Revista Orsai — Temporada 2, Episodio 3

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EDITORIAL

LIMUSINAS VS. CAMIONETAS

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ntre todas las peleas mediáticas que se dan a cada rato sobre el feminismo, estoy muy atento a una que me gusta por desigual. De un lado está Javier Marías, un escritor español que quizás sea el próximo Nobel de Literatura en nuestra lengua; y del otro lado Gabriela Wiener, una cronista peruana que reside en Madrid. Ambos tienen una columna semanal en distintos periódicos españoles y, más allá de esa semejanza, no se parecen en nada. Si no los conocen, hagan una búsqueda. En la primera imagen que ofrece Google del escritor, él está delante de su inmensa biblioteca en Madrid, vestido de punta en blanco. En la primera foto que aparece de la cronista, se la ve tirada en el pasto con las piernas abiertas y provocadoras, comiéndose una banana. Al indagar, encontramos muchas otras diferencias: generacionales, sexuales, literarias e ideológicas. Pero el símbolo visual ya es suficiente para entender: Javier Marías siempre está de traje y parece haber terminado su última novela antes de ayer. Gabriela Wiener nunca está peinada y, cuando la ves, da la impresión de que le faltaran dos páginas para acabar una turbia crónica sexual. Y como si esto fuera poco, el tema del debate es apasionante. Javier Marías sospecha que la radicalización del feminismo se parece mucho al puritanismo de otras épocas («se quiere prohibir de nuevo la Lolita de Nabokov, lo que también hicieron los nazis y los soviéticos: quemar o prohibir lo que no les gustaba», dice) y advierte sobre el hecho de creerles siempre a las víctimas: «Las mujeres mienten tanto como los hombres, es decir, unas sí y otras no; si se les da crédito a todas por principio, se está entregando un arma mortífera a las envidiosas, a las despechadas y a las malvadas». Gabriela Wiener, con desparpajo, se pregunta en su columna semanal (siete días más tarde) quién le hará la cena a Javier Marías. «¿Se hará la tortilla?», dice risueña. Y después indaga: «¿Cuántas Marías se necesitan para que un Javier Marías exista?». Más que ninguna otra cosa, me excita de este debate la poca importancia que Gabriela le da a Javier. No debe estar acostumbrado, él, a tener enemigos así. Marías ha sido siempre un intocable y, esta vez, se lo nota incómodo en la contienda verbal. Porque Gabriela sospecha que Javier no está en contra por los excesos del #MeToo, como dice, sino que en realidad se queja «por la desaparición de un mundo», y por la inminente llegada de otro en donde nadie va a echar de menos a esa clase de escritor machista y altanero. Por eso esta pelea es atractiva (o estos tiempos son atractivos, en realidad). Porque se empiezan a dar, cada vez más, debates entre personajes que antes no se cruzaban nunca. La pelea verbal entre Javier Marías y Gabriela Wiener es como el choque entre una limusina blanca con vidrios polarizados y una camioneta embarrada que viene de la cosecha. No se sabe cuál de los dos vehículos saldrá mejor parado después del impacto, pero sí sabemos quién, por fin, se tendrá que llenar de barro y de mugre para defender su pureza. Hernán Casciari

SOMOS UNA SITCOM A LA QUE LE SOBRAN DOS TEMPORADAS. (AGUSTÍN GÓMEZ GALISSIER) 3




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ahir Galarza viene de asesinar a su novio. Una cámara de seguridad toma su imagen mientras camina por la calle. Se ve una figura rubia, flaca, de pelo largo, con la mirada quieta y los hombros deshabitados, y esa mezcla de aplomo y torpeza que suelen tener las chicas a los diecinueve años. El arma no está a la vista. Tampoco hay rastros del pasado reciente. Un rato antes, en la madrugada del 29 de diciembre de 2017, Nahir y su pareja, Fernando Pastorizzo, salieron a dar una vuelta en moto por Gualeguaychú, la ciudad entrerriana donde ambos vivían. Hasta que a unos metros de la casa de la abuela de Nahir, donde ella había pedido ser llevada, la chica sacó una 9 milímetros, la apoyó en la espalda de su novio y le descerrajó un tiro que le perforó un pulmón. Después vino otro balazo. De pie, desde un ángulo oblicuo, Nahir apuntó al pecho de Fernando, que estaba en el piso y con la moto entre las piernas, y volvió a disparar. Luego se fue a su casa a pie. Hizo más de veinte cuadras con el arma

TAMARA TENENBAUM Buenos Aires, 1989 Periodista y docente universitaria. Se recibió de Licenciada en Filosofía por la UBA. Es subeditora en la revista digital La Agenda y colaboradora permanente en el diario La Nación, en el suplemento Ideas, el suplemento Sábado y la revista Brando. También colabora en Infobae y tiene una columna en Radio UBA. Es docente en el CBC, en la materia Introducción al Pensamiento Científico de la Cátedra Alegre. Es editora de libros en Rosa Iceberg. En 2018 obtuvo el premio Ficciones del Ministerio de Cultura de la Nación, con el libro de cuentos «Nadie vive tan cerca de nadie» (ver sobremesa de página 178). Este es el debut de Tamara en las páginas de Orsai.

ODIO SER BIPOLAR, ES FANTÁSTICO. (FERNADO ALBARRÁN) 6


escondida, mientras Fernando agonizaba. Parte de ese trayecto está registrado. Nahir primero camina, después corre. No parece estar llorando. Al llegar apoyó el arma en el mismo lugar del cual la había sacado —su padre, policía, la dejaba sobre la heladera— y se fue a su cuarto. No se sabe si durmió. Sí se sabe que algunas horas más tarde subió a Instagram Stories una foto suya con su novio. Parecen tirados en una cama; Fernando, con los ojos cerrados, le da un beso en el hombro. Sobre la foto, Nahir escribió en letras fucsias: «5 años juntos, peleados, yendo y viniendo pero siempre con el mismo amor. Te amo para siempre mi ángel». El Instagram Stories es una aplicación que permite conservar fotos y videos solo por veinticuatro horas. Esa imagen y ese epígrafe, por lo tanto, se desvanecieron pronto, conforme ganaba espacio otra escena más cruda. Casi veinticuatro horas después del asesinato, Nahir confesó la autoría del crimen para barrer las sospechas que caían sobre su padre, quien era el principal acusado. Y con

esa declaración entró en un juego atendible por un lado, e impensado por otro. Nahir está detenida con prisión preventiva —ese es el desenlace esperable—, y a la vez su imagen circula en redes, noticieros, revistas y programas de la tarde como si Nahir fuera un estrella teen: eso es lo sorprendente. ¿Cómo es posible que una asesina haya entrado en el circuito de la farándula? La respuesta inmediata es que Nahir es linda y que eso siempre abre las puertas de los medios, aunque se trate de una belleza con prontuario. Y la segunda respuesta, vinculada a la primera, es un poco menos obvia y más grotesca: Nahir tiene, como no tuvo nadie en la historia del crimen universal, un asesor de imagen. Un hombre dedicado a darle a su aspecto angelical un sentido que intervenga en el universo penal y convenza a la opinión pública de que nadie que tenga esa carita puede ser demasiado malo. El hombre a cargo de semejante operación se llama Jorge Zonzini y hasta ahora solo había promovido a figuras del espectáculo. Sobre él, finalmente, es esta historia.

AYER ME ROBARON LA SILLA. HOY NO ME SIENTO BIEN. (JUAN CRUZ GARCÍA) 7


INSTRUCCIONES PARA DESARMAR A NAHIR GALARZA

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n un panel de La Nación +, la señal de cable del diario homónimo, el periodista Diego Sehinkman le pregunta a Jorge Zonzini: “¿Quién sos?”. Este es el primer video que miro antes de entrevistar a Zonzini, y esta es la pregunta que se hace mucha gente. El tono de Sehinkman es burlón y todo indica que la conversación seguirá en esa línea. Zonzini, sin embargo, contesta con seriedad: él es un manager de celebrities y entre sus ex clientes se cuentan famosas vedettes como Andrea Rincón y Natacha Jaitt. En los últimos años también estuvo detrás de escándalos como el de «la cheta de Nordelta»: una polémica generada en los medios a partir de un audio que se viralizó hasta alcanzar más de un millón de visitas en YouTube, en el que una vecina de zona norte habla mal de los pobres. —Soy un actor social y genero algunos debates —resume Zonzini en la pantalla. Tiene un traje gris oscuro, habla con un ceceo casi imperceptible en una voz que por lo demás es clara y agradable, y está algo más flaco que en otros videos que circulan en la web. Cuando nos veamos, él dirá que le cuesta controlar el peso y que canaliza la angustia comiendo, así como otros caen «en otras cosas»: la droga, la violencia, el crimen organizado. O el desorganizado, como el que fue a discutir al piso de La Nación +. Zonzini fue invitado para hablar de Nahir Galarza: una cliente que, si solo se tratara de imagen, no desentonaría entre sus otras representadas. Nahir tiene la sonrisa perfecta, los pómulos saltones y el cuerpo esculpido por horas acumuladas de gimnasio. Por supuesto, esto es el siglo XXI y nadie se desloma en los aparatos para mostrarse solo ante la gente que conoce en persona: el Instagram de Nahir —que ella alimentaba antes del crimen y que luego fue cerrado, Zonzini no sabe por quién— estaba repleto de imágenes que la mostraban de frente y por detrás (como las heridas de Pastorizzo), en su cuarto mirándose al espejo, en la playa, en el boliche y en una fiesta de disfraces a la que Nahir ha-

bía asistido vestida de ángel, con una corona blanca y unas alas de tul. La diferencia obvia entre Nahir y las demás representadas por Zonzini está en los titulares de los diarios. Pero después hay otra más compleja que fue armándose detrás de la línea principal, y que exige pensar en un contexto. Desde 2015, con la primera marcha bajo la consigna «Ni Una Menos», Argentina vive su primavera feminista. Entre los temas centrales está el de la violencia contra las mujeres, particularmente la que termina en femicidio. El movimiento intenta mostrar que esas víctimas que aparecen en las noticias no son un cúmulo de casualidades ni el resultado de la acción de «un par de manzanas podridas» sino el producto de un sistema endémico que celebra masculinidades agresivas y vínculos enfermos. Pero a cada revolución le llega su resistencia, y las redes sociales se llenaron de personas (mayormente varones) que abrieron un abanico de comentarios que van desde «no todos los hombres son violentos» hasta «son todas putas». Nahir Galarza se convirtió en el emblema de esa contrarrevolución a la que muchos llamaron «Nadie Menos». Y la mirada fría y ausente de sus ojos claros fue amplificada por los medios, que difundieron su imagen cuando nunca antes habían hecho lo mismo con un femicida. Linda y fatal: así se la mostró a Nahir y así fue consumida en el marco de un caso donde todo, de inmediato, se dio por hecho: que Pastorizzo era su novio (lo que implicaría una condena más dura para Nahir, dado el agravante por el vínculo); que no había habido accidente ni contexto atenuante (a pesar de que para esos días todavía no circulaban resultados de pericias balísticas ni psiquiátricas); y que Nahir no sentía remordimientos. La familia no ayudó: los padres de Nahir empezaron diciendo que no conocían a la víctima, pero el hallazgo de una foto de Pastorizzo con Nahir, su hermanito y su padre en Brasil en 2016 los obligó a reconocer que ese año lo habían llevado de vacaciones.

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Fue entonces que apareció Zonzini, puesto a darle otro significado a la belleza de Nahir y a hacer que su imagen operara a favor. «Un periodista con base en Gualeguaychú le sugirió a la familia de Nahir que me contactara para hacer lo que en el ambiente se llama control de daños» dirá en nuestro encuentro y dice ahora en el panel de La Nación +. Las intervenciones de los periodistas en el piso se ponen más agresivas; el matiz irónico del principio se convierte en indignación. Todos quieren saber qué gana Zonzini con representar a una asesina; por cuánta plata está dispuesto a vender su integridad. Zonzini explica que nadie le paga. «¿Entonces trabajás por amor al arte?», insiste Pablo Sirvén. Zonzini contesta hablando de «principios» y después pregunta a todos si vieron el expediente: un latiguillo con el que corre a la prensa, aún cuando no está claro que él lo haya visto. En cualquier caso, la expresión de Sirvén parece el comienzo de una idea. Esa frase, «por amor al arte», quizás sea lo más ajustado que se dijo en esos once minutos.

Estamos afuera. El sol pega sobre su pelo plateado, abundante y cortado al ras. Mientras esperamos al mozo, tal vez para matar el tiempo, menciono el video de La Nación + y él responde hablando de los periodistas. —Se quieren matar —dice casi contento—, porque ahora tienen que tratar conmigo en lugar de hablar con la familia. Porque vos como familiar estás desbordado, estás en crisis y te toca esto, entonces vengo yo y te digo: «¿Pero vos viste el expediente?». Zonzini saborea las consonantes con confianza y sonríe como un tío que te saca una moneda de atrás de la oreja. Repetirá varias veces el tema del «expediente». Y dirá que él tuvo acceso al material, aunque la Justicia y la querella digan que no lo tiene porque no es abogado de la causa. De todas formas, Zonzini está en tema. Dice que los medios se equivocan al asegurar que hay tres versiones del relato de Nahir (que no disparó, que sí disparó y que el arma se disparó por accidente) y que ese error tiene que ver con que «no vieron el expediente». —Las versiones que constan por escrito son solo dos: que no fue ella y que todo fue un accidente —dice Zonzini casi a los gritos mientras revuelve su café chico. La gente nos mira. Zonzini es un enclave de electricidad en un bar hipster que pretende ser lo contrario. El lugar tiene distintas variedades de café pero Zonzini no se deja distraer por los granos de Brasil o de Kenia, y pide un café negro y chiquito que toma de un sorbo antes de que el mozo llegue a irse. —Aparte —sigue— imaginate que yo también tengo esa suerte de haberla visto a la piba. —¿«Suerte»? —Digo que yo no hubiera agarrado el caso si no la veía. Yo estuve adentro de la cárcel —Zonzini ya no sonríe—, no había aire acondicionado como decían en los medios, no había personal trainer, era un desastre total. No solo la celda de Nahir era un caos: hasta la llegada de Zonzini, la causa entera parecía desorganizada. En primer lugar estaban las contradicciones de los padres de Nahir

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onzini llega a la entrevista vestido igual que en televisión: traje oscuro y camisa también oscura. Su predilección por el negro y las texturas brillantes lo desmarcan de las pulcras camisas blancas o celestes de otros hombres de negocios, y lo acercan más al mundo de los cantantes latinos, al último Luis Miguel o a Ricky Martin antes de salir del placard. —No podemos ir al estudio porque mis socios están filmando una película, yo comparto oficina con una productora muy importante, sabés… Zonzini menciona una empresa que, en rigor, no es su socia: sus dueños simplemente lo conocen. Pero algo de ese lazo, aunque sea difuso, lo enorgullece. —En 2016 yo produje un cortometraje sobre un ex combatiente de Malvinas protagonizado por mi amigo Coco Sily —dice Zonzini mientras se acomoda en una mesa de bar.

EN EL MUNDO HAY MÁS PEZONES QUE PERSONAS. (RAMIRO GALVÁN) 9



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sobre si conocían o no a Fernando. Después estaba la filtración de una conversación de WhatsApp que comprometía a Nahir (mostraba que pocos días antes del crimen ella había atacado físicamente a Pastorizzo con la ayuda de una amiga). Y finalmente estaba la viralización de las fotos del Instagram de Nahir. La información en torno al caso parecía una historia inconexa a la que le faltaba un guion o, para usar una palabra más en boga, un relato. Ese, aparentemente, es el trabajo de Zonzini. —Mi estrategia es una sola: quiero que se entienda que el caso está encerrado en una sociedad rural patriarcal. Nahir es la chinita que cagó de un tiro al macho. Si el caso lo traigo a Buenos Aires, me aseguro de que lo cubran todos los canales del exterior —dice bajando la voz y marcando puntos imaginarios en la mesa, como si estuviera dibujando un mapa de guerra. Para Zonzini, la familia de Pastorizzo y la Justicia entrerriana son los representantes del atraso y el conservadurismo rural. Y Nahir Galarza, aun cuando viene de ese mismo ambiente, es una chica inteligente y cosmopolita que vivía encerrada en ese mundo cultural adverso. Los padres de Nahir parecen tener un estatus más ambiguo: Zonzini no los incluye explícitamente en su caracterización de este «Gualeguaychú salvaje», pero a veces los califica de «ausentes», «complicados» o «medio perdidos» sin justificar demasiado su apreciación. —Pastorizzo no estudiaba, no laburaba, el padre ese que tiene es un idiota —sigue Zonzini—, vos vas a la causa y el padre tiene todos incumplimientos de cuota alimentaria con él y con los otros hijos, viven de una manera miserable. Pero el tipo ahora va contento a los programas de televisión. ¿Y sabés cuándo lo veía al hijo? ¡Para los cumpleaños! Le decía «venga con papá» y se mamaban. Nahir tiene un tema de inmadurez, es una chica que se quedó en los catorce años emocionalmente, algo le pasó ahí, pero es brillante, estudiante de Derecho, muy buen promedio, fanática de Justin Bieber. Pasa que tiene ese tema emo-

cional y una falta de contención también en la casa. El padre es un tipo que cuando yo lo vi me dijo «pero Jorge, escucháme, cuando pasó el año fui y le compré el iPhone» como si ser padre fuera eso, ¿entendés? Pero es una piba distinta, educada, inteligente… Zonzini se acomoda en la silla con suficiencia y me mira con una sonrisa cómplice. No sé cómo corresponder a ese gesto y Zonzini parece notarlo. Entonces se corrige: —Inteligente para algunas cosas, claro.

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partir del ingreso de Zonzini al caso, la defensa de Nahir comenzó a esgrimir una hipótesis de violencia de género. Según esta argumentación, Nahir tenía con Fernando Pastorizzo un «noviazgo violento» que entraría en la misma línea de otras historias trágicas como la de Wanda Taddei (quemada en 2010 por su esposo, exbaterista de Callejeros) o Agustina Salinas (acuchillada por su novio en una esquina de Puerto Madero en 2015). Aunque por el momento solo hay pruebas de que Pastorizzo era hostigado por Nahir —en un mensaje de WhatsApp les cuenta a sus amigos que Nahir y otra chica le dieron una golpiza—, Zonzini asegura que la violencia era inversa y que eso se hará evidente cuando se conozca el peritaje de los teléfonos de ambos. Con esa promesa en el horizonte, la defensa de Nahir —asesorada por Zonzini— pidió que la causa cambie de carátula. En vez de «homicidio doblemente agravado por el uso de armas y la relación de pareja» —que contempla la prisión perpetua—, querían que fuera «homicidio en el marco de una relación de violencia de género», que según Zonzini implicaría una condena de ocho a quince años. Pero en enero de 2018, el juez rechazó la solicitud al considerar que esa carátula no es una figura penal en Argentina, es decir: no existe. Por su parte, la ministra de Gobierno de Entre Ríos, Rosario Romero, se sumó en esa dirección y en una entrevista con Télam desestimó la teoría y dijo que cambiar la ca-

DE TEXTO QUE ME ENVÍES MENSAJES DETESTO. (CARLOS GUILLERMO MENDEZ) 11


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rátula sería «desvalorizar la virtuosa lucha de Ni Una Menos». —La ministro dijo «acá no hay violencia de género»; pero lo dijo porque alguien le dijo que lo dijera, porque lo cierto es que ni siquiera miró el expediente. El fiscal de la causa directamente me mintió en la cara. Me dijo «ella me mostró que sabe manejar el arma, hay un video». —¿Lo dijo en Tribunales? —No, en el programa de Iúdica. Mariano Iúdica es un humorista y conductor de televisión que trabajó en La peluquería de Don Mateo, Polémica en el bar y Showmatch. Para el momento en que sucede esta entrevista, Iúdica conduce Involucrémonos, el programa al que fue Zonzini. —¿Pero Nahir no sabe tirar? —pregunto. Yo también vi eso en algún noticiero. —Mirá, yo no sé si sabe o no sabe, pero el fiscal salió a decirlo por todas partes y los medios, entonces, ¿qué hicieron? Armaron un personaje. Pero lo cierto es que eso de «saber tirar» no está en el expediente. Es curiosa la insistencia de Zonzini con «el expediente»: los abogados de Pastorizzo dijeron muchas veces que Zonzini, al no ser abogado de la causa, no puede verlo, y afirman también que miente sobre sus contenidos. Sobre lo primero, legalmente tienen razón: a finales de febrero la Justicia rechazó el pedido de inclusión de Zonzini en la causa como «asesor técnico», una función que le permitiría, entre otras cosas, el acceso al material. Sobre lo segundo, el expediente no es de acceso público y no hay forma de que un periodista sepa quién está diciendo la verdad. Esto beneficia a Zonzini: estrictamente, podría estar diciendo cualquier cosa. A veces parece dedicarse a eso. —Yo también estuve atrás de la cheta de Nordelta. —¿Qué querés decir? —Que el audio me lo dieron a mí, es mi contenido, y yo lo que hice fue armar el debate desde mis redes. Vos entrás a mi canal de Youtube y vas a ver que dice «ricos versus

pobres». Ahí puse la cara de una mina que parecía ella más un nene llorando, le metí el título y se generó el debate. —¿Qué ganaste con eso? —De plata, nada. Pero me sirvió para que los productores se den cuenta de que cada vez que yo genero un contenido es porque va a explotar. Todos los productores me consultan por todo. Yo hablo directamente con los conductores, te imaginás que ahora con el caso Nahir me llama Doman, me llama Dugann: todos la quieren a Nahir. Pero yo no se la voy a dar a nadie. Nahir es mía. —¿En qué sentido? —Si queda en libertad, o si pasa de la cadena perpetua adonde tiene que ir, que es «homicidio en ocasión de violencia de género», yo tengo la posibilidad de ir mucho más arriba. —¿Arriba dónde? ¿Arriba en la Justicia? —No, digo que en vez de que la nota la haga Dugann la puede hacer Omar Castañeda para El País de España o Carlen para Univision en Estados Unidos. ¿Entendés? Esto es criminalidad juvenil, es un temón. Es el tema del futuro en todo el mundo. Zonzini hace planes. Se lo ve entusiasmado. Este proyecto parece ser su retruco para todos los que alguna vez lo ningunearon o no le atendieron el teléfono, y también podría ser la oportunidad de tener revancha consigo mismo. Zonzini quiso ser abogado, como Nahir, pero dejó Derecho por la mitad. Dice que el abandono respondió a que estudió en la época de Alfonsín («era todo paros, paros, paros»), y a que su papá falleció y entre eso y el trabajo —repartía tortas para una fábrica de Belgrano— se le hizo demasiado cuesta arriba seguir con la facultad. Para un hombre así de autodidacta, la llegada del «caso Nahir» podría ser una forma de acercarse al universo del Derecho con las herramientas que mejor conoce: las de la calle y el espectáculo. Zonzini mezcla el nombre de Nahir con el de Alejandro Fantino, Fabián Doman y otros personajes televisivos de los que habla, según el caso, con cariño o con bronca.

HASTA EL PHINX DEL MUNDO. (GABRIEL DE LUCA) 12


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—Sabés las veces que dijeron de un perfil mío «esta negra no vale nada», y después mirala a la negra eh, así como la ves termina en el Bailando, haciendo temporada en Carlos Paz —dice y sigue con la voz arrebatada: —Yo les voy a mostrar lo que vale Nahir. Entre la verborragia y la velocidad a la que se mueven sus ojos, cada tanto Zonzini parece entrar en una órbita errática. En esos momentos hace una pausa, suelta un comentario cómplice y trata de calmarse. —Vos, que sos una nena, lo de la sociedad patriarcal lo debés vivir también… Pero no sabés lo que es ahí, no te das una idea —dice. Cuando habla de «sociedad rural patriarcal», Zonzini abandona su voz aplomada, de cadencia de conductor televisivo, y pasa a un agudo nasal y achinado. El acento que inventa recuerda más a las cantoras de bagualas del norte argentino que al hablar tranquilo de los habitantes de Gualeguaychú. Con ese recurso, Zonzini quiere mostrar al entorno de Fernando y Nahir como si fueran parte de una especie atrapada entre la civilización y la barbarie: gente que come con la boca abierta y se agarra a los tiros por diversión. En ese mundo —pareciera que en todos— Zonzini se mueve con comodidad. Desde enero de 2018, cuando tomó el caso, viaja a Gualeguaychú lo más seguido que puede. En la ciudad ya es famoso. El Día, uno de los principales diarios locales, lo puso en tapa dos veces bajo la etiqueta de «enemigo público». Pero eso no parece perturbarlo demasiado, es más: su trabajo le resulta ejemplar. Tanto es así que una vez decidió llevar consigo a Cesare, el tercero de sus cuatro hijos, dos años menor que Nahir. Zonzini quería que Cesare lo acompañara a la cárcel a conocer a la chica. —¿Querés venir, boludo? Dale, es la experiencia, tenés diecisiete, vení conmigo, tus amigos se mueren. —No sé, pa, no quiero... —¿Tenés miedo? ¿Qué te va a pasar? Nada te va a pasar. —No quiero.

Zonzini, entonces, lo dejó en la casa de Nahir, jugando en la pelopincho con el hermano de ella, un chico de dieciséis años pero con capacidades mentales de tres. Una vez en la celda, Zonzini miró a Nahir. Ella estaba ausente. No quedaba claro que comprendiera qué estaba pasando, así que Zonzini fue claro: quería que Nahir supiera quién era él, de qué lado estaba. —¿Sabés dónde está mi hijo? —le preguntó entonces. Y antes de que Nahir abriera la boca, Zonzini respondió: —Jugando con tu hermanito en tu casa.

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onzini tomó el caso porque —dice— lo contactó alguien de la familia de Nahir y lo invitó a sumarse. Sin embargo, cuando se le pide el nombre de ese enlace se niega a darlo, y arma tal misterio en torno a ese dato menor que es casi inevitable sospechar una segunda opción: que Zonzini se haya ofrecido espontáneamente. Aunque no lo admita. —No, a mí me llamó el papá y me dijo «yo quiero saber cuáles son tus costos». Le dije «mirá, si yo tomo esto es por convicción». Yo asumo los riesgos, porque algún idiota puede decir «este defendió a la asesina», ponele que mañana va a una perpetua, puede decir eso. Pero yo no defendí a la asesina, lo que yo dije es que esperemos el juicio justo en vez del linchamiento mediático y la condena social. Cuando llegué a Gualeguaychú parecía que a Nahir se le venía la guillotina, como si estuviéramos en 1815. El padre de Nahir es un policía de rango medio; la madre es ama de casa. Ninguno parece tener recursos para pagar un dinero por el que valga la pena poner el pescuezo como lo está poniendo Zonzini. ¿Por qué lo hace, entonces? Una opción es creer en la «convicción». Otra, en los planes internacionales de los que Zonzini habló antes. Sin embargo, no queda claro que Nahir sea tan buena como apuesta a futuro. El crimen mundial tiene algunas bellezas en su lista y ninguna llegó demasiado lejos. Cualquiera que bus-

ME OBLIGARON A ESCRIBIR ACÁ. (MARIANO FERREYRA) 13


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que «hottest killers» en internet podrá verlas. Son, en general, mujeres. Y suelen ser como Nahir: rubias, flacas, con rasgos armónicos, nariz porotito. Parte de su atractivo reside en la paradoja de que parezcan angelicales. Quizás esa asociación griega entre verdad, bondad y belleza, que nos hace sospechar siempre antes de la gente fea que de la linda, no sea solamente una herencia de Platón; quizá la tengamos cableada evolutivamente. De hecho, una de las fotos de Nahir que más se viralizaron la muestra de espaldas y oscura, ofreciendo la curva exagerada de su cintura y lo que viene debajo. El comentario, agregado a modo de meme debajo de la imagen, preguntaba: «¿No le pueden dar menos años por estar tan buena?». El punto es que ninguna de las asesinas hot que hay en Internet logró armar una carrera mediática, ni siquiera en la más subterránea de las catervas de chimentos. Por ahora el público tiene un límite. Un estafador o un narcotraficante pueden redimirse y contar una historia edificante: si tienen algo de pinta y se arreglan el comedor pueden llegar con su mensaje al sillón de Oprah Winfrey. Pero no pasa eso con quienes tienen un muerto en el placard. ¿Zonzini no lo sabe? ¿No lo intuye? ¿O le gustan las misiones imposibles?

cia y con cálculo, y que acerca el trabajo de Zonzini a esa categoría esgrimida burlonamente en aquel panel de La Nación + donde Sirvén habló de «amor al arte». Zonzini es, antes que nada, un artista del collage: va creando sus cuadros con las cosas que tiene a mano, y aunque sean fideos pegados con Poxi-rán en un papel, les elige un nombre poético y los vende como obras maestras. —Yo he posicionado lo-que-tei-ma-gi-nes —dice Zonzini subrayando las palabras—. Yo lancé al único mentalista de la Argentina, le escribía los libros, un negocio millonario que después falló porque el tipo entró en un delirio místico y terminó hecho mierda, fue preso, en fin… le soltamos la mano. Yo no sé si te acordás porque sos muy joven, uno que se llama Ricardo Schiariti. —Escuché de él. —Y también hice lo de Andrea Rincón, manejé la transición de vedette a actriz y me peleé con cada periodista que levantó mis gacetillas y eliminó el «actriz» debajo del nombre de Andrea —dijo Zonzini con un gesto de satisfacción primero, y de disgusto después—. Y más tarde hice su internación, una lástima —agregó, en referencia a la depresión y la adicción a las drogas que llevaron a Andrea Rincón a meterse en un tratamiento que tomó estado público. Después siguió—: Me preguntaba el otro día el Coco Sily en un programa: «¿Por qué tenés ese imán?» Y yo le dije que el imán con los reventados lo tenemos todos, el tema es si nos involucramos o no. Zonzini cree que algo de este magnetismo con las personas complicadas le viene de su papá, que fue médico forense de la morgue judicial y Director Nacional de Rehabilitación Psicofísica. Él lo llama «empatía con el débil»; una tendencia a comprar muñecas rotas para maravillarse con su propia capacidad de restaurarlas. Nahir sería, en esta línea de pensamiento, el desafío supremo: una muñeca hecha pedazos con la que, encima, a todos les cuesta empatizar. Su estrategia, sin embargo, no es embellecer a la muñeca en el sentido literal: Zonzini

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hora, en el bar, Zonzini vuelve a hablar de «convicción» y después pasa sin mayores preámbulos al resto de los casos en los que estuvo metido. Es fácil perderse en los detalles de las intervenciones mediáticas que menciona, las versiones que circulan y los pormenores de cada historia, aunque todos los caminos terminan en los mismos remates: «un desastre», «una locura», «es todo así, una garcha». Otra palabra que Zonzini repite seguido es «perfil». La usa con distintas funciones. Dice que a Nahir le armaron un perfil y dice también que hace poco estaba en una fiesta «con un perfil», es decir: una chica, una actriz, una modelo. Algo que se construye con insisten-

LAS PIRÁMIDES SON URUGUAYAS PORQUE TODAS TERMINAN EN PUNTA. (ALEJO NESIS) 14



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no hace coaching ni manda a sus chicas a clases de actuación o a entrenar a un gimnasio. Si las toma como clientes es porque ya tienen lo que tienen que tener: belleza física, por supuesto, pero también ese ingrediente de la persistencia, eso que a él le hace pensar que pueden llegar lejos. Siempre y cuando se dejen llevar. El modus operandi de Zonzini consiste en anular a los demás actores y ubicarse él mismo en un rol central. Tal vez por eso, una de sus frases de cabecera es «déjenme a mí». Y tal vez por eso, también, puso la exclusividad como condición para tomar el trabajo: nadie más, ni los abogados, ni los padres, ni mucho menos Nahir, vuelve a hablar con los medios hasta que Zonzini lo decida. El otro requisito fue el acceso irrestricto: hablar con Nahir todas las veces que quiera. —Tengo pin de abogado así que voy a la cárcel y paso —dice en el bar. —¿De dónde lo sacaste? —Lo tengo porque lo tengo. Zonzini también pidió acceder a todas las fotos y pertenencias de Nahir y de la familia, hasta donde lo permita la Justicia o hasta donde se pueda. Y tener libertad absoluta para hacer y decir lo que quiera en nombre de la defensa de Nahir, sin consultar previamente a nadie. Zonzini, en síntesis, tiene sobre Nahir el poder que un gerente de marca tiene sobre la comunicación de su producto. Acaso por eso una palabra que Zonzini repite todo el tiempo, además de «perfil», es «contenido». Él produce el contenido desde cero: encuentra el personaje, le arma el perfil y lo vende. En el caso de Nahir, que ya estaba detenida cuando él tomó el caso, esto requirió ante todo un trabajo de montaje. La difusión de fragmentos del supuesto diario íntimo fue una de las primeras muestras de esta labor: esas páginas daban cuenta de la relación de violencia entre Nahir y Fernando («se aparecía en mi casa con la excusa de que teníamos que hablar — dice uno de los fragmentos difundidos— y justificaba su violencia hacia mí diciendo que yo lo había hecho enojar»).

Zonzini tiene sobre Nahir el poder que un gerente de marca tiene sobre la comunicación de su producto.

—Por estas cosas a mí en el medio me admiran —dice Zonzini, y da el siguiente ejemplo. Un par de semanas después de su ingreso al caso, Zonzini tuvo contacto en Gualeguaychú con Paula Bernini, la periodista que cubría el caso para el canal Todo Noticias (TN). En un audio de WhatsApp se la puede escuchar a Bernini ponderándole a Zonzini su manejo de los medios («me saco el sombrero», le dice), pidiéndole que no se tome los ataques como algo personal y aclarando que si hay tipos que lo destrozan en los medios es porque «hacen lo que pueden, no son malos, no tienen otra». Horas después, y al aire, el tono de Bernini es distinto: en el móvil se muestra compungida y emocionada y, sin aportar pruebas, lo acusa de estar detrás de una serie de ataques y amenazas que recibió la familia Pastorizzo. Zonzini tiene guardado ese registro en su propio canal de YouTube, junto al audio de WhatsApp de ella. Las dos situaciones aparecen intercaladas en el video: unos segundos de lamento, unos segundos de elogios. Bernini es buena actriz: el contraste entre la empatía creíble que despliega hablando del dolor de la familia Pastorizzo y el tono canchero y superado de WhatsApp dibuja

¿A QUÉ VELOCIDAD HAY QUE VIAJAR PARA QUE NO TE ALCANCE UN MENSAJE DE WHATSAPP? (ADRIAN DI MANZO) 16


TAMARA TENENBAUM

una semblanza perfecta del amarillismo del siglo XXI y la máquina de cinismo, mentira y melodrama que lo alimenta. —Bueno, todo es así: una garcha —resume Zonzini—. Y frente a eso tenés pibes vacíos, entonces ahí, por más que te dé bronca, lo tenés que aceptar: tu pibe puede ser Nahir o puede ser el otro pelotudo, que va cagando a trompadas a las minas mientras que vos pensás que anda encaminado porque te dio un abrazo y a la noche le contaste un cuento. Los casos como éste te hacen debatir con vos mismo y preguntarte: «A ver, ¿qué herramientas le di a mi hijo?» Cuando mi hijo Cesare se pone rebelde yo le digo: «¿Vos sabés cómo te aman, boludo? Porque a veces tenés algunas actitudes...». Está bien, a los dieciséis están en una búsqueda y son capaces de cualquier cosa. Pero a veces parecen resentidos a los que no quiere nadie. Y yo le digo a Cesare: «Vos te levantás, tenés la leche lista, tenés la ropa, tenés todo…». Y sin embargo el pibe igual trata a veces de salir del cascarón y hace una pelotudez. Si eso le pasa al mío, imagináte lo que es el resto. Pensá en estos pobres pibes en Gualeguaychú con familias que no les dan ni la hora. Zonzini saca un pañuelo de su bolsillo y se seca los ojos. Pensé que le brillaban de lo encendido que estaba, pero explica que le dan alergia unas plantas que tenemos al lado. Es un pañuelo de tela celeste con una guarda azul, como los de antes. —Nahir se puso muy mal, pobre, cuando le cerraron el Instagram, que no sabemos quién fue: yo no fui. Pero bueno, cosas de chicos: estás preso y te preocupás por tus fotos perdidas. Ahí ves que Nahir es chiquita, los chicos se angustian con cosas así aunque les esté pasando algo mucho más grave. Los movimientos físicos de Zonzini son precisos y ordenados. Toma un nuevo café, se seca otra vez las lágrimas y dobla su pañuelo de tela para guardarlo con rapidez. Esa seguridad de sus gestos es el secreto de su carisma, y casi compensa y organiza el caos voraz de su discurso. Esta especie de elegancia por-

teña acompasa sus cambios de tono: va de la ira a la ternura o de la indignación al orgullo, como ahora, cuando habla de la disciplina de Nahir como si él mismo la hubiera criado: —Es mentira que tiene personal trainer y gimnasio, pero sí sigue haciendo mucho ejercicio, flexiones, abdominales, todo con peso libre porque no tiene elementos. Es así la piba, entendés, es estudiosa, es responsable, no se deja estar. ¡Imaginate que ni siquiera come la comida de la comisaría! Hubo quilombo con eso pero finalmente le permitieron comer solo lo que le lleva la mamá, todo cuidado, todo balanceado.

U

n tiempo atrás, Zonzini fue al Instituto Nacional de las Mujeres (INAM) para sumar aliadas. De la versión que me dio él, las fotos que encontré, lo que vi en el encuentro con Zonzini en el bar y lo que me dijeron las autoridades del INAM, deduzco que la escena fue algo parecido a esto. Zonzini entró como un torrente al edificio blanco y anodino que el Instituto tiene en el centro porteño. Antes había ido a la CONSAVIG (Comisión Nacional Coordinadora de Acciones para la Elaboración de Sanciones de Violencia de Género), pero le habían dicho que ellos solo atendían violencia obstétrica y que él estaba buscando otra cosa. Una vez en el INAM, anunció su presencia —había acordado una cita— y se quedó esperando en el hall de entrada. Entonces tuvo una idea. Apoyó su carpeta y sus anteojos oscuros en el mostrador de recepción, tomó su celular y se sacó una foto. En la selfie se lo ve revisando papeles con el cartel que dice «Instituto Nacional de Mujeres» de fondo, como si fuera el banner de una marca en una fiesta patrocinada. Después pasó a la reunión. Lo recibieron Silvia Lommi, subsecretaria del INAM, y Emilia Cabrera Horn, directora de legales. Zonzini trató de ganárselas como trata de ganarse a todo el mundo: apelando a su vanidad y denigrando a algún tercero.

DENTRO DE TODA PERSONA CÍNICA HAY UN IDEALISTA DECEPCIONADO. (BELÉN RODRÍGUEZ) 17


INSTRUCCIONES PARA DESARMAR A NAHIR GALARZA

—Qué linda fragancia de mujer, vengo de Tribunales y es todo hombre, macho, todo fiscales —dijo con una sonrisa seductora. Las dos sonrieron con cortesía y se sentaron. El estilo de Zonzini las apabullaba. —Desde el Instituto ya nos expedimos sobre el caso —adelantó una. Se refería a un comunicado de prensa que había reproducido el INAM en sus propias redes sobre el tratamiento mediático del caso de Nahir, el uso de su figura para deslegitimar al feminismo y la exposición excesiva de sus fotos en los medios. —Pero ustedes todavía no vieron nada. No lo van a poder creer —arremetió Zonzini y desplegó sus papeles sobre la mesa. Eran los mensajes que habían intercambiado Fernando y Nahir por Twitter entre el 28 de junio de 2015 y la fecha del asesinato. Zonzini leyó algunos tramos en voz alta: —«Hija de puta, gato, trola, te vas con otros, sos estúpida, te comés a todos». ¿Me van a decir que no hay violencia de género acá? Díganme ustedes, ¿acá hay violencia de género? Fue su primer hombre, con quince años. ¿Por qué no se le hicieron las pericias psiquiátricas a ella? ¿Será que tienen miedo de encontrar lo que van a encontrar? Lommi y Cabrera Horn escucharon, pero no entendían qué quería Zonzini de ellas. El ritmo y el tono de voz que él había llevado a la charla no pertenecían al repertorio que ellas están acostumbradas a manejar. Miraron los mensajes, se miraron entre sí. Le dijeron a Zonzini que analizarían el caso y le explicaron el procedimiento para elevar una nota por mesa de entradas. Zonzini asintió e hizo todo tal como se lo indicaron. Finalmente, sacó una foto a su nota con el sello que le habían puesto en la mesa de entradas, y se fue. Ya tenía todo lo que había ido a buscar. Pocas horas después, subió a sus redes sociales todas las imágenes tomadas y les sumó el siguiente epígrafe: «La alegría de haber estado con Silvia Lommi y Emilia Cabrera Horn, que en nombre del INAM decidieron

intervenir en el caso Nahir». Nadie en el INAM lo podía creer. El teléfono empezó a sonar. Frente a la multitud de preguntas y especulaciones de los medios, las autoridades decidieron sacar un comunicado en el que la propia Fabiana Tuñez, directora del INAM y militante histórica contra la violencia contra las mujeres, desmintió los dichos de Zonzini y dijo que en el Instituto se sentían vulneradas por sus acciones. —Yo dije «caso Nahir», nada más —me dice Zonzini con una sonrisa pícara—. No dije «en la causa».

L

a única de las ex clientes de Zonzini que contesta mis mensajes es Natacha Jaitt, una figura que saltó a la fama a partir de una versión española de Gran Hermano y que en estos días —mientras se cierra esta nota— volvió a los medios con un nuevo escándalo en el que habló de trata de menores e incluyó en ese delito a figuras del deporte, la televisión y el periodismo. Lo primero que Jaitt me manda son unos audios furiosos: «¿Qué querés decir cuando decís que fui cliente de Zonzini? ¿Qué soy, una prostituta de 840?». No entiendo en qué mundo la palabra «cliente» se confunde con «prostituta», pero le pido disculpas. Las acepta. Dice que la llame en un rato, que ahora está entrando «a fiscalía». Unas horas después, hablamos. Cuesta entender qué dice y es imposible hacerla responder preguntas: ella solo va a hablar de lo que quiera. —Zonzini es un oportunista del morbo. Esa chica tiene que estar tras las rejas. —¿Te sorprende lo que está pasando con el caso? —No me sorprende nada, como no me sorprende que Rial ahora diga que evolucionó y no sé qué. Están desvirtuando todo, la educación, la moral y las buenas costumbres. Y el feminismo también. Dicen que el feminismo es odiar a los hombres y el feminismo no es eso. No me sorprende nada, todo es show show show.

PERDÓN POR LLEGAR TARDE, NO QUERÍA VENIR. (CAROLINA WISNER) 18


TAMARA TENENBAUM

Natacha no aporta nada sobre Zonzini, pero en su asociación libre sumó la referencia a la conversión feminista de Rial como algo relacionado con Nahir y, particularmente, con el intento de Zonzini de instalarla como víctima. En las redes sociales, muchas mujeres celebramos el desfile de feministas en Intrusos por estos días. Desde que la comediante Bimbo Godoy mencionó en el programa el misoprostol, un fármaco que permite abortar de un modo seguro y sin salir de casa, se dispararon en Google Argentina las búsquedas de información sobre esa droga. Pero hay otras razones por las que se celebra ese raid mediático, y esos motivos los sabe Natacha: si ella intuye que el feminismo, más que una piedra en la picadora de carne, es una mercancía novedosa, vale la pena pensarlo. Quizás Zonzini sea uno de los que lo pensaron primero. —En las redes tengo pendejas hermosas de dieciséis años que se están puteando con los medios, que ponen «vamos Nahir» y que arman clubes de fans. Hay una pendeja que se mata con todos, me parece que se llama Agustina Villarreal. Vos la ves y es una bomba, no sé ni de dónde es, creo que de Rosario, y veo que me retuitea algunas cosas y se putea con todos —dice Zonzini. Días después de ese encuentro en el bar, le escribo por Twitter a Agustina, que no parece tener muchos más años que Nahir y que efectivamente es muy linda. Cuenta que la preocupa mucho la violencia de género en el caso de Nahir, que se ganó la confianza de Zonzini, que él le cuenta detalles de la defensa y que le encanta lo que está haciendo él: que solo quiere justicia. Llama un poco la atención, en las redes de Agustina, el foco exclusivo en el caso de Nahir y el desinterés casi absoluto por cualquier otro caso de violencia de género de los que están dando vueltas en los medios. Tal vez la belleza cree su propia solidaridad: acaso las chicas lindas pertenezcan a una cofradía con lazos propios. Al fin y al cabo, si a algunas militantes feministas les está costando la empatía con un perfil como el de Nahir, quizás sean sus

pares, las bombas sexies, quienes tengan que hacerse cargo del asunto. En Twitter, entro también a la cuenta de Zonzini, a quien Agustina retuitea seguido. Entré varias veces estos días pero nunca había prestado atención a la foto que tiene de fondo: es una imagen de él en una oficina donde cuelgan dos fotos de mujeres perfectas y semidesnudas. Él les da la espalda y habla por teléfono. En tres oportunidades quise conocer ese lugar. La primera vez fue previa a la entrevista: le pedí quedar en su despacho, pero habló de la productora de cine —con la que aparentemente comparte oficina— y ofreció ir a un bar. La segunda vez fue pocos días después de nuestro encuentro, pero dijo que estaba de vacaciones y, de paso, agregó que estaba al tanto de que yo había contactado a Agustina Villarreal. «Dame el teléfono de tu editora», exigió en un tono que interpreté como el de una maestra que quiere hablar con mi mamá. Le pasé el mail, sabiendo que jamás le escribiría. La tercera vez fue casi un mes y medio después de la segunda. En ese intervalo explotó el escándalo de pedofilia en el fútbol que salpicó a grandes nombres de los medios. Ahí es que apareció Natacha Jaitt. En el programa de Mirtha Legrand acusó (sin pruebas a la vista) a conocidos conductores y periodistas de formar parte de una red de abuso que se aprovechaba de adolescentes menores de edad que se quedaban en la pensión para jugadores de las inferiores de Independiente. Tras esa denuncia mediática, el procurador de la provincia de Buenos Aires declaró públicamente que no hay ningún famoso involucrado en la causa y que quienes hablaron del tema en los medios serían citados a declarar y, en caso de seguir sosteniendo versiones falsas, investigados por falso testimonio. La justicia, en cierto modo, estaba empezando a poner freno a una lógica que no había empezado con Jaitt: la de intentar construir verdades judiciales desde los medios, aun cuando no se tenga una sola prueba a mano. Zonzini sabe de eso.

PARA UN CANÍBAL, ¿USAIN BOLT ES COMIDA RÁPIDA? (DAN HOJMAN) 19



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«Tami querida», me dijo por audio de WhatsApp, «en mi oficina siguen filmando la película que te dije por tres semanas más. Igual, vos sabés lo que pasa, con todo el tema de los servicios y todo lo que está pasando, la cama que le armaron a Fantino, a todos, uno en un contexto como este no muestra sus armas... intelectuales sí, claro, pero lugares físicos...». Después insistió en que no era mala voluntad y agregó que igual podía encontrar un video y fotos de su oficina en su página de internet. Volví a entrar al sitio. En letras grandes se lee «Jorge Zonzini. Manager. Imagen consciente», a la vez que corre un video de inicio donde Zonzini, de traje y lentes oscuros, parece George Clooney entrando a un despacho similar al showroom de una constructora de Puerto Madero. En la puerta de ingreso a la oficina hay un cartel de televisión que dice «Aire», como si ese espacio —supuestamente suyo— fuera en realidad un escenario de televisión.

YouTube), pero lo que a él le servía, en ese momento, era que se discutiera el caso. En su pintura de Nahir, Zonzini está buscando ese punto dulce que busca cualquier escritor: el lugar exacto donde se encuentran la particularidad y la universalidad, el modo en que una historia personal y específica puede empezar a hablar de todos nosotros. La imagen de la psicópata fría no solo falla en la Justicia (sobre la que Zonzini, aun de forma indirecta, espera incidir); también presenta desafíos narrativos. Nahir tiene que verse vulnerable y tiene que ser una manifestación de todo lo que la sociedad hizo mal. No es fácil, pero allá va Zonzini con su intento. —Nahir puede ser tu hija. Nahir puede ser tu culpa —sentenció en el bar—. Una periodista del Trece me dijo: «Jorge, cuando la vimos salir nos quedamos todos en silencio, porque Jorge, ¡es una nena!». Y sí, es una nena, cuando la ves en persona te das cuenta. Cuando le hablás, cuando le preguntás, «Nahir, ¿por qué te autoinculpaste?». Zonzini puso voz de bebota y levantó los hombros: —«No sé», te dice ella, «me dijeron que no me quedaba otra». Y entonces yo le grito, a ver si entiende: «¡Pero boluda, estás en cana!».

Q

uizás el «arte» de Zonzini tenga que ver con eso: con el montaje audiovisual. De hecho, una de sus acciones más célebres en lo que va del «caso Nahir» fue la difusión de un video de la chica con sus amigos del colegio. Con el título «Adolescencia que adolece» se la puede ver en una celebración del Día del Estudiante. El video ya existía, pero Zonzini le cambió la música y sumó unos sobreimpresos que dicen cosas como «¿Qué te sucede Argentina, que nuestros maravillosos adolescentes finalizan siendo los protagonistas del drama juvenil que nos conmueve tanto?» o «No son mascotas pintorescas, ni animalitos, ni mucho menos materia comestible picadoras de carne conformadas por las redes sociales y las maquinarias periodísticas». —Yo hice poesía ahí nomás para generar un debate —explicó Zonzini en nuestro único encuentro. Él sabía que el video iba a tener muchas repercusiones negativas (casi todas, por lo que se puede ver en los comentarios de

E

n febrero de este año, Zonzini fue otra vez a visitar a Nahir. Antes de entrar saludó con la cabeza a Rosa, la chica que estaba presa en la celda de al lado, detenida por no presentarse a las audiencias de un robo por el que la habían inculpado. Rosa estaba mirando para afuera, sentada, con los brazos colgando a través de las rejas. Así solía pasar las horas. Nahir, en cambio, acostumbraba estar acostada o tratando de hacer sus ejercicios. No tenía aire acondicionado ni personal trainer ni nada de lo que se había dicho en los medios. Zonzini quiso sentarse pero no encontró dónde. Pidió entonces dos sillas para la celda, para que si él o alguien entraba a verla no tuviera que acomodarse en la cama con ella.

CON CULO AJENO CUALQUIERA ES PUTO. (DANIEL ÁLVAREZ) 21


INSTRUCCIONES PARA DESARMAR A NAHIR GALARZA

Le daba asco la imagen: una nena en una cama con un tipo grande. Nahir estaba flaca, pálida y sin maquillar, pero no se la veía descuidada. Tampoco la veía mucha gente. La visitaban solo Zonzini y los padres, así que aunque no estuviera de ánimo siempre le daba algo de charla a Zonzini. Esa vez tenía una mueca entusiasta. Sacó un libro y señaló una página. —Yo soy un 11 —le dijo Nahir—. ¿Ves? Soy un número maestro. Era un libro de numerología. Zonzini sabía algo de eso. Desde los tiempos de Ricardo Schiariti, el mentalista que terminó preso, Zonzini tiene elementos para hablar holgadamente de mentalismo, esoterismo, metafísica y numerología. Así que miró lo que Nahir le mostraba, examinó la tapa del libro y lo cerró con violencia. —Es la boluda de Conny Méndez —bufó—. Es una chanta que mezcla todo con todo. Los que te describen cómo sos son los antiguos egipcios. Nahir escuchó atenta y decepcionada. —Para los antiguos egipcios el 11 es el león con bozal. Una persona con todas las posibilidades de comerse el mundo, pero contenida por una cosa. Hay algo que la detiene. Nahir volvió a agarrar su libro, como una nena enojada. Le mostró su otro número, el 8. —Acá aparece el poder —dijo Nahir. Zonzini volvió a reírse. —No, nena. El 8 es el infinito. ¿No ves? Un 8 acostado es un infinito. Eso habla de vos. Vas en círculos todo el tiempo y no llegás a ningún lado —le dibujó un infinito con el dedo, le mostró la circularidad. Nahir se quedó en silencio. No sabía cómo discutirle a Zonzini, que siempre tenía una respuesta para todo. —Esto te contenía, este era tu bozal —siguió Zonzini—. Ahora vas a empezar a ser persona. ¿Y sabés qué es lo peor? Te estás haciendo persona acá. Nahir miró con los ojos apagados, pero sin llorar. La atención se le fue perdiendo. Entonces Zonzini se puso en un rol que mez-

claba los condimentos de un padre con el de un entrenador y un coach motivacional. —Sos una mina que no tiene techo. Yo lo que quiero es que vos tengas un futuro. ¿Y sabés qué? No solo lo quiero. Lo creo. Yo creo que vos tenés mucho por delante —siguió. Después miró la celda: un ventilador, un catre, una mesa. Dos sillas—. Tenés que sacarte esto de encima —Zonzini la miró fijo—. Es esto, nena. Y nada más.

E

n el mundo de Zonzini, «nada más» es, siempre, un concepto volátil. Con él nunca se sabe cuándo o dónde terminan las cosas. A mediados de abril, a pocos días de que este texto fuera a imprenta, Zonzini anunció a través de sus redes sociales que renunciaba a seguir como vocero de Nahir Galarza. Clarín tituló con la razón que dio Zonzini («Caso Nahir Galarza: el vocero Zonzini se baja porque no confía en los padres»), pero en la nota agregaron, a modo de información relevante, que José Ostolaza, importante penalista que semanas antes había aceptado tomar el caso en reemplazo del primer abogado que había contratado la familia, había puesto como condición que «no se mediatizara el caso». No había dado nombres, pero el mensaje estaba claro. Cuando le escribí a Zonzini para preguntarle qué había pasado, respondió que no había dejado el caso y que solo había decidido «no renovar su designación como vocero de Nahir», un cargo que en rigor no existe y que por lo tanto no es renovable. Después, palabras más o menos, preguntó cuándo salía la revista y ofreció mandar fotos para publicar. Le advertí que no íbamos a usarlas, pero unas horas después entró a mi casilla un mail con seis adjuntos: dos fotos en blanco y negro en la oficina que aparece en su sitio, otra en blanco y negro de Zonzini delante de un edificio público y dos a color de él hablando ante unos micrófonos y varios vasos de agua. El sexto archivo era el comunicado final. Este es el resumen:

VOS TAN 4G Y YO TAN 5G. (DANIEL ROQUE MASSAT) 22


TAMARA TENENBAUM

Habiéndose cumplido en el día de la fecha los 3 meses pactados inicialmente tras mi designación por parte de Nahir Mariana Galarza como manager y su voz ante la opinión pública y los medios de comunicación, he decidido en forma unilateral no renovar mi función por diferencias substanciales e irreconciliables con su entorno, fundamentalmente con su grupo primario. No así con Nahir, quien contó, cuenta y contará siempre con mi lealtad y confidencialidad hasta el instante final en que, de llegar a la instancia de tener un juicio justo, se la condene o se la absuelva de esta causa viciada por la mentira, la intriga y el lamentable desempeño de la justicia entrerriana. Es menester ratificar en este comunicado que, así como lo hiciere en cada programa de televisión que estuve o en cada nota radial y en todo debate ante la opinión pública y medios nacionales e internacionales, son cuatro los puntos fundamentales confirmados tras mi comprometida inserción en el caso: Mi absoluta e íntima convicción de que la joven Nahir no jaló el gatillo (...). Mi absoluta e íntima convicción de que Nahir no declaró en la justicia por voluntad propia sino que lo hizo siendo digitada, instada y coaccionada para que se auto incriminara en una suerte de sugestivo acuerdo entre partes donde todos parecieron quedar conformes. Mi absoluta e íntima convicción de que habiendo podido ver quien suscribe todas las pericias psicológicas (las oficiales y las de confronte de partes),

Juan Pablo Cambariere Buenos Aires, 1973

Nahir no cuenta con las herramientas ni la estructura emocional para haberse podido negar al pedido de la «autoridad» para que se auto incrimine y que, lo que es más grave aún, en su fuero interno permanece erróneamente su convicción de haber realizado un acto de amor puro inmolándose ella misma para proteger a terceros y velar por el cuidado y futuro de sus seres más queridos (...). Por último transmito mi preocupación por las miles de chicas como Nahir que se encuentran en total estado de indefensión detenidas en celdas de nuestras provincias, muchas de ellas bajo estados chacareros, patriarcales y machistas que, como hace cien años, aún encarcelan primero a las mujeres en lugar de brindarles contención, ayudarlas a contar la verdad y prestarles asistencia integral por medio verdaderos equipos de peritos psiquiátricos y psicológicos especializados en Violencia de Género. Asimismo confirmo que lejos de retirar mi más alto interés en el caso, habiéndome transformado en una de las personas que más conoce sobre el mismo, seguiré debatiendo, confrontando y aportando toda mi experiencia y conocimiento para llegar a la verdad. La única diferencia es que, a partir de ahora, lo haré en forma de consultor independiente e imparcial. Atte. Jorge Zonzini Manager

Diseñador gráfico y artista plástico que vive en Buenos Aires, Argentina. Es conocido por sus tapas de discos, libros y también por sus marionetas de madera. Combina sus proyectos editoriales con el trabajo semanal en Página 12, donde crea las tapas del suplemento «No».

CRECÍ EL DÍA QUE PEDÍ UNA SEGUNDA BEBIDA EN LA CENA. (EIAL MOLDAVSKY) 23


SOBREMESAS

¡MINGA!

¡MINGA!

HERNÁN: Al cierrre de esta edición el asesor de imagen de Nahir se bajó del caso, abruptamente.

mirábamos siempre en los noventa, vos y yo, fumando porro.

CHIRI: O lo bajaron.

C: A que no te acordás de la vez que Schiariti hipnotizó a Pappo y lo tumbó de espaldas contra el piso.

H: Lo que sea; pero por suerte Tamara, la autora de la crónica, llegó a tiempo para incluir ese dato en su investigación. De lo contrario vos, como Jefe de Redacción, hubieras tenido que presentarme tu renuncia.

H: ¡Eso es mentira! Lo estás inventando ahora.

C: No es la primera vez que me decís eso. ¿Estás con ganas de que te presente mi renuncia?

C: ¡Es la pura verdad! Pappo fue con una pierna rota, Schiariti lo hipnotizó y Pappo se cayó para atrás… Poné «Pappo hipnotizado» en YouTube y vas a ver lo que te digo.

H: Sí.

H: Lo estoy viendo, es impresionante.

C: ¿La aceptarías?

C: Según Zonzini, Nahir no es culpable. Dice que fue digitada. Sin duda está culpando al padre, al dueño del arma.

H: Primero trataría de descubrir si querés irte o querés quedarte, y haría exactamente lo contario a tus deseos. Mi estrategia es mantenerte incómodo.

H: No me podés recomendar un video de Pappo hipnotizado y después pretender que siga hablando de otra cosa.

CHIRI: La estrategia de Zonzini, el asesor de imagen de la asesina adolescente, pasa por que se entienda que Gualeguaychú es una sociedad rural patriarcal, porque según él esa característica es la que está condicionando el caso de Nahir.

C: Lo hice a propósito, para presentarte una nueva teoría sobre el crimen de Nahir Galarza. H: ¡Epa! No lo vi venir. C: Descubrí esto cuando puse por primera vez el video de Nahir caminando por las calles de Gualeguaychú, tras el asesinato de su novio. ¿Viste cómo volvía a su casa después de haber matado? Caminaba, no corría. Tampoco lloraba. Iba tranquila, pero era otra cosa, algo más que tranquila: como si exagerase o sobreactuara una tranquilidad.

HERNÁN: De Gualeguaychú salió el gordito famoso que ahora es político, ¿no? El que encabezó las protestas del campo en 2008… C: ¿Cuál? H: Ese que decía «¡Minga! ¡Minga!». ¿Cómo se llamaba? El de los cachetes colorados… C: ¿Alfredo de Ángeli, decís?

H: ¡Es verdad! Su forma de caminar era muy extraña.

H: ¡Ese mismo! C: ¿Y qué tiene que ver de Ángeli con todo esto?

C: Yo creo, querido amigo, que Nahir cometió el crimen... hipnotizada.

H: No sé, pensé en la sociedad rural y en Gualeguaychú y se me vino la cara de ese señor, todo un producto con «perfil» y «contenido», como los que le gusta armar a Zonizini.

H: ... C: ¿Me seguís?

C: No puedo creer que haya sido Zonzini el que lanzó a Ricardo Schiariti a la fama, el mentalista de La hora extraña. ¿Te acordás de ese programa?

H: Deberías presentar tu renuncia, Christian. Es imperioso.

H: ¡Claro! ¡Lo daban en el viejo Canal Dos! Lo

H: Tengo que pensarlo. x

C: Si la presento, ¿me la vas a aceptar?

A LA GENTE LE MOLESTA QUE LA FRASE NO TERMINE COMO ELLOS LECHUGA. (FACUNDO MARTÍN BADILLO) 24





U

na vez me pediste que te ayudara a escribir un cuento infantil. Querías leerlo en la fiesta de cumpleaños de tu hija, que cumplía diez. Pero te dije que ni siquiera podía inventarle historias felices a la mía. Te reíste y me respondiste que solo podíamos contar relatos violentos. —La diferencia es que vos entrevistás a ladrones y asesinos. Y yo trabajo con ellos. De eso no hay retorno —me explicaste, seria. Esa fue una de las muchas cosas que dijiste. Las recuerdo a todas. Diez minutos después de haberte conocido me contaste que eras ninfómana, bisexual y multiorgásmica. También me confesaste que a veces llegabas a excitarte con la inquietante ausencia que quedaba en una casa vacía después de que entrabas a robar. Te llevabas dinero y joyas valiosas, pero decías que te gustaba quedarte con los aromas y los secretos de esos lugares. Entre risas, una noche me dijiste que te masturbaste durante un robo. El delito te atraía tanto como el sexo. La última vez que te vi, hace casi un año, me avisaste que ibas a robar un banco. Sin cómplices. Querías hacerlo sola y sin ninguna máscara ni media en la cabeza. Querías que todos vieran tu cara, tus ojos celestes y tu pelo largo y castaño. Querías que vieran tu escote, que olieran tu perfume y tu rudeza.

RODOLFO PALACIOS Mar del Plata, 1977 Es periodista, muy comprometido con la investigación policial y del hampa. Pasó por La Razón, Perfil y Crítica. Colaboró con La Maga, Playboy, Caras y Caretas, Brando y Muy Interesante, entre otras. Fue subeditor de Información General de Noticias y secretario de Redacción de El Guardián. Escribió los libros El Ángel Negro, vida de Robledo Puch; Conchita, el hombre que no amaba a las mujeres; Sin armas ni rencores, el robo al Banco Río contado por sus autores y El clan Puccio, entre otros. Participó de los guiones de la serie Historia de un clan y del film «El Ángel», de Luis Ortega. Además, es un colaborador histórico de la revista Orsai.

CREO QUE EL NOMBRE MARÍA ES UN COMODÍN INVENTADO PARA QUE MUCHAS MUJERES SEAN LA MISMA. (FACUNDO MELCHIONDA) 28


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o hay que ser un estadista para llegar a esta conclusión: la mayoría de los robos son cometidos por hombres. El hampa desplaza a las mujeres al segundo plano. Ellas son las que reciben con la comida al malviviente después de un golpe, las que atraviesan —infaltables y puntuales— la insoportable espera de las largas colas en las cárceles. Las compañeras leales que les dan hijos que —en muchos casos— siguen el camino del padre. Si alcanzan un lugar central en el delito, lo hacen cumpliendo dos roles principales: el de viuda negra —que tiende trampas nocturnas en las que duerme a los hombres para robarles después— y otro más temido y despreciado en el submundo criminal: el de la mujer que delata a una banda por despecho. En este segundo caso, el ejemplo paradigmático es el del robo del siglo al banco Río de Acassuso, ocurrido el 13 de enero de 2006. Durante dos años la banda tramó un plan perfecto: simularon una toma de rehenes con pistolas de juguete en el primer piso del banco, mientras que en la planta baja otros hombres del grupo desvalijaban las cajas de seguridad. Sin herir a nadie, huyeron en dos gomones por un túnel, se llevaron dinero y bienes por 25 millones de dólares y dejaron, en el espacio vacío, un único mensaje: «En barrio de ricachones, sin armas ni rencores, es solo plata y no amores». Sin embargo, el amor —o como sea que eso se llame— terminó rompiendo esa trama que parecía imbatible: la esposa de uno de los asaltantes supo que su marido se iba a fugar a Paraguay con el dinero, las joyas y una joven amante. Y llamó a la policía. Todo hacía pensar que las mujeres tenían este lugar secundario o vengativo en el universo del hampa. Pero como cada ley tiene sus excepciones, empecé a preguntar si había ladronas. No me refería a mecheras, pungas, estafadoras ni campanas: mi objetivo era dar

Te supe capaz: podías sostener un fusil mejor que ellos. Y el delito era, para vos, una forma del deseo. Eso hacía la diferencia. Decías que te habías hecho ladrona por placer, adrenalina y rebeldía. Porque ninguno de los hombres de tu vida te había dejado robar. Todos ellos —pistoleros pesados que debían varias muertes— te querían en la casa cocinando, cuidando a tus hijos o visitándolos en la cárcel. Pero tenías otros planes para vos misma. —Si me matan, contá mi historia y llevá jazmines a mi tumba —me dijiste aquella vez. Pasó más de un año y no volví a saber de vos. No respondiste a ninguno de los mensajes que te mandé a los dos números que tengo tuyos y eliminaste tu cuenta de Facebook. Sé que no te mataron ni robaste un banco. Lo sé porque no salió en ningún diario. La nota probablemente hubiese dicho así: «Una mujer a cara descubierta y armada con un FAL asaltó un banco y huyó con la recaudación de las cajas. La buscan más de 100 policías». Seguramente hubiesen resaltado tu belleza más que tu ferocidad. Tenías las dos cosas. Hubieses querido ser leyenda y que en esos artículos alguien escribiera que admirabas a Ágata Galiffi, la flor del hampa que se hizo ladrona en la Rosario criminal de principios del XX y se tiroteaba con la policía, estuvo a punto de robar un banco y tenía su propia gavilla de pistoleros y contrabandistas. Así que esto que voy a contar quizás te dé satisfacción. Voy a dejar esta carta y de ahora en más escribiré para los otros. Para que conozcan tu historia, la de una ladrona que se impuso en un mundo de hombres violentos que tienen poco que perder. Tu nombre real es hermoso pero debo inventarte uno porque sino la policía empezaría a buscarte. Y no soy tu cómplice, pero tampoco tu delator. Te voy a llamar Cecilia.

LO QUE UNO EVITA, LA VIDA INVITA. (FEDERICO ILC) 29


LA LADRONA

con una mujer que tuviera la épica de los malandras con los que yo me reunía en los bares. Una vez le pregunté a un ladrón de bancos apodado Picadura, que purgaba condena en Olmos, por qué no había esa clase de mujeres. Me miró fijo y, como quien está a punto de revelar un secreto valioso, me dijo que existía una. Conocía a una chica que robaba mejor que los hombres. —Es una luz la piba. Alta ladrona. La quise hacer entrar en mi banda, pero los muchachos no quisieron. Corte que el hampa es así y es difícil de cambiar eso. Hay muchos otarios y giles. —¿No la dejaron entrar por ser mujer o pusieron otro argumento? —Uno de los pibes dijo que una mina robando se iba a poner nerviosa. Eso es flor de mentira amigo, yo robé un banco con un flaquito que le temblaban las manos como una hoja. Casi se le cae el fierro. Pero estos mamarrachos dicen que una mujer en la banda iba a llamar la atención. O hacer pis. —Todos hacemos pis. —Sí, pero el guacho este decía que nosotros, los chabones, podemos aguantar el meo o meamos de parado, las flacas no. Iban a querer ir al baño en el momento crucial. Lo mismo con el maquillaje. O que iba a contaminar la banda porque alguno se iba a querer encamar con ella. O iba a quedar embarazada. Todas esas pavadas decían. En 2005 terminé armando un dúo con ella. No quería dejarla a gamba y ella tiene algo especial que te atrapa. Nunca nos acostamos. Lo aclaro por las dudas. Ese año, y algunos que siguieron, Picadura y su amiga robaron fábricas y financieras. Tenían una especie de ritual. Para que la espera no fuera sospechosa, simulaban ser una pareja que discutía. Cuando llegaba el camión con la recaudación, salían del auto y él le apuntaba al chofer mientras ella iba a buscar el dinero. A veces invertían los roles. —Una vez yo tiré una rata en un local de pago y ella comenzó a gritar, aprovechamos el caos para entrar en la zona de cajas y llevar-

nos la guita. Otro día entramos con un bebé. La idea era generar caos y distracción. Casi siempre nos íbamos con los bolsillos llenos. —Me gustaría conocerla. —Te hago el puente, pero es arisca. Ojo, no se te ocurra tirarle los perros. Está marcada. Y el que la marcó es un chorro pesadísimo.

A

los pocos días, a mi WhatsApp llegó un mensaje que decía: «Hola, me dijeron que querías verme». La foto de perfil era la de un barco en altamar con una frase del Indio Solari: «Con carnadas finas te van a matar». Era Cecilia. Me citó en un café de Plaza Italia. Su historia me intrigaba más que la de cualquier ladrón. A la larga, todos los relatos de los pistoleros de raza se parecen: heredan el oficio en un viaje iniciático lleno de miseria y rencor, terminan en la cárcel, salen y roban hasta que vuelven a caer. Para un ladrón, la ley es morir ladrón. En cambio, la vida delincuencial de Cecilia podía llegar a ser como una especie de aire fresco entre tantas historias cargadas de muerte. Para que la reconociera, Cecilia me mandó una foto: pelo castaño largo, ojos grandes y celestes, piel pálida. Se la veía muy linda. Así la busqué. En el bar, Cecilia llevaba puesto un vestido azul adornado con flores. Tenía 38 pero aparentaba treinta. Y su cara era angelical: ojos claros, pestañas largas, nariz pequeña, labios abundantes que mojaría con la lengua mientras me escuchara hablar. Sus piernas también eran hermosas. Y lo mismo su escote, más allá de que la miraba a los ojos. Antes de pedir la primera cerveza, Cecilia me sorprendió con un comentario: —Hace unos años vos estuviste en mi casa… —Nunca te vi en mi vida. —Yo no estaba. Entrevistaste a mi ex marido. Mi nena, que tenía cuatro años, me contó que había venido un señor a hacerle una nota a su papá.

TRABAJAR POR LA PLATA ES COMO USAR EL AUTO PARA CARGARLE NAFTA. (FIDEL DALI) 30


RODOLFO PALACIOS

Era verdad. No podía creer que Cecilia hubiera sido la mujer del Narigón, aquel delincuente feroz que integraba la superbanda del Gordo Valor, el grupo criminal que en los años ochenta y noventa robaba bancos y blindados a punta de fusil. Ese pistolero había matado policías, era temido por los custodios de caudales y coleccionaba cicatrices de tiroteos y motines carcelarios. Formaba parte del ala dura de esa banda que ejecutaba hasta tres golpes en forma simultánea y que llegó a tener hasta treinta integrantes, muchos de los cuales no se conocían entre sí. El Narigón (lo llamaré así porque también debo preservar su nombre) era el que cruzaba el auto al blindado y se bajaba armado para apretar a los custodios. Era capaz de robar un banco en cinco minutos. Y era uno de los pocos que respetaba a rajatabla uno de los diez «mandamientos» de la banda: «La mujer del compañero tiene bigotes». Había razones para respetar esa sentencia. Años atrás, un ladrón de la banda tuvo un romance con la mujer de un compañero que había caído preso. Pocos días después de que el grupo de delincuentes se enterara, el «traidor» apareció muerto de un balazo en la cabeza adentro de su auto, en Garín. «Odio a los pata de lana, pero no tuve nada que ver», le aclaró El Narigón a Cecilia. —No te creo nada. A mí me podés decir la verdad —le dijo ella. —La única verdad es que ese tipo era una bomba de tiempo. Y sé que si se metía con vos, uno de los muchachos iba a poner las cosas en su lugar. Nadie pagó por ese crimen mafioso. Cuando lo entrevisté, el Narigón cumplía arresto domiciliario. Pero lo violó un año después de esa nota. Se escapó, cometió más robos y lo acusaron de matar a un chapista a sangre fría. —Es bravo. Muy violento, pero ama a su hija —dijo Cecilia en nuestro primer encuentro. —¿Tu hija sabe que vos y su papá son ladrones?

—De él sabe, de mí no. El Narigón nunca ocultó nada. Para él ser ladrón es como ser carpintero, plomero o taxista. Un laburo digno. La nena dice que su papá es bandido, pero de los buenos. Dice bandido porque escuchó esa palabra en los dibujitos. El problema es que les decía a sus amiguitos: «Mi papi es un bandido bueno, lo metieron preso porque la policía no le cree que es bueno». Igual en su escuela hay más de un chico que tiene el padre detenido. —¿Algún día le vas a decir que vos también robaste? —Cuando sea más grande. O tal vez nunca. El Narigón me dice que es mal ejemplo para nuestra hija que yo robe. «¿Y vos, caradura?», le dije un día. «Que yo sepa te dedicás a lo mismo». Lo del hombre es más difícil de disimular. Porque es bruto, llega de robar y apoya el bolso con guita ahí nomás, y saca el arma, la desarma y la limpia. Lo mío siempre fue sutil. Es más, cuando la nena era bebita la llevaba conmigo a hacer inteligencia. Iba con ella a upa a ver barrios, los movimientos de las casas. ¿Quién iba a sospechar de una madre joven con una beba en brazos? — ¿Cuando vas a robar con quién queda la nena? —La llevo a lo de mi vieja. Es duro porque un día podría pasarme algo y no volver. Pero soy una madre presente, como cualquier otra. La llevo a la escuela, voy a las reuniones, a los actos, la ayudo a hacer los deberes, dibujamos juntas. Soy muy cuidadosa. —¿No tenés miedo de que siga tus pasos? —No pienso en eso. Si hago las cosas prolijas, no tendría por qué hacer lo que yo hago. Para ella soy una mamá normal porque en realidad lo soy. —¿Al Narigón lo seguís viendo? —Cada tanto. Le llevo a la nena al penal. Pero terminamos discutiendo. Él quiere volver conmigo. Amenaza de muerte a todos mis novios. Ni le voy a decir que estuve con vos. —No, mejor no. ¿Cuál fue su reacción el día que se enteró de que choreabas?

DIGAN LO QUE DIGAN, LOS PELOS DEL CULO ABRIGAN. (FRANCISCO HITZFELDER) 31


LA LADRONA

—No quiere que robe. Al principio lo hacía a escondidas de él, pero una vez le conté. Y se puso loco. Pero debo reconocer que casi todo lo aprendí de él. Nunca me quiso enseñar, pero con las cosas que contaba me dio clases sin saberlo. Creo que quería protegerme. Aunque el otro día pensé que no me dejaba robar porque se ponía celoso. El siempre quería ser el más importante de la familia. El señor ladrón. —¿Nunca robaron juntos? —No, además no quiero saber nada de él. Forma parte de mi pasado. Es un sacado. No le hace falta drogarse para ser así. Igual se dicen muchas cosas de él que son mentira. Como que un día en una toma de rehenes usó a un bebé como escudo. —Eso se dice de varios ladrones. —Es mentira. También se dice que el Gordo Valor es policía. Son bolazos. Hablando del Gordo Valor, su cuñada llegó a robar con la superbanda. Se disfrazaba de tipo y salía con ellos. Se ponía hasta bigote falso y se recogía el pelo. —¿Es verdad que tu ex le sacó con una tenaza los dientes de oro a una rusa? —Es mentira. Pero algunas cosas son ciertas. —¿Cuáles? —Una de ellas es que está obsesionado conmigo y es capaz de matar por mí. —¿Cómo lo conociste? —En un asado que hizo mi papá con varios delincuentes. —No sabía que tu viejo era del gremio. Cecilia saca su billetera, la abre y me muestra una foto en blanco y negro en la que aparece un hombre calvo de barba que sostiene un fusil con la mano derecha y una beba con la mano izquierda. —Esa soy yo —dice. Su padre era pirata del asfalto. Solía robar con traje y gomina. Cuando ella era chica pensaba que era oficinista o empleado de correo. Y una vez creyó que era viajante porque volvió a los diez días con un maletín y regalos. Parecía otro hombre, como esos mari-

neros que vuelven transformados de altamar, cubiertos de un aroma que pareciera avejentarles la piel e instalárseles en la mirada. A los diez años, Cecilia despertó de una pesadilla y cuando fue a la cocina a buscar a su madre, descubrió a su padre contando fajos de dinero sobre la mesa. A un costado, tenía el fusil y una pistola. Nunca olvidó la forma en que él la miró. Con una mezcla de sorpresa y resignación. La sentó en su falda, la acarició y la llevó a dormir. De ahí en más, Cecilia creció con dos imágenes: la de su madre, una ama de casa que se ocupaba de todos los avatares domésticos (la casa, la cocina, la educación formal de su hija). Y la otra, que era magnética. Años después, en la adolescencia, Cecilia le pidió a su padre que le enseñara a disparar un arma. El hombre se negó. —Si hubieras nacido varón ya habrías disparado todas mis armas, hasta me hubieras acompañado a laburar —dijo. Con esas palabras dejó en claro que en su universo no había lugar para mujeres. Y que el submundo del hampa se parece a las familias de artistas de circo: los padres les trasladan el oficio a hijos, sobrinos y nietos. Todos hombres. Cecilia quedaba afuera de esa herencia. Cuando conoció al Narigón —en ese asado hecho por su padre— él también se opuso a que ella delinquiera. El destino de Cecilia parecía estar escrito, y era casi calcado al de su madre. Su pareja solo le enseñó a limpiar el arma, a desmontarla y armarla otra vez. Pero ella sentía el impulso de cargarla y salir a robar. —Para conformarme o tenerme entretenida, El Narigón me puso un local de ropa. Pero eso era peor que quedarme encerrada limpiando la casa o cocinando. No me resignaba a ser la mujer de un asaltante que iba a tener el corazón en la boca cada vez que él no volviera. Y no quería vivir pendiente de la tele para ver si hubo un tiroteo o no. Esa vida no era para mí, pero igual no me desesperaba. Por dentro sabía que algún día llegaría mi oportunidad.

PARA QUE TE PUBLIQUEN UN TEXTO EN LA ORSAI HAY QUE EMPEZAR DESDE ABAJO. AQUÍ ESTOY. (GABRIEL SCHERMAN) 32


RODOLFO PALACIOS

quedarse con la intimidad de los ocupantes de la casa. Revisar sus bibliotecas, los cajones, los roperos, las cartas, las fotos. Una vez, en la casa de una anciana adinerada, encontró una cajita que conservaba una manta con volados. En el centro, que estaba envuelto, había una mancha roja. Supo que esa mujer guardaba su primera menstruación como si fuese un tesoro. Para ella, entrar en una casa vacía era como ser religioso y entrar a una iglesia: ambos se arrodillaban ante una imagen en la cual creían. En ese caso, ella parecía rendirle culto al santo de la ausencia. Se sentía viva rastreando las pistas que delataban si los ocupantes se habían ido hacía poco o no. A veces abría el libro que estaba leyendo el dueño de casa y retomaba la lectura. O sentía al tacto la suavidad de la ropa lavada. O encendía el televisor y descubría qué canal estaba viendo la persona antes de irse. O tomaba del whisky que alguien había tomado la noche anterior, le daba una pitada a un porro, comía las sobras como si buscara absorber el secreto de lo cotidiano. O se probaba joyas y zapatos mientras respiraba el aire que había respirado otro. Cecilia era una coleccionista de intimidades. Mejor dicho: una voraz cazadora de intimidades. Ese ritual no la hacía menos profesional. Cuando se iba, no dejaba huellas pero sentía que algo de ella quedaba en esas paredes que a veces eran envases de seres solitarios cuya pesadumbre perduraba en el ambiente aun en la fugaz ausencia. —Es raro, porque no puedo describir muchas casas en las que entré, pero puedo hacer un inventario de los objetos que encontré o robé. Siempre me gustaron los detalles —dijo Cecilia en el bar. Después tomó un sorbo de cerveza y se relamió los labios. Me esforcé por sostener la mirada en sus ojos. Ella siguió—: Una vez me robé una matrioshka de bronce. Se la regalé a mi nena. La adrenalina de caminar en una casa sabiendo que alguien puede abrir la puerta en cualquier momento

A los pocos meses de haber comenzado la relación con el Narigón, quedó embarazada. Y antes de que la nena cumpliera un año, El Narigón cayó preso en la Unidad Penal Número 9 de La Plata por un robo fallido a una empresa farmacéutica, y Cecilia se separó de él literal y amorosamente. Entonces sintió que era su momento de pasar al frente. Le pidió a Picadura, un ex compañero del Narigón, que la sumara a su banda. —¿Estás segura? —preguntó el malandra. —No hagas preguntas pelotudas. ¿Cuándo arrancamos? —Tengo un par de cosas en vista. Solo te aclaro una cosa. Grabátela en la cabeza. —No soy tu hija. —Una vez que entrás en esto, no salís. Es un viaje de ida.

C

asi sin transición, porque en el delito no hay entrenamiento posible y se aprende golpe a golpe, Cecilia se hizo ladrona. Picadura le dio una pistola calibre 22 y le enseñó a usarla. Fueron a un club de tiro de Quilmes y Cecilia tuvo un buen desempeño. Estaba lista. A los pocos días con Picadura comenzaron a robar en hoteles alojamiento. Veían una luz roja y paraban. Entraban como pareja y desvalijaban las habitaciones y la recaudación del lugar. Más allá del contexto y de la adrenalina de los robos, y de las sensaciones que provocaba Cecilia, nunca pasó nada entre ellos. Ella quería, pero él siempre ponía reparos. —Estás re fuerte, me encantan tu culo, tus gomas, todo de vos, pero es mejor que nunca pase nada. El sexo contamina todo. Esto es laburo —le dijo Picadura. Ella asintió con la cabeza. Junto a Picadura se inició también como escruchante: robaba casas. Y notó que sentía algo especial cuando entraba en una vivienda en ausencia de sus dueños. Podía saber por los aromas si el hogar llevaba varias horas vacío. Más que el acto de robar, le atraía

CONFUNDÍ LIBERTAD CON LIBERTINAJE Y NO PASÓ NADA. (GUILLERMO MOVIA) 33




LA LADRONA

tipo: una mujer que le era infiel a su marido, una fiesta con drogas, una discusión de pareja, una cena romántica. Y a Cecilia le fascinaba la idea de mirar vidas ajenas a través de una ventana. El riesgo de la altura también le atraía. Su amigo había intentado robar una estatua victoriana y casi se cae al vacío. Ese peligro, le dijo un día, valía más que cualquier botín millonario. Una madrugada, Cecilia lo acompañó a robar a un octavo piso en Recoleta, pero sintió vértigo y quiso bajar. —Me puse a llorar como una estúpida. Encima mi compañero se enojó porque le hice perder tiempo y lo puse en riesgo. Sentí tanta impotencia que cuando bajé a la superficie saqué el revólver y asalté a una parejita que caminaba por la calle. Me dieron las billeteras. Se las tiré al piso de bronca. No quería robar, quería sacarme la furia de encima. Me fui de la banda un tiempo. Cuando volví dejamos en claro muchas cosas. Yo debía ser menos pasional y Picadura menos frío. Cecilia siguió hablando y bebiendo conmigo durante tres horas. Su historia me fascinaba. Desde ese día tuvimos contacto casi todos los días. Nos escribíamos o nos encontrábamos a pasear o a tomar un café o una cerveza. Para ella, yo era una especie de confesor. Me hablaba de sus robos, de sus errores, de sus miedos. También de sus certezas. Me contó que una vez le disparó en las piernas a un hombre que intentó propasarse con ella. Y que una vez intentó pasar diamantes en un viaje en avión, pero se arrepintió y escapó con los diamantes y cree que los delincuentes que la habían contratado siguen buscándola para vengarse. Una tarde me dejó plantado en la plaza Irlanda, en Caballito. La esperé media hora. Hasta que llamó y me dijo: —Perdoná nene, estoy complicada, ando renegando por la vida. Me dan ganas de salir a la calle a tirar tiros, a romper todos los autos y los vidrios de los negocios. —¿Qué pasó? —Mi ex. Dice que si no vuelvo con él me

es poderosísima. Disfruto todo lo que vivo porque me costó hacerme mi lugar. Casi no hay chicas ladronas. Nos usan de mulas o transas. Pocos ambientes como éste son tan machistas. Fijate las colas que hay en las visitas en las cárceles. Todas madres, esposas, hijas. Los chabones se hacen los reyes con los fusiles, pero cuando llegan a casa son nenes de pecho. Para el macho el delito es como una vitamina. Aman a sus pistolas como a sus pitos. No pueden parar. Es como que se les pare con viagra. Para mí robar es mucho más que eso. Me atraviesa. Me habita. Lo siento en la sangre. En el estómago. En el pecho. En los dedos. Y en un cosquilleo acá abajo, algo que me da felicidad —dijo Cecilia y se tocó la entrepierna, o eso imaginé. —¿Tuviste sexo durante un robo? —Sí. Y me gusta masturbarme cuando estoy en riesgo. Lo más fuerte es cuando estoy por cometer un robo. Cuando lo cometo me olvido de todo y cuando termino siento un gran vacío. Pero siento una excitación incontrolable cuando estoy por robar. En realidad me excito casi todo el tiempo. Veo a un pibe que me gusta, o una piba linda, y me derrito. Ni alcohol me hace falta. Cogí varias veces con un muchacho con el que robaba. —¿Picadura? —¡No! Aunque Picadura tiene fama de tener una verga gigante. Conocí muchos ladrones pitocorto. Pobres. Por eso aman sus fusiles. Este pibe con el que curtía era un salvaje. No había robo si no había sexo y viceversa. Era un pacto. Subíamos al auto, tirábamos la bolsa con la plata atrás y nos íbamos a un telo o lo hacíamos en el auto. Soy ninfómana. No lo puedo evitar. La mayoría de los hombres son ninfómonos. La inventé a esa palabra, ¿no? ¿Y vos qué sos? Por esos días, Cecilia estaba tan cebada que practicó acrobacia para robar bajo la modalidad de «hombre araña». Quiso seguir los pasos de un ladrón amigo que en las alturas había robado desde cuadros hasta adornos de plata. En su recorrido por los techos el hombre solía encontrarse con situaciones de este

ME CUESTA DECIDIRME POR ALGUNA LUCIANA, ENTONCES ELIJO A LUCIANAS AL AZAR. (GUILLERMO PANERO) 36


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va a matar a mí y la va a matar a la nena. No lo puedo denunciar. Me la tengo que comer. No sé por qué me hace eso. Encima aparecieron deudas y tengo mucha guita sin cobrar. Los boxeadores no pierden cuando caen sino cuando no se levantan. Eso lo decía mi viejo. Tenía razón. —¿Tu papá vive? —No, tuvo un infarto en la cárcel. No quería morir preso. De hecho estaba planeando una fuga. Hubiese preferido morir asesinado por la policía. Estuvimos dos meses sin vernos. Por esos días, Picadura, el ladrón que me había contactado con Cecilia, me llamó desde la cárcel para ver cómo me había ido con su amiga. «Viste que buena que está, tiene unas tetas hermosas y un culo divino. Seguro te tentaste, acordate que está marcada, no se te ocurra tirarle onda porque se sabe todo», me dijo. Le recordé que yo solo quería de Cecilia su relato delincuencial. Pero estaba claro que otros tipos querían otras cosas. Y que eso que tenía Cecilia también tenía otro tipo de valor en el mundo del hampa. Separada del Narigón, Cecilia salió un tiempo con un proxeneta que tenía dos prostíbulos en el microcentro porteño y que le hizo una propuesta. No se trataba de trabajar en esos lugares —él había insistido, pero ella siempre se negó— sino de formar parte de otro tipo de negocio sucio: ir al vip de los boliches en busca de empresarios o futbolistas. Convertirse en una viuda negra. La metodología era como la de cualquier otra «viuda»: lograr que el tipo la llevara a su casa y ponerle droga en el trago para dormirlo. La diferencia de Cecilia con otras de su rubro era que ella no dependía de una banda que fuera a desvalijar a la víctima. Lo hacía ella misma. —Además me gustaba tener sexo con el desafortunado —me dijo una tarde mientras caminábamos por San Telmo. Cecilia vivía en la la zona sur del conurbano, pero le gustaba ir a ese barrio de la capital. —¿Robabas mucho como viuda negra?

—Depende. No era muy redituable, además era riesgoso. No fue una buena experiencia —dijo, como para ponerle fin al tema, y siguió caminando en silencio. Cada tanto Cecilia entraba a un negocio de antigüedades y se quedaba mirando un objeto. —Me encariño con las cosas, sobre todo las que tienen un valor sentimental. A veces siento que es más dañino robar un recuerdo que un fajo de plata. Los objetos hablan mucho de nosotros. Aunque al final no nos quedemos con nada. Igual no quiero quedar como que la plata no me interesa. Si no me gustara la guita, me dedicaría a ser coleccionista y no ladrona. Pero lo mío no existe en comparación con lo de otros. Conocí ladrones que morían por la guita. Olían los billetes, los pesaban. Había un pirata del asfalto que le pedía a su mujer que en la visita le llevara algo de plata porque extrañaba tocar los billetes. Es una enfermedad. En un momento entramos en una librería. Cecilia buscaba novelas de amor. En una mesa de saldo vi El beso de la mujer araña, de Manuel Puig, y se lo regalé. A la salida me invitó un helado. —¿A los asesinos y chorros les regalabas libros? —me preguntó. —Sí, es como una costumbre. Al Gordo Valor le regalé El juguete rabioso, de Roberto Arlt. —¿Y a Robledo Puch? —A sangre fría, de Capote, y El retrato de Dorian Gray, de Wilde. —¿Y le gustaron? —Se ofendió porque le regalaba libros escritos por homosexuales. También le regalé La comunidad organizada, de Perón. —¿Robledo se cargó a once, no? Tiene carita de ángel. —Ahora no. Lleva cuarenta y seis años preso. Ahora se parece al Tío Cosa. —Para mí el loco se enamoró de vos. —Lo mismo me dice mi ex mujer. Y el poeta Fernando Noy. Están locos. —¿Te puedo hacer una pregunta? ¿Por qué tenés tanta buena onda con los ladrones?

MI MADRE NO ME AMAMANTÓ, ME DIJO QUE ME QUERÍA COMO AMIGO. (GUSTAVO ARIEL MARTÍNEZ) 37


LA LADRONA

—No es buena onda. —¿Y qué es? —Empatía. —¿Simpatía? —No, empatía. Una especie de conexión. —¿Nunca robaste? —No. Y les tengo miedo a las armas, aunque una vez disparé en un polígono y, para mi sorpresa y pese a mi pánico, tuve una muy buena puntería. —Disparar es apasionante. —Espero que no hayas matado. —¿Y si fuera una asesina, cambia algo? —Sí. Por empezar, te cambiaría a vos. Nadie volvió de ese peso. —Nunca herí ni maté a nadie, pero cuando vas a robar la muerte es una posibilidad. Eso es así. —Entonces —le dije— te parece apasionante disparar al aire. —No me cargues. Pero una vez la pasé mal. Nos tiroteamos con un policía que estaba de franco. Éramos dos chicos y yo. Habíamos robado una fábrica. Uno de mis compañeros hirió al policía. Quedó tirado en medio de la calle. En ese momento sentí algo muy fuerte. Y me acerqué al pibe y lo tuve en brazos. Le salía sangre de un brazo. Mis compañeros me puteaban para que escapara con ellos, no entendían lo que estaba haciendo. Y el policía, que apenas podía moverse, me dijo: «Te agradezco, pero si no te vas te voy a tener que detener». Al otro día supe por el diario que había sobrevivido. Lo llevaron en helicóptero al Churruca. —Tus cómplices te habrán recriminado mucho tiempo esa reacción que tuviste… —Obvio. No robé más con ellos. Me dijeron que fui maternal y que por eso las mujeres no deben robar. Y yo les dije que no quería robar más con sanguinarios. Aunque el pibe tiró porque el policía dio la voz de alto. Tuve suerte porque los detuvieron poco tiempo después. Yo siempre zafé. Una vez caí detenida pero un testigo no me reconoció. —Y eso que ojos como los tuyos debe haber pocos.

—¿Es un piropo? —No, una descripción. —No sé por qué te cuento todo. Ahora que lo pienso, es raro que un asesino que no habla con nadie te haya contado a vos sus secretos o que un ladrón te diga qué robos va a cometer. —Debe ser porque los escucho y no delato. —Debe haber algo más. —Nada. Soy cobarde e ingenuo en muchas cosas. Deben sentir esa confianza, como si hablaran ante un espejo. O como si ellos fueran hablados. —Vos sos un misterio. —No tengo nada extraño. Soy normal, mi vida es aburrida. —No te creo. Y para mí tenés coraje. Por dentro sos un dragón, lo percibo. —Me hacés reír. Veo a una araña y tiemblo. Y si de noche oigo una cucaracha que camina, prendo la luz aterrorizado. —Todos esos son disfraces. En el fondo sos un dragón. Algún día va a salir. —Y vos sos una fantasiosa. —¿Nunca robaste? —No. O sí: una vez, borracho, robé una hamburguesa de una estación de servicio. Me descubrió el guardia. —¿Tuviste algún ladrón en tu familia? —No, todo lo contrario. —¿Canas? —Sí. —Qué raro que no saliste cana. Los hijos de los canas salen canas… —Y los hijos de los ladrones, ladrones. —¿Tu viejo es poli? —No. Los policías eran mi abuelo Remigio y mi bisabuelo. —¿Cómo se llamaba tu bisabuelo? —Remigio. Como mi abuelo. —Qué bueno que no saliste a ellos. No tenés nada de ellos. —Sí… mi segundo nombre es Remigio. Me lo puso mi viejo. Nunca se lo dije, pero siempre rechacé ese nombre. En la escuela me cargaban y había maestros que lo repetían adrede.

HORACIO OLIVEIRA HUBIESE SIDO UN GRAN TUITERO. (HERNÁN BAZÁN) 38


RODOLFO PALACIOS

—¡Llevás el nombre de un policía! Remigio, el nombre de un policía muerto. —Llevo dos nombres de muertos. Rodolfo se llamaba mi abuelo materno. —¿Era cana también? —No, zapatero. Esa noche, yo parecía el entrevistado y Cecilia la entrevistadora. En general los ladrones que había perfilado hablaban solo ellos. Les interesaba poco de mí. Pero Cecilia estaba intrigada por mis antepasados. Le conté que no había conocido a mi abuelo, pero lo poco que sabía de su carrera policial era que había detenido a varias bandas de piratas del asfalto y hasta había llegado a quedarse con algunas cosas robadas, como por ejemplo una bicicleta. También escuché que mató a un pistolero. De mi bisabuelo hay una leyenda pintoresca: era comisario en Castex, La Pampa. Una vez detuvo a Juan Bautista Vairoleto (o Bairoletto, según aparece en algunos documentos históricos), el legendario Robin Hood argentino. El bandido rural de la canción de León Gieco. Pero mi bisabuelo lo liberó en extrañas circunstancias a pedido de un político radical cuyo apellido era Cometa. Esto lo había leído en un libro del historiador Hugo Chumbita. Mi bisabuelo se retiró de la fuerza y puso una casa de botones (esto es real, aunque no lo parece) en Mar del Plata. Mi padre siempre cuenta que cuando silbaba, mi abuelo lo reprendía duramente. —Es de mala educación —le decía—. Silban los ladrones, los marineros y los analfabetos. Cuando Cecilia escuchó todo, me dijo su hipótesis: creía que mi acercamiento a los hampones era una manera de comenzar a pagar la deuda contraída por mi abuelo y mi bisabuelo. Un karma. No respondí. Me quedé pensando en lo distinto que era conversar con una ladrona. En todos estos años entrevisté rufianes que solo paraban de hablar para tomar un trago de cerveza. Estaban enfrascados en sus desdichas y leyendas. Eran títeres de sí mismos

pronunciando un monólogo desordenado y reiterativo. Tal vez por eso, o ya ni sé por qué, durante un tiempo me unió a Cecilia un vínculo difícil de definir. A veces, ella me mandaba fotos suyas. En algunas aparecía empuñando distintas armas, desde una pistola calibre 9 milímetros hasta un fusil. En otras se la veía de visita en el museo de la cárcel del fin del mundo, en Ushuaia. En una de las imágenes aparecía dándole un beso de lengua a la estatua del Petiso Orejudo, el siniestro asesino de niños. También me contaba sobre sus experiencias sexuales. Una vez me escribió por mail: Estoy húmeda. Sos como mi cura al que le confieso todo. Salí de ver a un pibe de Devoto. No te conté que lo conocí por carta, ¿no? Es divino. Ojos celestes, un metro ochenta, polirrubro. Todo le viene bien, desde camiones a kioscos. Como no nos autorizaron la visita íntima, ¿sabe qué hice, padre? ¿No se va a escandalizar? Metí mi mano por debajo de la mesa y manoseé a mi chico. En un momento nos dejaron solos, porque el botón de la puerta se fue al baño. ¿Sabe lo que hice, padre? Nos metimos en el baño de la sala de visitas y se la chupé toda. Estaba tan caliente mi chico que acabó en mi boca. ¿Soy pecaminosa, curita? ¿Tengo que rezar varios Padrenuestros o usted también se está tocando? Quedé sorprendido por el tenor del relato (ni siquiera sabía si era real) y la confianza que ella tenía para contarme algo así. Acepté el juego, y a veces le mandaba mails ficticios, pero sin el tinte sexual de los suyos. Un día, le escribí esto: Planeemos una fuga antes del amanecer, o después. En el Ford V8 de Bonnie & Clyde, antes de ser un colador de lata. Que nos sigan 300 policías, helicópteros, francotiradores, buzos tácticos. Busquemos luces rojas de neón, un

LA AMISTAD SE SELLA COMPARTIENDO UN CUENTO, UN LIBRO O UN ASADO. (HUGO GOLDBERG) 39


LA LADRONA

darle de comer a mi nena, a pasar a tener mucha guita. Descubrí una destreza y una rapidez que pensé que no tenía. Vi que mi aspecto en apariencia angelical o inofensivo era una manera de pasar inadvertida, como un disfraz, porque la policía siempre busca al ladrón feo y hombre. Viví muchas emociones, como por ejemplo estar llevando en auto un cargamento para una banda de piratas del asfalto. Llevaba el fusil entre las piernas. —Y eso te excitó. —Claro, nene, me vas conociendo —Cecilia se rio—. Tengo ganas de contarte tantas cosas que no sé por dónde empezar. —¿Dónde escondías los botines? —En varios lados, pero una vez lo escondí en una iglesia de Corrientes. —¿En qué parte? —En los pies de un Cristo al que la gente le rezaba. Una noche, mientras el cura dormía, le metí a la base una cajita de yeso llena de guita. —¿Sigue ahí la plata? —No. La fui a buscar hace poco. Un año estuvo guardada. Hay tanta guita suelta en escondites de ese tipo que un día me voy a dedicar a buscar tesoros. Ese lugar está lindo para robar —dijo Cecilia y miró el cementerio. Al rato se sumó un amigo suyo que intentó conquistarla aunque ella se mostraba indiferente. Cecilia lo terminaría besando más por generosidad que deseo. El tipo era dueño de un local de computadoras. Vivía en San Isidro y Cecilia lo había conocido en una fiesta electrónica. Me daba la sensación de que habían tenido algo entre ellos: una noche de sexo, no mucho más. La diferencia es que él la miraba con lascivia y ella lo trataba como se trata a un amigo. —¿Vamos a una fiesta? Vas a ver que cuando entro en un lugar transformo la energía. Tengo ese don. —Es verdad —dijo el amigo—. Es como si el aire se impregnara de la onda que tiene Cecilia. Algo irresistible. Cuando terminó la frase la abrazó y le besó el cuello.

piringundín con fonola y whisky, moteles como los de las novelas de Fante. Una fuga como un choque de trenes. Siguiendo el aullido. Atrapémonos antes de que lo haga la policía. Respondió enseguida: No me corras. Tengo auto. Tengo fierros. Y tengo ganas de fugar. Hablo en serio. Al final no fuimos a ningún lado.

U

na noche, Cecilia me citó en un bar frente al cementerio de la Recoleta. Apareció con un vestido rosa muy corto y zapatos negros con taco aguja. Llamó al mozo y pidió dos vasos con dos medidas de whisky Johnnie Walker Etiqueta Negra. —¿Sabés lo que estuve pensando, nene? Me gustaría que vivieras conmigo. —¿Para qué? —Para que vieras cómo soy. —No hace falta vivir con una persona para saber cómo es. —Pero verías a muchas Cecilias. Y todos mis pensamientos. A veces creo que tengo muchas personalidades. Me asusto hasta de mí misma. Soy muy enamoradiza. Me gusta un hombre con locura y capaz que me presenta al amigo y me enamoro del amigo y el amigo me presenta a otro y me gusta ese otro. No puedo parar. Podría decir que la mayoría de mis hombres fueron ladrones. —¿Qué te atrae de un ladrón? —Que su vida puede cambiar de un momento a otro. Y que viven en la calle. Amo la calle. Todo pasa en la calle. Siempre salí con delincuentes. Pero mi problema no es ese, sino que no puedo estar mucho tiempo con la misma persona. —Pero robás desde hace mucho tiempo: en eso sos constante. —No creo que robe toda la vida. Pero quiero hacer un hecho grande. Viví muchas cosas en el delito. De no tener un peso ni para

YA TE VOY A AGARRAR CAGANDO Y SIN PAPEL. (IGNACIO JOSÉ FILGUEIRA RISSO) 40


RODOLFO PALACIOS

El amigo de Cecilia nos llevó a la fiesta, en una disco de Palermo. Cecilia entró y fue directo a la barra. Pagó tres Chivas Etiqueta Azul. Y fuimos al centro de la pista. En un momento una chica muy linda se le abalanzó y comenzó a besarla. Era evidente que se conocían desde antes. Cecilia no era la más linda, pero ejercía una especie de encanto sobre hombres y mujeres. Bailaba música tecno y parecía que el boliche giraba a su alrededor. Como me fui a un costado, ajeno a la diversión, me fue a buscar y me llevó al centro de la pista. Sentía que todos nos miraban. Cecilia se daba vuelta y me apoyaba su cola y ponía mis manos en su cintura. Se agachaba y se levantaba y se refregaba en mí, como si fuera su caño de carne y hueso. Su amigo, algo incómodo, se alejó hacia la barra. Ella me miraba como poseída. Se pasaba la lengua por los labios, que ya estaban húmedos. En ese momento pensé que ese gesto había sido visto por pistoleros desesperados que la deseaban como si fuera única. Pensé en su ex marido amenazando a todos los que se le acercaban. Y pensé que los bandidos que la pretendían tomaban esa amenaza como un fascinante gaje del oficio. Pero de repente todo el deseo que sentí esa noche por Cecilia comenzó a desvanecerse, como si en ella no viera a la Cecilia que me conmovía, sino a la viuda negra que engañaba vilmente y tejía trampas. Cecilia hablaba a un centímetro de mi boca. Sus palabras eran más susurros que otra cosa. Se acercaba y se alejaba y su perfume seguía en el aire. Hasta que en un momento me abrazó y me dijo al oído: —Vamos a casa. Te invito a dormir. En ese momento sentí una mezcla de deseo y temor; o algo mucho más extraño que me hizo dejarla en la pista bailando sola.

Horacio Altuna Córdoba, 1941

Le dije que debía irme porque tenía que levantarme temprano. «Sos raro», contestó. Al rato, mientras me alejaba, vi que su amigo había vuelto para bailar con ella. Salí del boliche y me sentí aliviado. Aunque era un falso alivio. Esa noche me costó dormir. Tirado en la cama, aún vestido, mi cabeza se debatía en la contradicción. Por un lado me consolaba y sentía que había hecho bien en irme. Meterme con Cecilia era meterme con su mundo. Recuerdo que un robabancos me dijo un día: —No le temo a la muerte, ni a la enfermedad, ni a la mala suerte, ni a los hombres ni a sus armas. Les temo a las circunstancias. Yo, en cambio, le temía a la muerte, a la enfermedad, a la mala suerte, a los hombres, a las armas. Y a las circunstancias, por supuesto. Y en este caso la circunstancia era clara: en torno a Cecilia estaban su ex, que seguía preso, y otros hombres del hampa que salían con ella cada tanto. Al otro día, Cecilia me dijo que iba a robar un banco. Pero no volvimos a vernos. Sé que hasta ahora no cometió ese robo porque miro los diarios buscándola. Es mi única forma de saber de ella, porque nunca más me respondió un mensaje. Quizás no perdonó que le negara la última intimidad que existe entre dos cuerpos desnudos. O quizás simplemente se fue, haciendo uso de un poder que por momentos me pareció infinito. A veces, cuando la extraño, pienso en hacer lo que finalmente estoy haciendo ahora: hablarles a todos de ella; escribirle, para empezar, una carta. x

Historietista argentino reconocido internacionalmente por su obra, entre las que se encuentran El Loco Chávez, Las puertitas del Sr. López y Ficcionario. Recibió dos premios Yellow Kid (en 1986 y en 2004). Reside desde 1982 en Cataluña. Es director de arte de la revista Orsai.

NO ME DEN, PÓNGANME DONDE HAY. (JAVIER GUEUDET) 41


SOBREMESAS

UN MONTÓN DE CHICAS MALAS CHIRI: Si te digo que me nombres a una ladrona que conozcas, ¿quién se te viene a la cabeza?

H: No tengo esa suerte.

HERNÁN: Mi hermana Florencia. Entre los trece y los quince, entraba con una amiga a los negocios de ropa y se robaban corpiños, vestiditos y cosas que escondían abajo de la propia ropa.

H: Estoy en eso.

C: Poné en YouTube «Emperatriz de Los Ántrax». C: En México la señalan como la mujer más poderosa del narcotráfico en Sinaloa. Ella lo niega. Y es una sensación en las redes sociales, porque se exhibe con armas y muestra una vida lujosa…

C: ¿Lo hacían por necesidad? H: No, boludo. Si vos venías a mi casa en esa época. ¿Nos veías necesitados de ropa?

H: Sí, estoy viendo. Es linda. C: Le dicen la Kim Kardashian mexicana. Y tiene un rifle AK-47 de color rosa.

C: A tu hermana no, pero a vos sí. H: ¡Pero yo era así por mugriento, no por pobre! H: Y a vos, ¿qué ladrona se te viene a la cabeza?

H: Es muy extraña nuestra relación con la belleza y la muerte. Los dos hechos realzan a los personajes y nos los hacen ver con mayor interés.

C: Margarita Di Tullio.

C: No sé si es interés. Yo creo que es morbo.

H: ¡Ah, muy bien! Alias Pepita la Pistolera.

H: Lo que quieras. Pero, ¿tendría tanta audiencia esta Emperatriz de los Ántrax si fuera feúcha? Lo mismo me pregunto sobre Nahir Galarza, la asesina de la primera crónica.

C: Nos estamos yendo de tema. Retomá.

C: Me acuerdo que la enjuiciaron por el caso José Luis Cabezas, pero al final no tenía nada que ver. Y es la hermana de la delatora del robo del siglo, que Rodo menciona en esta historia.

C: Borges decía lo mismo sobre Gardel y Horacio Quiroga, respecto de sus muertes tempranas: «Si estuvieran vivos hoy, los despreciaríamos».

H: ¿Vos sabías que Pepita la Pistolera se sentó a la mesa de Mirtha Legrand?

H: ¡Jo jo! Qué viejo hermoso el ciego. Pero es verdad: la muerte y la belleza engalanan y dan ganas de saber más.

C: Tengo un vago recuerdo. H: Y, según ella, le tomó cocaína a la señora en la cara. Después del almuerzo contó que se metía un toque de merca en la uña del meñique.

C: La ladrona de la crónica de Rodo Palacios también es linda. Y además, es una chica sensible. ¿Vos decís que no hubiéramos pedido esa crónica si hubiese sido fea?

C: ¡Qué maravilla, tomarle merca en la cara a Mirtha! H: Parece que en un corte Mirtha le preguntó si le picaba la nariz… Después Pepita se arrepintió de haber hecho eso. Pero dicen que con esta anécdota iba a empezar una autobiografía que nunca llegó a escribir.

H: Yo creo que el propio Rodolfo no nos habría ofrecido esa crónica si no se hubiera enamorado de la ladrona.

C: Habría que hacer un libro con el nombre de todos los invitados que tomaron merca antes de entrar a los almuerzos de Mirtha.

H: Es verdad. Rodo se enamoró de algo que no estaba a la vista.

C: De todos modos, no creo que Rodo se haya enamorado de ella por linda.

C: A propósito: en la siguiente crónica una actriz cordobesa escribe un texto que se llama «Carta de una travesti a los hombres que le gustan».

H: Por eso en los almuerzos de Mirtha nadie prueba la comida. C: Otra mujer muy llamativa del mundo del hampa es una mexicana a la que le dicen «Emperatriz de Los Ántrax». ¿La ubicás?

H: ¿Ficción? C: No. True story. x

EL PRECINTO ES EL ALAMBRE DEL SIGLO XXI. (JULIÁN SUEVO) 42





Fue prostituta, mucama por hora y vendedora ambulante. Más tarde estudió comunicación social y teatro. Ha protagonizado las obras Carnes Tolendas, retrato escénico de un travesti, Llórame un río, Frida y El cabaret de la Difunta Correa, entre otras, que le han valido numerosos reconocimientos. Ha protagonizado el documental Camila, desde el alma de Norma Fernández, la película Mía, de Javier Van de Couter y la miniserie La viuda de Rafael. Como dramaturga y directora presentó la obra Los ríos del olvido. Ha colaborado como guionista en las miniseries La celebración y Fruta extraña. La novia de Sandro es su primer libro de poesía. El viaje inútil, su segundo libro, es un relato autobiográfico sobre su acercamiento a la literatura. Este es el debut de Camila en las páginas de Orsai.

CAMILA SOSA VILLADA La Falda, 1982

LAS PIEDRAS Y LOS PELOTUDOS NO SE TERMINAN NUNCA. (LAURA CAÑUPAN) 46


CARTA DE UNA TRAVESTI QUE SE PUDRE

M

e hubiera gustado nacer mujer cuando él dice que todo le parece maravilloso en mí, pero que no puede vencer sus prejuicios y tampoco sus costumbres. No es que reniegue de mí misma, sino que él me gusta en serio y quisiera que este sábado sin nubes él estuviera conmigo mientras yo escribo otro poema o una carta distinta de ésta, que no debería ser escrita nunca, en la que confieso tristemente que a veces me canso de ser travesti. Pero quién no se cansa de sí mismo alguna vez, digo yo. Me gusta todo él, menos su incomodidad cuando se enfrenta a mi desnudez y a mi cuerpo grosero, roto, torpe, parapetado con alfileres. Yo no le gusto así y eso me mata siempre un poco. Dice que no se siente cómodo, que no se encuentra cuando cogemos, entonces, en ese momento, quisiera ofrecerle un buen par de tetas italianas para que se revuelque

como un cerdo en un chiquero mientras le tiro todas las margaritas al barro. Quisiera ofrecerle una reluciente, roja y honda vagina con un polizón de hiedra ponzoñosa que lo muerda para siempre y no este culo negro y complicado que siempre lo deja con ganas de otra cosa. Tal vez, de la posibilidad de un hijo. O tal vez solo del hecho de hacer el amor como de costumbre. Hubiera sido más fácil tener padres, tener hermanos, ir a la escuela, jugar en la calle, jugar en el patio, dormir por la noche, tener amigos, tener compañeros, si hubiera nacido mujer. Hubiera sido tan fácil amar y ser amada, tan fácil escribir y enviar cartas de amor. Me hubiera gustado nacer mujer cuando pienso en R. y en cómo cambiaron sus ojos esa vez que en la calle dijeron: «Ahí van el hombre y el travesti de la mano, qué espanto». O en cuando sus padres lo castigaron por

¿NO SENTÍS A VECES QUE TODOS ESTAMOS VIVIENDO EN UNA CANCIÓN DE BABASÓNICOS? (LOUIS ANTOINE R) 47


CARTAS Y SELFIES

querer a una travesti y le hablaron de «decepción». Todas las maldiciones de los padres de R. se cumplieron. Ahora él está mejor sin mí, su vida se organizó, volvió al redil de sus amigos y su familia, volvió a su casa con alegría y ya nadie lo mira con desdén. Me duele pensar que tenían razón. Me hubiera gustado nacer mujer para no andar rascándome las burlas y las risas como si fueran garrapatas y pulgas comiéndome la tranquilidad del sueño. Y para no tener este rencor tan bien alimentado, estas ganas de agarrarme a trompadas con más de uno y de quemar la aldea entera para vengarme un poco. Neruda decía en ese maravilloso poema «Walking Around» que a veces se cansaba de ser hombre. Bueno… Me canso a veces de ser travesti. Me canso de ser travesti cuando mi espíritu desfallece, mengua, se vuelve viscoso y débil como un cachorro recién nacido. Cuando me miro desde lejos parada en esta soledad firme como un bloque de acero y no puedo explicar cómo llegué a este punto lleno de nudos sin solución. No sé pedir auxilio. No sé a quién pedírselo. Así me pesa mi identidad. Mi pasado, mi presente y mi futuro me pesa. Me pesan los hijos que no puedo tener, ni adoptar, ni criar, y me pesa el consuelo último de conformarme con indebidos sueños de madre travesti. Cuando me miro en el espejo y me doy cuenta de que no parezco una mujer, de que mis manos son grandes, mis tetas pequeñas, mi frente tosca, mi espalda ancha, mi cintura recta, entonces me canso de ser travesti y rompería todos los espejos, los dejaría a todos ciegos para que puedan ver realmente quién soy. La mirada de los otros sobre el cuerpo de las travestis últimamente se me hace insoportable.

Neruda decía en ese maravilloso poema «Walking Around» que a veces se cansaba de ser hombre. Bueno… Me canso a veces de ser travesti.

«ME BAJÉ TODOS LOS DISCOS DE LA BANDA QUE TE GUSTA» ES UNA DE LAS MIL MANERAS DE DECIR TE QUIERO. (LUCÍA MÓDENA) 48



CARTAS Y SELFIES

CARTA DE UNA TRAVESTI A LOS

HOMBRES QUE LE GUSTAN

Y

o sé que les gusto. No es necesario ahondar en eso. Los veo mirarme. Más allá de lo que esconda o deje de esconder en mi ropa interior, me doy cuenta de cómo les llama la atención la forma en que me visto y me manejo en el mundo: les gusta mi manera de ser y de estar. Pero no lo soportan. No toleran que les guste una travesti. Ustedes que son tan abiertos, tan militantes, tan políticamente correctos, tan sensibles al arte y a lo que hago como actriz y como escritora. Ustedes, ejemplos de solidaridad y de humanidad para con todas las injusticias de la vida, cuando se enfrentan a este deseo, el deseo de una travesti, se echan para atrás. Reculan, cobardes, como los tipos comunes, esos que no militan, que no ejercitan mucho el pensamiento, que no se reservan una porción del alma para el trabajo con el otro. Al fin y al cabo, todo el sistema de convivencia en el que ustedes están metidos termina por parecerse mucho al sistema contra el que luchan tanto. Estuve siete años enamorada de un tipo que decía que me amaba pero nunca me invitó un café. El mundo jamás nos vio juntos. Yo, que había sido marcada a fuego lento por las palabras de mi viejo, que me decía que agradeciera si no terminaba muerta en una zanja, que me iba a morir sola como un perro porque a los hombres las travestis no le gustaban más que para que les chupen la pija, me callaba. Aceptaba esa forma de amor indiferente, sin bríos, como un cuerpo anémico al que ya no era posible salvar. Creo que el mundo y la belleza del mundo, y la agonía del mundo, se hicieron para compartirse. No para ocultarse. Las travestis estamos cansadas de sentir recelo de salir a la calle por temor a que nos humillen. Por suerte, y perdonen tan poco feliz comparación, cada vez nos chupan más un huevo sus mu-

niciones de machos. Porque sabemos que en el fondo gustan de nosotras. Y estamos llenas de misterios y recovecos que descubrir. Qué peligro una persona misteriosa para sus corazones de madera. Lo cierto, mis queridos machos cabríos, es que me dan pena. No imagino pasillos más secos que los de su corazón. Espíritus más yermos que los suyos, incapaces de superar los mandatos de mamá y papá y de los amigos con los que comen asado y juegan a la pelota. Decía William Blake que es preferible asesinar a un recién nacido que nutrir un deseo que no podemos cumplir. Es un tipo radical, claro está, pero viene bien recordar que los seres humanos estamos tejidos de deseos, y que son esos deseos los que nos mueven a amar, a sanar (que es lo mismo), a crear, a destruir, a dar vida o a matar. No podemos desprendernos del todo de un pasado de escamas y pezuñas, de caminar en cuatro patas y vivir en cuevas o arriba de los árboles. El deseo nos motiva y nos enferma, y en eso no hay muchas diferencias religiosas, sociales o económicas que nos separen. Somos una humanidad que se nutre y se destruye a través de sus deseos, algunos más nobles, otros más abyectos. Quiero que me amen. Por eso soy actriz y poeta, manga de pelotudos. No es necesario que existan excusas para compartir el mundo conmigo o con cualquier otra travesti. Solo debe pasar. Porque somos travestis pero no somos taradas. Sabemos que les gustamos. Sabemos que los atormenta derribar la idea de que no valemos más que una tarifa por hora y un par de camas a escondidas. No se mientan ni nos mientan. Nos criamos en la calle, sabemos mirar a los ojos, tenemos intuición. Un amigo que a veces se preocupa de que ande enojada por la vida —yo digo que es natural estar enojada y ser travesti—, me dice

NECESITO QUE MI VIDA REAL SE PAREZCA MÁS A MI TWITTER Y MENOS A MI FACEBOOK. (LUCÍA PANIZZA) 50


CAMILA SOSA VILLADA

Un amigo que a veces se preocupa de que ande enojada por la vida —yo digo que es natural estar enojada y ser travesti—, me dice que debo hacer de mi enojo, perlas. Yo hago lo que puedo.

que debo hacer de mi enojo, perlas. Yo hago lo que puedo. Estamos solas, apenas contamos con nuestros amigos y, algunas, con nuestros padres. Y con esa red agujereada, sosteniéndonos a nosotras mismas, salimos a pedir que no nos marginen solo por ser travestis. Déjennos a un lado por ser unas hijas de puta, por ser dañinas y mal llevadas, pero no por ser travestis. Somos lindas bajo el sol, en el campo, en el cine, en la calle, en un colectivo, en un restaurante. No alimenten esa dialéctica espantosa donde tenemos que ser como ustedes quieren o morirnos solas oliendo a pis de gato. Sería bueno aceptar que existe una belleza travesti. A menudo me piden que deje de mostrarme desnuda en las gráficas de mis obras o en mis obras, para no caer en un cliché. Pero mi desnudez es parte de mi lucha. Habrán de vernos desnudas también, habrán de reconocer las cicatrices que nos dejaron, habrán de ver los cuerpos que quisieron que tengamos, habrán de saber que por dentro laten los mismos gusanos que laten dentro de ustedes. Habrán de sentirse atraídos por la desnudez de una travesti y habrán de saltar los tapiales con los que siguen marcándonos a fuego porque parece que las travestis no merecemos una ver-

dad, un amor, una invitación a otro tipo de juegos. Un día deberán dejar de alimentar el monstruo de la muerte y nos ampararán en sus brazos. Porque venimos librando una batalla sin saber muy bien por qué. Somos como los soldaditos de Malvinas, aquí estamos, congelándonos, muriendo de hambre y de soledad en el punto más lejano de la civilización y no hemos de tener estatuas ni actos, ni días de la supervivencia trans… Es posible que este mundo no aguante mucho tiempo más… Que el agua nos ahogue a todos, y tengan que ver morir a sus hijos, a sus amigos y a sus amores. Como la marea subirá y no habrá dónde trepar, vayámonos de este mundo sabiendo que hemos vivido íntegros y blandos, fatalmente instintivos todavía en las primeras impresiones que son, al fin y al cabo, las únicas que cuentan. Yo quiero morir amada, contradiciendo a mi viejo, que me dijo «nadie te va a querer». Sigo esperando poder refregarle en la cara que no me equivoqué, que existe algo mucho más hondo que nos enlaza con otros. Que he sido querida, que soy querida, y que por las noches cuando todas las flores se cierran sobre sí mismas, alguien me hace la vida más sencilla. Estoy dispuesta a dejar la vida en el camino

HÉTERO EL QUE LEE. (LUIS PORZIO) 51



CAMILA SOSA VILLADA

para que esto pase. Para que todas las travestis que vengan en el futuro no tengan que estar enfermas de soledad y terror como estoy enferma yo ahora, relegada como siempre al cajón de la vergüenza. Como dice Lohana Berkins, no sé si me toque ver un mundo mejor, pero estamos trabajando para eso. Para la aceptación plena y pura de nuestra condición. Y puedo escribirles esto porque alguna vez conocí a un tipo que me amó entera, a la luz del sol y a la vista de todos. Y porque esa sensación me empuja a pedir más, para mí y para todas. Las travestis también queremos que nos abracen y compartan el mundo con nosotras. Es nuestro mundo también. Colaboramos con él. Lo destruimos como ustedes, lo embellecemos como ustedes. Queremos ser sus compañeras, sus novias, las madres de sus hijos, queremos ser sus tías, sus hermanas. Queremos formar una familia si se nos da la gana. Los progres dicen: «Ay, pero lo que vos querés es un novio…». Bueno, sorteando las dificultades de que no ha nacido aún quien dome a este animal sin raza, que queramos enconcharnos también es parte de la naturaleza de todos los seres humanos. Queremos tener esa opción, aunque sea para desestimarla. Pero hasta ahora somos como los negros de la esclavitud. Tenemos las leyes y el espacio para ser incluidas, y sin embargo nuestras frentes y nuestras ropas tienen una letra escarlata. Y les voy a decir por qué. A pesar de toda la evolución del pensamiento respecto a la sexualidad, para ustedes siempre estaremos relacionadas a lo prohibido. A los vidrios polarizados, al amor en los parques de noche, acaballadas sobre ustedes media hora; al bucal, al anal, a ser activas o pasivas, a tener o no tener pito, a tener o no tener tetas. A ser un mero hueco donde hacer trincheras. Creen que existimos para satisfacer morbos ocultos, insatisfechos, prohibidos y reprimidos. Piensan que nuestra vida está metida en una canción de Ricardo Arjona. Pero se olvidan de algo: nosotras tenemos hambre de poesía verdadera.

Y puedo escribirles esto porque alguna vez conocí a un tipo que me amó entera, a la luz del sol y a la vista de todos. Y porque esa sensación me empuja a pedir más, para mí y para todas. Las travestis también queremos que nos abracen y compartan el mundo con nosotras. Es nuestro mundo también. Colaboramos con él. Lo destruimos como ustedes, lo embellecemos como ustedes.

LA DERECHA ACEPTARÍA EL ABORTO SI SE LLAMARA REDUCCIÓN DE PERSONAL. (LUSÍA SOSA) 53


CARTAS Y SELFIES

CARTA ESCRITA SIN DESTINATARIO APARENTE

N

o sé muy bien a quién se le escribe una manifestación como ésta, pero al que le quepa el poncho, pues que se lo ponga. Durante muchísimos años viví el daño que me hacían los demás, ya saben, no es necesario que hable otra vez de esos tiempos, que son estos también, no es que ha cambiado demasiado, solo un par de cuestiones legales y un par de corazones menos duros, pero de aquellos años en que todo parecía morirse cada tarde, tengo la certeza de que el dolor pasó por mí y fue a hacer rancho en la memoria. Ese daño, hecho por todos, incluso por mis viejos, se quedó dentro de mí sin identificarse ni decir: «soy esto a causa de esto y voy a hacer esto en tu corazón». Cuando todo comenzó y supe que no habría otra manera de vivir más que esta, me insensibilicé. Puse el piloto automático, como quien dice. Esa adolescencia y esa primera juventud, viviendo lo que ellos querían que yo viviera, fue anestesiada. Podía intuir que eso que me estaba pasando algún día podía hacerme mucho más daño todavía, pero en ese momento yo creía vivir mi vida, y en realidad estaba viviendo lo que la mayoría me obligaba a vivir. En esos años yo no sabía que estaba siendo herida. Decir solo discriminación sería reducirlo todo a la ignorancia y la maldad de los demás. Fue algo peor. Y ahora, que tengo una vida menos peligrosa, me doy cuenta de que todo ese daño, todas esas noches expuesta a la maldad del mundo, la mirada de los otros acusándome, todas las burlas, los golpes, el hambre, el frío, el peligro, la muerte y el miedo a la muerte, todo eso está saliendo de ese cajón de muerto donde lo puse y me punza, en el pecho, con un dolor que es muy similar a la cercanía de la huesuda.

Se acabó la ignorancia que me mantuvo con vida y alerta y finalmente, ahora, mi pasado viene por mí. Hace más de un año que siento que nada es suficiente, que nada me alcanza, que nada les alcanza a los demás. Podría ponerme a cagar pepitas de diamante, transpirar perlas, llorar doblones y rubíes, y aún así, nunca sería suficiente. Solo tengo una salvación, una puerta para irme de este mundo más ligera. Y es decirlo todo: todo hasta lo más hondo y enraizado que me envenena el pecho. Una y otra vez, decirlo hasta que se sepa por completo. Decir mi verdad y mi historia para que la muerte sepa que se está llevando a alguien con nombre, apellido y lucidez. Lo primero es que ya no puedo. No quiero. No puedo ayudarme más de lo que ya me ayudé, sin psicólogos, sin padres, sin contención, sin pares. Lo intenté todo, siempre con el mismo tesón. Siempre con la vocación de hacerlo bien. Pero se acabaron los víveres y las herramientas. Entonces ya no puedo conmigo misma. Tengo esta virtud: puedo ponerle palabras. Es tarde, pero puedo ponerle palabras y eso, si es que algún merecimiento me toca, es mi única salvación. Yo quisiera, amigos míos, que a las travestis nos fuera devuelta esa larga caravana de detalles perdidos que nos hacen estar incompletas. Que nos devuelvan la infancia, la ternura, la protección, los cuidados, el entendimiento, la compañía y la mirada blanda de nuestros padres. Y que se las devuelvan a ellos. Que tengamos la posibilidad de ser una familia. Pero ustedes dijeron NO. ¿Cómo pueden los padres aceptar una hija travesti? ¿Cómo pueden aceptar semejante aberración? Nuestros padres no supieron qué hacer.

SI TE EMPOMÁS A TU CLON, ¿TE ESTÁS MASTURBANDO? (MARCOS CHICOTE) 54



CARTAS Y SELFIES

familia. Ellos no lo entenderían. A ellos también el dolor les está saliendo ahora. También me gustaría que me devuelvan las horas de juego, las horas del recreo en que jugaba solita en algún rincón del patio porque los chicos me huían y las chicas me rechazaban por maricón. Pero no era solo maricón: era gordo, pobre y maricón. Una tarde jugaba al elástico con unas chicas más grandes que yo, y la señorita René, gorda marimacho de pelo corto, se metió conmigo. Finalmente yo había logrado jugar con alguien al elástico y la señorita René me tiró de la oreja y me sacudió de un lado a otro porque los varones no tenían que jugar al elástico. ¿Con qué cuento podía salirle yo? ¿Le iba a nombrar la disforia de sexo a la bruta esa? Solo recuerdo mucha mucha vergüenza tiñéndome de rojo la cara y haberme ido al aula a llorar en silencio para que nadie me viera. Ese día fui noticia en toda la escuela. Finalmente, me habían castigado las mariconadas. Las chicas con las que jugaba al elástico no supieron qué hacer. A los maricones, en ese entonces, nadie los defendía. Cómo remonto el acoso de los matones del grado, y de otros grados, que me obligaban a hacerles los deberes tan solo porque yo era maricón y eso equivalía al derecho al golpe y la humillación salvo que les manoseara el bulto en el baño de varones y todos los días antes de terminar la clase les hiciera los deberes que nos daba la maestra. A mí hacer la tarea no me costaba nada, era brillante, más brillante de lo que mis viejos soñaron alguna vez, y así pasé la primaria. Sometida a los caprichos de los matones del aula. Y yo quisiera saber, si tuviera intención de reclamar esas pérdidas, ¿a quién se las reclamo? ¿Quién se hace cargo de esa infancia? ¿Quién va a resarcir las burlas, los dibujos en el pizarrón caricaturizándome y humillándome delante de todo el colegio, los apodos, los piedrazos, los escupitajos? Tal era el desprecio que sentían por mí. Había un cabezón

Se entregaron a esa ola y no nos perdonaron esta intención de vida. ¿Qué clase de comprensión podían tener frente a un hijo que se traviste si todo el maldito pueblo se olvidó de nuestra edad, de nuestra pequeñez, de nuestra indefensión y pasamos a ser un monstruo que se pasea por las calles sin el menor pudor? Pobres mis viejos. Pobre mi viejo, que no tuvo la culpa y encima de llorar la pérdida de un hijo tuvo que aceptar ser el blanco de todas las burlas, de todos los desprecios, de todas las miradas. Mi viejo, uno de los tipos más viriles que conozco, tuvo que agachar la cabeza frente a los vecinos, los clientes, los amigos, por tener una hija travesti. Pobre mi vieja, que amaba a su hijo con locura y dulzura y que es huérfana y conoció el desengaño; mi vieja que guardó silencio, que lloraba a oscuras, tragándose los suspiros para que nadie la oyera mientras yo veía la brasa de su cigarro como única luz en esa casa que por mi culpa se había vuelto nuestro infierno. Pobres mis viejos que descubrían mis vestidos, mis polleras cosidas a mano con sábanas que no se usaban, mis pastosos maquillajes de oferta con los que aprendía a disimular mis rasgos de hombre. A nosotros, como familia, ¿quién nos devuelve todos esos años de amargura? ¿Quién les devuelve la fortaleza para mirar al pueblo a los ojos? ¿Cómo les devuelvo la tranquilidad perdida de esos años? ¿Cómo les pido perdón por toda la vergüenza y la pérdida y las noches con los ojos abiertos, y el odio que sentían hacia mí por querer travestirme en ese pueblo rancio donde era el monstruo popular? ¿Cómo remonto ese río para llegar a su nacimiento y devolverles aunque sea un par de días sin odiarnos, sin juzgarnos, sin desear que todo se acabe? Llegada la noche oscura, ¿cómo voy a despedirme de ellos sin otra palabra en los labios más que perdón? ¿Cómo les explico que no fue nuestra culpa? Que es la iglesia, la fe, el cristianismo, los políticos y la hedionda costumbre y tradición anquilosada en el corazón de los otros lo que nos rompió como

EL SECRETO DE LA PACIENCIA ES HACER ALGO MIENTRAS TANTO. (MARIA CRISTINA MOURELLE) 56



CARTAS Y SELFIES

que había repetido de año, que nunca en los dos años que compartimos en la secundaria me dirigió la palabra. Y eso no es nada. El desprecio no requiere mucho esfuerzo. Pero el enorme esfuerzo, el titánico esfuerzo de algunos por aceptarme a pesar de todo, ¿cómo lo voy a pagar? Algo no estaba bien y sigue estando mal. Miren si por un momento todas las travestis de ese entonces, y de antes, que debe haber sido muchísimo peor, nos levantáramos y reclamáramos lo que nos han quitado. No alcanzarían todos los tesoros del mundo, ni las leyes, ni los placebos políticos ni nada de lo que pudieran darnos, para cicatrizar esos tajos en la carne que nos hicieron día tras día. Imagínense si por un momento reclamáramos el amor perdido, la posibilidad de ser amadas, abrazadas, cuidadas, queridas, tomadas de la mano; si quisiéramos recuperar la ilusión de que alguien se enamore de nosotras libremente, sin prejuicios, si quisiéramos recuperar todos los amores que se fueron, los hombres que nos prometían los horóscopos, el I ching, el tarot, las runas, si quisiéramos tan solo por un momento sentir que nos quieren sin ataduras, ¿cómo van a pagarnos? ¿Con qué? Miren si además se nos ocurriera pedirle, por ejemplo, al Estado, que nos devuelva el amor propio, la autoestima… ¿Qué fondos internacionales van a tocar para pagar la pérdida de la posibilidad de querernos a nosotras mismas? La posibilidad de vernos hermosas sin someternos a la carnicería de las cirugías, sin necesidad de querer parecernos a una mujer que nació mujer y tuvo la genética y las hormonas de su parte. ¿Y si a este reclamo se sumaran los gordos? ¿Y los bolivianos? ¿Y los tullidos? No les alcanzaría la vida para pagar el daño que han hecho. Y si además, solo por joder, se nos ocurriera que aparte de querer recuperar la infancia, la adolescencia, el vínculo con nuestros padres, queremos también a nuestros muertos. La infinita cadena de muertos que nos faltan: las asesinadas, las muertas en soledad y silencio, las

muertas de sida, las muertas de frío, las muertas en vida, las muertas por mala praxis, las suicidadas, las muertas por desidia, por negligencia médica, las muertas que sabiendo que estaban por morir no iban al médico porque es mejor morirse en una cama sola y apestada de pústulas y bichos de toda clase, que sufrir el maltrato de las instituciones públicas. ¿Qué hacemos con nuestras desaparecidas? ¿Y con nuestra desaparición? A veces me digo que no es justo hablar del pasado con tanta vehemencia siendo que en Siria la gente huye amontonada en gomones y un niño en la playa muere boca abajo tragando la sal del mar. Incluso me digo que no es justo hablar de todo esto cuando existen el cáncer y el hambre. Pero cada mañana muero en la playa y un cáncer rojo e insaciable me devora por dentro y recuerdo el hambre, los años que no le dí a este cuerpito más que mate cocido con pan porque no tenía cómo mierda comprar un pedazo de carne. Recuerdo los años en la calle, la violencia de los clientes, los golpes recibidos, el frío, las noches en vela, mal comida, mal dormida, mal abrigada, mal asesorada, sintiendo infinita vergüenza de mí misma. Si me pusiera a reclamarles los casi treinta años de andar como una perra por el mundo, mendigando cariño, mendigando dinero, ustedes se harían pis en la cama, como criaturas. Porque la verdad del daño que han hecho los asustaría de tal modo que ni los esfínteres podrían controlar. ¿Y si reclamara los hijos negados? Porque una cosa no viene sin la otra. No es solo: «¡Ay, pobrecita! Está pidiendo que alguien la quiera…». No, quiero lo mismo que todos, con las ventajas y las contraindicaciones. Quiero un hijo también… pero con todo este daño, ¿qué clase de madre podría ser? No sería una madre, sino un monstruo. Mi herida sangra y lo mancha todo. Ahora, a mis treinta y pico de años, estoy parada en un pasillo largo, este hotel es infinito. Abro la puerta de una habitación y el hombre que está ahí dentro no me puede querer. Se va, o permanece dándome migas de

CUANDO LLEGUEMOS A ESE RÍO, NOS OCUPAREMOS DE ESE PUENTE. (MARÍA LUCÍA MARROQUÍN) 58


afecto que a mí me saben como una trompada de Monzón en la boca porque lo que yo quiero es sentirme amada. Reposar con alguien que me abrace y me recuerde que existe la selva, que existe el mar y que siempre nos podemos salvar en la virgen exuberancia de la tierra. Y ustedes dirán que todo eso puedo hacerlo y sentirlo sola, ¡pero los quiero ver! Compadres, los quiero ver armar este castillo de naipes en una terraza ventosa. Cierro esa puerta y abro otra y desde adentro un niño muy pequeño, con los ojos enormes, me mira y me pide auxilio. Y cuando intento sacarlo de ese cuarto de desamparo las manos se me vuelven líquidas y no puedo rescatarlo y séque ahí dentro se va a morir, algún día se va a morir y nadie le rendirá sus honores. Abro otra puerta y la veo a mi vieja hilando sus tristezas, cocinando su magia, con sus manos, las manos más lindas que ustedes se puedan imaginar porque todas las noches se las cuidaba usando Bagóvit-A, tratando como yo de zurcir ese pasado roto y no tengo corazón para decirle que estoy herida para siempre, y

que incluso si muriera, mi alma sería un alma en pena, como quien dice, y se me escucharía llorar por encima del viento, porque nunca pude recuperar todo lo que he perdido. Y abro otra puerta y está mi viejo, luchando con sus dragones, edificando, siempre construyendo, siempre haciendo y manteniendo a raya a sus dragones, y le pido perdón, pero el rugido de sus bestias no deja que me escuche. A veces me consuelo pensando que todo esto en algún momento colaborará con un mundo mejor. Que lo que hemos vivido es el cimiento para que otros no conozcan esa pena. La pena es un excedente que no se puede evitar. Pero esa pena, la nuestra, es preciso que desaparezca. Hoy, que recién empieza la semana, siento que es necesario saldar la deuda. Y en algún momento tendrán que pagar. A los morosos los conocemos todos.

¿LOS ECOLOGISTAS TAMBIÉN TIRAN LA CACA DE PERRO ENVUELTA EN BOLSITAS DE PLÁSTICO? (MARIANO GAITÁN) 59


CARTAS Y SELFIES

CARTA A LAS PUTAS DE MI JUVENTUD

H

ermana, dulce puta de juventud, compañera de parques y paredones. Hoy me acordé de vos, mientras preparaba un té con leche al calor de las hornallas siempre prendidas en invierno. Ya ves, sigo siendo pobre. No sé si me recordarás, si habrás vuelto a pensar en mí. Ya no sé cuántos años tendrán tus hijos. Qué imbécil pude ser la primera vez que te vi, embarazada y atendiendo clientes solitarios en bicicleta, que te grité: «¡M’hija! ¿Con esa panza hacés caridad?». Y vos te reíste toda con tu pelo lacio cayendo sobre tu espalda llena de pasto porque a veces ibas al medio del parque a atender a tus clientes y ellos nunca valoraban la hierba en tu pelo, ni el olor a monte de tu ropa. Ellos nunca valoraron nada, esa es la verdad. Ni los clientes ni los hombres que a veces nos esperaban en casa. Vos ya sabés, en esa época yo también tenía a un galán que me hacía la guardia en las rejas de mi balcón. Y yo venía con dinero fácil, que nunca era suficiente. Éramos casi de la misma edad, vos un poco más grande que yo, no te ofendas si desnudo tu coquetería. ¿Qué edad tienen tus hijos? Pero si casi los vimos nacer. Imagináte ese pesebre, lleno de travestis y putas recibiendo en el ahora tan bien iluminado Parque Sarmiento a los frutos de tu vientre. ¿Qué nombres les pusiste? ¿Eran gemelos nomás? Mentían que llegaban en cualquier momento, pero vos siempre tenías un resto para atender a otro y a otro. Hermana, eso era admirable. Nunca supimos dónde se nos fue el dinero. Porque había que ver qué manera de desprender braguetas. Era una fiesta. La fiesta de la abundancia, nuestro banquete secreto, braguetas abriéndose y bolsillos lloriqueando. Pero nunca nos alcanzó más que para las compras del día. ¿Porqué habrá sido así? Éramos las más baratas. Yo porque no tenía tetas, vos porque eras mujer. Las travestis, las reinas,

ellas todas reconstituidas, con pechos por todos lados, ellas eran enormes pechos que sabían lo que había que cobrar. ¿Sabés algo de Gabriela? La rubia que corría con tacos de acrílico cuando veíamos al flaco de la cuarta con sus luces. Todas desaparecíamos en el corazón del parque. Lo cierto es que esas noches que compartíamos una petaca de whisky para calmar el frío, y nos subíamos a esos autos que nunca iban a ser nuestros, y cabalgábamos sobre maridos que nunca iban a ser nuestros, y esperábamos que alguno nos tendiera una mano o una propina generosa, yo siempre pensaba: todas son mis amigas. Vos decí que andás trotando, me gritaban y entonces le agarré el gusto a la maratón. Qué manera de correr y con qué desesperación. ¿Y la vez que el policía me mostró la identificación después de haberle hecho un servicio memorable? Y me dijo: «Ahora te tengo que llevar», y yo repliqué con toda mi retórica y todos mis miedos que no me quedaba otra… No se si supieron que el tipo después me llevó a mi casa y me pidió el teléfono. Pero nunca me llamó. Tampoco te pregunté por la pelirroja, la trava que medía como diez metros, que siempre andaba tosiendo porque el bicho ya le había picado. Una vez me la crucé en la calle, venía con bolsas del supermercado. Le pregunté qué iba a cocinar y me dijo que asado. Y me mostró toda la vaca fragmentada dentro de las bolsas. Tenía unas manos de oro, nunca vi manos más bonitas, ni tan grandes. ¿Cuántas éramos en total? Cinco, a veces se sumaba la loca de los perros, la que vivía en una carpa con sus perritos, que había sido psicóloga y nos convidaba empanadas. Puta madre. Me hace llorar pensar en ella. La más linyera nos traía el morfi. Perdonáme si te mando esta carta ahora, después de diez años, sin

MUCHAS VECES VOLVEMOS A DONDE EMPEZAMOS, SOLO PARA PODER COMER NUEVAMENTE LOS CANAPÉS. (MATEO PORCAR) 60


CAMILA SOSA VILLADA

Una vez, cuando se estrenó Mía, de Javier Van de Couter, un tipo me mandó un mail diciéndome: «Pensar que antes pagaba diez pesos para que me la chupes y ahora tengo que pagar para verte en el cine». ¡Eso es arte, carajo!

mucho para contarte. Me viste en la tele, me lo dijiste esa vez que nos cruzamos en el parque y yo iba corriendo y me preguntaste para qué volvía y yo te dije, a estas pistas ya no vuelvo. Nunca me habían dado un abrazo tan lindo. Vos estabas otra vez embarazada, pero no por eso dejabas de sonreír, ni de acariciarte la panza cuando mermaba el tráfico. Qué tipos de mierda, la verdad. No nos vieron nunca. Yo a veces me pregunto si alguno tendrá memoria como para acordarse de mí y verme ahora tan bien vestida y viajando en avión. Una vez, cuando se estrenó Mía, de Javier Van de Couter, un tipo me mandó un mail diciéndome: «Pensar que antes pagaba diez pesos para que me la chupes y ahora tengo que pagar para verte en el cine». ¡Eso es arte, carajo! Como tu manera de acariciarte los ocho meses de purrete que tenías dentro la última vez que te vi. Qué salvajes fuimos, compañera. Tengo todavía el par de aros que me diste para que te guardara porque te estaban infectando la oreja. Son un amuleto enorme. Los conservo para no olvidarme nunca de vos, porque eso sí sería imperdonable. Cuando voy a trotar al parque, ahora con el culito duro y la panza llena de comida sana, siempre te busco con la mirada, pero desde esa última vez ya no te volví a ver. Y pensé, ¿se habrá subido al auto equivocado? No creo… lo sabría por los noticieros. Aunque los noticieros nunca cuentan cuando las putas nos subimos a los autos equivocados. Ni cuando vamos al departamento equivocado. Ni la

cantidad de veces que nos pagaron con dinero falso. Esos crímenes quedan ahí, al borde de lo salvaje, donde anduvimos siempre y de lo que cuesta tanto escapar. Angie Desireé y su jabón con una gilette adentro te lo pueden contar. Si habrá tajeado camisas de marca y bracitos de niños bien. A ella nadie le hacía daño ni le vendía gato por liebre. Una vez me invitó a comer en su casa de Alta Gracia. En las ventanas tenía macetas llenas de flores. Hizo una comida no tan rica, pero no por eso menos noble. Se había puesto silicona líquida en las caderas y una le había quedado más alta que la otra, pero ella se reía de sí misma y te decía: «Tocá, tocá» y te servía un poco más de esos fideos pasados con esa salsa insalubre llena de carne picada. No sé si te molesta que te hable de ella. Yo sé que habían tenido problemas por un tipo, un cliente de esos amorosos, que no deja de ser cliente. No sé qué nombres le habrás puesto a tus hijos. ¿Ya te pregunté? Me gusta saber el nombre de la gente, esa carta de presentación. Solo el nombre ya te dice todo del otro. Tu nombre era dulce, como masticar una flor silvestre. No te lo digo porque no quiero que nadie sepa cómo se llamaba la puta más dulce de todas las putas. La única que me mandaba mensajes cuando no me aparecía por el trabajo. Que cómo estaba, que si necesitaba algo, que qué estaba haciendo. Me daba vergüenza ser lo que éramos. Pero hoy miro con nostalgia aquellos años de

GOOGLE NO VIOLA MI PRIVACIDAD, LE HACE EL AMOR SUAVEMENTE A LA LUZ DE LAS VELAS. (MIGUEL ERNESTO PERCUDANI RODRÍGUEZ) 61



CAMILA SOSA VILLADA

juventud. Tan fácil era creer. Hoy ya no creo en nada, o en casi nada, parezco una vieja olvidada, aunque busco la credulidad de la que era capaz hace unos años y que era inmensa, y me entran unas ganas de no haber perdido la inocencia... ¿Porqué habré perdido la inocencia, compañera? ¿Habrá sido Sebastián? Hace ya dos años que no sé nada de él. Se casó, tuvo una hija, los suegros le regalaron una casa. La última vez que lo vi, sin embargo, estaba triste. Me gustaba más en nuestra época, ¿te acordás cuando me fue a buscar al parque y todas se orinaron en los pantalones con sus ojeras y su metro noventa? Ese día me dijo que me amaba, y después desapareció. Tanto miedo que hemos visto. Y tanto miedo que sentimos. ¿Sentís miedo alguna vez? Yo vivo horrorizada, mientras más grande, más pelotuda. Compañera, pienso en una mañana con tus hijos, con vos, en tu querido barrio Yofre, y me entran ganas de reírme a carcajadas. Tal vez ya ni nos entenderíamos, tal vez cuando me fuera de tu casa, la una y la otra pensaríamos que la vida nos cambió demasiado y eso sería cierto. Pero las cuerdas son siempre las mismas, y te aseguro que no están desafinadas. Puedo tocar, con vos, la misma canción de hace diez o doce años. Cuando me escondía tras los árboles para que no me viera ningún conocido. Aún te quiero, es la verdad. Y a las otras, a Gabriela, a Angie Desireé y a la pelirroja que siempre terminaba cacheteando a algún cliente. Pero con vos, no sé, siempre fuimos hermanas, siempre fuimos las que no teníamos tacos altos. Siempre nos quedábamos menos tiempo. Las putas del parque. Hermana, compañera, ¿a vos también el tiempo te ha pasado por encima? Yo

Fabiana Casco Buenos Aires, 1971

me veo nuevas arrugas cada día, y cuesta más desnudarse dignamente, por suerte la luz nos regala la penumbra. Me gustaría contarte algo distinto, pero lo cierto es que también sigo siendo melancólica, mi pelo sigue enloqueciendo en los días de humedad, sigo siendo pobre, nostálgica y llorona. Sigo estando sola, esperando algo de mí que no sé si seré capaz algún día de darme. Pero a mi ventana, cuando tiro migas en el balcón, vienen los pájaros y me hacen compañía. El otro día uno se metió a casa y fue un tremendo susto el que me pegué. Me fui y lo dejé solo. Cagó sobre el escritorio, pero cuando volví ya no estaba. Bueno, compañera, es domingo, son las dos de la tarde y sigo en cama. No sé qué se me dio esta mañana por escribir. Pescadora de hombres, sirena fosforescente, pelo con olor a hierba, maldigo los días que nos vieron llorar por la pobreza y la ignorancia, y los años de pobreza e ignorancia que pesaban sobre nuestros hombros, y que nos hacían terminar en ese parque ahora iluminado. Ahora convertido en un paseo familiar. Te voy dejando, tengo que cocinarme algo. Quizás por la tarde con un amigo vayamos al teatro. Eso sí, vos no estás, pero vieras qué buenos amigos supe conseguir. Cuando leas esta carta, mirá el plomo del cielo entristeciendo la ciudad y pensá que alguien te abraza con la memoria. x

Fotógrafa y diseñadora. Cursó Diseño de indumentaria en la UBA y con Roberto Piazza. Abrió su propia tienda de ropa y diseña prendas exclusivas. Un episodio de salud acrecentó en ella la pasión por la fotografía. Realizó cursos con grandes profesionales del medio y hoy debuta en Orsai.

APOYE LA PAZ, ¡O LO REVIENTO! (NADIA BELÉN LE PORS) 63


SOBREMESAS

LA NOVIA DE SANDRO HERNÁN: Una vez fui a dar una charla a la Universidad de Córdoba, y después me invitaron a una entrevista para la televisión. Dije que sí, sin saber a dónde iba. La persona que me llevaba en auto me dijo: «La entrevista te la va a hacer una actriz trans, muy famosa acá en Córdoba». Y yo me acuerdo que me pregunté, internamente «¿Será conocida por buena actriz o solo por trans»?

H: Claro. Se pasó un montón de años en la universidad de Córdoba estudiando teatro y comunicación. Una vez me contó que algunas veces la llamaron de la televisión de Buenos Aires. No me acuerdo si de Pol-Ka o de Undergorund, o una de esas. Y ella siempre se negó a participar de esas tiras, después de ver los guiones. El tratamiento que se le da a los personajes travestis, dice Camila, sigue siendo del siglo diecinueve.

C: Qué gordito sorete que sos, qué persona fea.

C: Hizo una película con de la Serna, muy linda.

H: No lo digo para que me insultes, sino para ponerme como conejito de indias respecto de lo que Camila cuenta en su crónica. Vivimos envueltos en prejuicios y en mandatos.

H: Mía, la dirigió Javier van de Couter. Y también una miniserie, que se pasó por Canal 7 en 2012. Se llama La viuda de Rafael, y la historia es muy muy parecida a la película chilena que ganó el Oscar.

CHIRI: ¿Cómo la conociste a Camila?

C: ¿Y cómo fue la entrevista que te hizo?

C: Una mujer fantástica.

H: Tengo un recuerdo increíble. Nunca la dieron por la tele a esa entrevista, ni está en Youtube. Capaz que ahora la veo y es una entrevista más, pero el recuerdo que tengo de esa charla fue intenso. Ahí vi por primera vez la potencia de Camila. Tiene una luz. Es lo que yo entiendo por artista. Una artista en estado puro. ¿Vos viste su charla TEDx?

H: Esa. Una travesti y un hombre casado están enamorados y viven una relación plena, hasta que él muere. Y entonces la viuda secreta no puede tener nada del muerto: ni siquiera la memoria. C: ¿Por qué esta sobremesa se llama «la novia de Sandro»?

C: Sí, es buenísima. La dio en un TEDxCordoba.

H: Es el nombre de su primer libro.

H: Exacto. Se llama «Profundidad humana» y la recomiendo siempre que puedo, porque también te deja mudo. Te llega al corazón y te desgarra.

C: Son extraoridinarias estas cartas que publicamos. Un gran hallazgo, te felicito. Tienen muchísima fuerza y me parece buenísimo que estén en Orsai.

C: Eso es verdad... Está en carne viva arriba del escenario, y te transmite todo lo que vivió de una manera increíble, muy conmovedora.

H: Gracias Christian. Me alegra cuando reconocés que hago muy bien «tu» trabajo de buscar contenidos excelentes.

H: Empezó a travestirse a los dieciséis años en un pueblo de provincia de cinco mil habitantes, hace veinte años… Hay que tener huevos para darle batalla a eso, ¿no?

C: Te voy a tapar la boca con lo que sigue, que lo conseguí yo después de mucho batallar. Una crónica tremenda de Juan Sklar, también estructurada en forma de cartas.

C: Como Pedro Lemebel en Chile, otro escritor maravilloso que salió de un sociedad gris y represora. Era homosexual y encima de izquierda, así que todo le costó el triple... Un capo, Lemebel.

H: Momentito. ¿De verdad conseguiste vos lo de Juan Sklar?

H: ¡Son vidas heroicas! No las nuestras, que estamos todo el día en joggineta, mirando Netflix y tomando Cocoa.

C: Técnicamente sí. Me llamó Juan y me dijo: «Tengo una historia buenísima sobre el sexo entre niños pre adolescentes». Y yo, como buen jefe de redacción, le dije: «¡Compro!».

C: Cuánta razon... porque además de escritora, Camila es una actriz impresionante.

H: ¡Qué buen rastreador que sos, Christian! Te admiro mucho. x

NO HAY SER MÁS SÁDICO QUE UN DENTISTA RENCOROSO QUE TRABAJA POR OBRA SOCIAL. (NICOLÁS JOEL BONDER) 64





Verano de 1991 Estefi me dijo que venía después de almorzar. No llegó todavía. Cuando ella no está, me aburro. Estoy solo en mi cuarto. Mis papás están durmiendo la siesta con mi hermanita en la habitación de al lado. Quisiera estar en la playa, pero los grandes dicen que el sol está muy fuerte. En la casa no hay televisor. Mi papá dice que el verano es para desenchufarse. Soy el único chico de todo tercer grado que no tiene tele en las vacaciones. Papá tampoco compra el diario. Dice que leer eso a la mañana es como desayunar una sopa de mierda. Solo hay libros y juegos de mesa. A mí me gustan los de R. L. Stine, Elige tu propia aventura y la serie El Pequeño Vampiro. Ya los leí todos. También tengo la revista Action Games, un número viejo sobre Mortal Kombat. La abro. No me interesa leerla porque acá tampoco tengo el Sega. Solo miro las fotos del único personaje mujer: Sonya. Tiene piernas largas, calzas verdes y encima una bombacha negra. Es rubia y usa dos botitas blancas. Me tiro en la cama boca abajo, pongo las dos manos juntas y con ellas me aprieto el pito. Mi papá dice que eso es apretarse la gallina. A veces cuando me agarro el pito sin darme cuenta mi papá me dice la gallina es un ave pero no vuela y se ríe. No entiendo el chiste.

JUAN SKLAR Buenos Aires, 1983 Es escritor y docente. Su carrera fulgurante empezó en la Orsai N9, cuando le publicamos un cuento sin avisarle. Su primera novela Los catorce cuadernos fue muy bien recibida por crítica y público. En 2018 se publicará la secuela Nunca llegamos a la India. También es columnista de radio: su sección Cartas al hijo en Vorterix.com se transformó en un libro donde están las cartas que espera su hijo lea en el futuro. Desde 2013 dirige El Cuaderno Azul, un taller literario para dejar de poner excusas y largarse a escribir. Este es el tercer texto sobre sexo que publica en la nueva temporada de Orsai. Ya pasaron una vedette en decadencia, una profesora embarazada y ahora llega el primer amor de la infancia.

UN SORETE BIEN HECHO PARECE CHOCOLATE. (NICOLÁS VALADO) 68


Me gusta tocarme el pito. Cuando lo hago la mente se me llena de imágenes. A veces es mi tía Julieta, a veces es She-Ra, a veces compañeras de la escuela. Casi nunca pienso en Estefi. Ahora miro a Sonya pegando un gancho desde abajo, haciendo que Kano vuele por el aire y salte sangre por todos lados. Cierro los ojos y aparecen las imágenes del jueguito —las patadas, las piñas— y sobre todo de la Fatality: Sonya le tira un beso al peleador que acaba de vencer y ese beso lo prende fuego. El derrotado se transforma en un esqueleto carbonizado. De pronto se abre la puerta del cuarto. Es Estefi. Tiene puesta una remera blanca con un estampado de Mi pequeño Pony. —Hola —dice. Doy un salto para atrás, agarro un almohadón y me cubro el pito. —¿Qué hacías? —¿Qué te importa? Estefi revisa los juegos de mesa. —¿Jugamos al Mil millas? —Más tarde. Agarra el mazo, mezcla y reparte. —Yo sé lo que estabas haciendo. La cara se me pone roja como un tomate. Estefi deja las cartas y se tira en la cama. —Yo también lo hago, pero diferente —dice y agarra una almohada, la dobla en dos y se le sube encima.

Veo como su cola sube y baja mientras aprieta con fuerza. —Yo le digo El caballito gris. La imagen me hipnotiza. No puedo dejar de mirar el short rosa de Estefi, que cierra los ojos y sigue frotándose contra el almohadón. Me vuelvo a acostar boca abajo y otra vez me aprieto la gallina. Siento un calor extraño que me sube por el pecho y me sale por las orejas. No es como otras veces que lo hice. No pienso en nada. Solo me aprieto y miro a Estefanía. El calor crece desde mi calzoncillo celeste hacia el resto de mi cuerpo: la panza, las manos, los brazos, las piernas, todo es una gran bola de calor agradable. De pronto Estefi para de moverse. Tiene los cachetes colorados. Abre los ojos y sonríe. Después se sienta en la cama y mezcla las cartas del Mil millas. Yo también freno y me siento en la cama. —¿Jugamos al Mil millas? —Bueno, dale —respondo. Estefi mezcla y reparte, pero enseguida escucho que se abre la puerta del dormitorio de mis papás. Un segundo después, mi mamá entra en mi cuarto. —¿No tienen calor, chicos? Están todo colorados. Atraviesa la habitación y abre la ventana. —Es un día divino. ¿Vamos a la playa?

HAY QUE DEJAR DE USAR EL «URGENTE» EN LOS MAILS POR DOS AÑOS. (PABLO SERRANO) 69


QUERIDA ESTEFI, QUERIDO JUAN

E

stefi tiene dos años más que yo. Está en quinto grado. La conozco desde siempre, porque todos los años venimos a veranear a las mismas casas que están a una cuadra de distancia. Mi mamá le dice La Gorda Estefi. A mí no me parece gorda. Es verdad que es más alta que yo y bastante grandota, pero no me parece gorda. Yo le dije a mi mamá que no me gusta que le diga así. Ella se rio y me dijo que no sea maricón.

lancha se prende fuego y luego se hunde en el mar. Me encanta que Estefi me lea. Si tratas de llegar a nado a la playa, pasa a la página 107. Si nadas hacia el bote de goma, pasa a la página 121. –¡Al bote de goma! —decido. Pasamos de página y, buscando el bote de goma, nuestro protagonista es atacado por un grupo de ballenas y muere en altamar. El final nos da risa. Después nos quedamos los dos cada uno tirado en una cama. El rato pasa, no hacemos nada. Estefi se pone a leer. —¿Me la mostrás? —pregunto. Estefi se ríe. —¿Qué cosa? —Lo tuyo. —Está bien, pero vos me mostrás lo tuyo también. El calor vuelve a subirme desde el calzoncillo hasta las orejas. Me da una sensación rara en la panza. Mi papá le dice glu-glu. —No quiero. —Dale, nene. No seas maricón. —Dejame en paz. Me arrepentí. Estefi se saca el short que tiene puesto y se queda en bombacha. Es amarilla y tiene florcitas. Siento un tirón en el cuerpo que me dice que me tengo que acercar a eso. Me paro. —Mostrame vos primero —dice. Siento que mi pito se hincha. Me da vergüenza. Nunca me había pasado delante de otras personas. Al mismo tiempo, tengo unas ganas enormes de tocármelo. —Dale, Juan. Me saco el pantalón y me quedo en calzoncillos. Este es blanco y tiene toalla en la parte del pito, para absorber las gotas de pis que se te escapan. —Ay, siempre dando vueltas. —¡Basta, nena! —digo y me doy vuelta. Quiero irme y quiero quedarme. Quiero sacarme el calzoncillo, quiero ponerme el pantalón. Quiero ver lo que hay debajo de la bombacha de Estefi. Estoy paralizado. —Listo. —¿Listo qué? —pregunto y cuando me

—¿Q

uién quiere tirita bien jugosa? —pregunta mi papá mientras saca un pedazo de carne de la parrilla. Estefi levanta la mano. —Vos ya comiste suficiente —dice el padre y le baja el brazo. Nuestros papás son amigos, aunque solo se ven en el verano. Ellos viven en Baradero. —Hoy podés un poco más —dice la mamá, que le sirve un pedazo desde su plato. Ella sonríe y se lo come con la mano. —¿Vacío? ¿Colita? ¿Alguien? —sigue preguntando mi papá. Los pedazos de carne se reparten en diferentes platos de madera. Estefi y yo comemos en silencio. —¿Podemos ir a jugar arriba? —pregunto. Estefi mira a la mamá. —Dale, yo te llamo para el postre. Tomá —dice mientras le da un paquete. Estefi lo agarra y nos vamos a mi cuarto. —¿Leemos de a dos? —pregunta. —Ya leímos todo. —Este no —dice y me da el paquete. Rompo el papel de regalo. Es un tomo de Elige tu propia aventura que yo no había visto nunca. El título es Tu nombre en clave es Jonas. —Guau. ¿Es para mí? —Regalo de Reyes. —Yo no te compré nada —digo. —No importa. Abrimos el libro y Estefi empieza a leer. Así es el juego. Uno lee y el otro elige. Es una aventura de espías secretos norteamericanos cerca de las costas de Groenlandia. Nuestra

¿CUÁNTAS PERSONAS VIVEN EN UN HUEVO? DOS: CLARA Y EMA. (PABLO WIESEMANN) 70


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doy vuelta, Estefi está en remera y nada más. Lo que veo me deja sin palabras. —Mis amigas del cole le dicen la cola de adelante. A mí me parece un nombre horrible. Yo le digo el agujerito. Mi mamá me dijo que le diga como yo quiera. Sin darme cuenta, me estoy tocando el pito. —Bueno, ahora vos. Obedezco y me bajo el calzón. Estefi se ríe. —No te rías, tarada. —Es que me hizo acordar a un ñoqui. Me miro el pito. Es verdad, se parece un poco a un ñoqui. Yo también me río. —¿Puedo tocar? —pregunta Estefi. —¡No! —Dale, nene. Estefi se acerca con el dedo extendido, como si estuviera por tocar un caracol que se quedó sin casita. Le da tres golpes suaves. Se ríe. —Es gracioso. Con dos dedos, lo aprieta un poco. Me da cosquillas. —No, no, cosquillas no —le digo. Estefi se emociona y me hace cosquillas en las axilas y en la panza. Caigo derrumbado en la cama y Estefi se me sube encima. Soy muy sensible a las cosquillas y lo sabe. Me ataca con todo. —¡Pará, pará! —pido entre risas. —¡Pedí por favor! La risa que tengo ya me causa dolor. —¡Por favor, pará, por favor! Estefi para. Está arriba mío. De pronto se frota contra mí, igual que cuando lo hizo con los almohadones. Es raro, pero me gusta. Me mira de un modo extraño. No es como cuando estamos en la playa o jugando al Mil millas. Yo también la miro. No puedo dejar de mirarla. Por un momento se detiene y deja de frotarse. Ahora solo presiona. Tiene el cuerpo todo tenso. Yo también. Es como cuando me aprieto la gallina, pero no estoy solo. De pronto afloja. Respira un poco agitada. Yo también aflojo. Estoy derretido en la cama. Sonrío. Estefi aprovecha mi distrac-

ción y vuelve a hacerme cosquillas en las axilas. El ataque de risa es más fuerte que antes. —¡Pará, pará! ¡Por favor, por favor! —¿Lo pedís de rodillas? —¡Lo pido de rodillas! Desde abajo llega un grito de mi papá: ¿Quieren helado? Estefi se baja de encima mío. Los dos nos estamos riendo. —Te salvaste porque hay helado de Vía 3.

—R

odolfo, ¿la viste a Estefi? Rodolfo es el dueño del balneario donde mis papás alquilan carpa. Es morocho, alto y tiene un bigote muy tupido. Es canoso y ya debe tener como cincuenta años. Sale andar en kayak a la mañana y a correr a la tarde. En año nuevo saca su pistola y dispara al aire, apuntando al mar. ¿Te gusta cómo suena la matraca, Juancito?, dice y tira unos buenos tiros y se ríe a carcajadas. —Andaba con el Lechu. Lechuguita es un chico que vino al balneario por primera vez este año. No me cae muy bien. Voy hasta el balneario de al lado, Dack, porque sé que al Lechu le gusta colarse en la pileta. Nuestro balneario no tiene pileta. Me pongo las ojotas. La arena está muy caliente. Camino hacia Dack. Antes de llegar a la pileta, en un paredón de cemento, sentada a la sombra, me encuentro a Estefi. —Hola. —Hola. —¿Y el Lechu? —Se fue al mar. —¿Querés ir a mi casa? —pregunto. Mis papás se van a quedar a almorzar en Corales. —No. —¿Estás enojada? —No —responde Estefi mientras con un palito toca un escarabajo de arena. —¿Qué te pasa? —Me pasa que el Lechu me dijo que vos gustás de Valentina y que le vas a preguntar si quiere ser tu novia. Valentina es la hija de Rodolfo. Es morocha de ojos verdes y muy flaca. Hace gimna-

EL OBSTÁCULO SOMOS NOSOTROS. (PATRICIA RIBEIRO) 71


QUERIDA ESTEFI, QUERIDO JUAN

Salgo por la 129, secándome las lágrimas con la manga del buzo. Cuando llego a mi casa estoy un poco más calmado, pero igual se nota que estuve llorando. Mi mamá riega el pasto en el jardín. Me pregunta qué me pasó. Le digo que nada, que me deje en paz y subo a mi cuarto. Cierro la puerta y me tiro en la cama. Al rato tocan la puerta. —¡Dejáme tranquilo, mamá! La puerta se entorna. —Perdón, Cuchi. Estefi vino a visitarte. La puerta se abre un poco más. Ahí está Estefi, con un jardinero de jean, remera violeta, dos colitas y una gorra de Jugate Conmigo. —¿Puedo pasar? Digo que sí con la cabeza. Entra y se sienta en la cama al lado mío. —Me dijo tu mamá que estás chinchudo. No le contesto. —No les des bola a esos idiotas. —¿Cómo sabías? —Fui a la 3 a jugar al Wonder Boy y cuando entré me empezaron a cantar El cachalote, con la canción de El meneaito. Lo agarré al Lechu y le escupí un garzo en el ojo. —¿En serio? Qué genia. —Después el Lechu se me vino encima pero el dueño del local lo sacó a patadas. Mientras me iba los pelotudos gritaban cerda de mierda y gorda puta. —Los odio. —Yo también. Los dos nos quedamos callados, sentados en la cama uno al lado del otro. —Juan. —¿Qué? Giré para mirarla y apenas lo hice, me dio un beso. Un pico con los labios cerrados que duró un rato largo. Volví a sentir el calor, pero ahora en la panza, en las manos y en los cachetes. Después paró y se alejó un poco. —A mí no me importa quién te gusta. Vos siempre vas a ser mi mejor amigo.

sia artística y se la pasa haciendo la medialuna y el rondó. Casi todos los chicos gustan de ella. Yo también. —¿Y por eso no querés ser más mi amiga? Algo debo haber dicho, porque Estefi aprieta los labios y los ojos se le cargan de agua. Está por decir algo, pero no lo hace. Se queda mirando hacia abajo, molestando al escarabajo de arena con su palito. —¿Vamos al mar? —pregunto. —No entendés nada —dice. Se levanta y se va.

E

s un día nublado y un poco fresco porque ayer llovió. Mi mamá me dio dos pesos para ir a los jueguitos. Eso me alcanza para ocho fichas, que voy a usar todas en el Hat Trick. Me gusta porque es el único juego de fútbol y porque podés pegarle piñas al árbitro, que es un gordito pelado. Cuando llego a los jueguitos de la 3 y 129 está Lechu sentado en la puerta con otros tres pibes que no conozco. Apenas me ven empiezan a cantar Es tuya Juan, reclamála Juan, es tuya. Esa canción salió hace poco y suena en todas las radios. La odio. En el colegio también me la cantan y se ríen. Lechu no para. Es tuya Juan, reclamála Juan, es tuya y cada vez que paran uno grita: ¡Valentina! —¡Callensé, pelotudos! —les grito, pero no me dan bola. Intento ignorarlos y entro al local. Compro mis ocho fichas y voy hasta el Hat Trick. Elijo Alemania y como capitán elijo al número 11, uno de cara cuadrada. El partido empieza y enseguida tengo a Lechuguita y sus amigos cantándome Es tuya Juan. Trato de hacer como que no están ahí, pero no puedo, los ojos se me llenan de lágrimas, siento una piedra en el estómago. Quiero hacer algo pero no puedo, ni siquiera puedo gritar cállense, pelotudos y empiezo a llorar. Estoy lleno de furia y vergüenza, y lo único que puedo hacer es irme de los jueguitos llorando, mientras Lechu y los pelotudos cantan y uno de ellos se pone a jugar al Hat Trick que dejé andando.

LO ESENCIAL ES INVISIBLE AL ESTADO. (ROSI DAMIN) 72



QUERIDA ESTEFI, QUERIDO JUAN

El carpero pide permiso en el balneario y me lleva hasta Zákate. Cuando llegamos está mi tía en la orilla, haciendo como que está desesperada buscando a su sobrino. Cuando me ve, corre y me abraza. —Ay, Negrito, cómo me preocupé, si se enteran tus viejos me matan, ¿cómo estás? —Bien, tía. —Gracias por traerlo. No sé cómo lo perdí de vista. —Ni lo menciones. —Julieta —le dice mi tía, presentándose—. Vos sos... —Christian. —Christian, ¿te puedo invitar una cerveza? La escena me molesta más que nada por lo repetida. Me voy al agua y la dejo ahí, hablando con el carpero. A la noche estoy durmiendo en mi cuarto cuando me despierto para hacer pis. Antes de entrar al baño escucho unos ruidos que vienen desde abajo. Me asomo a la escalera de caracol y ahí está mi tía, en el sofá cama, en tetas, con Christian el carpero entre las piernas. Todo me parece increíble. Mi tía Julieta, con su pelo colorado, su piel blanca y sus tetas desparramadas por todo su cuerpo. Tiene los ojos cerrados y la boca abierta. El carpero Christian con la espalda muy bronceada y el culo blanco al aire, hunde la cabeza en la concha de mi tía. Mi mano salta sola hacia mi pito y me la apretujo con todo gusto. Christian el carpero se para y de pronto pone frente a la cara de mi tía una pija enorme y peluda. Es como la de mi papá, pero la de mi papá solo la vi en el vestuario del club, blanda y colgando. Esta está dura, grande y se dobla un poco hacia arriba. Mi tía se sienta en el borde del sofá cama, se acomoda el pelo detrás de la oreja y se la mete en la boca. Siento un escalofrío en todo el cuerpo. Lo más parecido a esto que vi alguna vez es la revista porno que Facundo Blanco llevó al campamento del colegio y que le sacó el profesor de Educación Física. Julieta se mete todo el pito en la boca y cuando no puede más, lo agarra del culo y hace presión hacia ella.

Verano de 1992 —Vení, ponéte la pulserita. —No quiero, tía. —Dale, antes te divertía. Mi tía Julieta es la hermana menor de mi papá. Como son seis hermanos y mi papá es el mayor, se llevan muchos años de diferencia. Ella tiene veintiuno. Vino a pasar unos días con nosotros y duerme en un sofá cama en el living. A pesar de la queja, me dejo poner la pulserita que dice Balneario Zákate – 131 y Playa – Carpa 20. Se la ponen a los nenes más chicos, para que los traigan de nuevo con sus padres si se pierden. Paso a cuarto grado y ya no me pierdo. Mis papás me dejan andar solo por todo el sur de Villa Gesell. Pero esto es un plan de mi tía. Tengo que ir a buscar a un tipo que a ella le gusta y decirle que estoy perdido y que quiero que me lleve a la carpa 20 de Zákate. Ya me hizo hacerlo varias veces desde que soy chico. En general son los guardavidas. —Andá a buscar al carpero de Noctiluca. —¿Noctiluca? Eso es pasando el muelle. —Dale, si me hacés el favor te llevo a Carlitos. Carlitos es el mejor lugar de panqueques y hamburguesas de toda la Costa. A mí me encanta ir y pedirme un Diego Maradona, que es un panqueque de banana, dulce de leche, chocolate derretido y ralladura de coco. El problema es que este año no hay plata y casi no vamos al centro. Papá está trabajando en una oficina pero parece que no le están pagando. Acepto y salgo. Tengo que buscar a un carpero rubio de piel oscura. Camino, paso el muelle y llego. Enseguida lo encuentro. Debería hacerme el perdido pero ya ni tengo ganas de hacer la farsa. —Señor, estoy perdido. Me ayudaría a llegar a este lugar —digo y me señalo la pulserita. —¿Y no sabés llegar solo? —No, perdón —respondo. El tipo me mira extrañado. Me siento un imbécil.

¿CUÁNDO LE VAMOS A SACAR LA G A «AGUJERO»? (SANTIAGO BERISSO) 74


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Me falta el aire. Tengo miedo de que me descubran, de que mi tía empiece a gritar y vengan mis viejos y me castiguen. Pero no puedo irme. Mi pito no me deja. Veo cómo Julieta, sin dejar de meterse y sacarse la pija de Christian de la boca, le abre los cachetes del culo y le mete los dedos. Todo me parece fantástico, de otro mundo. El tipo no se queja. De hecho, abre la boca como gritando un gol, pero en silencio. Él le acaricia el pelo, la peina, le hace una cola de caballo con las manos y la aprieta contra sí mismo. Mi tía tiene toda la cara enterrada en los pelos de Christian, y al mismo tiempo aprieta los cachetes del culo con más fuerza y le mete los dedos más adentro. Hasta que paran. Mi tía se tira de espaldas sobre el colchón y abre las piernas. Tiene la concha peludísima. Es una selva de pelo colorado. Christian se inclina sobre ella y se la mete. Mi tía cierra los ojos y la cara se le pone toda tensa, como cuando yo hago caca. No entiendo si le gusta o le duele. Él está ahí, arriba abajo, arriba abajo, cuando mi tía abre los ojos y me ve. Siento el universo entero caerse encima mío. Me van a matar, o peor, me van a mandar de vuelta a Buenos Aires. Pero lo único que pasa es que mi tía se lleva un dedo a la boca y me hace el gesto de shhh. Después con la misma mano me da a entender que me tengo que ir de ahí ya mismo. Mareado, con la cabeza liviana como un globo, subo hasta mi cuarto y me tiro en la cama. Sin esperar me aprieto el pito con todas mis fuerzas. No sé por cuánto tiempo lo hago, pero cuando me quedo dormido ya es de día y un poco de luz se mete por las rendijas de mi persiana.

quiere ir a Vía 3. De hecho, yo no sabía que había un Vía 3 en la 132 hasta que ella no me llevó. —No puedo. Mi papá dice que estoy gorda y que la gordura hace mal a la salud. Me quedo en silencio. No entiendo por qué todos dicen que Estefi es gorda, ni por qué se preocupan tanto. Joaquín, el primo de Valentina, es gordo y anda todo el día con un Frutidedo o un Patalín en la mano y nadie le dice nada. —Ayer la vi a mi tía coger con el carpero de Noctiluca. Estefi parpadea y después se le abren los ojos como dos platos. —En el sofá cama, mientras mis papás dormían. —Mentiroso. —Tiene los pelos de abajo colorados. —¿Y qué hicieron? Le cuento a Estefi todo lo que vi, con lujo de detalles. —¿Y vos qué hiciste? Ahora me quedo callado. —Miré. —¿Nada más? No sé por qué, pero las preguntas de Estefi me pusieron incómodo. —Me apreté la gallina. Estefi explota de risa. Después nos quedamos callados. Lo único que se escucha son las chicharras. Estefi me agarra la mano y se la lleva a la panza. No entiendo qué está haciendo, pero me gusta. La mete apenas por abajo de su bombacha. Con los dedos siento la punta de unos pelitos. Estefi sonríe. —Me salieron este año. Ella agarra mi mano y la empuja para abajo. Los pelos de Estefi me dan electricidad. —¿Te gusta? Digo que sí con la cabeza. —A mí también me gusta —dice. Estefi estira la mano y la pone en mi panza. Aguanta unos segundos. No sé si está esperando algo o pidiéndome permiso. Después la pone abajo del elástico de mi calzoncillo. Mueve los dedos igual a como lo hice yo, la

—¿V

amos a Vía 3? —le pregunto a Estefi. Es la hora de la siesta. Recién comimos y estamos viendo qué hacer, si volvemos al balneario o nos quedamos en su casa. —No quiero. La miro sorprendido. Estefi siempre

ENTRE LA PARÁLISIS Y EL DESENFRENO ESTÁ LA LÍNEA DE LA VIDA. (SOFÍA LAPORTE) 75


QUERIDA ESTEFI, QUERIDO JUAN

diferencia es que yo no tengo pelos ahí. Bajo la cabeza. Siento toda la cara colorada. —No me salieron todavía —digo. —No importa —responde Estefi y baja la mano un poco más, hasta mi pito, y la deja quieta ahí. El calor que a veces siento cuando me aprieto la gallina, ahora está completamente explotado, sale y crece en todas direcciones. El corazón me late a mil por hora, lo siento salirse entre las costillas y atravesar la piel. Otra vez Estefi tiene eso raro en los ojos, como si adentro mío hubiera algo que ella se quiere llevar. Se baja el short hasta los tobillos y la bombacha un poco, hasta los muslos. Tiene un poco de pelo, no mucho. Parece la copa de un árbol chiquito. Estiro la mano. Quiero tocarla pero no me animo. Estefi agarra mi mano y se la lleva al agujerito. Se siente raro, como tocar una herida. No hacemos nada. Solo dejamos nuestras manos apoyadas en el otro. —Es como saludarse —dice. Me da un poco de risa, pero dura poco. Enseguida vuelve el calor que invade todo. Cierro los ojos. Por un momento me transporto a otro lugar, estoy ahí y no estoy. Se parece a los jueguitos, pero distinto. Como si los jueguitos pudieran salir de la pantalla, tocarme el pito y meterse en mi cerebro. Entonces escucho que se abre la puerta y el papá de Estefi dice qué hacen. Después agarra a Estefi de la mano y se la lleva de un tirón. A mí me grita andáte de acá pendejo de mierda. Yo me acomodo la ropa como puedo y salgo hacia la puerta. De camino veo que la está metiendo a Estefi a los empujones en el cuarto. Me paro. Quiero decir algo pero no puedo. Entonces se abre la puerta del cuarto de Estefi. Está el papá con la cara colorada. —¿Qué hacés acá? ¡Tomatelás! —me grita y me pega con la mano abierta en la parte de arriba de mi cabeza. Estoy tan aturdido por el golpe, los gritos y la imagen de Estefi llevada a la rastra que no logro moverme. Como la agarró a ella me agarra a mí y me saca de la casa.

P

aso toda la tarde en el balneario esperando que aparezca el papá de Estefi para pegarme. O peor, para contarles a mis papás. Voy al mar, juego al metegol, me tiro al sol. Pero todo el tiempo miro hacia la entrada del Zákate a ver si se asoma. Al final, no lo hace. No sé qué hacer. Si hablar con mis papás, o quedarme callado, o salir corriendo y no volver hasta que estén tan preocupados por mí que no les queden ganas de retarme. Baja el sol y la playa se vacía. —Cuchi, nosotros subimos. ¿Venís? —pregunta mi mamá. Le digo que no, que me voy a quedar un rato más. —Pero ponete un bucito que refrescó, ¿sí? Camino hasta la orilla. Me siento en la arena húmeda mirando el mar. Entonces aparece mi tía Julieta, que se había ido a caminar. —¿Todo bien, Negrito? Digo que sí con la cabeza y mi tía sigue caminando hasta la carpa. Veo que agarra su equipo de mate, se pone un pareo y las ojotas. Antes de que salga de la carpa, corro hasta ella. —Tía, pasó algo. —Contame. —¿Viste lo que vos y el carpero Christian estaban haciendo? Bueno, Estefi y yo lo estábamos haciendo y entró el papá y se la llevó de los pelos. —¿Qué? —Y yo me quedé duro y no sabía qué hacer y a mí también me sacó de los pelos y me pegó en la cabeza. —¿Qué es lo que Estefi y vos estaban haciendo? —Lo que vos... Algo en la mirada de mi tía Julieta me dice que no está bien lo que estoy diciendo. —Primero, no te preocupes. Sea lo que sea que estaban haciendo, no te va a pasar nada. Segundo, yo nunca estuve con ningún carpero Christian, ¿me entendés? —Sí, tía. —Ahora sentate, tomemos un mate y me contás tranquilo.

NADA DE LO QUE ESCRIBA ES DIGNO DE PUBLICARSE EN ORSAI. (VIRGINIA PALETTA) 76


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i tía Julieta me está llevando a comer a Carlitos. Cuando entramos, el mismísimo Carlitos Ciuffardi está parado junto a la caja con su gorro rojo estilo Capitán Piluso. Mi tía levanta los brazos y le grita ¡Carlitos querido! Él también levanta los brazos ¡Qué hacés, nena! ¿Cómo estás? Después se abrazan y nos acompaña a una mesa. Comemos una hamburguesa de panceta y cebolla para compartir y un licuado de naranja, frutilla y limón. El postre es mi panqueque favorito: banana con dulce de leche adentro, chocolate derretido y coco rallado afuera. Después vamos a Alfonsina Libros. Mi tía me quiere comprar un regalo porque en todo el lío que se armó con lo de Estefi, nunca dije nada del carpero Christian. Mi tía me pregunta qué libro quiero. No sé qué contestar.

—¿A Estefi qué le gusta? —Le encanta uno que se llama Querida Susi, querido Paul. —¿Lo leíste? Digo que no con la cabeza. Julieta compra Querida Susi, querido Paul y me lo regala. —Ahora decime uno que te haya gustado a vos que Estefi no haya leído y se lo regalamos a ella. Le elijo El pequeño vampiro. Esa noche en mi cama leo el libro que me regaló mi tía. Me parece un poco para chicos, pero me gusta la idea de mandarme cartas, así que bajo a la cocina, arranco unas hojas del cuaderno donde mi mamá anota cosas del supermercado y vuelvo a mi cama. Apoyo las hojas sobre el libro y me pongo a escribir:

l

M


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Le conté a Julieta lo de la carta y me dijo que le parecía una idea hermosa y que ella se iba a encargar de que le llegara a Estefi. Al rato me vino a buscar y me dijo que se le había ocurrido un plan.

—Lo agarró el padre de Estefi. La garganta se me llena de arena y caen encima mío todos los médanos de la costa. —Yo sabía. —Pará. No sabemos si lo abrió o si se lo dio directamente. Y si lo abrió tampoco sabemos si encontró la carta. Y si la encontró no sabemos si la leyó. —Sí, no sé... —Negrito... —dice Julieta y me pasa el brazo por los hombros—. Vas a ver que va a salir todo bien.

E

stoy sentado en el jardín de la casa, con mi tía Julieta. Mi mamá se fue a la playa con mi hermana. Estamos esperando a ver si el plan funciona. Yo creo que sí. Mi tía es muy ingeniosa. Primero lo de la pulserita y ahora esto. Hace tres días fuimos a una librería de la 3 y compramos papel marrón, de esos duros y gruesos con los que envuelven paquetes. Agarramos el libro y le metimos la carta adentro. Después lo empaquetamos y le pusimos una etiqueta que decía Estefanía de Cristófaro – Avenida 2, Nro 3050, Villa Gesell. Y en el remitente puso Club de Pequeños Lectores – Lautaro 315, Buenos Aires. Después fue al correo del centro y mandó el paquete. Le dijeron que iba a tardar más o menos tres días. Hoy se cumplen tres días.

V

ivo los días siguientes esperando que pase algo. Que Estefi responda, que aparezca el padre a cagarme a trompadas, que mi papá se entere de todo, se meta y lo faje al papá de Estefi. A la noche estoy más atento. Me imagino que Estefi se escapa de la casa, me tira una piedra contra la ventana y vamos a charlar a la playa, parecido a una escena de Kevin, creciendo con amor. Pero nunca pasa. Mientras espero, leo. Momo, El ponche de los deseos y La historia interminable, todos de un tal Michael Ende que mi tía dice que es un genio. Por las mañanas me cuesta levantarme y por eso suelo perder medio día de playa. Para compensar, me quedo hasta que se hace de noche. Una de esas tardes veo que viene caminando por la playa la mamá de Estefi. Es petisa, de rulos y un poco gordita. En la mano tiene una bolsa de plástico, como de verdulería. Se acerca y me la da en la mano. Te lo manda mi hija, dice y se va. Dentro de la bolsa hay un sobre y dentro del sobre, una carta. No puedo esperar a llegar a mi casa para leerla.

P

aso toda la mañana en el jardín de la casa mirando hacia lo de Estefi, a ver si viene el cartero. No llega nunca. Mi tía me dice que la espere en la playa, que ella se queda vigilando. Para mí que me quiere despachar y meter en la casa a Christian el carpero. Camino hasta la playa. Mi mamá y mi hermana están comiendo sándwiches de miga dentro de la carpa. Hace un calor horrendo. Agarro uno de crudo y queso y me voy hasta la orilla, que está más fresco. Me quedo sentado al sol, mirando al mar. Cuando termino me doy vuelta y veo a mi tía caminando hacia la orilla. Me paro. —Vino el cartero y entregó el paquete. —¿Y?

HOME IS WHERE THEY WAIT FOR YOU WITH ALFAJORES. (ADRIANA DI MEO) 78


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QUERIDA ESTEFI, QUERIDO JUAN

preguntarte. ¿Querés ser mi novia? Ojalá que sí. Te mando un beso, Juan

Estuve pensando en que somos más que amigos y se me ocurrió preguntarte. ¿Querés ser mi novia?

PD: Mi favorito del Pequeño Vampiro es El pequeño vampiro y el enigma del ataúd.

C

uando terminé me quedé acostado, mirando el techo. No pensaba en nada y me sentía muy bien.

L

eí la carta de Estefi mil veces en la playa y mil veces más tirado en mi cama. Arranqué otro pilón de hojas del cuaderno y me puse a responderle.

Querido Juan: Sí, re quiero ser tu novia. Pero por ahora va a ser solo por carta. Ayer mi papá me descubrió comiendo una porción de arrollado de dulce de leche y voy a estar castigada dos días más. Hice una lista de las cosas que podemos hacer cuando salga ahora que somos novios. ✿ Ir a Vía 3 y comer un kilo de helado. ✿ Ir al Centerplay del centro y jugar al tejo de a dos (ese que tiene una cancha que tira airecito desde unos agujeros). ✿ Ver el amanecer en la playa (hay que llevar mate). ✿ Ir al Centerplay y jugar al Daytona (¡te voy a re ganar!). ✿ Mandarnos cartas (aunque no sea necesario). ✿ Escribir nuestro propio libro del Pequeño Vampiro: El pequeño vampiro se va a Villa Gesell (sería muy triste porque no podría venir a broncearse). ✿ Hacer cosas que no se pueden hacer, ni decir, ni escribir. ✿ ¡Escapar de mi papá! Te quiero, Estefi, tu novia.

Querida Estefi: A mí también me pasa. Tengo una sensación extraña todo el día, como cuando llegás tarde a la playa y todos te dicen que la mañana estuvo re soleada pero ya se nubló. Cuando leo la carta se me pasa un poco, pero después es peor. Ahora que escribo estoy bien. También pienso en las cosas que no se pueden hacer y entonces me encierro en mi cuarto y me acuerdo de vos. Las cosas que no se pueden hacer, ¿se pueden escribir? Me da miedo de que alguien lo lea. Tía Julieta y mamá de Estefi: ¡no lean esto por favor! Igual era un chiste, para mí que no se meten. Igual la carta va en un sobre cerrado. Si llega abierta, nos están espiando. Ayer mi tía me dijo que lo que nosotros tenemos es una relación epistolar. Y me dijo que eso significa ser amigos por carta. Creo que cuando salgas de tu casa nos tenemos que seguir escribiendo. Yo estuve pensando en que somos más que amigos y se me ocurrió

PD: El sobre llegó cerrado. Estamos libres de espías.

EL OCIO NO ME DEJA TIEMPO PARA NADA. (AGUSTINA BAZZANO) 80


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L

eo la carta de Estefi sentado en el médano que hay atrás de Dack. Me gusta ir a ese lugar porque se puede ver toda la playa y todo el mar y nadie te molesta. De día no voy porque la arena te quema mucho. No importa si vas con ojotas. La arena es tan finita que cuando caminás hundís el pie y te quemás lo mismo. Pero si venís a la tardecita ya está todo bien. Vuelvo a leer la carta. Ya la leí un montón de veces: en mi casa cuando me la dio la mamá de Estefi y a la noche antes de irme a dormir. La traje acá porque quería leerla mirando el mar. De pronto veo que por el caminito que sube al médano viene Valentina. Doblo el papel y lo guardo en el bolsillo. —¿Qué leías? —Nada. —Algo estabas leyendo. —No te importa. —¿Es cierto lo que dicen de vos y Estefi? —¿Qué dicen? —Que el papá los agarró haciendo el sexo y te pegó una piña. Y que por eso no la dejan salir de la casa. —Nada que ver, nena. —¿Y qué hicieron? —¿Qué te importa? —Para mí está mal. Ni contesto. Agarro una montañita de arena seca con las dos manos. Las abro un poco y la arena empieza a caer. —Para hacer esas cosas hay que estar enamorado —dice. —¿Vos qué sabés? —¿Estás enamorado de Estefi? Los granos se deslizan rápido. Las manos me quedan vacías. —Pensé que estabas enamorado de mí. La miro. Desde que terminaron las clases vive acá con su familia. Está muy bronceada. Sobre los cachetes hay un montón de pecas. Los ojos verdes tienen pintitas marrones y le brillan. Sus piernas son largas y flacas y se pinta de violeta las uñas de los pies. Usa una remerita blanca de bambula. Abajo solo la bikini. Debe haber ido al mar hace un rato, porque la tela parece mojada.

—Mañana a la noche vamos a hacer un fogón en el bosque de Mar de las Pampas. ¿Querés venir? —Es re lejos eso. Tengo que pedirle permiso a mi mamá. —Decile que va a estar mi hermano, él nos lleva en El Zarpado. El hermano de Valentina es surfista y trabaja en el balneario. Tiene dieciséis años. Los papás lo dejan manejar El Zarpado: un Citroën Méhari con muchos kilómetros y varios golpes que nadie sabe cómo es que todavía anda. A veces nos lleva a pasear por el sur de Gesell (al centro no vamos porque no tiene papeles). Lo que más nos gusta es sacar la lona que cubre el techo y que el viento nos dé en la cara. —Dejá de leer tanto y salí un rato. Me da un beso en el cachete y se va caminando. Por unos segundos el olor del bronceador que usa se me mete en la nariz. Huele a limón mezclado con frambuesa.

—¿T

ía? —¿Qué? —¿Te puedo hacer una pregunta? —Decime. Es de noche y hace un rato terminamos de cenar. Mi mamá se fue a un locutorio a llamar a Buenos Aires para hablar con mi papá. Hoy tenía una reunión importante y mi mamá quería saber cómo le había ido. Mi tía está sentada en el jardín delantero de la casa, fumando un cigarrillo armado. Agarro una silla y me siento al lado de ella. —Bueno... En realidad no es una pregunta. O sí. No sé. —Menos vueltas, Juan. —¿Qué significa estar de novios? Julieta se ríe. —O sea sí sé qué significa —aclaro—, pero no sé qué significa ese significado. —¿Nunca un problema sencillo vos? Mi tía me mira, pita su tabaco y tira el humo para arriba. —La verdad, no lo sé —dice—. Depende

ME PREGUNTÓ SI LE IBA A SEGUIR ENTRANDO A LOS OCHENTA, Y ME ENAMORÓ. (ALAN CAMBEIRO) 81


QUERIDA ESTEFI, QUERIDO JUAN

Querido Juan: Hoy salí de casa. Mi mamá me llevó al centro y en la feria de artesanos te compré un colgante que se ata al cuello. Es un elefante gris. Espero que te guste. Ayer le pregunté a mi papá si nos íbamos a poder ver y dijo que sí, pero con la puerta abierta y un grande cerca. También podemos ir a Centerplay o al Rey de la Papa Frita a comer rabas si nos acompaña un grande. Le podemos preguntar a tu tía. Perdón que mande dos cartas seguidas, pero estabas tardando mucho. Estoy muy contenta de que seamos novios. Te quiero, Estefi

un poco de lo que los novios quieran que sea. ¿Por qué me preguntás? —Porque... Trato de buscar las palabras correctas pero es difícil. —¿Viste que Estefi es mi novia? —Sí. —Bueno, también está Valentina... —¿Qué pasa con Valentina? —Que también es linda. —¿Y ella gusta de vos? —No lo sé. Creo que sí. —¿Y a vos quién te gusta? Pienso. —Valentina es más linda. Pero Estefi es más divertida. Y es mi amiga. A Valentina no la conozco mucho. Pero Valentina es flaca. Algo se empieza a transferomar en la cara de mi tía Julieta. —¿Y eso a vos qué te cambia? —No sé. Pero si sos gordo te cargan. —¿Qué te dice tu corazón? —Que tengo dos novias. —Bueno, ok. No sé si el corazón es un gran consejero. —Entonces tengo dos corazones. Julieta se ríe. —¡No te rías, tía! A veces siento una parte de mí quiere ir a donde está Estefi y charlar con ella y otra parte que quiere ir a donde está Valentina y mirarla. ¿A vos no te pasa? —¿Como si tuvieras una soga que te tira para un lado y un imán que te chupa para el otro? —¡Eso! ¿Y cuál tiene razón? — ¿La verdad, Negrito? No sé.

Vuelvo a leer la carta una vez más. Quiero responderle pero no puedo pasar del primer renglón. Tengo un revoltijo en la panza y en la cabeza. Vuelvo a mi cama. Me tiro boca a abajo. Pienso en Estefi pero también en Valentina. En su bikini mojada y sus piernas bronceadas. ¿Tendrá pelos abajo? Mis manos se van solas hacia mi pito y me lo aprieto. Se siente bien. Pienso en Valentina, en clavarle los colmillos en el cuello y chuparle la sangre. También pienso en Estefi, en que se me suba encima y me haga cosquillas en el pito. Paro. Mi hermana duerme y ni se inmuta. Agarro un libro. No me engancho. Trato de dormir, no puedo. Así paso la noche, dando vueltas en la cama, tratando de leer, pensando en Estefi y Valentina, apretándome el pito, saliendo al balcón a ver si puedo escribir la carta. De pronto veo que el cielo está un poco más claro del lado de la playa. Miro el reloj, son las cuatro y media de la mañana. Siento en el medio de la panza el lugar donde se anuda la soga. Tira. Trato de ignorarla. No puedo. Está ahí, tirando. Si no le hago caso, me va a arrancar el estómago. Todo lo que me pide me parece una pésima idea. Agarro un pantalón largo, medias, buzo y zapatillas. Voy a la cocina. Trato de hacer

E

stoy tirado en mi cama, despierto. Mi hermana duerme a unos metros. Salgo al balconcito de nuestro cuarto. Afuera hay una silla y justo arriba, el farol de la casa. Me gusta ese lugar porque es fresco y porque con el farol de afuera puedo leer sin despertar a nadie. Tengo un cuaderno que me regaló mi tía y otra carta que me mandó Estefi. Vine al balcón para escribirle una respuesta, pero no me sale. Vuelvo a leerla.

SI QUIERES QUE ALGO NO SE RESUELVA, FORMA UNA COMISIÓN. SI NO PUEDES, FORMA UN COMITÉ. (ALEJO CARDOSO) 82



QUERIDA ESTEFI, QUERIDO JUAN

todo sin que nadie me escuche y salgo de la casa con mi mochila a cuestas. Entro al jardín de Estefi por atrás, desde el jardín de Maricarmen, que es una señora que no sale casi nunca y que si me agarrara tampoco habría problema. Siempre me deja entrar a su jardín y treparme a la higuera. Paso por al lado de la parrilla, rodeo el romero y cruzo el jardín. Las hojas secas hacen ruido, pero nadie parece escucharlo. Llego hasta la ventana del cuarto de Estefi. Está con la persiana baja. Toco muy despacito. Nada. Toco un poco más fuerte. Nada. Tengo miedo de despertar al padre, pero si no hago un poco más de ruido, no me va a escuchar nunca. Me la juego y golpeo fuerte tres veces. Después me quedo en silencio. Escucho que Estefi se mueve en su cama. Golpeo de nuevo, más despacio. —¿Juan? —Sh... Estefi levanta la persiana un poco y asoma la cabeza. Me susurra. —¿Qué hacés acá? —Está por amanecer. Vamos a la playa. —¿Estás loco? —Traje mate —digo y le muestro el termo que tengo adentro de la mochila. —Andate. Puedo escuchar, desde el otro lado de la pared, la soga tirando de la panza de Estefi. —Fue tu idea, vos lo pusiste en la lista. —Mi papá nos va a matar. —A mí no me importa. Entonces acerco mi cara a la ventana y la beso. Es la primera vez que doy un beso yo. —Estás loco. La soga tira y tira, en mi panza y en la de Estefi. O nos lleva a la playa o nos arranca los intestinos ahí mismo. —Esperá un poco que me cambio —dice y desaparece. Al rato aparece con unas calzas, zapatillas y buzo canguro. Sale por la ventana y cae en el jardín casi sin hacer ruido. —Vamos por lo de Maricarmen —digo y le señalo el camino.

Querida Estefi: mi papá se quedó sin trabajo y nos tenemos que ir de la playa; mi mamá dice que está todo bien pero me parece que nos miente.

Cruzamos los dos jardines y llegamos a la calle. No hay un alma. Vamos despacio pero el corazón nos late como si estuviéramos jugando al fútbol. Caminamos por el Paseo 130 en silencio, mirando para todos lados, a ver si alguien nos ve. Llegamos con el cielo clareando, pero el sol todavía no salió. Nos sentamos entre Zákate y Corales. La arena está fría. —Nunca vi el amanecer en la playa —digo. —Yo tampoco. —¿Vos sabés hacer un mate? Porque yo no. Estefi se ríe. —Ay dame, nene. Agarra el termo, el mate, la yerba y la bombilla. Ceba uno y chupa. Después escupe el agua verde en la arena. —El primero es para el tonto —dice. Nos quedamos mirando el horizonte, esperando que aparezca el sol. —¿Qué te agarró? —Hay una soga que me tira de acá —me señalo justo arriba del ombligo— y si no le hago caso, me duele. Estefi se ríe.

NO ES LO MISMO UN BOTE RENGO QUE UN YATE COJO. (BAUTISTA GALL) 84


JUAN SKLAR

—Ya sé, suena medio loco —digo. —Yo siento una gelatina. No me tira, tiembla. Y si no te veo o te escribo una carta, no deja de temblar. A veces estoy leyendo y me agarra y no quiero que me agarre. —Pero no para. Ella dice que no con la cabeza y después se queda mirándome. Nos acercamos y nos besamos. Por primera vez ella abre la boca y también la abro yo. Estefi saca la lengua. Es chiquita y dura, su saliva está tibia. Mueve la lengua para un costado y para el otro. Yo también la muevo pero en círculos. Cuando terminamos de besarnos, el sol ya se está asomando. —Casi me olvido. Tu regalo. Estefi saca un sobrecito de papel. Adentro tiene un colgante. Es un elefante gris, con la trompa para arriba. —Mi mamá dice que si tiene la trompa para abajo, da mala suerte. Me lo pongo en el cuello. Me gusta cómo me queda. —Yo también te traje algo. —¿En serio? De mi mochila saco una bolsita de plástico que adentro tiene una tobillera de macramé con una mariposa colgando. —Mi tía me ayudó a elegirla. —¡Me encanta, me encanta! —dice Estefi y me da un beso. Después se la pone. Se mira el tobillo, lo mueve para un lado y para el otro. Nunca la vi tan contenta. —Gracias —dice y me da otro beso más. Nos quedamos ahí dándonos besos con gusto a mate, hasta que me doy cuenta de que ya pasó mucho tiempo y tenemos que volver. Estefi asiente. Nos paramos y caminamos hasta la costanera. En el camino ni hablamos. Solo cuando estamos cruzando la 1, Estefi me dice: —No me importa. Si ahora volvemos a mi casa y está mi papá parado en la puerta con un palo de amasar y me castiga lo que queda del verano, no me importa. Hicimos el resto del camino en silencio.

Cuando llegamos a la casa de Estefi, todos seguían durmiendo.

—C

hicos, tengo algo que decirles —anuncia mi mamá. Mi tía, mi hermana y yo dejamos el postre la escuchamos. La cara de mi mamá está rara. Como si hubiera estado llorando. —A papá lo echaron del trabajo. A la tarde fui al locutorio y hablé con él. No es nada para preocuparse porque tenemos algunos ahorros, pero no nos vamos a poder quedar la segunda quincena. La miramos en silencio. Mi mamá toma aire profundo. —Está todo bien, ¿sí? Va a estar todo bien. Todo bien. Ustedes no se preocupen que todo va a salir súper bien. Miro el calendario. Hoy es 13. Nos quedan dos días más y nos vamos de la playa. A Estefi la iban a dejar salir el viernes, que es 15. —¿Cuándo nos vamos, ma? —Tenemos pasaje para el sábado 16, mi amor. A la mañana, ¿sí? Va a estar todo bien. Querida Estefi: Mi papá se quedó sin trabajo y nos tenemos que ir de la playa. Mi mamá dice que está todo bien pero me parece que nos miente porque a la noche la escuché llorar en su cuarto. Mi hermana se enfermó y mi tía dice que está purgando la angustia. La llevamos a la Clínica del Sol y le dieron antibióticos. Todos estamos un poco tristes. Nos vamos el sábado a la mañana. O sea que solo nos vamos a poder ver un día. ¿No podés decirle a tu papá que ya está, que ya cumpliste tu condena? Decile que nos vamos a portar bien. Te quiero, Juan PD: ¿Te dijeron algo de lo del otro día?

EDUCACIÓN SEXUAL PARA DECIDIR, ABORTO LEGAL PARA NO MORIR. (BRIAN KLEIMAN) 85


QUERIDA ESTEFI, QUERIDO JUAN

Querido Juan: Qué feo. Pobre tu mamá. Y pobre tu papá. ¿Lo llamaste para preguntarle cómo estaba? Una vez a mi mamá la echaron del trabajo y me dijo que es horrible, como repetir de grado y que tu mejor amigo te deje de hablar, todo al mismo tiempo. No importa si nos vemos solo un día. Yo ya le pregunté a mi mamá y me dijo que de Baradero hasta Almagro no hay tanto tiempo de viaje y que si quiero un día me lleva. Igual es una noticia re fea. No creo que mi papá me deje salir antes. Ya no está más enojado, pero sigue siendo mi papá. Te quiero, Estefi

que toca la guitarra, vamos a llevar salchichas para hacer al fuego, y hay luna llena. —¿Va el Lechu? —¡No! Nadie se lo banca a ese pelotudo. Bueno, no seas aburrido. Nos encontramos acá después de la cena —dice y me da un beso en el cachete.

T

ermino de bañarme. Me pongo un jean que me compró mi mamá y un buzo Rip Curl con capucha. Me encanta ese buzo. También me pongo mis zapatillas Reebok Pump que mi tío me trajo de Estados Unidos. Me pongo perfume. Después me siento en el living. —¿No vas a ir al fogón? —me pregunta mi tía. —No sé. —Tu mamá y yo vamos a ir al centro. Tu hermana se fue a dormir a lo de Micaela, ¿qué vas a hacer? ¿Quedarte solo acá leyendo? No me gusta quedarme solo en la casa, menos después de que me enteré de que entraron a robar en dos casas de otras personas del balneario. —Nunca fui a un fogón —digo. —¡Y andá entonces! La vas a pasar genial.

PD: ¡No sospecharon nada de nuestra aventura! Somos como el Pequeño Vampiro, escapando sin que nadie se entere. Por suerte podemos ver el sol.

E

s la tarde en la playa. Jugamos un partido de fútbol en la parte que el mar deja libre cuando baja. Es la mejor parte para jugar al fútbol, porque la arena queda lisa y la pelota rueda bien. Hay chicos de otros balnearios. A mí me mandan abajo porque no soy muy bueno. No me molesta. Cuando el partido termina, vamos todos al mar. En la carpa, mi mamá me está esperando con una toalla y una malla seca. Mi tía se fue para la casa con mi hermana. Levantamos las cosas y empezamos a caminar hacia el Paseo 131. Antes de salir, me encuentro con Valentina. —¿Vas a venir hoy al fogón? —No sé —la miro a mi mamá. —Por mí no hay problema. —¿Entonces? —insiste Valentina. Me quedo callado. Mi mamá pesca lo que está pasando y arranca a caminar sin mí. —No sé. ¿Mar de las Pampas? —Dale, Juan. Va mi hermano con la novia

M

e encanta el fogón. Estamos en un claro del bosque de Mar de las Pampas, justo afuera de Villa Gesell. Los pinos que nos rodean son muy altos y en la punta se doblan un poco, haciendo una especie de techito que igual tiene un agujero por donde se ve la luna llena. La fogata es enorme y somos un montón. La novia del hermano de Valentina toca la guitarra. Sabe muchas canciones de rock nacional. Sui Generis, Spinetta y Los Redondos, que es la banda favorita de mi mamá. Yo no sé muy bien las letras pero me gusta escuchar canciones que conozco. Al principio comemos salchichas al fuego, que están riquísimas. Después Valentina saca una bolsa donde hay chocolate, dulce de leche y crema, y pone todo en una canastita hecha

HOY UNO SE EXPLOTA A SÍ MISMO Y CREE QUE PROGRESA. (CYNTHIA SÁNCHEZ) 86


JUAN SKLAR

con papel de aluminio, arriba de unas brasas. Eso se derrite y con unos palitos metemos fruta y la sacamos embadurnada. Muy rico. Algunos chicos más grandes toman alcohol de unas botellas que, me entero, se llaman petacas. Yo paso. Me parece horrible. Otros fuman cigarrillos parecidos a los que fuma mi tía, pero los comparten. El olor me resulta conocido. A veces lo siento en casa. Es una noche apenas fresca. Es lindo estar junto al fuego. Yo estoy sentado al lado de Valentina, que es la persona que más conozco. De pronto su hermano y la novia se van de la ronda. Le dejan la guitarra a un amigo de ellos, que se pone a cantar «Esa estrella era mi lujo». La conozco porque es la canción favorita de mi mamá. El tipo canta mordí el anzuelo una vez máaaaaaas, y la a suena como si estuviera llorando. Me encanta. Quiero que siga toda la noche. —¿A dónde se fue tu hermano? —Al auto. —¿Y nosotros cómo volvemos? Valentina me sonríe. —Se va al auto con la novia, pero vuelve. La ronda está más chica. Además del hermano de Valentina también faltan algunos chicos que se fueron al mar. El de la guitarra también se fue. Miro a los demás. Son todas parejas. Dos se están besando. La otra pareja nos mira, se ríe y se empiezan a besar ellos también. Valentina mira el fuego en silencio. La cara está iluminada por las llamas y los ojos le brillan un poco. Tiene puesto un vestido violeta con flores y una campera de jean. —Hace calor cerca del fuego —dice y se saca la campera. —Sí. El vestido tiene dos breteles finitos que dejan ver los hombros. Están llenos de pecas. —¿Te gusta Charly García? —Sí. —¿Tocás algún instrumento? —No. Hace quince minutos que no digo otra cosa más que monosílabos. Miro al fuego.

Cada tanto me animo a mirar a Valentina, sus piernas bronceadas y el brillo que se puso en los labios. —¿Querés ir a caminar por el bosque? —Sí. Nos paramos y dejamos a las parejitas solas. A los pocos metros la luz del fogón nos deja de iluminar. La luna está muy brillante, pero los pinos hacen sombra. De pronto Valentina se frena. Es igual de alta que yo. Tiene dos hebillas en el pelo que le quedan muy lindas. Huele a durazno. —¿Te puedo hacer una pregunta? —Sí. —¿Por qué le dijiste a Lechu que gustabas de mí? —No sé. —Sí, no, no sé. Nene, ¿vos no sabés decir otra cosa? —Porque me gustás. —¿Y no querés darme un beso? —Estoy de novio con Estefi. —No tiene por qué enterarse. Valentina da un paso hacia mí. El imán que me atrae hacia ella ahora es enorme, gigante, y tira hacia adelante todas las partes de mi cuerpo. Doy un paso hacia ella. Estamos muy cerca. Puedo oler su perfume, su shampoo, su piel. Puedo ver sus dientes, chiquitos y blancos, la boca apenas abierta, como si estuviera a punto de decir algo. No sé qué es lo que me hace dar el paso final y besarla. Es algo adentro que tiene vida propia. Los labios de Valentina no son como los de Estefi. Son más chicos, más suaves y tienen gusto a frambuesa. Todo es más frutal, más liviano. La saliva es más fresca. La agarro de la cintura. Es mucho más flaca también. Podría levantarla por el aire si quisiera. Paramos un segundo. Nos miramos. Es tan linda. Me mira a los ojos y después me mira los labios. —Tenés labios muy gorditos, ¿sabías? No se me ocurre nada para decirle. Solo quiero besarla y seguir besándola. Ahora nos besamos con la boca abierta. Su

NO HABLEN DE AMOR POR EL FÚTBOL SI NUNCA JUGARON CON LA PECHERA TRANSPIRADA POR OTRO. (DAVID MALIK) 87


QUERIDA ESTEFI, QUERIDO JUAN

lengua es la cosa más rica y suave que probé en mi vida. Me gusta porque apenas la saca pero cada tanto me la mete entera en la boca. Mis manos, que la estaban agarrando de la cintura, bajan solas, en bloque, hacia su cola. No sé qué es lo que debería hacer con mis manos ahí. Aprieto. La sensación es hermosa, como tocar un algodón de azúcar con forma de chica. Lo que le pasa a mi pito no lo puedo describir. Me incomoda dentro del calzoncillo, parece que se mueve solo. Valentina me saca las manos de su cola. Vuelvo a agarrarla de la cintura. Segundos después las dejo bajar hasta la parte de adelante del vestido. —Pará, pará. Saco las manos y nos seguimos besando. Ahora le agarro la mano y la llevo hacia mi pantalón. —¡Pará, nene! Sos un sacado. Valentina se separa de mí y se hace un silencio incómodo. —Perdón. —Mejor volvamos al fogón. Caminamos hasta el círculo de troncos y nos sentamos juntos. Solo queda una parejita besándose. Los demás no sé dónde están. —Perdón —vuelvo a decirle. —Está bien. Me paro, agarro un tronquito y lo tiro en el fuego. Cuando vuelvo me siento más cerca y pongo mi mano arriba de la de ella. No la saca. La agarro. Me agarra. Estoy perdonado. Entonces giro y la vuelvo a besar. Este beso es todavía más fresco y más rico. Ella me agarra la cara. Me besa y yo inspiro fuerte, como si pudiera meterme en la nariz un pedazo de este momento. De pronto Valentina deja de besarme. Se separa. Está mirando algo atrás mío. Me doy vuelta y la veo a Estefi, parada a cinco metros del fogón, con los brazos muertos al costado del cuerpo. Me mira con la cara vacía. Quiero decir algo, hacer algo, pero no me sale nada. Estefi se da vuelta y camina por donde vino. Se mete en la oscuridad del sendero que va a la calle. Entonces escuchamos una puerta

que se abre, un auto que se pone en marcha, unas luces que se prenden, una puerta que se cierra, un motor que arranca. A lo lejos me parece ver a Estefi sentada en el asiento del acompañante y a su papá en el del conductor.

—N

egrito... —dice mi tía Julieta—. No sabía... Te juro que no sabía, pensé que ibas a estar contento de que Estefi fuera al fogón. Estoy tirado en mi cama, boca abajo. La almohada mojada por haberle llorado encima. No le contesto. —Vino a verme a la noche toda emocionada porque el padre la había dejado salir y se me ocurrió que quizás... —Ya está, tía. Dejá.

—P

erdón, lindo. Estefi está en casa pero no te quiere recibir. La mamá de Estefi me habla y pareciera que es ella la que se mandó un cagada. —¿Podrías darle esta carta? La mira. Duda. Me mira a mí. Al final la agarra y dice: —No te preocupes, yo se la alcanzo. Querida Estefi: Perdón. Me porté re mal. ¿Me perdonás? Quiero que volvamos a ser novios. Valentina no me gusta y estoy arrepentido de lo que hice. Es linda pero es aburrida. Yo quiero estar con vos y leer los libros del Pequeño Vampiro y jugar en tu habitación. ¿Qué tengo que hacer para que me perdones? Por lo menos dejame despedirme. Me voy mañana a la mañana. Te quiero Juan, tu ex novio arrepentido. PD: Si querés verme, voy a estar en mi casa esperándote.

SU DEDO ÍNDICE HÚMEDO VA AQUÍ -> (DELIA ARANGUREN) 88


JUAN SKLAR

Agarro el cassette. Dice Compilado contra la tristeza. En la parte de atrás están los nombres de las canciones y de las bandas. El primero dice Serú Girán: Seminare. Lo pongo en mi walkman, me calzo los auriculares y le doy play. Escucho un minuto. —Tía, esta canción es re triste. —Así funciona. Si estás triste, te ponés una canción triste. La escuchás muchas veces y te imaginás que estás en una película triste y que la canción la escribieron para vos. Después de un tiempo vas a ver que la tristeza queda en la canción y que vos estás mejor. Me da un beso en el cachete y sale de la habitación. Miro el walkman. No tengo ganas de escuchar canciones tristes. Quiero que Estefi aparezca caminando por la 2 y nos demos un beso en el jardín. Levanto la persiana, así puedo mirar hacia la calle. Bajo a la cocina. Me hago un sandwich con pan lactal. Subo. Estefi no aparece. Salgo al balcón. Me siento a esperar con un jugo Cipoletti de manzana verde. Es mi favorito. Me gusta morderle la punta al envase plateado y apretarlo desde abajo hasta que no queda nada. El tiempo pasa. A las cuatro de la mañana ya estoy seguro de que Estefi no va a venir. Entonces agarro el walkman y le doy play al Compilado contra la tristeza. «Seminare», «Viernes 3 AM», «Nos veremos otra vez», todas de Serú Girán. «Los dinosaurios», «De mí», «Ojos de videotape», de Charly García. La lista es larguísima. «Brillante sobre el mic», «Fue amor», «Yo vengo a ofrecer mi corazón», de Fito. «Barro tal vez», «Laura va» y «Muchacha (Ojos de papel)», de Spinetta. Escucho todas las canciones y lloro. Pero la primera que realmente siento que fue escrita para mí es «Filosofía barata y zapatos de goma». Habla de una terminal, de un ómnibus, de arena. Hay alguien muerto de pena, enamorado de las sirenas. Me acuerdo del consejo de mi tía, agarro mi cuaderno y escribo las frases de la canción que me gustan.

No sé qué es lo que debería hacer con mis manos ahí. Aprieto. La sensación es hermosa, como tocar un algodón de azúcar con forma de chica.

Es de noche. Estoy en mi cuarto. Hace un rato le di la carta a la mamá de Estefi. Entra mi tía. —¿Cómo estás, Negrito? —Más o menos. —¿Le diste la carta? Digo que sí con la cabeza. —Quizás venga. —¿Y si no viene? Mi tía mira por la ventana. Piensa un rato antes de responder. —Entonces vas a estar triste un tiempo, hasta que se te pase y te vuelvas a enamorar de otra chica. —¿Y Estefi? —Esa otra chica quizás sea Estefi. —La quiero ir a buscar. —Ya le diste la carta. Si ella quiere estar con vos, va a venir. —No me gusta sentirme así. Mi tía agarra su cartera, la abre, revuelve y saca un cassette TDK de 60 minutos. —Yo cuando estoy así hago dos cosas. Escucho música y escribo. Tomá, es para vos.

NO ME PUEDEN OBLIGAR A SER INGENIOSO. (DEMIÁN CONTARTESE) 89



JUAN SKLAR

Paso la mañana haciendo el bolso y mirando hacia afuera, esperando que Estefi aparezca. Vamos a la terminal de Gesell. Subimos al ómnibus. Hasta el momento en que arranca tengo la esperanza de que venga y me salude por la ventana. Cruzamos la rotonda de Los Pinos, doblamos por la Buenos Aires. Voy mirando por la ventana, escuchando el Compilado contra la tristeza. Cuando salimos a la Ruta 11 vuelve a sonar «Filosofía barata y zapatos de goma» y yo copio en mi mi cuaderno otro pedazo de la letra.

En este torbellino donde nada importa me sentí aliado y te perdí Todo me parece una gran revelación. Me siento mal pero no puedo creer que exista esta otra persona que no me conoce, que en algún momento se sintió igual que yo y con eso hizo una canción, un montón de sonidos que coinciden perfectamente con lo que les pasa a mi estómago, mi corazón y mis pulmones. Que esa canción haya llegado a mi tía, que ella haya sentido cosas y que después de verme a mí haya pensado que eso se podía parecer a lo que me estaba pasando. Mientras dura la canción me siento parte de un club de gente que sufre parecido. Ya estoy un poco mejor. Escribo pedazos de letra hasta que empiezo a escribir cosas que se me ocurren a mí y que no sé de dónde salen. Después de un rato de escribir frases desconectadas sale algo que tiene una forma, aunque no sé qué es.

El ómnibus se ha ido el amor se ha vencido quise quedarme pero me fui. En los asientos de adelante, mi hermana duerme apoyada en mi mamá. A lado mío está mi tía. —Tía, ¿puedo usarte de almohada? Mi tía asiente. Agarro un buzo, lo hago un bollo y lo pongo sobre su hombro. Me quedo dormido mientras me rasca la cabeza. Sueño con un partido de fútbol al atardecer, donde no hay arcos ni goles. Me despierto con el ómnibus entrando a Retiro. El buzo tiene una aureola de baba. —Arriba, Negrito —dice mi tía—, llegamos a casa. x

Yo tenía una amiga que me quería la más rara y divertida un día fuimos novios me dio beso cuando el sol salía pero soy un tonto ahora no tengo novia ni tengo amiga Sigo escribiendo. Me entra el sueño y largo la lapicera. Escucho el compilado hasta que me quedo dormido. Cuando vuelvo a abrir los ojos mi mamá está adelante mío diciéndome que nos tenemos que ir a la terminal.

TUTE Buenos Aires, 1974

Su nombre real es Juan Matías Loiseau. Sus dibujos se publican en diarios de Argentina, México, Colombia, Perú, Nicaragua, Ecuador, Honduras, Costa Rica, Panamá y Estados Unidos. Es uno de los mejores de su generación y, por suerte, es habitué de Orsai.

REBUSCADA NIVEL AFIRMA CON DOBLES NEGACIONES. (DIEGO PASSARELLA) 91


SOBREMESAS

VIEJOS Y NUEVOS AMORES DE VERANO HERNÁN: Lloré un poco en una parte del relato de Juan Sklar.

C: ¿Estás seguro de que la gente de la Universidad de Cornell dice «la hormona del amor»?

CHIRI: A mí me preocupa que llores por cosas que no son de llorar. Llorás en las propagandas de la tele, en los cuentos infantiles, mirando las góndolas del Coto... ¿Vos te hiciste ver ese problema?

H: No. Ellos dicen «la testosterona», pero te lo traduzco a tu forma de entender. En todo caso: la testosterona aumenta cuando el día es más largo. Por lo tanto, tenemos más probabilidades de enamorarnos en verano que en invierno.

H: No es un problema. Lo que pasa es que conecto rápidamente con la emoción; es algo que nos pasa a los hombres nuevos. A vos no te pasa porque sos de otra generación.

C: No me acuerdo si transcurre en verano, pero uno de los mejores cuentos de amor que leí lo escribió Sergio Bizzio y se llama «Un amor para toda la vida». Aparece en el libro Chicos, de Interzona.

C: Boludo, nos llevamos seis meses. Yo nací en septiembre de 1970 y vos en marzo del 71.

H: Es cierto, es muy hermoso. Pero ahí los protagonistas no son chicos me parece, sino medio adolescentes.

H: Ah, pero entonces vos no sabés que se descubrió una frontera entre el hombre viejo y el hombre nuevo... El 31 de diciembre del 70 caduca el hombre viejo. El 1 de enero del 71 empieza a nacer el hombre nuevo. El hombre feminista, el hombre que llora y no le da culpa.

C: Tienen unos trece años, si no recuerdo mal… Pero es un cuento que recomiendo siempre que puedo, porque no falla. H: Yo siempre recomiendo «Luz mala», de Fogwill, que también habla de amores jóvenes e iniciaciones sexuales. Es un poco más oscurito, si querés, pero también inolvidable.

C: ¿Y a eso de dónde lo sacaste? H: El hombre nuevo no puede revelarle sus fuentes al hombre viejo.

C: El oscurito sos vos. ¿Ese cuento de Fogwill no es medio incestuoso? ¿El chico no se calienta con su propia hermana?

C: El hombre viejo te va a pegar un boleo en el orto si seguís diciendo pelotudeces. El cuento de Sklar es tierno, divertido y ágil. Pero no tiene ninguna parte de llorar.

H: Creo que se calienta con una amiga de su hermana, un verano tórrido. Y la hermana también se calienta con su amiga. Era algo así. Pero el clima es lo que importa en los cuentos, y en el de Fogwill el clima es maravilloso. Y en el que acabamos de publicar de Sklar, también. El clima es todo.

H: A mí me pone sensible la nostalgia de lo que se inaugura. La primera vez que nos pasan ciertas cosas. El amor, la aventura de un libro, creer en alguien... Eso, a nuestra edad, ya está perdido. Y todo lo perdido últimamente me emociona. C: Yo el otro día perdí un llavero y no me emocioné.

C: Qué bien que está escribiendo Juan.

H: Porque nacieste en el 70. ¿Vos sabías que los amores de verano tienen base científica?

H: Sí, es de lo mejorcito de mi generación. C: ¡Pero si es muchísimo más joven que vos!

C: ¿Quién lo dice? ¿Un estudio de la Universidad de Maryland?

H: Juan Sklar nació después de diciembre de 1970, como yo. Estamos los dos del lado feminista del mostrador, somos hombres nuevos. Yo lo siento mucho si te quedaste del lado Baby Etchecopar de la vida.

H: No. Lo dice un estudio de la Universidad de Cornell, Nueva York. C: Ah, entonces sí te escucho. H: No te burles, es verdad. Hay factores empíricos que lo demuestran. Cuando el día tiene más luz, el cuerpo humano segrega mayor cantidad de hormonas. Y la hormona del amor...

C: Hacéte culear, gordo sarnoso. H: Ahí tenés, muy de tu época: me hiciste bullying. ¡Muerte al macho, hijo de forro! x

GOOGLEÉ «FRASES INGENIOSAS» PERO NO ENTENDÍ NINGUNA. (EDUARDO BLAKE) 92





E

l 13 de junio de 2017 el usuario de Twitter @phede, a quien no conozco, escribió el siguiente posteo acompañado de la foto de un alfajor: No puedo creer que alguien tenga el coraje de recomendar esto!! manga de chorros… hay que desafectar Quilmes del territorio nacional.

NICOLÁS «HARRY» SALVARREY Buenos Aires, 1983

El comentario en sí no era nada del otro mundo: Twitter está lleno de indignados por cualquier cosa. Pero por algún motivo se me ocurrió retuitearlo —quizás porque esta red nos setea la cabeza en modo polémico y nos obliga a provocar con lo que sea— y lo compartí con un comentario:

Es licenciado en psicología egresado de la UBA pero jamás ejerció la profesión. Se desempeña como periodista en Perros de la Calle, una de las emisiones radiales más escuchadas de la FM de Buenos Aires. Es sommelier de cerveza y ha publicado artículos sobre la bebida en las revistas Brando, Planeta Joy y Almundo Marcopolo. Es coautor del libro Voltios: la crisis energética y la deuda eléctrica (2017). Condujo los programas radiales Tiempos Violentos y Ritual de lo Ajeno en FM Rock and Pop y el ciclo Hay polémica en la música en el canal de televisión online FWTV. Esta es su primera vez en la revista Orsai.

No te conozco pero te abrazo. Top 1 de mentiras marketineadas. Después seguí con mis cosas, sin esperar mucho más que dos o tres respuestas: algún quilmeño ofendido, o alguno dispuesto a saltar a las clásicas discusiones de «mejor alfajor», «mejor helado» o «mejor pizzería». Pero lejos de eso, cuando volví a Twitter me vi metido en un fuego cruzado de sensibilidades heridas y orgullos enfurecidos por el ataque.

QUÉ MUERTE INDIGNA ELIGIÓ EL VEGANO. (EUGENIO PIRAINO) 96


Tomatelá!!! Vos no sos parámetro… si no te gusta eso es porque te fallan las papilas gustativas.

Es más que un alfajor, es nostalgia bañada en chocolate al menos para los de zona sur del conurbano.

Harry, no seas pelotudo, en serio te lo digo.

Si vos hubieras nacido en zona sur y hubieras ido al jardín de infantes o la primaria con un Capitán sabrías lo que es esta pasión...

Yo te bancaba hasta hoy.

T

Hombre, horrible.

anta militancia me tomó por sorpresa. Me costaba entender que siguiéramos hablando de alfajores. ¿De dónde venía esa fiebre casi futbolera por una golosina? Los vecinos de Parque Chacabuco no parecían tan comprometidos con los Jorgito, ni los de Flores con el Guaymallén, ni los de Lugano con Fantoche —la firma que inventó el alfajor triple—, ni los marplatenses con Havanna. Lo que pasaba entre los quilmeños y su alfajor de bandera era un fenómeno que superaba la dimensión comercial y se acercaba más al fervor futbolístico. Otra respuesta a mi tuit lo dejó claro: Capitán o muerte, leí. En mi caso, elegí «Capitán». Quería seguir vivo por varios motivos, entre ellos entender cómo era posible que un alfajor formara su propia secta.

Paredón. Si insultás al alfajor insultás a Quilmes. Cuánto barrio te falta. De alfajores no entendés nada. Morite Harry, aguante Capitán del Espacio. Miré la pantalla y me senté a esperar la siguiente piña. Llegaron varias más. Pero junto con esos mensajes entraron también otras respuestas que me ayudaron a entender un poco más el asunto: El mejor de todos los tiempos para los sureños, comprarlo en el recreo de la primaria era lo mejor que te pasaba en la escuela!!

EL HUBIERA ES EL VERBO DE LOS PENDEJOS. (FABIO TAGNOCHETTI) 97


¡OH CAPITÁN, MI CAPITÁN!

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n 1962, Ángel de Pascalis se cansó de su trabajo en un frigorífico y se asoció con Eduardo Amado, un amigo repartidor de leche, para comprar una fábrica de alfajores quebrada en Ezpeleta. Faltaba poco para que las Fuerzas Armadas destituyeran al presidente Arturo Frondizi, pero el clima de tensión institucional no detuvo a los emprendedores, que empezaron a hacer conocidos sus productos. Un año después se mudaron a Bernal Oeste y una década más tarde dejaron el lugar para terminar en su ubicación actual: Gran Canaria 350, una calle en una zona residencial dentro del partido de Quilmes. Al tiempo de haberse instalado en el nuevo lugar, de Pascalis se quedó sin socio y siguió adelante por su cuenta. Detenido en el tiempo, como a él mismo le gustaba definirse, estableció una estrategia comercial atípica y se rebeló contra la lógica de la oferta y la demanda. Aunque cada vez más gente pedía los alfajores, decidió mantener el mismo nivel de producción de siempre y con esa política comercial, sin saberlo, plantó la semilla de lo que sería un mito. De a poco la sombra del árbol llegó a Buenos Aires, envuelta en el misterio de las leyendas urbanas. Se dijo que el nombre del alfajor tenía que ver con la canción «El anillo del capitán Beto», de Invisible, que incluía la línea «Ahí va el capitán Beto por el espacio». Y se dijo también que era una forma de subirse a la fiebre por la llegada del hombre a la Luna. Pero se cree que ninguna de esas versiones es cierta y que lo más probable, aunque no haya una confirmación oficial, es que de Pascalis haya aprovechado lúdicamente la retórica de la carrera espacial que durante los sesenta fue un leit motiv de la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética. El eslogan del alfajor parece apoyar esta hipótesis: «Primeros en la conquista… del buen gusto». Por otra parte, la oda spinettiana al Beto Alonso —de eso trata el tema de Invisible— se grabó en 1976 y el famoso alunizaje sucedió en 1969. Para ese entonces, el Capitán del Espacio ya lle-

vaba varios años en las casas de Quilmes y empezaba a hacerse desear en los quioscos de Capital. ¿Qué era ese alfajor del que todo el mundo hablaba pero que nadie podía conseguir si no se tomaba el tren Roca? ¿Por qué lo conocían los porteños si la marca no hacía publicidad? Y, sobre todo, ¡¿dónde carajo se conseguía uno?! Ninguna de estas preguntas la puede responder hoy de Pascalis: murió en 2012. Como no tenía hijos, la fábrica quedó entonces en manos de Mario Díaz, el marido de Liliana, la sobrina de de Pascalis. Ni de Pascalis —antes— ni Mario Díaz, ahora, hicieron esfuerzos por promocionar la marca, dar entrevistas o hacer algún tipo de actividad de marketing. Así que voy a buscarlos como si tirara una botella al mar: como se busca el último eslabón de una especie.

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las dos de la tarde no se escucha nada en Gran Canaria, una de las calles que delimitan la fábrica. Es verano, el día está despejado y las hojas de los árboles se ven inmóviles por la falta de viento. Las veredas queman; la fábrica está en silencio. La persiana metálica está baja y la puerta blindada está cerrada. Hace ya varios días que estoy intentando contactarme con alguien de la empresa para concertar una cita y hace ya varios días que nadie me atiende el teléfono, así que decido caer sin avisar y probar suerte. Toco timbre. Nada. Doblo en República del Líbano, una calle lateral por la que ingresan los camiones, para ver si en una segunda entrada hay gente. Tampoco. Sobre el dintel de la puerta hay un cartel que mantiene el mismo diseño desde hace décadas. En él, el Capitán saluda con su cara de niño que cumplió la fantasía universal de ser astronauta. Lo miro, toco el timbre. Como nadie contesta pruebo suerte en el chalet de al lado. Más tarde sabré que esa es la casa que se compró Ángel de Pascalis para poder vivir cerca de la fábrica. Pero ahora nadie atiende. Vuelvo a la calle Gran Canaria e intento con otra de

NECESITO TOMARME 6 MESES DE VACACIONES. DOS VECES AL AÑO. (FERNANDO PAPA) 98


HARRY SALVARREY

las casas lindantes. Una vecina finalmente me habla a través de una reja. Su nombre es Carmen Moralejo y me mira con cautela: para ella soy un extraño. De Pascalis hizo conocido su alfajor vendiéndolo puerta a puerta, un método que hoy cayó en desuso por el miedo de la gente a hablar con desconocidos. ¿Cómo habría hecho de Pascalis hoy para venderle un alfajor a Carmen? El hombre murió a sabiendas de que el mundo y el barrio habían cambiado. Cuando empezó a haber problemas de inseguridad, en las casas de la cuadra se instaló un sistema de vigilancia con cámaras que de Pascalis pagó prácticamente en su totalidad. Eso cuenta ahora Carmen. Que «don Ángel» era un buen vecino y que no pasaba un día de la madre sin que le regalara un ramo de flores a cada señora de la cuadra. ¿Habrá sido realmente buena vecindad, o pura astucia, esto es puro marketing? ¿Qué otros métodos usaría hoy de Pascalis para impulsar su negocio en tiempos en que el miedo le robó terreno al puerta a puerta? ¿Pagaría anuncios en Facebook o Instagram? ¿Idearía campañas virales? ¿Cómo le iría hoy a Capitán del Espacio si fuera una start up de la era digital? Para el consultor Manuel Sbdar, que estudió el caso del Capitán del Espacio en un artículo titulado «Hacerse desear» —publicado en su blog Management y Negocios—, no importa qué recurso se use, siempre y cuando se cumpla con la premisa central: sostener el misterio y el acceso difícil al producto. Eso que en un comienzo fue casual, desde años que es una estrategia clara: Capitán del Espacio sacrifica el crecimiento en escala, pero a cambio tiene un público leal y dedicado. Y, en cierto modo, regional. Fuera de Quilmes, muchos no entienden el mito. Uno de ellos es Daniel Belvedere, un licenciado en comunicación que maneja la cuenta de Twitter @losalfajores y convirtió la golosina nacional en su objeto de estudio después de enterarse de que había sommeliers de vino que encontraban notas

de palta y de melón en botellas de 500 dólares. «Así es fácil», pensaba. «¿Cuánta gente puede comprar esa botella para contrastar lo que decís?». Con los alfajores era distinto. Cualquiera podía conseguirlos en un quiosco y refutar las opiniones de un supuesto experto. Ese efecto democratizante del alfajor por sobre otros objetos de cata le pareció atractivo y lo introdujo en el tema. Tiempo después, escribió un artículo sobre el Capitán del Espacio en la revista Planeta Joy, titulado «Alfajores Capitán del Espacio: ¿otra gran mentira argentina?». En él, decía que se trata de un alfajor bueno pero del montón. Mencionaba su baja cantidad de dulce de leche en comparación con otros competidores, su baño de repostería de inferior calidad que el baño de chocolate de los alfajores «premium» y la baja persistencia en boca de su sabor. Hasta hoy es uno de sus posteos más leídos y el más comentado por lectores no habituales. Un mensaje se repite insistentemente: «Vos no entendés nada».

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ine a Quilmes a tratar de entender. Mientras hablo con Carmen, un vecino pasa en auto y se detiene. No está acostumbrado a ver forasteros merodeando la zona. Se llama Pablo Schapur, tiene 36 años y se muestra divertido ante la idea de que esté analizando el fenómeno del Capitán. Cuenta que cuando era chico y su familia no tenía un peso, Pablo se iba a la puerta de la fábrica y le compraba las tapas de alfajor solas directamente a don Ángel. Después, en su casa, les ponía dulce de leche y se armaba sus propios alfajores. Su infancia entera tiene el epicentro en esta cuadra de la calle Gran Canaria. Salvo por él y por Carmen —que sigue detrás de la reja— no parece haber ningún otro movimiento en el barrio. Me despido y camino. Todos los locales de la zona están cerrados. La única excepción es el taller mecánico de Roberto Farisco, a poco más de una cuadra de la fábrica, también sobre la calle Gran Canaria. Entro. Roberto es pe-

DOS CABEZAZOS EN EL ÁREA ES GOL, TRES ES UNA CIRUGÍA A CIELO ABIERTO. (GABRIEL ALBORNOZ) 99


¡OH CAPITÁN, MI CAPITÁN!

lado, tiene la ropa sucia de grasa y está tomando unos mates con un cliente. Interrumpo la charla, me presento y juego un pleno: «¿Usted lo conoció al dueño de Capitán del Espacio?». Responde que no solo lo conoció, sino que era su mecánico. Roberto —que compraba las tapas de Capitán sueltas, pero las comía con manteca para acompañar el mate— es el que confirma que el chalet de República del Líbano era la casa de Ángel, que no estaba casado y que su única heredera fue su sobrina. También dice que el dueño actual, Mario Díaz, pasa todos los días caminando por el taller cuando vuelve de la fábrica a su casa para desayunar. Como va a trabajar tan temprano, recién rompe el ayuno a media mañana. Ni Roberto ni nadie da un dato negativo sobre Ángel de Pascalis. Parece que una vez estrelló su camioneta contra la reja de una vecina, pero pagó todos los arreglos. Parece que una vez lo denunciaron ante la DGI por vender alfajores sin factura en la fábrica —en rigor, este dato sí podría ser negativo aunque Roberto lo cuente como si hubiese sido una injusticia—, pero fue tan grande el disgusto que desde entonces nunca más lo hizo. Tal como lo presentan, de Pascalis es el personaje dadivoso de un cuento de Navidad. Dicen que si eras del barrio y él se enteraba de que estabas pasando por un mal momento al día siguiente te mandaba una caja de alfajores. En el caso de Roberto, recibía una a fin de año: todos los diciembres de Pascalis le mandaba un almanaque para el taller y dos cajas de 36 unidades, una para él y otra para el socio. Después Mario Díaz, el marido de la sobrina, siguió con esa tradición. Pero no la hizo completa. «Este es el único año que no me dio almanaque —dice Roberto—, no sé si no habrá mandado a hacer». Se hace un silencio nostálgico y aprovecho para preguntar por Mario Díaz. Roberto me da indicaciones para llegar a la casa, pero sus marcas son imprecisas. Dando vueltas

termino en un quiosco atendido por un hombre con bastón. Se llama Javier y conoce a Mario, así como conoció a Ángel. No se muestra proclive a indicarme cuál es la casa que estoy buscando, pero seguimos charlando hasta que de repente pega un grito. «¡Mario, Mario!». Me doy vuelta y veo a un señor con chomba a rayas metida adentro del pantalón beige. Lo reconozco por las fotos suyas que circulan en internet. Casi todas son de mediados de 2016, cuando el presidente Mauricio Macri visitó la fábrica de Capitán del Espacio junto al intendente de Quilmes Martiniano Molina en el marco de la promoción de una ley que proponía algunas facilidades para el desarrollo de Pymes. Ése fue uno de los grandes episodios de visibilidad de la marca. El otro había tenido lugar dos años antes, en noviembre de 2014, cuando el entonces titular de la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico (SEDRONAR), Juan Carlos Molina, viajó al Vaticano junto con un contingente de chicos en recuperación de distintas adicciones. Allí se encontraron con el Papa Francisco y, como todos sus visitantes, le llevaron un regalo: una caja de 36 alfajores Capitán del Espacio. La foto de la sonrisa papal al recibir las golosinas fue publicada al día siguiente en L’Osservatore Romano, el periódico de la capital católica. En cualquier caso, el que está viniendo ahora es Mario Díaz. Tiene el paso lento y las manos atrás de la espalda. Javier nos presenta y explica que soy periodista. Mario me dedica una mirada que denota sutilmente que ese no es su oficio favorito. Dice que justo se está yendo de vacaciones ese día y que lo llame a la fábrica después del 5 de febrero. Es decir, me saca de encima elegantemente. Todavía no lo sé, pero estas son las últimas palabras que voy a cruzar con el dueño de Capitán del Espacio en mi vida.

SER OCURRENTE NO ES UNA OPCIÓN. (IGNACIO VARELA) 100



¡OH CAPITÁN, MI CAPITÁN!

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urante las semanas siguientes a la fecha indicada intenté retomar el contacto con Mario Díaz, sin éxito. Mientras tanto seguí girando, a mi manera, alrededor del Capitán. Una noche me junté con un grupo de conocidos dueños de cervecerías de zona Sur. Como trabajo en una radio en la que me dedico —entre otras cosas— a la divulgación de la cultura cervecera, suelo visitar fábricas y charlar con productores. Esa vez, como tantas otras en el último tiempo, pregunté a mis contactos si tenían algún enlace remoto con la fábrica de alfajores. Esa noche pasó lo que casi siempre pasa cuando se habla de un tema cualquiera con un cervecero: a alguien se le ocurrió hacer una cerveza con el tema en cuestión. Cervecero 1: —¡Mirá cuántos cáctus hay en ese balcón! Cervecero 2: —Mi vieja dice que traen mala suerte. Cervecero 1: —Nah, eso es cualquiera. Cervecero 3: —Che, ¿hacemos una birra con cactus? Así nació la idea de hacer una cerveza de merienda, que maridara bien con la golosina y funcionara como homenaje a la zona Sur del conurbano. El ingrediente que le daría el sello distintivo sería, precisamente, el Capitán del Espacio. Habría alfajores directamente en la birra. Sin mayor sutileza que esa. Se serviría únicamente en bares de Zona Sur, para recrear la territorialidad del Capitán, y se acompañarla con un alfajor en lugar de maní o papitas. Los medios de Quilmes levantaron la noticia rapidísimo. Después vinieron algunos provinciales y después los nacionales. Alguien iba a sacar la «Porter del Espacio, una cerveza con sabor a Capitán del Espacio», o peor, «una Cerveza de Capitán del Espacio». En muchos casos entrevistaron a alguno de los cerveceros involucrados y en otros no, pero la información ya estaba circulando y eso trajo consecuencias. Pronto empezaron a llegar las cartas documento. Nos instaban a no usar el nombre ni el logo de «Capitán del Espacio», y a desistir de cualquier intento de comunicación que in-

cluyera el nombre del alfajor. Parecía justo y razonable, viniendo de una marca que obtuvo su fama, en gran parte, por su oscurantismo. Capitán del Espacio ya había tenido problemas con heladerías que habían bautizado sabores en su nombre sin autorización. Así que basta de colgarse de tetas ajenas, dijimos, y rebautizamos la cerveza como «Porter Galáctica». Ya le faltaba poco para ver la luz. La cerveza debutó en nueve bares de zona Sur de manera simultánea el miércoles 21 de febrero a las 18 horas, y se agotó el mismo día a las 20:30. De la tirada de mil litros quedaron solo veinte para consumo interno. No lo logramos nosotros, ni los medios, ni la explosión de la cerveza artesanal en Argentina. Lo logró la marca del alfajor. La gente que se acercó no nos conocía: solo sabía que ese día, en ese bar, se pinchaba un barril de Porter con Capitán del Espacio. Los abogados de la marca tenían razón en mandar cartas documento. Me enseñaron que el prestigio de Capitán del Espacio no se construyó únicamente con ausencia de marketing sino con acciones concretas en contra de la explotación del nombre y el logo. Y me hicieron entender, también, que era mentira que la empresa Capitán del Espacio fuera tan hermética. Nunca responderían mis insistentes pedidos de visitar la fábrica; pero, eso sí, durante los días de la Porter Galáctica, la comunicación que tuvimos con su estudio de abogados fue fluida.

E

n 2006, cuando todavía faltaba un año para que Facebook tuviera una versión en español y YouTube estaba apenas celebrando su primer aniversario, un blog organizó un Mundial de Alfajores y el Capitán se coronó campeón gracias a su gente. El blog se llamaba Son Cosas Mías y era de Tomás Balmaceda, un estudiante de filosofía de veintiséis años que en la web usaba el pseudónimo Capitán Intriga, que lo acompaña hasta hoy. ¿Por qué organizó el Mundial? Las razones no son todas gastronómicas. Por un lado, el novio de Tomás estudiaba cine, tenía una

MMLPQTP. (ILEANA CIARLO) 102


HARRY SALVARREY

cámara nueva y quería probar distintos trucos con stop motion. Por otro, en esos años se había puesto de moda el alfajor spin-off, es decir, el que llevaba la marca de otra golosina ya instalada —Bon o Bon, Oreo, Tita—, y esa tendencia hizo que el blog tuviera un segmento de comentarios y cata de alfajores. Y por último, Tomás quería generar un evento para juntarse con sus lectores, ya que Son Cosas Mías tenía su base de fans. El Mundial de Alfajores no fue, entonces, un evento de rigurosa cata. Fue, más bien, un experimento audiovisual delirante para alimentar el universo pop de un blog. Pero el Capitán entró y quedó entre los cuatro productos que irían a la final. Quizás se tratara de la mentada «frescura»: una cualidad que todos los quilmeños mencionan cuando quieren argumentar su fanatismo por el alfajor. Según los fundamentalistas, el Capitán no se aprecia en Capital porque pierde en el viaje parte de su esponjosidad característica. Pero Alexander Evterev, dueño de la cadena de maxiquioscos porteños El Jevi, rebate esa apreciación con sabiduría comercial y sentido común: dice que el alfajor se vende tanto que no tiene tiempo de acumularse ni de avejentarse. Y recuerda que Quilmes está solo a media hora de Capital. Sea por la razón que sea, cuenta Balmaceda, la gente lo pedía. El Mundial tuvo cierta cobertura mediática y llegaron muchos usuarios nuevos al blog (llegó a tener posteos con doce mil visitas, una gran cantidad para la época) y muchos de esos visitantes forzaron a su candidato: un alfajor que Tomás no había probado en su vida y que tuvo que ir a comprar a Avellaneda. En la final, sí, contó el voto de la gente. Unas doscientas personas se juntaron en Casa Brandon, un espacio cultural en Villa Crespo. Dentro de una estética general un tanto lisérgica, se proyectaron videos con los perfiles de los alfajores, Marcela Pacheco (entonces conductora del noticiero nocturno de la TV Pública) ofreció un número musical con su guitarra y los asistentes probaron los cuatro alfajores

finalistas: Jorgito glaseado, Jorgelín blanco, Terrabusi glaseado y Capitán del Espacio chocolate. Luego emitieron su voto y coronaron al vencedor. El Capitán había entrado al concurso por la presión virtual, pero se había consagrado campeón en los paladares reales.

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odavía me faltaba saber cómo se comportaba el Capitán del Espacio en un marco de cierta objetividad sensorial. Por eso decidí organizar una cata a ciegas que consistiría en la degustación sucesiva de distintos alfajores sin avisarles a los jueces de cuál se trataba cada muestra. Para la ocasión elaboré una planilla en la que los participantes deberían responder si tenían o no experiencia previa con el Capitán del Espacio y, si era así, qué opinión tenían a priori del alfajor. Luego deberían calificar cada muestra del 1 al 10 según cinco variables: aspecto, primera impresión sensorial, cobertura, masa y dulce de leche. Por último tendrían que intentar adivinar la marca de la muestra presentada y consignar si, en caso de decírseles que esa muestra era un Capitán del Espacio, el alfajor cumplía con la expectativa que tenían del producto o no. Es decir, si en su memoria el Capitán era mejor, peor o igual que la muestra presentada. Un último pedido para todos los jueces era que intentaran ubicar qué número de muestra había sido el Capitán del Espacio. La cata se desarrolló el domingo 18 de febrero de 2018 en la Esquina del Antigourmet, el restaurant de los blogueros gastronómicos Antigourmet en Ravignani y Soler, barrio de Palermo, 28 kilómetros al norte de Quilmes. Convoqué a doce jueces divididos en cuatro grupos: fans declarados del Capitán, detractores declarados, neutrales (gente que nunca había probado el alfajor o que no tenía inclinaciones emocionales) y catadores especializados. En este último segmento estaban Daniel Belvedere y Facundo Calabró, creador del portal especializado Catador de Alfajores. Además del Capitán, los alfajores elegidos fueron Jorgito, Terrabusi, Guaymallén y

CAMINA EN LA DIRECCIÓN EXACTA EN DONDE CRECE TU MIEDO. (PROVERBIO JÁZARO) (IVANA TROILO) 103



HARRY SALVARREY

Havanna. Para despejar toda duda sobre la percepción concreta del Capitán lo incluí en dos momentos de la secuencia, que quedó en el siguiente orden: Jorgito, Guaymallén, Capitán del Espacio, Terrabusi, Havanna, Capitán del Espacio. Si bien el Capitán viene en cuatro variedades —chocolate, glaseado, fruta y triple— todos los alfajores de la cata jugaron con su versión más característica: simple de chocolate. Mis hipótesis principales eran: 1) Los sujetos que reconozcan el alfajor durante la cata van a tender a acentuar sus calificaciones de acuerdo a este conocimiento, ya sea positiva o negativamente. 2) La percepción del Capitán del Espacio no va a ser la misma cuando sea probado después del Guaymallén que cuando sea probado después del Havanna. 3) Si los fans y los detractores votan de acuerdo a lo esperado, el Capitán del Espacio terminará en mitad de tabla con respecto a los otros competidores. La tabla general, con puntajes sobre un máximo posible de 600 puntos, quedó de la siguiente manera: Havanna (486), Capitán 2 (485), Terrabusi (461), Capitán 1 (457), Jorgito (410) y Guaymallén (311). Los a priori detractores solo reconocieron al Capitán en el 50 por ciento de las ocasiones, y siempre que lo reconocieron los puntajes no mostraron saña en su contra. Los fanáticos, en cambio, lo identificaron en casi todas las oportunidades (en algunos casos es el único que reconocieron). Dos de ellos, especialmente radicalizados, reconocieron el alfajor a primera vista, antes de probarlo, y le otorgaron puntajes extremos. Al mismo tiempo reforzaron hacia abajo los puntajes de todas las demás

Matías Tolsà Villa Constitución, 1983

muestras. Eso complica mucho las estadísticas finales si se quiere promediar los votos de todos los jurados, pero si se quita de la hoja final a estos dos únicos participantes, el ranking queda de la siguiente manera: Havanna (422), Terrabusi (394), Capitán 2 (386), Capitán 1 (359), Jorgito (248) y Guaymallén (264). O sea que, sin la distorsión generada por la gente demasiado influenciada por sus emociones, el Capitán queda, efectivamente, en la mitad de la tabla. En el caso de los dos expertos citados, ambos le otorgaron puntajes finales de entre 33 y 35 puntos y lo reconocieron en el 75 por ciento de las apariciones (uno de ellos lo reconoció ambas veces y el otro solo una). Para Facundo Calabró los mejores puntajes para el Capitán estuvieron en la masa, y para Daniel Belvedere en el aspecto y en la primera impresión. Necesitaría una convocatoria mucho más extensa para tener resultados irrebatibles. Pero pude llegar, entre muchas conclusiones, a ésta: no todo el mundo votó de acuerdo a lo esperado. El efecto militancia influye mucho más sobre la percepción final del producto que su contracara (el rechazo). El mensaje de los opositores al alfajor es similar al de los expertos: éste no es el mejor alfajor del mundo, pero tampoco el peor. Pero el mensaje del ejército del Sur es mucho más talibán y ya venía oyéndose desde el principio de esta historia: «Capitán o muerte», decían. Y yo vuelvo a decir: por favor, Capitán. x

Nació en Argentina, aunque vive en Cataluña desde chico. Es ilustrador y caricaturista. Publica en varios medios y coordina una escuela de dibujo en la ciudad de Lérida. Es miembro fundacional de la revista Orsai y ha dibujado en absolutamente todos los números.

DESCONFÍO DE LA GENTE QUE SE VISTE SIEMPRE BIEN; OCULTAN ALGO SINIESTRO. (JAVIER CAVALLO) 105


SOBREMESAS

REVISTAS Y ALFAJORES SIN PUBLICIDAD HERNÁN: ¿Escuchaste lo que contó en la radio Harry Salvarrey, el día que Josefina Licitra le hizo la primera devolución a esta crónica sobre los alfajores míticos?

C: ¿No te parece que la búsqueda de los orígenes del Capitán del Espacio es un poco más trivial que la del personaje de Juan Rulfo? H: No se te ocurra repetir eso en el sur del conurbano, porque mañana podemos tener una manifestación de militantes del alfajor quemando gomas en la puerta de nuestras casas.

CHIRI: Me lo contaron, pero no lo pude escuchar. H: Dijo que fue como una patada a su ego. Porque él pensaba que el texto estaba impecable en su primera versión, y Josefina se lo devolvió lleno de comentarios, tachaduras y reconstrucciones.

C: Para nada, soy muy fan de Capitán del Espacio. Para mí es como si fuera la fábrica de Willy Wonka llevada a la realidad… Y además me saco el sombrero para festejar la victoria del antimárketing.

C: Bueno, es lo que siempre hace Josefina. Ella es un rottweiler sin bozal y las primeras versiones son un caniche toy recién bañado.

H: A propósito. Si te fijás un poco, nosotros seguimos los pasos de don Ángel con la construcción de esta revista. Lo hicimos desde el principio así, sin saberlo ni tomarlo como modelo.

H: Sí, pero Harry, pobre, no conocía esta metáfora de los perritos muertos. Habría que empezar a decirle a los autores que Josefina es un rottweiler.

C: ¿A ver? Sorprendeme.

C: O la tenemos que empezar a sacar a la calle con bozal.

H: Por ejemplo, tenemos una producción fija, no reimprimimos nunca, ni siquiera cuando nos lo piden masivamente. ¿Te acordás la edición que sacamos con la entrevista al Indio Solari?

H: Sí. Una de dos. C: La crónica quedó genial. Me gustó mucho la cata a ciegas del final, y las estadísticas serias sobre un tema tan frívolo.

C: Es verdad. Los quioscos de revistas nos pidieron miles y miles de ejemplares para abastecer a los lectores ricoteros, y no reimprimimos.

H: Eso es lo que tiene esta crónica. Me hacer acordar mucho a un ensayo hermoso de Camilo José Cela sobre la mayonesa.

H: Exacto. Y como en el caso de los alfajores, tampoco apuntamos al público masivo.

C: ¿Existe un ensayo sobre la mayonesa?

C: Trabajamos de modo artesanal.

H: Cela busca una etimología. Él quiere saber si se dice mayonesa o mahonesa. Y en la búsqueda, como un detective, termina descubriendo quiénes inventaron la salsa y para qué. El ensayo está tratado con la rigurosidad más obstinada, pero el objeto de estudio es algo amarillo que le ponemos al sánguche. Eso es lo maravilloso del asunto.

H: Esa también es una buena analogía. Y, fundamentalmente, no hacemos publicidad. Ni adentro ni afuera de la revista. C: ¡Es verdad! Ahora habría que hacer una cerveza con gusto a revista Orsai. H: Eso ya no tiene sentido.

C: «Vine a Quilmes a tratar de entender», dice Harry en un momento de la crónica. Me encanta.

C: O podríamos ponerle dulce de leche a la revista, en las páginas del medio.

H: A mí eso me hizo acordar a la frase famosa, perdoname lo esnob: «Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo».

H: Yo creo que tendrías que aprender a no llevar las analogías tan lejos. Porque hay un momento en que dejan de funcionar. x

ACTITUD MATA TALENTO. PETE MATA TODO. (JOSEFINA MARCUZZI) 106





Más conocido como Zambayonny, vivió la mayor parte de su vida en Bahia Blanca (es hincha de Olimpo). Fue profesor de ajedrez y repartidor de impuestos. Lleva publicados una docena de discos con sellos independientes y tiene una fervorosa comunidad de fanáticos que corean sus canciones. En el año 2010 publicó su primera novela, Biografía de un superhéroe, y en 2012 la continuación: Leyenda de un superhéroe. En 2014 escribió una columna sobre fútbol en Tiempo Argentino y en octubre de 2015 editó su tercer libro, La suerte del campeón, con relatos y cuentos relacionados con el balompié. Este es su debut con la camiseta de Orsai.

DIEGO PERDOMO Buenos Aires, 1973

IR A COMPRAR AL CHINO NO ES UN ACTO IDEOLÓGICO. (JULIÁN MINTZ) 110


EL ORIGEN DE LA IRA

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s muy común que los fanáticos canalicen toda la furia acumulada en semanas, meses o años durante los noventas minutos que dura un partido de fútbol. Algunos hasta suelen terminar sin voz o deshidratados de tanto gritar, ya sea en las tribunas o frente al televisor. La sociología, la psicología, incluso la antropología, han encontrado distintas explicaciones para el origen de este fenómeno, pero todas ellas ignoran un hecho crucial de la historia pasada, oscuro y desgarrador, cuyo germen aún persiste en las vísceras de los sufridos espectadores de este deporte. Para intentar una posible aproximación al fenómeno, antes es necesario hacer una aclaración vital: los ingleses no inventaron el fútbol. Por más que ellos insistan en apropiárselo, acostumbrados siempre a apoderarse de cosas ajenas, existen diversas

teorías acerca de los inicios de este deporte. Sin ir más lejos, hace unos dos mil años, los mayas, los egipcios y los chinos practicaban juegos bastante similares al fútbol, aunque ciertamente más violentos, que incluían patear objetos por diversión, o bien por entrenamiento militar. Pero no fue hasta el año 1700 cuando, en sus memorias impresas, el jesuita catalán José Manuel Peramás dejara verdadera constancia de que en las reducciones guaraníes sobre el norte argentino, el sur brasileño y el territorio actual del Paraguay, los indios ya habían desarrollado un juego muy similar al fútbol, tal como lo conocemos hoy. De regreso a España, y tras haber sido desalojado de América por el Decreto de Expulsión, Peramás escribió en su Diario del destierro:

CASI TODAS LAS COSAS DEL MUNDO ESTÁN ESCRITAS SOBRE GUSTOS. (LLAMIL SALES) 111


EL NÚMERO QUE NADIE SUEÑA

Los guaraníes solían también jugar con un balón, que, aún siendo de goma llena, era tan ligero y rápido que, en vez que lo golpeaban, seguía rebotando algún tiempo, sin pararse, impulsado por su propio peso. No lanzaban la pelota con la mano, como nosotros, sino con la parte superior del pie desnudo, pasándola y recibiéndola con gran agilidad y precisión. Es por este revelador párrafo que se considera al pueblo guaraní el verdadero inventor del fútbol moderno, y a los invasores blancos como agentes que solo se ocuparon de transportar la semilla de este juego al continente europeo, entre las tantísimas cosas que también se llevaron. Muchos años después fueron halladas otras pruebas que refuerzan esta hipótesis: restos arqueológicos similares a pelotas, ruinas de campos de juego con medidas comparables a las actuales, aunque con arcos sin travesaño, y relatos orales transmitidos de padres a hijos, como al que voy a referirme ahora, y que tal vez explique el origen de la furia que suele consumir a los verdaderos fanáticos. Pese a que la vida en las reducciones guaraníes estaba condicionada por una disciplina férrea, imperaba una obvia y delicada tirantez entre los aborígenes que defendían sus costumbres, y los españoles que intentaban avasallarlos para imponerles un Dios y un paquete de reglas. Por esta y otras razones era habitual que se produjeran desde pequeñas escaramuzas hasta feroces enfrentamientos entre ambas culturas en permanente tensión, que solo era interrumpida en épocas de festividades. Cada diciembre, durante el solsticio de verano, los guaraníes llevaban a cabo una ceremonia ancestral de agradecimiento a los dioses que consistía en un día entero de danzas, juegos, ofrendas y banquetes, ajenos a toda hostilidad.

Sin embargo, en una de estas conmemoraciones, fueron sorprendidos por los colonizadores a traición, en un ataque a sangre y fuego que buscaba escarmentar cualquier potencial sublevación en las más de treinta reducciones guaraníes que por entonces existían en las inmediaciones del río Paraná, y al mismo tiempo acabar de una vez por todas con los ritos paganos. En nombre del Rey de España, y como medida preventiva y ejemplificadora, los soldados de la corona asesinaron brutalmente a hombres, mujeres y niños en el momento en que estos jugaban con una pelota de goma llena, probablemente con la misma agilidad y precisión con que lo describió el jesuita Peramás. Después de esto, los invasores cortaron las cabezas de sus víctimas y las patearon a modo de burla, como si fueran pelotas. Mientras esto ocurría, antes de ser atravesado por una espada, el viejo cacique de la aldea fue obligado a observar el macabro espectáculo. Agonizante en el suelo, los maldijo para siempre. Apenas unos días más tarde, los cuerpos mutilados que quedaron sobre el campo sin enterrar provocaron una peste implacable que en pocas semanas arrasó con la vida de los traidores. Fue, quizás, un acto de justicia, pero lo cierto es que las víctimas nunca lo supieron. Quizás por esto, desde entonces, cualquiera que lleve el fútbol en la sangre lleva también el espíritu de aquel cacique guaraní que, desde lo más profundo de su alma, grita para que el universo no sea tan injusto y permita que alguna vez ganen los buenos, al menos durante noventa minutos.

EN ZÁRATE BRAZO LARGO HAY ÁRBOLES DE 70 METROS. (LUCIANO ARIEL VILLALBA) 112


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«COMO DICEN LOS LIBROS»

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ay algunas mentiras repetidas y dadas por ciertas durante tantos años que ya nadie se detiene a cuestionarlas: la efectividad de cabecear un centro de pique al suelo es una de ellas. Esta mentira suele ser repetida por ciertos relatores de fútbol cada vez que un goleador despilfarra un centro perfecto por frentear la pelota hacia cualquier parte, en lugar de apuntar al arco: «Cabeceó para abajo, como dicen los libros», vociferan alegremente los relatores. ¿Los libros? ¿Qué libros? Los de estadísticas, seguro que no. Basta repasar los goles de cada fecha en todas las ligas del mundo para advertir la estafa. El noventa por ciento de los tantos de cabeza derivan de remates que se dirigen al arco con toda la fuerza posible, mientras que en solo uno de cada diez la pelota rebota en el suelo antes de cruzar la línea de gol. Uno de cada diez. Fin de la discusión. Es alarmante la cantidad de nueves grandotes que tuvieron que poner un quiosco porque en la jugada más importante de sus vidas (ese instante crucial en el cual te tomás la pastilla azul o la roja) cabecearon hacia el pasto agachando la cabeza, como si siguieran una orden atávica o afirmaran una mentira sin convicción. ¿Cuánta fuerza pierde un remate al tocar el suelo? ¿Cuánto tiempo más tarda la pelota en llegar al arco? Una vez, el indiscutible goleador Martín Palermo contó que Carlos Bianchi, por entonces técnico de Boca Juniors, le había sugerido que cabeceara siempre en sentido contrario a la trayectoria del balón para aprovechar la fuerza del lanzador. Palermo se cansó de hacer goles con esa fórmula. Así de corto y efectivo. El razonamiento de quienes avalan la efectividad de cabecear hacia abajo se construye sobre la falsa hipótesis de que, ante el imprevisto sobrepique, al arquero le resultará

¿Cuánta fuerza pierde un remate al tocar el suelo? ¿Cuánto tiempo más tarda la pelota en llegar al arco?

más complicado adivinar la dirección de la pelota, particularmente si esta rebota sobre la línea de gol. ¡Oh! ¡Qué dilema entonces para el nueve! ¿Qué decide el delantero un segundo antes de cabecear? ¿Rompe el arco con un topetazo frontal contra el palo? ¿O bien intenta que la pelota rebote en el suelo, pierda fuerza, confunda al arquero tras el pique y luego ingrese soberanamente al arco? La respuesta es la siguiente: el quiosco abre a las ocho y cierra a las veintitrés, en punto. Nunca será más efectivo cabecear hacia abajo que de manera frontal. ¡Nunca! Y cualquier reclamo, por favor, que sea sin membrete.

¡CUIDADO CON LA PUERTA GIRATORIA! QUÉ PUER... QUE PUER... QUE PUER... (MARÍA LAURA OSORIO) 113


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EL SECRETO DE LOS ARQUEROS

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odos los arqueros guardan un secreto bajo siete llaves. Revelarlo, para ellos, sería como entregar en bandeja la clave mágica que abre sus armaduras. Sin embargo, por el bien del fútbol y de los goles, ya es hora de que se sepa la verdad: los arqueros son más vulnerables cuando les patean desde larga distancia que cuando tienen que atajar disparos desde cerca. La paradoja tiene una explicación. Los arqueros reaccionan más tarde ante los disparos lejanos porque tienen más tiempo para mirar la pelota. Por lo tanto, el tiempo que pierden en observarla lo pierden también en moverse. Cuando el remate es muy cercano, en cambio, actúan por reflejo. Desde lejos no se ve, repite la canción como un mantra. Solo ellos saben que esto es al revés y que ahí radica el problema. En lugar de moverse siguiendo la trayectoria de la pelota, los arqueros quedan como hipnotizados en el mismo lugar. Si prestamos atención, podremos notar que las atajadas que resaltan los resúmenes futbolísticos de todas partes del mundo siempre son las que se consuman ante disparos cercanos. Esto ocurre por dos razones. Uno: porque son más espectaculares. Dos: porque las atajadas que surgen de los remates lejanos o bien terminan en gol, o bien son disparos insignificantes de los que los arqueros sacan provecho y se tiran para la foto. Dado que son conscientes de su talón de Aquiles, los guardametas suelen vestirse con colores sugestivos o extravagantes. De esta forma los rivales, inconscientemente atraídos por las tonalidades llamativas de su indumentaria, siempre van a querer acercarse a ellos todo lo posible antes de intentar patearles desde lejos. Por otro lado, esta debilidad se distingue claramente en los penales. Observemos un penal cualquiera en el que el arquero, en lugar de jugarse por un palo (movido por instinto,

reflejo o estadística), decide no anticiparse y esperar la ejecución para seguir la dirección de la pelota. Lo que suele ocurrir en estos casos es que, cuando la pelota entra al arco, él todavía ni siquiera reaccionó.


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Entonces, ¿un arquero ciego atajaría mejor? Claro que no, tampoco hay que ser imbécil. Sin embargo, queridos delanteros, a partir de ahora todos ustedes cuentan con un arma más para alcanzar la gloria. Aunque, al mismo tiempo, tienen una excusa menos para cumplir con la parte que les toca. Vaya de todos modos mi comprensión sin-

cera hacia todos los arqueros del mundo que hacen el ridículo en estadios repletos, cuando quedan petrificados frente a disparos de larga distancia que terminan en gol. En el fondo no están solos. Muchas veces a mí me ha pasado lo mismo, particularmente cada cada vez que no supe resolver problemas que vi venir con antelación.


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LA SIETE Y LA ONCE

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os wines comenzaron a desaparecer frente a los ojos de todo el mundo sin que nadie hiciera nada. Poco a poco fueron cayendo como moscas, uno tras otro, partido tras partido, campeonato tras campeonato, sin previo aviso y en silencio. Los relatores los buscaban donde solían estar pero solo encontraban vacío. Los cambios de frente acabaron mansos contra el alambrado. Los hinchas gritaban incrédulos sus apellidos sin obtener respuesta. Los laterales encargados de marcarlos miraban desorientados al banco de suplentes esperando órdenes. El centro atrás dejó de ser una realidad para convertirse en nostalgia. Y la mitad del campo de juego se fue superpoblando a la fuerza, como ocurre en un país desigual. Los nuevos esquemas conservadores que se pusieron en práctica ya no necesitaban de los heroicos wines que estorbaban el sistema con sus gambetas libres, su velocidad endiablada y la poética imprevisible con la que fueron concebidos. Había que extirparlos del campo de juego, y no importaba la forma. Algunos fueron obligados a convertirse en corredores que durante todo el partido debían bajar hasta el área propia para marcar a los rivales, y luego correr a toda velocidad hasta la línea de fondo contraria para tirar un centro. De esta forma, los wines quedaban extenuados a los quince minutos del segundo tiempo sin haber realizado bien ninguna de las dos funciones. Otros fueron relegados sin explicaciones al banco de suplentes para ingresar al partido a los pocos minutos de su finalización, casi siempre con el resultado adverso y sin posibilidades de demostrar su potencial. Muchos se adaptaron a los nuevos tiempos disfrazándose de lo que no eran solamente para poder sobrevivir. Fue tan grande la campaña contra ellos, que hasta los réferis se ensañaron con los que se resistían al cambio y ante el menor roce

los expulsaban para que luego los tribunales de faltas actuaran con extremada rigurosidad, dejándolos sin jugar durante meses hasta que entraran en razón. Los dirigentes les bajaron el sueldo sin motivo o no les renovaron el contrato, mientras siniestros barrabravas, mercenarios del poder de turno, los insultaban y amenazaban dentro y fuera de la cancha. De este modo, los wines se fueron retirando o bien comenzaron a exilarse en ligas más abiertas donde todavía se podía jugar con libertad. Pero fueron solo unos pocos, porque lo cierto es que con la mayoría de los wines nunca se supo qué pasó. Los diarios de la época hicieron de cuenta que no sucedía nada y, en lugar de hablar de estas ausencias, comenzaron a escribir sobre las bondades del desembarco de flamantes carrileros maratonistas, mecánicos y previsibles que sin embargo llegaban como los abanderados del fútbol moderno. Los partidos comenzaron a enrarecerse. Nadie sabía bien en qué puesto jugaba el rival. Y el hecho de que los números en la espalda no coincidieran con la posición de los jugadores en el campo comenzó a provocar una desconfianza generalizada. Los habilidosos y pensantes números diez dominaban la pelota con pericia y levantaban la cabeza buscando como siempre el pase largo hacia alguno de los laterales, pero como no lo encontraban se quedaban consternados con el balón en los pies sin saber qué hacer, hasta que se lo quitaban. Posiblemente, aquellos números diez ya sospechaban que ellos iban a ser los próximos en la lista. Fueron muy pocos los que se dieron cuenta de la gravedad de lo que estaba sucediendo. Y fueron menos aun los que se animaron a denunciarlo en afiebrados ensayos que los editores a veces censuraban y otras veces publicaban a desgano en un costado angosto de las páginas deportivas.

LOS EXCESOS SON MALOS, EXCEPTO LAS VACACIONES, LA SIESTA Y EL HELADO. (MARTIN STAFFIERI) 116


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Lo cierto es que, así como la llama de una vela se va apagando hasta dejar la habitación a oscuras, los wines dejaron de existir. Sus fotos en blanco y negro con bigote y pelo largo permanecen como prueba irrefutable de su existencia. Por eso, cada vez que veo a un pibe correr detrás de una pelota con un siete o un once sobre la espalda (a excepción del hipócrita

siete de Cristiano Ronaldo), me emociono y le pido que nunca deje de volar libre pegado a la raya o tirando una diagonal. Y que honre la memoria de aquellos wines que ya no están. Porque esos dos números impares y profundos son la bandera que seguimos alzando toda vez que nos toca confirmar qué tipo de juego preferimos.

EL ACORDE PERFECTO En ciertos lugares, cuando llega una persona a una reunión en donde no es del todo bienvenida, o que por diversos motivos no termina de encajar, se suele utilizar la siguiente frase: «Se formó un acorde raro». Para aquellos que no están familiarizados con la alquimia de la música, vale decir que un acorde se conforma por tres o más notas (básicamente tónica, tercera y quinta) que, al ejecutarse simultáneamente, logra un sonido armónico. Por ejemplo, el acorde Sol Mayor, famoso por ser el más lindo del mundo, está compuesto por Sol (tónica), Si (tercera) y Re (quinta). A estas tres notas se les pueden agregar otras para conseguir acordes cada vez más complejos. No es difícil imaginar una gran cantidad de combinaciones posibles sumando o modificando notas para que, en lugar de sonar agradable y natural, el acorde genere tensión, tristeza, angustia o cualquier otro sentimiento que la canción necesite. Si a un acorde como Sol Mayor le añadimos una nota disonante, como un Do Sostenido, el resultado ya no va a sonar tan encantador. Así también funcionan los grupos sociales. Si nosotros (Sol) compartimos un estupendo picnic con una bella mujer (Si) y su dulce gatito (Re), pero de pronto irrumpe el cocainómano Roberto (Do Sostenido) y comienza a relatarnos una incómoda anéc-

dota escatológica, el acorde que se forma de este encuentro, sin lugar a dudas, terminará arruinando toda la excursión. En el fútbol pasa algo parecido. En un plantel con más de treinta profesionales, los directores técnicos deben elegir solo once jugadores titulares. Las variables pueden ser infinitas. A simple vista, cualquiera podría inferir que lo más obvio sería ubicar en sus puestos a los futbolistas más habilidosos y listo. Sin embargo, no es tan sencillo. Para que un instrumento suene óptimo, conviene estar atento a los detalles. Quizás el jugador más habilidoso del plantel esté enamorado de la hermana de un pibe de la reserva y quiera jugar con él sí o sí, y entonces, por el bien del equipo, conviene darle el gusto. Tal vez el arquero suplente (que no es tan bueno) cuente anécdotas divertidas que generan un ambiente distendido en el vestuario, y entonces hay que tenerlo en cuenta porque esto repercute favorablemente en el plantel. También hay deportistas conflictivos que arruinan cualquier orquesta, equipos que se llevan mal fuera de la cancha pero que a la hora de la verdad se potencian entre sí. Y otros que durante un partido se quedan con diez hombres y elevan su rendimiento, simplemente porque antes sobraba una nota pero nadie lo percibía.

¡QUE ESTE AÑO SE CUMPLAN LOS DESEOS DE TODOS! (EXCEPTO LOS DE LOS ALEMANES). (MARTÍN AMICO) 117


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Los buenos directores de orquesta saben encontrar las notas para lograr el acorde perfecto, por más que el público no lo entienda del todo. Esto queda demostrado cuando en la formación inicial aparece un apellido inesperado que logra dar la nota y llegar a la armonía perfecta. Algunos entrenadores cambian constantemente su once titular y recién consiguen la fórmula más eficiente en las últimas fechas, gracias al mecanismo de prueba y error. Otras veces las expulsiones o las lesiones allanan el camino y le permiten al técnico probar notas imprevistas, que finalmente terminan favoreciendo al equipo.

En todo plantel siempre preexiste el mejor acorde posible, aunque alcanzarlo no necesariamente signifique el campeonato. La famosa frase «equipo que gana no se toca» hace referencia a esto. No importa si el equipo jugó bien o mal. Si el profesional más caro del plantel quedó por azar en el banco de suplentes. O si el cinco es el puesto natural de aquel que acabó jugando de dos. Lo único que importa es descubrir el acorde adecuado. En ocasiones, el simple y bello acorde de un equipo sin presupuesto suena mejor que el de una poderosa escuadra perfeccionado a fuerza de billetera. Parece matemática, pero es magia.

20 COSAS QUE OCURREN EN TODOS LOS CAMPEONATOS 1. Durante la pretemporada emigra un jugador importante a un club raro en condiciones no muy claras. Se especula con que los derechos del futbolista pertenecen a alguna figura pública de oscura reputación. Se culpa a la dirigencia por no aclarar el asunto y finalmente se sospecha de alguna delicada razón personal, que quedará flotando en el ambiente con idéntica persistencia que sus mejores actuaciones en el campo de juego.

Jamás. Por otro lado, muchos dirigentes también siembran allí la semilla de la esperanza para compensar los refuerzos impresentables que compraron. Cuesta dinero inscribir a alguien cablegráficamente, pero no importa. Ellos consignan cualquier nombre, por imposible que sea, con tal de generar expectativa. Al club del que soy hincha estuvo por arribar Michel Platini en varias oportunidades. Incluso ya retirado.

2. Se rumorea sobre la llegada de un futbolista muy bueno. Los diarios lo ponen en el hipotético equipo titular y la parcialidad se emociona. Finalmente el jugador no llega y en su lugar traen a un muerto que juega poco y sale mucho.

4. Primero se revisa el fixture buscando en qué fecha se juega el clásico. Luego se analizan los puntos que se ganarán de local y lo que se pueden perder como visitante. Más tarde se examina la última fecha anticipando una posible jornada emocionante. Finalmente se concluye que, en todos los casos, nos irá mal.

3. La última esperanza de un golpe de mercado es la inscripción cablegráfica. Sin embargo, en toda la historia de la humanidad, jamás un jugador que haya sido inscripto sobre la hora cablegráficamente anduvo bien en serio.

5. Sobre la hora la dirigencia trae un par de muertos más.

LA REALIDAD SOLO ES CUESTIÓN DE TIEMPO... (PABLO CABRA) 118


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6. El director técnico arranca el torneo con un planteo ofensivo: dos puntas, dos carrileros que llegan al gol, un diez zurdo que maneja los hilos y dos laterales que se proyectan. Promediando la tercera fecha elimina al diez, descarta a un extremo, suprime a un carrilero, arma línea de cinco, pone cuatro mediocampistas de marca, prohíbe a los laterales cruzar la mitad de cancha y le pide al único delantero que queda que se sacrifique y baje a colaborar.

En todo plantel siempre preexiste el mejor acorde. No importa si el equipo jugó bien o mal. Si el profesional más caro del plantel quedó en el banco. Lo único que importa es descubrir el acorde adecuado.

7. Una vez comenzado el campeonato, uno de los muertos resucita, hace un par de goles y el técnico alardea de haberlo elegido. Sin embargo, evita hablar de los demás muertos. Los hinchas, que no dejan nada escrito, se jactan de haberle tenido fe al muerto, aunque nadie recuerde tales afirmaciones. A las pocas fechas, se descubre que el muerto habilidoso no comprende la ley del offside. 8. Uno de los mejores jugadores del campeonato se lesiona gravemente en la fecha dos y no juega más. 9. Un director técnico renuncia en la fecha ocho y el que llega dice que le tengan paciencia porque él no armó ese plantel de muertos.

equipo mantuvo la base a lo largo del tiempo y que esa es la forma correcta de trabajar. Luego empieza a perder y termina peleando el descenso.

10. Un escandaloso fallo arbitral favorece a un equipo grande y los papanatas salen a decir que está todo arreglado. Dos fechas después, otro árbitro desfavorece al mismo equipo y los papanatas no hablan del tema. Ahora hablan de política y elogian a un candidato multimillonario afirmando que, como tiene dinero, en caso llegar al poder no va a robar.

13. Un equipo grande lleno de figuras no le gana a nadie. La prensa habla de problemas en la comisión, de un vestuario dividido, de un técnico aislado del plantel. Ante las especulaciones, los jugadores se enojan y deciden no hablar más con el periodismo. Pero alguno termina hablando. 14. Trasciende que un miembro de la barra brava visita el entrenamiento de un equipo. El club asegura que la reunión se produjo en buenos términos. Que el barra conversó con los jugadores sobre cuestiones de táctica y de estrategia. Más tarde se conoce que también se utilizaron armas de fuego para ejemplificar algunos conceptos.

11. En la fecha cuatro alguien convertirá un gol excelente y todos dirán de inmediato que ese es el gol del campeonato. Después habrá otros mejores. 12. Un equipo chico se encarama impensadamente en los primeros puestos y pronto todos dicen que eso tiene lógica, porque dicho

EL AUTOCOMPLETAR NO SUGIERE FRASES INGENIOSAS. (PABLO CESAR) 119


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15. Comienza un nuevo programa deportivo que propone una idea distinta de análisis y discusión. A las pocas semanas invitan al piso a la mujer de un futbolista presuntamente embarazada de un utilero con micropene.

18. Un jugador es convocado a la selección. Después del partido regresa lesionado a su club y el director técnico se queja porque no lo cuidaron. No volverá a ceder a un solo jugador más. Con los años querrá dirigir la selección.

16. Un exárbitro brinda un reportaje en el que desliza que hubo arreglos en ciertos partidos de primera división. Es la noticia del año. Sin embargo, el escándalo dura tres días y jamás llega a la Justicia. El exárbitro aparece ahorcado tiempo después, pero nadie se entera.

19. Un equipo juega mal y pierde todos los partidos hasta que cambia de técnico. A la fecha siguiente, misteriosamente, el mismo equipo sin ninguna variante nueva se convierte en el Ajax de Johan Cruyff. 20. Finalmente, el mejor equipo es el que siempre sale campeón.

17. Hay elecciones en un club. Votan pocos socios y gana un mafioso. Cuatro años más tarde el club está fundido y descendió una categoría. Hay nuevas elecciones.

LA PENA MÁXIMA

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uando un arquero va a patear un penal yo siempre quiero que lo erre. También quiero que le hagan un gol de contragolpe, que en su patética carrera de regreso al arco se lesione, que su equipo pierda el partido, que la hinchada se enoje muchísimo con él, que los dirigentes echen al técnico, y que después el arquero no consiga trabajo, que ponga un quiosco y que se funda. ¿A quién se le ocurre que un arquero patee un penal cuando en el campo hay otros diez deportistas específicamente entrenados para jugar con los pies? Si ese mismo equipo cuenta con un par de delanteros que viven de hacer goles, un mediocampista habilidoso, dos centrales que le pegan con un fierro, ¿por qué tiene que patear el arquero? ¿Y por qué, además, tiene que dejar su propio arco vacío mientras se ejecuta la pena máxima? Cualquier hijo de vecina responderá que la elección se debe a que ese arquero patea bien los penales. Ok. Pero si un equipo cuenta con un arquero que patea a corta distancia

mejor que los jugadores de campo, el técnico debería retirarse dignamente. Porque con la misma lógica un delantero también podría atajar penales dado que tiene buen tino para adivinar la trayectoria del balón. ¿Qué misterio se esconde detrás de esta estúpida decisión? La respuesta correcta es que los arqueros que ejecutan penales se han tragado el sapo del héroe. A estos arqueros el sueño de la gloria los despierta en mitad de la noche. «No soy un deportista más», murmuran en la cama con la baba de las cuatro de la mañana, la voz carrasposa y la rodilla levantada, como si salieran a cortar un centro provocado por un tiro injusto de pelota parada. Por algo tienen el número uno en la espalda. Eso indica no solo una posición, si no también su importancia. Por otro lado, llevan una indumentaria diferente a la del resto del equipo. También usan guantes y, si lo desean, pueden usar pantalones largos, que ciñen con gracia sus piernas musculosas.

NO HAY ATAJOS. (PABLO ROWINSKI) 121


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Esta raza de arqueros entrena duro con el gesto de Rambo y la respiración cortita. Hay días en los que se sienten enamorados de un lateral izquierdo de la reserva. Pero no, no es amor, es solo afinidad. Y además es una sincera admiración por el cuerpo que dicho compañero posee. De todos modos, tratan de correr a la par del joven lateral. Cuando el muchachito lo percibe no duda en esquivarlos sin miramientos, y entonces ellos vuelven a trotar solos y melancólicos alrededor de la cancha. En los entrenamientos, también en los partidos, suelen escupirse los guantes ante cada ataque. Esto no es tan bueno, porque muchas veces se escupen las manos sin darse cuenta, incluso cuando no tienen los guantes puestos, por ejemplo en un restaurante. Lo cierto es que los héroes siempre tienen la cabeza en

otro lado. A veces se preguntan si no será inmortales y se apoyan con fuerza la punta del tenedor en los labios y gritan. En el fondo, su único propósito es que los ojos de todo el estadio se posen sobre el uno de su espalda cada vez que ellos se inclinan garbosamente para apoyar la pelota sobre el punto perfecto del tiro penal. Siempre que esto sucede, sepan que detrás de ese acto, además del deseo de un héroe orgulloso, también se esconde un director técnico que no maneja el vestuario, una dirigencia que no sabe de fútbol, una hinchada pusilánime y diez jugadores mediocres y sin coraje. Por lo demás, si alguien insiste tanto en hacerse cargo de una pena máxima que no le corresponde, será porque el crimen que cometió ha de haber sido enorme.

OFIUCO O EL RESULTADO IMPOSIBLE

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ás allá de todas las especulaciones que se efectúen antes de un partido de fútbol, en las que se incluyen análisis de los planteles, tácticas elegidas, esquemas, estilos de juego, formaciones titulares, estado del césped, rachas buenas y malas, chicanas, rivalidades, cuentas pendientes, posición en la tabla, contingencias y todo lo que se nos pueda ocurrir, los resultados siempre estarán sujetos solo a doce posibilidades, como los signos del zodíaco. Esto se puede chequear fácilmente si analizamos los tanteadores finales de los últimos cien años de fútbol nacional e internacional. No importa quién juegue, dónde y en qué circunstancia. El resultado definitivo no escapará a estas doce variantes. Salvo una sola excepción. Del mismo modo que no hace mucho se filtró en el horóscopo un nuevo signo del zodíaco llamado Ofiuco, a la excepción de la que hablamos aquí también la llamaremos con ese nombre.

Si antes de cada partido se lanzara un dado de trece caras, doce de ellas marcarían un resultado factible, mientras que la decimotercera (es decir: Ofiuco) abriría una caja de maravillosas sorpresas. Digamos también que no todas las caras tendrían las mismas chances de salir. La primera contaría con más posibilidades que la segunda, la segunda con más que la tercera, la tercera con más que la cuarta y así sucesivamente hasta llegar a Ofiuco, que acontece muy de vez en cuando. A continuación, para que cada uno saque sus propias conclusiones, voy a proporcionar una lista —pacientemente elaborada por mí, sobre la base de diversas fuentes que tomé de distintos medios— con los trece resultados más frecuentes que se dan en los partidos de fútbol de todas las ligas del mundo, a saber:

LOS SORRENTINOS PESCAN DORADOS POR EL LITERAL. (PAULO SAPIEGA) 122


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0-0 1-0 1-1 2-0 0-1 2-1 2-2 1-2 3-1 0-2 3-0 1-3 Ofiuco

0-0 Los medios y los hinchas presagian un encuentro cerrado y con pocas opciones de gol. Tenían razón. 1-0 El local ataca desde el inicio del encuentro y el visitante se dedica a aguantar y a tratar de aprovechar alguna pelota parada. No la aprovecha porque casi no cruza la mitad de la cancha. Hasta que en determinado momento la resistencia se quiebra como una silla vieja en la que se sienta el tío gordo. 1-1 El local convierte un gol con mucho esfuerzo en el segundo tiempo. Minutos después, expulsan a un jugador visitante y el partido parece definido. Sin embargo, en un centro aislado, el visitante consigue empatar.

En cada una de esas posibilidades, por supuesto, se dan distintos escenarios que hacen que cada encuentro sea diferente de otro. Sin embargo, ciertos esquemas suelen repetirse con considerable frecuencia. Yo elegí algunos patrones que a continuación paso a detallar, solo para tener una noción más cabal del listado que acabo de presentar:

2-0 El local aprieta todo el encuentro a su rival colocando cada vez más hombres en ataque. La hinchada presiona, el árbitro inclina la cancha de a poco hasta que en un momento el equipo local convierte el primer gol que baja la persiana del partido. Luego aparece alguna tarjeta roja para el visitante, y el segundo tanto llega con el perdedor volcado al ataque.

¿A quién se le ocurre que un arquero patee un penal cuando en el campo hay otros diez deportistas específicamente entrenados para jugar con los pies?

0-1 El local aprieta todo el encuentro a su rival volcando cada vez más hombres en ataque. La hinchada presiona, el árbitro inclina la cancha y en algún momento el visitante hilvana un contragolpe que termina en gol ante el estupor de las gradas. A partir de ese momento, el local se empeña en lanzar pelotazos al área rival, que son despejados sistemáticamente por los defensores. Al término del encuentro, el técnico del equipo perdedor declara que merecieron otra suerte porque los rivales no llegaron nunca. Tiene razón.

A ESTE COMPRADOR NO SE LE OCURRIÓ NINGUNA FRASE. (SAMANTA MOLL) 123


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2-1 Partido cerrado con el resultado igualado en un tanto. El director técnico mete un cambio y le asegura al jugador que entra que va a convertir el gol del triunfo. Dicho y hecho. 2-2 El equipo gana cómodo dos a cero y podría definirlo en cualquier contragolpe. Está tranquilo. Se confía. Baja la intensidad. En una jugada aislada, el otro equipo le convierte un gol y el partido comienza a jugarse en el plano anímico. Todos saben lo que va a ocurrir. Y ocurre. Dos a dos sobre la hora. 1-2 El local se pone en ventaja por la mínima diferencia, pero el rival enseguida empata. A partir de este punto, el local busca la victoria de todas las formas posibles. Hasta que en el primer minuto del descuento lo pierde. 3-1 Con un cómodo dos a cero a favor, el local gana el partido y comienza a regular el juego. Se confía. El visitante descuenta con un penal dudoso y luego va a buscar el empate. El visitante lo liquida de contragolpe.

0-2 El visitante convierte un gol que desconcierta al local. El técnico hace cambios ofensivos y el equipo entra en desesperación. Le convierten el segundo gol cerca del final del partido, en una corrida de tres delanteros contra un solo defensor. 3-0 Todo indica que el partido se va a abrir cuando el local convierta el primer gol y así ocurre. A partir de ahí las cosas se facilitan por completo. El local gana tranquilo. 1-3 El local llena la cancha. La tarde está hermosa. Los hinchas hacen cuentas porque saben que si ganan este partido sencillo quedan cerca de la punta y además llegan bien al siguiente encuentro contra un rival fuerte. El visitante se acomoda atrás y aguanta los famosos primeros quince minutos. Luego empieza a atacar y convierte un gol. La hinchada local se impacienta y sus jugadores también. Segundo gol. Consternación. Tercer gol. La muerte. Cuando llega el descuento, casi ni se festeja. OFIUCO ¡Esto es fútbol, señoras y señores, y puede pasar cualquier cosa!

Si antes de cada partido se lanzara un dado de trece caras, doce de ellas marcarían un resultado factible, mientras que la decimotercera abriría una caja de maravillosas sorpresas.

LO TENÍA REDONDO, AL POEMA, Y SE ME FUE RODANDO. (VALENTIN PRARIO) 124


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EL ARTE DE DESPERDICIAR UNA PELOTA PARADA

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o llegamos nunca al arco contrario. De golpe, un pelotazo largo de nuestro arquero pica profundo y el más grandote de los defensores rivales empuja torpemente a nuestro único delantero para ganarle la posición y despejar de cabeza. El árbitro, que nunca cobra nada a favor de los equipos chicos a los que además les toca jugar de visitantes, esta vez se ve obligado a sancionar la falta, por haber sido demasiado evidente. Es decir que, sin esperarlo, ahora tenemos un tiro libre casi frontal en las puertas del área. El réferi se agacha y pinta una raya torcida en el césped con aerosol. La distancia reglamentaria en estos casos es de casi ocho metros. El arquero arma la barrera y le da indicaciones a un defensor para que se pare cubriendo el primer palo. De pronto, frente al balón, cinco de nuestros jugadores discuten algo. Tardan en decidirse. No entendemos qué pasa. El tiempo queda en punto muerto. La respiración, contenida. Acto seguido, uno de nuestros jugadores levanta una de sus manos e indica, para nuestro horror, una jugada preparada. Cada vez que un equipo despilfarra un tiro libre o un córner para realizar una maniobra de pizarrón, el hincha siente una puñalada profunda en el corazón. ¿Por qué los futbolistas desaprovechan una pelota parada con una jugada de laboratorio, en lugar de tirar un centro o de patear al arco? Seguramente, la raza de jugadores y técnicos que diseñan estas sofisticadas maniobras tendrán sus razones. Dirán que la defensa contraria es más alta que los delanteros del propio equipo. Que poner un compañero al lado del que va a patear el córner genera tanta confusión que al final del partido los rivales necesitan asistencia psicológica. Que el armado de la barrera demanda el empleo de muchos jugadores y eso genera

mayor libertad para actuar estratégicamente y sorprender... Sin embargo, las estadísticas dicen que el ochenta y cinco por ciento de todas las jugadas preparadas no terminan en gol. No importa lo que nos argumenten a su favor. La única razón por la cual los fantasmas se cubren con sábanas es porque son cadáveres. Y punto. El mundo funciona más o menos bien porque cada uno cumple con su parte. Las plantas fotosintetizan, la tierra gira a una prudente distancia del sol, el agua se potabiliza a sí misma, las vacunas extinguen enfermedades, la humanidad se reproduce y las pelotas paradas no se desperdician, sobre todo cuando ciertos equipos recién conocen el área contraria al cambiar de arco en el segundo tiempo. Conseguir una pelota parada a favor es lo máximo a lo que pueden aspirar determinadas escuadras. Malgastar esta única oportunidad equivale a cobrar el sueldo y dilapidarlo en el bingo. En ajedrez hay una máxima que dice: «siempre da jaque, puede ser mate». La misma premisa, con leves variantes, puede aplicarse en el fútbol: «no especules con porquerías, patea siempre a portería». Un centro a la olla puede rozar en cualquier cabeza y meterse contra un palo. Un remate lejano puede picar mal y sorprender al arquero. Cierto disparo intempestivo puede atravesar misteriosamente las piernas de diez jugadores y llegar al fondo de la red. El tiro menos esperado, quizás, puede convertirse en el gol del campeonato. Ergo, no lo desaprovechemos.

LA SOLEDAD NOS PERMITE APRECIAR CUANTO EXTRAÑAMOS ODIAR A LOS DEMÁS. (VALERIA LUNGARINI) 126


ZAMBAYONNY

EL NÚMERO QUE NADIE SUEÑA

H

ay un número de camiseta que es el más despreciado entre los once titulares de un equipo de fútbol. Un dígito con connotaciones oscuras que todos los jugadores pretenden esquivar, aun en entrenamientos o partidos amateurs. Una cifra que no se lleva, sino que se carga sobre la espalda como una piedra, o como una condena. Se trata del número cuatro. Ningún niño sueña con jugar de cuatro. Ninguna carta quiere ser el cuatro de copas. La camiseta que tiene el cuatro en la espalda abriga menos que la piel y se destiñe más rápido que las otras. Nadie se compra una camiseta con el número cuatro. Todo cuatro consumado sale por descarte de inferiores y siempre gana menos que los otros. Hay que estar muy mal como institución para gastar dinero en un cuatro. ¿Por qué los jugadores que llevan este número se arrastran por el suelo en cada cruce? Para que el cuatro se les borre de la espalda. Ni siquiera el trece, con su histórico estigma, genera tanto rechazo. Tampoco el tres, que pese a ocupar el extremo opuesto del campo de juego no es tan despreciado. Acaso porque para jugar de tres conviene ser zurdo, y solo el once por ciento de la población mundial lo es. Lo que lo convierte, desde el vamos, en un puesto que solo unos pocos pueden desempeñar con corrección. En cambio el mundo está superpoblado de diestros, y quienes llegan a jugar de cuatro lo hacen después de haber fracasado en todos los demás puestos para los que se probaron. Son el descarte de las inferiores. Los que sobraron de otros puestos.

Martín Gordopelota Villa Crespo, 1985

Si bien cuentan con cierto estado físico y mucha voluntad, lo cierto es que los cuatro solo están ahí porque alguien tiene que marcar al lateral ofensivo derecho. Sin ir más lejos, la idea de jugar con línea de tres viene del desprecio por el cuatro más que de una vocación ofensiva. Si algún cuatro hace un gol, cosa que ocurre excepcionalmente, sus compañeros lo abrazan con ternura, como si se tratara de una criatura que acaba de articular su primera palabra. En estos casos, los directores técnicos más lúcidos los cambian de inmediato, porque saben que cada vez que un cuatro convierte, inmediatamente se marea. Cuando el cuatro se retira del fútbol nadie se entera. Lo hace en silencio, sin lágrimas y sin partido homenaje. Por lo general deja la camiseta arrugada en el vestuario, toma el último mate con el utilero y luego se va silbando bajito por la vereda del sol. Quizás, si tiene un poco de suerte, todavía le quede la vida por delante. x

Estudió diseño en la UBA. Trabajó como director de arte en varios estudios y agencias hasta el 2012. Ahora dibuja en telas y paredes por todo Buenos Aires, homenajeando las tradiciones del fútbol cinco. Además de ilustrar esta crónica, Martín realizó la portada de la presente edición de Orsai.

EL BURRO NO COGE POR LINDO, SINO POR INSISTIDOR. (JUAN NALE BARBIERI) 127


SOBREMESAS

CIENCIA PARA CABALLEROS CHIRI: Supongo que a estos cuentos sobre fútbol lo deben haber pasado por alto el noventa y cinco por ciento de las lectoras mujeres. HERNÁN: Es un poco machista tu comentario. C: ¡Uy, Dios! Desde que estás de novio con una socióloga nacida en los ochenta no se puede hablar más con vos como antes.

C: ¿Para qué? H: Para establecer cómo se tiene que ejecutar el penal perfecto y determinar cuáles son las condiciones ideales para aumentar las posibilidades de éxito de su selección.

H: Otro comentario machista. Ya van dos.

C: Le fue bastante para el orto porque, si mal no recuerdo, Inglaterra quedó eliminada en la primera ronda.

C: ¿Y ese por qué es machista?

H: ¡Y en el último lugar de la tabla!

H: No sé. Yo digo así por las dudas de que alguna mujer esté escuchando la conversación. En realidad nunca sé cuándo un comentario es machista.

C: De todos modos, ¿a qué conclusiones llegó Hawking? Contáme que me interesa.

C: Empecemos de nuevo entonces. ¿Vos creés que las lectoras mujeres disfrutaron los textos de Zambayonny que publicamos en la revista? H: ... C: ¿Por qué me estás diciendo que «no» con señas y gestos? H: Porque está mi señora cerca. C: Oíme. ¿Julieta está de acuerdo con que le digas «mi señora»? H: ¡Uy! ¿Es machista eso también? ¡La concha de la lora, estamos rodeados de machismo simbólico! C: Creo que «la concha de la lora» tampoco se puede decir más. H: Hablemos de fútbol entonces. Es lo único de lo que sé hablar hacer sin pensar en nada. C: Ok, empiezo de nuevo. Supongo que estos cuentos de Zambayonny lo deben haber pasado por alto el noventa y cinco por ciento de las lectoras mujeres. H: ¡Sí, carajo, sí! ¡La puta madre que los re contra mil parió! Son textos muy técnicos, pero hicimos esta revista en la previa de un Mundial... ¿Qué pasa? ¿Nos van a crucificar por eso? C: Además son muy útiles las teorías de Zambayonny, muy reveladoras. H: Como las de Stephen Hawking, ¿las leíste? C: No. H: Para el Mundial de Brasil, Stephen se puso a analizar datos de los mundiales desde 1966.

H: Concluyó que en los penales, por ejemplo, cuando la pelota va a una de las dos esquinas superiores del arco, en el ochenta y cuatro por ciento de los casos termina en gol. Por otro lado, dijo que hay que pegarle con el borde interno del pie. Tomar al menos tres pasos de distancia para calibrar la velocidad necesaria. Y también determinó que siempre deben patear los delanteros, nada de defensores ni mucho menos arqueros. C: Coincide con Zamba, entonces. H: Sí. O Zamba coincide con él, claramente. Y agrega que los pelados y los rubios son más precisos a la hora de meterla. C: No sé bien por qué, pero también coincido plenamente con eso. ¿Y respecto del éxito de Inglaterra? ¿Qué dijo? H: Dijo que Inglaterra tenia que jugar con su uniforme rojo para incrementar las chances de ganar, y que debía salir a la cancha con un 4-3-3, mucho más ganador que el 4-4-2. También determinó que el clima templado favorece notablemente a su equipo. Y estableció una hora ideal para jugar: las tres de la tarde. C: Lástima que se murió. H: ¿Hawking? Por qué. C: Para preguntarle por los agujeros negros. H: ¡Shhh! ¡Otro comentario sexista! C: Estás un poco paranoico, ¿volviste a las drogas duras? H: No sé pero calláte, que llegó mi señora. x

NUNCA ES TARDE PARA CORTAR EL CHOCLO. (ABEL SEBASTIÁN FILLOL) 128













SOBREMESAS

ME PONGO EL PONGO HERNÁN: Qué bestia este hombre. ¿Vos viste el nivel de detalle de cada viñeta? CHIRI: Sí. H: ¿Y viste la cantidad de texto? C: ¡Sí, boludo, lo leí entero! H: Bueno. Yo tuve que limpiar todos los parlamentos en inglés y ponerles arriba los textos en castellano. ¡Mirá cómo tengo los ojos! C: Dejá de quejarte por todo. H: ¿Cómo definirías el oficio de Joe Sacco? C: Él dijo una vez que hacía cómics periodísticos porque era la mejor manera de unir sus dos pasiones. H: Sus dos pasiones, qué loco... C: Te quedaste colgado. H: ¿Te acordás una vez, hace mucho, que estábamos en el club Mercedes y tuvimos que decidir si íbamos a ser escritores o dibujantes? También eran nuestras dos pasiones. C: No fue en el Club Mercedes, fue en la plaza San Luis. Pero sí, me acuerdo. Teníamos doce años y nos gustaban mucho los dos oficios. H: Y me acuerdo perfecto de cómo, después de mucho debate, elegimos escribir. Yo después pensé, durante muchos años, que había sido un error. C: Porque tendríamos que haber elegido vos una cosa y yo la otra. H: ¡Claro! Pero en realidad ahora, viendo lo que hace Joe Sacco, se abre una nueva opción: haber elegido las dos cosas a la vez. C: En realidad no es una nueva opción, porque ya perdimos el tren. H: Es una opción que cayó en Sacco roto.

C: Pero volvamos a Joe. ¿Es un periodista que cuenta historias a través del cómic? ¿Es un dibujante que hace periodismo? H: No sé, pero me encanta lo que hace. Contó un montón de historias complejas de forma sencilla y alucinante: el drama de la inmigración africana por el Mediterráneo, la realidad de Palestina contra la fuerza militar israelí… C: Y estuvo en la guerra de Irak con las tropas de Estados Unidos. H: Cada viñeta de Sacco es un mundo, como las que hacía Hergé en Las aventuras de Tintín… C: Con la diferencia de que Hergé nunca se movió de Bruselas, y Sacco todo lo contrario. Se parece más a Tintín que a Hergé. H: Hay un libro de él que es un solo dibujo, pero de unos ocho metros de largo, sobre el primer día de la batalla del Somme. C: Lo vi, qué bestia. H: No hay ninguna palabra, no tiene nada escrito… Solo un dibujo lleno de detalles increíbles, que para verlo hay que ir desplegándolo como un acordeón. C: Creo que sobre ese trabajo se hizo un mural gigante en la estación de subte de Montparnasse, en París. H: Exacto, en Montparnasse: la estación de subte más fría de París. C: ¿Y eso qué tiene que ver? H: Que para poder ver el mural, hay que ponerse un Sacco. C: Sos muy boludo. H: Pero te reíste. Hiciste fuerza con la boca y después miraste para otro lado.

C: No es bueno el chiste. Me da bronca cuando te reís vos solo de chistes tuyos que no tienen gracia.

C. No, es malísimo el chiste.

H: Sacco roto. Es buenísimo.

C: ¡Salí, sarnoso! x

H: ¿Y por qué te escondés? Te estás riendo.

¡QUE LA VERDAD NO TAPE LA NOTICIA! (CARLOS LULLO) 140





L GABRIELA MENICHETTI Córdoba, 1986 Responde en Twitter al nombre de @gabuleta. A los seis años escribió un libro de cuentos y vació el cartucho de la impresora haciendo copias para toda su familia. Ahora es ilustradora y changarina digital. Dibuja, edita fotografías, diseña, escribe y casi cualquier otra cosa que pueda hacer desde su computadora. Estudió Cine y Diseño Gráfico pero abandonó ambas carreras. Descubrió que lo que realmente quería era dibujar, escribir y no tener que cumplir horarios. Bajo el nombre de Filigrana de Ideas crea viñetas sobre la vida cotidiana y fabrica y vende productos con sus ilustraciones. Le gustan las series, los videojuegos, las historias sobre crímenes reales y los gatos.

as olas se desarman en la orilla. La gente que está al sol desde la mañana ya se hartó y comienza a irse. El mar está limpio, tranquilo y con un viento suave que se siente como si alguien te pusiera el pelo detrás de la oreja. Respiro hondo, me inclino hacia atrás, estiro mis piernas y le pego con el dedo meñique a la base del ventilador. Porque yo no estoy en el mar. Es domingo, hace 40 grados, me transpiran los rollos de la panza y estoy en bombacha en mi departamento en Córdoba mientras escucho el taladro de un vecino, porque mis viejos me invitaron al Caribe y no pude ir porque mi agorafobia no me dio permiso. Recuerdo tener ocho años y haber ido al río con mi familia. El agua estaba baja y tranquila y la atravesaban unos pilotes de cemento por donde cruzábamos todo el tiempo. Iba caminando justo por la mitad cuando abrieron las compuertas del dique y el agua empezó a pasar con fuerza entre ellos. Miré para todos lados, los adultos se veían lejos e incluso si hubiera podido ver sus caras no hubiera notado preocupación porque en realidad no pasaba nada y todo iba a estar bien. Pero yo sentía que estaba haciendo equilibro sobre las cataratas del Niágara. Las dos orillas estaban lejos, era tarde para volver pero

FOLLOWER, COMO PERRO DE SULKY. (DANIEL CANOVAS) 144


faltaba mucho para llegar a destino. Sentía que me iba a caer y golpear la cabeza, que la corriente me iba a llevar y que me iba a morir. O, peor aún, que no me iba a morir y todos iban a ver lo que acababa de pasar. La única solución era que viniera una de esas pinzas que sacan peluches de las máquinas pero que funcionara en serio y me sacara de ahí. No sabía qué hacer y hoy, a los 31 años, sigo sin saberlo. Solo sé que esa sensación de ser la única persona consciente de que algo terrible va a pasar me acompañó toda mi vida y me acompaña ahora que tengo que ir al oftalmólogo a una cuadra de mi casa porque no veo y lo postergo desde hace años porque siento que queda lejos. Esta no es una historia sobre cómo algo se rompió y me convertí en lo que soy, como el superhéroe que lo es porque asesinaron a sus padres. Pero entonces, ¿cuál fue el hecho traumático que hizo que a veces no me anime a hacer las compras? ¿Qué tragedia viví en mi infancia que ahora, cuando pienso algo feo, necesito golpearme veinte veces la frente con la uña hasta que a veces sangra? ¿Qué parte de una infancia sin hambre, sin frío y con una familia sana y unida me convirtió en alguien que piensa que si no desenchufa todo al irse de su casa se va a incendiar?

Tengo ansiedad, trastorno obsesivo compulsivo y agorafobia. Mucho antes de tener un diagnóstico que le pusiera un nombre a este revuelto de miedos, manías y angustias, yo ya sufría por ir al jardín de infantes a comer pasta dental con estrellitas y dormir siesta, algo que ahora suena como un excelente plan de sábado a la tarde. En la primaria me llevaron a una psicóloga que dijo que eso era normal y que ya iba a pasar. No pasó. Yo llevaba tres cosas a la escuela: una cantimplora, un pañuelo de mi viejo y dos colitas tan tirantes que sospecho que cambiaron mis rasgos para siempre. La cantimplora porque tenía miedo de que se me secara la garganta y ahogarme, el pañuelo porque tenía miedo de que se me tapara la nariz y me muriera asfixiada, y las dos colitas porque ajustarnos el peinado hasta dejarnos la frente brillante es la principal técnica anti estrés que tienen las madres. Aún recuerdo la textura del plástico transparente con puntitos, la tapa que a veces giraba en falso y el olor a humedad que tenía la cantimplora. Al terminar el día no la había abierto más de una vez. A veces sacaba del bolsillo el pañuelo prolijamente doblado y lo abría como si estuviera sacudiendo un mantel mientras veía a un compañerito limpiarse con uno bordado cuatro veces más chico que el

SONREÍ QUE SIEMPRE SE PUEDE STAR WARS. (DIEGO WERNER) 145



GABRIELA MENICHETTI

mío. Llegaba el viernes y esta sábana de dos plazas que le robaba a mi viejo solo tenía un moco duro que crujía al abrirlo para ponerlo a lavar. Nadie entendía por qué yo llevaba este pequeño equipo de supervivencia a la escuela, solo yo lo sabía, y si llegaba y me daba cuenta de que me faltaba sentía un terror y una angustia que terminaba siempre en dolor de panza y en la directora llamando a mi vieja para que los trajera o me llevara a casa. Esto hizo que un compañero me apodara «Señorita Dolores» y que diez años después la que era mi maestra preferida al cruzarnos en una despensa le preguntara a mi madre: «¿Sigue siendo tan boludita?». Me gustaría cruzármela ahora y decirle: «¿Sabés qué? Estoy peor». Por suerte después de la infancia todo se pone más simple y viene la fácil tarea de transitar la adolescencia. Esta etapa, en vez de traerme granos y tetas, me descontroló lo que al tiempo me diagnosticaron como trastorno obsesivo compulsivo. Siempre tuve tics nerviosos y algunas manías, como pestañear mucho más de lo normal, poner las manos frente a mi cara para no ver las puntas de la mesa del televisor o necesitar que si me tocaban un lado de la cara tocaran también el otro. La mayoría de estos impulsos venían con la idea de que no hacerlos generaría una tragedia. Me daba cuenta de que no era racional pero no me podía arriesgar. Empecé a revisar que las perillas de las hornallas estuvieran perfectamente verticales y los interruptores de luz bien apretados. Me empezó a molestar que chocaran algunos materiales; si por ejemplo apoyaba fuerte un tenedor en la mesa después pasaba la mano, y revisaba bajo todas las camas de mi casa, adentro de todos los placares, detrás de todas las cortinas. Era tan agotador física y mentalmente que llegué a ver televisión con un espejo en la mano para poder revisar la zona sin tener que levantarme. No pensaba que hubiera alguien, simplemente necesitaba hacerlo y reprimirlo se sentía como que te pique muchísimo el cuerpo y no te dejen rascarte. Vi-

vía a dos cuadras del colegio y llegaba tarde por controlar todo, irme, volver y controlar de nuevo. Mis viejos me esperaban pacientemente porque, aún sin saber exactamente qué pasaba, veían que no lo podía manejar. Al mismo tiempo, vivía con ganas de vomitar. Nadie disfruta sentir náuseas todo el tiempo, pero además me paralizaba porque vomitar me parecía, me sigue pareciendo, una pesadilla. Sentía que si empezaba no iba a poder parar y me iba a morir. Los médicos me diagnosticaban gastritis o decían que no era nada. Ninguno nombró la palabra ansiedad. A veces decían que era estrés y tenía que soportar los «¿Qué estrés podés tener vos?». Mientras tanto lloraba en silencio de noche porque me quería levantar a revisar todo pero estaba puesta la alarma de la casa y si me metía a algunas habitaciones despertaba a todo el barrio. Empecé a obsesionarme con los vencimientos y temerle a las comidas. El miedo a vomitar empezó a controlar mi vida, no desayunaba para animarme a ir al colegio y solo comía algo en el último recreo porque faltaba poco para irme. A media mañana veía a mis compañeros tomar chocolatada y comer facturas y no veía la hora de llegar a casa y callar el estómago. Sin embargo, este desastre que tenía adentro estaba contenido: no se notaba ni me impedía llevar una vida de adolescente normal que consistía principalmente en caminar o dar vueltas en bicicleta por el centro del pueblo mirando chicos. Amaba salir, quería estar todo el día en la calle o ir al boliche con mis amigas. Me ponía una pollera con volados color cámel y una remera con un solo hombro y mis viejos me tenían que poner en penitencia un mes porque volvía cada vez más tarde. Cuando pasaba esto le mandaba cartas a una amiga de Corrientes y las terminaba con «desde la Bastilla, Gaby», como si fuera una tragedia no ir a encorvarme al boliche con mi metro ochenta mientras las otras chicas bailaban. Cambié la cantimplora por otras formas de control que sentía que me ayudaban: no tomaba alcohol para

LA VIDA COMENZÓ CON UN PECADO DE GULA. (FEDERICO PASO VIOLA) 147


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no vomitar y casi no comía antes de salir a bailar. Pero de a poco empecé a acortar los tiempos que aguantaba afuera. Odiaba juntarme con mis amigas a las diez de la noche e ir al boliche recién a las tres de la mañana, pero no por aburrimiento: sentía que no podía aguantar tantas horas sin sentirme mal. Una vez que estaba en el lugar acortaba el tiempo yendo al baño a charlar con la mujer que daba papel higiénico y chicles, y salía rogando que ya fueran las diez de la mañana. Al principio de mi adolescencia estos episodios de no aguantar estar mucho en un lugar eran esporádicos, pero con la edad las cosas fueron empeorando hasta que una noche yendo en un taxi a un boliche en otra ciudad pensé: «Ojalá choquemos». No deseaba mi muerte ni la de nadie. Pero no podía más, faltaban muchas horas de estar lejos de mi casa, tenía miedo de vomitar, quería que todo se detuviera. Sentía que se me aflojaban las extremidades, que todo daba vueltas y que mi cuello ya no podía sostener la cabeza. Quería chocar y despertarme en un lugar seguro. Y otra vez, como en el río, solo yo veía que me estaba por llevar el agua y me iba a reventar la cabeza contra una piedra. Yo ni sabía lo que era la ansiedad. No conocía gente con depresión, nadie hablaba de salud mental y nunca se me ocurrió googlear si lo que me pasaba tenía nombre porque solo usaba internet para ponerme nicks de messenger que creía que transmitían profundidad y rebeldía. Pero sentía que algo andaba mal, así que hablé con mi vieja y empecé terapia. La primera psicóloga a la que fui sólo quería hablar sobre si me gustaba alguien, como cuando un nene pide jugo y veinte adultos se inclinan encima suyo y le preguntan si tiene novia. En la siguiente sesión le dije: «Siento que ya estoy curada» y no fui más. La segunda psicóloga sí prefería trabajar antes que dormir la siesta y le puso nombre a lo que me pasaba. Me habló del TOC y de la ansiedad generalizada. Me dio herramientas para enfrentar situaciones que

me estresaban y me derivó a un psiquiatra. Con su ayuda y muchísimo esfuerzo terminé el colegio y hasta pude ir de viaje de egresados. Fui medicada hasta las pestañas y al tercer día casi me mandan de vuelta a mi pueblo porque no había comido nada y sobrevivía con gaseosas, pero resistí. Me caía al piso de la nada, estaba muy por debajo de un peso sano y estaba tan boleada que en un cuatriciclo confundí frenar con acelerar, choqué y me di vuelta. A veces miro las fotos de esa época y no puedo creer que aguantaba parada ni que ahora luzco como si me hubiera comido a esa persona. Después de eso me mudé a la ciudad a estudiar Cine y Televisión. Si un actor necesita llorar y no le sale, le podrían dar una copia del texto que escribí en un retiro de orientación vocacional donde debíamos poner cómo nos imaginábamos de grandes. No soy la primera persona en descubrir que los planes que hacés para tu vida no siempre se cumplen. Planeaba un año sabático en Europa y terminé pasando el día de la madre sola en Córdoba Capital porque no me animaba a tomar un colectivo para pasarlo con mi familia. Me imaginaba recibiéndome a los veinticuatro y haciendo documentales para ganar plata mientras me realizaba artísticamente dirigiendo películas indies, aunque esto habla más de mi poca noción de cómo funciona el mundo que de mi salud mental. Tuve que dejar de estudiar porque la ansiedad que me generaba me estaba destruyendo y dejé de trabajar porque me dormía llorando de terror y me pasaba todo el día sin comer. Me visualizaba saliendo a fiestas, yendo al cineclub todo el tiempo, sacando fotos y cogiendo con desconocidos. No eran deseos extravagantes, era la vida normal que hacían mis compañeros: mientras ellos salían a tomar alcohol yo hacía fondo blanco de antidepresivos y coca cola. Siempre pensé que la agorafobia era tener miedo a los lugares abiertos y me imaginaba alguien con terror a estar parado en el medio del campo. La veía como una fobia muy lejana a mí, como tener miedo a ser de-

RUIDOS MOLESTOS PARA LA SIESTA LITERARIA. (FLAVIA MAGRINI) 148


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masiado exitosa. Cuando me explicaron que en realidad es tener miedo a lugares de los que no te podés ir, sentí que la estructura de mi pensamiento tenía explicación. Me costó mucho aceptar ese diagnóstico porque sentía que me condenaba al fracaso, que nadie vive grandes cosas desde su sillón. La vida está entre la gente, en los viajes, en el trabajo, no en tu casa llorando. Pero ya no podía negar que esa palabra maldita era lo que me estaba pasando. Tuitear «inventé una emergencia familiar para irme de una cena en teoría romántica cuando en realidad sentía que me moría» es más divertido pero más solitario que googlear agorafobia y leer que lo que te pasa no es tan inusual.

no tenían solución. Una de ellas es la distancia: nada ni nadie me podía proteger de tener un ataque de pánico en un embotellamiento o en la ruta. Otra situación que tampoco parecía tener salida era recibir visitas. Venían amigos a mi casa y la pasaba bien pero después de un par de horas era como si de repente se me acabara el combustible y necesitara quedarme sola. Echar a la gente no está tan bien visto como querría, así que después de aguantar situaciones desesperantes como que a las tres de la mañana un amigo diga «¿compramos unas cervezas?», dejé también de recibir visitas. Mi zona segura se hizo cada vez más chica y solitaria. Viajaba menos, visitaba poco a mi familia, compraba solo en lugares cercanos a mi departamento, me alejé de la gente que no lo entendía y dejé de ir a la universidad. Mi agorafobia nunca fue tan severa como para no poder pisar la vereda. A veces puedo pasarme el día en la calle e ir alejándome de a poco de mi casa y otras me tienen que ir a buscar a la farmacia porque no sé cómo atravesar la caja sin largarme a llorar por la ansiedad. A veces saber que existe la posibilidad de irme me tranquiliza y termino no necesitando hacerlo. Cuando eso pasa soy una persona con una vida casi normal. Voy a un bar con la tranquilidad de poder irme a la media hora y termino volviendo a mi casa cuando los mozos empiezan a barrerme los pies. Pero a veces algo pasa como que hace demasiado calor o siento que algo que comí está vencido y ese frágil equilibrio que tanto me costó conseguir se rompe y necesito estar en mi departamento lo antes posible, donde puedo sentirme mal y nadie me ve. Antes de convertirse en la explicación a por qué siempre me sentía enferma, la ansiedad era para mí eso que sentía cuando el chico que me gustaba llegaba al boliche o cuando esperaba la nota de un examen. Cosquillas en la panza, las manos inquietas y, como mucho, la respiración levemente acelerada. Lejos estaba de saber que esta palabra que siempre usaba para explicar momentos incómodos era

E

n la escuela primaria mi día era más llevadero si sabía que mi vieja me iba a sacar de clases más temprano; sentir el golpe de sus pulseras en el pasillo me hacía sentir segura. En mi adolescencia pasaba tardes enteras en el lago con mis amigas pero me sentía más tranquila si sabía que alguien con auto me podía llevar rápido a mi casa si me sentía mal. Al crecer, cuando íbamos en auto al boliche en otra ciudad, necesitaba sentarme sí o sí contra una puerta o ir en el asiento del acompañante. No es nada del otro mundo querer perderte la clase de matemática o no querer caminar, pero en mi caso eran pequeñas muletas que usaba sin entender bien por qué y las hacía pasar por otra cosa, hasta que de a poco y casi sin darme cuenta empecé a usarlas casi todo el tiempo. Necesitaba tener el control: en la universidad me sentaba al fondo, en el cine al lado del pasillo, en los restaurantes al lado de la puerta aunque hicieran dos grados bajo cero. La única forma de enfrentar situaciones que para el resto son normales era controlar todas estas cosas rigurosamente. Pero si algo salía mal, si el lugar cuidadosamente elegido estaba ocupado, mi ansiedad escalaba hasta que tenía que irme. Como la vida no se puede controlar como si fuera una maqueta, había situaciones que

PARA DECONSTRUIR ALGUNOS MACHISMOS HARÍA FALTA PICO Y PALA. (GUILLERMO DAVID GARCÍA) 149


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la que definiría llorar sentada en el piso de la ducha pidiéndole a quien sea, incluso a veces hasta al Dios en el que no creo, poder ir a encontrarme con amigos sin vomitar en la calle. Si tenés la suerte de que la ansiedad nunca te haya ahorcado de esta forma, entender mi terror a sentirla estando lejos de mi casa es casi imposible. ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Que se te seque la boca en el bondi? Para la mayoría de la gente con ataques de pánico, lo peor es morirse; en mi caso, es descomponerme. Si sacás la causa psicológica no es tan difícil de entender: nadie quiere vomitar encima de otra persona en un colectivo. La muerte en esos momentos se siente como un atajo de teclado que podría apagar todo el sufrimiento de golpe. Terminé ideando un hobbie macabro que no le podía confesar a nadie: cuando llegaba a un lugar y quedaba muy lejos de la puerta, dejé de buscar cómo irme y empecé a pensar en qué lugar podría dejar de existir. A la madrugada, boludeando en internet para no estar ni un minuto en contacto con mis pensamientos, terminaba viendo esos videos inspiracionales que te dicen que dejes todo y viajes, que te sueltes de las cosas que te atan, que le pegues un tiro en la cabeza a tu jefe y huyas del país y te pongas un bar en la playa. A veces entre la música y las frases pegadizas sentía que esta especie de droga optimista me hacía efecto y que podía con todo. Al día siguiente me despertaba empoderada y salía lista para enfrentar el mundo, hasta que a las seis cuadras de mi casa el mundo me escupía y terminaba llorando en el baño de un bar. La idea de enfrentar tus miedos es una linda frase para bordar en un almohadón pero cuando tu miedo es una fobia que paraliza tu vida, hacerlo de golpe puede ser contraproducente. Todo el trabajo que hacía en terapia para enseñarle a mi cerebro que eran miedos irracionales se desmoronaba cuando me descomponía a tres kilómetros de mi casa. A la edad en la que debía estar lidiando con que me rompan el corazón y rendir mal,

se le sumó la mochila de la ansiedad. Estaba enojada y triste por no tener una vida común. Me frustraba, aún lo hace, sentir que todos podían vivir una vida que para mí era inalcanzable. Al mismo tiempo, saber que obviamente hay gente que la pasa aún peor y que soy muy privilegiada en otras cosas, me hacía sentir culpa por no lograr estar bien. Pero aún esa gente podía despejarse sentada en una plaza y yo tenía que lidiar con todo presa en mi propia casa. Que es mucho más linda que una celda, pero que no deja de ser una cárcel. Todo el tiempo me decían que los veinte eran la mejor edad y me asfixiaba pensar: «si ahora la estoy pasando así, ¿qué me espera a los treinta?». Esta sensación de que se me pasaba la vida y no lograba ser normal le dio la bienvenida a algo nuevo: la depresión. Salvo hermosas excepciones, las series y películas muestran a las personas con depresión como gente flaca que se encierra en su cuarto a escuchar música y escribir. Se irían corriendo del cine si mostraran cómo viví yo durante tanto tiempo. La depresión estaba entrelazada con el TOC y mi cada vez más acentuada agorafobia y esto, sumado a que siempre odié limpiar, terminó en desastre. Cuando decís TOC, lo primero en lo que piensa la mayoría de la gente es una casa inmaculada. Yo tuve la desgracia de que me pegara para el otro lado y vivía bajo una montaña de basura. Entre el hartazgo que tenía y que el TOC a veces hace que te cueste desprenderte de cosas materiales, mi monoambiente parecía un Dónde está Wally donde lo que tenías que encontrar eran el piso y mis ganas de vivir. Mi fobia a vomitar había evolucionado hasta convertirse en una relación tóxica con la comida. No la que tengo ahora, que consiste en comer como si no hubiera un mañana, al contrario. Odiaba comer, masticaba llorando y me iba a escupir al baño. Mi mente había encontrado una nueva forma de torturarme: todo me hacía pensar en cadáveres en descomposición y cada vez que

SINCERAMENTE NO SE ME OCURRE NADA, DIJO NINGÚN POLÍTICO NUNCA. (JUAN ARMENGOL) 150



TICS MODERNOS

masticaba sentía que estaba masticando a alguien. Dejé de comer carne porque era el paso lógico, pero no bastaba porque encontraba parecidos con gente muerta hasta en las verduras; el almíbar de las facturas era el pus que chorrea un cadáver, la tapa de tarta cruda era piel y una papa blanda era un cuerpo ahogado. Como la mayoría de las cosas me daba asco y pasaba días sin poder salir a comprar comida fresca, mi alimentación consistía en papas fritas y gaseosa. La coca cola, dulce, negra y gasificada, me ayudaba a bajar la comida sin sentirle el sabor ni la textura. El problema es que las bolsas de snacks y las botellas no se desintegran ni viene un duende y las tira, entonces se iban acumulando en el piso y la mesa. Lo positivo es que nadie podría haber entrado a robar porque el ruido de las bolsas era un sistema de alarma digno de Mi pobre angelito. No existe en la humanidad ninguna persona que haya pinchado tantas ollas como yo solo por no lavarlas. Si no podía limpiar los platos de tan pegada que estaba la mugre, los tiraba. Llegué a tener cincuenta envases de botellas retornables de gaseosa al lado de la puerta. Un día las miré y por fin hice contacto con la realidad de lo que estaba pasando: no podía vivir así.

M

ás allá de mi departamento, yo tampoco era un espectáculo muy hermoso. Las pocas veces que interactuaba con personas no parecía estar tan mal, me vestía y maquillaba para tapar las huellas de la angustia y la dejadez. Pero mientras que otra gente va a tomar un helado, yo tenía una muela quebrada desde hacía años porque me daba miedo ir hasta el consultorio del dentista. Me la pasaba adentro de mi casa llorando, mientras googleaba historias de gente que había superado la agorafobia (y que jamás encontraba), levantándome cuarenta veces de la cama para darle golpecitos a un cuadro, atravesando mi casa con los ojos cerrados para no mirar los espejos y ver alguien atrás mío, pausando obligatoriamente las series y pelí-

culas en caras alegres, lavándome las manos hasta hacerlas sangrar, contando las sílabas de cada palabra que decía, leía o pensaba y dándolas vuelta hasta terminar agarrándome la cabeza de agotamiento. Si me acordaba de uno de mis sobrinos tenía que pensar en todos y decir sus nombres para mis adentros y pensar exactamente cómo eran sus caras porque si me faltaba alguno o lo recordaba mal se podía morir. Me tiraba en el piso a llorar y llamar a líneas de atención al suicida que nunca atendían. Nadie sabía lo mal que estaba y mi familia durante mucho tiempo no entendía y pensaba que era un capricho o que estaba inventando. En esa búsqueda desesperada por encontrar una cura definitiva al infierno que estaba viviendo, y con el apoyo de mi familia que empezó a medir la dimensión de lo que pasaba, no caí al consultorio de un mago simplemente porque no encontré. Probé de todo. Confiaba en los psicólogos y los psiquiatras porque cuando el miedo a los efectos adversos y el hartazgo no me impedían seguir de forma correcta los tratamientos, a veces las cosas mejoraban. Pero cada tanto venía alguien a recomendarme algo alternativo y yo, ilusionada, iba y probaba. Mientras los médicos de verdad me enseñaban a enfrentar la realidad de que toda la vida voy a tener que lidiar en mayor o menor medida con este cerebro y yo me sentía desahuciada, esta gente me prometía que con piedras y bailes me iba a curar para siempre. Y yo soy escéptica pero la desesperación te pone ciego. Cuando alguien dice que la medicina tradicional solo quiere sacarnos plata yo pienso en la cantidad de ropa que hubiera podido comprar con todo lo que gasté en estas cosas que bordean la brujería. Una época en la que estaba particularmente mal y habíamos pasado un sábado a la tarde lluvioso haciendo una gira turística por neurospiquiátricos, me pasaron el dato de un hombre que podía ayudarme. Me atendió a las once de la noche y varias veces más hasta que decidí que mejor directamente quemaba

SI VES A ALGUIEN BUENO, IMÍTALO; SI VES A ALGUIEN MALO, EXAMÍNATE. (JUAN MERCADO) 152


GABRIELA MENICHETTI

la plata. El primer día me acostó y me dijo que tenía una pierna más larga que la otra y que eso me desequilibraba emocionalmente. Me pasó las manos por encima sin tocarme, luego me estiró la pierna supuestamente más corta y me dijo: «Con eso que te hice te extendí la pierna». Creo que el único motivo por el que no me reí a carcajadas fue por la amargura de haber gastado mil pesos en eso. Después de pasar por otros profesionales de la salud que hicieron cosas como inyectarme las encías y el cráneo sin mostrarme antes la jeringa ni decirme qué me estaban poniendo, o hablar con espíritus que estaban parados detrás mío y les revelaban cosas sobre mi pasado, volví corriendo a la terapia nuestra de cada día. Tengo un montón de privilegios, gente que amo y me ama, ayuda económica que hizo que pueda trabajar dibujando desde mi casa en vez de haberme matado de desesperación y un psicólogo al que voy hace algunos años y que me cambió la vida. Desde afuera puede parecer que aceptar que no hay una cura definitiva equivale a bajar los brazos, pero la idea de que una recaída no es el fin del mundo a mí me mantiene viva. La primera vez que sentí que salía de la depresión y podía tener una existencia relativamente normal, ir a recitales, a bares con amigos y al cine, me di cuenta de que nunca había pensado a futuro y de repente no sabía qué iba a hacer con mi vida. No tenía una carrera, no sabía a qué quería dedicarme, mi salud estaba destruida y había subido 35 kilos por culpa de los antidepresivos, el desorden hormonal, la vida sedentaria y los sanguchitos. Y pensar en el futuro incluía algo que tenía relegado cuando mi prioridad era revisar las instalaciones eléctricas de todo mi departamento: volver a coger. Mi primer novio antes había sido mi amigo, ya sabía dónde se metía. Con él no tuve que salir del closet de la ansiedad, ni explicarle nada. Pero luego, cuando decidí que tenía ganas de estar con alguien de nuevo, no sabía cómo hacer. Lo único claro era que

tenía que conocerlo por internet. Pero después, suponiendo que enfrentaba mi miedo a salir y los complejos con mi cuerpo, ¿cómo le explicaba a esta pobre víctima que a veces me despierto gritando? Que si me pegás un chirlo en la cola tenés que pegarme en la otra nalga o me molesta, que no sé si alguna vez voy a poder subirme a un avión, que si vamos al cine tenemos que sentarnos cerca del pasillo, que la agorafobia es como un elástico que está unido a mi cuerpo y que a veces me deja viajar dos mil kilómetros pero a veces estoy en la farmacia a una cuadra de mi casa y empieza a tirar y me dice que ya está y debo volver. ¿Qué aplicación de citas tiene una sección para advertir todo eso? Suponiendo que estoy bien y aún no se nota lo difícil que es todo estando conmigo, ¿hasta cuándo es justo ocultárselo? ¿Desde cuándo empieza a contar como una estafa? Mientras las otras chicas tenían preocupaciones súper válidas como «¿y si no se le para?», «¿y si no pegamos onda?», «¿y si usa ojotas en la ciudad?», yo pensaba todo el tiempo «¿y si tengo un ataque de pánico en el cine?», «¿y si me cocina y no revisa los vencimientos?», «¿y si me cago encima en la cena?». Empecé a conocer gente en las redes sociales y en una aplicación de citas. A veces me juntaba con alguien y estaba todo bien, a veces a las dos de la mañana en pleno invierno lo echaba de mi casa porque no aguantaba más y quedaba como una princesa de hielo que simplemente no estaba tan interesada. Cuando me quedaba sola aprovechaba para comer todo lo que no había comido enfrente suyo porque tenía miedo de vomitarle la boca, así que me echaba llena como un sapo a ver televisión en vez de pasar por la incómoda situación de despertarlo al día siguiente con los rugidos de mi estómago vacío. Ahora ese baile infernal de mantener distancia para no tener que explicar que no soy la mujer relajada que recorre el mundo probando comidas exóticas terminó porque estoy de novia desde hace dos años. Él sabía

LA PUTA QUE LOS PARIÓ, QUÉ CARA ES LA REVISTA ¡Y ME LA COMPRO IGUAL! (JULIETA MERLO) 153



GABRIELA MENICHETTI

desde antes que mi cerebro tiene quinientas pestañas abiertas. Sin que me diera cuenta fue haciendo cosas para que yo me animara a verlo, a comer frente a él, a dormir juntos. La primera vez que pude a ir a su casa pensé: «No puedo creer que exista estar así de feliz». Supo lo que yo necesitaba para hacer que las cosas funcionen cuando ni yo lo sabía. Al principio comíamos sentados en la vereda porque si me sentía mal podía irme sin sentir que lo echaba de mi casa. Salir a pasear consistía en dar vueltas a la manzana y merendábamos siempre en un bar lleno de viejos porque quedaba cerca. Me hizo recordar que detrás de mi diagnóstico se ve mi personalidad, mis intereses, mi sentido del humor. Pero también que estas dificultades me atravesaron y ayudaron a formar quién soy y eso no está mal. Nunca dudo de nuestra relación pero ahora me persiguen un montón de miedos que antes no tenía. Me da miedo no mejorar y no poder viajar juntos, me tortura no poder ver a sus padres tan seguido, me aterra que le pase algo y no ser lo suficientemente fuerte para hacerlo sentir seguro por una vez. Me atormentan estas cosas porque también son miedos sobre mí. ¿Podré ver más seguido a mis sobrinos? ¿Tendré fuerzas para enfrentar una pérdida importante si lloro hasta con publicidades? Al momento de escribir esto estoy bien. Mi novio cocina, mi gata duerme al lado mío, suena música que me gusta. Mi departamento está impecable y cuidadosamente decorado. Ya no hay botellas en el piso. A nivel más amplio, la semana pasada no pisé la vereda ni una vez, me tortura el dolor de panza crónico (que supongo tiene origen

Alberto Montt Quito, 1972

nervioso), me alegra pero también me agota que toda la gente que conozco esté planeando viajes mientras yo no puedo irme de vacaciones ni a Chascomús. Incluso ahora que mi TOC está bastante bajo control, si en cualquier momento me preguntan si tengo algún tic nervioso estoy haciendo por lo menos cinco. Escribo esto parando a cada rato para tocarme cada una de mis uñas, pasando un hilo imaginario entre las cosas, apretando las articulaciones de codos y rodillas y haciendo un ruido imperceptible con la garganta. Sé que la paso mucho peor que alguna gente pero también la paso mucho mejor que otra. A veces siento que tengo fuerzas para enfrentar cualquier cosa y otras no puedo salir de la cama. Pero estoy bien. La semana pasada quería morirme y pensé que necesitaba internarme, pero estoy bien: sentirme feliz unas horas es el «estar bien» realista que se acomoda a mi vida. Ahora me voy a sentar a cenar. Voy a oler que la comida no esté rancia y a perderme partes de la serie por estar cerrando los ojos para hacer un tic. Voy a revisar que ningún cable de mi casa quede colgando así mi gata no se ahorca y después voy a acostarme. Y voy a dejar un vaso de agua en la mesa de luz. Como la cantimplora que llevaba a la escuela, probablemente ni lo toque, porque no me voy a ahogar. Pero siempre voy a estar preparada. x

(Pero chileno de alma). Se convierte en humorista gráfico desde Internet, con su blog Dosisdiarias.com, donde dibuja una viñeta al día que es festejada por una enorme comunidad de lectores de muchas partes del mundo. Dibuja en Orsai desde que el mundo es mundo.

EL EXCESO DE TRABAJO NO JUSTIFICA LA FALTA DE TALENTO. (NICOLÁS CAGIAO) 155


SOBREMESAS

HILO INVISIBLE

EL DELGADO

HERNÁN: Vos tenías varios TOC cuando eras chico, ¿seguís teniendo ahora? CHIRI: Algunos todavía me quedan. H: ¿Por ejemplo? C: Si voy caminando por la vereda al lado de una persona que quiero, o que me importa mucho... H: ¿Un hijo por ejemplo? C: Sí. Un hijo, una esposa, una madre. H: Ok, entendí. C: Bueno, si voy caminando con gente que quiero no puedo permitir que ningún peatón despistado pase por el medio de nosotros. H: ¿Por qué? C: Porque ese peatón que nos atraviesa se está llevando enganchado el hilo que nos mantiene unidos a mí y a la persona querida, y eso es terrible, ¿entendés? H: Supongo que lo decís porque en algún momento el hilo deja de carretear, hace tope y se corta. C: Exacto, y ahí es cuando irremediablemente tu destino y el de la persona querida se dividen y agarran caminos distintos. H: Y lo peor es que eso puede pasar en cualquier momento, el hilo se puede cortar cuando uno menos lo espera. C: ¡Qué bueno que me entiendas! Hace poco le confesé este TOC a Pedro Mairal y me dijo que a él también le pasaba, pero que no era un TOC sino una gran verdad. Es más, según él, no somos los únicos en conocer este secreto. Él dice que somos muchos más, pero que por temor permanecemos ocultos.

H: ¿Tuviste que hacerlo alguna vez? C: ¡Muchas veces! En la calle, incluso en otros países. Y nunca me arrepentí. H: ¡Qué importante que es saber esto! Gracias por compartir esta información. C Hablando de todo un poco, ¿cómo llega la chica del TOC a la revista? H: ¿Gabriela? La sigo en Twitter, es dibujante y su nombre virtual es @gabuleta. Un día hizo una especie de catarsis respecto a su enfermedad. Le puso de título «Pequeña explicación sobre qué significa pasarla como el culo» y me acuerdo que la leí de un tirón. Eran un montón de recomendaciones para quienes no entendemos esta enfermedad. Y me parecieron muy útiles. C: ¿Y la llamaste para que escriba, así de una? H: En realidad le pedí ese texto, y después entre Josefina y Martín Felipe la fueron guiando hasta conseguir un trabajo más literario. C: ¿Vos tenés algún TOC? H: Casi ninguno. C: Si decís «casi» es porque tenés alguno. H: Son boludeces. C: Decime uno. H: Cuando veo gente que viene de la mano por la calle, o que yo interpreto que se tienen cariño o un amor profundo, primero me hago el boludo... Y después, cuando se acercan, paso de prepo por el medio de ellos. Y al toque salgo corriendo en dirección inversa. Mientras corro les grito: «¡Me estoy llevando el hilo, hijos de puta! ¡Agárrenme si pueden!». Es un TOC muy serio que tengo.

H: ¿Qué hay que hacer cuando te das cuenta de que alguien se está llevando tu hilo? ¿Hay que cagarlo a trompadas?

C: ...

C: No, tenés que correrlo para que no se te escape, rodearlo por adelante y después desandar el camino. Esa es la fórmula para desenredar el hilo.

H: ¿Por qué agarrás la mochila? ¿Te tenés que ir?

H: ¿Qué pasa? ¿Por qué me mirás así? C: No, nada. Todo bien. C: Sí, mañana seguimos. Un beso grande. x

EL AZAR NOS HACE HUMANOS; LA REBELDÍA, LATINOAMERICANOS. (AGUSTINA ETCHART) 156


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(antología)

LAS REGLAS DEL COMBATE Relatos de LUZ VÍTOLO Ilustrados por MATÍAS TOLSÀ

E LUZ VÍTOLO Buenos Aires, 1987 Escritora, docente, guionista. Es licenciada en Letras por la UBA, docente del taller de escritura El Cuaderno Azul y de la Universidad del Cine. Dirige ETC Soluciones Textuales, un emprendimiento dedicado a ayudar a todos los que necesiten producir textos de calidad. Entre otras cosas, ha ayudado a escribir autobiografías, textos políticos y académicos. En 2017, su libro de cuentos «Descarnados» fue finalista del concurso Ficciones organizado por la Ciudad de Buenos Aires. Su interés por lo oculto es inagotable.

l año pasado el Ministerio de Cultura de la ciudad de Buenos Aires lanzó un concurso de cuentos por los treinta años de la muerte de Borges. Pero después de la resolución del jurado pasó algo raro: vencidos los plazos, el ministerio no anunciaba el nombre del ganador. Dieron algunas excusas y luego nada, silencio. El tiempo pasó y los finalistas empezaron a levantar ansiedad. Por un amigo en común, Luz Vítolo se enteró del nombre de otra escritora que al igual que ella también había quedado seleccionada como finalista. Empezó a tener sueños recurrentes donde esa otra ganaba el concurso. Era un premio de 80 mil pesos, con jurados de lujo (Pedro Mairal, Selva Almada, Pola Oloixarac y Félix Bruzzone), publicación y entrada triunfal en el mundo literario. Los sueños se transformaron en pesadillas, y el retraso ya llevaba seis meses. Vítolo, que además de docente es tarotista y astróloga, siguió teniendo esos sueños premonitorios cada vez más seguido. Hasta que finalmente se anunció la ganadora, y era la otra (Tamara Tenenbaum, también presente en este número). El sueño se hizo realidad: perdió el concurso. Lo sorprendente (o no tanto) es que los cuentos de Vítolo muchas veces hablan sobre perdedores. Sobre el que queda, o se queda, o lo quedan, en las sombras. Su libro es excelente y va a encontrar editorial pronto; mientras tanto, Orsai se complace en presentar dos de sus cuentos sobre oscuros perdedores. En mundos transfigurados, habitados por aspirantes a reinas de la belleza y de la pantalla, los protagonistas juegan a la guerra, sin saber que desconocen las reglas del combate. Pero ya las están por aprender.

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(uno)

Espuma En la nariz


E

ra una noche pegajosa, de esas en las que los cascarudos se enganchan en el pelo y pretenden esconderse en la boca. Padme miraba a Mar de reojo, esperando que se diera media vuelta. Sentía sus ojos clavados en el costado de su cara, pero no le hizo el favor de mirarla. Su mamá se la había enchufado sin siquiera preguntarle. Decía que la iba a pasar mejor con una amiga, pero Padme era su prima. Le llevaba un poco más de un año y dos de colegio. Mar ya estaba grande para que le invitaran amigas a jugar, sobre todo a alguien de cuarto. La mamá de Mar había empezado a salir con Héctor hacía dos años, pero estas eran las primeras vacaciones que pasaban en lo de él. No había mucho para hacer. No tenía pileta y sus perros eran todos viejitos. Ni siquiera tenía televisor. Nunca lo hubiera admitido, pero la llegada de Padme la había salvado de una semana soporífera llena de siestas. —¿Podemos comprar espuma cuando lleguemos? —preguntó Mar para romper con el silencio del auto. Héctor no le contestó. Le hacía lo que ella le estaba haciendo a Padme. Empujó con un dedo el cassette que sobresalía del equipo del auto y empezó a sonar una canción en inglés que no entendían. Cada vez

que se cruzaban con algún auto, se levantaba una polvareda que los dejaba ciegos. Héctor les había enseñado que había que bajar la velocidad en las curvas cuando eso pasaba, pero esa noche él no frenaba ni siquiera para doblar. Se los había explicado hacía unos días cuando lo acompañaron al pueblo y él las había dejado manejar el volante por turnos. A la ida, le tocó a Mar sentarse sobre su falda. A la vuelta, a Padme. La luna estaba casi llena. Si la miraban fijo, se podía ver la medialuna roja que faltaba. Mar se lo señaló a Padme. Ella miró solo porque había vuelto a hablarle, no porque le interesara. Esa semana se habían peleado tres veces. Día por medio la convivencia llegaba a un punto de saturación y el enojo de Mar era parte del ciclo vital. Cuando esto ocurría, Padme se retiraba a dibujar, hasta que a Mar se le pasaba y le proponía otro juego. —¿Trajiste plata? —le preguntó Mar en voz baja. Su prima asintió. La mamá la había mandado con una cantidad absurda de dinero que no tenían dónde gastar. Le habían dado algunos billetes al peón que ayudaba a Héctor en la chacra para que les trajera golosinas del pueblo, pero volvió con un turrón horrible que se pegaba en los dientes y se estiraba sin partirse.

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—¿Les gusta Creedence? —dijo Héctor, lo primero desde que había arrancado el auto. —A mí sí —contestó Mar—. A Padme no. Padme se quejó en silencio y Mar le sonrió desestimándola. A medida q ue se acercaban, cada vez más gente se juntaba alrededor de la plaza. Era la primera vez que iban a un corso. Padme no le contó a Mar de los corsos a los que la habían llevado en La Plata para no contrariarla. Mar pensaba que su prima era de una ciudad aburrida en la que nunca pasaba nada y a veces la burlaba por cómo hablaba. Las esquinas de la manzana de la plaza estaban cubiertas con largas telas blancas para que nadie se colara. Héctor les había dicho que solo las llevaría si lograban entrar gratis: disfrazarse era la única manera de hacerlo. Mar se vistió de cocinera. Se puso un delantal sucio con algunas quemaduras que encontró en un cajón de la cocina y agarró una manopla para completar el conjunto. Padme se disfrazó de gaucha: se puso unas bombachas de campo y una faja de Héctor. El chico de la entrada no la quiso dejar pasar. Dijo que eso no era un disfraz, que era ropa normal que usaba la gente y que tenía que pagar. Atrás de ellos, un montón de chicos que se habían disfrazado de señoras. Tenían vestidos de viejas, medias largas, tacos y carteras que revoleaban por el aire mientras se reían. Se veían raros y daban un poco de miedo. Héctor argumentó que para el caso esa también era ropa normal, pero el chico se paró firme en su postura. —¿Si disfrazamos a la gaucha de gaucho la dejás pasar? —insistió Héctor. El chico accedió resignado. Héctor le sacó el marcador y le dibujó un bigote grueso y negro en la cara. Cuando le agarró la cara para dibujársela, a Mar le dieron un poco de ganas de llorar. Héctor era bruto y Padme se veía horrible. Por suerte no se podía mirar en un espejo. La entrada salía cuarenta pesos. Entraron por la esquina más alejada. El es-

cenario estaba montado frente a la iglesia. Los tractores decorados arrastraban los acoplados en donde se habían armado las carrozas. Arriba se movían chicas felices vestidas con plumas y muñecos de la tele; a los lados bailaban las diferentes comparsas. Se activaban justo antes de doblar por la calle principal, donde se acumulaba la mayor cantidad de gente. Mar estaba feliz, pero Padme tenía mucho calor y sentía que la noche estaba rara, como cuando los cuadros están apenas chuecos. Había muy poca gente disfrazada que no perteneciera a alguna comparsa. Todos los que tenían vestuario especial participaban del desfile. Mar se sintió un poco tonta. Se sacó la manopla y se la enganchó en el short. —Mar, mirá —le dijo Padme tironeándole el brazo a su prima. Adentrándose en la oscuridad de la plaza, vieron caminar a la mujer más extraña de todas. Por el tamaño, parecía que debajo del vestido había un hombre alto. Llevaba guantes y cartera, pero no le vieron la cara porque tenía una máscara hecha de una bolsa de arpillera atada al cuello con botones como ojos. De la parte superior, colgaban unos chorizos negros y alargados de lana que hacían de pelo. Lo miraron hasta que se perdió en el corazón negro de la plaza. Héctor las llamó; se habían quedado atrás. Lo siguieron a través de la gente hacia el jardín de la iglesia, donde habían instaladas sillas y mesas delante de las parrillas improvisadas. Eligió una mesa y enseguida pidió una cerveza. Mar no había comido mucho y moría por un choripán. No se animaba a pedirle nada a Héctor esa noche. Su mamá y él habían tenido una pelea fuerte durante la cena delante de ellas. No entendieron bien de qué trataba, pero sí que ese era solo un episodio de una discusión más larga. Hacía una semana que su mamá les venía prometiendo que las llevaría al corso. Les aseguró que era divertido y les contó que iba a tocar un grupo de cumbia que ninguna de las dos conocía. También les dijo que les iba a

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comprar espuma para que jugaran a la guerra. Después de la cena, se quedaron en la cocina jugando a la escoba del quince y comiendo las moras que habían juntado esa tarde. Entre la pelea que habían presenciado y el reto que les había dado Héctor, supusieron que ya no iban a ir. Las regañó porque habían jugado a la guerra con las moras y Padme había manchado la pared del garaje. Mar era mucho más rápida y siempre esquivaba los ataques. En cambio, Mar le llenó a Padme la remera blanca con círculos rojos que parecían tiros. Héctor apareció tan decidido a llevarlas que no se animaron a decir que ya no querían ir. Amagaron a sentarse en la mesa de Héctor, pero él las mandó a circular. Les dijo que no quería verlas hasta que les saliera espuma por la nariz. Por suerte, habían llevado la plata de Padme; Héctor no se había ofrecido a comprarles nada. Las aspirantes a reina rodeaban la plaza sentadas en una toalla sobre el capot de los autos. Iban muy despacio, saludando lentamente. Sus manos se movían acuosas de un lado para el otro. Padme y Mar trataron de imitar el saludo, pero no les salía que fuera tan lento. Aunque los bichos se les pegaran como brillantina en el pelo, ellas nunca dejaban de sonreír. La más linda era la que viajaba sobre el auto rojo. Tenía un vestido de lentejuelas blanco, parecía una novia. Se compraron un pomo para cada una en la heladería. Padme quiso probarlo en el aire y el chorro decepcionante se le volcó en la mano. Mar agitó el suyo y lo probó en la espalda de Padme. El botón blanco era chiquito y se clavaba en el dedo. Cruzaron la calle para entrar en la plaza, donde corrían todos. Apenas pusieron un pie en el cordón, unos chicos menores les reventaron bombitas de aire en la cola y se alejaron corriendo. Se asustaron. Pensaban que solo se podía pelear con espuma. No tenían bombitas y tampoco les parecía divertido explotárselas a los varones en el cuerpo. Era claro que no sabían las reglas de batalla del corso.

—Mar, ¿qué hacemos ahora? —preguntó Padme. Se la veía paralizada y un poco temerosa. —Atacamos —afirmó Mar. Le señaló a Padme un chico que estaba apoyado en un poste de luz y se lanzaron a la carrera. Le llenaron la espalda de espuma y siguieron corriendo escapando de la represalia. Frenaron recién en la esquina. Se miraron y se empezaron a reír. Era un poco divertido. Pronto, espuma ajena les llenó las carcajadas. Habían sido embestidas por un grupito de cinco chicos que les tiraron en la boca y los ojos mientras las manoseaban. Mar trataba de golpearlos con el pomo en su oscuridad, pero no alcanzó a nadie. Se limpió la cara con la remera y enojada les gritó que en los ojos no se tiraba. Se refregó los ojos para forzar el ácido hacia afuera. Le pareció una maniobra mala leche. Agarró de la mano a Padme y la cruzó a los baños de la escuela. Había mucha cola, pero como parecía un lugar seguro lleno de adultos, se sentaron para planear sus próximos pasos. Los pomos todavía estaban enteros. Padme no parecía tener muchas ganas de seguir luchando, prefería sentarse a ver las carrozas pasar. Mar no dejó que se lo informara y dispuso un plan de acción. Su problema era de número. La solución evidente era aliarse con chicas de la misma edad para evitar la emboscada. Padme no se animó a contradecirla. Mar se acercó a tres chicas como ellas que estaban esperando para ir al baño. Estaban completamente mojadas, por lo que Mar supuso que iban a aceptar ser parte de su plan. Le dijo a Padme que le siguiera la corriente y les preguntó cómo les había ido con la espuma. La más bajita se llamaba Micaela. Tenía pinta de ser la líder porque era la que más canchera estaba vestida. Tenía la remera blanca empapada y se le transparentaba todo, aunque no parecía importarle. Se notaba que tenían experiencia. Micaela fue receptiva y convenció a Ayelén y Jackie de salir juntas.

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Cruzaron la calle para entrar en la plaza, donde corrían todos. Apenas pusieron un pie en el cordón, unos chicos menores les reventaron bombitas de aire en la cola y se alejaron corriendo.

Cuando las chicas terminaron con el baño, las siguieron hacia afuera e intercambiaron pensamientos. Micaela y Mar discutían como si fueran las comandantes de grandes ejércitos, a pesar de que Mar solo tenía a Padme que no era ni muy rápida ni muy fuerte. Les dijo a las chicas que se quería vengar de los que les habían llenado la cara de espuma. Ayelén les contó que todos tiraban en los ojos, que eso era lo divertido, que si quería devolvérselas los señalara cuando los viera y que juntas los enterraban en espuma. Quedaron en bordear la plaza en busca de los chicos y atacarlos entre las cinco. Corrieron formadas alejándose de las carrozas tirando chorros solitarios de espuma a quienes se acercaban demasiado. Aun con esta formación, Padme, que siempre quedaba última, recibió bombitas en la cola. Mar vio a los chicos de antes nucleados alrededor de uno de los postes de luz. Les hizo una seña a sus nuevas amigas. Se pusieron de acuerdo con las miradas y los corrieron lo más rápido que pudieron. Fue una pelea más justa y dinámica. Recibieron

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espuma en el pecho y dispararon en el pelo. De ese intercambio salieron victoriosas e incluso cómplices. Mar miró a Padme de reojo y notó que se empezaba a divertir. Pensó que su mamá tenía razón y que al día siguiente le contaría cómo junto a sus nuevas amigas dominaron el corso. Mar sacudió el pomo para confirmar que todavía quedara. Padme le llamó la atención y le mostró que a su pomo le faltaba el piquito blanco. Mar buscó tubos vacíos en el suelo y, entre los cadáveres, encontró un pomo con un cabezal más grande y cómodo y se lo cambió. Padme lo probó. Funcionaba perfecto, no dolía. —Che, no tengo más espuma —se quejó Jackie y tiró el pomo vacío contra un árbol. —Si querés andá a comprar y te esperamos —dijo Mar. —Es que no tenemos más plata. Este es mi segundo pomo. —Ah, malísimo —dijo Mar. Mar miró a Padme; Padme no se dio cuenta de lo que le estaba pidiendo. —Nosotras tenemos. Te prestamos y después nos devolvés cuando veas a tus papás —ofreció Mar. Jackie, tartamudeando, no podía creer que fueran tan copadas; Mar se lo vio en la mirada. Cuando tuvieron más espuma, Micaela les contó el nuevo plan. —Estamos listas para ir adentro —dijo. —¿Para adentro de dónde? —preguntó Mar curiosa. —De la plaza, ¿dónde va a ser? —contestó Jackie. Lo dijo de una manera burlona que no le gustó, pero Mar no dijo nada. La plaza estaba oscura, al margen de las luces de colores de la calle de la iglesia. El desfile había terminado hacía un rato sin que se dieran cuenta. La plaza estaba llena de árboles altos que bloqueaban la luz de la luna. No daba miedo, pero ellas no la conocían por dentro. Las chicas estaban decididas a que ese fuera el próximo


paso. Mar hubiera preferido seguir jugando en la calle, pero no quería ser la que dijera que no. —Mar, ¿nos vamos? Ya estoy cansada —le dijo Padme. Mar dudó. —Padme es medio cagona —la excusó con su tono más agrandado. Estaba diciendo exactamente lo que ella pensaba y le daba la excusa perfecta para no ir, pero la mandó al frente. Le dio un poco de culpa cuando Padme bajó la vista. Después le jugaría a la Casita robada para que la perdonara. —No me digan que las chicas de Capital tienen miedo —las provocó Micaela. —Nada que ver. ¿Venís, Padme? —la desafió Mar. Se adentraron en la plaza. No era tan oscura como parecía desde afuera, pero era claro que estaba en el límite del corso y la espuma no era suficiente defensa. Caminaron un poco más por la diagonal que se dirigía hacia el centro. Había varias personas más adelante, pero no se veía bien. Vieron sombras que corrían de un lado al otro. Mar le agarró la mano a Padme. Avanzaron un poco más, despacio. Desde la profundidad de la plaza, surgían risas. —¡Ahora! —gritó Micaela de pronto y comenzó a llenar a Mar de espuma. Los disparos venían de todas partes. Mar no podía ver porque Micaela le había apuntado a los ojos. Trató de devolvérsela, pero era inútil. No veía nada. Jackie o Ayelén le tiraban en la boca. Empezó a girar sobre su eje tratando de pegarle a alguien con el pomo, pero no le embocó a nadie. Se pasó la mano por un ojo y más o menos logró secarse. Las chicas le seguían tirando. Abrió la boca y sintió el chorro de espuma golpear contra el fondo de su garganta. Corrió hacia las luces de afuera de la plaza. Tuvo que soportar otra explosión de bombita antes de darse cuenta de que Padme no la había seguido. Se pegó a un par de adultos para que nadie la atacara. Trató de limpiarse. Tenía espuma en los oídos y la nariz. Le ardía cuando respiraba. Buscó

La tomó del brazo y Padme se achicó aún más. Le tocó la espalda y descubrió que no tenía la remera puesta. Retiró la mano como si su espalda de repente quemara.

a su prima con la mirada, pero no la veía. La llamó girando para cubrir más terreno. Mar corrió por el borde gritando el nombre de su prima hacia el interior de la plaza. No se animaba a entrar. Dio un par de vueltas para ver si la divisaba desde los ángulos, a la vez que cuidaba que nadie se le acercara. Amagó a buscar a Héctor, pero se arrepintió. La iba a retar si se aparecía sin su prima. Vio el escenario y se dirigió hacia él. En la tarima, un locutor entregaba los premios a la reina y las princesas del carnaval. Se acercó a una mujer en el costado que parecía estar organizando todo y le dijo que había perdido a su hermana, que si podía preguntar dónde estaba por el micrófono. En la playa se hacía así. Le contestó sin ganas que ahora no se podía, que volviera más tarde. Insistió. Le explicó que su hermana era más chica y que corría lento, que se habían separado adentro de la plaza y que era su responsabilidad. La mujer le pidió que se corriera, que estaba molestando. Mar quiso llenarle la cara

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de espuma. Bajó la escalera y rodeó el escenario y volvió a gritar el nombre de Padme bien fuerte para competir con los parlantes. —¡Padme! ¡Padme! ¡Pamela! Gritó hasta que la garganta comenzó a dolerle. Y ahí gritó un poquito más. Cuando se calló, logró escuchar, a través de los aplausos, de la cumbia y de la excitación, su propio nombre bajito que provenía de abajo del escenario. Se agachó y se asomó para mirar. Ahí estaba Padme, hecha bolita escondida detrás de una de las columnas de la estructura. Mar no llegaba a verla bien. —Padme, salí, vámonos —le dijo Mar—. Se va a caer el escenario y te va a aplastar. Padme continuaba en su bollo, ajena a los pedidos de su prima. Mar se quería ir y no tenía paciencia para sus caprichos. Todavía estaba dolida por la traición de Jackie, Ayelén y Micaela; quería irse lo antes posible. Tenía la ropa mojada y comenzaba a sentir frío. Los ojos le ardían. Llamó a su prima de vuelta. Como Padme no contestó, adivinó su enojo y desarrolló justificaciones en su cabeza. No había querido dejarla sola, pero no le había quedado otra opción. Las habían traicionado y cada una se defendió como pudo. Estaba segura de lo que había hecho. No había sido su momento más valiente, pero Padme no tenía derecho a hacerse la pobrecita. Se agachó un poco exasperada por su prima menor y reptó debajo de la tarima, un lugar con piso de tierra y lleno de la basura —botellas, envoltorios, pomos, cigarrillos y esas cosas de plástico que encontraban seguido en el baño de su casa desde que Héctor empezó a vivir con ellos, a veces flotando en el inodoro— que se había acumulado con el pasar de los días. La música del corso se escuchaba fuerte, pero sofocada en el detalle. Gateó hasta donde estaba Padme. La tomó del brazo y Padme se achicó aún más. Le tocó la espalda y descubrió que no tenía la remera puesta. Retiró la mano como si su espalda de repente quemara.

—¿Dónde está tu remera? —le gritó con tono acusatorio. Padme levantó la cara de entre sus rodillas y la miró. Con las manos se tapaba el pecho. Sus pezones todavía no eran más que un botón incipiente de vergüenza. Mar se sacó el delantal rápidamente y se lo pasó a Padme, quien no lo agarró. No sabía cómo ponérselo sin dejar de taparse. Mar se acercó y la ayudó a que se lo colocara. Le acortó las tiras para que la cubriera bien. Vio los raspones en el codo y anticipó las frutillas que le saldrían. La abrazó por detrás y Padme dejó que lo hiciera por dos segundos antes de empujarla para soltarse. —¿Estás bien? —preguntó Mar. Su prima no la miraba. —Padme, miráme, ¿qué pasó? ¿Qué hiciste con tu remera? El bigote de marcador se le había derretido sobre el labio superior. —Quiero irme —dijo Padme. —No nos podemos ir hasta que no me cuentes qué pasó. Mar se acercó para insistir y Padme retrocedió. —Me dejaste sola —le recriminó. Mar había anticipado el reclamo, pero su defensa había sido escrita para una Padme vestida. —Nos estaban tirando espuma a las dos. No te veía —improvisó. —Sos una mentirosa. Saliste corriendo. Te vi. Corriste y no te importó dónde estaba yo. Ni siquiera miraste para atrás. —Micaela me estaba tirando espuma en la cara —continuó excusándose. Nunca la había visto así, dolida y colérica. —Te fuiste y me dejaste sola —la interrumpió. —¿Dónde está tu remera? —insistió Mar. La cabeza se le había llenado de escenarios en los que no quiso detenerse. Necesitaba que Padme le contara para dejar de imaginar. Mar se acercó a su prima y la tomó de los hombros descubiertos.

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—Contame, Padme, por favor, contame. Padme comenzó el relato desde que vio a su prima correr desesperada hacia la calle. Le contó que Jackie la sostenía de las manos desde atrás mientras Ayelén le tiraba espuma y le pegaba rodillazos en la panza. Su relato era mojado y se entrecortaba. Micaela volvió y las tres se empezaron a burlar de ella. Trató de soltarse, pero Jackie le clavaba las uñas cada vez más profundo en las muñecas. —Mirá. Extendió los brazos para mostrarle las marcas. Contó que se empezaron a reír y Micaela dijo que quería ver si Padme tenía tetas. Se reían como hienas. —Micaela me levantó la remera hasta arriba —dijo llorando. Mar sentía cómo se le estrujaba la panza. Aguantó las ganas de taparse los oídos y ponerse a cantar bien alto. No quería escucharla más, pero ella había provocado el relato. Padme contó cómo le dibujaron tetas con el chorro de la espuma y luego borraron el dibujo con un manotazo. Ayelén no dejaba que se bajara la remera. Padme empezó a gritar lo más fuerte que pudo. —Te llamé y no viniste. Padme lloraba con ojos que querían explotar. En esa plaza oscura los que pasaban lo hacían corriendo y nadie se iba a detener. El grito hizo enojar a Micaela y le sacó la remera del todo. La tiró al suelo y la pisoteó. Finalmente, Jackie la soltó y la empujó para que cayera al suelo. Lo único que Padme quería era taparse. Se detuvieron cuando apareció el chico vestido de mujer que habían visto unas horas antes. Les gritó a las chicas y ellas se fueron corriendo en estado de euforia revoleando la remera como si fuera una bandera. El chico se acercó a Padme taconeando inestable. Ella no escuchó lo que le dijo, pero le dio miedo. Se levantó y corrió sin dejarse alcanzar. No quería que la tocaran ni que la vieran. No confiaba en nadie.

Mar se obligó a escuchar como si fuera una acusación, como si ella fuera Jackie golpeándola en la panza. Se sintió Micaela. Padme siguió contando su corrida a tientas, desorientada en una plaza extraña. Se tapaba como si se estuviera abrazando, usaba sus brazos para cubrir el máximo de piel. Encontró refugio en el escenario para lamentarse y esconderse de todos los que la habían dañado esa noche. No llegó a pensar cómo haría para que la encontraran. Estaba ocupada lamiendo la traición. Padme dio detalles específicos para que Mar supiera todo lo que había sufrido. Quería que comprendiera de qué exactamente era culpable. Mar escuchó el relato mientras el agobio se apilaba en sus pulmones. No sabía qué decir. Lo único que hubiera correspondido le pareció insuficiente y no se animó. El juego de pelearse y amigarse había desaparecido como las carrozas de la plaza. —Me quiero ir a mi casa —se plantó Padme. —¿Querés que lo busque a Héctor y te vengo a buscar? —Quiero irme a La Plata. Ahora. Mar pretendió abrazarla y Padme la empujó. —No me toques. Salieron de abajo del escenario y no volvieron a hablar. Caminaron sin rumbo y despacio para dejarse localizar. Héctor las encontró después de un rato. Las agarró del cuello, para sostenerse, y las escoltó al auto. Estaba contento. —¿A quién le toca manejar? Padme agarró las llaves. x

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(dos)

pEndEjo

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Luz Vítolo

—V

amos que es la última —gritó el director. Se sabe que algo es lo último recién cuando pasó, lo demás es especulación. Los finales son impredecibles; los mexicanos, idiotas, y mi casa estaba demasiado lejos. Mientras yo trabajaba en el D.F., mi madre contenía el llanto que brotaba de las cañerías de Jean Jaurès y al gringo al que le había alquilado el departamento a una cantidad ridícula de dólares. No sé si la decisión de aceptar el trabajo fue demasiado precipitada o si de verdad no podía soportar más estar en una ciudad que me lo estaba quitando todo. Mi descenso fue tan ordinario que cuando comenzó, no me di cuenta. En retrospectiva, entiendo que solo un pelotudo tarda tanto en aceptar lo evidente. Un martes, volviendo a casa doblado, luego de haber fallado en mi intento de ser infiel, fui asaltado por dos adolescentes, que probablemente no tuvieran navajas en el bolsillo. A Claudia le dije que me habían manoteado el teléfono en un colectivo lleno. No que a ella le importara demasiado. La desaparición forzada de mi celular servía para enmascarar que ya

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no queríamos mandarnos mensajitos, ni preguntarnos qué estábamos haciendo en el medio del día. Sirvió, también, para favorecer el descubrimiento de los otros mensajes, los de su teléfono, los que estaban dirigidos a Fernando, mi jefe, que era un poco mi amigo y que luego del saldo de cuentas dejó de ser cualquier cosa. Yo me quedé con el departamento que alquilábamos en calidad de damnificado. Mi venganza fue blanda y mezquina. Le arranqué una única página a cada uno de sus libros con cuidado, para que la relectura fuera amarga. Con una aguja, repasé algunos surcos de sus vinilos y saqué sus prendas preferidas a la calle. Sus objetos más preciados eran mis rehenes y mi tortura, imperceptible. Usé el tenedor en sus sartenes alemanas y acabé dentro de todas sus cremas. Borré su disco externo y dejé que las palomas anidaran en sus plantas. A Claudia le tomó cuarenta y tres días sacarse a mi amigo de adentro; tardó más de un mes en mandar el mail pidiendo sus pertenencias de vuelta. Ignoré sus mensajes y cambié la cerradura. Me pasaba los días en


casa, caminando por el departamento estudiando qué pequeños cortes podía hacerle a su memoria y cuáles eran los lugares más dolorosos para manchar con mis fluidos. Un sentimiento de haberlo perdido todo y de todavía no estar ahogándome me embargaba. No es que no tuviera cosas para hacer, es que no quería hacerlas. No quería buscar un nuevo trabajo, cocinarme me aburría y no valía la pena pensar en coger. Llenarle los sweaters de mi leche pringosa era lo único que me daba satisfacción. Tengo la sensación de haberme tomado el avión en pantuflas. Me di cuenta de que verdaderamente estaba en D.F. cuando me estamparon el pasaporte. A pesar de que había decidido que no iba a volver a México, no tenía la voluntad para seguir rechazando las ofertas de Lemer. Productor en piloto automático, en un lapso de cuatro días me las había arreglado para aceptar un trabajo del lado opuesto del continente, postear mi casa en Airbnb y conseguir un gringo con cara de nabo que siguiera mi trabajo de destrucción. La garantía del departamento estaba a nombre del padre de Claudia. —Dale, que ya estamos —arengó Lemer. La miré a Xiomara para que junto con la escena sostuviera lo último que quedaba de mí. Esta podía ser verdaderamente la última toma, pero era probable que no lo fuera. Mi compatriota, el director, creía que estaba haciendo arte, cuando en realidad no era más que televisión, y de la mala. Los días de catorce horas estaban llegando a su fin. La producción había sido caótica, y el trabajo fácil que pagaba demasiado bien comenzó a licuarse en las fisuras de la ineptitud mexicana. El equipo trabajaba lento, extendía sus almuerzos y le costaba arrancar entre tomas. Los únicos que laburaban razonablemente bien eran los extranjeros. El suizo que me hacía de asistente satisfacía el estereotipo con su eficiencia. Con sus dos metros cuatro y su español gangoso perseguía a todos

apurando las transiciones. Todas las conversaciones que quería evitar, y eran muchas, se las encargaba a él. Llevaba un control del rodaje menos estricto del que acostumbraba. Ni mi esfuerzo ni mis ganas podían convertir ese caos cinematográfico en un producto de calidad. Era probable que el piloto no llegara a ninguna parte. No era la peor idea que había escuchado para una serie, pero definitivamente era pobre. Por suerte, nadie sabría que yo había producido este capítulo. Ni siquiera mi madre, que no sabe bien a qué me dedico. Xiomara es pésima actriz; le es prácticamente imposible atravesar los planos sin errarle a la letra. Estaba ahí porque era hermosa, y no solo mexicanamente hermosa. En promedio, los mexicanos son bastante horribles. Encima, por saberse feos, idolatran a aquellos especímenes azarosos que brotan entre ellos como reencarnaciones de dioses mayas. Xiomara era una deidad y no lo sabía. No se daba cuenta de lo diferente que era a los demás, que estaba en otro nivel. Lemer gritó acción y todos contuvimos el aliento. Estábamos muy cerca del final, agotados, algunos más felices que otros. Todos más que yo. Si podía mantenerme en pie veinte minutos más, iba a estar bien. Solo tenía que abrir y cerrar rápido los párpados; si dejaba que se tocaran por más de un segundo temía no poder despegarlos. Xiomara dijo mal la letra y escuché a Alberto, el cámara, putear por lo bajo. El sentimiento era el mismo, pero me cayó mal que fuera él quien lo expresara. No lo soportaba. Mayormente, porque no me gustaba su cara, aunque tenía otras razones más justificadas. Algo de su abulia y esa forma de mirarme tan pasiva cuando le pedía que hiciera algo. Y por exhibir la raya del culo como si fuera un orgullo nacional. Con él trataba yo, era demasiado sedicioso para el europeo. Hacía una semana habíamos tenido un encontronazo por el largo de las jornadas. Con Al-

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berto a la cabeza, los técnicos demoraron la filmación dos días. Terminamos arreglando jornadas más cortas, lo cual significaba algunos días extra de filmación y un aumento considerable de los costos, que afectarían indirectamente mi bolsillo. —Corte. Va de vuelta. Llegué a odiar a Xiomara. Y eso era un montón. Otra toma, otra hora. En otra producción tal vez habría tratado de cogerla. Hubiera jugado la carta de argentino, que, apoyada por algunos chistes exitosos, podía ganarme un lugar en su cama. Hace un año la hubiera ayudado a pasar letra a solas. Esta vez me resultaba indiferente, a pesar de que me gustaba mirarla llorar en el monitor. Ese asomo de bronca era lo más excitante que me había ocurrido en ese país que ya conocía bien. Habíamos hecho la misma toma tantas veces que yo podría haberla reemplazado. Va de vuelta. Seguí los labios de Xiomara con un máximo de atención, como si mi concentración pudiera transmitirle a su cerebro las líneas del guión. La seguí palabra por palabra, deseando que esa vez no fallara. Para ser justos, no era solo su culpa. Lemer la había hecho repetir la misma toma demasiadas veces. Pero necesitaba hacerlo bien una vez más. Solo una. Lemer se había comprometido con la toma que finalmente nunca usaría. Como una cábala, había que cerrar con aquellos segundos filmados de manera satisfactoria. Cuando cortamos, todos los de la producción nos dimos vuelta para escrutar a Lemer. Necesitábamos saber que el suplicio había acabado. —La tenemos —dijo Lemer con falso convencimiento. El rodaje había llegado a su fin. Saber que finalmente iba a poder descansar me había dado una ampolla de energía extra. Esta era mi sexta vez trabajando en México. Siempre teníamos los mismos problemas de comunicación, los mismos problemas de rodaje. Era esa manera de ser tan especial

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que tenía el equipo de allá. Nada nunca era lo acordado. Los contratos no terminaban de cerrar y mucho menos de cumplirse. Era la serpiente tallada en la base de las columnas de las catedrales españolas. Ese no me van a domesticar, pero igual asiento y sonrío. Lemer le decía el mexican way, donde nada era lo que era. La primera vez encontré simpatía en esa confusión, hasta que me di cuenta de que mi tolerancia me costaba plata. Pasaron los trabajos y el odio se volvió profundo, pero solía lavarlo con whisky del free shop. Esta vez, había quedado acorralado entre dos países que me querían dar vuelta. Y solo añoraba el whisky de otro free shop, de otra ciudad, de otro universo para metérselo a ese Diocam que tomaba para dormir durante el vuelo. Desvanecerme y aterrizar donde sea. —Casi lo mato —me susurró Xiomara en voz baja. No sabía si se había acercado para quejarse o seducirme. Tal vez un poco de las dos. Era ese tipo de mujer. Le contesté sin levantar los ojos del nuevo celular que me había mandado al hotel; todavía estaba jugueteando con la configuración. En la bandeja de entrada tenía una docena de mails de Claudia sin leer. —Te va a hacer quedar bien, no te preocupes. Es un boludo, pero sabe. —Esas dos últimas horas fueron innecesarias. —Lo vas a extrañar mañana. —No mames. Abrí el mail con el pasaje para ver la hora de partida, aunque ya la sabía. Haber terminado significaba que tenía que volver a aquella vida disgregada que había dejado en Buenos Aires: una llave de agua cerrada, los rastros del gringo en la cocina y las pertenencias dañadas de Claudia. Xiomara continuaba hablándome. Si no hubiera estado tan absorto chequeando redes sociales, tal vez podría haber entendido el avance. —¿Vas a la fiesta hoy?


Esta era mi sexta vez trabajando en México. Siempre teníamos los mismos problemas. Era esa manera de ser tan especial que tenía el equipo de allá. Nada nunca era lo acordado.

Esa pregunta llamó mi atención. La miré y asentí. Todavía no lo sabía. Ella iba a la fiesta de fin de rodaje porque ignoraba que estaba para mejores fiestas, sin técnicos espeluznantes y trabajadores del rubro. Era sencilla y en otro momento ese gesto me hubiera calentado; esta vez solo me sorprendió. Levantar campamento fue lo más eficiente de toda la grabación. Los mexicanos eran excelentes en eso de dejar de trabajar. Al cabo de dos horas no quedaba nadie. El asistente suizo y la pasante guatemalteca, que nadie sabía qué hacía, eran los únicos que todavía daban vueltas por el set. Llené de indicaciones al asistente y decidí que yo también podía dejar el final de la jornada en manos de otros. Me mandé directo para el hotel mugroso. Estaba tan cansado que no puteé cuando entré a mi habitación, como lo había hecho todos los días desde que había llegado. Me tiré en la cama y con el teléfono recorrí internet buscando vuelos baratos que me alejaran de ese país caótico y me

llevaran a una playa solitaria en el Caribe. No existen vuelos económicos sacados con urgencia. Los algoritmos de las páginas detectan el teclear frenético, el scroll rabioso, las ganas de no volver. Hice click en un listado con las diez playas que hay que conocer antes de morir. Elegí una y busqué un pasaje, caro aunque accesible. Dudé. Si me iba a morir, para qué gastar dinero en ir a la playa. Los cadáveres bronceados no dan pena. Desperté de la siesta con golpes en la puerta. Eran golpes secos, con el puño cerrado. —Soy Lemer. Abrí. Me levanté rápido de la cama. El celular se cayó al piso. La puerta seguía replicando. Del otro lado estaba Lemer con sus pantalones blancos al huevo y su camisa abierta. Yo tenía la barba pegoteada por la baba. Se mandó para adentro. —Tu cuarto es una mierda. Se sentó en una silla y destapó una cerveza, la única que tenía. —Me llamaron para pedirme que me quede una semana más. Hay unos tipos que trabajaron con Cuarón que quieren tener una reunión conmigo. Parece que hay todo un plan de revitalizar el cine mexicano, pero les está pasando que no tienen gente. Estoy con las bolas un poco llenas de laburar acá, la verdad. Pero si sale, es buena guita. Lemer hablaba sin parar para respirar. Además, te contaba cosas. Todo lo que no te interesara, él venía y te lo contaba. Entre tomas era capaz de quemarte la cabeza señalando a todas las minas e inventariando sus curvas. Era pajero y sus chistes nunca tenían remate. Vomitaba todas las palabras que no podía decir durante el rodaje. Le gustaba tirar nombres y convertir pequeñas anécdotas en eternas novelas. —Encima le dije a Xiomara que nos fuéramos a la playa, pero si me tengo que quedar en D.F. para la reunión, tal vez no sea lo mejor. Mi mujer está amenazando con que vuela para acá y después aprovecha para

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ir de compras a Miami. Además, es medio arriesgado llevarte a una mina que no conocés de viaje, porque puede estar fuerte, pero si después no es agradecida, no rinde. Quise enojarme por el floreciente romance Lemer-Xiomara, por la arrogancia con la que hablaba. Vislumbré un atisbo de celos en el horizonte, pero no me hice cargo. Sí pensé que había perdido una competencia en la que ni siquiera había participado. Hubiera sido hermoso ganarse una mina sin haber hecho el mínimo esfuerzo. La prueba de mi irresistibilidad innata que luego hubiera decepcionado con la imposibilidad de una erección sostenida. —Bueno, ¿vamos? Lemer había terminado su discurso y su cerveza. Estaba listo para irse. —Sabés que no me siento bien. Me parece que me voy a quedar. Tardó un segundo en explotar de risa y desestimar mis falsas aflicciones. Era posible que no me hubiera escuchado. Analicé la situación y decidí que era más fácil seguirlo a Lemer que atrincherarme en mi cuarto. No estaba bañado, tenía la misma ropa y no me importaba. En mi bolso había desodorante y no me tomé el trabajo de ponérmelo. Seguí a Lemer como un perro viejo. Nos subimos al taxi y en cuarenta minutos aterrizamos en el bar de la fiesta, un local poco feliz para mi gusto. El patio ni piso tenía. El equipo estaba animado. La fiesta de fin de rodaje es un derecho adquirido y pasarla bien, una obligación. Comenzaron a circular los tragos, el mezcal, la comida. Después de tantos días en México hubiera dado mi vida por comer algo de otra nacionalidad. Hay un límite muy específico a la cantidad de tacos que una persona puede ingerir y yo lo había alcanzado hacía rato. El límite del tequila era más borroso. Sentado en un rincón solitario algunos se las ingeniaron para entablar conversación conmigo. Los veía venir, aburrirse y luego

Un hombre que yo no conocía se desabrochó el pantalón y se lo bajó. No llevaba calzoncillos. Me sorprendió ver a Alberto como el maestro de ceremonias de ese espectáculo.

cambiarme por alguien más despierto. Era el suizo con el que deberían haber hablado: a él le había entregado todo lo que quería decir. Con el pasar de los shots me fui aflojando y hasta me aventuré por el local. Xiomara llegó tarde y hermosa a esa fiesta que no la merecía. Lemer le hablaba al oído mientras le tocaba el culo como un conquistador recién bajado de la carabela. Ella se dejaba y sonreía. Me uní a la pareja e intenté una triangulación torpe. Yo también quería tocarla. Apoyé mi mano libre en su espalda. La quité apenas palpé la tela de su vestido. Me sentí un tarado. Mi brazo estaba estirado en un ángulo raro, tratando de llegar a lo inalcanzable. La charla no fluía y podía sentir la mirada de Lemer clavada tratando de informarme acerca de mi falta de códigos. Me ofrecí como mozo de Xiomara al darme cuenta de que su copa estaba vacía. Los dioses son sensibles a las ofrendas. —Por ahora no, gracias.

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—Yo quiero una cerveza —aprovechó Lemer. Algo falló en la motricidad de mis dedos durante el intercambio del vaso que se hizo pedazos contra el piso. Creo que mis dedos estaban tratando de formar un puño. —Vení que te llamo un taxi —me dijo Lemer y me llevó a un costado agarrado del brazo. —Dejá, estoy bien. Está buena la fiesta. No fue hasta que lo dije que noté que a mi alrededor había gente bailando y pasándola bien. Me solté de la garra de Lemer y me acerqué al suizo, que bailaba animadamente con la guatemalteca. No se me cruzó por la cabeza que podía estar interrumpiendo algo. Tal vez sí, pero no importaba. Por mí, que no la pusiera nadie. Alternaba una medida de mezcal con una de tequila y, menos de lo que debería, con una de agua como para mantenerme en un estado elevado. Tanteando llegué al baño de mujeres que estaba pasando el patio, había demasiada gente esperando para usar el de hombres. Me sorprendió encontrarlo tan sucio. Me senté e inmediatamente sentí la humedad de la tabla. Fui lo más expeditivo que me permitió la fuerza. Salí del cubículo y me miré al espejo. No me sorprendió la imagen triste que reflejaba, aunque pensaba que lo escondía mejor. En la puerta me crucé a Xiomara que estaba por entrar. Me miró más divertida que desconcertada. —¿Qué haces aquí? —El de hombres está muy lleno. Me apoyó la mano en el brazo para pasar y no pude ni amagar a correrme. No quería que se fuera. —No entres —grité en un volumen que, ahora me doy cuenta, fue excesivo. Xiomara sonrió y avanzó hacia el baño igual. La puerta se cerró despacio, pero se sintió como un portazo dirigido. A mi alrededor varios técnicos estaban trenzados en agi-

tadas negociaciones a bajo volumen. Tal vez alguno tendría algo para meterse. Era, después de todo, la tierra de donde salía la droga del mundo. Caminé hacia la puerta del otro baño, pero alguien me bloqueó el camino. —Está ocupado. —Necesito entrar. Lo vi dudar un poco y luego quitar el brazo. Me costó meterme en el pequeño recinto. Había varios hombres apretados en un lugar minúsculo, arengando. Alberto apoyó unos billetes sobre el lavabo. —Treinta segundos —sentenció con un ímpetu que no había mostrado durante el rodaje. Un hombre que yo no conocía —tampoco podía recordar si era parte del equipo— se desabrochó el pantalón y se lo bajó. No llevaba calzoncillos. Me sorprendió ver a Alberto como el maestro de ceremonias de ese espectáculo. Luego, Alberto sacó de su bolsillo un jalapeño rojo y brillante. Lo sostuvo en el aire y el público gritó extasiado. Se lo ofreció al hombre semidesnudo para que lo admirara. —Muerde —le ordenó. Era un condenado camino a su silla eléctrica. Yo intuía lo que iba a pasar después, pero no lo creía. El hombre mordió la punta del ají y la escupió al suelo. —Date la vuelta. El infeliz encaró con el culo hacia la tribuna y se instaló una presión proveniente desde el exterior. Todos querían estar adentro. Entre micro codazos y empujones fui llevado casi al frente. Estaba a punto de presenciar a alguien dejarse meter un jalapeño en el ano por voluntad propia y no lo podía creer. Era un espectáculo grotesco que no podía dejar de ver. Con una mano, Alberto le abrió los cachetes al pobre diablo y con la otra le insertó de un solo movimiento experimentado la mitad del chile. Eso es hacer turismo. ¿Cuánta plata habría en la pila? Cuando pensaba que ya conocía México de

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memoria, me encontraba con mi operador de cámara apostando el recto de otro hombre en el baño de la fiesta de fin de rodaje. El grito manaba de la garganta de este demonio para el que no pasaba el tiempo. Me hubiera gustado verle la cara. Los ojos le estarían saltando. Le estaba mirando el culo, pero quería observarlo de frente, tener juntos una conexión telepática. La punta roja asomaba por el orificio y los gruñidos rebotaban en los azulejos. Nosotros gritábamos; era imposible no hacerlo. De admiración, de dolor compartido, de panamericanismo. Trece, catorce. Faltaba la mitad. ¿Se desmayaría? No tenía dinero invertido en esta hazaña, pero hubiera pagado para que aguantara un poco más, para que fuera el más machote de nosotros. Y también para que perdiera, para que se ulcerara el alma. Las rodillas le temblaban. Tenía un ají en el ojete, un butt plug orgánico contra natura. El culo agarrotado mostraba su celulitis. Dieciséis, diecisiete. El mexicano aullaba. Se dio por vencido en el dieciocho. Con las uñas escarbó buscando su padecimiento. Inmediatamente, se sentó en la bacha y comenzó a lavarse. Algunos reían. La noticia se iba pasando a los que quedaron afuera. Por momentos quería que triunfara y enseguida apostaba por su fracaso. Lo quería ver derrotado en su victoria, digno en su miseria. Era una injusticia que nadie lo aplaudiera. El esfuerzo no era valorado en esa tierra. —Doble o nada, jotos —gritó Alberto sacudiendo los billetes. La masa se movía inquieta buscando escupir al próximo boludo. Alguien llamaba para afuera buscando voluntarios. Yo miraba a mi alrededor para ver si podía adelantarme a la elección. La falta de aire y la acumulación de cuerpos olorosos y trabajadores condensaban el ambiente. En el cambio de lugares terminé en primera fila con una visual privilegiada. Alberto me increpó desafiante.

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—¿Quieres un recuerdo de México, pendejo? La risa fue generalizada. La filmación había terminado, pero aun así la falta de respeto en ese comentario me molestó. Los ojos negros de Alberto ya no estaban muertos. Detrás de mí escuchaba las cargadas. Yo no era el único con opiniones fuertes acerca de otras nacionalidades. Incluso alguno imitaba mi manera de dar órdenes en el set. Alguien me empujó y con mi falta de reflejos me golpeé contra la pared del fondo. No fue duro el golpe, pero sí agresivo. Me sorprendí enfurecido. No recordaba ese sentimiento de ira efervescente. Desde afuera, comenzaron a llegar algunos billetes que eran pasados hacia adelante. Alberto los juntaba y los olía alucinado. Sentía como si me fueran a devorar con su salvajismo. Miradas sedientas de descalabro, venganza primera. Acorralado y apichonado, cada vez más oprimido contra una pared sin poder escapar. Las risas deformes de calaveras locales me aturdían. Me iban a devorar si no demostraba mi valor. —Treinta segundos —me escuché balbuceando. Me había erguido y ahora enfrentaba a la turba furiosa con una inyección de coraje. Con la expresión trataba de acompañar lo que alguna parte de mí, la más desconocida, ya había decidido. Los vítores se hicieron más fuertes. La confirmación de la prueba se pasó para atrás y desde el fondo llovieron más billetes. Me alcanzaron el fondo de una botella de mezcal y tragué el gusano. El bicho había picado llevándome a un punto de no retorno. Era un pase de adrenalina explosiva y ya no tenía miedo. El prospecto de sentirme tan vivo y presente me entusiasmaba. Alberto me alcanzó el chile que guardaba en el bolsillo. Era apenas más grande que el anterior. —Si lo haces, estás bien cabrón —me dijo reteniendo por un instante la bomba. El silencio se adueñó del baño. Los es-


pectadores empujaban. Tenía un mexicano tan cerca que podía olerle la respiración rancia. No había lugar para mi duda. Quería demostrarles quién tenía la verga más grande. Me desabroché el pantalón lentamente. Les hice un striptease suave. Los preparé. Querían show y se los di. Luego, los enfrenté a mi culo blanco y lampiño. Mi orto descendiente de españoles criado en La Pampa. Alberto mostró el jalapeño al público y luego me lo ofreció para que lo mordiera. Mordí el capuchón del ají, lo miré a Alberto y se lo escupí en la cara para mostrarle cuánto valía. Sabía que estaba en éxtasis a pesar de que trataba de mirarme con soberbia. No me tenía fe y me quería ver vencido, pero algo de mí lo intrigaba. En ese momento de duda fue mío. La punta de la lengua comenzó a picarme. Salivé para tratar de lavarme las puntaditas a pesar de que sabía que la capsaicina no era soluble en agua. —Poné el reloj —le ordené. Escupí saliva en el jalapeño para lubricarlo antes de que Alberto me lo quitara de enfrente. Sentí su mano abrirme los glúteos y con la otra acercar la punta abierta del chile a mi cuerpo. Me era imposible no fruncirme. Alberto me insertó el jalapeño con seguridad, aunque despacio. Sabía que el ano era una aspiradora y cuando chupaba podías acabar en cirugía. Era consciente de todo, pero no me importaba. El cuerpo es sabio y no iba a succionar la granada de su propia destrucción. El picor comenzó a expandirse a toda velocidad por mi recto. De cero a tres mil unidades de calor estallaban desde lo más profundo de mi cuerpo. El primer grito fue agudo y luego la vibración se fue volviendo más gutural, como un rugido, como magma hablando desde el interior de la tierra. El agua hirviendo y burbujas escaldantes. Sentía que el fruncido podía decapitar la espada de fuego que penetraba mis interiores. Las piernas bailaban tratando de sostener un cuerpo que se retorcía de dolor.

Les hice un striptease suave. Los preparé. Querían show y se los di. Luego, los enfrenté a mi culo blanco y lampiño. Mi orto descendiente de españoles criado en La Pampa.

Apoyé mis manos contra la pared tratando de contener mi exorcismo. —Cinco segundos. Ríos tomentosos recorrían mis sienes y goteaban sobre mi pecho. Estaba empapado transpirando por cada uno de mis poros. Mi aliento era fuego y podría haber quemado ciudades enteras. Sentía como si las muelas fueran a ceder ante la presión de mi mandíbula ahogando el llanto. El derrumbe de una pirámide hecha con trabajo esclavo. La serpiente enroscada en la base de mi columna comenzaba a despertarse y a circular suave por los caños de mi construcción. Reptando mordía cada músculo y fibra ya envenenada para liberarla. Piernas, brazos, pecho, fuego,

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alma. El águila picándole los ojos a la víbora en la que me había convertido. La arenga, los aplausos, las caras estupefactas. Sombreros redondos hechos de bigotes circulares, alaridos inaudibles en la confusión del calor. —Trece segundos. La traición del pacto de confianza. Vi en la cara de un mexicano sudoroso a Claudia en la piel mancillada de Malinche, una doble agente entregadora. Su lengua alrededor de la pija de mi socio Cortés, del amigo con el que intercambié espejos. Rojo, rojo, verde y azul, pero más rojo. El color de la hoguera que todo lo arrasa, que todo se lleva. Por momentos la marea se vuelve helada, los corpúsculos flotando en el cenote de la exasperación punzante del que no desea. Sus tacones de pastora clavados en mi costilla, arrancada de mi ser. Ya no te quiero, tampoco te odio, pero detesto tu forma de amar. Y entonces, mi erección que escupe fuego. La pija primigenia del rey Moctezuma. El crisol donde se funde lo dorado. El ácido cáustico con el que voy a convertir este baño en cenizas. —Dieciocho. Soy un dios. Las plumas de mi cabeza cantan la melodía del viento. Quetzalcóatl del tiempo. Ofrendas de oro comestible, sacrificio del corazón que sangra en la pira de mi mausoleo. Cien mil escalones para llegar a dios, infinitos pasos de frustración. Una vida regalada a las hordas bárbaras que se matan por un poco del spot. Luz, cámara, el vuelo iniciático hacia el sol y las alas que se derriten, que arden, arde, arde. Las cadenas del campo, la montaña y Cancún. Las picaduras de mosquitos en el medio de la selva. El jaguar masticando mi mente, trabajando a desgano para que la rueda siga girando. La jeta del gringo eyacula guacamole en un resort de Tulum. Los cárteles venden droga embotellada que se envasa en Sonora. Hijo de la chingada. Ocho mil unidades de calor en una roca en el desierto. Ocho Chavos en

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Soy un dios. Las plumas de mi cabeza cantan la melodía del viento. Quetzalcóatl del tiempo. Ofrendas de oro comestible, sacrificio del corazón que sangra en la pira de mi mausoleo.

una vecindad. Volemos a Acapulco con mi peyote aeroespacial. La cadera desplazada del argentino Don Juan. Niño sufrido sin tradición, la voz cantante de esta tierra. —Faltan seis segundos. Aguanta, argentino, aguanta. El enema de San La Muerte pudriéndolo todo. Una pared en la frontera de la resistencia. La faca operando a cielo abierto. La Virgen de los campesinos oficia la cirugía en el altar de los que no tienen Dios, de los que no creen en nada. Grito y nadie me escucha. Estoy muerto. Auat, auat, auat. La tribuna canta bajito, nanas en otro idioma. Segundos estrábicos en los que contemplo las estrellas. Mi corazón es desechado; no sirve para sacrificios. Las manos que revuelven mi adentro llevan un mensaje en las yemas. Implantan sus huellas en las hélices de mi sangre. Es muy tarde y el cansancio es eter-


no. En un páramo solo, un momento de pie. Vértebra sobre vértebra toma forma el armazón. Dentro, el ojo furioso busca explotar. Muerte y vida en un cometa que se estrella en Yucatán. Trizas, polvo, nada. Un suspiro divino se expresa en ritmos de cancha. Te queremos ver campeón. Te queremos ver victorioso, derrumbado en el piso meado, exhibiendo la copa en la gatera de tu cuerpo. Porque sos hombre y tenés aguante. Porque en este acto te los estás cogiendo a todos. A punto de estallar: la región más transparente. La victoria es de los muertos. —Veintiocho segundos.

C

aminé la manga arrastrando los pies, suave y sin apuro, como la serpiente que desciende de la pirámide durante el equinoccio. Sentado sobre una almohadilla con memoria que compré antes de embarcar, observé al resto de los pasajeros trasladarse hacia el final del avión a través de mi vaso de whisky. Lo más estúpido que hice borracho fue tatuarme un dibujito animado en el brazo. La noche anterior había participado del ritual más primitivo y mi recto sangraba; seguía sin superar aquella estupidez adolescente. Puse música en el celular, que me recordó con las grietas en la pantalla que todo podía romperse. Lejos de angustiarme, el pensamiento me tranquilizó. Alcancé los treinta segundos con el último aire. Escuché a Alberto declarar cumplido el desafío entre visiones primordiales.

Matías Tolsà Villa Constitución 1983

Algún compañero se apiadó de mí y me quitó la dinamita del cuerpo porque yo no podía hacerlo solo. Me recuerdo desmayado en un charco de orina y barro con los pantalones todavía bajos. Alberto me colocó los billetes en la raya, pero eso no aplacó el picor. El suizo me ayudó a levantarme y me lavó con cerveza. Lemer, sacado, me felicitó por mi hazaña. Se la había perdido, pero ya se la habían contado. Los coletazos de mi momento de gloria. El baño se vació apenas terminó el desafío. Mi despliegue máximo de hombría había sido para los otros una mala pelea de gallos, intrascendente una vez finalizado el encuentro. El cielo coloreaba el atardecer cuando la azafata me trajo la cena. Adiviné la procedencia de su acento y la hice reír con uno de los chistes que hacía siempre. Ella elogió los anteojos de sol que colgaban de mi camisa, aquellos que había comprado con los billetes manchados de fluidos y coraje. Le pedí una botellita de tequila del carrito y me alcanzó dos. Guardé una y me quedé contemplando la otra. Era apenas más grande que el jalapeño. x

Nació en Argentina, aunque vive en Cataluña desde chico. Es ilustrador y caricaturista. Publica en varios medios y coordina una escuela de dibujo en la ciudad de Lérida. Es miembro fundacional de la revista Orsai y ha dibujado absolutamente en todos los números.

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SOBREMESAS

SUEÑOS DE CARNAVAL HERNÁN: Nunca jamás en la vida voy a poder olvidarme de ese aleph mexicano que le pasa por la cabeza al personaje del segundo cuento, mientras aprieta el jalapeño lubricado en el culo.

H: ¡Me había olvidado! ¿Estuvo preso, no?

CHIRI: Tremendo. Está a la altura de la escena de la pileta, en el cuento «Tripas» de Chuck Palahniuk.

C: Es que le siguió tirando espuma en el patrullero, mientras lo llevaban a la comisaría.

H: ¡Ay, por el amor de Quetzalcóatl! No me hagás acordar de ese otro cuento. No sé qué es peor.

C: ¿Fue una recomendación de Juan Sklar esta autora, no? Algo así me dijiste.

C: Hay un momento del dolor físico en donde no hay niveles. No existe el más ni existe el menos. Todo es insoportable. Hay veces que te dan dos opciones y no sabés cuál es peor.

H: Sí. Juan me mandó un mail contándome una historia muy curiosa sobre ella, y te juro que sin haber leído los cuentos de Luz ya tenía unas ganas bárbaras de publicarla. Después, por suerte, los cuentos estuvieron muy a la altura.

H: El otro día me preguntaron si prefería que Racing salga campeón de la Copa Libertadores o que la selección Argentina salga campeón del mundo en Rusia. C: Espero que hayas dicho Argentina. H: No. Ya vi dos veces a Argentina campeón. Y en cambio a Racing nunca lo vi ganar la Libertadores.

C: Tres semanas. H: ¿No es mucho?

H: Entonces es poco tres semanas.

C: ¿Qué decía Sklar en el mail? H: Hay una introducción, antes de los dos cuentos, en la página 158. Ahí está toda la historia. Tamara Tenembaum también participa del asunto. C: ¿Hay algo lesbiano?

H: Ya no se usa tanto la frase «qué atrevido».

H: No. Solamente onírico, y quizás un poco de astrología y tarot. ¿Seguimos hablando del jalapeño en el orto, o ya fue?

C: Ahora se usa «qué picante«. Sobre un barrio que tiene delincuencia, por ejemplo.

C: Vos eras muy de meterte cosas raras en el cuerpo. No por el culo, pero sí por la boca.

H: A propósito: me interesa mucho la obsesión de los mexicanos por lo picante, en el sentido literal... Dice Juan Villoro que la vida de los mexicanos junto al chile está acompañada de toda clase de aventuras gastrointestinales, a tal punto que hicieron de la diarrea una forma de patriotismo…

H: Sí, pero no me gusta mucho hablar de esa época de mi vida.

C: Qué atrevido.

C: Qué manera sutil tuviste de volver a los cuentos. Me gustaron mucho los dos relatos de Luz. En el primero, las reminiscencias a nuestros corsos mercedinos son tremendas. H: ¡Ojo! Es posible que todos los corsos de pueblo sean iguales. La avenida estaba iluminada, pero cuando te adentrabas a la plaza podía pasar cualquier cosa. C: ¿Te acordás cuando el Negro Meana le tiró espuma a un chico disfrazado de policía, y resultó ser un policía de verdad pero petiso?

C: ¿Te acordás cuando chupaste un trapo de piso con lavandina y estuviste dos semanas con ampollas en la boca? H: Repito: no tengo ganas de hablar de ese asunto, Christian. Y menos cuando estamos grabando esta conversación para la revista. C: Contale a tu público, Hernán, lo que hacías cuando eras muchacho. Qué sepan la verdad sobre tu vida. H: Basta, en serio. Acabo de tener una hija nueva, y no quiero que me mire con vergüenza, como la otra. C: ¿Nina te mira con vergüenza? H: Todo el tiempo, es horrible. x

LLORABA LA FOCA, ESTABA TAN TRISTE: SE HABÍA QUEMADO EL FOQUITO. (ALEJANDRO NESPRAL) 178



CIPRIANO ESCRIBE PEDRO MAIRAL ILUSTRA JORGE GONZÁLEZ


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l Cristo de neón que dominaba la sala velatoria en Gualeguay. Cada generación dice haber visto al último paisano, al hombre auténtico. Usted nació en el Médano, en la Punta del Monte, un caballo tobiano lo aplastó a los once años, tirado medio muerto al lado del camino y el caballo pastando. Y usted pisaba los cardales descalzo, Cipriano, es cosa de costumbre nomás. Y cuando anduvo llevando vacas, durmiendo a campo abierto, se despertaba hinchado por los mosquitos. Cosas contadas cerca del mediodía ya volviendo y no en la oscuridad antes del alba. Temprano no se hablaba, sonaba Landriscina, la altura de los ríos, los mensajes: atención estancia Marielina, mamá bien, operación diez puntos, atención Las Barrancas, carneen el lechón grande, llegamos el domingo, firma Luro. Y le decía al gato No hay nada, Mingue, nada, y el gato entre sus piernas, un maullido, ponerse las Pampero, echar los caballos en el rocío apenas había luz, ensillar ese blanco de oreja torcida que había sido mío, tomar mate cocido con galleta, después salir al campo.

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sted me dejaba seguirlo a todos lados, Cipriano, sin querer enseñarme, un viejo sin máximas, un viudo. Las lavandas en el retrato de su difunta esposa, once hijos con ella. Yo dormía con usted en las piezas oblicuas pegadas al galpón porque tenía miedo a la casa grande llena de ruidos y habitaciones huecas, pisadas en la noche, comadrejas, fantasmas, y esos que llaman ovnis son los soviéticos nomás, o a veces saben llover pescados, me decía, cae un bruto aguacero y al rato ya se ven pescados en la zanja, mire si se le cae una ballena en la cabeza, no caen pescados grandes, ¡mojarras! me decía. Y esa vez cargando leña cuando tiré viento abajo un palo de algarrobo para cargar el carro y le pegué en la nuca y usted dijo ¿quién fue? y yo dije fui yo y su nuera lo curó con Espadol y yo no quise hablar por varios días.


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star vivo y mirar las nubes que se mueven para el norte. Recordar cosas así, viajar a Gualeguay para su entierro. Yo —que no entiendo y me pregunto y me contesto y me contradigo— pienso en usted y entiendo algunas cosas, pienso en usted y en mí andando juntos y busco algo en las nubes que ve la gente viva. ¿Cómo mira el cielo un mensual viejo? ¿Qué ve entre las nubes que se mueven para el norte? Cuando paleamos una camionada de tierra en los corrales y yo me pasé y entré casi a cavar ahí ya estás cavando la Argentina, dijo usted, y yo no sé quién soy con mi cara de nadie, yo que no sé mandar, que no quise aprender. A usted casi lo matan en el río Luján trabajando en el puente, otro peón golondrina, un correntino, usted lo hizo enojar, lo apuraba en la mezcla de cemento y alguien gritó cuidado, si no, le parte la cabeza con la pala. Y esa vez que le quise mostrar un papelito y casi no paró para mirar, siguió de largo sin explicarme que no sabía leer. Entender que hay hombres que no saben leer.

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ajo los paraísos, sombreando en el verano después del mediodía: Cipriano, ¿qué le pasó ahí al costado, la cicatriz abajo de la tetilla? Eso fue cuando peleé en la guerra, se reía. Usted le cortó el fuelle del acordeón a un tipo porque tocaba feo, en esos bailes de antes, y lo esperaron a oscuras, a traición, casi lo matan. Su nieto me contó. Y no volvió a tomar después de eso, siempre mate cocido, agua de pozo, pomelo, nunca lo vi tomar.

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umplíamos el mismo día, ristras de globos entre los paraísos, y sus 71 dados vuelta hacían mis 17 sobre una misma torta, septiembre en Entre Ríos. Y usted incurable nómada, abuelo golondrina, pasando temporadas en lo de cada hijo a veces Gualeguay o el Ibicuy o cerca del 2° con Ricardo, y de viejo salía hasta la ruta a esperar el colectivo y miraba las nubes perdido como yo. ¿Cómo mira las nubes un viejo que perdió ya la memoria, que anda buscando a uno que le debía plata hace cuarenta años, que sale con la escopeta con percutor limado por la nuera? ¿Cómo mira las nubes un viejo que espera un colectivo que ya no pasa más? Lo iban a buscar y usted volvía manso saludando como recién llegando de otro lado, no sabía dónde estaba pero sabía que quería estar en movimiento. Y esa vez que lo fui a ver a su casa y usted estaba mirando caer el sol detrás del pueblo y me vio llegar: ¿sos vos o es tu alma? Soy yo, Cipriano, soy yo y lo que queda de mi alma, lo que queda de algunas cosas, muchas cosas, lo que queda conmigo del que se iba en micro y hacía dedo y andaba en la huella entre los alambrados espantando los cuises, al sol, el bolso al hombro, lo que queda de mí delante de su recuerdo de pie en la puerta de su casa a dos cuadras del río, cerca del parque, usted ahí parado ¿qué decís, Pedro? Yo no puedo mentir delante de su alma saludándome, ¿es usted o es su alma, Cipriano?


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os grandes me mandaron preguntarle si iba a ir, usted se aprontaba para viajar al pueblo, preguntale si va a ir, y yo sabiendo ya que había quilombos, la Wiskería Susurros, el Camaos, el Calzón Flojo, ¿va a ir Cipriano? y usted se cansó y me miró a los ojos y me mandó callar, no por usted sino por no hacerle el juego a los más grandes. La vergüenza. Ver a esos tipos duros criados a caballo lagrimeando en la casa velatoria, jinetes de a pie llorando, su cuerpo entre puntillas y volados y el Cristo de neón, Cipriano, usted fue el primer muerto que yo vi de tan cerca, el primer hombre grande analfabeto que conocí, el único viejo que me daba su tiempo, su tiempo de provincia, su tiempo antiguo de río lento y calmo, y me dejaba andar al lado de su sombra regando ese verano los arbolitos flacos que ahora son un gran monte de álamos, los dos con el tordillo y un barril sobre ruedas, una lata vacía de aceite Cocinero, dándole agua a los arbolitos flacos al sol ese verano, usted sobre el caballo yo llenando la lata, repartiendo, tres latas para la seca brava, una para la sed, una para el árbol, una para la tierra. Si usted viera los árboles ahora dan sombra bien espesa, como una bendición en medio del calor del mediodía, una sombra criada por nosotros dos, Cipriano.

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u caballo anda suelto y clinudo en los potreros, el Cordobés, un colorado escapista que sabía sacarse el freno y el bozal y dejarlo a usted de a pie bastante lejos cuando tendía las trampas en la laguna grande. Viejo nutriero, bicheador, metido en el secreto del pajal, entre el bañado, buscando, descifrando las aguas blancas, los caminitos invisibles de los animales raros, bichos crueles de dientes afilados, demonios de río turbio, o buscando miel en troncos huecos a pesar de la alergia mortal si lo picaban, o andando con algún bicho a los tientos, el arreador de punta en el recado, haciéndome las voces de animales que íbamos cruzando: los terneros desconfiados, las lechucitas grises en los postes. Usted sabía las voces de lo que están pensando los animales santos, sorprendidos de pronto en la mañana. Usted salía al campo con llovizna y la primera vez que me vio yendo a hacia el río me dijo: te van a comer de postre los mosquitos, y me cortó una rama para apurar la fiaca del alazán panzón. A veces no entendía lo que hablaba, hablaba viento abajo, como solo; usted me dijo algo y se metió en el monte entre los árboles y yo lo seguí con mi caballo, vas a salir padrino del sorete, me dijo usted, Cipriano.

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Usted siempre decía que el viejo mandarino del último potrero era sembrado a culo, alguien cagando en el siglo diecinueve entre los yuyos, dejando la semilla sin digerir, un viejo mandarino entre los espinillos, los chañares, los árboles hoscos y filosos. Y aquél experimento de clavar en el barro varas de sauce al revés para que sea llorón, echále bien los kilos, me decía, y ahí quedaron las cuatro varas secas en la arcilla. El hijo de la patrona andando todo el día con el mensual más viejo, con el nutriero nómade, padre del capataz, carpiendo el camino, cortando los brotes de chañar entre la mosquitada, mosquitos como estrellas o arreglando las líneas del eléctrico, usando como aislante huesos blancos de osamentas desparramadas, tenaza, hueso, alambre, cavándole las cuevas a la iguana, una cola cortada moviéndose en el piso, parece un yaro gordo, me decía.

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años más tarde cuando empezó a viajar con la mutual, el mar de golpe un día a los ochenta, ¿le gustó Mar del Plata?, más me gustó Iguazú, las cataratas, me decía cuando lo visitamos con su nuera y al rato de matear bajo la parra, ¿quiénes son esta gente, Negra? Es Pedro, el hijo de la señora Ana, ¡Pero te habías perdido!, me dijo usted Cipriano. Usted ya no salía en carnaval porque lo saludaba mucha gente que el tiempo había mezclado y confundido, muchos de los que fueron a su entierro de bisabuelo ido y recordado, un hombre de a caballo que se ha muerto y deja su caballo clinudo en los potreros, un colorado grande pastando sin jinete, alzando la cabeza de repente, un caballo escapista, un viejo que se fuga del hospital del pueblo, que deja el cuerpo muerto con sus perros sepultos detrás de los corrales: Batuque el ovejero, y Dop el rengo y negro siempre viejo, el Malevo que casi lo mordió y usted dijo es corsario el desgraciado y Cuchufo, Lobito, todos los que lo andábamos siguiendo, esos perros lanudos jadeando en el espacio, todo olor a enormes pastizales, buscando rastros embrollados, caminitos, y de repente la perdiz, pisando la helada salíamos, los caballos humeantes como dragones, volutas de vapor por los ollares, nada que hablar, solo la mañana, ocho potreros por recorrer y la costa infinita de rincones huraños, sombras, la orilla del Gualeguay, los arenales, el gran territorio para no obedecer, para pescar a las diez de la mañana cada uno con su línea y usted medio impaciente, no pica nada che nos vamos a la mierda, las barrancas de tosca blanca, un bagre amarillo entre los cueros.

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en esa oscuridad antes del alba —no hay hora más oscura— yo, que dormía en un catre a los pies de su cama todo el verano con ratones rondando en el galpón, lo escuchaba levantarse, lo seguía a la cocina, querosén y palitos, fuego, mate, no hay nada, Mingue, los ruiditos del alba, el agua y el azúcar, los chamamés valseados en la radio y ponerse las botas, el barro, los caballos, y usted silbando por el colmillo pobre mi madre querida y ensillar y otra vez el día entero. A veces me contaba del tiempo de Perón cuando se combatía la langosta, cómo cavaban zanjas y las langostas caían y las quemaban con un olor hediondo, y los chicos, las mujeres, salían golpeando tachos para que mangas oscuras pasaran sin comerse el sembradío, o me hablaba de viejos trabajos en cosechas viajando en tren, viajando sobre el techo.

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sted bañado, Cipriano, con jabón de olor, peinado, para viajar al pueblo con su bolso de plástico y su jockey, su cinto de pasear, esa rastra de plata con un indio que había dejado en empeño un tal Benigno Barreto que nunca fue a buscarla y usted la levantó, un indio señalando algo a lo lejos, ¿en qué cajón la guardan ahora que ese indio lo señala a usted que va alejándose, usted que ya se va pero que no se pierde porque crece y ocupa el aire en la provincia, el cielo en Buenos Aires cuando espero el colectivo y las nubes se mueven para el norte? ¿Cómo mira las nubes un muerto que se escapa?, ¿cómo mira las nubes de su infancia, los cielos cuando yo no había nacido, las nubes de estos años ahora que usted no está? ¿Sos vos o es tu alma?, ¿qué fue lo que vi en ese cajón de la sala velatoria, bajo el Cristo de neón, su cara ya sumida por la muerte? Usted ya livianito y un rosario rezado por mujeres. Viajar a Gualeguay ¿a qué? a verlo muerto, a despedir su cuerpo, a sumarme al cortejo de jinetes de a pie, de nietos y bisnietos y nueras y sobrinos, un cortejo despidiendo a un hombre verdadero, el último paisano que proyectó su sombra, que no necesitaba más que el movimiento. Y yo que no sé quién soy, mi cara sin historia, siguiendo transparente su cajón, su cuerpo que ahora sí se queda quieto, pero usted sigue moviéndose, viajando en mi recuerdo, mudándose y mudándose, Cipriano, muerto nómade, difunto golondrina.

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Pedro Mairal Buenos Aires,1970

Es uno de los narradores mejor dotados de las letras argentinas actuales. Se lo conoció con la novela Una noche con Sabrina Love, que recibió el Premio Clarín en 1998 y fue llevada al cine en 2000. Luego publicó las novelas El año del desierto (2005), Salvatierra (2008) y La uruguaya (2016), un volumen de cuentos, Hoy temprano (2001) y dos de poesía. Uno de ellos, El gran surubí (con ilustraciones de Jorge González) apareció en las páginas de la revista Orsai, en forma de folletín. Mairal es habitué de esta revista desde la primera edición.

Jorge González Buenos Aires,1970

Historietista. Reside desde hace media vida en España. En Madrid comenzó a dibujar Hard Story y Hate Jazz (Heavy Metal), ambas con guión de Horacio Altuna. También se dedica a la publicidad realizando ilustraciones y storyboard. Con Fueye (2008), González ganó el Primer Premio Internacional de Novela Gráfica creado por Fnac y Ediciones Sins Entido. Luego llegaron Dear Patagonia, El gran surubí y Maldito Allende (las dos últimas publicadas primero en la revista Orsai). Jorge es el autor de la primera portada de esta revista.


SOBREMESAS

HOMBRE DE CAMPO, BICHO DE CIUDAD CHIRI: Qué bueno haber podido juntar otra vez a la dupla Mairal-González, como hicimos en El gran surubí.

C: Tiene colecciones de revistas catalogadas por año, libros separados por género, lo leído a la izquierda, lo por leer a la derecha...

HERNÁN: Sí, costó, porque Jorge estaba tapado de laburo y al principio dijo que no podía.

H: No solo eso. ¡Tiene los jabones por orden alfabético: azahar, jazmín, lavanda...! Yo nunca vi un baño tan hermoso.

C: Es un hombre muy New Yorker, como Liniers. Son los Manu Ginóbili de la ilustración nacional. ¿Vos te fijaste que Jorge González siempre dice que no puede o que está atorado de trabajo, y después afloja?

C: Altuna es de campo, pero tampoco debe cagar mucho a la intemperie. H: ¡En absoluto! C: Me encanta conversar sobre cómo caga la gente que conocemos.

H: ¡Es verdad! Cuando le mandamos el poema de Pedrito y lo leyó, se terminó convenciendo solo y no se lo quiso perder por nada del mundo.

H: A mí también. Agradezco mucho que seamos amigos, porque no sabría con quien más charlar sobre estas cosas.

C: Me gusta que Pedro lo trate de usted a Cipriano, en el poema. Con voz honda, profunda, me lo imagino… «Usted siempre decía que el viejo mandarino del último potrero era sembrado a culo, alguien cagando en el siglo diecinueve entre los yuyos, dejando la semilla sin digerir…».

C: Yo creo que Pedro Marial puede escribir con tanta profundidad sobre personajes como Cipriano porque, en el fondo, es un tipo de campo atrapado en un hombre de ciudad. H: Antes sí, ahora ya no. Pedro ahora es un músico urbanita, cambió de rubro. ¿No viste que va a programas de radio y canta canciones?

H: ¡Qué lindos esos versos, y qué buena voz ponés para leerlo! ¿Vos sabés que a mí nunca me gustó cagar en el campo? Me doy cuenta de que soy un producto de ciudad, a pesar de haber nacido en el campo…

C: Sí, acaba de armar un dúo con otro escritor, Rafa Otegui, que se llama «Pensé que era viernes». Pero fijáte que hacen chacareras, milongas y esa clase de cosas, ¿eh?

C: Habrás tenido algún trauma de chico. H: Una vez lo vi cagar al Chino Silvestre desde arriba del puente del río Luján, por donde pasaba el tren. Él arriba de las vigas de madera, y nosotros abajo, a la vera del río. ¿Te acordás?

H: Me encantaría que tocaran en la presentación de este número de la revista. Después de todo el debut musical de Pedrito fue con nosotros, en la presentación de la Orsai pasada.

C: Me acuerdo como si fuera hoy y se me llenan los ojos de asco.

C: Ojalá esté en el país. Porque otra cosa que le pasa mucho a Pedro es que se va de viaje a cada rato.

H: Ver al Chino haciendo fuerza en contrapicado me hizo muy mal. El ejercicio noble de cagar a la intemperie ya no es lo mismo para mí. Si no tengo toallitas húmedas, un baño aséptico y tranquilidad burguesa, no puedo evacuar.

H: ¡Y sin la esposa! ¿Vos viste eso? Tiene la suerte de tener una señora que lo deja suelto. C: Lo decís con un dejo de amargura. ¿Tu mujer no te deja ir solo mucho tiempo?

C: A propósito. Vi que te armaste una biblioteca en el baño, como Horacio Altuna.

H: Doce horas máximo.

H: ¡Ojalá fuera como la del maestro! Mi baño tiene estantes con libros, pero no le llega ni a los talones al baño de Horacio. Altuna caga como un rey asiático.

C: ¿No es poco? H: Le estoy negociando catorce. Las paritarias son en junio. x

UN PASACALLE ME SALÍA MUY CARO ASÍ QUE: «MOTO: FELICES 20 AÑOS. TE AMO». (ALEJANDRO SALGUERO) 200





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DEMASIADO CHARLY

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GUSTAVO SALA

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DEMASIADO CHARLY

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GUSTAVO SALA

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LA LETRA PEQUEÑA ÚLTIMAS MIL PALABRAS. Amigos y amigas, con un retraso considerable (culpa de Chiri, como siempre) abrimos el año mundialista 2018 con esta edición de Orsai a la que podríamos llamar «número tres de la segunda temporada» o también la número diecinueve de todas las que hicimos. A la derecha de este párrafo gigantesco ustedes pueden ver un listado con las personas que participamos de esta edición. La mayoría tiene una breve biografía en las páginas donde aparecen sus colaboraciones, pero otros no. Así que, como es costumbre, usaremos esta página para enfocarlos. Primero, como siempre, Paco Ermengol, que desde el número uno de Orsai dibuja las sobremesas que hacemos con Chiri; Paco nació en Córdoba en 1958 y empezó a publicar en la revista Hortensia a los dieciocho años; muy joven se radicó en Cataluña, tierra de sus padres; su reconocimiento como artista le llevó a ganar en el año 1993 el prestigioso premio Mingote que otorga el diario ABC de Madrid; Paco es socio fundador de la revista que ustedes tienen en sus manos. El decálogo de este número (los diez afiches que acompañan las sobremesas) también llegan desde España. Los compuso Darío Adanti (Buenos Aires, 1971), un historietista e ilustrador que vive en Madrid desde hace mucho y está considerado uno de los autores más disruptivos de la historieta cómica de la península. Darío participa activamente en revistas y periódicos (El País y La Vanguardia sobre todo), publica libros, realiza cortos de animación (Vacaláctica, Elvis Christ, Minas de cobre o La hora de Hombre Cacto) y es guionista de Space Ghost Coast to Coast y Adult Swim España. También es uno de los fundadores de la revista Mongolia, donde escribe y dibuja hasta el cierre de esta edición (lo pongo así porque un torero imbécil le hizo un juicio millonario a Mongolia y puede dejar de existir en breve). Es un placer y un lujo tener a Adanti en esta edición. Sigo con dibujantes: la historieta de las últimas páginas es, como viene siendo costumbre, obra del marplatense Gustavo Sala (1973), dibujante, guionista y humorista gráfico que a finales de los noventa se integró a la escena del cómic underground; colabora en Rolling Stone, El Jueves y Página/12, entre otros; también hace radio, canta, escribe y actúa en espectáculos de humor; Sala nos acompaña en Orsai desde los primeros tiempos. El listado de la derecha dice que las tipografías de este número fueron diseñados por Yani & Guille, pero en realidad así se llama el estudio fundado por Yanina Arabena y Guillermo Vizzari, dos diseñadores gráficos argentinos muy jóvenes a los que les dejamos la creatividad de las aperturas tipográficas (los títulos de cada crónica) de esta edición. Guillermo y Yanina se conocieron dictando clases en la carrera de posgrado de la Universidad de Buenos Aires y empezaron a desarrollar un proyecto personal combinando lettering con ilustración y caligrafía. La ilustración de portada es de Martín Gordopelota (Buenos Aires, 1985); no diremos más porque su biografía aparece en la página 127 de esta edición, ya que Martín también ilustra los cuentos de fútbol de Zambayonny (que, por cierto, editó Chiri). A propósito: casi todas las crónicas fueron revisadas y editadas por Josefina Licitra (La Plata, 1975), que es la editora estrella de Orsai. Josefina es periodista y escritora; está considerada un referente de la crónica periodística; ha publicado en todas las revistas buenas que existen y fue galardonada con el Premio Gabriel García Márquez que otorga la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. En esta edición, además, nos damos el gusto enorme de publicar una historieta inédita en español de Joe Sacco (Malta, 1960), un periodista y autor de cómics que vive en Estados Unidos. Lo tenemos en esta edición gracias a nuestra editora costarricense Karina Salguero-Moya. Las obras más conocidas de Sacco (las novelas gráficas Notas al pie de Gaza y Gorazde: Zona Protegida) muestran un estilo característico a medio camino entre el cómic underground y la crónica periodística que lo han hecho merecedor de premios periodísticos muy bestias, porque para realizar sus obras Joe hace entrevistas y toma fotos en el terreno: es un campeón. La traducción de este contenido exclusivo (al igual que las páginas literarias y la edición de la crónica Tics modernos) estuvieron a cargo de Martín Felipe Castagnet (La Plata, 1986), el más joven del staff. Martín es escritor y traductor; su primera novela ganó el Premio a la Joven Literatura Latinoamericana otorgado en Francia. A su vez, participa de la corrección de la revista junto a una nueva incorporación, el corrector Ignacio Merlo (Buenos Aires, 1981), al que tenemos a prueba y, si se porta bien, mantendremos en planta permanente e incluso le pondremos más datos biográficos. Los tres que aparecen en la cima del staff (Hernán, Christian y Margarita) vuelven a ser los empleados del mes de esta revista; de ellos diremos que se conocen desde que son chiquitos y que ya aprendieron a hacer esta revista directamente por WhatsApp. Para finalizar, las personas que aparecen en las páginas 2 y 211 de la presente edición se hacen llamar a sí mismos «benefactores» y andan por la calle en túnica celeste asegurando (a coro) que no pertenecen a ninguna secta. Ellos son los que hicieron posible que nosotros podamos cobrar dinero por escribir, corregir, dibujar, fotografiar, pintar, investigar y componer las páginas de este número. Gracias a estos lectores predispuestos tuvimos plata suficiente para comprar sanguchitos de miga y para contratar a la mejor imprenta de Buenos Aires, que se llama Mundial S.A. y queda en la calle Cortejarena 1862. Allí se imprimieron todos y cada uno de los ejemplares que se entregaron en la Argentina de esta edición correlativa número diecinueve (también llamada número tres de la segunda temporada) de la revista Orsai, cuyo número ISSN es el 977201401500419 en todo el mundo. (Si se toman el trabajo de contar las palabras de este párrafo final, verán que son exactamente mil, tal y como informan las primeras tres en negrita.)

STAFF

Editor responsable Hernán Casciari Jefe de redacción Christian Basilis Dirección de arte Margarita Monjardín Edición Josefina Licitra Traducciones y edición Martín F. Castagnet Ilustraciones Matías Tolsà Ermengol Tolsà Portada Martín Gordopelota Decálogo Darío Adanti Corrección Ignacio Merlo Tipografías Yani & Guille Escriben Tamara Tenenbaum Rodolfo Palacios Camila Sosa Villada Juan Sklar Harry Salvarrey Zambayonny Joe Sacco Gabriela Menichetti Luz Vítolo Pedro Mairal Dibujan Juan P. Cambariere Horacio Altuna Fabiana Casco Tute Joe Sacco Alberto Montt Jorge González Gustavo Sala _________________ Revista Orsai Número tres Segunda temporada

EL CHIRI ES MÁS PIOLA QUE EL GORDO. ¡ES HORA DE QUE EL MUNDO LO SEPA! (AMADEO ZANOTTI)

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