Hiperbórea #01

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Sumario 02

Interview

CIRILO LUCERO

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Un día en la vida

ESA ALEGRÍA QUE TOCA DE OÍDO

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MI CAPRICHO

ES LEY Por Rogelio R. Almada

Poesía

TRÍPTICO DE VADOS DIARIO DE LA HOJA

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Caminando por el lado salvaje

UN ELOGIO A LA FUGACIDAD

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Relato

OTRO MODO DE MIRAR LAS CONSTELACIONES

09

Poesía

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FORMAS

UN LIBRO

UN DISCO

Volver a los clásicos

Escrito a lápiz Robert Walser Microgramas

Kind of Blue Miles Davis

ULISES. JAMES JOYCE Fifteen forever

PETER PAN

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La rockola de Mariana

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Bon Temps

15

Poesía

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Discado Directo Internacional

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HERMOSOS PERDEDORES POP

CUERPOS DESOBEDIENTES

LA SUBVERSIÓN DE LAS FORMAS Y OTROS POEMAS

PARA CERRAR AL FIN LA PARTIDA Ensayo

DE LA OBRA AL TEXTO DEL AUTOR AL LECTOR

La obra demencial de alguien dispuesto a perderlo todo por la literatura. Me produce una felicidad atroz y devastadora la mirada microscópica de Walser, que se empeña en edificar una cosmogonía particular.

Si sólo contuviera “So What” alcanzaría para ser una obra maestra, pero también está “All Blues” para alcanzar el éxtasis.

MÚSICA PARA UN BALLET DE PAPEL Ensayo

¡¿PARA QUÉ SIRVE LA GRAMÁTICA?! Femme Fatale

MARILYN MONROE

Café y cigarrillos Jim Jarmusch Con el sketch de Iggy Pop y Tom Waits es suficiente. Me fascina esa atmósfera de cine noir que nos envuelve como si se tratara de un humo adictivo.

Casa de Citas

“La música sabia no acude a nuestro deseo.”

“La música es la voluptuosidad de la imaginación.”

–Arthur Rimbaud

–Eugene Delacroix

“Dios es música.” Ensayo

UNA PELÍCULA

“El jarrón da forma al vacío y la música al silencio.”

–Gustavo Cordera

“El infierno está lleno de músicos aficionados.”

–Georges Braque

–George B. Shaw

“Las mujeres y la música no deben tener fecha de vencimiento.” –Oliver Goldsmith

“Sin música la vida sería un error.” –Friedrich Nietzsche

“Fuera de la música, todo, incluso la soledad y el éxtasis, es mentira. Ella es justamente ambos, pero mejorados.” –Emil Ciorán


EDITORIAL

No están quietas las aguas. En un claro de tierra se han reunido las rías para abrirse camino entre lo estéril. Jadean las piedras insomnes en el puño del último gigante, y un renovado hambre pone en pie los esqueletos de los peregrinos que detuvieron sus pasos para acariciar los muslos desnudos de la noche. Los sueños de los enfermos nos empiezan a parecer divertidos y como ocurre con los hielos antárticos ya no se oyen los crujidos previos al gran desprendimiento, en el vientre de la muñeca encinta. Palabra por palabra, recorremos el cuerpo virgen de la chica que nadie saca a bailar, con la urgencia del reo, la avidez del vagabundo o el alarido del demente. Tenemos hambre de dios, lo queremos poseer a oscuras y en el convencimiento de su dominio devorarlo, masticar su divinidad como si se tratara del corazón de un recién nacido. Dar forma a lo inasible mientras se come con las manos sucias, satisfechos de haberse alimentado de relinchos, de gemidos, de ojos que en su fascinación no dejan de destilar frío. Los desiertos vuelven a estar poblados de fantasmas, eso lo advertimos al adentrarnos en el gozo de todo lo que está en agonía, y así le arrancamos el disfraz al verdugo que durante

años ha ocultado su rostro, y a la luz del mediodía espantamos los viejos espectros que ya no pueden establecer ni fijar las nuevas voluntades. En tiempos donde vuelven a estar en alza unas cuantas ficciones tranquilizadoras, nos inclinamos por el desasosiego, por el riesgo, por la ineludible fuerza del misterio, porque solo así podremos aprender a mirar con los ojos del ensueño, sin el grueso lente de la indiferencia podremos apoderarnos de la inefable gracia de las cosas. Empecemos este largo peregrinaje, justo ahí donde la noche desnuda sus blancos pechos. Ya no hay tiempo que perder. Después de tantos años salimos para encontrar el viejo gozo perdido, para recobrar el furor de un relámpago, para reconquistar la ferocidad con que se escribe el primer verso; iniciamos una fuga hacia adelante, fijando con palabras, con migas de pan, el rumbo. Reconocemos que todo se vuelve estéril, sin palabras, sin música, sin dejar que la belleza surja totalmente renovada de las entrañas de la tierra, y palabra en alto, circulamos, sin otra orientación que las estelas de un fulgor huyendo, convencidos que al decidirnos por la libertad, debemos marchar hacia la lejanía, el único lugar donde las viejas formas pierden su dominio.

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STAFF Consejo Editorial: Lic. Jorge Martínez, Matías Caruso, Luciano Achervi, Matías Lucero, y Marcos Freites. Diseño: Javier Saboredo. Corrección: Cristina Cambareri. Ilustración de tapa: Cecilia Rizzo. IFDC SAN LUIS Rectora: Mag. Nancy Tourn. Directora Académica: Esp. Flavia Morales. Director de Extensión: Esp. Fernando Rodríguez Luiz. Colaboran en este número: Francisco Almena García, María de los Ángeles Bianchi, Mariana Córdoba, María Laura Bravo, Luciana Garamondi, Rita Guevara, Ayelén Pilmayken, Nicolás Scardapanne. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del Consejo Editorial de profesores y alumnos del IFDC San Luis. Queda expresamente autorizada la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación, siempre y cuando sea utilizada con fines educativos y de investigación, respetando los derechos de autor y citando la fuente. Inscripción en el Registro de la Propiedad Intelectual en trámite.

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INTERVIEW

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Cuando el ocaso parecía ceñirse sobre la literatura sanluiseña, surge la voz de un escritor distinto, vibrante, capaz de viajar al pasado y retornar con un puñado de relatos asombrosos. En esta entrevista, Cirilo Lucero nos cuenta cómo se hace para escribir desde el páramo. Por Matías Caruso & Marcos Freites

n sol famélico, crepuscular, se filtra por la persiana entreabierta, y en el aire parece flotar ese aliento otoñal del que se impregnan los personajes de Molesto silbidito, debut literario de Cirilo Lucero, uno de los autores sanluiseños más interesantes y originales que han surgido en los últimos años. Estamos en su casa, y nos cuenta de su primer acercamiento a la literatura. Esto ocurrió a una edad en que muchos escritores han escrito todo el grueso de su obra. Todo empezó tras una pérdida. “En el año 2003, fallece mi señora. Al año, me dije: algo tengo que hacer. Pensé que escribir podría ser bueno. Pero no sabía hacerlo. Entonces, como en tantas otras cosas que emprendí, traté de develar el entramado secreto que ocultaba. Entonces elegí cuatro cuentos. Cuentos de aprendizaje. Reveladores. A mi


favor contaba con que siempre fui un buen lector de diarios. Leía hasta los obituarios. Dos o tres diarios, todos los días. Mi papá fue quien me incentivó. Él se hacía el dormido, y me hacía leer las noticias. Así me fui acostumbrando a leer el diario. Leía las distintas secciones. Eso nunca lo dejé de hacer. ” Cirilo Lucero habla, y su forma de contar se parece a su prosa, visceral, desgarrada, punzante. Como si fuera escrita con el aliento en la nuca. Como si se tratara de una salida de emergencia ante el advenimiento de la asfixia total. Una obra que surge del páramo, desde la intemperie, con la fuerza suficiente como para golpear sin piedad en la mandíbula. Relatos donde ficción y realidad se entremezclan hasta formar un complejo entramado, donde lo mitológico se fusiona con lo costumbrista, revelando viñetas que retratan un San Luis lejano, que cada tanto retorna del pasado para recordarnos que su onda expansiva aún palpita en medio de un presente, en el que la literatura parece haberse reducido a círculos, a chispazos que apenas titilan en la oscuridad. Ahí está Cirilo Lucero para llamarnos la atención, y adentrarnos en ese mundo que se edifica con los restos de un tiempo que más temprano que tarde se hizo añicos. “El primer libro que recuerdo fue Jornadas de agoní´as, una novela de Manuel Gálvez. Lo leí en dos días. Con una voracidad terrible. Hablaba de la Guerra del Paraguay, de Solano López. Estaba poblada de escenas realistas. Después, a los 18 años, me encontré con Nabokov y su Lolita. Plena adolescencia. Esas lecturas me hicieron preguntar: ¿Cómo se hace un cuento? Supongo que debe ser el primer interrogante al que se enfrenta un escritor. Luego fue Borges. Lo leí pese a cierto recelo, de índole político. También Cortázar, Kafka. Leí cinco, seis veces cada cuento. Al principio me atrajo la historia. Quería leer para saber cómo se escribía. Para ver el armado, la arquitectura del cuento. Esa armazón que sólo queda al descubierto después de varia relecturas. Por eso te digo que son importantes para mí las lecturas de Cortázar y Kafka. La Metamorfosis. A Juan Rulfo con su Llano en llamas y de quien dicen los que más saben, fue el padre del realismo mágico. También

podría ponerlo a Vargas Llosa. Hay una novela suya excelente: Conversaciones en la catedral.” La sombras de la tarde se alargan, parpadean pesadas en torno a la casa, y Lucero, anécdota tras anécdota, va enhebrando los trazos de una vida, donde el afán por el descubrimiento lo mantuvo en pie, y pese a lo trágico y sus voluntades, continuó mirando el mundo con unos ojos que no se cansan de haberlo visto todo. “El primer cuento que escribí fue Molesto silbidito. Lo envié a un concurso en Francia. El premio Juan Rulfo. Y lo más sorprendente fue que entre seis mil ochocientos cuentos, fue uno de los trece finalistas. Eso me dio ganas de seguir. El ganador fue un mexicano. Un cuento de inmigrantes. Inmigrantes que cruzan la frontera entre México y Estados Unidos. Un cuento realista. Bastante bueno. Entonces le escribí al ganador un mail para felicitarlo. Le manifesté que era un gran cuento, que siguiera adelante. Para alentarlo, pensando que era un novato como yo. Al rato recibí un mail, donde sólo me decía muchas gracias. Nada más. Bastante parco el hombre. Me llamó la atención tanto laconismo. En el busca-

“Quería leer para saber cómo se escribía. Para ver la arquitectura del cuento.”

dor de Google coloqué su nombre. El currículum que me devolvió era largo como una sábana, novelista, cuentista, ensayista, conferencista etc. Autor de varios libros. ¡Caramba! me dije, con quiénes he estado compitiendo.” Pero la obra de Lucero no se reduce a un solo libro, pronto una editorial de Junín va editar su nueva obra El hombre en sótano, que marca un salto en su producción, proponiendo una mirada más universal sobre las cosas que lo rodean. En un principio la temática versaba sobre San Luis, una ciudad con fisonomía de pueblo grande, donde todo parecía suceder a espaldas de la historia. En muchos cuentos subyacen esas imágenes que parecen haber sido emitidas hace tiempo, pero que encuentran un eco en la particular visión de Lucero. Es que Cirilo, impulsado por la curiosidad siempre se embarcó en grandes aventuras, como cuando le dijo en un arrebato a quien sería su mujer que era técnico en televisores. “En esos tiempos, en los albores de este medio de comunicación que era como si ahora dijera que soy astronauta. Todo marchaba bien hasta que se le rompe el televisor a mi futura suegra. Me pidieron que lo arreglara. Entonces, con mucho cuidado, lo desarmé. Tenía algunas nociones de radio y de algunos componentes electrónicos de los que había leído por curiosidad. Televisores, no había visto nunca. Era la primera vez que veía un televisor. Al desarmarlo advertí que había un capacitor algo tostado. Aquí no se conseguía nada. Eso les dije a mi novia y su madre. Entonces me fui a Buenos Aires. Ahí conseguí libros para leer sobre el tema. Compré en la calle Corrientes uno que se titulaba 40 casos difí´ciles de televisió´n. Me tragué al libro en el viaje de vuelta en tren. Al final lo pude arreglar. El problema fue que mi futura suegra me empezó a enviar todos los televisores de los vecinos”. Afuera la tarde se termina por desintegrar, la calle se llena de murmullos y nos despedimos. Aún resuenan como una lluvia persistente las palabras de Lucero. Sus palabras son parte de ese furor que funciona como estandarte de aquellos que se asoman al abismo para entender lo incomprensible de las ausencias y lo hacen con la elegancia del más avezado espadachín.

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04

UN DÍA EN LA VIDA

Por Matías Lucero

A Nicolás, ese tipo que supo ficcionalizar lo inficcionalizable. El sol parpadea entre las vías, mientras la gente corre a comprar sus nombres en la última subasta del supermercado. Yo pienso en vos y creo que el amor debe ser como un candombe en medio de la Antártida, esa sensación sublime de no poder dejar de fumar frente a tu casa. Parado en una esquina veo las fichas desparramadas sobre el tablero. Y este es el punto exacto donde las calamidades son otra forma de vernos reflejados, y te veo desnuda pintándote las uñas y dejando que la música rebote contra tu aceite. Vos entendés las historias desde otro lugar, aprendiste a abandonar el comic, te saliste de esos dibujos sensuales de media página mostrando los pechos apoyada contra el papel. Todos bailamos dentro de los

que se aparecen difusas por la mañana cuando caminás al prometido almuerzo con tu abuela. Pero sobre esto no tenía que escribir, tenía que contar qué fue de ese día. Recapitulando, las mañanas son obtusas, son macabras. Los días comienzan a las 12, cuando el sol pega de lleno. Entonces escucho la música que quedó sonando la noche anterior. Es Frank Sinatra a todo volumen. Afuera hay un sol mentiroso. Leí por ahí que las cosas a la luz se ven mejor, pero con este sol todo parece difuso, como una antigua película de cowboy en la que el sheriff mira de frente al villano sin pestañar, con una mano dispuesta a hacer escupir su revólver en el pecho del otro. Y entonces es la escena, la cámara se mete dentro de uno de los personajes, y podés mirar desde los ojos del actor cómo todo se vuelve confuso. El sol se empeña en ser un embajador de la

es dios, ese tipo con pánico escénico cuadros, los diálogos son viñetas con olor a consumición gratis, como una vida de premio consuelo, una cantidad impresionante de panfletos dentro de mi cabeza. El hoy seguramente se quedó en los libros que nadie abre, y el futuro como una voluta de humo desde la boca roja de una chica que renta sus horas. Esa noche se quedaron todos extrañados al ver lo que había dentro del frasco. Hasta creo haber notado una mueca de sorpresa en tu boca. Nunca nada te interesó demasiado como para abandonar esa pose de falta de satisfacción ante todo. Osella palpitaba de emoción mientras con los dedos temblorosos armaba un cigarrillo. Son noches donde todo se resume a un montón de palabras mal mezcladas, a imágenes

paz, los crímenes los prefiere de noche, cuando él no los ve, prefiere culpar a la luna de los crímenes, los violadores, las prostitutas, los cantantes de música country, los drogadictos, los adictos al sadomasoquismo, los amantes, los lectores de Rimbaud, todos ellos hijos de la luna, todos criminales de uno u otro modo. Se hace tan difícil la linealidad del texto. Esa mañana ya estaba medio despierto cuando todo comenzó a suceder muy rápido. Llegaron mis viejos que viven a 400 kilómetros y casi no pude responder cuando mi papá se quedó mirando las siete plantas de marihuana que crecían copiosamente en el patio de la casa que ellos pagaban. Palabras fueron construyendo y deconstruyendo la realidad, me hace pensar que

somos unas cuantas líneas en un interminable escrito, que algunos somos errores ortográficos, no puedo dejar de pensar que quien escribe es dios, ese tipo con pánico escénico, qué sólo se le aparece a las vírgenes y a los locos. En el auto (mis hermosos padres me llevan a una primera cita con el psicólogo de un centro de rehabilitación) pienso en las posibilidades que un hombre pueda verme como una filmina, totalmente transparente. Entonces me pregunto qué vería. El psicólogo es un tipo de barba y anteojos, con una especial habilidad para tomar un café tras otro. Salí de la consulta con las palabras resonando en mi cabeza, la locura carga con el peso de la realidad. Y las pastillas hacen de todo una mezcla de momentos, no existe un hilo conceptual. Me gusta pensar que las pastillas son una sombrilla, una sombrilla a la que los ojos acusantes de dios no pueden penetrar, entonces comenzamos a ver la realidad como lo que es, como un montón de sinsentido, como un absurdo. Todos corren, corren tan lento que retroceden, la gravedad cambia, se muda desde abajo hacia atrás, entonces todos corren para no ser devorados por la masa de imanes gigantes y al rojo vivo que es la gravedad. Y papá corre, y mamá corre, y hay una sartén sobre el fuego que cocina los bifes, la sangre se escurre y la sal la seca. Sara está podando las plantas mientras llega Martina. Las dos se sientan a hablar sobre política, yo como mientras fumo un porro lleno de sombras. La noche llegó sin avisar, el sol se quedó atrás, seguro que se lo comió la gravedad, entonces la luna, la secreta seguidora de los marginados. A casa llegó más gente. Ahí de nuevo vos, sentada en el rincón, y fue cuando pensé en el frasco, ese que siempre todos habían querido ver.


POESÍA

TRÍPTICOS DE VADOS Por Luciano Achervi

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saber,

en este momento, puedo decir:

y ahora me pregunto

que saber en saber

tan erguido el cuerpo de mi cuerpo

por el fuera o fuese:

se pierde en todo

que ya no es su cuerpo

fuese una mañana

un exiguo

de mi cuerpo

sin mañana

sentir

otro cuerpo

de una sombra

la nada.

de su cuerpo.

que no es sombra, fuese un lapso

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o fuese o fuera

puede ser que quiera matarte

ahora puedo decir:

uno,

-me dice-

entiendo como si deprisa

tan solo uno

puede ser que el delirio

en todo vacío habita

que fuera o fuese

sea el afán

tal o cual cosa

su presente

del durante

que no es el espacio

en el fuera o fuese

que se sabe ave,

entendido

de un espacio

puede ser que quiera algo de ello

como el todo deprisa.

que sería y será

-me dice-

un.

13:00 gacidad se fu a L ante de hizo diam era eso. ja o h hoja. La nocido, Lo más co rior en te la hora an l ió su árbo que prend n ió c sa sen frente a la nadie. or p a d a v e ll

13:10 de lo no ja o H omo trepado c dice re p lo que ión. c a n a v la hil

13:13 Registro de viento horadando las aletas lunares de un animal parecido a cuatro eras.

13:11 Hoja cayendo lentamente.

13:15 Audición fugitiva. Pasos. Remolinos. Suena “En remolinos” y el proceso sigue.

DIARIO DE LA HOJA Por Luciano Achervi

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CAMINANDO POR EL LADO SALVAJE

Un elogio a la fugacidad o la insoportable impostura de la belleza Entre la fascinación y el aturdimiento que provoca la adolescencia, una chica escapa del pueblo con un manojo de belleza a cuestas, dispuesta a triunfar en la gran ciudad. Una crónica acerca del exhibicionismo como contraseña necesaria para ocupar un sitio ahí donde las luces resplandecen con más violencia. Por Marcos Freites Ella dice que soñó que despertaba desnuda en una habitación de hotel y alguien la tomaba de las manos. Entonces hace una larga pausa, toma aire y observando la imagen que le devuelve el espejo frente al que está sentada, exclama que todo esto es muy curioso, demasiado inusual. Por lo general sueño que voy a comprar zapatos, que me duermo en el spa luego de una sesión de masajes, pero soñar que un extraño te agarra de las manos y te arrastra hacia una cama donde una pareja hace acrobacias sexuales es… (busca una palabra. Sus manos hacen un rápido ademán en el aire)… es tan loco. ¿Lo podés imaginar? Me pregunta y sin esperar una respuesta agrega que empezó a tener sueños extraños después de que su familia se mudara a una antigua casona ubicada a orillas del río. Entonces entra su novio, un joven con aspecto de promotor de agencia de viajes estudiantiles, y pregunta dónde están las mancuernas. Ella se encoge de hombros y esboza una

leve sonrisa. El joven me dice mitad en serio, mitad en broma que no le debo creer demasiado. Desde que la eligieron la chica del verano en un festival no hace otra cosa que fabular, asegura y se aleja silbando. Ella niega que haya cambiado, tal vez cambió mi vida pero por dentro sigo siendo igual. ¿No te parece? Pregunta y cruza sus piernas interminables. Rebecca nació en Las Lajas, en el mismo paraje desolado donde transcurrió mi adolescencia, pero desde muy niña buscó escapar, saltar las murallas invisibles que cercan todo pueblo y lo hizo transgrediendo todas las reglas, dejando tras de sí una estela de leyendas. En el pueblo hay un puñado de buenos muchachos que aseguran haberla visto nadar desnuda en el río, haber presenciado un lento “streap tease” en torno a las hogueras primaverales. Rebecca se ríe de estos comentarios y dice que algo de verdad hay. Cuando el río suena siempre trae agua. Sólo la transgresión puede arrancarnos

de la monotonía de vivir en un sitio donde nunca sucede nada. Siempre tuve en claro que si una mujer sabe usar con inteligencia su vagina puede alcanzar el cielo. El cielo es el límite para una chica linda. La noche ha empezado a cercar la casa, y el cuerpo de Rebecca, a medida que oscurece se torna más sugerente, como si la oscuridad revelara otra Rebecca, muy parecida a la que quiero desentrañar. Porque yo conozco a la Rebecca adolescente con quien a finales de los noventa arriba de un techo escuchábamos canciones punk en un radiograbador desvencijado, a la chica tentación que inútilmente intentaba enseñarme a bailar cumbia en los juegos florales, a la vecinita lasciva que hacía topless a orillas de una Pelopincho bajo el candente sol de enero; pero no a esta Rebecca que en un rápido parpadeo se convirtió en un objeto deseado por media provincia, desde que posó cubierta sólo por una carpeta de Hello Kitty para Alta pen-


La belleza es fugaz. Ahora la tenés, mañana la perdiste.

deja que desfiló para las principales tiendas de ropa de la ciudad, que fue la sensación del último carnaval, que encendió la noche de una discoteca puntana con su show de la secretaria perversa, y lo más importante de todo, que fue chica de tapa de una revista erótica muy importante. La tapa que hice para la revista fue muy jugada. Un desnudo frontal como nunca se vio. Desde atrás unas manos me agarraban, mejor dicho me estrujaban los pechos. Fue un homenaje a Janet Jackson, a quien admiro muchísimo. Desde hace tiempo quería hacer algo jugado, pero no quería saltar sin red. Necesitaba hallar protección. Viste. Todas las chicas necesitamos un cielo protector. Hasta que encontré un amigo-mujer, Tony Rodríguez Hudson, que pudo ver todo mi potencial. Enciende un Virginia Slims y agrega que la fama dura apenas un instante, y a ese instante tenés que exprimirlo. Sacarle el jugo. La belleza es fugaz. Ahora la tenés, mañana la perdiste. Eso lo sé desde la primera vez que besé a un hombre. Empezar a amar es darse cuenta que los encantos de los que nos enorgullecemos son bastante efímeros. ¿No te parece? Me increpa y, como siempre, no espera mi respuesta. Las luces de los reflectores siempre están dispuestas

a posarse en nuevos cuerpos. Así que mientras tengas “eso” que las otras no tienen: apro-ve-cha-lo. Deletrea la palabra y deja escapar una risita picara, como si ocultara mucho más de lo que muestra. Antes de hacer la nota, alguien me advirtió que las chicas lindas van construyendo mecanismos de autodefensa, armaduras hechas de palabras frívolas para esconder su verdadera esencia, ese don sublime al que sólo pueden acceder unos cuantos afortunados dignos de su querer, mientras el resto de los mortales debemos conformarnos con una serie de espejismos donde creemos vislumbrar cierta verdad. También me aconsejaron visitar, mejor dicho, explorar tres lugares en la casa de una mujer fatal. Tres sitios donde se satisfacen los instintos más bajos. Entonces le pido que me muestre su heladera, su dormitorio y su baño. Rebecca accede sonriente. Cree que es parte de algún juego. Al abrir la heladera, como era de esperar me encuentro con una gran cantidad de productos light. Sólo logra llamarme la atención un trozo de carne blanda que parece a punto de manar sangre. Subimos por una escalera de madera angosta hasta su cuarto donde florece una cama redonda con un colchón de agua que parece tener vida propia. Cuando uno tiene una casa, afirma Rebecca, debe preocuparse por tener una buena cama. Si te pones a pensar, la cama es el lugar donde ocurren las cosas más interesantes de la vida. Por lo general en una cama nacés, te reproducís y te morís. Entonces hay que comprar una cama que esté a la altura de los acontecimientos. Me enseña con orgullo un armario repleto de zapatos y zapatillas. Se sienta en el borde de la cama y me cuenta que la primera vez que posó desnuda fue para un amigo fotógrafo. Estábamos tomando vodka con naranja, y le digo por qué no hacemos unas fotos. Entonces el pibe me dice sacate toda la ropa y yo sin dudar me puse en bolas. La pasé genial. Sentí algo que recién varios años después volvería a sentir. Las fotos las subimos a su fotolog. Fueron un éxito total. Deberías haber visto la cara de mis compañeras de secundaria. Me tra-

El cielo es el límite para una chica linda.

taron como si fuera un gato. Por último me muestra el baño, donde surge una gran tina de mármol en la que para delicia de su novio debe pasar largos ratos solo cubierta por espumas. Mientras ella juguetea con un pececito de plástico amarillo y me narra los acontecimientos que le permitieron conocer a su novio, observo el espejo que pende del techo, reflejando de forma divergente nuestras figuras. El reloj va a marcar las diez, y Rebecca me pide que me vaya. Es sábado a la noche y debe animar un evento. Me tengo que empezar a preparar dos horas antes. Me gusta la puntualidad. Es agobiante andar corriendo contra el tiempo. ¿No te parece? Pregunta y como siempre ella misma se responde. Me pide que vuelva, así recordamos episodios de la infancia, pero los dos sabemos que no habrá una próxima visita, que estas dos horas han sido suficientes, que lo que nos une son apenas un puñado de recuerdos compartidos en un pueblo, en un tiempo, que han quedado demasiado lejos, a los que no deberíamos retornar porque eso significaría que la huida no ha sido definitiva, que el pueblo, ese sitio amurallado del que logramos escapar, nos ha vuelto a atrapar. Afuera, una luna redonda y obesa cuelga del cielo, y el otoño se anuncia en el degradé del verde al amarillo de los árboles. Pienso en que dentro de unos años encontraré a Rebecca en un café de alguna ciudad extraña y no nos alcanzaremos a reconocer, aunque para los dos esta época será la favorita, la que sintonizamos con mayor frecuencia, en la que nos sentiremos más cómodos a la hora de revisitar el pasado.

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RELATOS

Por Matías Lucero

Las nostalgias se cuentan de a docenas, decía el cartel que pendía de la puerta de su habitación. Eran tardes largas, cuando nos poníamos tras el manual de mí constelaciones para descubrir Sirio entrada la noche. Ella se paraba de espaldas a querer sin mirar aba porque decía que yo nunca iba a poder entender lo que signific ponerle un nombre a todo, así que yo prendía un cigarrillo mientras ella escudriñaba el puñado de foquitos en el cielo, intentando ver la noche sin querer entenderla. Las horas se fueron consumiendo con cada ráfaga de olvido. Intentando no pensar en el futuro para que no nos encontrara besándonos en cualquier rincón oscuro. Subíamos a todos los autos sin llave para imaginar que viajábamos a otros puertos más alejados, donde hablaran otro idioma, donde nadie pudiera vernos los rostros que se nos dibujaban con sonrisas perennes. Ahora que está la muchacha con un chaleco de fuerzas, pienso que tal vez el valium no es buen resultado para las cabezas que desde hace rato foguean a solas. Y me imagino a un dios como un gran relojero envuelto en un chaleco de celofán. La chica deja que sus ojos se pierdan hacia atrás, pienso que le temo a la blancura, entonces tomo un crayón de su mesa de luz y le dibujo dos pupilas para que pueda mirar. La eutanasia es una gran respuesta cuando ya desechamos la quietud, me dice una enfermera que me deja solo con el cadáver. Entiendo que tenía que suceder, que los sueños lúcidos me estaban alejando de la sucia habitación donde todavía descansaba un libro de Dashiell Hammett sobre la mesa de luz. La realidad me resulta un ensueño mal barajado, y las cartas sobre la mesa no prometen una buena partida. Tomo un vaso de vino caliente, cada parpadeo me trae su silueta dando pasos pequeños sobre el jardín. Entiendo que me gustaría ponerle un cuerpo, pero no es más que una sombra en esta oscuridad. La calle debería estar mojada para que la poética del texto no se corte, en cambio el sol no para de azotar su sadomasoquismo contra los incorruptibles que salen a las tres de tarde a ver la ciudad. Ahora que ya es tarde para saber adónde queda Sirio, hago garabatos sobre un papel en blanco. Dibujo una casita rodeada de escarabajos gigantes kafkianos. Ya no espero nada, porque no hay nada que esperar. Me sostiene la idea de que dentro de unos meses las constelaciones vuelvan a aparecer en el mismo lugar.


POESÍA Por Matías Caruso

Abril

PARMÉNIDES

Fumar como cigarrillos los pecados. Callar suavemente un grito, abrir lentamente las ventanillas del submarino. Zambullirse en tu respiración. Escribir con tinta el canto de los peces, de pececitos de colores que nadan la tierra y que en cada inhalación los pulmones se llenan de seres inquietos que nos hacen gustar de la vida. Y como caen los caracoles, se disipa la muerte simultánea a la luna sucia. A la luna partida por la mitad… La serenidad se violenta en colores pálidos o revistas viejas. El amanecer que tantas flores captura de la noche en la que algunas se esconden y otras esperan las manos de los enamorados. Duelen las venas por el galope de la sangre al verla. Los dedos se achicharran, y la mente se nubla como un verso romance. No sé sumar: ¿Los puntos finales? ¿Los lunares y las cicatrices? No sé si cuento los días, Los versos o… los meses. Después… solo después… apago luciérnagas en las cenizas.

CONCEPTO

El oxímoron, del griego «oxymoron» («oxys» agudo, afilado; «moron» romo, estúpido) es una figura literaria, empleada frecuentemente en poesía, que consiste en combinar dos palabras de significado opuesto o contradictorio para originar una expresión de sentido diferente. Por ejemplo «una sonora soledad» o «un instante eterno».

Todo es ser nada es todo

mas

Todomás nada es

Todo…

ser.

Dado que el significado literal de un oxímoron es absurdo, se fuerza al lector a realizar una interpretación metafórica del mismo. Borges definió así el oxímoron: «En la figura que se llama oxímoron, se aplica a una palabra un epíteto que parece contradecirla; así los gnósticos hablaron de luz oscura, los alquimistas, de un sol negro. Salir de mi última visita a Teodelina

Todo, es

Villar y tomar una caña en un almacén era una especie de oxímoron; su grosería y su facilidad me tentaron. (La circunstancia de que se jugara a los naipes aumentaba el contraste). Pedí una caña de naranja; en el vuelto me dieron el Zahir; lo miré un instante; salí a la calle...» Jorge Luís Borges, «El Zahir» (El Aleph, 1949).

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Ulises e c y o J s Jame 10

Telémaco/Néstor/Proteo/Calipso/Lotófagos/Hades/Eolo/LestrigoVOLVER A LOS CLÁSICOS nes/Escila y Caribdis/Las Rocas Errantes/Las Sirenas/El cíclope/ Nausica/Los Bueyes del Sol/Circe/Eumeo/Ítaca/Penélope/ Telémaco/Néstor/Proteo/Calipso/Lotófagos/Hades/Eolo/Lestrigones/ Escila y Caribdis/Las Rocas Errantes/Las Sirenas/El cíclope/Nausica/Los Bueyes del Sol/Circe/Eumeo/Ítaca/Penélope/ Telémaco/ Néstor/Proteo/Calipso/Lotófagos/Hades/Eolo/Lestrigones/Escila y Caribdis/Las Rocas Errantes/Las Sirenas/El cíclope/Nausica/Los Bueyes del Sol/Circe/Eumeo/Ítaca/Penélope/ Telémaco/Néstor/ Proteo/Calipso/Lotófagos/Hades/Eolo/Lestrigones/Escila y Caribdis/Las Rocas Errantes/Las Sirenas/El cíclope/Nausica/Los Bueyes del Sol/Circe/Eumeo/Ítaca/Penélope/ Telémaco/Néstor/Proteo/Calipso/Lotófagos/Hades/Eolo/Lestrigones/Escila y Caribdis/ Las Rocas Errantes/Las Sirenas/El cíclope/Nausica/Los Bueyes del Sol/Circe/Eumeo/Ítaca/Penélope/ Telémaco/Néstor/Proteo/Calipso/Lotófagos/Hades/Eolo/Lestrigones/Escila y Caribdis/Las Rocas

MAJESTUOSO, el orondo Buck Mulligan llegó por el hueco de la escalera, portando un cuenco lleno de espuma sobre el que un espejo y una navaja de afeitar se cruzaban. Un batín amarillo, desatado, se ondulaba delicadamente a su espalda en el aire apacible de la mañana. Elevó el cuenco y entonó: —Introibo ad altare Dei. Se detuvo, escudriñó la escalera oscura, sinuosa y llamó rudamente: —¡Sube, Kinch! ¡Sube, desgraciado jesuita! Solemnemente dio unos pasos al frente y se montó sobre la explanada redonda. Dio media vuelta y bendijo gravemente tres veces la torre, la tierra circundante y las montañas que amanecían. Luego, al darse cuenta de Stephen Dedalus, se inclinó hacia él y trazó rápidas cruces en el aire, barbotando y agitando

la cabeza. Stephen Dedalus, molesto y adormilado, apoyó los brazos en el remate de la escalera y miró fríamente la cara agitada barbotante que lo bendecía, equina en extensión, y el pelo claro intonso, veteado y tintado como roble pálido. Buck Mulligan fisgó un instante debajo del espejo y luego cubrió el cuenco esmeradamente. —¡Al cuartel! —dijo severamente. Añadió con tono de predicador: —Porque esto, Oh amadísimos, es el verdadero cristianismo: cuerpo y alma y sangre y clavos de Cristo. Música lenta, por favor. Cierren los ojos, caballeros. Un momento. Un pequeño contratiempo con los corpúsculos blancos. Silencio, todos. Escudriñó de soslayo las alturas y dio un largo, lento silbido de atención, luego quedó absorto unos momentos, los blancos dientes parejos resplandeciendo con centelleos de oro. Cnsóstomo. Dos fuertes silbidos penetrantes contestaron en la calma. —Gracias, amigo —exclamó animadamente—. Con esto es suficiente. Corta la corriente, ¿quieres? Saltó de la explanada y miró gravemente a su avizorador, recogiéndose alrededor de las piernas los pliegues sueltos del batín. La cara oronda sombreada y la adusta mandíbula ovalada recordaban a un prelado, protector de las artes en la edad media. Una sonrisa

placentera despuntó quedamente en sus labios. —¡Menuda farsa! —dijo alborozadamente—. ¡Tu absurdo nombre, griego antiguo! Señaló con el dedo en chanza amistosa y se dirigió al parapeto, riéndose para sí. Stephen Dedalus subió, le siguió desganadamente unos pasos y se sentó en el borde de la explanada, fijándose cómo reclinaba el espejo contra el parapeto, mojaba la brocha en el cuenco y se enjabonaba los cachetes y el cuello. La voz alborozada de Buck Mulligan prosiguió: —Mi nombre es absurdo también: Málachi Mulligan, dos dáctilos. Pero suena helénico, ¿no? Ágil y fogoso como el mismísimo buco. Tenemos que ir a Atenas. ¿Vendrás si consigo que la tía suelte veinte libras? Dejó la brocha a un lado y, riéndose a gusto, exclamó: —¿Vendrá? ¡El jesuita enjuto! Conteniéndose, empezó a afeitarse con cuidado. —Dime, Mulligan —dijo Stephen quedamente. —¿Sí, querido? —¿Cuánto tiempo va a quedarse Haines en la torre? Buck Mulligan mostró un cachete afeitado por encima del hombro derecho.


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—¡Dios! ¿No es horrendo? —dijo francamente—. Un sajón pesado. No te considera un señor. ¡Dios, estos jodidos ingleses! Reventando de dinero e indigestiones. Todo porque viene de Oxford. Sabes, Dedalus, tú sí que tienes el aire de Oxford. No se aclara contigo. Ah, el nombre que yo te doy es el mejor: Kinch, el cuchillas. Afeitó cautelosamente la barbilla. —Estuvo desvariando toda la noche con una pantera negra —dijo Stephen—. ¿Dónde tiene la pistolera? —¡Lamentable lunático! —dijo Mulligan—. ¿Te entró canguelo? —Sí —afirmó Stephen con energía y temor creciente—. Aquí lejos en la oscuridad con un hombre que no conozco desvariando y gimoteando que va a disparar a una pantera negra. Tú has salvado a gente de ahogarse. Yo, sin embargo, no soy un héroe. Si él se queda, yo me largo.

Buck Mulligan puso mala cara a la espuma en la navaja. Brincó de su encaramadura y empezó a hurgarse en los bolsillos del pantalón precipitadamente. —¡A la mierda! —exclamó espesamente. Se acercó a la explanada y, metiendo la mano en el bolsillo superior de Stephen, dijo: —Permíteme el préstamo de tu moquero para limpiar la navaja. Stephen aguantó que le sacara y mostrara por un pico un sucio pañuelo arrugado. Buck Mulligan limpió la hoja de la navaja meticulosamente. Luego, reparando en el pañuelo, dijo: —¡El moquero del bardo! Un color de vanguardia para nuestros poetas irlandeses: verdemoco. Casi se paladea, ¿verdad? Se montó de nuevo sobre el parapeto y extendió la vista por la bahía de

Dublín, el pelo rubio roble pálido meciéndose imperceptiblemente. —¡Dios! —dijo quedamente—. ¿No es el mar como lo llama Algy: una inmensa dulce madre? El mar verdemoco. El mar acojonante. Epi oinopa ponton. ¡Ah, Dedalus, los griegos! Tengo que enseñarte. Tienes que leerlos en el original. ¡Thalatta! ¡Thalatta! Es nuestra inmensa dulce madre. Ven a ver. Stephen se levantó y fue hacia el parapeto. Apoyándose en él, miró abajo al agua y al barco correo que pasaba por la bocana de Kingstown. —¡Nuestra poderosa madre! —dijo Buck Mulligan. Desvió los ojos grises escrutantes abruptamente del mar a la cara de Stephen. —La tía piensa que mataste a tu madre —dijo—. Por eso no me deja que tenga nada que ver contigo. —Alguien la mató —dijo Stephen sombríamente. —Te podías haber arrodillado, maldita sea, Kinch, cuando tu madre moribunda te lo pidió —dijo Buck Mulligan—. Soy tan hiperbóreo como tú. Pero pensar en tu madre rogándote en su último aliento que te arrodillaras y rezaras por ella. Y te negaste. Hay algo siniestro en ti... Se interrumpió y se enjabonó de nuevo ligeramente el otro cachete. Una sonrisa tolerante le arqueó los labios. —¡Pero un retorcido encantador! —murmuró para sí—. ¡Kinch, el retorcido más encantador del mundo! Se afeitaba uniformemente y con cuidado, en silencio, seriamente. Stephen, un codo recostado en el granito rugoso, apoyó la palma de la mano en la frente y reparó en el borde raído de la manga de su americana negra deslucida. Una pena, que aún no era pena de amor, le carcomía el corazón. Silenciosamente, en sueños se le había aparecido después de su muerte, el cuerpo consumido en una mortaja holgada marrón, despidiendo olor a cera y palo de rosa, su aliento, que se había posado sobre él, mudo, acusador, un tenue olor a cenizas moladas. Más allá del borde del puño deshilachado veía el mar al que aclamaba como inmensa dulce madre la bien alimentada voz a su lado. Episodio 1, “Telémaco” Fragmento


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FIFTEEN FOREVER

PETER PAN

Como una especie de error trágico, el niño que fuimos nos sobrevive casi del mismo modo que una pesadilla recurrente nos interroga, más por lo que creemos ser que por lo que fuimos, según pasan los años.

Unas palabras para Peter Pan “No puedo ya ir contigo, Peter. He olvidado volar, y... Wendy se levantó y encendió la luz: él lanzó un grito de dolor...” James Matthew Barrie, Peter Pan. Pero conoceremos otras primaveras, cruzarán el cielo otros nombres -Jane, Margaret-. El desvío en la ruta, la visita a la Isla-Que-No-Existe, está previsto en el itinerario. Cruzarán el cielo otros nombres hasta ser llamados, uno tras otro, por la voz de la señora Darling (el barco pirata naufraga, Campanilla cae al suelo sin un grito, los Niños Extraviados vuelven el rostro a sus esposas o toman sus carteras de piel bajo el brazo, Billy el Tatuado saluda cortésmente, el señor Darling invita a todos ellos a tomar el té a las cinco). Las pieles de animales, el polvo mágico que necesitaba de la complicidad de un pensamiento, es puesto tras de la pizarra, en una habitación para ellos destinada en el n° 14 de una calle de Londres, en una habitación cuya luz ahora nadie enciende. Usted lleva razón, señor Darling, Peter Pan no existe, pero sí Wendy, Jane, Margaret y los Niños Extraviados. No hay nada detrás del espejo, tranquilícese, señor Darling, todo estaba previsto, todos ellos acudirán puntualmente a las cinco, nadie faltará a la mesa. Campanilla necesita a Wendy, las Sirenas a Jane, los Piratas a Margaret. Peter Pan no existe. «Peter Pan, ¿no lo sabías? Mi nombre es Wendy Darling». El río dejó hace tiempo la verde llanura, pero sigue su curso. Conocer el Sur, las Islas, nos ayudará, nos servirá de algo al fin y al cabo, durante el resto de la semana. Wendy, Wendy Darling. Deje ya de retorcerse el bigote, señor Darling, Peter Pan no es más que un nombre, un nombre más para pronunciar a solas, con voz queda, en la habitación a oscuras. Deje ya de retorcerse el bigote, todo quedará en unas lágrimas, en un sollozo apagado por la noche: todo está en orden, tranquilícese, señor Darling. Leopoldo María Panero Así Se Fundó Carnaby Street (1970)

Juegos

A Sebastián y Carolina

Los niños juegan en sillas diminutas, los grandes no tienen nada con qué jugar. Los grandes dicen a los niños que se debe hablar en voz baja. Los grandes están de pie junto a la luz ruinosa de la tarde. Los niños reciben de la noche los cuentos que llegan como un tropel de terneros manchados, mientras los grandes repiten que se debe hablar en voz baja. Los niños se esconden bajo la escalera de caracol contando sus historias incontables como mazorcas asoleándose en los techos y para los grandes sólo llega el silencio vacío como un muro que ya no recorren sombras. Jorge Teillier, Poemas del país de nunca jamás (1963)

El Condenado (fragmento)

Empieza con un niño que nunca fue adulto y termina con un adulto que nunca fue niño. Algo así. O mejor: empieza con un suicidio adulto y una muerte infantil y termina con una muerte infantil y un suicidio adulto. O con varias muertes y varios suicidios de edades variables. No estoy seguro. No importa. Se sabe –se disculpa, se perdona– que las cantidades, los nombres, los rostros, suelen ser los primeros que saltan por la borda o se arrojan desde el andén, durante el naufragio de esta memoria siempre lista para ser aniquilada sobre los rieles del pasado. Una cosa sí está clara: al final del principio, al principio del final, Peter Pan muere. Rodrigo Fresán Jardines de Kensington (2003)


LA ROCKOLA DE MARIANA

A principio de los noventa, una banda salió dispuesta a llevarse el mundo por delante, y antes de editar su primer disco ya había hecho el ruido suficiente como para ser elegida por los críticos como la mejor banda británica. Esa banda era Suede. Por Mariana Córdoba Aún los estruendos de Manchester resonaban en el universo brit-pop y ya en las islas británicas había una agrupación dispuesta a volar por los aires todo, y contaba con coraje y talento para hacerlo. Y qué mejor que su letrista y cantante Brett Anderson para definirla: “La historia de Suede es ridícula. Es como si Maquiavelo hubiera reescrito Pánico y Locura en Las Vegas. Hay miles de personas incluidas en el reparto. Podría protagonizarla Charlton Heston... es como un cochecito de niño que alguien hubiera empujado desde lo alto de una colina. Siempre ha sido un grupo muy potente y tempestuoso que siempre anda al límite y que no para. Ni creo que lo hagan nunca”. La historia de Suede es radical, llena de altibajos, capaces de rozar la cumbre con la punta de los dedos y besar los infiernos. Fueron los que provocaron el surgimiento de los grupos guitarreros en el Reino Unido, a principio de los noventa, cuando la música electrónica y el grunge copaban los charts. También lograron convencer a los oyentes que era una banda en la que valía la pena creer, y como prueba estaban esos himnos para las nuevas generaciones de su primer disco. Canciones como “Metal Mickey”, “Animal Nitrate” o “Panto-

mine Horse”, retrataban un mundo de luces y sombras, plagados de hermosos perdedores, amores urgentes y explosiones repentinas. Con un solo disco editado, Suede era una banda sorprendente, todo el mundo aventuraba que ocuparían el podio del brit pop, tanto que su segundo disco se convirtió en el más esperado después de Never Mind The Bollock Here, de Sex Pistols. Y ese disco, Dogman Star estuvo a la altura de las expectativas, incluso las superó. El diario The Guardian lo eligió como uno de los mejores cien discos de la música británica. Como muestras están “The Wild One”, tal vez su mejor canción, los casi nueve minutos apoteósicos de “Asphalt world” donde Brett Anderson canta sobre las miserias de volver totalmente ebrio a casa a las siete de la mañana, acerca de un triángulo amoroso entre un dealer, una chica y un tercer hombre, sobre esas flores que se empeñan en crecer en el pavimento. Todo esto sucede en medio de un remolino de guitarras intensas que parecen que te van a decapitar en cualquier momento. Nadie vuelve a ser el mismo después de oír “Dogman Star”. ¿Cuántos grupos tienen en un solo disco tanto exceso emocional? Nadie como Brett Anderson supo cantarle y escribirle a la pérdida de estabilidad, al vacío que nos acecha tras el éxtasis, a esa sensación de recomenzar cortada de cuajo.

Pero durante la grabación de este disco comenzarían los problemas para Suede. Su guitarrista Bernard Butler se alejó del grupo, tras una pelea salvaje con Brett Anderson. Luego el éxito superlativo de Oasis, Blur y Pulp terminaría opacando el ascenso de la agrupación. En medio, la mala suerte jugó un papel fundamental: durante la gira por Estados Unidos, Brett Anderson se cayó del escenario y tuvo que completar el resto de los recitales cojeando. Poco tiempo después, durante un recital en Phoenix, apenas la banda subió a tocar comenzó a llover de manera demencial, lo que llevó a Anderson a bromear con que les habían echado un mal de ojo. Al poco tiempo agregaron un nuevo integrante a la banda, Neil Colding, especie de Dorian Gray, que por lo general no tocaba ningún instrumento, y se pasaba el recital sentado frente al teclado. Con su tercer disco, Coming Up, lograrían su mayor éxito, Trash, y la banda se haría muy popular en algunos lugares de Asia, como Tailandia y Singapur. Todavía habría tiempo para tres discos más, y algunos éxitos, pero el legado de Suede se había vuelto eterno. Nunca más volveríamos a escuchar una banda tan audaz, tan sexy, tan misteriosa, capaz de hacerte creer que vos tenías algo que “ellos” no tenían, y que en una canción la juventud que dabámos por perdida podía resucitar.

DISCOS IMPRESCINDIBLES

SUEDE (1993): Disco debut con canciones inolvidables como Animal Nitrate, Metal Mickey y So Young. Este álbum los puso en boca de todos.

DOG MAN STAR (1994): Un disco oscuro, introspectivo, con una atmósfera asfixiante. Las guitarras parecen oxigenarse en esos solos grandiosos. Para el podio The Wild Ones y The Asphalt World.

COMING UP (1996): Tal vez el disco más accesible de la banda. Ideal para iniciarse en la experiencia Suede. Sin la participación del guitarrista Butler, elaboraron un disco pop, lleno de melodías memorables. Sobresalen Trash, Beautiful one y Lazy.

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BON TEMPS

Por Luciana Garamondi

¿Cómo comenzar entonces a escupir las colillas de mis costumbres y mis días? Thomas S. Eliot Los días habían empezado a alargarse peligrosamente en torno a la casa. En el aire flotaban partículas de calor, y bastaba el deseo, el sobresalto del amor, para echarse a andar entre los bosques, arrebatado por el vértigo de una sospechosa posesión que nos arrastraba hacia sitios inexplorados. El hechizo del río, la perspectiva nebulosa de todo aquel universo que incitaba a desobedecer, me distraía procurándome una dicha hasta entonces desconocida. Había descubierto el placer de nadar bajo la atenta mirada de Jimena. Atravesando el bosque había un lugar lo suficientemente solitario para quitarse la ropa, y pasar horas desnuda, tirada en la arena, observando las hojas temblar en lo alto de los árboles. Jimena me arrastró hasta ese sitio, cuando el verano agonizaba, no lo hizo antes por temor a que me negara a ir. Nunca me hubiese repuesto de una negativa tuya, me dijo aquella siesta, y rozó con la yema de sus dedos mi boca. Por ese entonces, ambas sólo veníamos de visita a Siempre Viva. Al año siguiente tras un encadenamiento de eventos trágicos, nos mudaríamos definitivamente. Pero lo que quiero contarles es de aquel año, donde éramos las extrañas para la gente del pueblo. Una época que estuvo llena

de descubrimientos, de acontecimientos imposibles de olvidar. Me crecieron terriblemente los pechos, y los hombres de la casa comenzaron a mirarme de otro modo, una mezcla de temor y fascinación. Para martirio de mi padre empecé a llegar a casa totalmente ebria, a quedarme en otras casas, a refutar cada una de sus teorías fascistas. Con Jimena nos conocimos en silencio, caminado por los angostos caminos vecinales, casi arrastrándonos por el alcohol, diciéndole adiós a todos nuestros buenos modales, a la pútrida educación católica, a la dicha que llega, nos besa, nos acaricia y se va, adiós al camino fácil, a cierta esperanza de ver el mundo libre de espanto, entonces en tal desolación acudimos una a la otra, como si nos hubiésemos estado buscando desde hacía años, a tientas, en una oscuridad ajena a cualquier imagen que se pueda tener de la adolescencia. Ella me hizo tomar otro vaso de vodka-naranja para que me quitara el temor y yo bebiéndolo vorazmente derramé unas gotas en mis pechos junto a la cabeza de Jimena. Susurramos al unísono, con las gargantas ásperas, convencidas que hacia adelante otra vez no había nada. Después nos invadió la oscuridad, la niebla confusa del desamparo. Teníamos los ojos cerrados y las manos sumergidas en un abismo, la espalda transpirada, y todo el cuerpo en plena rebelión, rogándole a dios que nos haga olvidar todo, para que cada encuentro fuese siempre inédito. Me acuerdo de esto, mientras camino por el pasillo de una casa que no

conozco, me detengo en sus ojos agigantados por la turbia voluptuosidad, sin saber cómo continuar en esta existencia llena de horas que marchan hacia atrás, instantes donde sólo queda el espanto de haberlo perdido todo en una apuesta , y así avanzo en círculos hasta dar con esa dorada visión que reaparece y es poesía lo que me empuja, pienso, mientras apago recuerdos dando manotazos al aire, esquivando las puertas que se abren hacia la intemperie como el agujero de un vestido desgarrado por la tempestad. En Siempre Viva, el sol a esta hora debe estar hundiéndose tras un manto de polvo, y la chica que besé unos minutos antes de largarme estará desnuda frente al espejo, multiplicando las cicatrices que el verano ha amontando o embolsando juguetes de niños sin rostro, y mientras me figuro esto, la noche termina por cerrarse sobre la ciudad, cubriendo de humo todo lo que ansía visibilidad. No sé por qué atajo he llegado hasta aquí, tras atravesar tu recuerdo, Jimena, luego de exhalar ante el último retorcimiento del cuchillo, mancillando el tieso sudario de mis calamidades, hasta este extraño sitio, he caminado, y es posible que al acunar alguna de las sombras las oiga gemir.

Luciana Garamondi nació en Naschel, San Luis, en 1990. Estudia Hotelería. A fines de 2012 aparecerá su libro de relatos Desaparecer en Benares.


La subversiOn DE LAS FORMAS

POESÍA

Por Ayelen Pilmayken

Y OTROS POEMAS

Autobiografia

Enero

¿Cómo decir de quién, de qué manera se nombra lo que ocultás en un cuerpo que ya no es tuyo? ¿Cómo se da a cuatro manos vida, sin fingir, sin apretar los dientes? ¿Cómo saber de qué cama surgió, de dónde vino? Alguien llegó ebrio una noche, golpeó la puerta de una casa humilde, azul de humilde, y alguien atendió. El hombre entró, señaló un lunar en la piel y le ordenó que se desvistiera, y hubo llantos, alaridos, sollozos y mucha sangre, sobre todo mucha sangre, y entonces fui, fui ira, fui vergüenza, fui tristeza, fui un trapo húmedo, fui desconsoladamente Ayelén.

La subversión de las formas deja que se extienda el temporal en la débil mano del verano como algo perecedero hecho para diluirse en el cansancio del día amortajado sin un lecho donde acostar las hazañas. Sólo ese diálogo deficiente con lo animado que apenas distingue

Me estan esperando Me están esperando. Esos hombres esperan que crezca. Cada día que pasa observan con minuciosidad si mis pechos han crecido lo suficiente. Están deseosos de comprobar la humedad de mi sexo. Me están esperando. La historia no deja de repetirse. Niñas que duermen solas. Hombres que en mitad de la noche abren puertas. La historia no deja de repetirse. Me están esperando. Me están quemando por dentro. Los hombres están arrimando piras a mi cuerpo adolescente. Soy un periódico arrugado con el que van a encender el fuego. Madre, estás demasiado lejos para oírme. Saben que no ofreceré resistencia cuando esos hombres me tomen como un fruto maduro. Me están quemando por dentro. Debería morir. Debería morir. Me estoy quemando por dentro.

incendia la intemperie la dicha que promete el cuerpo abierto a la sumisión avanzando entre la salina sin herirse los pies.

Sin saber que decir Me senté desnuda frente al espejo peiné mi cabello y vi mi sexo. Estaba lista para entregarme. Tras la puerta un hombre se quitaba las botas y había viento en torno a la casa y había llanto de niños y crujían con tristeza las chapas. Mamá cocinaba una cabeza en unas ollas tiznadas, mis hermanas esparcían ceniza sobre las heces de los perros y un coche oscuro se detuvo en la entrada. Van a partirme el corazón sin piedad. A lo largo de los años por venir no haré otra cosa que parir, y lavar ropa, y preparar comida y volver a parir, y juntar monedas y ahogar mi sufrimiento. Una buena mujer debe callar su dolor. Van a partirme el corazón sin piedad. No les ha de importar que mi cuerpo aún es extrañamente hermoso.

Ayelen Pilmayken (El Divisadero, San Luis, 1992) Actualmente vive con sus padres a quienes ayuda en el pastoreo de las cabras, así como también en la manufactura de lácteos. Su sueño es poder leer toda la obra de Marcel Proust. No le interesa demasiado el futuro.

Una apreciacion La poética de Ayelén es un hallazgo. Casi como su propia vida, estas pocas poesías que nos muestra son un fugaz destello en el llano, donde sólo suenan el viento y el cencerro de las cabras. Su poesía es un intenso breviario de aquellas mujeres silenciadas, ignoradas y desterradas a la periferia. Nacidas en un pedazo de tierra donde el amor es sólo un conjuro que les llega a veces, puertas adentro sólo exis-

te para ellas el despojo y la humillación por ser mujer. La mujer objeto, la mujer esclava, la mujer como no-mujer sino aquella cosa que tiene utilidad y no libertad o destino. Y el hombre, ¿inocente por ignorancia?, desuella a su paso virginidad, sueño, locura, grito o rebeldía, a golpe y crudeza. Es el orden natural de la vida allí donde sólo suenan el viento y el cencerro de las cabras.

Ayelén es la voz de las que no existen, de lo que se mantiene oculto. Su palabra es flor que nace de la sangre en coágulo. Con una poética descarnada abre la noche horrorosa: como si fuera un cuerpo la disecciona y nos adentra. Una vez que hemos leído, ya no podemos ser los mismos. Cristina Cambareri

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DISCADO DIRECTO INTERNACIONAL

PARA CERRAR A D I T R A P A L AL FIN

ETERNA PRIMAVEDESDE LA CIUDAD DE LA Z TRAZA UN RETRARA, ALVARO BERNÁRDE LLUVIA DONDE SE TO DE UN SÁBADO CON UN SOLO INSTANPODRÍAN CONSUMIR EN E NOS QUEDAN. TE TODAS LAS VIDAS QU sde Trujillo, Perú)

Por Álvaro Bernárdez (De

Si, otra vez el recuerdo de la lluvia, otra vez la memoria líquida de los días, acumulándose en la vulnerabilidad de la noche, cuando el insomnio acaricia un puñado de colillas y desde la pantalla James Brown me dice que papá tiene una gran bolsa, mientras canta, grita, baila y se tira al piso. Afuera unos espesos bancos de niebla se adhieren al esqueleto raído del monoblock, como si se tratara de un gris conjuro proveniente de otra época. Lejos, muy lejos, imagina Delia, mientras prepara el café, alguien se dispondrá a escribir sobre nosotros, acerca de un sábado a las diez y cuarenta, cuando el olor a fritura empieza a colarse por las grietas y los maullidos de los gatos se confunde con el chirrido de las cucharas que empiezan a calentar los más variados venenos. Y ya hace tiempo, desde que llegué a Trujillo, con el sol de Cartagena en la cara, que me veo tentado a entrar en esa oscura residencia donde estudiantes de pechos exuberantes montan bacanales mientras Los Mirlos suenan como música de fondo y a veces bebiendo, bebiendo con extraños en bares donde a cada instante la vida se rifa, trato de reunir el coraje suficiente para atravesar esa puerta con forma de herradura, dejarle unos cuantos soles a la vieja que está sentada frente al mostrador viendo teleseries en blanco y negro, y pasar sin ninguna culpa la noche apretujado entre los pechos de una morenaza de esas, que al galope de un caballo flacuchento han bajado de la sierra, dispuestas a quemar la vela por las dos puntas.

Pero no. No. No. Ahí está Delia para devolverme a la vida de las ocho horas de trabajo, de los fines de semana con la fam ilia. Ahí están entre sus senos cada vez más caídos, las cuentas por pagar, la salida men sual, el amor con los dientes apretados. Ahí está Delia. Mi insatisfecha y hormonal Delia. Sirve el café. Limpia con especial fruición la vajilla. A veces cuando la invade una rara tern ura, como ha sucedido este sábado, me acar icia las mejillas. Al mirar sus manos se me anto jan ajenas, me siento incapaz de reconocer esos dedos rechonchos, las cicatrices macilen tas que cubren sus muñecas, y todo ese puñ ado de anillos que cada vez me resulta más repulsivo. Pasa algo, mi vida. No pasa nad a, querida mía. Has cambiado. Hemos cam biado. Son esos sueños, esas astillas que sue lta la noche cuando estamos desnudos y los cue rpos, maldita sea, se niegan a arder. Llega un momento en que no se dice más: amor mío . Se parece a una explosión. Como si persona s con enfermedades terminales intercambiar an aullidos rabiosos en un hospital flotante. Delia se acurruca en el sillón y emp ieza a sollozar. Ya no hay ningún plan cito soleado ahí. Ya no pido que me pases tu incendio. No sé. No sé si es Delia o esas cosas que me he estado inyectando o la simple observa ción de lo que es mi vida. No sé qué me imp ulsa a abrir la puerta, y dejarme llevar por una ciudad, que salvo por sus chicas, sus residencias se parece bastante a un albañal. Los niños en la calle se golpean con ferocidad por un men drugo de pan, y los adultos parecen vivir en rincones oscuros con poca ventilación. A veces me gustaría despertar y ver la ciudad con nuevos ojos, encanta rme con las cosas que permanecen ocultas en sí mismas, y olvidarme un rato de Delia, de las estudiantes, de la eterna primavera y ento nces sí, oír la lluvia con los ojos cerrados, hacerle un corte de manga a los recuerdos que acechan y colocar todos los milagros por cumplir en la espalda de una virgen, para cerr ar al fin la partida.


Barthes Roland

ENSAYO

De la obra al texto. Del autor al lector.

Barthes contribuye decididamente a un “deslizamiento epistemológico” que cambia la noción de obra por un objeto nuevo de estudio: el texto. En seis proposiciones establece las diferencias.

3 1 2 4 5 6 La obra es un objeto que se ve, se sostiene en la mano, ocupa un espacio. El texto es un “campo metodológico” que no se muestra sino que se demuestra, que se sostiene en el lenguaje, que “no se experimenta más que en un trabajo, en una producción”; por ello no está inmóvil sino en movimiento y su movimiento constitutivo es la “travesía”.

El texto es plural no en el sentido de que tiene varios sentidos, “sino que realiza la misma pluralidad del sentido: una pluralidad irreductible (...) El Texto no es coexistencia de sentidos, sino paso, travesía; no puede por tanto depender de una interpretación, ni siquiera de una interpretación liberal, sino de una explosión, una diseminación. La pluralidad del Texto, en efecto, se basa, no en la ambigüedad de los contenidos, sino en lo que podría llamarse la pluralidad estereográfica de los significantes que lo tejen (etimológicamente, el texto es un tejido:(...) está enteramente entretejido de citas, referencias, ecos: lenguajes culturales (¿qué lenguaje puede no serlo?), antecedentes o contemporáneos, que lo atraviesan de lado a lado en una amplia estereofonía.” De esta forma, todo texto se inscribe en una intertextualidad, en una red de citas “sin entrecomillado”.

El texto no pertenece a ningún género ni a ninguna clasificación; es siempre “paradójico”.

La obra se cierra sobre un significado que se convierte en objeto de la filología o de la hermenéutica. El texto se experimenta en relación al significante que no se encuentra sino que se busca indefinidamente.

La obra es propiedad del autor, pero el autor no es propietario del Texto: “la metáfora del Texto es la de la red; si el texto se extiende es a causa de una combinatoria, de una sistemática que sobrepasa los controles del yo que escribe. En el espacio social que es el texto todos los lenguajes y todos los sujetos de la enunciación se encuentran en una situación de equilibrio, ninguno tiene poder de juicio sobre otro”.

La obra es el objeto de un consumo, el Texto “decanta a la obra (...) de su consumo y la recoge como juego, trabajo, producción, práctica.” En este sentido disminuye la distancia entre la escritura y la lectura para inscribirla dentro de una misma práctica significante. El Texto solicita del lector una colaboración práctica: no sólo consumir sino producir el texto, ejecutarlo, deshacerlo, ponerlo en marcha..

Sintetizando: “... un texto no está constituido por una fila de palabras, de las que se desprende un único sentido, teológico, en cierto modo (pues sería el mensaje del Autor-Dios), sino por un espacio de múltiples dimensiones en el que se concuerdan y se contrastan diversas escrituras, ninguna de las cuales es la original: el texto es un tejido de citas provenientes de los mil focos de la cultura.” (“La muerte del autor”, R. Barthes)

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ENSAYO

t e l l a Bde papel Música para un

Por Francisco Almena García-Ortega

BALLET DE PAPEL A Francisco Brines ...Y va el papel volando con vuelo bajo a veces, otras con aleteo sagaz, a media ala, con la celeridad tan musical, de rapiña, del halcón, ahora aquí, por esta calle, cuando la tarde cae y se avecina el viento del oeste, aún muy sereno, y con él el enjambre y la cadencia de la miel, tan fiel, la entraña de la danza: las suaves cabriolas de una hoja de periódico, las piruetas de un papel de estraza, las siluetas de las servilletas de papel de seda, y el cartón con pies bobos. Todos los envoltorios con cuerpo ágil, tan libre y tan usado, bailando todavía este momento, con la soltura de su soledad, antes de arrodillarse en el asfalto. Va anocheciendo. El viento huele a lluvia y su compás se altera. Y vivo la armonía, ya fugitiva, del pulso del papel bajo las nubes grosella oscuro, casi emprendiendo el vuelo, tan sediento y meciéndose, siempre abiertas las alas sin destino, sin nido, junto al ladrillo al lado, muy cercano de mi niñez perdida y ahora recién ganada tan delicadamente, gracias a este rocío de estos papeles, que se van de puntillas, ligeros y descalzos, con sonrisa y con mancha. Adiós, y buena suerte. Buena suerte. Claudio Rodríguez, El vuelo de la celebracio´n, 1976

En 1976, Claudio Rodríguez, publica El vuelo de la celebracio´n, su cuarto libro de poemas. Para el poeta zamorano la celebración se entiende “como conocimiento y como remordimiento. Como servidumbre, dando a esta palabra el significado más clarividente: el destino humano, con todos sus adjetivos”. En ‘Ballet de papel’, el poeta dibuja la música del viento en uno de esos días en los que la lluvia se prefigura como acabamiento, como final en un momento tan fugaz que se disuelve en su propio presente, un momento que es pleno por sí mismo, dibujado en el espacio y ausente de temporalidad, el momento puro que precede a la tragedia en su sentido musical y celebratorio, anterior a la configuración de cualquier género dramático. La música de este ballet es un dibujo que se borra en el espacio y sigue el tempo de las asonancias del viento, no sujetas a una lógica comprensible, sino visible. Visualidad y asonancia como metáfora integral del “viento que huele a lluvia”. Viento alterado, desacompasado, que fluye en el poema entre largos períodos rítmicos para elevarse repentinamente o caer en picado con la contundencia y la sencillez de un tetrasílabo, “con la celeridad, tan musical, / de rapiña”. El viento que se revuelve en las rachas de la rima interna, “la cadencia de la miel, tan fiel” y en la suavidad interior de las asonancias, aleatoriamente rota por el golpe bronco del aire traducido en consonancia: “la entraña de la danza: / las suaves cabriolas de un papel de periódico, / las piruetas de un papel de estraza, / las siluetas de las servilletas de papel de seda”. El viento que fluye también en dibujo musical, viento que es espíritu en su más íntimo sentido, soplo vital que anima a los seres de este mundo de papel y cartón en el momento místico de la unión perfecta de lo material y lo espiritual; cuando el mundo se imbuye de alma y es capaz de nombrarse en toda su diversidad desde la entraña del silencio. La materia se dibuja con carácter propio; la tierna pereza del “cartón con pies bobos”, la agilidad “de rapiña” de un papel desplegado son ya expresiones vitales, expresiones de absoluto en su delicada fugacidad. Pero no es el viento, ni la materia. Lo que se celebra en el poema es la vida de estos seres absolutos y pequeños en todo, se celebra lo que da sentido al silencio del viento y el papel, del espíritu y la materia, ese punto infinitesimal de absoluto que Juan de la Cruz intuyó en la “música callada” y que en Claudio Rodríguez se manifiesta con los trazos quebrados de un dibujo de viento y se resuelve en deseo en el último verso del poema. Obra poética. ¬ Don de la ebriedad (Madrid, Rialp, 1953). ¬ Conjuros (Torrelavega, Cantalapiedra, 1958). ¬ Alianza y condena (Madrid, Revista de Occidente, 1961). ¬ El vuelo de la celebracio´n (Madrid, Visor, 1976). ¬ Casi una leyenda (Barcelona, Tusquets, 1991).


ENSAYO

Desde hace un tiempo estamos instalados en la sociedad del “¿para qué sirve?”, y esta frase se aplica para explicar el funcionamiento de un objeto, hasta la existencia de un ser humano y todas las manifestaciones que de él emergen. Y no es una pregunta retórica, sino que exige una respuesta que debe sonar contundente e inapelable para el común y lo que es peor aún, no tan común de la gente.

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por María de los Ángeles Bianchi y María Rita Guevara

n nuestro país, son muchos los cuestionamientos que suelen efectuarse a la gramática, al acto de enseñar y aprender gramática de nuestra lengua materna. Y estamos tan familiarizados con esos dichos que suelen ser tomados como una verdad científicamente demostrada en lugar de meras falacias. Que levante la mano quien no escuchó decir: -¿Todavía se enseñan las clases de palabras? ¿Para qué sirve aprender qué es un sustantivo, un verbo, un adjetivo? Lo paradójico, lo incomprensible es que esa misma gente que dice esto, cuando comienza a estudiar una lengua extranjera, lo primero que aprende son las clases de palabras, hecho que toma como natural y que lo lleva en muchas oportunidades a vociferar: -Nunca me enseñaron los sustantivos, los adjetivos, los adverbios en Lengua; yo los aprendí cuando fui al Instituto Privado de inglés, francés o italiano. Es así como se asume que para aprender una lengua extranjera es imprescindible conocer su gramática; entonces, ¿cómo será posible efectuar traducciones si no

se conoce la gramática de la lengua materna? Sin embargo, no son solo comentarios de la gente externa a la docencia; hay muchos docentes y lo que es más lamentable aún, de Lengua, que expresan a viva voz que “la gramática no sirve para formar personas competentes”. ¡Sííí!!! NUESTROS CONOCIMIENTOS GRAMATICALES. Y para ser competentes, hay que saber hablar y escribir. Para hablar, escribir y autogestionar la corrección, se necesita saber gramática. Y no basta con poseer un conocimiento intuitivo, es necesario que la institución escuela, en todos sus niveles (primario, secundario y superior) proporcione un conocimiento científico de nuestra lengua. Sin embargo, no siempre los docentes están ocupados en mostrar la presencia de la gramática en cada texto de nuestras vidas, en cómo la elección de una forma determina una u otra interpretación; en las selecciones categoriales y semánticas que realizamos para producir oraciones legitimadas. Para muchos, la

gramática es un inventario de reglas anacrónicas que reprimen la libertad creadora del ser humano, un repertorio de prescripciones moralistas que se escriben para decir cómo ser bueno en, y que en la mayoría de los casos se torna en una molestia. Hay formas de dinamizar la enseñanza de la gramática aunque no es fácil, es más bien un reto que uno debe imponerse día a día, una búsqueda permanente de estrategias didácticas que les ayuden a nuestros alumnos a aprender y a convencerse de la necesidad de ese aprendizaje. Fundamentalmente hay que llevar el habla al aula y trabajar con la intuición de hablantes de quienes viven en un país y se expresan, relacionan, discuten, disienten, acuerdan… utilizando su lengua materna. En las próximas ediciones, les propondremos pensar en la enseñanza de ciertos temas gramaticales, haciendo alusiones a los prejuicios y a los temores que solemos tener los docentes, para convocarlos a tratar de “abrir el juego” que nos posibilite perder esos miedos y hacer de la lengua, algo “vivo”.

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FEMME FATALE La belleza que incomoda. Lo bello como una piedra en el zapato, como una persistente molestia en el cuerpo. ¿Cómo es posible habitar ese cuerpo sexy, hermosísimo, y mantener los pies en la tierra? ¿Cómo es posible enamorar a la mitad de los hombres del planeta y, a la vez, no poder encontrar alguien que la ame de verdad? Interrogantes que no han dejado de hacerse quienes se han acercado a la figura de...

Sorprende que a casi medio siglo de su muerte, aún su belleza nos siga pareciendo lapidaria, visceral, incapaz de equilibrar la ecuación entre sus necesidades y la insoportable realidad, entre el abismo de los barbitúricos y el desamparo universal. Norman Jean Baker nunca estuvo a la altura de Marilyn Monroe, esa marca registrada que fue devorada por un público ávido de consumir mitos, y aún más, deseoso de poblar de perversiones ese cuerpo, donde se podía depositar sin complejos, los traumas de una sociedad con doble moral. Ahí están las marcas de la guerra fría, las conspiraciones de la CIA, la fellatio a John Fitzgerald Kennedy mientras este habla por teléfono con Castro, las relaciones con la mafia, los trazos de Arthur Miller, Frank Sinatra y sus relaciones con la mafia, los consejos de Robert Mitchum, la vulnerabilidad ante un poder omnipresente que parece empeñarse en hacer polvo los mismos ídolos que ellos se encargaron de crear. Pero Marilyn sobrevivió a su muerte, como prueba está el vestido que se vuela en “La comezón del séptimo año”, los encuentros amorosos cargados de violencia con Joe Di Maggio, la lectura del Ulises de Joyce, la voz en “Some like it hot”, la supuesta película porno que protagonizó, las escenas que la muestran desnuda al borde de la piscina en “Something’s Got to Give”, porque la que murió ese 5 de agosto de 1962, fue Norman Jean Baker. Marilyn Monroe se quedó junto a nosotros, por eso nunca tan acertadas las palabras de despedida de Lee Strasberg: «No puedo decirle adiós a Marilyn, nunca le gustaba decir adiós. Pero, adoptando su particular manera de cambiar las cosas para así poder enfrentarse a la realidad, diré ‘hasta la vista’. Porque todos visitaremos algún día el país hacia donde ella ha partido.»


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