende conocer mejor el significado de los “mitos indígenas” que los mismos aztecas-mexicas del siglo XVI. Y es probable que esté en lo cierto con respecto a los evangelizadores, si pensamos que la ausencia de significado y de representación se debe, no a un “olvido”, sino a la posibilidad de que en esas narraciones no haya “mitos” de origen prehispánico, sino mitos creados por los conquistadores-colonizadores y el significado y sentido este en otro lugar, en otra cultura, a la que no pertenecen los habitantes prehispánicos. Pero Duverger sigue adelante, y aunque no encuentra las traducciones etimológicas y representaciones prehispánicas, nos propone su interpretación del sustantivo México. Así que dejando atrás el “olvido” en torno Aztlan, y usando la clave “ideológica” explicará porque los indígenas olvidaron el significado de la denominación de su ciudad, y nos dice que en los textos náhuatl tampoco hay un significado de México pero en ese caso se debe a que el significado no les pertenece a los aztecas sino que como conquistadores del valle de México nahuatlizaron el nombre otomí dado por los verdaderos fundadores de la ciudad.17 ¿Otomíes? ¿cuándo? ¿cómo? ¿de qué fuente? Sólo el silencio, en ese libro de Duverger. A través de un tejido bizarro forzando etimologías y textos, llega a la conclusión que los aztecas cambiaron la historia para 16 Fray Diego Durán, Historia de las Indias de la Nueva España e islas de la Tierra firme, Porrúa, México, 2006, tercera edición, p. 13 17 Duverger, Christian, op. cit., p. 154

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hacerse acreedores del carácter de pueblo civilizado que carecían en su origen. Una explicación a modo, y dado que el “olvido” del significado de Aztlan no le sirve para su argumento lo deja a un lado, mientras que el otro “olvido”, el de la palabra México, lo inserta en su interpretación sirviéndose de un retruécano especulativo sin ninguna fuente que los sustente. Duverger se asoma al abismo en el que se avizora la transformación del náhuatl que se produce por la práctica colonizadora y se detiene frente a las consecuencias; dar un paso adelante, es decir, reconocer esas transformaciones en toda su complejidad, significa echar abajo sus propias interpretaciones. Múltiples son los indicios de lo que le ocurre al náhuatl después de la conquista que Duverger como “especialista que ha leído todas las fuentes y que es un experto en lingüística histórica” no debería pasar por alto: por ejemplo, el que el diccionario de Molina (y en general los diccionarios español-nahuatl) está compuesto esencialmente de neologismos, es decir de palabras creadas en el siglo XVI después de la conquista y que no pertenecían al náhuatl que se hablaba cotidianamente. También las diferencias entre el náhuatl clásico (usado en las crónicas por ejemplo) y el náhuatl jurídico, apuntan en ese sentido y aún más, las diferencias entre el náhuatl escrito de mediados del siglo XVI y el de principios del siglo XVII muestran cambios muy acelerados en la construcción del nahuatl. Indicios todos ellos que van en la dirección que ha señalado con insistencia Guy Rozat: a todo momento fundacional corresponde una reorganización y recreación de la lengua. Así que los interesados en la historia tendríamos que asumir el impacto historiográfico que tiene el hecho de que los sustantivos fundacionales de “la historia” o del “mito azteca” del origen no encuentren una traducción “etimológica” ni siquiera en los diccionarios: Aztlán o México no tienen un significado etimológico en las “fuentes” (cronistas indígenas, códices, cronistas evangelizadores) del siglo XVI porque lo que está ocurriendo en ellas es la construcción en marcha de un “nuevo” discurso sobre el pasado “indígena”, un pasado cristiano, una construcción discursiva que va acompañada de la reinvención del náhuatl. Pero Duverger da muchos pasos atrás, al dar su propia 152


interpretación y etimología de los términos náhuatl de las narraciones indígenas opera según la lógica de que si no hay una traducción “real” del náhuatl al español en el siglo XVI entonces es posible que él, como hacen la mayoría de autores, cree su propia versión “traductora” acomodada a las “exigencias” de sus interpretaciones y no a la inversa.

2. Segunda incongruencia: Los aztecas vienen del norte y eran nómadas en el origen. El historiador y antropólogo Federico Navarrete, escribió un artículo que lleva por título Las fuentes indígenas más allá de la dicotomía entre Historia y Mito18 en la que se propuso encontrar solución a una doble problemática; por un lado, superar el estancamiento en el debate sobre el carácter de las narraciones de origen nahuas (entre Historia y Mito) y por otro, resarcir el impacto que el debate ha tenido sobre la confiabilidad de las fuentes indígenas poscortesianas. Así que se ve obligado a criticar la posición Duverger-Florescano sobre el carácter mítico-ideológico de las narraciones de origen. Navarrete nos señala que Duverger retomó en esencia la posición del iconográfo Alemán, Eduard Seler,19 del cual apenas hace una mención y que afirma que las llamadas tradiciones no son otra cosa que mitología, que las historias de Aztlán son “una proyección del lugar de residencia histórico (es decir México Tenochtitlán) que por “necesidades de prestigio” los aztecas lo transforman “... en una región lejana y a un pasado nebuloso”. Así que Duverger pretende demostrar, siguiendo a Seler, que Aztlán y Tenochtitlán son la misma entidad y pone como ejemplo el que nombres geográficos, animales y flora en los relatos de origen son los mismos para describir Aztlán y Tenochtitlan20 y por tanto que el mito de origen, más que hablar del origen histórico, sirve para legitimar el dominio azteca sobre el valle de México: los aztecas 18 Navarrete, Federico, op. cit. 19 Seler, Eduard, "¿Dónde se encontraba Aztlan, la patria [original] de los aztecas?" En Mesoamérica y el Centro de México. Jesús Monjarás Ruiz, Emma Pérez-Rocha y Rosa Brambila, recops., México: Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, 1985, pp. 309-330. 20 Duverger, Christian, op. cit., pp. 123-126

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reclamaron con ese mito dos “tradiciones” culturales, la nómada (como invasores que se imponen) y la sedentaria (Culhuacán, Tula, etcétera) como grupo civilizado.21 A su vez para demostrar la convivencia de esas dos “tradiciones” en los mitos de origen Duverger afirma que la memoria indígena fue reorganizada a partir de la destrucción de los códices con Moctezuma I y Tlacaellel. Efectivamente, la quema de los códices resulta fundamental para la interpretación Duvergeriana, sin ella todo el enfoque “ideológico” cae por su peso, citando a Sahagún nos dice: “Todo hace pensar que las versiones muy sofisticadas de la historia azteca que han llegado hasta nuestros días fueron elaboradas en los primeros años del reino de Motecuhzoma I, bajo el impulso o la autoridad directa de Tlacaélel… Todo lo que había sucedió anteriormente, el pasado próximo y el pasado lejano, podía en adelante volver a organizarse por completo, con el fin de afirmar los valores fundamentales que los mexicas deseaban imponer a mediados del siglo XV.”22

Duverger opera de la misma manera que frente a los problemas de traducción, a conveniencia. Utiliza dos procedimientos contradictorios para exponer sus tesis, las narraciones de origen en un momento son mitos o “construcción mentales” para luego sacar de ellas hechos históricos, como el que los aztecas vienen del norte (y son chichimecas) o la quema de los códices (por Izcoatl o Moctezuma).23 Por lo que Federico Navarrete nos dice que frente a este proceder “historiográfico”: “De hecho, si se adopta la “hipótesis de la invención” es fácil llegar a dudar de todo: la elección entre lo que se acepta como verdad histórica y lo que se explica como un invento ideológico termina inevitablemente por ser arbitraria. El problema del origen chichimeca de los mexicas es un ejemplo de las aporías a las que pueden llevar estas búsquedas. ¿Por qué Duverger y Florescano rechazan la existencia histórica de Aztlan y en cambio sí aceptan la realidad del origen chichimeca reciente de los mexicas?... Este ejemplo nos muestra que las “hipótesis de invención” resultan tan dudosas como los “mitos” que pretenden sustituir. Nadie puede negar que las tradiciones aparentemente más antiguas puedan ser inventadas, y que su falsa antigüedad será justamente lo que les dé valor (…). Pero una 21 Navarrete, Fedrico, op. cit., p. 248 22 Duverger, Christian, op. cit., p 395 23 Navarrete, Federico, op. cit., p. 246.

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invención tiene que ser comprobada, como cualquier hecho histórico, para evitar caer en el terreno del just-so.”24

Sin duda, como señala Federico Navarrete, Florescano-Duverger proceden arbitrariamente y a conveniencia con las narraciones de origen para encajarlas en su interpretación “ideológica” de los mitos. Duverger no puede ofrecernos fuentes alternativas, fuera del canon, en las que los hechos históricos del pasado de los aztecas sean registrados sin el manto mitológico, sino que regresa a las mismas fuentes que ha considerado como mitos. Semejante incongruencia con respecto al uso de las “fuentes” no sólo es privativo de Duverger, sólo que en él la incongruencia se muestra prístina. Y eso nos lleva precisamente a considerar la tercera incongruencia en Duverger.

3. Incongruencia mayor o la concepción colonizada de la historia Las propuestas de Eduard Seler y Daniel Brinton a finales del siglo XIX introducen un elemento problemático en el proceso de “naturalización” de las crónicas indígenas como fuente: al considerar que las narraciones indígenas (nahuas, mayas, etcétera) más que relatos sobre el pasado prehispánico son representaciones míticas, pusieron en cuestión su naturaleza histórica y función como memoria; en particular Brinton25 resalta las similitudes entre el mito indígena y los mitos de culturas del mediterráneas: “No me arriesgo mucho cuando afirmo que resultaría fácil encontrar paralelos entre cada evento en los mitos heroicos americanos, cada aspecto del carácter de los personajes que representan, y otros tomados de las leyendas arias y egipcias ya bien conocidas por los estudiosos, y que ahora se sabe que no contienen la menor sustancia histórica [ ... ]26

De tal forma que: “Esta interpretación, de ser correcta, conduciría a la eliminación de la historia de toda la narración de las Siete Ciudades o Cavernas y de la supuesta migración desde ellas. De hecho, los repetidos esfuerzos de los cronistas para asignar una localización a estas fabulosas residencias no han 24 Ibídem, p. 248. 25 Brinton, Daniel G., American Hero-Myths. A Study in the Native Religions of the Western Continent, Nueva York., 1982, pp. 92-94. 26 Brinton, Daniel G., op. cit., p. 35.

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producido más resultado que el más admirable desorden y confusión. Es tan inútil buscar estos rumbos, como lo sería buscar el Jardín del Edén o la isla de Avalón. Ninguno tiene, ni ha tenido jamás, un lugar en la esfera sublunar, antes bien, pertenecen a ese mundo etéreo que la fantasía crea y que la imaginación dibuja.27

Brinton, como luego Seler, llegó a esas conclusiones al aplicar un método comparativo para estudiar los mitos “americanos” por lo cual puede afirmar que esas narraciones eran “puras creaciones de la imaginación religiosa aplicada a los procesos de la naturaleza en su relación con las esperanzas y miedos de los hombres”; 28 a estas conclusiones Seler agregó que: “los mexicas eran un pueblo “sin historia” y por lo tanto sus tradiciones no conservaban vestigios o testimonios de un pasado, sino que consistían en proyecciones o invenciones realizadas desde el presente.”29

Frente a estas interpretaciones extranjeras los “antropólogos” mexicanos reaccionaron para tratar de defender la idea de que los relatos de las crónicas eran esencialmente textos históricos como lo refiere Carrasco: “Los que nos formamos en la Escuela Nacional de Antropología vivimos una de esas revisiones que tanto abundan en la investigación histórica. Wigberto Jiménez Moreno con su estudio de fuentes y Jorge Acosta con sus exploraciones, sentaron en base firme la realidad histórica de Tula. Comenzaron entonces los estudios de Jiménez Moreno y Paul Kirchhoff que tratan como historia humana las conquistas de Mixcoatl, padre del futuro señor de Tollan, Quetzalcoatl, que definen la extensión del imperio tolteca, que discuten la relación entre Quetzalcoatl y Huemac en tiempos de su desintegración, que localizan Aztlan y establecen las diferentes rutas migratorias de los distintos grupos pobladores”30

Aunque Carrasco lo ve como revisión, en realidad lo que nos refiere es un proceso de restauración (a mediados del siglo XX) de una interpretación que puede rastrearse desde las crónicas evangelizadoras del siglo XVI hasta los positivistas como Chavero e Izcalbalceta. Como podrá observarse Duverger no hace sino retomar parcialmente la interpretación mitológica de Seler y Brinton, en aquello que le permite navegar en el mundo académico mexicanista o americanista 27Ibídem. 28 Ibídem, p. 32 29 Navarrete, Federico, op. cit., p. 233 30 Carrasco, Pedro, op. cit., p. 678

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como “innovador” pero sin salirse del canon historiográfico. Como vimos, Brinton asimila los mitos fundacionales de las crónicas con los mitos fundacionales cristiano medievales. Sin embargo, Duverger renuncia a seguir este camino para afirmar que los mitos de origen, son mitos prehispánicos, que adquieren singularidad en las modificaciones de la “memoria” indígena en el siglo XV que, por supuesto, él reconstruirá por primera vez para beneplácito de todos; pero para seguir en esta dirección le era necesario distanciarse de las posiciones Brinton y Seller y por consiguiente se ve obligado a tocar el punto neurálgico de todo este debate entre mito e historia (Florescano, Carrasco, Navarrete) y responder a la pregunta de en ¿qué medida las fuentes poscortesianas expresan la “mentalidad indígena”?. Así que no es de extrañar que el libro El origen … inicie con la exposición de la “crítica de fuentes” según Duverger, no sólo por el “tono académico” del libro (y con ello convencer a su público universitario) sino porque todo su argumento depende de “demostrar” que las fuentes poscortesianas muestran “las estructuras de pensamiento indígena” y son capaces de registrar hechos tan cruciales como la “destrucción” y reinvención de la memoria realizada por los monarcas aztecas. Así que vuelve a la imprescindible pregunta de si la conquista española afectó a la producción de textos indígenas y la transmisión de la memoria. Según Duverger, la conquista casi no afecta a la transmisión de la memoria indígena y sólo lo hace colateralmente: altera el discurso oficial azteca para permitir la emergencia de las diferentes versiones nahuas de los orígenes y para la creación de diversos significados de los conceptos fundacionales, pues la conquista abre las puertas a las tradiciones locales antes sometidas al “conquistador” azteca. Por consiguiente la labor de los frailes (“etnólogos e historiadores”) dedicados a recoger las tradiciones indígenas es del todo positiva ya que: “las crónicas escritas por los religiosos españoles y principalmente por los franciscanos fueron precedidas sistemáticamente de una investigación que bien podemos calificar de etnológica… El procedimiento no es solamente meticuloso sino sorprendentemente moderno. Los escrúpulos –verdaderamente científicos de Sahagún lo llevan a confrontar estos primeros testimonios con los otros informantes”31 31 Duverger, Christian, op. cit., p. 37

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Aquí Duverger se alinea, el supuesto “cariz” innovador de su obra se desvanece para reintegrarse al canon, el debate se termina aquí porque todos los involucrados directa o indirectamente en él, están de acuerdo en afirmar que los evangelizadores españoles y sus pupilos indígenas han procedido a registrar la mentalidad indígena con fidelidad. Posiciones en apariencia tan diversas y contrastantes como las que pudieran representar Jiménez Moreno, Kirchhoff, Carrasco, Florescano, Navarrete, es decir, desde la antropología cultural (difusionista o marxista), del historicismo nacionalista o de la perspectiva poscolonialista y subalternista, están de acuerdo con la “naturaleza” indígena de las fuentes poscortesianas. Para que no haya duda, de cuál es su posición, Duverger abunda más al respecto. “Por último, por paradójico que parezca, la intervención de los cronistas españoles en el siglo XVI pudo contribuir a fijar la historia azteca en su especificidad precolombina. En vez de alterar su naturaleza, la escritura de la tradición mexica tuvo el efecto global de “congelarla” en su forma pre-hispánica.”32

Así que el análisis ideológico tan rimbombantemente prometido sólo se les aplica a los maquiavélicos monarcas aztecas, monarcas inventados en las crónicas del XVI, pero no a los “frailesetnólogos”, no importa en absoluto la labor evangelizadora de los frailes que buscaba transformar toda la mentalidad y práctica social indígena, ni que hayan participado activamente en la “conquista” y la “colonización” destruyendo códices, monumentos, ciudades, personas. Los frailes, para Duverger, recogen neutralmente esas tradiciones y dan cuenta de todas las versiones: “Dos son las razones principales de este fenómeno. El relato mexicano de los orígenes, hay que reconocerlo, está muy bien construido. Aunque mayormente ficticio, presenta una innegable coherencia y una aparente verosimilitud y sigue cierta lógica. Los investigadores franciscanos respetaron a la letra lo que pensaron era una narración histórica. En realidad, era imposible que comprendieran la verdadera naturaleza de la historia que se les entregaba. Nunca se dieron cuenta de la dimensión ideológica del fondo. El mensaje ideológico original, que nunca aparece como tal, fue transmitido fielmente, ya que, en el que en el contexto náhuatl, es 32 Ibídem, p. 397.

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consustancial a los símbolos que lo comunican”33

Así, los frailes pasaron, de un párrafo a otro en el libro de Duverger, de ser científicos modernos a ignorantes medievales, pero no importa los argumentos contradictorios, lo importante es que el lector crea que el material con el que trabaja Duverger y (los estudiosos) son fuentes para conocer el mundo prehispánico. La conquista, acto destructivo civilizatorio por excelencia, se convierte para Duverger en una mediación benévola que sirvió para la transmisión de la tradición indígena. Además, mientras que el discurso indígena está marcado hasta la médula por la ideología, la escritura evangelizadora está libre de esa contaminación, el español trasmite la esencia de una cultura extraña mientras que el náhuatl y su representación iconográfica están destinadas a manipular la realidad. Vaya con Duverger: “Cierta forma de incomprensión (de los religiosos españoles) ayudó, pues, indirectamente, a que la transmisión de la historia indígena se realizara respetando su trama original.” 34

Duverger se suma así a la larga tradición “historiográfica” que hace de los religiosos (y por consecuencia de los indios cristianizados), de sus escritos, los portadores de la esencia “precolombina” así que para conocer ese pasado hay que consultar en primerísimo lugar las crónicas de la conquista (evangelizadora, militares, indias) y de ahí ordenar el saber y las interpretaciones provenientes de la arqueología, antropología, etcétera. Frente a la neutralidad franciscana, para Duverger, los aztecas no hacen sino ofrecernos una visión manipulada, es decir, mitos que requieren una lectura de segundo orden, contrariamente a la lectura literal que se propone hacer en las crónicas religiosas, pues resulta que los aztecas: Olvidan el significado de su origen, porque: Los aztecas destruyen su memoria, producen olvido, y recrean una nueva memoria para el uso ideológico que legitima la fundación de su imperio.

Si Duverger procediera con un poco de lógica, siguiendo sus propios argumentos, cosa que no hace, habría llegado a la conclusión que si los aztecas han olvidado sus significados de los mitos, entonces lo 33 Ibídem, p. 397. 34 Ibídem, p. 398.

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que los franciscanos (y sus pupilos indígenas) registran es el olvido prehispánico, y por consiguiente se habría encontrado (sin quererlo) con una piedra de algún valor. Duverger

Los frailes son científicos modernos, ( e t n o l ó g o s historiadores) que registran fielmente la tradición.

Ignorantes que en su incomprensión respetan la concepción indígena.

Cronistas militares e imperiales estaban interesados en la versión indígena que legitima la centralización del poder (azteca) y español.

Angel Ma. Garibay

Sabios interesados en el puro saber.

Religiosos indianizados que sienten empatía con las tradiciones indígenas y las rescatan.

Humanistas que defienden a los indios contra los conquistadores que los niegan.

Miguel León Portilla

Etnólogos que registran con método y fidelidad las costumbres y la memoria indígena.

Religiosos indianizados que sienten empatía con las tradiciones indígenas y las rescatan.

Humanistas que defienden a los indios contra los conquistadores que los niegan.

Baudot/ Todorov

Evangelizadores metódicos que quieren fundar en la civilización indígena el reino milenario cristiano.

Simpatía racional fundada en la empatía con los universos indios destruidos, con su humanidad.

Conclusiones Tenemos por consiguiente que la interpretación ideológica de las narraciones de origen de los aztecas (de los prehispánicos) realizada por Duverger se “fundamenta” en el tratamiento acrítico de las crónicas y fuentes de la conquista y la colonia (lo que es lo mismo decir que carece de fundamento). En ese procedimiento Duverger sustituye el análisis crítico de las “fuentes” por una acto de “fe” en las supuestas intenciones “humanistas y científicas” de los religiosos o simplemente hace ficción en torno a las consecuencias de la “incomprensión cultural” de los conquistadores. Duverger, como tantos otros, utiliza las fuentes del periodo sin considerar su historicidad, el lugar de producción y el horizonte cultural al que pertenecen, para manipularlas “libremente” y montar “interpretaciones” a gusto. Este procedimiento es muy evidente cuando valora el impacto de la conquista en las narraciones indígenas; para él, la “epopeya” conquistadora (militar y evangelizadora) no alteró el espíritu o la naturaleza de los indígenas, por consiguiente las crónicas 160


religiosas y los códices y crónicas indias poscortesianas reflejarían la cultura y las creencias prehispánicas en lo esencial, en suma, contendrían la “verdad indígena”. Más aún, Duverger se atreve afirmar que la conquista permitió el “florecimiento” de las “diversas tradiciones indígenas” sometidas por los aztecas, tradiciones que quedaron registradas en las crónicas religiosas (particularmente las franciscanas). Según Duverger los conquistadores y evangelizadores son los que salvan a los indios de la ignorancia, del despotismo en el que vivían, para él, son ellos quienes los sacan de su miseria, del olvido de sí y de su soledad. Dicho argumento no es privativo de Duverger, es en realidad el argumento clave del historicismo nacionalista: las crónicas evangelizadoras son para esa historiografía, la piedra de roseta, la clave para entender el saber prehispánico. Así que paradójicamente, resulta que es el discurso cristiano contenido en las crónicas el que “revela” la mentalidad, la religión, las costumbres, la vida y la historia indígena no-cristiana. Los conquistadores aparecen en esa historiografía desvelando el “secreto” de los conquistados. Una paradoja insalvable del discurso de dominación. Duverger sin duda se mantiene dentro del marco de esa interpretación colonizadora de la historia prehispánica pero su versión es tan débil (porque su trabajo está lleno de especulaciones y explicaciones a modo) que las incongruencias de su discurso aparecen sólo como incongruencias personales y no como lo que son: incongruencias insostenibles del discurso historiográfico de la conquista. Frente a estas especulaciones que se nos ofertan como historia, nosotros podemos proceder históricamente para repensar el proceso de destrucción civilizatoria que produjo la conquista y la colonización cultural que le fue consustancial. Para realizar esa labor es importante antes que nada desenredar el tejido discursivo (como el de Duverger) y dar cuenta de las historiografías que han oscurecido los fragmentos sobrevivientes del pasado prehispánico; una actividad analítica que nos permita desentrañar los mecanismos historiográficos que median entre nosotros y ese proceso histórico fundante. Y desde luego, tenemos que volver de nueva cuenta a “releer” 161


y repensar las llamadas “fuentes”, todo el material cronístico que se produjo después de la “conquista” ubicándolo en su lugar de producción histórico-cultural. Sin olvidar, en esa actividad, que las crónicas participan del proyecto colonizador cristiano occidental de los conquistadores españoles, que el proyecto conquistador buscaba transformar radicalmente la cultura y las creencias indígenas para incorporarlos a la cristiandad dentro del marco de la historia de la salvación; y teniendo en cuenta siempre que la conquista pretendía la transformación total del mundo indígena, no sólo en su la vida económica o social sino también en su horizonte cultural, en la memoria y en la identidad indígena. Sin la práctica y la perspectiva crítica de la historia, las especulaciones y fabulaciones del tipo Duverger (como la “recientísima” teoría del núcleo duro mesoamericano) seguirán en crecimiento, inundando librerías, llenando de prejuicios y mitos la cabeza de los estudiantes, empujando a los académicos a la construcción de paradojas sin salidas, cercando y bloqueando la construcción de una historiografía descolonizadora y crítica. Obstaculizando así el despliegue de una identidad colectiva de los mexicanos fundada en la solidaridad, tolerancia e inclusión de lo diferente, que contribuya a superar el ambiente cultural discriminatorio, la violencia social y la política de carácter autoritario que predomina en nuestro país.

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EL COLOQUIO DE LOS DOCE SEGÚN CHRISTIAN DUVERGER Miguel Ángel Segundo Guzmán1

Una fuerte polémica por fin está ocurriendo en los espacios académicos por las formas de acercarse a la realidad histórica. Repensar la obra del escritor francés Christian Duverger se debe hacer en los ecos de esa disputa. Pareciera ser que los polos del debate se reducen a una posición realista frente al pasado versus una posición nominalista. La primera tradición entiende al pasado como una realidad que puede ser restaurada tal cual; la segunda, entiende a la Historia como una serie de discursos sobre el pasado. Los realistas asumen la herencia del siglo xix en cuanto al conocimiento histórico, es decir, el ideal del añejo historiador positivista: En aquellos –escribe Lardreau— lo “real” son los acontecimientos, los “hechos”, la cronología estricta, el ideal de una objetividad pura que pretende que llevado al extremo, estos “hechos”, mostrados por sí mismos, despojados de toda interpretación se ordenen de acuerdo con la cronología, en el interior de un numero de rúbricas que no forman un conjunto.2

Una literalidad total frente al pasado por el peso de la frase “está escrito, es lo que hay”. La reconstrucción es posible en la medida del cúmulo de datos y las fuentes dejadas por el evento. En la concepción realista se impone un cerrojo a la historia con la fe en la linealidad del tiempo, que nos brinda mayor comprensión de los eventos del pasado. En ese modelo se asume la noción de que las cosas, en tanto objetos, poseen contenidos ahistóricos sin la 1 Doctor en Antropología por la unam. Becario del Programa de Becas Posdoctorales en la unam, Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias, unam. Agradezco al programa de Becas Posdoctorales de la unam su apoyo para la escritura de este trabajo. 2 Véase George Duby y Guy Lardreau. Diálogo sobre la Historia, Madrid, Alianza Universidad, 1988, p. 15.

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mediatización del lenguaje: narrar es recrear, resucitar el pasado. En esa concepción la escritura transcribe el mundo siempre igual de bien… sólo hay que leer para recrear, imaginar para comprender: escribir para inventar… En el realismo se piensa la posibilidad de relatar sin reformular el tiempo, es decir, contar sin reinterpretar el pasado. Pensar que por el hecho de enunciarlo aparece ante nuestros ojos, tal como fue. El realismo en la Historia se nutre de estos supuestos y plantea la ficción de verdad y objetividad, nulificando cualquier interpretación. Son los fundamentalistas del texto. ¿Porque situar en este contexto realista la escritura de Christian Duverger? Su obra La conversión de los indios de la Nueva España3 se publica en la sección de historia del Fondo de Cultura Económica: lo presenta como doctor en letras y autor de diversos trabajos antropológicos. Por esa organización de su saber se debe analizarlo como historiador y no como novelista: por ende se puede criticar su saber bajo esos estándares… En su obra, el autor, tiene un pie anclado en el realismo como forma de aproximarse al acontecimiento, en sus métodos y límites para leer el pasado. Para él los textos históricos no son documentos a desentrañar, incógnitas que revelarán los modos de ser del conocimiento del pasado. No es un nominalista del texto. Para Duverger los textos son instantáneas: una operación escriturística de transcripción que dejó huellas para el futuro historiador, para él. El texto representa lo que pasó, informa sobre un trozo de realidad del pasado. Esa suerte es la que corre el famoso Coloquio de los Doce… entre sus manos. El escrito del siglo XVI narra desde el horizonte teológico y retórico el primer encuentro entre frailes franciscanos y los sacerdotes paganos. Pero Duverger no ve eso: le queda claro que es una instantánea, un momento fundacional en la historia de México… Aunque nos ha llegado de forma fragmentaria, el texto de Sahagún es un testimonio excepcional: gracias a él podemos seguir, casi “en directo”, el enfrentamiento de dos lógicas antagónicas: la pagana y la cristiana. Asistimos también a ese momento de la historia en que se juega el rechazo o la cristianización de México.4

Se desprenden de éste párrafo varios elementos. En la mente de Duverger la Conquista espiritual fue dialógica: dos civilizaciones 3 Christian Duverger. La conversión de los indios de la Nueva España. Con el texto de los Coloquios de los Doce de Bernardino de Sahagún, México, fce, 1996. 4 Ibíd., p. 9.

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se encontraron, casi de casualidad, y se pusieron a disertar sobre las cualidades y calidades de cada una de ellas. Una civilizada conquista de un reino imaginario y cortés. Es una realidad de papel. Nunca imposición, violencia, destrucción, etnocidio. El resultado en esos términos era predecible: (…) conversión específica; la religión de los indios del siglo xvi está muy fuerte mestizada y, por paradójico que eso pueda parecer, la conversión de los indios en masa alimentó un fenómeno de etnoresistencia; las costumbres antiguas, de hecho, se perpetuaron en el interior del culto católico. Este libro intenta hacer alguna luz sobre esta situación un tanto insólita.5

Una “situación insólita” pero que es posible “por un proceso de aculturación marcado por la reciprocidad”. La conquista es diálogo y elección de elementos culturales. En ese horizonte de dones y de amistad, Duverger cincela una sentencia en donde demuestra cómo entiende el siglo de la Conquista: El México del siglo xvi ve misioneros, fieles a su fe, indianizarse hasta el momento de convertirse en la memoria cultural de la civilización pagana, mientras que los indios se cristianizan ¡permaneciendo indios en su ser y en sus creencias! Hay ahí una situación desconocida que contradice el cliché de la cruz aliada a la espada y que reclama una investigación.6

¿Qué clase de Concepto de conquista se tiene entre un tan fecundo diálogo cultural? Los que destruyen se vuelven memoria de una civilización, los derrotados siguieron iguales pero cristianizados. Por estrafalario que parezca el argumento de Duverger, es también por desgracia el telón de fondo de muchas historiografías que analizan la llamada conquista espiritual. El texto se ha enquistado muy bien en ese mundo. Lo escandaloso del autor es que él lo hace manifiesto y muy claro. Para estos modelos la Conquista sólo significó un reacomodo, en el marco de la esencial y ahistórica continuidad indígena. ¿Cómo es posible esto? En una alquimia mental Duverger vuelve a los frailes etnólogos o historiadores “dedicados a conservar la memoria de la grandeza de las civilizaciones precolombinas”. Bajo su mirada “esos pioneros de la evangelización también fueron científicos inspirados y escritores fecundos”.7 Bajo ese horizonte la Conquista ya no tiene un lugar 5 Ibíd., p. 10. 6 Ibíd., p. 12. 7 Ibíd., p. 11.

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para comprenderse. Se ha vuelto nacimiento, transición, cambio y reacomodo. Ese paradigma trabaja en el proceso para sacar a los indígenas de la historia: siempre son iguales, sólo cambian sus ropajes históricos. Su unidad se encuentra en la metafísica de su cultura: ¿cómo llegar a ella? analizando las memorias que la han enmarcado y delimitado, aunque sean escritas por quien destruyó sus prácticas. Curiosamente casi siempre es un personaje exterior el que desglosa la indianidad: la tarea del historiador es leerlas desde el realismo historiográfico… por ello Duverger siempre esclarece los huecos de la historia, él le da sentido a los enigmas del tiempo, es un fiel dador de inteligibilidad del mundo del pasado… La lectura realista de la historia en Duverger está plasmada en su obra La conversión de los indios de la Nueva España. El autor historiza de manera tradicional la evangelización en México desde la óptica franciscana: sólo cuenta los hechos. Cuando se encuentra con problemas historiográficos de interpretación, el autor levanta la ceja. En su obra cuando abre la duda sobre el milenarismo franciscano, es tajante en cerrar el texto a su contexto inmediato de autoridad. Las tesis de Phelan8 o de Baudot9 son aplastadas por el peso de su sentido común: Me parece excesivo explicar sistemáticamente la política de conversión que llevarán a cabo los franciscanos durante todo el siglo xvi en México por la impregnación milenarista de los primeros misioneros. Sobre el terreno, las visiones utópicas se mezclaran ampliamente con un pragmatismo de buena fe.10

Para él donde hay pragmatismo no hay milenarismo11: pero la evangelización y la ciencia sí pueden existir bajo sus ojos. El pensamiento del autor adquiere un tono radical cuando se enfrenta a fuentes primarias. Son la verdad revelada, solamente se tienen que contar y enunciar para entenderlas… Pero su comprensión nunca esta desprejuiciada: el contexto generado por ellas misma 8 John Phelan. El reino milenario de los franciscanos en el Nuevo Mundo, México, UNAM, 1972. 9 Georges Baudot. Utopía e Historia en México, Madrid, Espasa-Calpe, 1983. 10 Duverger, La conversión de los… p. 27. 11 Miguel Ángel Segundo Guzmán, « El descubrimiento de América en la última hora del mundo: la hermenéutica franciscana », Nuevo Mundo Mundos Nuevos [En línea], Debates, Puesto en línea el 12 julio 2012, consultado el 30 noviembre 2013. URL : http://nuevomundo.revues.org/63661 ; DOI : 10.4000/nuevomundo.63661

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permite leerlas. Es un historiador fundamentalista moderado, su filtro es el sentido común, su fiel aliado que le permite discernir la verdad de los tiempos. Para Duverger la figura clave en la historia de la Conquista, como siempre, es Hernán Cortés. Solo él, por su gusto por la dramaturgia y su fina inteligencia, tendría la idea de organizar los Coloquios: “él imaginó ese encuentro ‘en la cumbre’ entre los antiguos jefes aztecas y los doce franciscanos enviados por el papa. Todo el ceremonial puesto en marcha lleva su marca: el aspecto solemne de la reunión, el protocolo jerárquico, el uso de la palabra como arma de persuasión…”12 Cortés es un planificador. La mente de Duverger que a su vez entiende transparentemente la mente Cortés comprende que en él ya está la idea de México, sólo le falta desarrollarla.13 Recién llegados los doce primeros franciscanos a Tenochtitlan, entre el 25 y el 30 de junio de 1524, se van a desarrollar los Coloquios según Duverger. ¿Pruebas? Ninguna. Es la mente de Duverger ubicando en su justa dimensión los acontecimientos del mundo. Es verosímil que estén ahí, porque el capítulo franciscano fue antes y se “tomaría toda una semana para la preparación de la reunión”. Aunque el texto escrito por Sahagún tenga la fecha de 1564, no importa, debió haber minutas o recuerdos del acontecimiento primordial. Duverger abre la duda historiográfica siempre para cerrarla con tuercas: ¿Sahagún podría haber inventado el texto?, nunca: (…) no se le ve tomando la iniciativa de restituir por medio de la imaginación los diálogos de una entrevista de la que no ha sido testigo. Cuando se conoce el rigor del hombre, su exigencia, su sed de precisión, no se puede más que eliminar semejante hipótesis. Lo más probable es que desde el principio existieran en los archivos franciscanos las minutas de las famosas conversaciones sostenidas con los aztecas en 1524…14

Sahagún es Sahagún, no podría defraudarnos en un acto creativo o en un ejercicio de su imaginación. Más aún cuando Duverger lo califica de antropólogo, es como él. Atentar contra su autoridad es atentar contra el panteón de la historiografía: según el converso historiador francés por fuerza se hicieron borradores o informes del 12 Duverger, La conversión… p. 32. 13 Parece que todas las obsesiones historiográficas de Duverger estaban claras en 1987 cuando publica el libro, las irá historizando en su obra posterior… 14 Duverger, La conversión… pp. 50-51. Las cursivas son mías.

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evento. Para darle otra vuelta a la tuerca su argumentación se va a la literatura y sus emociones en la recepción del texto: Se encuentra en la lectura (de los coloquios) un ritmo que es de lo oral. Por su estilo, el texto está más cerca de una taquigrafía que de una disertación. ¿Y cuantas veces no se siente el estremecimiento de una vacilación natural o la señal de una revuelta interior en alguno de los interlocutores?

En la mente de Duverger el evento es claro: mientras los mexicas discutían con los franciscanos, alguien estaba transcribiendo los argumentos… esos papeles le llegaron a Sahagún, que aunque no presenció el evento, cuarenta años después los volvió texto para su difusión en náhuatl… ¿Por qué actuaría así Sahagún? El historiador de lo fantástico también lo tiene claro: Es ahí donde interviene la “mexicanidad” de Sahagún: para él la lengua histórica de México es el nahuatl. El episodio de la conversión de los indios pertenece no a la historia española sino a la historia de México; y esta historia de México pertenece tanto a los habitantes de cepa española como a los indígenas mismos.15

Sahagún ya tenía en mente el primer mestizaje… o al menos Duverger así lo cree. ¿Acaso será así de fácil hacer la historia? Organizar los hechos de acuerdo al realismo del sentido común, desde la literalidad de la organización del pasado. No hay que ser tan malos con el literato francés, porque de forma oculta estas opiniones se encuentran en la base de los estudios mesoamericanos… salvo que él los pone de manifiesto y por lo tanto, impacta escuchar lo que permanece oculto en otros estudios y tradiciones intelectuales. Hacer historia sin criticar el documento es el principio para poder entender, no lo que pasó, sino el significado oculto del acontecer. Por ello el novelista convertido en antropólogo se vuelve poco a poco un historiador de lo imposible, de lo increíble. Para Duverger la Conquista fue una transición, la cristianización un cambio superficial y la escritura de Sahagún una fotografía antropológica… hermosas pero falsas postales historiográficas. Ese es el nivel de la crítica de fuentes en La conversión de los indios de la Nueva España. Existe una imposibilitada de pensar la constitución misma de los textos que remiten los hechos del mundo. Ese nivel de lectura está ausente en su obra. La realidad retórica de los textos se 15 Ibíd., p. 51.

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convierte en realidad histórica. Es un historiador de la literalidad y que en ese proceso se vuelve historiador de lo inexistente. No puede ser de otra forma, vive en el realismo del texto, la forma de imprimir su yugo es a través de las sentencias incuestionables de lo escrito. El simplemente transcribe y les da un orden que a sus ojos esclarece el tiempo. El horizonte del discurso es el mundo del pasado: en ese movimiento de lectura, inventa, crea el pasado ante la verosimilitud de su mirada: es casi un oráculo del tiempo. Lo que le parece lógico, el prejuicio y su mundo, se vuelven el parangón del texto. Le es imposible pensar en que los hechos del mundo se organizan bajo un modelo narrativo, menos aún retórico. Ello le llevaría a pensar la historicidad de su acto de lectura, la distancia con los escritos, y empezar a pensar sobre los regímenes de verdad de los textos… esas sofisticaciones están bien para la historia europea, en América y más para él, la escritura es transparente. La entiende perfectamente y por eso da lecciones del tiempo. La gran pregunta es ¿Existe otra forma de entender el coloquio? Hay que separarse de la literalidad de los contenidos para entender la función de los escritos. Las crónicas de América se diseñaron para ser la nueva memoria de la naciente sociedad india evangelizada. La función del texto es generar olvidos instaurando recuerdos: el trabajo de Sahagún sobre la tradición indígena es claro: construir una pedagogía sobre lo pagano, una hermenéutica sobre la condenada tradición indígena. Un proyecto muy alejado de la literalidad de la lectura de Duverger. ¿Qué vemos en el Coloquio entonces?16 El primer encuentro contra el infiel esta dialogado como en una opereta. Frente a frente dos religiones, paganismo versus cristianismo, disputándose imaginariamente el dominio sobre la otra. El texto remite a la escena primigenia, en donde los frailes irrumpen en un mundo extraño con la fe por delante. Están ante el idólatra y tienen que establecer un diálogo aplastante, utilizando las armas de la retórica para convencer. Recuérdenlo, el texto no es una trascripción del evento, no es una instantánea como cree Duverger. En 1564 la obra de la conversión ya está avanzada y desde la victoria en el Colegio de Tlatelolco, Sahagún recreará el hecho en 16 Para esto véase mi libro El crepúsculo de los dioses mexicas: Ensayo sobre el horizonte de la supresión del otro, eae, 2012.

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el Coloquio, basándose en las supuestas memorias del episodio, refigurando el tiempo y los acontecimientos. El encuentro tenía que ser demoledor ya que establecería la supremacía natural de la verdadera religión sobre el dominio de Satanás. Había que esclarecer cómo el cristianismo había ganado desde el principio. El pagano sólo es el cuerpo, el escenario donde se desarrollará el reino de Dios. Para la nueva memoria india evangelizada. En la lógica del texto las cartas ya se habían echado: los frailes tienen que expresar la abismal diferencia entre ellos y el Otro. Recuérdenlo es un texto. Por mediación de Cortés los frailes convocan a los principales de los naturales. Tienen que explicarles cómo y por qué no conocen al verdadero Dios, ni a su reino, la Iglesia. Duverger en este acto ve el principio de discusión teológica. En el Coloquio los dioses del otro, desde luego con minúscula, son enemigos y matadores, pestilencias que invocan al pecado: Al uno llamais Tezcatlipuca, a otro Quetçalcoatl, al otro, Vicilubuchtli, etc., y a cada uno llamais dador de la vida y del ser y conservador della; y si ellos son dioses dadores del ser y de la vida ¿por qué son engañadores y burladores? porqué os atormentan y fatigan con diversas aflicciones? Esto por experiencia lo sabeis, que cuando estais afligidos y angustiados con impaciencia los llamais de putos y vellacos, engañadores, viejas arrugadas.17

En las retóricas del texto los misioneros predicaban el verdadero Dios, el salvador del mundo, el eterno. Él había creado todo, el cielo, la tierra y el infierno, “él nos hizo a todos los hombres del mundo y también hizo a los demonios, a los quales vosotros teneis por dioses y los llamas dioses”.18 Los naturales se engañan con sus creencias, adoran un efecto, desconociendo la verdadera fuente creadora. Quienes más viven en el engaño son los sacerdotes locales, sátrapas que llegan derrotados —en el escrito— al primer encuentro: “Si muriéremos, muramos: si pereciéremos, perezcamos; que de verdad los dioses también murieron”. Están perdidos frente al peso de los sacros argumentos y parece ser que también Duverger lo está, consume el texto desde la literalidad. En ese mundo del texto los sátrapas siguen las costumbres ancestrales, lo que les llegó de la tradición, su error se basa en la ignorancia: al no conocer están 17 Ibíd., p. 67. 18 Ibid., p. 68.

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atrapados en el eterno retorno de lo mismo. Después de escuchar a los sacerdotes, se dan cuenta que viven en las tinieblas, tienen que ser iluminados. Ellos mismos lo exigen: “mucho holgaremos de que nos digais quienes son estos que adoramos, reverenciamos y servimos, porque de saberlo recibiremos gran contentamiento”. Es necesario interpretar la falla, dónde se encuentra el error, traducir en verdad qué quieren decir los dioses locales. Explicarlos dentro de la historia de lo mismo: la tradición judeocristiana. La exégesis de los franciscanos sobre los dioses paganos se remonta al principio, a la Creación. Sigamos sus argumentos: cuando Dios creó su casa real, su morada, el cielo empíreo, también creó una muchedumbre de caballeros, los ángeles. De entre ellos destacó uno, Lucifer por su hermosura y sabiduría. Soberbio por su distinción, quiso igualarse a Dios; al ángel Miguel, no le pareció y se levantó en armas contra él. Se crearon dos parcialidades y vino la batalla en el Cielo. A los vencidos se les expulsó del Cielo, “fueron encarcelados en la región del ayre tenebroso, fueron hechos diablos horribles y espantables. Estos son los que llamais tzitzitzimi, culelei, tzuntemuc, piyoche, tzumpachpul,”.19 Dicha estirpe es quién se hace pasar por dioses, pero en verdad son ángeles infernales. Desde el odio de la exclusión Lucifer tramó un plan: (…) hagamos quanto mal pudiéramos a todas su criaturas, especialmente a los hombres, a los que él más ama, porque por esto los hizo para darles las riquezas y dignidades que a nosotros nos quitó; conviene que los desatinemos en tal manera que no conozcan a su hacedor. B. Vosotros que sois de más alto entendimiento, con toda diligencia y aviso tentarlos eys para que ydolatren, que adoren por dios al sol y a la luna ya a las estrellas y a las estatuas hechas de piedra y de madero, a las aves y serpientes y a otras criaturas, y también los provocareis para que nos adoren y tengan por dioses a nosotros, para que de esta manera ofendan especialmente a su criador, para que provocando a yra contra ellos los avorrezca y deseche como a nosotros; aparecer los eys con palabras humanas en los montes y en las honduras de los ríos, en los campos y en las cuevas para que mejor los descamineis y desatineis.20

La rebelión es el origen del mal, pero también del engaño humano: los 19 Ibid., p.78. 20 Ibid., p. 79.

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demonios tienen bajo su poder a todo aquel que adore otras deidades. Desde los hijos de Caín, los demonios han realizado el trabajo de engañar, para que pecando los humanos se alejen de su Creador. La idolatría tiene su origen dentro de la cosmovisión judeocristiana. Los males del mundo se explican por la acción diabólica. En el coloquio los dioses mexicas son demonios, adorarlos aún por ignorancia es una enfermedad que se puede curar a través de la prédica del Evangelio. La sociedad indígena vive engañada por el viejo enemigo de Dios, su religión es demoníaca. ¿Que opina Duverger de esto? El hermeneuta del tiempo entiende muy bien lo que significa este discurso: Al explicar a los indios que han sido engañados por las maniobras del diablo, los religiosos no profieren una condena, sino por el contrario, administran una absolución. Los aztecas han sido engañados, por lo tanto son inocentes.21

El primer modelo interpretativo para la religión mexica y en general pagana se ha enunciado con claridad en el coloquio. En los textos de los religiosos los dioses locales persistirán como superstición de un mundo que vive bajo el yugo de Satán. Su antigua connotación queda relegada, excluida en aras de ubicarlos en el horizonte teológico moral cristiano. El principio organizador de su inteligibilidad se encuentra en la rebelión y posterior demonologización de su ser. En una verdadera hermenéutica, al traducirlos al logos occidental se incorporan desde la inversión: son totalmente contrarios a la luz expresada en el Evangelio, pertenecen al abismo, a la miseria del mundo. Insisten en engañar a los hombres con sus supercherías que se deben erradicar. El método alegórico que se utiliza en el Renacimiento para salvar a los dioses paganos de la aplanadora cristina, con la religión mexica, adquiere un nuevo matiz: en los tratados mitológicos europeos los dioses persisten queriendo decir otra cosa distinta a su discurso original ya ininteligible: expresan verdades morales, universales humanos o revelaciones naturales no comprendidas. La alegoría como método proporcionó a los religiosos un arma que no permitía el paso de lo ruidosamente idólatra; en vez de elevarlos hacia formas estéticas, los dioses cayeron en un precipicio que no 21 Ibíd., p. 98.

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era el suyo: la alegorésis los condenó. Los mimetizó en la vieja historia de la idolatría. Con ellos no hubo ponderación misteriosa de nada, no flotaron bajo querubines demostrando, con su expurgación, la exaltación de la verdadera religión. Encadenados con la estirpe del mal, los dioses mexicas transitarían poco a poco hacia el olvido, una vez que la mascarada diabólica fuera exterminada por los frailes. Al ser parte de la naturaleza caída y culpable, los dioses atrapados en el mundo de las significaciones ajenas se encaminaban a extinguirse. Su destino en el cristianismo era ser lo que nunca fueron: demonios en una cosmología de la Caída. Con ellos se aplicó una alegoría a la inversa, no los salvó sino que los nulificó al enunciarlos dentro de los enemigos de Dios. Evidentemente Duverger está muy alejado de este modelo de explicación, recordémoslo él vive en el realismo de la república de las letras: ¿Qué significado profundo tiene el coloquio? ¿Qué se puede ver entre sus líneas? Sólo realismo en estado puro: Los teólogos franciscanos pudieron explotar la ventaja explicando a sus interlocutores indígenas que la derrota de sus dioses provenía de su inferioridad ontológica. Los caciques se pusieron furiosos contra sus sacerdotes, y los sacerdotes furiosos contra sus dioses. La ruta de la conversión estaba abierta.22

La concepción fundamentalista de la relación al texto del escritor Christian Duverger difícilmente es compatible con la práctica historiográfica. Sin embargo, gracias a él, el autor, sale del realismo histórico para convertirse en un historiador de lo inexistente...

22 Ibíd., p. 101.

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ACERCA DE LOS AUTORES

Bernard Grunberg Historiador francés. Sus investigaciones están centradas en la conquista del Imperio Azteca, los inicios de la colonización y la inquisición apostólica mexicana. Profesor de historia moderna en la Universidad de Reims. En el 2004 fundó el Seminario de Historia de la América Colonial y dirige los Cahiers d’Histoire de l’Amérique Coloniale. Ha publicado: L’univers des conquistadores: Les hommes et leur conquête, dans le Mexique du XVIè siècle, 1993, Histoire de la conquête du Mexique, 1995, L’Inquisition apostolique au Mexique: Histoire d’une institution et de son impact dans une société coloniale (1521-1571), 1999, Dictionnaire des conquistadores de Mexico, 2002. Ha dirigido una gran cantidad de obras colectivas, y publicado más de una centena de artículos y ensayos diversos. Enrique Atilano Gutiérrez Licenciado en Historia por la ENAH (2013), ha participado en varios congresos académicos, profesor adjunto en la ENAH (Historiografía Grecolatina y Medieval) y asistente de investigación y becario por distintas instituciones (DEH, CIESAS, ENAH), pertenece al Seminario de Historiografía “Repensar al conquista”. Guillermo Serés Catedrático de Literatura Española de la Universidad Autónoma Catedrático de Literatura Española de la Universidad Autónoma de Barcelona. Sus principales campos de interés son la cuentística medieval, el siglo XV, la historia de la traducción en la Edad Media, la Celestina, las crónicas de Indias y la épica indiana y otros. Autor de un centenar y medio de artículos y libros. Editor de Juan Huarte de San Juan, Examen de ingenios, Fray Luis de León, Poesía completa, Pedro 174


Calderón de la Barca, Don Juan Manuel, Fernando de Rojas, Miguel de Cervantes, Lope de Vega, y de la Crónica de Bernal Díaz del Castillo, entre otras ediciones críticas. Guy Rozat Dupeyron Doctor Paris X, 1975. De 1976-1987 Profesor-Investigador en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Creador de la Licenciatura de Historia en esta escuela, 1982. Desde 1988 adscrito al centro INAHVeracruz. Director de Graphen, Revista de Historiografía, Xalapa, Ver. Premio Clavijero, 1992, Premio CMCH, 1996. 80 artículos y capítulos de libros publicados, 3 libros: Indios imaginarios e indios reales en las crónicas de la Conquista, Tava, ed., México, 1992. Reedición INAHBUAP-UV, 2002. América, imperio del demonio. Cuentos y recuentos, UIA, México, 1995. Los orígenes de la Nación, pasado indígena e historia nacional, UIA, México, 2000. Marialba Pastor Profesora titular de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y miembro del SIN/CONACYT. Algunos libros y artículos relacionados: Crisis y recomposición social (1999); Cuerpos sociales, cuerpos sacrificiales (2004); Del “estereotipo del pagano” al “estereotipo del indio” (2011); Los pecados de la carne en las polémicas sobre el Nuevo Mundo (2013). Miguel Ángel Adame Cerón Doctor en Antropología ENAH. Profesor-Investigador TC. 1989 Éxtasis, misticismos y psicodelias en la posmodernidad, Taller Abierto, 1998. La Conquista de México en la mundialización epidémica, Taller Abierto, 2000. Breve historia de las políticas indigenistas en México, Edición del autor, 2000. Política y poder en la posrevolución mexicana, Ítaca, 2001. Coordinador de varias obras: Antropología sociocultural y nuevas tecnologías en la globalización. ENAH-INAH-CNCA, Marxismo, antropología e historia (y filosofía), Navarra, 2011, Antropología de los encuentros y de los impactos turísticos en las comunidades, Navarra, 2011, Alimentación en México, ensayos de antropología e historia, Navarra, 2012. Rituales y chamanismos, Navarra, 2013. 175


Miguel Ángel Segundo Guzmán Doctor en Antropología UNAM 2011. Posdoctorado en el CRIMM UNAM 2013. Profesor en la ENAH, la Universidad del Claustro de Sor Juana y el Centro Cultural Helénico, MÉXICO D.F. 2 libros: El crepúsculo de los dioses. Ensayo sobre el horizonte de la supresión del Otro, Editorial Académica Española, 2012; e Infiernos Imaginarios. Una reflexión sobre el Mictlán, Editorial Académica Española, 2012. Cuenta con múltiples artículos en revistas nacionales y en el extranjero. José Pantoja Reyes Doctor en Antropología, ENAH, 2015. Profesor investigador en la Licenciatura en Historia de la ENAH. Publicaciones: La guerra indígena del Nayar, una perspectiva regional (Telar). Coordinador de los libros: Homenaje a Eric Hosbawm; Diálogos con John Hart; La Revolución Mexicana y las revoluciones modernas (ENAH); La insurgencia indígena y popular en la Independencia México-Bolivia. 1810-1821 (Navarra). Autor de libros de texto de Historia para Educación primaria y secundaria. Coordinador de la actualización de la Enciclopedia de México, 1993; articulista de la Enciclopedia Gale. Miembro del consejo editorial de la revista Navegando. Miembro del Seminario de Historiográfica “Repensar la conquista”, y fundador del Seminario Semántica de la Conquista.

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