Los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX no dejaban adivinar con facilidad cuál iba a ser la evolución inmediata de la escultura española, a causa de la carencia total de un orden estético y de la proliferación de monumentos conmemorativos de un extremado detallismo, pero faltos de inventiva y valía artística. Pero muy pronto, a medida que se iba penetrando en el siglo XX, la escultura volvió a recuperar su antigua consideración.
Texto de Ernesto Ballesteros