26. El renacimiento

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Historia universal del arte y la cultura Ernesto Ballesteros Arranz

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El Renacimiento


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El Renacimiento

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a hemos visto en temas anteriores que el hombre europeo sufre un cambio radical a partir del año 1000. La Alta Edad Media y el feudalismo dejan paso a la Baja Edad Media y la burguesía capitalista, que dirige los destinos de Europa hasta el siglo XV. La fecha que suele señalarse como tránsito entre la Edad Media y la Moderna es el siglo XV y el nombre que se da

a este período crítico en la vida occidental es el de Renacimiento. No hay que pensar que el Renacimiento fue un fenómeno brusco, un cambio repentino, sino un momento espectacular de la gran crisis que había conmovido Europa muchos siglos atrás. Tampoco hay que pensar que el Renacimiento fue un fenómeno único, ni siquiera parecido o similar en toda Europa. Lo que se

entiende habitualmente por Renacimiento, es decir, las manifes-taciones artísticas y culturales que brotaron en este siglo, son patrimonio de dos pueblos espléndidamente dotados: Italia y Flandes. Es cierto que los demás pueblos de Europa atraviesan períodos parecidos, pero en época bien diferente. El Renacimiento artístico fue un modo de ser italiano y como tal lo estudiaremos en temas sucesivos.

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1. Vista de Florencia. Giorgio Vasari.

Pero no puede limitarse esta palabra a su carga artística y cultural, porque en el siglo XV sucedieron en Europa muchos y grandes cambios que alteraron por completo los modos de vida del europeo más conservador. Estos cambios, experimentados en todos los órdenes de la vida, son los que vamos a tratar de describir en el presente tema. Si tuviéramos que definir con una sola nota el cambio, la transición más espectacular, del hombre europeo en el siglo XV, no dudaríamos en hablar del INDlVlDUALISMO. En el siglo XV triunfa la concepción individualista en todos los planos de la vida. Al hundirse el Imperio Romano desaparecieron del paisaje europeo las últimas individualidades que habían brotado en el mundo antiguo. La Alta Edad Media, con sus sistemas económi-cos cerrados y su predominio agrario con sujeción del colono a la gleba, había reducido el ímpetu individualista del europeo. Los pocos ciudadanos que quedaban se hundieron cuando el Islam cerró el comercio

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mediterráneo. El colono no es individualista, porque vive de la tierra, de hacer siempre las mismas operaciones y esperar las mismas cosechas. No gana su pan con arrojo o con imaginación -virtudes individuales- sino que lo gana con el esfuerzo común y cotidiano, haciendo lo que le enseñaron sus padres y sus abuelos, cumpliendo normas inmemoriales, que destilan ricos caudales de experiencia. Ello le hace ser cauto, comedido, conservador, poco amigo de variaciones, poco audaz. Desde el siglo VII, con la invasión musulmana y el cierre del Mediterráneo, el mundo europeo, como ha

demostrado Dawson, tomó el aspecto de un mosaico de compartimentos estancos, aislados entre si, fuera de los cuales el individuo no podía vivir, pues no encontraba un mínimo de seguridad. Estos grupos que albergaban y protegían al individuo eran de estirpe germánica: la familia, la aldea, el feudo. La escasa comunicación comercial, monetaria y de todo tipo entre estos grupos sociales, determinó un aislamiento cultural que impidió todo florecimiento humanístico o artístico. Al no existir intercambio de ideas, al no haber posibilidad de comparar invenciones y puntos de vista distintos, el europeo quedó sumergido en la oscuridad


intelectual. Al mismo tiempo que decaía el comercio, y casi por las mismas causas, iban decayendo la civilización y la cultura europeas, conservadas a duras penas en los manuscritos conventuales, guardados con extraordinario celo por los benedictinos. Pero el individualismo sobrevivió latente y subterráneo en la moral cristiana, que descansa en la conciencia individual. El europeo siguió alimentando su individualidad porque se creía obligado a cuidar su alma con la religión. La práctica de la religión cristiana y de las reglas morales que el cristianismo difundió por Occidente fue el último reducto del individualismo antiguo. El ejemplo de Cristo fue increíblemente eficaz. Su poderosa individualidad se transmitió en dosis moderadas a todos los europeos medievales y les impidió sumirse en la arcaica conciencia de tribu germánica.Hacia el siglo XI, concretamente a partir del año 1000 como hemos dicho antes, el europeo comienza a sentir arrebatos místicos. Los místicos son chispazos refulgentes de la religión y

de la ética. Los místicos son los mejores introductores y propagadores del individualismo. Esta convulsión mística produjo la reforma cluniacense y la renovación de la vida monacal, como hemos señalado en el tema correspondiente. Al mismo tiempo que la religión sufría un movimiento depurador, el arte siente nuevos vientos y se expresa con nuevas formas. Desde este siglo transcurre lo que hemos denominado Baja Edad Media, caracterizada por el ímpetu económico de los ciudadanos de los burgos y por sus intensos esfuerzos de emancipación social y política. Recordemos los constantes enfrentamientos de las ciudades del norte de Italia contra el Emperador alemán, las del centro contra el Papa, las flamencas contra el rey de Francia, las españolas contra Enrique IV y Juan II, etc.

Tres siglos de lucha entre los burgueses individualistas y comerciantes, contra los nobles que defendían sus territorios, sus siervos y su espíritu de clase. Pero ante el empuje del individualismo comerciante de los burgos medievales no sólo sucumbieron los señores feudales, sino que también se derrumbó la familia medieval. Entre los medievales, la familia había sido un patrimonio exclusivo del padre. La patria potestad había sido absoluta y abusiva en la mayoría de los casos. En el siglo XIII, en las ciudades, el padre perdió el derecho de castigo, aunque en

Las ciudades bajomedievales fueron la cuna del individualismo. Aunque lo vemos brotar deslumbrante en el siglo XV, llevaba tres siglos de formación tenaz. 2. Lorenzo El Magnífico. Giorgio Vasari.

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los campos y feudos agrícolas se siguió practicando durante mucho tiempo. En Rusia, concretamente, hasta finales del XIX y comienzos del XX. La emancipación económico-social favoreció la emancipación cultural y artística. Al derrumbarse los feudos y todo su sistema político, comenzó a cobrar importancia la monarquía. El rey, que hasta entonces había sido un señor más entre los señores, si bien revestido de cierto prestigio religioso y tradicional, pasa a ser desde el Renacimiento el auténtico director de la nación. El fortalecimiento de la monarquía chocó también con los intereses ciudadanos, pero poco a poco se impuso a éstos. El régimen urbano y el individualismo tienen sus gérmenes en los núcleos

mercantiles más activos, sobre todo en el norte de Italia y Flandes, como hemos repetido otras veces. Desde allí penetra en Alemania por el Rin y el Danubio y por las costas del Báltico, adonde llegan naves meridionales. El régimen feudal y agrario, sometido al poder señorial, prevaleció en muchas zonas del centro de Alemania. Sólo algunas pequeñas ciudades sajonas, cuya actividad minera iba en aumento, sintieron este incremento de cambios económicos y culturales y renacieron al mundo moderno. El siglo XV, con este chispazo de individualismo y economía mercantil, es el comienzo de un estilo de vida: el del hombre europeo occidental, que va a seguir en un proceso

3. El Suplicio de Fra Girolamo Savonarola (Florencia).

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ascendente hasta el siglo XIX y comienzos del XX. Las dos guerras mundiales han sido consideradas por muchos historiadores como uno de los acontecimientos más notables que marcan un cambio de dirección en la vida europea, porque atestiguan la impotencia de los europeos para seguir viviendo de la manera que ha prevalecido desde la Baja Edad Media. En resumen, el Renacimiento no es otra cosa que la feliz alborada de la vida moderna que se estaba gestando desde la Baja Edad Media. El Renacimiento tiene unas fronteras, las mismas que la vida moderna occidental, que pueden dibujarse desde el Báltico y las ciudades de la Liga Hanseática, a través del Rin y el Danubio, hasta Ratisbona, incluyendo, como hemos dicho, algunas ciudades de Bohemia y Sajonia, revalorizadas por los trabajos mineros. Estos límites coinciden casi exactamente con los limites del Imperio Romano, que siguen siendo una línea fronteriza fundamental para entender todo lo que sucede en Europa, incluso en nuestros días. La romanización fue un


proceso de asimilación de dos culturas (la romana y la germánica) que tuvo hondas consecuencias en la vida europea.Europa Occidental

queda desde entonces marcada por el individualismo, la monarquía y la burguesía mercantil ciudadana.

La Europa Central y eslava quedaba sometida, en cambio, al dominio feudal y sólo tenía un vínculo con Occidente: la Iglesia cristiana

LA EUROPA RENACENTISTA Durante el período, la Europa Occidental romanizada adquiere aproximadamente la configuración política que ha llegado hasta nosotros. Francia, España, Portugal e Inglaterra definen sus fronteras actuales. Muy distinto es el caso de los países que son, precisamente, los núcleos fundamentales del quehacer económico, político, religioso, artístico, científico, etc… renacen-tista. Italia, Flandes, la Alemania del Sacro Imperio, son un sumando de fracciones que alteran continuamente sus términos. La vida de los pequeños principados que componen estas regiones está presidida por un factor común: la guerra. Sangrientas luchas internas y guerras entre ellos. Pero los enfrentamientos armados son también normales entre las grandes monarquías en

gestación y en el interior de las mismas. El fraccionamiento italiano es alentado por el papado, que no desea en sus inmediaciones el desarrollo de un poder determinante. El éxito de esta política se consigue a costa de la disminución del propio poder político de los Papas. Pero a

pesar de la debilidad que esta situación supone, es de Italia de donde salen las formas de pensamiento revolucionario que caracterizan la época, y que son acogidas ávidamente por las restantes cortes europeas. En Italia se había producido, en mayor proporción que en el resto de Europa, una

4. Entrada de Pío II en San Juan de Letran. Pinturicchio.

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5. La Familia Gonzaga. Andrea Mantegna.

«civilización urbana». Esto quiere decir que el número de ciudades era muy elevado y, en consecuencia, que el genio de los burgueses influía en la vida política en forma más contundente que en los demás países, excepto Flandes. Nos permitimos recordar que no podemos aceptar para el término «burgués» la significación peyorativa que le han conferido en nuestro siglo la propaganda comunista o el desenfado capitalista. Los “burgueses” son precisamente los individuos más activos, inconformistas e imaginativos que ha conocido Europa hasta esa fecha de su historia. Y en Italia crean y mantienen un gran número de ciudades-estado de una vitalidad asombrosa. La más característica de ellas es Florencia, que aporta al Renacimiento la mayor carga

de lo que tradicionalmente se consideran innovaciones distintivas de la época. Giovanni Villani, que escribía a principios del siglo XIV, llamaba a su Florencia (1) «hija y creación de Roma». Pero no (Página 4) llegó a conocerla en el ápice de su florecimiento cultural, que se produjo a finales del siglo XV, como siempre cuando ya su poderío económico declinaba. Y es que, probablemente, ningún estado se puede permitir el lujo de un extraordinario florecimiento cultural.

gran libertad de pensamiento, y la convirtieron en la ciudad en que se podían desarrollar, con una inmunidad relativa, los «studia humanitatis». Bruni afirma de Florencia en 1428: «Existe una misma libertad para todos». Como es lógico, esto era totalmente inexacto, pues la libertad es siempre distinta para el encargado de administrarla. Pese a lo que pudiéramos llamar «constitución», el poder en Florencia quedaba en manos de una reducida oligarquía. En Florencia ocurrió como en nuestra sociedad. Los más útiles, excepto los profesionales o los que tenían ligados sus intereses a las decisiones políticas, renunciaron al

Durante el siglo XIV Florencia fue gobernada por una serie de brillantes cancilleres que, a cambio de no respetar la vida o la hacienda de ningún ciudadano, instauraron una 6. Federico de Montefeltro. Piero Della Francesca.

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