Imperialismo y Navalismo como Origenes de la 1a G. Mundial

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HISTORIA MARÍTIMA DEL URUGUAY VOLUMEN LXI

IMPERIALISMO Y NAVALISMO COMO ORÍGENES DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL FRANCISCO VALIÑAS Capitán de Navío (R)

ACADEMIA URUGUAYA DE HISTORIA MARITIMA Y FLUVIAL 2014

ISBN Academia Uruguaya de Historia Marítima y Fluvial Rambla 25 de Agosto de 1825 Nº 580 11.000 – Montevideo – URUGUAY Tel. (00598) 2915 6765 – 2915 2658 Correo Electrónico: histomar@adinet.com.uy Página web: www.histomar.galeon.com

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INDICE INTRODUCCION EL IMPERIALISMO COLONIAL La primera expansión europea La segunda expansión europea El reparto sobre el mapa Expansión y reparto La descolonización EL NAVALISMO EUROPEO ENTRE 1880 Y 1914 El fin de una era de tecnología naval El despertar naval de Alemania El ocaso del poder naval de Rusia La reacción británica al desafío alemán Otras Armadas del concierto mundial La carrera armamentista naval de Alemania y Gran Bretaña LA EVOLUCION POLITICA La Europa de Bismark El giro de las alianzas políticas El auge de los nacionalismos La crisis marroquí como acelerador de la carrera naval La segunda crisis balcánica del Siglo XX Los esfuerzos por la paz contra los nacionalismos militantes POLITICA Y PODER NAVAL La influencia de Alfred Mahan Inglaterra (poder naval) versus Alemania (poder terrestre) Concluyendo EPILOGO Apéndice “I” Países involucrados en la Primera Guerra Mundial Apéndice “II” Víctimas mortales de la Primera Guerra Mundial

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INTRODUCCION

En julio de 1914 dio comienzo la Gran Guerra, después llamada Primera Guerra Mundial, originada en un conflicto europeo que debería haber permanecido confinado en ese continente. Pero no fue así. La

noción

de guerra está

relacionada

con

términos

como

combate,

batalla,

lucha,

pelea o enfrentamiento. En general, todos estos conceptos son intercambiables y sinónimos, aunque cada uno tiene un uso específico que le sienta mejor. Guerra se refiere, en su uso más habitual, a la lucha armada o conflicto bélico entre dos o más naciones o bandos. Esto implica el rompimiento de un estado de paz, que da paso a un enfrentamiento con todo tipo de armas y que suele generar un elevado número de muertes. La guerra puede ser clasificada de distintas formas según sus características. Una guerra preventiva es aquella que inicia una nación con el argumento de que otro país se preparara para atacarla. Una guerra civil es la que involucra a los habitantes de un mismo pueblo o país. La guerra santa es la promovida por motivos religiosos. Se conoce como guerra sucia a las acciones que se realizan fuera de cualquier marco legal o declarado. Por último, existe el concepto de guerra fría, cuando dos o más naciones intentan socavar el régimen político enemigo a través de la influencia económica, la propaganda y el espionaje, pero sin violencia directa. Pero la conflagración de 1914-1918 recibió la clasificación de “Guerra Mundial”, y esto se debió a que si bien el enfrentamiento territorial se disputó mayormente en Europa, en la contienda se vieron involucrados 48 actores políticos: 32 países y 16 apéndices coloniales (muchos de los cuales eran cuasi Estados-Nación) repartidos por todo el mundo, Europa, Asia, África y las tres Américas. Es decir, que lejos de circunscribirse a un espacio físico limitado, el conflicto se extendió por todos los rincones del planeta. Las guerras, como todas las actividades complejas de la interacción humana, no tiene origen de forma espontánea, sino que su ocurrencia responde a la acumulación de pequeños factores de astillamiento que llevan a las naciones a reaccionar con intolerancia. En el caso de la Primera Guerra Mundial los principales focos de enfrentamiento fueron el imperialismo y el navalismo, aunque cabe enfatizar que no fueron los únicos. En los años previos a 1914 las potencias mundiales se enfrascaron en una carrera alocada por aumentar su poderío naval, puja esta que introdujo a la humanidad en una nueva era de tecnología bélica. Ello fue una de las consecuencias del imperialismo al que habían desembocado las expansiones coloniales de las principales naciones europeas, Estados Unidos y Japón desde el último cuarto del Siglo XIX. Otro factor nuevo que se introdujo en el complejo esquema de las relaciones internacionales fue el desarrollo de nacionalismos militantes y chauvinistas en los pueblos, de agresividad creciente en progresión geométrica, que influyeron notoriamente en el accionar de los gobiernos. En medio de este panorama, la aparición del pensamiento de Alfred Thayer Mahan agregó un elemento nuevo de polémica, e incitó a los imperios coloniales al desarrollo de un poder naval en ascenso, por fuerza, presencia y hostilidad. Debe agregarse lo intrincado de las alianzas políticas formuladas, que lejos de ayudar a la coexistencia pacífica y el balance del poder entre las naciones, actuaron como agentes limitantes de la diplomacia, entorpeciendo las maniobras para buscar puntos de encuentro, facilitando el accionar de las posiciones más radicales, y logrando que la soberbia anulara la capacidad de entendimiento y la tolerancia en las cancillerías y 3


gabinetes de las naciones involucradas. En las páginas siguientes se tratará de entender lo ocurrido.

EL IMPERIALISMO COLONIAL

LA PRIMERA EXPANSION EUROPEA (1492-1818) En 1600 los imperios coloniales más antiguos tenían ya varios siglos de vida, y su existencia se daba por sentado en Europa. Esta no poseía ya el monopolio del comercio o de los imperios de ultramar. Turquía se extendía desde el Mediterráneo al Índico. Los hindúes habían colonizado el Asia sudoriental y controlaban casi todo su comercio. Los musulmanes se habían extendido al Asia meridional y gran parte del sudeste era gobernada por soberanos islámicos. Más el Este aparecía China, el Celeste Imperio, el más vasto de los imperios conocido por los europeos, cuya supremacía era reconocida por muchos de los estados adyacentes. Para Europa, el descubrimiento de América constituyó el gran acontecimiento que la devolvió a la expansión. En la edad media había poseído una civilización propia, pero de carácter limitado. Las influencias de Bizancio se habían hecho sentir en cierta medida, pero lo concreto es que Europa estaba aislada del resto del mundo por el Atlántico, el Islam, el Imperio de Rusia y la inexplorada África. Por ende, el descubrimiento del nuevo continente y la ruta transoceánica hacia el lejano oriente liberaron a Europa de una especie de prisión geográfica y espiritual, espoleándola intelectualmente al tiempo que estimulaba su imaginación y ampliaba su conocimiento al ponerla en contacto con pueblos totalmente diferentes. Los descubrimientos, las conquistas y el comercio derivado de ellos tuvieron una enorme cantidad de consecuencias prácticas, desde el comercio a la gastronomía. Cada colonia representó un nuevo estímulo para la economía. América aportó un inmenso mercado para la artesanía europea; oro y piedras preciosas dieron nuevo impulso a la circulación monetaria del viejo continente, acelerando el volumen y los beneficios del comercio interior europeo, a la vez que la necesidad de transportes dio impulso a la industria naval, la marina mercante y las flotas de guerra para protegerlas. El sistema comercial europeo nunca estuvo totalmente cerrado con Oriente, ya que se practicaban intercambios, aunque de poco monto. Con el descubrimiento, el valor y volumen de los intercambios de ultramar aumentaron considerablemente. El comercio oriental siguió siendo reducido, pero adquirió mayor importancia económica. El comercio atlántico ofrecía mayores posibilidades. América, al contrario que Oriente, estaba obligada a depender de Europa en gran parte de las manufacturas, y además se encontraba lo bastante cerca como para otorgar un buen margen de beneficios en materia de transporte marítimo. El comercio con América no sustituyó nunca el comercio interior europeo, pero sí representó un complemento importante. Las tierras americanas también cumplieron otra función. Si bien Europa no estaba superpoblada, la densidad de algunas áreas era excesivamente alta con relación a los métodos agrícolas usados, al mismo tiempo que guerras y conflictos religiosos creaban unas exigencias artificiales de espacio vital. América proporcionó la válvula de escape para la avidez de tierras de cultivo. Colón, sin saberlo, proporcionó a Europa un apéndice occidental de millones de kilómetros cuadrados de superficie. América pronto recibió grandes contingentes de colonizadores Europeos, en un nivel mucho mayor que hacia los otros continentes conocidos. Existen varias razones que justifican esto, a saber:

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(1) el medio ambiental de África no era del agrado de los europeos; (2) el comercio en África era posible en las costa, o en estaciones navales, sin requerir de colonias de asentamientos u ocupación; (3) si bien Europa tenía un potencial militar superior al de los estados asiáticos, estos tenían organizaciones políticas y militares que imponían un freno a las intenciones de establecer colonias de ocupación; (4) el intercambio comercial con Asia era en general fácil y propicio, no justificando la necesidad de establecimientos; (5) América estaba indefensa desde el punto de vista militar, si bien había algunas organizaciones sociales estables y relativamente civilizadas, estaban ya en decadencia; (6) la población indígena americana, mayormente pacífica y educada en el trabajo, oponía escasa resistencia a la ocupación, optando por retirarse hacia territorios interiores o colaborar pasivamente con los ocupantes; (7) las riquezas iniciales en metales valiosos encontradas en América produjeron en Europa el espejismo de la fortuna fácil, actuando como llamador para colonizadores y aventureros de todo tipo; (8) la aceptación pasiva por parte de los indígenas americanos de la religión católica impuso al desarrollo de fuentes de catequesis, y de allí a misiones de evangelización. Resumiendo, en el siglo XVII existían imperios territoriales en América, pero no en África (donde solo eran pequeñas colonias aisladas) ni en Asia. América resultaba al mismo tiempo incitante y fácilmente conquistable para los europeos. Estos imperios fueron el producto de la ambición, la decisión y la habilidad de Europa, que supo aprovechar sus medios limitados. Los europeos se vieron empujados a expandirse por el Atlántico para escapar de la difícil realidad de su propio continente, en que las potencias marítimas no estaban en condiciones de expandirse por África septentrional o por Levante. Los turcos seguían amenazando las costas mediterránea, y a fines del siglo XVII todavía eran lo bastante fuertes como para alcanzar Australia y dominar las rutas del Indico. La Europa cristiana permanecía aún a la defensiva frente al mundo islámico, y escapó del cerco hacia el Oeste, al continente nuevo, mientras que por el Este se dedicaba al comercio con unos países poderosos pero tolerantes. La línea divisoria separando el Islam de las demás civilizaciones orientales del área de Europa cristiana se mantuvo hasta principios del siglo XIX. A partir de allí, los imperios europeos fueron la expresión de una superioridad real y auténtica.

LA SEGUNDA EXPANSION EUROPEA (1818–1882) Durante el primer cuarto del siglo XIX, las dimensiones de los imperios coloniales se fueron reduciendo, por la independencia de las posesiones españolas y portuguesas en América. Por otra parte, no parecía probable la formación de colonias de proporciones notables en otras partes del mundo, porque las condiciones que hicieron ventajosa la colonización parecían haber desaparecido junto con el movimiento de las noveles naciones americanas. El monopolio comercial, base teórica de los anteriores imperios, ya no era factible porque los nuevos países eran libres de comerciar a su antojo. Entre 1820 y 1829 Inglaterra abrió los territorios que le quedaban a naves y productos extranjeros, aún cuando siguió manteniendo el monopolio de los transportes entre sus puertos y los de las colonias.

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Pronto, los demás imperios siguieron el ejemplo. Por iniciativa británica se firmaron tratados comerciales que abolieron las altas tarifas arancelarias, las cláusulas preferenciales y las medidas proteccionistas, por lo cual a mediados del siglo XIX el comercio internacional era libre. Ello quitó significación a los argumentos de antaño de la política de imperio, ya que el final del monopolio equivalía al final del imperialismo. También la situación política imperante desde 1815 era desfavorable al imperialismo, al aplacarse durante medio siglo las rivalidades entre los estados europeos, por lo que las colonias, como monedas de trueque de la diplomacia, ya no eran útiles. Tuvo particular importancia el predominio de Inglaterra manteniendo hasta 1890 una incontestable supremacía naval y un vasto imperio de ultramar, que la dejaba en condiciones de conquistar cualquier región del mundo accesible por mar y de mantener alejado a cualquier otro estado. La razón principal por la cual parecía improbable una nueva expansión europea era justamente porque Inglaterra no estaba deseosa de aumentar sus posesiones territoriales. Hasta 1832 fue la principal exponente de la política de no intervención en los países independientes. Sin embargo, los imperios coloniales europeos se agrandaron mucho más rápidamente en los 50 años posteriores a 1832 que en cualquier período histórico precedente. Para 1882 Europa se había apropiado de 17 millones de km2, y otros 22 millones más para 1914. En 1800 Europa y sus posesiones cubrían el 55% del territorio del Planeta, en 1882 el 67%, y en 1914 el 84,4%.

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Con la aparición de nuevas

potencias coloniales (EE.UU., Rusia, Italia y Bélgica) los años de tranquilidad del continente europeo sembraron las semillas de un nuevo período de expansión. Pero dicha expansión no fue producto de un plan preconcebido en Europa, sino que estuvo motivado por intereses periféricos. A comienzos del siglo XIX Europa estaba unida por lazos diversos a naciones aún independientes de África, Asia y Oceanía. El desarrollo tecnológico e industrial europeo extendió muy pronto el comercio a todas partes del mundo. Los buques de vapor dieron vida a negocios que en otra época no hubieran sido remuneradores, al mismo tiempo que devolvieron la importancia de las estaciones navales de ultramar.2 El cristianismo trataba de fundar misiones por doquier. Los exploradores trataban de levantar mapas de regiones aún ignoradas. Europa se había convertido en una inmensa central que irradiaba energía en todas direcciones, estableciendo lazos cada vez más estrechos con los estados independientes, los que, para asegurar su estabilidad, acababan casi siempre por dar motivos para una intervención. El componente militar europeo había progresado enormemente en tecnología y armamento, destruyendo el antiguo equilibrio de fuerzas, llevando a la intervención militar como una solución económica a las inestabilidades de los vínculos con las naciones independientes. Por ello, la mayor parte de las anexiones coloniales a partir de 1818 se realizaron sin que hubieran sido planificadas desde la metrópoli, sino porque determinados intereses periféricos europeos los hicieron inevitables. La expansión colonial de este período fue, por lo tanto, el producto de dos fuerzas claves: el impacto de la Europa industrial y la potencia de los grupos locales europeos. Algunas veces era Europa la que tenía necesidad de una colonia, pero lo más frecuente fue que se apoderara de ella a falta de una mejor alternativa. En 1882 los nuevos imperios, reflejando sus orígenes estaban constituidos por gran cantidad de 1

FIELDHOUSE, David, “Los imperios coloniales desde el Siglo XVIII”, Editorial

Siglo XXI, página 126. 2

MAHAN, Alfred T.; “The influence of sea power upon history, 1600-1783”, Dover Publication Inc., New York, 1987, pg. 29. 6


colonias que sus dueños no habían deseado y que les resultaban inútiles para los fines de una política imperial.

EL REPARTO SOBRE EL MAPA (1883–1890) Los ocho años siguientes a 1882 fueron los más importantes en la expansión europea. Para 1890 la mayor parte de África y del Pacífico había sido ya reivindicada por alguna de las potencias coloniales, como integrante de su esfera de influencia o como verdadera posesión. Para ese año el reparto del sudeste de Asia estaba casi terminado, y era evidente que pronto el resto del mundo independiente habría caído bajo el predominio de Europa. La crisis que condujo al reparto, nació de la situación que se había instaurado en el Congo, y del desacuerdo anglo-francés por Egipto, pero fue el Canciller de Alemania, Otto von Bismarck, quien la hizo estallar. Habría sido posible tratar las reivindicaciones de Leopoldo II de Bélgica sobre el Congo como un problema de ámbito local, así como también habría sido posible tranquilizar la animosidad francesa por la ocupación inglesa de Egipto en 1882. Por ello, para llegar a un reparto del mundo se necesitaba bastante más que una simple disputa entre dos potencias que no tenían intenciones de entrar en conflictos. Para provocar la reacción era necesario que entraran en escena otras grandes potencias europeas, por lo que de hecho, la reivindicación colonial planteada por Alemania entre 1884 y 1885 se convirtió en la causa de la nueva fase de expansión europea. Las razones que indujeron a Bismarck a reivindicar colonias no están totalmente claras. Es poco probable que se dejara convencer por los simpatizantes teóricos de un imperialismo alemán, o por los grupos comerciales con intereses en África y el Pacífico. Reconocía sí que los alemanes tenían necesidad de protección en esas regiones, y que la falta de bases o estaciones navales los estaba perjudicando. Se daba cuenta de que una política colonial podía contribuir a hacerle ganar las elecciones al Reichstag de 1884, pero no atribuía valor intrínseco a las colonias. Cuando planteó las reivindicaciones alemanas lo hizo por puro cálculo político: la seguridad de Alemania frente a Francia y Rusia era más importante que las dudosas ventajas comerciales que las colonias podrían ofrecer. Bismarck se proponía apoyar a Francia en el África Occidental y Egipto, para tratar de aminorar el resentimiento por la pérdida de Alsacia, Lorena y Metz de 1871. Al mismo tiempo, decidió reivindicar colonias en aquellos puntos donde sus exigencias pudiesen molestar a Inglaterra, pero sin impulsarla a reaccionar, para así mantenerla bajo un control diplomático. Las colonias alemanas eran un arma que el Canciller teutón podía emplear para controlar las negociaciones con los británicos. Por ello, aunque puedan parecer remotos estos dos motivos, la entrada de Alemania en el

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imperialismo colonial, fue una consecuencia secundaria de un intento de entendimiento franco-alemán que resultó posteriormente frustrado en los hechos. La iniciativa de Bismarck en 1884-85 alteró el equilibrio obtenido en medio siglo de negociaciones, arreglos y entendimientos entre imperios. En mayo de 1884 declaró protectorado alemán a Angra Menor, en África Sudoccidental, donde ya existían reivindicaciones territoriales de ciudadanos alemanes. En julio declaró protectorado sobre Togo (al oeste de Lagos) y Camerún. En diciembre hizo otro tanto sobre la costa septentrional de Nueva Guinea, basándose en tratados firmados por plantadores alemanes con monarcas locales. También (mediante “diplomacia de cañoneras”) se firmó un tratado con el Rey de Samoa quién reconoció el predominio alemán sobre dicha isla. Por último, en febrero de 1885 declaró la protección de Alemania sobre una parte de la costa oriental de África, frente a la isla de Zanzíbar. Aunque planteadas a titulo de experimento, estas reivindicaciones (ninguna de las cuales contemplaba más que un simple protectorado que podía ser denunciado en segunda instancia) abrieron el camino a la expansión europea de los siguientes treinta años. Bismarck demostró que cualquier potencia lo bastante fuerte como para apoyar con autoridad sus reivindicaciones podía asegurarse colonias, incluso sin ocuparlas, bastaba con firmar tratados ambiguos con los jefes nativos. Una vez fijadas en el mapa, esas fronteras asumían una importancia notable, porque los imperios rivales solo podían cancelarlos a cambio de hacer otras concesiones a Alemania. Este hecho tuvo dos consecuencias. Primero, indujo a los demás imperios a plantear contra reivindicaciones inspiradas en el temor de perder buenas oportunidades o tener que pagar luego un precio muy alto por un territorio que otros ya habían reservado. Segundo, los imperios se sintieron eximidos de hacer la ocupación efectiva de los territorios reivindicados, o sea: no tenía costo. Este tipo de reparto fue, entonces, tan solo un ejercicio de cartografía realizado en las Cancillerías europeas, que fue difícil ya que muchas veces resultó arduo identificar y situar en el atlas algunas remotas posesiones recién adquiridas. Sin embargo este reparto tuvo graves consecuencias. Las primeras reivindicaciones plantearon pocas controversias serias, ya que quedaba mucho mundo por repartir. Pero en la última década del siglo XIX ya quedaba muy poco con que satisfacer los apetitos imperiales, y la cuestión colonial pasó a convertirse en una fuente de conflictos sumándose a los problemas profundos de la crisis inmediata.

EXPANSION Y REPARTO (1882-1939) Tres características distinguían a los treinta años que van desde 1882 hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial: (1) El ritmo de la expansión imperialista aumentó notablemente; se adquirieron más territorios coloniales durante este período que los tres cuartos de siglo anteriores. (2) Las anexiones no eran ya únicamente o necesariamente el producto de las fuertes presiones de la periferia sobre gobiernos europeos reacios. (3) El número de las potencias europeas interesadas en la expansión colonial se multiplicó con el despertar de los intereses coloniales de España y Portugal, y la intervención de estados que jamás habían tenido tradición colonial, como ser Alemania, Italia, EEUU y Bélgica. Estos elementos revistieron la importancia suficiente como para separar el periodo del reparto de la expansión, aunque en realidad no eran en absoluto elementos nuevos. No existió, por lo tanto, una solución

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de continuidad en la expansión europea, ni dejaron de operar las fuerzas que hasta ese momento habían contribuido a la formación de los imperios coloniales.

La pregunta fundamental con relación a los sucesos producidos a partir de 1883 es: ¿porqué algunas adquisiciones bien delimitadas, por parte de algunos pocos estados, como respuesta a problemas de la periferia, llevaron de improviso a un reparto del mundo entre muchos estados? La respuesta puede dividirse en cuatro grandes componentes: el económico, el nacionalista, el histórico y el político. El componente económico atribuye una motivación plutocrática, haciendo que de esa devenga el reparto. La industrialización de la Europa continental y el proteccionismo (resucitado a fines del siglo XIX) hicieron que las colonias fueran más necesarias que nunca como mercados para las manufacturas de la metrópoli, como sectores de inversión para los excedentes de capital, y como fuentes de materias primas. Se obtuvieron colonias deliberadamente para subvenir estas necesidades, y se las protegió con aranceles y monopolios para asegurar ventajas económicas a la metrópoli inversora. El segundo componente establece el imperialismo como una expresión del nacionalismo europeo. La unificación de Alemania e Italia, la derrota francesa de 1871 y el desarrollo del chauvinismo en los estados generaron una rivalidad internacional de proporciones no vistas desde el siglo XVI. Las colonias aumentaban el potencial nacional y eran símbolos de prestigio. El componente histórico indica que el reparto del mundo no fue más que la evolución y desarrollo de tendencias que se venían desarrollando de antaño, que no habían tenido oportunidad de aflorar por estar los estados abocados a solucionar problemas del frente interno. A fines del siglo XIX, Europa no tenía apetitos coloniales, pero no le quedó más opción que desarrollarse hacia el imperialismo. Las presiones (cada vez

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más frecuentes) sobre las sociedades no europeas generaban crisis en las cuales los gobiernos indígenas locales se derrumbaban (ejemplo: Túnez 1881) o el nacionalismo local reaccionaba contra una posible interferencia extrajera informal (Fidji, 1874). Por ello, el “control oficioso” ya no era posible, y la anexión pasó a ser alternativa antes que la evacuación. Entonces el reparto generalizado se hizo necesario, porque los antiguos imperios habían llegado a puntos de colisión en África, el Pacífico y el Sudeste de Asia, y porque había aumentado el número de estados que tenían intereses comerciales o de otra naturaleza en el mundo colonial, y esos intereses tenían que ser conciliados. El componente político se apoya en los nuevos métodos de la diplomacia europea, y su origen se encuentra en la brusca reivindicación de colonias por parte de Alemania entre 1884-1885. Para Bismarck, esas colonias eran elemento de trueque diplomático, igual que tantos otros de los que una potencia podía servirse libremente para negociar. Planteando enormes exigencias territoriales en África y el Pacífico y llevando las disputas coloniales a la mesa de las conferencias internacionales, creó una especie de bolsa de títulos coloniales que a partir de ese instante no se pudo ignorar. Si una potencia no planteaba reivindicaciones, aún infundadas, corría el riesgo de verse excluida de una ulterior expansión. Así, un político de Europa central impuso el procedimiento continental a las potencias marítimas, que hasta ese momento habían considerado las colonias como una especie de coto de caza enteramente suyo. Este último componente fue el que más influencia tuvo en el futuro de los imperios y de las colonias, a fines del siglo XIX.

LA DESCOLONIZACION Nada en la historia de los imperios coloniales fue más espectacular que la velocidad con que desaparecieron. En 1939 estaban en la cúspide de su extensión territorial, y en 1965 prácticamente habían dejado de existir. El hecho es todavía más sorprendente desde el momento en que las principales potencias coloniales (Gran Bretaña, Francia, Bélgica y Holanda) emergían ganadoras de la Segunda Guerra Mundial, y continuaban siendo potencias. El proceso de desintegración de los imperios estuvo dominado por dos tópicos diferentes a saber: (1)

el desarrollo del nacionalismo colonial enfrentado a la intolerancia de la dominación extranjera en las colonias de ocupación. 3

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la desconfianza mutua que se estaba desarrollando en los países imperiales, y que acabó convirtiéndose en sentimiento de culpa por el ejercicio del dominio sobre otros pueblos.

Si bien estos dos tópicos ya se insinuaron a fines del siglo XIX, no se manifestaron plenamente hasta después de 1945. El nacionalismo colonial se oponía activamente contra el dominio extranjero, y la exigencia de la autogestión e independencia se hizo más fuerte a partir de 1945. El dominio europeo se había basado en todas partes en el apoyo positivo o el consentimiento tácito de los pueblos sometidos, y cada una de las potencias coloniales confiaba ampliamente en el ejército y la policía indígena para mantener su autoridad. No obstante ello, las potencias coloniales no quisieron prolongar su dominio mediante el recurso de las fuerzas 3

Diferente fue en las colonias de asentamiento.

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armadas, que habría resultado un esfuerzo demasiado caro y a la larga de éxito dudoso ante movimientos políticos de masas. Pero no todos los movimientos nacionalistas podían contar con apoyo de la opinión pública local, y en sus respectivos territorios el dominio extranjero habría podido ser impuesto materialmente por un plazo más largo de lo que fue. Sin embargo, después de 1945 todas las potencias estuvieron dispuestas a disolver sus imperios, y como razones fundamentales pueden considerarse dos. Primero la creciente influencia de las ideas filantrópicas, liberales y sociales que venían desde fines del siglo XIX acabó por convencer a buena parte de la opinión pública de las potencias coloniales de que sus colonias tenían derecho a la libertad una vez que demostraran que ese era el deseo de la mayoría, y que estaban maduras para la autogestión. Así, la voluntad de dominador se fue debilitando, y los estados, desangrados humana y económicamente por la guerra, no estaban en condiciones de pagar el precio del aquietamiento de los movimientos nacionalistas. Segundo, a la carencia de fundamentos morales a partir de 1945se unieron influencias más concretas que aconsejaban no oponer resistencia a los movimientos independistas de las colonias. En 1942 se había prometido la independencia a la India y Ceilán. Birmania, Indochina, Indonesia y a la Península Malaya habían sido ocupadas por los japoneses, y sus movimientos nacionalistas (que combatieron contra la ocupación nipona) se habían fortalecido; ya no fue posible restablecer el dominio europeo de antaño. Los nativos habían luchado por su tierra y ahora reclamaban el derecho a gestionarla. Entonces, todas las colonias debían alcanzar lo antes posible su independencia. Pero eso trajo otras consecuencias. La independencia de los asiáticos proporcionó un estímulo muy fuerte a los movimientos nacionalistas africanos, que hizo difícil negarles lo que los otros habían logrado. Existió otra consecuencia adicional: la actitud europea, particularmente la del Reino Unido, con respecto a las colonias que le quedaban. El Imperio Británico había sido, hasta entonces, un sistema político de encadenamiento interdependiente, en el cual cada territorio era necesario para complementarse con los demás. Así, cuando se dejaron las posesiones orientales, las del Este de África perdieron gran parte de su importancia estratégica, y entonces nada se oponía a la concesión de su independencia, excepto el temor al caos que se presentaría después de la retirada de las autoridades coloniales. En general, casi todas las potencias coloniales decidieron aceptar la inevitabilidad de la descolonización. A comienzos de la década del 50, solo se trataba de establecer a qué ritmo se debía realizar la evacuación. En 1965 el proceso de descolonización estaba casi terminado; de los viejos imperios quedaban territorios plenamente incorporados a las metrópolis (o que estaban esperando la incorporación) y regiones demasiados pequeñas o pobres como para sostenerse por sí solas. No es parte de este ensayo juzgar las consecuencias del colonialismo y de la descolonización; ni el uno ni el otro fueron enteramente buenos ni malos, sólo existieron y eso es un hecho histórico e insoslayable. El fin de los imperios puso en evidencia todos sus defectos, como todo fracaso revela debilidades y oculta virtudes. El lado positivo del imperialismo europeo consistió en proporcionar una estructura de estabilidad política en las colonias, en momentos que la intervención europea estaba destruyendo los estados indígenas y sus formas sociales. También fue un medio de transmisión de conocimiento. Su lado negativo fue el que dominio extranjero destruyó tanto como creó; las instituciones sociales y políticas indígenas debieron ser modificadas o eliminadas para permitir el gobierno colonial, sin que pudieran ser restauradas, y así, con la

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evacuación de las autoridades coloniales se crearon inevitablemente vacíos de poder, explotados oportunamente por la URSS para la implantación de su modelo totalitario de colonialismo ideológico y efectivo. El final de los imperios implicó la balcanización de áfrica y el Sudeste de Asia.

EL NAVALISMO EUROPEO ENTRE 1880 Y 1914

EL FIN DE UNA ERA TECNOLÓGICA NAVAL En la tarde del 26 de junio de 1897 se efectuó una Revista Naval de la Flota Británica en el estuario de Spithead, entre Portsmouth y la isla Wight. Alineados en cinco columnas, 165 buques de guerra de su majestad lucían siluetas multicromáticas: obras vivas rojas, líneas de flotación blancas, cascos negros, superestructuras blancas, chimeneas y mástiles amarillos. A lo largo de seis millas se exhibía la mitad del orgullo británico. En diversas zonas del mundo, otros 165 navíos cuidaban los intereses de la corona. El motivo de la revista naval fue homenajear el 78º cumpleaños de la Reina Victoria, durante cuyo reinado el imperio británico se había expandido hasta obtener once millones de millas cuadradas, un cuarto de la superficie territorial del globo. La principal artífice de esa expansión y orgullo imperial, la Armada Real, contaba con 330 buques y 92.000 hombres, constituyéndose en la más poderosa del mundo. La política gubernamental indicaba que debía ser mantenida de igual poder que la sumatoria de las otras dos armadas más potentes del mundo, cualesquiera que fueran, una circunstancia que no se había dado desde que el Almirante Horatio Nelson destruyera en Trafalgar las flotas combinadas de España y Francia. Poco de los presentes de Spithead sospechaban que esa flota, orgullo del imperio, representaba el fin de una era de tecnología naval, y que en menos de una década sería canibalizada en su mayor parte por orden de John Arbuthnot Fisher, quién el día de la Revista Naval de Spithead, como el más joven de los Almirantes de la Armada Real, asumió el comando de la División Norte América e Indias Occidentales, la más insignificante de las cinco divisiones de la Armada Real. Por cierto, la Flota era obsoleta y vulnerable, y no había evolucionado al mismo paso con la revolución industrial del imperio que ella misma se había encargado de proteger. Hacía veintiocho años que no se introducían variantes en los diseños de los buques de guerra, así como tampoco había uniformidad entre las clases, lo que convirtió a la Armada Real en muestrario de buques disímiles, con tal variedad de desplazamientos, velocidades y armamentos que una acción conjunta de flota se convertía en algo muy difícil, sino imposible. La propulsión de los buques eran vetustas máquinas alternativas de vapor pesadas, ruidosas, lentas y sujetas a frecuentes fallas. En los cascos más modernos permitían una velocidad de 18 nudos, pero 11 era lo más era lo que podían sostener la mayoría de las naves presentes en Spithead. Si bien Charles Parsons ya había inventado la turbina de vapor, la Armada Real, aferrada a viejas tradiciones y poco propensa a la innovación, la había desestimado.

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Revista Naval de Spithead, 1897

El armamento naval conformaba una colección de piezas varias, abarcando más de 100 años de historia, con alcances y cadencias de fuegos tan disímiles que hacían imposible usarlos efectivamente a un mismo tiempo, desde modernas torres múltiples de 12” hasta culebrinas de 3 libras. Las piezas modernas de 12” podían ser disparadas con precisión a solo 2.000 yardas, apenas unas pocas más que los cañones de avantcarga usados en los tiempos de Nelson. Industriales británicos habían desarrollado piezas de artillería que podían lanzar proyectiles a 4.000 yardas con precisión, así como nuevos explosivos poderosos que eran capaces de perforar chapas de 8”. Sin embargo no fue en su tierra de origen donde estas invenciones tuvieron buena acogida inicial, y recién después que Alemania las adoptara, la marina británica se interesó en ellas. Mas el estado de la Armada británica; producto de políticas de reducción de gastos en detrimento del poder naval, era un fiel reflejo de sus pares oponentes potenciales del mundo. En las otras potencias navales, flotas similares cuidaban los respectivos intereses imperiales. Pero una revolución tecnológica sacudió las armadas de las principales potencias europeas y para la coronación de Jorge V, en 1911, la Revista Naval de Spithead mostró enormes acorazados grises, con un armamento no visto hasta entonces. Las botaduras del Vittorio Cuniberti (italiano) en 1903, del Dreadnought (inglés) y del Nassau (alemán) en 1906, dieron comienzo a una nueva era de tecnología naval, con buques de mayor desplazamiento, mayor velocidad, mayor blindaje, más cañones por unidad y de mayor calibre. Cuando la guerra se inicio en 1914, los nuevos buques pusieron en prácticas tácticas navales diferentes, relegando el pasado las que habían sido empleadas en últimos dos siglos, entrando así en una nueva etapa histórica de la guerra.

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EL DESPERTAR NAVAL DE ALEMANIA El advenimiento de Alemania como potencia naval se debió a varios factores. El primero de todos fue la ascensión al trono del Káiser Guillermo II, quién, como nieto de la Reina Victoria, había aprendido de sus primos ingleses la importancia del poder marítimo, encontrando las razones prácticas que lo justificaran para Alemania. Cuando Guillermo llegó al trono, Europa estaba viviendo un período de crecimiento económico y de productividad. En Alemania, el ingreso per cápita subió de 365 marcos en 1880 a 417 en 1890 y 716 en 1911, en un período de baja inflación. Con el aumento de la producción industrial y sus fuentes de trabajo, el porcentaje de población urbana subió de 39% en 1890 a 61% en 1910.4 Esto representó un aumento en la representación urbana en el Reichstag, contraponiéndose a los miembros de la vieja aristocracia noble y militar, cuyas mentes estaban puestas en las fronteras terrestres y nunca habían mirado al mar. El tráfico comercial del mundo creció también en esos años, y Alemania fue una de las naciones más beneficiadas. Entre 1880 y 1913 las exportaciones británicas decayeron de un 40% del total mundial a un 27%, mientras que las alemanas aumentaron un espectacular 240%. Una de las razones del abrupto aumento del comercio teutón fue la apertura del Canal de Kiel, a través de la Península de Jutlandia, reduciendo de 700 a 61 millas el viaje entre las costas alemanas del Báltico y del Mar del Norte. El canal tuvo también el efecto de duplicar el poder naval de Alemania, porque su flota, que antes estaba dividida entre dos mares, podía ahora ensamblarse en una sola en corto tiempo. Otro factor crucial fue el crecimiento de la que se constituyó en la principal industria: el acero. En 1880 Alemania aún lo importaba de Inglaterra, pero poco tiempo después las industrias Krupp iniciaron un aumento progresivo de su producción que colocó a los germanos en el doble de las exportaciones inglesas en 1897. Y bien cierto era en la época, que sin acero propio no existía industria naval. Fue entonces fácil para los gobernantes alemanes, en el éxtasis de su progreso industrial y económico, pensar que su nación estaba pasando a liderar el mundo, y que el imperio británico estaba entrando en decadencia. Y en la medida en que Alemania superaba a Inglaterra en lo económico, comenzaron a aparecer sentimientos de que podrían retar el componente remanente del poder británico: la Armada Real. El hombre elegido para hacer realidad los planes de los estadistas alemanes fue el Contralmirante Alfred von Tirpitz. Hijo de un funcionario civil de Brandeburgo, sin ninguna tradición naval en sus ancestros, ingresó en la Marina de Prusia con 16 años en 1864. En 1890 el entonces Capitán de Navío Tirpitz conoció el libro “La Influencia del Poder Naval en la Historia”, obra del marino estadounidense Alfred Thayer Mahan, sobre cuyo contenido escribió una serie de memorandos. Uno de ellos, de 1894, analizaba el imperio británico producto del dominio de los mares, y sobre ello escribió: “.... Sin poder naval no puede haber poder político para Alemania en el mundo moderno. Si intentáramos hacer comercio en el mundo y fortalecernos por las rutas marítimas, pero sin proporcionarnos una cierta medida de poder naval, 4

HOWARTH, David, “A Teutonic challenge to Britaunia´s rule” Time-Life Books,

Alexandria, 1979,

pg. 112.

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estaríamos levantando una estructura totalmente hueca ....”.5 Este memorando llegó a mano del Káiser, quien dispuso en 1895 el asenso de Tirpitz a Contralmirante y su designación como Subsecretario de la Oficina Imperial Naval, con el encargo de presentarle personalmente un proyecto de construcción de una Armada capaz de desafiar a la británica. En junio de 1897, el día antes de la revista naval de Spithead, el ya Vicealmirante Tirpitz asumió como Ministro Naval Imperial, y en poco tiempo presentó en el Reichstag una propuesta para la construcción de 69 buques de guerra en siete años, entre los que incluían 19 acorazados de 13.000 toneladas, 12 cruceros de 11.000 y 12 de 9.000. Esta propuesta aumentaba en más del doble a la Armada Imperial. El proyecto fue aprobado, y en dos años se botaron los cascos de los cinco primeros acorazados, los que a su terminación desplazaron 16.000 toneladas, en lugar de las 13.000 previstas y portaban cañones de 11” en lugar de 8” calculadas. Pero no bien los primeros cinco cascos fueron al agua, en febrero de 1900, Tirpitz presentó un segundo proyecto naval, pidiendo la construcción de tres buques más por año y la modernización de puertos e infraestructura terrestre para atenderlos. Su propuesta fue también aprobada, pero con el agregado de rubros para el desarrollo de una nueva arma: el U-1 “Unterseeboot”, el primer submarino alemán, en contra de la opinión de Tirpitz, quien ante el Reichstag manifestó: “.... Alemania no tiene necesidad de sumergibles. Me resisto a tirar el dinero en buques que solo puedan operar en aguas territoriales ....”.6 Cambió de opinión en 1908, cuando luego de realizar una patrulla desde las costas de Prusia Oriental hasta Heligolad cruzando por Scagerraks sin ser detectado, el U-1 demostró ser una innovación en los instrumentos del poder naval. Para 1909, una nueva propuesta de Tirpitz fue aprobada. Esta vez no especificaba número ni tipo de buques, sino la autorización tácita de construir lo necesario para superar el poderío naval británico. De allí en adelante vendría una escalada de producción de buques que finalizaría con el deshonor y suicidio de la Marina del Káiser el 11 de noviembre de 1918, en manos de la “División de Marineros del Pueblo”. En el medio, Alemania había perdido una guerra.

EL OCASO DEL PODER NAVAL DE RUSIA En febrero de 1904 Rusia y Japón entraron en guerra en el Pacífico, al tener ambos intereses enfrentados de expansión comercial en Manchuria y Corea. Los rusos poseían una flota en Vladivostok, compuesta de 40 buques disímiles, obsoletos e ineficientes, llamada Escuadrón del Pacifico. Los nipones, por su parte, sorprendieron al mundo con una flota moderna, balanceada y eficiente. Tras una serie de encuentros, que culminaron el 4 de agosto de 1904 en Port Arthur, Japón elimino totalmente el escuadrón ruso, convirtiéndose en absoluto dominador de esos mares. Los artífices del triunfo nipón fueron el Almirante Heihachiro Togo y el imperio británico. Este último, en su afán de mantener controlado el poderío naval ruso en Europa y de frenar su expansión en Asia, había alentado el progreso y desarrollo de la Armada Imperial del Japón, para así obligar al Zar de turno a 5 6

Ibid, pg. 14. BOTTING, Douglas, “The U-Boats”, Time-Life Books, Alexandria, 1980, pg. 17.

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mantener una flota numerosa en Vladivostok, en detrimento de su par del Báltico. El Almirante Togo, por su parte, había realizado cursos varios de aprendizaje y perfeccionamiento en la Armada Real Británica (último año de cadete en Escuela Naval, matemáticas en Cambridge, ingeniería naval y propulsión en Greengwich, artillería en Portmouth y una pasantía de dos años a bordo del HMS Worcester), cultivando además muchas relaciones que luego serian de gran utilidad. A su regreso a Japón, después de 9 años en Inglaterra fue puesto a cargo de diseñar una Armada para el nuevo Imperio del Este. En 1900 Togo asumió la jefatura de su creación. La flota no era grande, pero si moderna y balanceada. Consistía en 4 acorazados, 8 cruceros pesados, 20 cruceros livianos, 16 torpederos y un número de auxiliares que redondeaban los 60 buques. Los acorazados y cruceros pesados portaban cañones de 12” que usaban ojivas hipersensitivas (detonaban aún en contacto con un cable de antena) propulsadas por un explosivo de origen japonés llamado shimose, que tenía una progresión explosiva mucho mayor que los conocidos hasta el momento. Como corolario, la flota era capaz de desarrollar 18 nudos de velocidad sostenida. La segunda innovación de Togo fue en el área de la enseñanza naval. La rigidez de las escuelas británicas, sumada a la idiosincrasia nipona, produjo Oficiales y Tripulante de un alto nivel de capacitación, con un espíritu de combate cercano al fanatismo, costumbres de vida espartana y disciplina férrea. Como ejemplo, después de destruir la flota rusa del Pacífico,7 agosto de 1904, Togo condujo su escuadra a Japón dejando la progresión de la campaña a cargo de fuerzas terrestres. Una vez en base, puso a todos los buques en reparaciones y sus dotaciones en entrenamiento intensivo. Al finalizar ambos, se hizo nuevamente a la mar, sin permitir un solo día de licencia para las tropas. Entretanto, determinado a terminar triunfante la guerra, el Zar Nicolás II armó el Segundo Escuadrón del Pacífico con parte de las Flotas del Báltico y del Mar Negro y lo envió a Vladivostok desde sus bases en Kronstad y Sebastopol, en un viaje de 18.000 millas por el océano Atlántico, el mar Mediterráneo, el océano Indico, el mar de China para entonces cruzar el estrecho de Tsushima, que separa Corea del Japón. Fue un gran error, por varias razones.

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La Guerra Ruso-Japonesa se libró en lejano oriente, por el dominio de la Península Liaodong y la penetración de Rusia en Manchuria. Comenzó el 5 de febrero de 1904 con el ataque nipón al enclave ruso de Port Arthur, y finalizó en 5 de setiembre de 1905 por la intermediación de EEUU tras la derrota de Rusia. En su primera parte tuvo dos enfrentamientos navales: la incursión torpedera de Japón sobre el propio puerto de Arthur (9 de febrero de 1904) y la batalla naval de Mar Amarillo (8 de agosto de 1904), donde el Escuadrón del Pacífico de la Marina Imperial de Rusia fue destruido en su casi totalidad. 17


Tránsito del Segundo Escuadrón de Rusia

(1) La guerra terrestre ya estaba perdida; Japón había desembarcado una fuerza expedicionaria en Manchuria y estaba sitiando Port Arthur, el que capitularía cuatro meses antes de que la flota rusa llegara. (2) Si el Escuadrón del Pacífico no había podido con los japoneses, nada podía hacer pensar que el Segundo Escuadrón, totalmente inexperto en las aguas orientales, pudiera obtener un éxito. (3) La flota rusa estaba dominada por la incompetencia del mando, la abulia de las tripulaciones, y una casi absoluta falta de moral bélica. (4) De 38 buques que integraban la Flota, 22 tenían más de 35 años y solo 5 eran menores de 10 años, aunque tan mal diseñados y construidos que debían navegar despacio en mar gruesa, por sus escasas condiciones de estabilidad; resumiendo, la Fuerza debía desplazarse a 11 nudos de velocidad promedio sostenida. (5) Los rusos conocían la artillería nipona de 12” y ellos no tenían más que 10” en cuatro buques. (6) El comandante de la Flota, Almirante Zinovy Rozhhestrensky, no había prestado servicios abordo desde Subteniente, porque a poco de su graduación en la Escuela Imperial de Cadetes Navales había sido asignado a la oficina de Edecanes de los Zares, o sea no era un oficial de mar sino “de palacio”. (7) Por último, para llegar al área de operaciones, la Flota de Rusia debía abastecerse de carbón en estaciones navales que no eran propias, sino mayormente inglesas, las cuales, como parte interesada en el conflicto, favorecieron a sus aliados japoneses con información y demoras de carga. El día 27 de mayo de 1905 las flotas se encontraron en aguas del Estrecho de Tsushima. La victoria fue amplia para los japoneses, en la mayor batalla naval desde Trafalgar. De los 38 navíos rusos, 21 fueron hundidos (entre ellos los cinco buques más nuevos), 7 se rindieron, 2 escaparon y naufragaron antes de llegar a una costa, 6 lograron huir para refugiarse en Manila, puerto neutral donde fueron internados, y solamente uno arribó a Vladivostok para contar la historia de la batalla. De sus tripulaciones, más de 4.000 murieron y más 6.000 fueron tomados prisioneros. Los japoneses solo sufrieron la pérdida de 3 torpederos, 18


con 116 tripulantes muertos. La batalla de Tsushima dejó tres enseñanzas a los observadores ingleses: 1)

La velocidad resultó ser un factor crucial, permitiendo a los buques japoneses engancharse y

desengancharse de la batalla casi a su antojo. 2)

El alto calibre de los cañones nipones permitió librar combates entre 7.000 y 9.000 yardas haciendo

que los enfrentamientos fueran solo entre los buques capitales. Los torpederos solo se emplearon para rematar presas ya incapacitadas. Las piezas de 6” y 8” fueron una carga inútil para ambas flotas. 3)

Los buques pintados enteramente de gris opaco (color usado por vez primera por decisión de Togo)

eran más difíciles de detectar visualmente y de afinar puntería sobre ellos, que los esquemas multicolores de pintura usados hasta ese momento. Para Rusia, la guerra con Japón significó su fin como potencia naval, sólo quedó con fuerzas de defensa costera en el Báltico y el Mar Negro. Si bien el Zar Nicolás II ordenó de inmediato la construcción de nuevas naves, ya nunca recobraría su poderío anterior, amén del prestigio perdido ante sus pares europeos.

LA REACCION BRITÁNICA AL DESAFIO ALEMAN En junio de 1904 el Káiser recibió la visita de su tío, el Rey Eduardo VII de Inglaterra. Entre las diversas ceremonias en su homenaje, Guillermo II realizó una revista naval en Kiel, en la que dispuso contra la opinión de Tirpitz, exponer todo el poderío disponible. Así los ojos atónitos del Primer Lord del Almirantazgo y otros oficiales navales que acompañaban al rey vieron, entre otros, 25 buques de combate de primer orden, de desplazamiento y artillería mayores que lo conocido por información de la inteligencia británica. El programa naval alemán no había pasado desapercibido para los ingleses, quienes al imperio de la ley reaccionaron aumentando sus construcciones.

El presupuesto naval había aumentado de 22 a 35

millones de libras entre 1897 y 1904, y 28 nuevos buques se habían ya botado para mantener la superioridad numérica. Lo que sí había escapado era la evolución tecnológica alemana, que hacía de las cantidades de naves algo secundario detrás de las innovaciones en propulsión y artillería. No llevó mucho tiempo a los ingleses darse cuenta que grandes cambios y renovaciones eran necesarios en la Armada Real, y el hombre elegido para hacerlo fue el Almirante John A. Fisher, nombrado Primer Lord del Mar. Su tarea no resultaría fácil. A diferencia de Tirpitz, que creó una Armada donde no había casi nada, Fisher tenía que luchar contra las tradiciones y el conservadurismo del Almirantazgo, derivadas de siglos de victorias navales. A poco tiempo de asumir el cargo, Fisher presentó una propuesta de cinco puntos con la que pretendía modernizar a la Armada Real, y tras muchas y prolongadas discusiones parlamentarias, logró su aprobación para fines de 1905. En la primera propuso cambiar las condiciones de alistamiento de las Flotas, llevando al servicio activo los buques de la reserva. Para ello ordenó que todos los buques fueran dotados con 2/3 de su tripulación orgánica, eliminando las dotaciones de reemplazo pero estableciendo un régimen de relevos y complementos que permitían movilizar todas las fuerzas en un tiempo mucho menor que antaño. La segunda propuesta impuso una redistribución de efectivos entre las Flotas. Teniendo presente las órdenes del Almirantazgo a Nelson y Collingwood un siglo atrás, Fisher entendió que se imponía reforzar la

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defensa de las aguas cercanas, para lo que desmanteló la llamada “Flota del Canal” (del Canal de la Mancha) creando en su lugar la “Home Fleet”, conteniendo el 49% del total de los buques disponibles. Esto provocó agrias reacciones por parte de los sectores con intereses en ultramar, pero igual se concretó, aunque provocó tiempo después la caída del Fisher como Primer Lord del Mar. La tercera propuesta estableció la desactivación de 154 buques por obsoletos e ineficientes, para lograr economías a ser volcadas en el punto siguiente. Así, se canibalizaron 98 unidades, y se vendieron 56 en condiciones ventajosas a naciones sudamericanas, africanas y asiáticas donde el imperio tenía intereses. Si bien esta propuesta tuvo firme oposición por parte de algunos sectores Fisher argumentó que “.... cien mil hormigas nada pueden hacer contra un armadillo ....”. 8 El cuarto punto propuesto fue un programa masivo de construcción de cuatro tipos de buques: acorazados de 16.000 toneladas y 21 nudos de velocidad; cruceros de 13.000 toneladas y 25 nudos; destructores de 900 toneladas y 36 nudos; y submarinos de 350 toneladas y 13 nudos, con sustanciales cambios en propulsión y artillería, que daban prioridad a la velocidad sobre el blindaje (hasta ese momento, la construcción naval imponía un equilibrio de partes iguales entre artillería, velocidad y blindaje).

Las

controversias surgieron con el tamaño, costo y falta de protección de los dos buques mayores, y con la falta de necesidad de los otros dos. Sobre lo primero Fisher argumentó que necesitaba velocidad alta y largo alcance de armas para elegir cuando combatir y desde que distancia hacerlo, y contando con ambas elecciones la protección venía implícita y el blindaje sería innecesario. Los destructores los justificó como defensa de los ataques de torpederos contra los buques mayores, que así no se veían obligados a portar un ramillete de cañones menores. Por último, los submarinos como arma de incursión y defensa contra expediciones enemigas de poco número, aunque vaticinó que la guerra submarina tendría un volumen e importancia vitales. Pero la mayor parte del programa recayó sobre los acorazados. El quinto y último punto fue el que provocó más controversias, particularmente en el campo interno de la Armada Real, ya que se refería al funcionamiento y las condiciones de vida abordo. Para comenzar Fisher eliminó todos los feriados, con excepción de domingos, navidad y el cumpleaños real. Esta medida incluyó el 21 de octubre, aniversario de la Batalla de Trafalgar, en el que duplicó la jornada laboral, entendiendo que ese era el mejor homenaje que se le podía tributar al Almirante Nelson. Después dispuso el mejoramiento de las condiciones de vida de las tripulaciones ordenando la inclusión de comedores con vajilla y menaje en los nuevos buques (anteriormente la marinería comía en los sollados, en una escudilla y con cuchara, pero no cuchillo y tenedor), dotando de camas a los sollados en lugar de coyes (hamacas de lona), creando normas más definidas para reglamentar promociones y ascensos; y dignificando las jerarquías más bajas, de modo de integrarlos mas a la profesión naval y así exigir mayor rendimiento. Por último dispuso la prohibición de algunas costumbres de los oficiales (como ser reservarse la exclusividad del paseo por determinadas cubiertas) al mismo tiempo que les impuso tareas consideradas hasta ese momento impropias de un caballero (por ejemplo: controlar en bodega las operaciones de carga de carbón o fueloil). Pero contra todas las inclemencias políticas y navales, la propuesta salió adelante. En 1906 se produjo la botadura del HMS Dreadnought, cuyo poder de combate era igual a los tres buques más modernos de la Armada Real, a un costo de uno y medio, inaugurando así una clase y modelo de buque. 8

HOWARTH,

pg. 22.

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Conjuntamente, el destructor HMS Lydiard, preciado por su velocidad de 38 nudos, conoció el agua e inauguró un tipo el mismo día. Poco tiempo después el primer trío de cruceros bajó por las gradas del Astillero Clydebank. La Armada de Fisher, respuesta británica al desafío alemán, iniciaba su primera singladura.

OTRAS ARMADAS DEL CONCIERTO MUNDIAL Las botaduras del HMS Dreadnought y del alemán SMS Nassau en 1906 iniciaron una epidemia en la construcción de acorazados que pronto contagió al conjunto de las potencias navales (o aspirantes a tal). El modelo del buque fue como un símbolo de fuerza y entonces cada Estado con pretensiones de poder debía contar con ellos en su armada respectiva. Por otra parte, el acorazado convertía en inútiles todas las demás clases de buques enemigos. Francia, quien por convenios con Gran Bretaña mantenía el grueso de sus fuerzas navales en el Mediterráneo, encaró la construcción de 6 acorazados y 10 cruceros pesados. Para 1914 contaba con 4 y 4 respectivamente. Italia, quien despreciara en un principio el Vittorio Cuniberti, contó con 2 acorazados más modernos al comienzo de las hostilidades. El imperio de Austria-Hungría, siguiendo el modelo de su aliado alemán, construyó tres réplicas del Nassau y cuatro del crucero liviano Emden. Rusia, por su parte, botó ocho cascos, pero solo cuatro estuvieron terminados para 1914, dos más para 1916. Fueron totalmente obsoletos desde su diseño. Japón, luego de la guerra con Rusia, construyó 3 acorazados, 6 cruceros pesados y 8 livianos más, convirtiéndose en la mayor potencia del Pacífico y escapando así del control británico. Estados Unidos superó a todos con 14 acorazados de 31.500 toneladas, cañones de 14” y blindaje de 18”. Otros estados menores, que no podían construir sus propios acorazados, drenaron sus tesoros para adquirirlos. Brasil gastó 3.700.00 libras esterlinas para adquirir en Gran Bretaña los gemelos Sâo Paulo y Minas Gerais de 19.000 toneladas y artillería de 12”.

Argentina compró en EE.UU, los acorazados

Rivadavia y Moreno, de 26.500 toneladas y cañones de 12” por 21.350.000 dólares.9 Brasil contraatacó ordenando la construcción del Río de Janeiro, de 27.500 toneladas, pero al comenzar la guerra Gran Bretaña lo confiscó cuando estaba por ser terminado y bautizado como el Agincourt, zarpó en 1916 hacia Jutlandia.

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LA CARRERA ARMAMENTISTA NAVAL DE ALEMANIA Y GRAN BRETAÑA Las pruebas de mar del HMS Dreadnought sorprendieron a los alemanes. Tirpitz ordenó de inmediato suspender todas las construcciones en prosecución, replanteando las capacidades de los futuros buques. El producto resultante fue de mayor desplazamiento, poder bélico, velocidad y protección. Los 9

Que después vendió a Japón tras un acuerdo de desarme naval con Chile, quien por su parte también vendió el acorazado Prat a los nipones. 10 En 1919 fue reintegrado a Brasil con su nombre original. 21


británicos hicieron otro tanto. La sustitución de Fisher por Winston Churchill no afectó los programas de construcción naval. Se inició desde ambas bandas una guerra de inteligencia, para tratar de saber que construía el otro. Los alemanes llevaron la mejor parte, no tanto por la información colectada, sino por mejor ocultar sus propios secretos tecnológicos al enemigo. La carrera armamentista naval de ambas potencias comenzaba a acelerarse, con sus repercusiones en los campos político, económico y social (opinión pública). La existencia de una Armada poderosa dejó de cuestionarse, la justificación del respaldo a la marina mercante y las colonias de ultramar pasó a segundo plano. Ambas Flotas se preparaban a enfrentarse entre sí para obtener la supremacía. Gran Bretaña fiel a su tradición, consideraba el poder naval como algo vital, pero no admitía que otros también pudieran tenerlo. Alemania, por su parte, veía las fuerzas navales como una herramienta de la diplomacia, y se auto convenció de que tarde o temprano tendría que usarla. Mientras que en Gran Bretaña el poder naval había sido siempre producto de un proceso espontáneo y continuo, en la Alemania de Guillermo II era algo forzado, nuevo, una forma de proyectar al mundo su poderío continental. En el verano de 1914 la Gran Flota Real Británica contaba con 20 acorazados, 12 cruceros, y 42 destructores. Su rival, la Flota Imperial de Alta Mar de Alemania, 13 acorazados, 13 cruceros y 88 torpederas. Las dos flotas juntas sumaban más de 560 piezas de artillería que podían disparar proyectiles de 3/4 de tonelada desde una distancia de 10 millas. Fue el cambio más grande en poder naval desde que la pólvora fuera introducida en los buques en el siglo XIV. Dicho cambio se produjo en menos de 10 años. A lo largo de esa década pocas personas no se dieron cuenta que estaban yendo a la guerra. Las flotas se encontraron una vez más antes de enfrentarse, en la Revista Naval de Kiel, junio de 1914. Su motivo fue el acto de inauguración del nuevo canal de Kiel, obra consistente en el ensanche y la profundización del ya existente. El Rey Jorge V (sucesor de Eduardo VII) no concurrió, pero envió una nutrida delegación a bordo de 3 acorazados y 3 cruceros pesados. Durante cuatro días ambas partes compartieron eventos formales, visitas de cámara, competencias deportivas y actos sociales. El 28 de junio, durante un banquete que el Káiser daba en su yate personal al Embajador y al Almirante británico, llegó la noticia del asesinato del Archiduque de Austria en Sarajevo. La paz se había terminado. Esa misma noche los buques ingleses zarparon a ocupar sus respectivas estaciones de guerra. Los alemanes volvieron a Wilhemshaven. Su próximo encuentro sería dos años después, en Skagerraks, Jutlandia.

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Revista Naval de Kiel, 1914

LA EVOLUCION POLITICA

LA EUROPA DE BISMARCK Hacia el fin de la década del 80 se inició una transformación profunda en las relaciones entre las potencias europeas, producto de la fiebre del imperialismo que se introdujo en los gabinetes progresivamente, sin que los políticos se dieran cuenta cabal de su magnitud. A pesar del conservadurismo de la diplomacia de los Estados, los problemas coloniales y la Weltpolitik11 fueron atrayendo cada vez más el interés público, mientras que los grandes problemas del campo europeo pasaban a un segundo plano, sin que por ello perdieran su peso y su importancia. La escuela histórica alemana (neokantiana) describió ese proceso como la transición del sistema de Estados europeo al sistema mundial, concluyendo que Alemania estaba llamada a liderarlo. Sin embargo, no se concretó el sistema universal que hubiera podido garantizar una evolución pacífica en el mundo a través de un balance de poder como el que había mantenido durante casi un siglo del sistema de estados europeo. 11

" Weltpolitik " ("política mundial") fue la política exterior adoptada por Káiser Guillermo II de Alemania en 1890, que marcó una ruptura decisiva con la “Realpolitik” del el ex canciller Otto von Bismarck. Su objetivo era transformar Alemania en una potencia mundial a través de diplomacia agresiva, adquisición de colonias de ultramar, y el desarrollo de una gran marina, lo que significó un cambio fundamental en la política exterior alemana. Hasta la expulsión del canciller Otto von Bismarck , Alemania había concentrado sus esfuerzos en evitar una guerra de dos frentes en Europa y en reservarse el rol de intermediario imparcial en los asuntos continentales, centrándose en la presión de su ejército y la diplomacia para mantener el status-quo. El Káiser Guillermo II, sin embargo, era mucho más ambicioso. Alemania amplió el tamaño de su armada y optó por políticas navales más agresivas con el fin de promulgar Weltpolitik y, de hecho, el lema "…Nuestro futuro está en el mar…" fue inscrito en uno de los edificios alemanes de la Exposición Universal de París.

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El sistema en el que las grandes potencias (Inglaterra,

Francia, Alemania, Rusia y Austria-Hungría)

desempeñaban el papel principal siguió existiendo, y con él los problemas tradicionales de la política europea, sin resolver o mal resueltos. De estos problemas resaltaban: (1) el futuro del imperio otomano, que había sido salvado durante el siglo XIX en varias ocasiones por las grandes potencias, y que era conservado artificialmente. (2) la cuestión del cierre de los estrechos de Bósforo y Dardanellos al pasaje inocente de los buques de guerra de todas las naciones acordado después de la guerra de Crimea. (3) la reorganización de los Balcanes, que desde el Congreso de Berlín de 1878 no había dejado de preocupar a los estados interesados. No obstante, estos problemas pasaran a un segundo plano, y la lucha de las potencias colonialistas por los territorios de ultramar dio a las relaciones de los Estados una dureza que no habían tenido hasta entonces. Pero no eran únicamente las grandes potencias las que se friccionaban, también las potencias de inferior rango fueron dominadas por las tendencias imperialistas de la época y fueron principalmente esas las que provocaron el desmoronamiento de las potencias europeas. El proceso de expansión de la civilización europea sufrió por 1885 un aceleramiento brusco, y al mismo tiempo transformó el colonialismo en imperialismo. Hasta entonces, las iniciativas de colonización de las potencias habían descansado en manos privadas, pero con el auge del nacionalismo el proceso se invirtió, y fueron los gobiernos los que comenzaron sistemáticamente a impulsar y subvencionar la adquisición de nuevos territorios. Los comienzos de esta transformación se remontan a 1881 con la ocupación francesa de Túnez e Indochina, y la supuesta expedición británica de castigo contra Egipto que culminó en una ocupación efectiva sin la participación de Francia, que había sido invitada a integrarla pero fue sutilmente dejada de lado. Esto se convirtió en una fuente de conflicto entre ambas potencias, que Bisrmarck supo atizar a su conveniencia para desviar de esta manera las tensiones del sistema europeo de potencias hacia la periferia. Esta estrategia del Canciller se volvería a la larga en contra de Alemania, al carecer sus sucesores de su altura política y su astucia diplomática. Entre los años 1885 y 1892, reinaba en Europa la calma que precede a la tempestad, si bien viejos problemas europeos como los estrechos del Mar Negro y la cuestión búlgara provocaron en 1887 una crisis en las relaciones germano-rusas. Gracias a un doble juego diplomático, Bisrmarck logró estabilizar la hegemonía amenazada del Reich. A través del Tratado de Reaseguro pudo reparar las relaciones con San Petersburgo, asegurando a Rusia, a cambio de su neutralidad amistosa en caso de guerra, el apoyo diplomático de Alemania en las cuestiones de los Balcanes y los Estrechos. Al mismo tiempo, el Canciller trató de impedir desde un principio la posible concreción política de las concesiones del Tratado de Reaseguro, mediante una Entente del Mediterráneo entre Inglaterra, Italia y Austria-Hungría, con el fin de cerrarle a Rusia el paso por los Estrechos. La maestría diplomática de Bismarck había llegado al fin de sus posibilidades. Incapaz de mantener el carácter meramente defensivo de su sistema original de alianzas ante el descontrolado expansionismo de las otras potencias, el Canciller trató de frenar sus energías y quedar al margen. Mientras las otras naciones no adivinaran las intenciones de este juego, podía dar resultado, pero a lo largo plazo esa táctica amenazaba

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con desacreditar la política alemana. La dimisión de Bismarck en marzo de 1890, tras veintiocho años conduciendo las relaciones exteriores de Prusia primero y de Alemania después, fue un acontecimiento de trascendencia europea. Con él desapareció un estadista que había tratado de conservar el clásico sistema de equilibrio entre las potencias del viejo continente. Su intención fue de evitar, por medio de alianzas defensivas y conservadoras, que Europa se hundiera en la vorágine de los nacionalismos rivales. Pero el sistema diplomático de Bismarck se basaba en que los políticos europeos pudieran actuar según razones de estado calculadas, sin tener en cuenta la opinión de los pueblos. Sin embargo, eso era cada vez menos posible, porque los gobiernos (independientemente de su forma) eran arrastrados por las demandas públicas cargadas de nacionalismo. El poder de un estado ya no era solo un asunto de territorio y FFAA como lo fuera hasta entonces. En esas circunstancias, las relaciones personales entre los jefes de Estado, foco de los empeños del Canciller, fueron perdiendo importancia y solidez. Así, los métodos de Bismarck en política exterior habían alcanzado el límite de sus posibilidades en el momento de la dimisión. Tampoco el complicado sistema de alianzas podía durar mucho, por el hecho de que la dinámica de imperio de las potencias europeas se dejaba integrar cada vez menos al orden constituido por el Canciller.

El GIRO DE LAS ALIANZAS POLITICAS La no renovación del Tratado de Reaseguro por Leo von Caprivi (sucesor de Bismarck) en 1890 trajo aparejado un giro decisivo en la evolución de los sistemas de alianzas europeas. Caprivi y sus asesores (Holstein, Schleinitz y Kiderlen-Wächter) no eran partidarios de prorrogar un tratado contrario al espíritu de la Triple Alianza, temiéndose consecuencias negativas en las actitudes de Austria-Hungría, Italia e Inglaterra, y por otra parte dejando en manos de Rusia la posibilidad de presionar continuamente a Alemania en política exterior. La intención del nuevo Canciller era conducir una política clara, recta, que inspirase confianza, y que no temiese la divulgación pública. Los alemanes aspiraban a continuar consecuentemente la política de la Triple Alianza, tratando de integrar a Inglaterra con mayor fuerza que Bismarck, empujando de esa manera a los rusos a los brazos franceses, aunque de mala gana de ambos lados. La política exterior rusa sentía animadversión por la Francia republicana y no quería atarse mucho a ella por temor a verse involucrado en una guerra general por la reconquista de Alsacia, Lorena y Metz. Francia desconfiaba de la ambiciosa política de Rusia en los Balcanes, aunque tenía que considerar que Alemania respaldaría a Austria-Hungría en ese conflicto. Ambas partes perseguían objetivos distintos con la alianza: Francia la consideraba como un arma dirigida contra los alemanes; Rusia buscaba un respaldo contra Inglaterra, su enemigo del momento.

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Europa en 1894

Para la política alemana, la firma de una alianza entre Francia y Rusia, que implicaba el riesgo de una guerra en dos frentes, tuvo una importancia grave. Cierto era que la política hostil de San Petersburgo habría de convertir tarde o temprano a Rusia en un enemigo, pero fue la salida de Francia del aislamiento a que Bismarck la había sometido durante veinte años lo que significó un considerable empeoramiento de la posición de las potencias centrales. Esto se vio agravado al ver Alemania defraudadas sus esperanzas de atraer con más fuerza a Inglaterra a la Triple Alianza sin comprometerse con Rusia y Francia de manera peligrosa. Para el Reich resultaba entonces fatal chocar con los ingleses por cuestiones políticas de poca importancia, a la vez que fracasaban todos los intentos de reparar la falta cometida socavando la Doble Alianza, estableciendo relaciones con franceses o rusos. Esto estaba además relacionado directamente con el nuevo brote de la fiebre de expansión imperial en las capitales de Europa, que condujo a que las relaciones entre los Estados sufrieran fricciones y romances temporales, poniendo a prueba la solidez de las alianzas. La posición de Alemania quedó definitivamente debilitada por la conclusión de la “Entente Cordiale” en 1904 entre Francia e Inglaterra (que en el fondo no era más que una continuación del acuerdo de 1899, sobre el reconocimiento británico de la situación de Marruecos a cambio del reconocimiento francés de la situación de Egipto). Aunque la Entente no hacía mención a las cuestiones de política europea, y por lo tanto no podía considerarse como dirigida contra Alemania, significó un contraste para las aspiraciones de participación colonial del Reich. En Berlín se descubrió que la política exterior de manos libres no había servido para nada, por lo que 26


Alemania se dispuso a romper el aislamiento ofreciendo una alianza a Rusia, en un momento de perspectivas favorables por la evolución del enfrentamiento bélico en el Pacífico. Las relaciones Berlín – Londres empeoraron, y el Reich decidió explotar las profundas tensiones existentes entre rusos y británicos para proponer a San Petersburgo la concreción de una alianza continental entre Francia, Alemania y Rusia, pero las negociaciones no prosperaron porque los rusos se negaron a imponerle a Francia un nuevo aliado, mientras que los franceses hacían todos los esfuerzos posibles por impedir la realización de tal entendimiento. Rechazado en París y San Petersburgo, el gobierno alemán se lanzó a una ofensiva diplomática dispuesta a romper las alianzas dirigidas contra Alemania y al mismo tiempo demostrar que no se la podía mantener impunemente al margen de los asuntos de política mundial. Como instrumento usó los problemas coloniales, tomando como punto de partida a Marruecos, donde Francia se había instalado sin ningún título jurídico internacional, mediante acuerdos con Italia y España. Pero la política alemana tuvo efectos contrarios a los esperados, y en lugar de romper la Entente Cordiale provocó su transformación en un acuerdo que abarcaba inclusive las cuestiones europeas (por primera vez tuvieron lugar acuerdos militares entre Francia e Inglaterra). Así, comenzaron a dibujarse las alianzas políticas que en 1914 resultarían fatales para las potencias centrales: la alianza anglo-francesa, con ramificaciones a Rusia desde París y a EEUU desde Londres; unas alianzas que habrían de destruir el espacio de las maniobras diplomáticas. La inoperancia de la diplomacia alemana, oscilante y carente de credibilidad, se reveló en su total magnitud en la Conferencia Internacional sobre Marruecos, reunida en Algeciras, España, 1906. El Reich se encontró finalmente en un aislamiento casi completo; solo Austria-Hungría le dio apoyo incondicional. En el intento de interferir los acuerdos entre otras potencias en material de política colonial, sin estar en condiciones de hacerlo, se concluyó la exclusión de Alemania del círculo de las grandes potencias imperiales. Cuando en 1907 Inglaterra y Rusia se dividieron Persia en zonas de influencia, quedó bien claro su ostracismo. De ahí en adelante, la creciente desconfianza de las otras grandes potencias hacia la política alemana se fue convirtiendo cada más en una amenaza para la paz europea. En todas partes se tendía a la oposición de las aspiraciones alemanas, aún cuando estaban justificadas, fomentando la inclinación de Alemania a querer imponer sus deseos mediante presión militar y aumento de su potencial bélico, creando un riesgo de guerra cada vez mayor. No fue casualidad que la Segunda Conferencia Internacional, celebrada en La Haya en 1907, concluyera sin resultados concretos. El gobierno alemán se negó a aceptar que tribunales arbitrales le impusieran reducciones de armamento y soberanía. La actitud del Reich era justificada, teniendo en cuenta que Alemania se habría visto más perjudicada que los demás por una congelación del armamento en 1907, y que mientras que para las otras potencias el freno a la expansión implicaba consolidar fronteras, para los alemanes significaba renunciar de por vida a su aspiración de ser una gran potencia colonial. Pero la desconfianza de las demás naciones europeas con respecto a la política alemana había aumentado considerablemente, y el área de acción para una expansión colonial del Reich se había reducido al mínimo. En el curso de dos decenios de luchas políticas por la adquisición de territorios de ultramar, las tensiones dentro del sistema de las potencias europeas y las presiones de la opinión pública de los gobiernos

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habían alcanzado un grado tal que cualquier intento de modificar las relaciones de poder existente entrañaba el riesgo de un conflicto europeo general.

EL AUGE DE LOS NACIONALISMOS En toda Europa se enfriaron a partir de 1906 las pasiones imperialistas, al acaparar el máximo interés los problemas políticos internos de los estados. En Inglaterra, el gobierno liberal del Primer Ministro Henry Campbell-Bannerman se ocupó de los acuciantes problemas sociales e institucionales que habían sido descuidados en el período anterior; el gobierno estaba interesado en disminuir el presupuesto militar y en reducir los compromisos internacionales del imperio. La situación fue análoga en Francia, donde a la izquierda republicana gobernante de Armand Fallières le interesaba mucho más la neutralización de la influencia de la Iglesia Católica sobre la sociedad que los problemas de política exterior y mundial. También en la Cancillería del Reich alemán, después del fracaso de Algeciras, se desplazó el peso de la política sobre los asuntos internos. Incluso Rusia detuvo sus ambiciones imperiales, producto de la derrota militar en manos de Japón y de que la revolución de 1905 (y sus consecuencias) había conmovido el sistema estatal de manera tal que era absurdo pensar en la prosecución de una política expansionista. Sin embargo, no comenzaba para Europa un período tranquilo, ya que al crecer las fuerzas democráticas se liberaron en mayor medida energías nacionalistas que introdujeron en las relaciones internacionales de las potencias un nuevo factor de extrema agresividad. Este nuevo elemento se puso claramente de manifiesto en la evolución de la rivalidad naval entre Alemania e Inglaterra. En ambas potencias, algunos políticos intentaron llegar a un acuerdo para frenar la carrera armamentista naval, pero ninguno tenía la suficiente autoridad para arriesgar una prueba de fuerza ante una opinión pública que les sería adversa, ya que para ambos pueblos su Flota se constituía en el símbolo del poder nacional, que servía como freno a un sentimiento latente de miedo contenido, por momentos listo a convertirse en pánico. Otro factor que contribuyó a exacerbar los nacionalismos fue la resultante de la crisis balcánica de 1908. En ese año estalló la revolución conocida como de “los Jóvenes Turcos” en el Imperio Otomano,12 haciendo incierta la situación de los territorios europeos gobernados por Turquía (Bulgaria) o bajo su influencia (Bosnia, Herzegovina y Novibazar, que eran administrados por Austria–Hungría, aunque seguían formando parte del Imperio Turco). 12

La Revolución de los Jóvenes Turcos de 1908 revocó la suspensión del Parlamento otomano por el

sultán Abdul Hamid II, que marcó el inicio de la Segunda Era Constitucional. “Jóvenes Turcos” es el sobrenombre de un partido nacionalista y reformista turco de principios del siglo XX, oficialmente conocido como el Comité de Unión y Progreso (CUP), cuyos líderes se rebelaron contra el sultán quien fue depuesto y desterrado en 1909. Sus líderes fueron Murad Bey, Ahmed Riza, Damad Mahmud

Pasha y el Príncipe Sabaheddin (los dos últimos, miembros de la familia real). La Revolución restauró el Parlamento, que había sido suspendido por el sultán en 1878. Gobernaron el Imperio otomano entre mediados de 1908 y el final de la Primera Guerra Mundial, en noviembre de 1918. Sin embargo, el proceso de suplantar las instituciones monárquicas por instituciones constitucionales y políticas electorales no fue ni tan simple, ni tan exangüe como el cambio de régimen. La periferia del Imperio se siguió astillando bajo las presiones de las revoluciones locales.

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El imperio danubiano pretendía anexarse estos territorios, para lo cual contaba con el apoyo incondicional de Alemania, aunque según un tratado de 1897 tenía que consultar a Rusia antes de producir un cambio en el status que de los Balcanes, y a Italia de acuerdo con la Triple Alianza. También necesitaba del referendo de la mayoría de las naciones firmantes del tratado de Berlín de 1878. En Viena se tomó la decisión de devolver a Turquía el territorio de Novibazar y anexar lo antes posible a Bosnia y Herzegovina, a fin de romper el equilibrio serbio, que aspiraba a la unificación de todos los pueblos balcánicos bajo su autoridad. Para lograr su objetivo Austria-Hungría cortejó y obtuvo el apoyo de Rusia a cambio de respaldo diplomático para la apertura de los estrechos del Mar Negro a los buques de guerra rusos, algo muy codiciado por San Petersburgo después de la pérdida de Port Arthur. Pero mientras Rusia buscaba en Londres el apoyo a la propuesta austríaca estos cambiaron abruptamente de rumbo, respaldando al Príncipe Fernando de Bulgaria (de la casa de los Habsburgo, como Francisco José de Austria) en su acto de proclamación de plena soberanía del nuevo Estado de Bulgaria. Nuevamente Rusia, que no encontraba apoyo inglés, se veía burlada y fuera de combate.

Imperio Austro-Húngaro al fin de la crisis balcánica

Al mismo tiempo, en Serbia se desencadenaba una violenta ola de protestas, que fomentó el nacionalismo local. El Movimiento Nacionalista Sudeslavo, que hasta entonces había visto en el Imperio Otomano su principal enemigo, se volvió contra Austria-Hungría. No encontrando respuesta de Rusia, quien siempre se había manifestado protectora de los pueblos menores de los Balcanes, el movimiento la acusó de traición y complicidad con Viena, y reforzó así su sentimiento individualista. En los gabinetes de las grandes potencias se repudió la actitud austríaca, pero nada más se hizo, aunque los sentimientos nacionalistas se sensibilizaron por la denominada “arrogancia nibelunga”13 (incluía a 13

Los nibelungos son un pueblo mitológico de las leyendas germánicas gobernado por el príncipe "Nibelung". 29


Alemania y Austria-Hungría). Rusia, Serbia y Turquía tuvieron que ceder, aún antes de que una conferencia internacional arbitrase la disputa, ya que ninguno de ellos estaba en condiciones de oponerse a la amenaza del uso de la fuerza, no teniendo otro remedio que conformarse con la nueva situación de los Balcanes. La anexión de Bosnia y Herzegovina a Austria-Hungría se concretó sin derramamiento de sangre. La crisis había finalizado con un notable triunfo diplomático de las potencias centrales, con una grave humillación de Rusia, y con fractura en la alianza franco-rusa, pero las consecuencias a largo plazo no fueron satisfactorias, porque los nacionalismos excitados (aún en los estados que se habían mantenido al margen) no admitían el resultado como definitivo, y las premisas para una futura reapertura de la cuestión balcánica quedaron latentes. Para la monarquía danubiana, que de largo tiempo atrás arrastraba conflictos internos de identidad de nacionalidades, esa situación contenía peligro. Si se concretaba una alianza entre el Movimiento Sudeslavo, Rusia e Italia los días del imperio Austro-húngaro estaban contados, ya que debía esperarse que los nacionalismos de las potencias que antes fueron neutrales se convertirían en beligerantes.

LA SEGUNDA CRISIS MARROQUÍ COMO ACELERADOR DE LA CARRERA NAVAL Hacia fines de 1910 un ejército francés fue conducido a Marruecos para asegurar la posición del Sultán Abd Al-Aziz, significando una flagrante violación del tratado de Algeciras, y dando a Alemania (que no había perdido sus ambiciones de expansión) un pretexto para volver a plantear la cuestión marroquí. Durante varios meses se sucedieron ofertas y amenazas diplomáticas de ambas partes, e incluso amenazas del uso de la fuerza, todo ello dirigido a dos campos muy diferentes: lograr el asentamiento definitivo en Marruecos y calmar (sin defraudar) los clamores nacionalistas. Para setiembre de 1911 la guerra parecía inevitable. Sin embargo, abruptamente ambas partes empezaron a ceder, y tras un intercambio de territorios la crisis se resolvió una vez más por la vía pacífica. En ambas orillas del Rhin la opinión pública acogió los tratados sobre Marruecos y el Congo con gran descontento. Joseph Caillaux, Primer Ministro de Francia, fue destituido en enero de 1912, acusado de filogermanismo. Lo sucedió Raymond Poincaré, que de inmediato formó un gabinete de concentración nacional, cuyo objetivo principal era preparar lo mejor posible la nación para una eventual confrontación con las potencias centrales. También en Alemania se desató una ola de indignación contra el gobierno del Canciller Theobald von Bethmann-Holweg, acusado de no haber defendido con fuerza los intereses nacionales del Reich. El pueblo alemán estaba en gran parte convencido de que la responsabilidad de haber hecho fracasar la política de Alemania en Marruecos era de Inglaterra, y de que solo la posesión de un poder naval mayor podría evitar futuras derrotas humillantes a la política colonial del Reich. Ciertamente las aspiraciones de expansión de Alemania estaban en un callejón sin salida. Contra la

La descripción de estos seres proviene del poema épico medieval del siglo XII “El Cantar de los

Nibelungos” de origen germánico, inspirado en diversos conflictos que azotaron a los reinos francos entre los siglos V y VII. Durante los siglos XVII y XVIII la historia de los nibelungos fue casi olvidada, pero se recuperó con el surgimiento del romanticismo en el siglo XIX, e inmortalizada por Richard Wagner en la ópera “El anillo del Nibelungo”.

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voluntad de Inglaterra y Francia era imposible obtener por medios diplomáticos nuevas posiciones de interés en ultramar. Se plantearon entonces dos alternativas: (1) establecer relaciones más amistosas con Inglaterra, con el fin de ganarse su apoyo para una política colonial moderada. (2) imponer a las otras grandes potencias el respeto a los propios deseos en política colonial a través de una mayor presión militar. La segunda alternativa, de extraordinaria popularidad en la sociedad alemana, se impuso, y Tirpitz aprovechó esta coyuntura para proponer al gobierno y al Parlamento un nuevo refuerzo de la flota alemana y su infraestructura, haciendo hincapié en la necesidad de una marina poderosa para poder llevar a cabo una política mundial. Bethmann-Hollweg vislumbró de inmediato el peligro que representaba una política de mayor presión militar, por lo que conjuntamente con el Secretario de Asuntos Esteriores, Alfred von Kiderlen-Wächter, inició una maniobra interna destinada a asignar a las fuerzas armadas el refuerzo de rubros solicitado por Tirpitz, al mismo tiempo que entraba en contactos con Lord Richard Haldane (Ministro de Guerra Británico) para lograr un acuerdo de congelación de la carrera armamentista naval. Sus intenciones no fueron bien acogidas en ninguno de los involucrados, y si bien se logró una contrapropuesta por parte de Inglaterra, la misma era demasiado vaga: el Imperio Británico deseaba un acercamiento con Alemania, pero no un acuerdo que pusiera en peligro el sistema de alianzas del que formaba parte. La consecuencia de esas negociaciones es que se reanudó la carrera de armamentos; el Reichstag alemán no solo reforzó el presupuesto naval sino que también el militar. Francia y Rusia no se quedaron atrás e hicieron nuevos esfuerzos para mejorar su capacidad bélica. Inglaterra se dispuso a construir dos buques por cada alemán botado, al mismo tiempo que trasladó a casa la Flota del Mediterráneo para reforzar la Home Fleet. En caso de guerra entre la Triple Entente y la Triple Alianza se dejaría la defensa del Mare Nostrum a la Armada francesa, mientras que la inglesa cuidaría el Canal de la Mancha y el Golfo de Vizcaya. Sobre esa base, Francia e Inglaterra firmaron en julio de 1912 un pacto naval que de hecho vinculaba totalmente a los británicos en caso de guerra, aunque Londres afirmara que no se sentía vinculado políticamente a París. Esto dio pié a una colaboración militar por tierra poco después. La consolidación de la Entente contra las potencias centrales se concretó en un hecho. Así, las grandes potencias, agrupadas en dos bloques no homogéneos, se enfrentaban. Se abrió camino en los pueblos europeos un nacionalismo exasperado, por momentos fanático, que exponía a los gobiernos a la presión de agitaciones violentas que reclamaban una política exterior ambiciosa e inflexible. En ese estado de cosas, cualquier cambio en el sistema de equilibrio europeo podía provocar un conflicto generalizado.

LA SEGUNDA CRISIS BALCANICA DEL SIGLO XX Como consecuencia de la segunda crisis marroquí, la fiebre imperial también contagió a Italia, y reavivó en los estados balcánicos el nacionalismo extremo. A fines de 1911 Roma declaró la guerra al Imperio Otomano, ocupando el Dodecaneso (Trípoli y Cirenaica, hoy Libia). Austria-Hungría advirtió a Italia del peligro que ello representaba para la estabilidad balcánica, pero no fueron escuchados sus consejos, y en

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el curso de las operaciones quedó en evidencia la debilidad miliar turca. En virtud a los diferentes acuerdos y alianzas con Italia, las grandes potencias se vieron atadas de manos y obligadas a quedar al margen. Esto resultó particularmente irritante para Alemania, que estaba muy interesada en el mantenimiento de la posición de poder de Turquía, y que temía perder su prestigio político ante ese país, la que había prestado asesoramiento militar, pero el trabajo de la Triple Alianza no dejaba al gobierno alemán otra alternativa. Mientras las grandes potencias se mantenían en alerta expectante pero inactiva, los países balcánicos vieron llegada su hora de actuar. La impotencia otomana invitaba a apoderarse de los territorios europeos que aún estaban en manos turcas, para concluir la obra de unificación balcánica del siglo anterior. De manera particular Serbia y Bulgaria, más moderadamente Grecia y Montenegro estaban decididos a no tolerar más la dominación y a devolver la patria a sus connacionales, y las noticias de las fáciles victorias italianas no hacían sino reforzar su voluntad. Rusia, por su parte, se encontraba en una posición muy precaria ya que de acuerdo a su papel histórico de protectora de los intereses cristianos en los Balcanes, tendría que haber apoyado a los estados contra Turquía. Pero en San Petersburgo no se tenía el menor interés en enemistarse con el Imperio Otomano, sino todo lo contrario, Rusia lo cortejaba, buscando por ese lado una solución a su salida por los estrechos del Helesponto. Así, sus esfuerzos diplomáticos buscaron el establecimiento de una alianza entre los Estados Balcánicos y Turquía en contra de Austria-Hungría, a quién se le atribuían ambiciones de reconquistar Novibazar y proyectarse sobre Macedonia y Salónica. Pero el accionar ambivalente de la política rusa desembocó en un callejón sin salida. Bajo el patrocinio de San Petersburgo se firmó en marzo de 1912 el tratado de la Liga Balcánica, el que previsto en contra de la monarquía danubiana se convirtió en un pacto de agresión a Turquía primero, en una lucha interna por el reparto del futuro botín después, y finalmente degeneró en pugnas étnicas y religiosas entre sus integrantes, escapando totalmente del control de Rusia. Inglaterra y Francia, comprendieron que la Liga no tenía carácter defensivo sino agresivo, advirtieron a San Petersburgo que no acudirían en su ayuda por conflictos derivados de la crisis balcánica. Pero Rusia ya nada podía hacer para detener los nacionalismos exaltados de las naciones sudeslavas. En octubre de 1912 la Liga Balcánica inició operaciones militares contra Turquía, a la que despojaron de todos sus territorios europeos excepto una angosta faja al noroeste de Dardanelos, conservando así los turcos su control territorial de ambas márgenes de los estrechos. Además de los miembros de la Liga, Rusia fue ganador moral de la contienda, aunque se postergaban nuevamente sus aspiraciones de salir del Mar Negro. Para Austria-Hungría, en cambio, esta evolución significó una gran pérdida de poder en el sudeste, y en adelante tendría que abandonar para siempre su política ofensiva en los Balcanes, y así el mantenimiento del status que adquirió una importancia fundamental. En las capitales europeas se esperaba que Austria-Hungría reaccionara anexándose Novibazar, pero en Viena esta idea se había abandonado a raíz de las grades dificultades surgidas en controlar las corrientes nacionalistas de Bosnia y Herzerogovina. Sin embargo, como existía el firme propósito de negarle a Serbia una salida al mar y de obligarla, junto con Montenegro, a una dependencia económica de la monarquía danubiana, se alentó la idea de dar vida a una nación independiente: Albania, lo que fue apoyado por Francia, Inglaterra, Italia y Alemania en una conferencia de embajadores en Londres. Pero la implementación del convenio londinense resultó muy difícil, Serbia y Montenegro no querían

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dejarse arrebatar una parte de lo que consideraban su botín de guerra. Nuevamente se conmovieron las cancillerías europeas con el flujo de notas diplomáticas cargadas de amenazas del uso de la fuerza, hasta que el 30 de mayo de 1913 se concluyó una paz preliminar ente la Liga Balcánica y Austria-Hungría, que dejaba en manos de las grandes potencias el poder de crear el estado albano y de fijar sus fronteras. La segunda crisis balcánica no estaba aún solucionada, porque la unidad de la Liga se había roto. En junio de 1913 se desató una guerra regional entre sus miembros, agregándose Rumania y Turquía. Al finalizar, los rumanos habían quitado a Bulgaria la región de Dobrudia, Turquía recuperó Adrianópolis, mientras Serbia y Grecia se repartieron los territorios que los búlgaros habían conquistado en la primera guerra balcánica. Serbia adelantó su frontera meridional profundamente en Macedonia y amplió su territorio en casi el doble, convirtiéndose así en la verdadera ganadora. La peor parte la llevó Austria-Hungría, quien frenado por Alemania de intervenir militarmente, vio surgir en su frontera sur un estado hostil (Serbia) que ahora era más poderoso que antes, por sus recursos y, principalmente, por su moral bélica.

LOS ESFUERZOS DIPLOMÁTICOS POR LA PAZ CONTRA LOS NACIONALISMOS MILITANTES Los problemas balcánicos repercutieron profundamente en las relaciones entre las potencias europeas. En las respectivas cancillerías se consideraba inevitable el estallido de un nuevo conflicto y que esa próxima vez no sería solucionado regionalmente, por lo que todos comenzaron a prepararse militarmente lo mejor posible. Alemania y Austria-Hungría hicieron nuevas e importantes ampliaciones de sus ejércitos. Francia elevó el servicio militar obligatorio a tres años, al mismo tiempo que presionaba a San Petersburgo para acelerar los trabajos de los ferrocarriles occidentales. Entre los pueblos europeos creció la tendencia a perseguir los propios objetivos de política, considerando incluso la guerra como una herramienta ultima-ratio de la diplomacia, de acuerdo con el pensamiento de Clausewitz,14 que poco a poco ganaba paso con firmeza. La idea de que tarde o temprano estallaría un gran conflicto europeo estaba muy extendida, y no pocos órganos de prensa pensaban que tal vez era mejor atacar en la primera ocasión en lugar de vivir en el continuo temor de ser atacado, fomentando así un fatalismo paralizador de los pocos esfuerzos del pensamiento pacifista. En Rusia se insistía públicamente sobre la necesidad de enfrentarse lo más pronto posible con el enemigo mortal del eslavismo: Austria-Hungría y su aliado teutón. En Alemania, la idea del inminente enfrentamiento entre germanos y eslavos fue acogida con simpatía. En Francia se reavivó la llama de la revancha. La recíproca antipatía entre los pueblos inglés y alemán fue fomentada tanto por la rivalidad económica como por el miedo que tenía uno del otro. Mientras que en Inglaterra se imputaba a Alemania el

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Karl Philipp Gottfried von Clausewitz fue un militar prusiano que destacó la moral como el elemento más

importante en los aspectos políticos y de guerra, expresado en su libro Vom Kriege (De la Guerra ). Sus ideas son descritas como hegelianas por sus referencias a la dialéctica de pensamiento. Argumentó que la guerra no se podía cuantificar ni reducir a mapas, geometría y gráficos. Tenía muchos aforismos, de los cuales el más famoso es: "La guerra es la continuación de la política por otros medios". Sin dudas es el principal referente de la filosofía política de la guerra.

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deseo de extender su hegemonía en Europa y el resto del mundo, en Alemania se soñaba con romper la supremacía inglesa sobre los mares, para poder ascender al rango de potencia marítima mundial. Sectores cada vez más amplios de la opinión pública germana se mostraban partidarios de la idea que ante el fracaso de los esfuerzos diplomáticos de antaño, era necesario imponer la debida consideración hacia los intereses de Alemania en ultramar, usando el potencial militar del Reich en caso extremo. En ese clima interno, no le quedaba al gobierno teutón mucho margen de maniobra para iniciar un acercamiento a Inglaterra, siguiendo la línea de cooperación anglo-alemana iniciada durante la segunda crisis balcánica. Sin embargo, los esfuerzos que se realizaron en el campo de la política exterior no fueron despreciables, y en las altas esferas gubernamentales británicas fueron bien recibidas, ya que Londres pretendía mantener la situación de existencia de Imperio Otomano, como elemento de contralor de Rusia, con quién sostenían frecuentes rozamientos en Persia, además del problema de los estrechos del Mar Negro. A pesar de la rivalidad naval tanto Inglaterra como Alemania buscaban acercar al eventual oponente a su propio sistema de alianzas y de hacer así más elástica la tirantez entre los dos bloques. Pero como lo habían ya demostrado las negociaciones anglo-alemanas de 1912, solo podrían obtenerse algunos resultados en el largo plazo, y los nacionalismos fanatizados no querían esperar, sino propugnaban por una solución militar. Pese a todas las corrientes en contra, las negociaciones anglo-germanas se iniciaron, con el pretexto esta vez del reparto futuro de las colonias portuguesas, que Lisboa se veía obligada a soltar como solución a sus problemas financieros. El 20 de octubre 1913 se firmó un tratado secreto, ya que en ambas partes no era conveniente, por el momento, exponer el tema a la opinión pública. También secretamente se negoció el futuro del Congo Belga, aunque a posteriori se descubrió que esto no fue más que un ejercicio diplomático de ambas cancillerías, para evaluar la confiabilidad del oponente circunstancial (Inglaterra no podía negociar un territorio que no era suyo, y para Alemania no era de gran valor). De mayor interés fueron las negociaciones sobre el ferrocarril de Bagdad, que finalizaron con éxito el 15 de junio de 1914, Alemania renunció a la construcción del tramo final al Puerto de Basora y a un 25% de las concesiones petroleras en favor de Inglaterra, y esta a su vez prometió no interferir las obras así como también eliminar la interferencia de Francia. Existía, sin embargo, otra razón concreta por parte del gobierno británico. Todos los hombres políticos estaban convencidos del futuro desmoronamiento del imperio otomano, y el problema de la eventual repartición de Turquía comenzaba a inquietar cada vez más a los gabinetes europeos. La solución dependería de que el Imperio Británico apoyara a Rusia o a las potencias centrales. Alemania no tenía interés en una partición del imperio turco, y se proponía mantener su unidad por dos motivos: poder proseguir los proyectos económicos y carecer momentáneamente de los medios materiales para la creación de un protectorado alemán en Asia Menor y Mesopotamia. Así, la política de Alemania y los deseos de Inglaterra se unieron en un esfuerzo común de salvaguardar al Imperio Otomano. Para Rusia, la partición de Turquía brindaba otra forma de acceder a una salida del Mar Negro, y por ello jugaron dos cartas diferentes: por un lado coquetear con los turcos y por otro hacer lo mismo con los ingleses. Con la primera carta el fracaso fue rotundo, los alemanes ya estaban instalados en Constantinopla, brindando asesoramiento militar. La segunda carta naufragó en las aguas de la política inglesa. La opinión pública rusa culpó a Alemania del fracaso de su diplomacia, y nuevamente la solución militar asomó como

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único camino de escape, bajo la mirada expectante de Berlín, donde constantemente se instigaba a Guillermo II, conque era mejor atacar en vez de esperar ser atacado. Sin embargo, el Canciller BethmannHollweg impulsó el rechazo de la guerra preventiva, argumentando que era necesario soportar con la máxima cautela las amenazas de Rusia, hasta que las relaciones con Inglaterra, que mejoraban lentamente, hubiesen adquirido mayor solidez. En estas circunstancias, la noticia de negociaciones secretas entre San Petersburgo y Londres sobre la firma de una convención naval, en mayo de 1914, significó una catástrofe para la diplomacia alemana, cuya posición frente a los partidarios de la guerra preventiva quedó más que debilitada. En Berlín se tenía ahora la impresión de que la propia Inglaterra contribuía a fomentar las tendencias bélicas de Rusia. El cerco alrededor de las potencias centrales parecía cerrarse definitivamente. No solo se esfumaba para Alemania la perspectiva de una futura política mundial de acuerdo con los ingleses, sino que también estaba amenazada la posición de hegemonía del Reich sobre el continente europeo.

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POLITICA Y PODER NAVAL

LA INFLUENCIA DE ALFRED MAHAN Alfred Thayer Mahan, Capitán de Navío de la Armada de los EE.UU. publicó en 1890 un tratado denominado “La influencia del poder naval en la historia, 1660-1783” (The Influence of sea power upon history, 1660-1783) que fue llamado a conmocionar los círculos de líderes gubernamentales y mandos naval de la época. Sus trabajos, que también incluyeron “La influencia del poder naval sobre la Revolución Francesa y los Imperios, 1793-1812”, “El poder naval en sus relaciones con la guerra de 1812” y “Lecciones de la guerra con España”, fueron prontamente traducidos al francés, ruso, italiano, alemán, español y japonés, convirtiéndose así en un autor que tuvo influencia directa sobre la formulación de la política y estrategia naval de las potencias de entonces. Como Director del Colegio de Guerra Naval de los EEUU dictó varias conferencias, muchas de la cuales fueron editadas y traducidas a otras lenguas, con el mismo resultado que sus libros. También fue invitado a dictar conferencias en el exterior, con lo que sus ideas cobraron importancia al difundirse en forma directa. Sus libros, si bien se refieren a hechos del pasado lejano (los tres primeros abarcan el período de 1667 a 1812, y solo el último trató hechos cercanos en el tiempo) contienen conceptos de estrategia naval que pueden considerarse como constantes o invariables. Las conferencias, por su parte, analizaron el pasado cercano, el presente e incursionaron apreciativamente en el futuro, con gran porcentaje de exactitud. La influencia de Mahan sobre la estrategia y el poder naval de Inglaterra, Alemania, EE.UU., Francia y Japón fue tan evidente entre 1890 y 1911, que algunos analistas lo responsabilizaron de ser autor intelectual del navalismo, una de las causas que arrojaron a las naciones europeas a la Primera Guerra Mundial. El juicio es injusto. Cierto es que “La influencia del poder naval en la historia” fue el libro de cabecera del Almirante Tirpitz y del Kaiser Guillermo II. También es cierto que le dio a Inglaterra el fundamento teórico en su decisión de seguir siendo la mayor potencia naval del mundo, y conocido es que influyó sobre el pensamiento naval de otras potencias menores, pero todo ello no es argumentación suficiente como para responsabilizarlo del conflicto. Gran Bretaña llegó a ser una potencia naval mucho antes de que Mahan escribiera sus libros, y si se quiere, estos no hicieron más que definir los conceptos fundamentales que los británicos habían empleado en los siglos anteriores. En Alemania, la necesidad de poder naval también se había manifestado desde antes de 1890 por su crecimiento imperial, entonces, los escritos de Mahan dieron a los germanos la justificación necesaria al desarrollo de una política y estrategia naval, concatenada al poderío marítimo. Así, las formas del empleo del poder naval fueron diferentes en cada caso; y esa diferencia está basada en rasgos del carácter nacional más que en la influencia del pensamiento de Mahan. Para Inglaterra, el uso del poder naval fue siempre ofensivo: buscar el enemigo destruir sus buques y anular sus puertos; lo demuestran las guerras con Holanda del Siglo XVII, las campañas contra Francia, las operaciones de Nelson y Collinwood contra Villeneuve, la guerra de Crimea y lo haría una vez más después de Jutlandia. Para el Imperio Británico poder naval implicaba control de los mares. Alemania, en cambio, en su rol de recién llegada al status de potencia naval, al igual que Francia y EE.UU, empleó su poder naval en lo que Mahan definió como “las armadas de defensa en el sentido político

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y militar” o también como “la Flota en Potencia”. Lo demuestra en el enunciado de la “Teoría del Riesgo” de Tirpitz,15 donde estableció la intención de crear un flota de tal fuerza que aún para la potencia naval más poderosa (se refería a Inglaterra) una guerra contra Alemania supondría riesgos tales que harían peligrar su propia supremacía. Para Alemania, el poder naval era una herramienta más de la diplomacia; en este punto ignoró la predicción de Mahan al largarse al mundo de las potencias marítimas descuidando el aspecto de sus relaciones exteriores, lo que provocó que sus intenciones no fueran comprendidas y que la rotura del balance del poder pareciera más aguda de lo que realmente fue. En Francia, los conceptos de Mahan despertaron controversias y discusiones, pero de acuerdo con el estilo francés la mentalidad era continental, no marítima. Si bien las criticas del estadounidense a la anterior conducción naval gala fueron cáusticas, no fue rechazado por ellas, sino que se reconocieron con justicia, aunque muy poco se izo por corregir los defectos. Italia, por su parte, encontró en Mahan la justificación necesaria para modificar su flota, y a través de ella desplegar los sueños de conquista territoriales en las riberas sur y este del Mediterráneo, reviviendo los tiempos de esplendor del imperio que Roma fundara más de los milenios atrás. Para Rusia, las ideas de Mahan no pasaron más allá de la consideración teórica. Dada la extrema lentitud que siempre caracterizó a los rusos para el análisis y adopción de nuevas

corrientes de

pensamiento, no es de extrañarse que perdieran su poder naval en manos del Japón antes de comprender su real valor. Luego no tuvieron tiempo de recuperarse. Del Imperio de Mikado poca información se tiene; sin embargo dado que desde mediados del Siglo XIX tenían oficiales becados en las academias de las principales potencias (entre ellas EEUU), puede suponerse que la importancia del poder marítimo era plenamente comprendida, y tomando en cuenta que su forma de gobierno hacía innecesaria toda forma de justificación ante el público interno, es correcto asumir que el poder naval era entendido cabalmente como elemento primordial para la expansión en su área de influencia. En las demás naciones europeas Mahan fue conocido pero con poca trascendencia. España y Portugal estaban en el ocaso imperial. Bélgica nacida para la libertad por la decisión inglesa de negarle a las potencias continentales el puerto de Amberes, no tenía posibilidades de desarrollarse navalmente fuera de los designios de Londres. Holanda, cuna y sede de grandes intereses financieros, había encontrado otra forma de expansión e influencia: recostarse detrás del poder naval británico complementando sin competir las aventuras coloniales de ultramar. Solo en EEUU puede atribuirse a Mahan el haber impulsado el crecimiento de las fuerzas navales, y en esto cabe una precisión: el desarrollo marítimo se debió más a relaciones personales de Mahan con los presidentes Theodore Roosevelt (1901-1909), William Howard Taft (1909-1913) y Woodrow Wilson (191316

1921) que al convencimiento colectivo de su necesidad. Finalizada la Primera Guerra Mundial sería distinto. 15

El plan formulado por el Almirante Alfred von Tirpitz, fue el intento estratégico de Alemania para construir la segunda flota más grande del mundo detrás de la del Reino Unido, convirtiéndose de ese modo en una potencia naval mundial. Alemania desarrolló el plan mediante cinco sucesivas Leyes de Flota (Flottengesetze) aprobadas en 1898, 1900, 1906, 1908 y 1912 las cuales la condujeron a un vertiginoso y enorme desarrollo de sus capacidades y medios navales. 16 Alfred Mahan falleció en diciembre 1914, pero estuvo en servicio como asesor de la Casa Blanca y del Congreso hasta octubre de 1910, cuando el deterioro de la salud lo obligó a abandonar todas las actividades 38


INGLATERRA (PODER NAVAL) VERSUS ALEMANIA (PODER TERRESTRE) Cuando en los círculos gobernantes de Londres y Berlín se aceptó la idea de que un enfrentamiento entre ambos sería inevitable, las reacciones fueron diferentes. No era la primera vez que Inglaterra se enfrentaba a una potencia terrestre, pero

si sería el primer

enfrentamiento con Alemania como una potencia naval. Las estrategias, forzosamente, habrían de ser muy distintas. Para entenderlas, puede servir de guía el análisis que hace Mahan de las características que afectan el poder naval de las naciones. Esas características son: 1) situación geográfica, 2) configuración física, 3) extensión territorial, 4) número de habitantes dedicados a tareas de mar, 5) carácter nacional, y 6) tipo de gobierno. 17 En primer lugar consideremos la situación geográfica. Inglaterra, en su condición insular contaba con la ventaja de que solo podía ser atacada por el mar, por lo que su estrategia de guerra se formuló en el concepto de formar primero un anillo defensivo en sus propias aguas, transportarlo luego al mar abierto y después a la ribera enemiga, ajustarlo y finalmente penetrar, o sea operar desde líneas exteriores hacia el interior del enemigo. Al ser sus vías de comunicación esencialmente marítimas, la concentración de fuerzas era ventajosa para la defensa de puertos y de las escasas vías interiores. Por ello, para Inglaterra el poder naval fue siempre algo vital, aunque no lo entendía así para otras naciones del concierto europeo, por lo que la entrada de los alemanes como potencia naval despertó sentimientos de alarma. Alemania es una potencia terrestre; como tal vivió hasta que quiso construir un imperio, para lo que necesitó de poder naval. Cuando se decidió a tenerlo lo logró, aunque no supo muy bien qué hacer con él, ya que no nació de un proceso espontáneo de internalización de la idea (algo que lleva tiempo) sino forzado por la política de expansión. Mediante alianzas, Alemania consiguió salir al Mediterráneo, lo que no alivió su condición continental, porque Inglaterra controlaba el Mare Nostrum desde Alejandría, Malta y Gibraltar tan efectivamente como el Canal de la Mancha y el Mar del Norte. La configuración física del territorio británico favorece las comunicaciones marítimas, mientras que la germana es propicia para las terrestres. Para mantener esa relación, a lo largo de su historia Gran Bretaña bregó por mantener la neutralidad o el apoyo de los Países Bajos, y cuando Alemania desarrolló una armada poderosa, los ingleses sintieron amenazadas sus líneas de comunicación, de las que necesitaban para sobrevivir. La extensión territorial de Alemania y sus aliados era homogénea, las vías de comunicación interior permitían enlaces sencillos, que se simplificaron aún más con el desarrollo del ferrocarril y la mecanización del transporte fluvial. Para Inglaterra la situación era la opuesta, el grueso del imperio estaba en ultramar, se dependía del poderío exterior para la prosperidad interior, y ambos dependían de la libertad del uso de los mares. El porcentaje de habitantes dedicados al mar o tareas conexas era mayor en Gran Bretaña que en Alemania, producto fundamentalmente de la morfología del territorio, que llevó a los ingleses a estar más en intelectuales y políticas. Por ello, no llegó a enterarse del inicio de la Primera Guerra Mundial, la que había vaticinado. 17 MAHAN, Alfred Thayer, “The influence of the sea power upon history, 1660-1783”, Dover Publication Inc., New York, 1987, pgs 29-82. 39


contacto con el medio marítimo, desarrollando una tradición naval durante siglos; cosa que no sucedió con las potencias continentales europeas. El carácter nacional de ambas potencias es similar: pueblos dedicados al trabajo y el esfuerzo. Pero Inglaterra tenía la ventaja, en lo que a poder marítimo se refiere, de su mayor experiencia en asuntos coloniales, por lo que hizo una explotación más adecuada de sus posesiones de ultramar. Alemania, por otra parte, al entrar tardíamente en la carrera de expansión territorial, solo adquirió colonias de poco valor. Por último, las formas de gobierno influyeron distintamente. En las potencias centrales las monarquías autoritarias gobernaban personalista y férreamente (tanto los Hohenzollern como los Habsburgo creían aún en su mandato divino) y si bien existían instituciones parlamentarias estas eran más nominales que efectivas. En un párrafo de un discurso de 1894 Guillermo II dijo “…fue el ejército, y no las mayorías parlamentarias lo que unió el Imperio Alemán en una sola pieza…”.18 Esa rigidez, aunada a la eficiente administración prusiana de los recursos y a la tradición militarista de la política permitió mantener la maquinaria bélica en casi permanente estado de alistamiento, facilitando el adiestramiento y la movilización de las reservas. Sin embargo, este sistema traía implícito un problema en el reclutamiento de Oficiales competentes, que se traslucía del enfrentamiento entre la aristocracia y la burguesía. En Gran Bretaña, en cambio, el sistema de gobierno parlamentario establecía la responsabilidad fundamental del material humano civil en la conducción del estado y su protección, determinando, como lo dijera Lloyd George, que la estrategia no es un problema enteramente militar. Si bien las guerras prolongadas obligan a una estrecha colaboración entre el medio civil y el militar, en los regímenes democráticos, durante los períodos de paz no siempre es posible la preparación para la guerra. Más en Inglaterra, el liderazgo civil condujo adecuadamente el pueblo hacia la contienda que se avecinaba. Cuando llegó el momento del enfrentamiento, Inglaterra, potencia marítima, dirigió su estrategia sobre las posiciones marítimas de Alemania, potencia terrestre, manteniéndola encerrada dentro de sus aguas costeras y anulando así su poderío naval. Los alemanes, por su parte, no fueron capaces de transportar su ataque a las posiciones continentales de Gran Bretaña, limitándose a unas pocas incursiones sobre las costas británicas y a la guerra de los submarinos, descartando la enseñanza dejadas por las incursiones corsarias que Francia usara en el pasado. Alemania quiso ser al mismo tiempo una potencia marítima y terrestre. En el mar se enfrentó con Inglaterra, que la aventajaba en poderío numérico, en tradición naval y en la experiencia de practicar la forma limitada de guerra ilimitada. Por tierra se enfrentó con los aliados de Inglaterra. Alemania quiso así jugar con dos tipos distintos de estrategia: una planificada en tierra y una evolutiva en el mar, pero subordinando la segunda a la primera (producto de su mentalidad continental) y olvido de esa manera el enunciado de Mahan, que “…una nación no puede esperar ser al mismo tiempo una potencia terrestre y naval…”.

19

CONCLUYENDO 18

SCHMITT, Bernadotte & VEDELER, Harold; “The world in the crucible, 1914-1919”, Harper & Row Publishers, New York, 1984, pg. 137.

19

SPROUT, Margaret Tuttle, “Mahan, evangelista del poder naval”, PI–52, pg.214. 40


La expansión imperialista europea de fines del siglo XIX, producto de necesidades de conquistar nuevos mercados, de contar con territorios adicionales a ser usados como herramientas de la diplomacia, o como expresiones de nacionalismos chauvinistas provocaron la carrera armamentista naval de los 30 años previos a 1914. El incremento de poder naval por parte de las potencias continentales fue motivo de fricciones políticas, intrigas y sospechas por parte de las naciones marítimas, que veían con ello comprometidas sus formas de existencia, a través de la amenaza de la libertad de las líneas de comunicación. El progreso tecnológico del armamento naval hizo obsoletas las tácticas usadas en los dos siglos anteriores. Para Alemania, el cambio fue rápido, porque de la nada pasó directamente a una flota moderna. Para Inglaterra (y en grado un poco menor también para sus aliados) el intervalo transcurrido entre las nuevas armas y las nuevas tácticas fue mayor, porque las innovaciones tuvieron que vencer la inercia de una colectividad conservadora y rica en tradiciones. Las estrategias por su parte, no sufrieron modificaciones mayores, con excepción de la disminución de la efectividad del bloqueo naval con la aparición de algunos productos sintéticos. Alemania fue introducida al imperialismo por Otto von Bismarck, quien vio en ese una forma de solucionar los problemas germanos en el campo europeo, y no por interés genuino en la expansión. Eso despertó suspicacias y recelos por incomprensión de las demás potencias, y en la interna alemana llevó a una confusión de metas y objetivos después del alejamiento del Canciller de la arena política. El exceso de las políticas de alianzas disminuyó sensiblemente el espacio para las maniobras diplomáticas, al no tener las potencias europeas líderes de la estatura de Bismarck en el período crucial del fortalecimiento de las corrientes nacionalistas. La aparición en la arena política internacional de Winston Churchill, David Lloyd George, Raymond Poincaré y Georges Clemenceau, hombres políticos de real fuste, fue tardía para poder contrarrestarlas. La evolución del nacionalismo transformó el colonialismo en imperialismo, al comprometer a los gobiernos en las iniciativas de expansión que antes descansaran casi enteramente el ámbito de la actividad privada. Más adelante, los nacionalismos fanatizados introdujeron nuevos elementos de fricción en las relaciones internacionales, desembocando en un miedo recíproco entre las potencias que los líderes civiles interesados en la conservación de la paz no pudieron frenar, porque el interés de la opinión pública estaba centrado en la guerra como herramienta de la política nacional. Las limitaciones impuestas al libre accionar político por las alianzas y los nacionalismos provocaron confusiones y ambigüedades en la formulación de la política. Así, Alemania e Inglaterra en junio de 1914 se encontraban en busca de una meta común (el statu-quo en los Balcanes y la conservación del Imperio Otomano), y poco más de un mes después estaban en guerra. En el verano de 1914 Inglaterra pudo haber evitado que la conflagración comenzara en agosto, si hubiera desarrollado una política más clara con las potencias centrales. No sería adecuado decir que Londres habría evitado la guerra, porque sus semillas estaban sembradas y germinando, pero al menos se habría ganado tiempo para las negociaciones diplomáticas, que si bien muy limitadas, aún podrían haber logrado algo por la paz. No puede atribuirse a Alfred Thayer Mahan el ser una de las causas de la Primera Guerra Mundial. El solo fue intérprete de ideas, inclinaciones y tendencias que ya se venían manifestando en el mundo de las

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potencias desde antaño. Al relacionarlas e integrarlas de una forma coherente, proporcionó el fundamento teórico para justificar una carrera armamentista naval, que de todas formas se hubiera producido porque a esa altura de los acontecimientos los exaltados nacionalismos militantes no necesitaban ya de justificaciones para comenzar a agredirse mutuamente.

EPILOGO

La Primera Guerra Mundial (también llamada la Gran Guerra) comenzó el 28 de julio de 1914 y finalizó el 11 de noviembre de 1918, involucrando las grandes potencias del mundo que se alinearon en dos bandos enfrentados: por un lado, los Aliados de la Triple Entente, y por otro las Potencias Centrales de la Triple Alianza. En el transcurso del conflicto fueron movilizados más de 70 millones de militares, incluidos 60 millones de europeos, lo que lo convierte en una de las mayores guerras de la Historia. Lucharon 65,8 millones de soldados, de los que murieron de 1 de cada 8, un promedio de 5.790 caídos cada día en los cuatro años que duró la contienda. Perdieron la vida 8,46 millones de combatientes, muchos a causa de los avances tecnológicos de la industria armamentística, que hizo estragos contra una infantería usada de forma masiva y temeraria, de acuerdo con las tácticas de guerras anteriores que empleaban armas menos letales. El asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria, heredero del trono del Imperio AustroHúngaro, el 28 de junio de 1914 en Sarajevo por el nacionalista serbobosnio Gavrilo Princip, fue el detonante inmediato de la guerra, pero las causas subyacentes jugaron un papel decisivo, esencialmente el imperialismo de las políticas exteriores de grandes potencias europeas. El atentado dio como resultado un ultimátum de los Habsburgo al Reino de Serbia. Las potencias europeas invocaron diversas alianzas formadas años y décadas atrás, por lo que sólo unas semanas después del magnicidio estaban en guerra. A través de sus colonias, el conflicto pronto se extendió por el mundo. El conflicto armado dio comienzo el 28 de julio con la invasión de Serbia por Austria-Hungría, seguida de la invasión de Bélgica, Luxemburgo y Francia por el Imperio Alemán, y el ataque de Rusia contra Alemania. Tras ser frenado el avance alemán en dirección a París, el Frente Occidental se estabilizó en una guerra estática de desgaste basada en una extensa red de trincheras que apenas sufrió variaciones significativas hasta 1917. En el Frente Oriental, el ejército ruso luchó adecuadamente contra Austria-Hungría, pero fue arrollado y obligado a retirarse por el ejército alemán. Se abrieron frentes adicionales tras la entrada en la guerra del Imperio Otomano en 1914, Italia y Bulgaria en 1915, y Rumanía en 1916. Rusia colapsó en 1917 después de una ofensiva alemana a lo largo del Frente Occidental, y a causa de la Revolución de Octubre, tras lo cual dejó la guerra. Pero también en ese 1917 EEUU se unió a los Aliados de la Triple Entente, y sus fuerzas frescas hicieron retroceder al ejército alemán en una serie de exitosas ofensivas. Tras la Revolución Bolchevique de fines de 1918 en Alemania, que forzó la abdicación del Káiser, los germanos aceptaron un armisticio (que resultó en rendición) el 11 de noviembre de ese año. La finalización de guerra, sellada por la Paz de París se compuso de cinco tratados diferentes y separados, a saber: Tratado de Versailles, con Alemania; Tratado de Sain Germain, con Austria; Tratado de Trianón, con Hungría; Tratado de Neuilly, con Bulgaria; y Tratados de Sevrés y Lausana, con Turquía. A consecuencia de ellos desaparecieron cuatro imperios: el alemán, el austrohúngaro, el ruso y el otomano, y 42


con ellos desaparecieron tres grandes dinastías: los Hohenzollern, los Habsburgo y los Romanov, confirmando el final del Absolutismo Monárquico en Europa. En el plano político, se transformó profundamente el mapa europeo, rediseñado por los tratados de paz: •

el Imperio del Zar de Todas las Rusias, con una gran conmoción interna, pasó a ser simplemente

Rusia por un corto período, ya que al final de las luchas intestinas emergería la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). •

el Imperio Otomano se disolvió dando paso a una Turquía, que comprendía tan solo la Península

de Anatolia y el enclave europeo de Adrianópolis (Constantinopla), dejando casi al abandono otros territorios en Cercano Oriente. •

el Imperio Austrohúngaro fue disuelto entre los diversos grupos étnicos que se mantuvieran unidos

tan solo por el poder de los Habsburgo, dando paso a cuatro nuevos países independientes: Austria, Hungría, Checoslovaquia y Yugoslavia, y liberando los reinos de Bulgaria y Rumania. •

el Imperio Alemán fue disuelto y reemplazado por la República de Weimar, que gobernaría sobre una

Alemania mermada tras la devolución a Francia de los territorios apropiados en la guerra Franco-Prusiana, la entrega de la cuenca del Sarre para administración internacional y la devolución a Dinamarca de SchlewigHolstein; y con su economía comprometida por el pago de las reparaciones de guerra. En el plano político internacional quedó un nuevo equilibrio de poder. Aunque las colonias suministraron víveres, materias primas y combatientes a sus metrópolis, tras la guerra los pueblos coloniales empezaron a cuestionar sus lazos con la madre patria y reclamaron una mejora de su situación. Esto, sumado al aumento del nacionalismo en el seno de las colonias, constituiría el proceso de descolonización a desencadenarse luego de la Segunda Guerra Mundial. A este primer declive de la influencia de Europa en las colonias, se sumó la expansión de Estados Unidos, el mayor beneficiado de la guerra junto con Japón, que reconsiderarían sus aislamientos de los asuntos mundiales, para pasar a una posición destacada en la escena internacional. La guerra provocó transformaciones en las sociedades europeas y estadounidense. Las diferencias sociales se acentuaron con el enriquecimiento de los grandes mercaderes y el empobrecimiento de los pequeños productores, los comerciantes menores y los asalariados, afectados por la inflación. Las mujeres adquirieron un nuevo lugar en la sociedad y se volvieron indispensables durante toda la guerra, en el campo, las fábricas, las oficinas, las escuelas. El feminismo reclamó el derecho a voto, otorgado a causa de ello en Gran Bretaña, Alemania, Estados Unidos, Turquía y Rusia, pero no en Francia. Los cambios sociales estarán estrechamente ligados a la lucha política que emprenderán el Liberalismo, el Comunismo, y el Fascismo a lo largo del siglo XX. Como consecuencias tecnológicas, la contienda reveló una nueva maquinaria bélica de enorme potencial destructivo, paradójicamente surgida de los avances y progreso de la ciencia y la tecnología pensada para las herramientas de la paz. El intenso desarrollo de los instrumentos de guerra, como fusiles de repetición, ametralladoras, gases venenosos (que dieron origen a las guerras de biológica y química), vehículos de combate, dirigibles, aviones, acorazados, modificarían la ciencia militar de varios siglos de conflictos humanos. La artillería multiplicó los calibres, aumentó el alcance y mejoró los métodos de corrección. El transporte motorizado se generalizó y volvió obsoleta la artillería impulsada por animales de

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tiro; el caballo dejó de ser útil como instrumento militar. La guerra ya no se limitó a la tierra y a la superficie de las aguas, sino que pasó a ser tridimensional al combatirse también en los cielos y en las profundidades del mar. Igualmente supuso cambios en la estrategia militar, donde en adelante la movilidad, el sigilo y el ocultamiento de las fuerzas serían valores necesario para poder entrar a combatir desde una posición relativamente segura. También se revelaría el grave daño que padecería la población civil producto de los bombardeos a las ciudades y otros daños colaterales; la poblaciones civiles y no beligerantes se transformarían en víctimas visibles y objetivos militares de la nueva forma de hacer la guerra, producto de la masificación de los ataques no convencionales por un armamento mucho más destructivo y de mayor alcance. Por efecto de la guerra caducaron algunos sistemas de gobierno con sus prohombres, y varias elites políticas más viejas tuvieron que retirarse. Fue entonces necesario encontrar nuevos líderes y diferentes formas de selección de la clase dirigente, incluso entre los triunfadores, donde las circunstancias extraordinarias del conflicto habían llevado a la subordinación de parlamentos y partidos a algunas personalidades fuertes. En medio de ese panorama de confusión política, económica y social individual, que se reflejó en lo colectivo, los vencedores se reunieron para dictar a los vencidos las normas y las condiciones de la paz futura. Los ciudadanos y los políticos de los países beligerantes de la Primera Guerra Mundial, excepto los italianos y los japoneses, creyeron haberse involucrados en una lucha defensiva. El gobierno austro-húngaro lanzó su ataque en 1914 para salvar a la monarquía de las maquinaciones secretas de Serbia. Rusia se consideraba obligada a resistir el avance alemán en el Sudeste de Europa y en los Estrechos Turcos. Alemania intentaba evitar los peligros de verse cercada, y así defenderse de un complot eslavo gestado en San Petersburgo con apoyo de París y Londres. Francia permaneció impasible ante el intento alemán para que rompiera su alianza defensiva con Rusia, y como resultado se vio invadida. En Gran Bretaña el gobierno consideró que el equilibrio europeo estaba amenazado por Alemania, al tiempo que la opinión pública consideró que Bélgica había sido vergonzosamente ultrajada. No hay dudas de que estas potencias albergaron ambiciosos designios una vez que comenzó la guerra, pero ninguna de ellas supuso que su país entró en el conflicto por otras razones que las meramente autodefensivas. Los EEUU también creyeron defender algo: el derecho internacional y la moralidad pública. Entre las grandes potencias, solo Italia y Japón fueron a la guerra alentadas por ambiciones territoriales, pero ambas se lanzaron a la contienda sin ser responsables en absoluto de su estallido. Resumiendo, los gobiernos y los pueblos de los beligerantes estaban convencidos que el culpable de la guerra fue otro. En el bando al aliado se tenía firmemente arraigada la convicción de que Alemania era la culpable de todo. Para Francia, Inglaterra y EEUU, Alemania había sido el principal enemigo y se concluyó, ligeramente, que la colaboración de Austria-Hungría había sido tan escasa como su participación a lo largo de la guerra. Es más, los aliados dieron por sentado que Alemania misma compartía esta teoría de su responsabilidad en la guerra. Por lo tanto, para los vencedores europeos, la búsqueda de la paz se convirtió en el encuentro con la venganza, y humillar a los derrotados pasó a ser la clave del relacionamiento futuro. Los intentos de moderación del gobierno de EEUU no fueron suficientes, quedando sembradas las semillas del conflicto que germinaría veinte años después, porque Alemania había perdido la guerra, pero su aparato bélico, y más aún su espíritu militar, habían quedado casi intactos.

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Los nacionalismos europeos espoleados por la guerra, la disolución de los Imperios, las repercusiones de la derrota alemana y los problemas generados por el Tratado de Versalles, se consideran como algunos de los factores que empujaron al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Allí está parte del fracaso de los Tratados de la Paz de París, que para algunos observadores significó solamente un armisticio de veinte años.

APENDICE “I” PAISES INVOLUCRADOS EN LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

POTENCIAS CENTRALES Alemania África Oriental Alemana (Tanganica, Ruanda, Burundi) África Sudoccidental Alemana (Namibia) África Occidental Alemana (Camerún, Togo) Austria-Hungría Bulgaria Turquía (4 Países, 3 Colonias) TRIPLE ENTENTE Gran Bretaña (Inglaterra, Gales Escocia, Irlanda del Norte) Australia Nueva Zelanda Canadá Sudáfrica India Francia Argelia Túnez Indochina África Occidental Francesa (Marruecos, Mauritania, Senegal, Guinea, Níger, Dahomey, Alto Volta, Mali) África Ecuatorial Francesa (Gabón, Congo, Ungabi) 45


África Oriental Francesa (Madagascar, Mauricio, Reunión) Bélgica Congo Belga Italia Rusia Serbia (6 Países, 13 Colonias) ALIADOS QUE APORTARON TROPAS Grecia Portugal Montenegro Rumania EEUU Liberia Japón (7 Países)

ALIADOS DE EXPRESION POLITICA SOLAMENTE España República China Siam Bolivia Brasil Costa Rica Cuba Ecuador Guatemala Haití Honduras Nicaragua Paraguay Perú Uruguay (15 Países) En total, participaron del conflicto 32 Países más 16 apéndices coloniales (algunos de ellos de nivel Estado-Nación), de Europa, Asia, África y las tres Américas.

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APENDICE “II” VICTIMAS MORTALES DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

MILITARES POTENCIAS CENTRALES Alemania (incluye Colonias)

1.773.700

Austria-Hungría

1.200.000

Bulgaria

87.500

Turquía

325.000

Subtotal

3.386.200

TRIPLE ENTENTE Y ALIADOS Imperio Británico (incluye Colonias) Francia (incluye Colonias)

908.371 1.354.000

Bélgica (incluye Colonia)

13.716

EEUU

50.600

Grecia

5.000

Italia

650.000

Japón

300

Portugal

7.234

Rumania

335.706

Rusia Serbia Subtotal

TOTAL DE MILITARES MUERTOS

1.700.000 45.000 5.069.927

8.456.127

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VICTIMAS CIVILES * Alemania

760.000

Austria-Hungría

300.000

Bélgica

30.000

Bulgaria

275.000

Francia

40.000

Gran Bretaña

31.000

Grecia

132.000

Rumania

275.000

Rusia

10.000.000

Serbia

650.000

Turquía

1.000.000

TOTAL DE CIVILES INOCENTES MUERTOS

13.493.000

+ Fuente: Wikipedia. Cifras no exactas. Solo útiles a título informativo.

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TUCHMAN, Bárbara; “Los cañones de agosto”, ESGUE, PI–52, Montevideo, 1979.

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EL AUTOR FRANCISCO VALIÑAS Capitán de Navío (R) Francisco Valiñas Freitas, nacido en 1950, cursó Patrón de Cabotaje en UTU, y posteriormente ingresó a la Escuela Naval, de la que egresó como Guardiamarina del Cuerpo General en 1973. Prestó servicios en diversos buques y unidades terrestres de la Armada, y en naves de marina mercante, habiendo pasado a situación de retiro en 2005 con el grado de Capitán de Navío. En la actualidad es el Presidente de la Academia Uruguaya de Historia Marítima y Fluvial. Es Licenciado en Sistemas Navales por la Escuela Naval, diplomado en Estado Mayor y en Estrategia y Política por la Escuela de Guerra Naval, y cursó otros estudios militares de postgrado en el Instituto Militar de Estudios Superiores. En el ámbito terciario civil cursó estudios de Ciencias Geográficas en la Facultad de Humanidades y Ciencias de Uruguay, de Ciencias Políticas en la Universidad de Georgetown de EEUU, y de Teoría Política y Estrategia Militar en la Universidad Nacional de la República Popular China. Ha desarrollado actividad docente y académica en Escuela Naval, Escuela de Guerra Naval, Instituto Jurídico de Defensa, Centro de Altos Estudios Nacionales, Instituto Militar de Estudios Superiores, Escuela de Comando y Estado Mayor Aéreo, Naval War College de EEUU, Universidad Nacional de la República Popular China, Pontifícea Universidad Católica Argentina, y Escuela de Defensa Nacional de la República Argentina. Fundador y primer presidente del Centro de Estudios Navales de la Escuela de Guerra Naval, es Miembro Fundador (y actual presidente) de la Academia Uruguaya de Historia Marítima y Fluvial, Miembro del Instituto de Historia y Cultura Militar del Uruguay “Coronel Rolando Laguarda Trías”, Académico Correspondiente de la Academia de Historia Naval y Marítima de Chile, del Instituto de Historia Militar Argentino, y Miembro Colaborador del Centro Uruguayo para las Relaciones Internacionales (CURI). Es coautor de varios libros de tecnología naval y de de historia marítima, y en forma individual publicó “La Guerra Fría”, “Protagonistas olvidados de la Cruzada de los 33 Orientales” (sobre una investigación de Jorge Frogoni Laclau, galardonado en agosto de 2003 con el premio “Libro del Mes” por la Peña del Libro de la Ciudad de Buenos Aires); “La conducción política del poder militar en Uruguay (1830-1985)”, “La misión del Capitán Mahan en Montevideo”, “Malvinas, una visión desde Uruguay”, y “Vietnam: una guerra casi olvidada”. También ha publicado diversos artículos sobre estrategia, política, historia y tecnología naval, en publicaciones especializadas de Uruguay y el extranjero.

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ACADEMIA URUGUAYA DE HISTORIA MARÍTIMA Y FLUVIAL

PUBLICACIONES

1

“APOSTADERO DE MONTEVIDEO (220 años de su Fundación)” con Prólogo del Dr. Raúl Iturria, Ministro de Defensa Nacional.

2

“EL MANUSCRITO DE 1772 (Noticia de la Banda Norte del Río de la Plata por el Marino Español Francisco Millau”, del Ac.Dr. Walter Rela, con Prólogo del Ac. C/N (R) Juan José Fernández Parés. (AD 1)

3

“CICLO DE CONFERENCIAS 1997 (Puertos Marítimos y Fluviales de Uruguay; e Hidrovía Paraguay – Paraná, Puerto Cáceres – Puerto Nueva Palmira”, con Prólogo del Dr. Raúl Iturria, Ministro de Defensa Nacional.

4

“CICLO DE CONFERENCIAS 1998 (Puertos Marítimos y Fluviales de Uruguay; e Hidrovía Paraguay – Paraná, Puerto Cáceres – Puerto Nueva Palmira”, con Prólogo del Dr. Juan Luis Storace, Ministro de Defensa Nacional.

5

“CICLO DE CONFERENCIAS 1999”; con Prólogo de Luis Brezzo, Ministro de Defensa Nacional.

6

“SEMINARIOS 1998 – 1999” (La independencia de Cuba y sus consecuencias; Arribo a Montevideo en 1769 de la Escuadra al mando del C/N Juan Ignacio de Madariaga; Batalla del Río de la Plata, Diciembre de 1939); con Prólogo del Ac. C/N Francisco Valiñas.

7

“PORTUGAL EN LAS EXPLORACIONES DEL RIO DE LA PLATA”, del Ac. Dr. Walter Rela, con Prólogo del Ac. C/N (R) Juan José Fernández Parés. (AD 2)

51


8

“LA GUERRA FRIA”; del C/N Francisco Valiñas, con Prólogo del Dr. Roberto Yavarone, Subsecretario de Defensa Nacional. (AD 3)

9

“CICLO DE CONFERENCIAS 2000”; con Prólogo del Sr. Jorge de Arteaga, Presidente de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación.

10

“CICLO DE CONFERENCIAS 2001”, con Prólogo del Ac. Ing. Adolfo Kunsch.

11

“COLONIA DEL SACRAMENTO, 1681 – 1778 – DOCUMENTARIO”; del Ac. Dr. Walter Rela, con prólogo del C/N (R) Juan José Fernández Parés. (AD 4)

12

“CICLO DE CONFERENCIAS 2002”, con Prólogo del Ac. Dr. Juan Edgardo Oribe Stemmer.

13

“CRONOLOGIA ANOTADA DE LA BANDA ORIENTAL 1777 – 1807; DIARIO DE LA EXPEDICION DEL BRIGADIER GENERAL CRAUFURD”; del Ac. Dr. Walter Rela, con prólogo del C/N (R) Juan José Fernández Parés. (AD 5)

14

“CICLO DE CONFERENCIAS 2003”, con prólogo del C/N (R) Juan José Fernández Parés.

15

“CICLO DE CONFERENCIAS 2004”; con prólogo del Ac. C/N (R) Francisco Valiñas.

16

“CICLO DE CONFERENCIAS 2005”, con prólogo del C/N (R) Juan José Fernández Parés.

17

“LA ESTRELLA DEL SUR – THE SOUTHERN STAR”; compilación del Ac. Lic. Luis Víctor Anastasía (versión digital) (AD 6)

18

“URUGUAY: HISTORIA POLITICA, SOCIEDAD Y CULTURA, CRONOLOGIA DOCUMENTADA 1527 – 2005”; del Ac. Dr. Walter Rela (versión digital). (AD 7)

19

“HISTORIA POLITICA DEL RIO DE LA PLATA, DEL VIRREINATO A LA CISPLATINA, 1776 – 1821”; del Ac. Dr. Walter Rela (versión digital). (AD 8)

20

“FAROS DEL URUGUAY”, del Ac. Esc. Juan Antonio Varese. (AD 9)

21

“LA GUERRA DE CORSO DE ARTIGAS”, con Prólogo del V/A Juan Fernández Maggio, Comandante en Jefe de la Armada.

52


22

“COLONIA DEL SACRAMENTO (Historia política, militar y diplomática, 1668 – 1778), del Ac. Dr. Walter Rela (versión digital) (AD 10)

23

“LA CONDUCCIÓN POLITICA DEL PODER MILITAR EN URUGUAY (1830 – 1985)”, del Ac. C/N (R) Francisco Valiñas, con Prólogo del Ac. Dr. Daniel Castagnín. (AD 11) (versión digital)

24

“LA MISION DEL CAPITAN MAHAN EN MONTEVIDEO (1873 – 1875)”, del Ac. C/N (R) Francisco Valiñas. (AD 12)

25

“TRES PROYECTOS CONSPIRADORES DEL SISTEMA REPUBLICANO FEDERAL DE ARTIGAS (1815 – 1816)”, del Ac. Dr. Walter Rela (versión digital) (AD 13)

26

“A DOSCIENTOS AÑOS DE LAS INVASIONES INGLESAS AL RIO DE LA PLATA”, con Prólogo del V/A Juan Fernández Maggio, Comandante en Jerfe de la Armada.

27

“MONTEVIDEO BAJO BANDERA BRITÁNICA”, del Ac. Esc. Juan Antonio 14)

Varese. (AD

28

“CICLO DE CONFERENCIAS 2006”, con prólogo del C/A Alberto Caramés, General de Material Naval.

Director

29

“EXPLORACIONES PORTUGUESAS EN EL RIO DE LA PLATA (1512Ac. Dr. Walter Rela (versión digital) (AD 15)

1531)”, del

30

“HISTORIA POLÍTICA. MILITAR Y DIPLOMATICA DEL RIO DE LA PLATA, 1822 – 1830”, del Ac. Dr. Walter Rela (versión digital). (AD 16)

31

“ISLAS Y CABOS OCEANICOS DEL URUGUAY”, del Ac. Dr. Isaías Ximénex Trianón (AD 16)

32

“MALVINAS, UNA VISION DESDE URUGUAY”, del Ac. C/N (R) Francisco Valiñas (AD 17)

33

“CICLO DE CONFERENCIAS 2007”, con prólogo del Ing. Rodolfo Laporta.

34

“HISTORIA CONCISA DEL RIO URUGUAY, DESCUBRIMIENTOS Y POBLAMIENTOS, 1520 – 1783”, del Dr. Walter Rela (AD 18) (versión digital)

35

“CICLO DE CONFERENCIAS 2008”, con Prólogo del Ac. Erick Pronczuk

53


36

“LA ESTACIÓN ATLÁNTICO SUR DE LA ARMADA DE EEUU (1826 – 1904)”, del C/N (USN) (R) Patrick H. Roth. (AD 19)

37

“SEMINARIOS IV” (“Almirante Guillermo Brown”, “Hernandarias”, “Bicentenario del 21 de Setiembre de 1808”, “1898, El Ocaso del Imperio Español”, “La saga de Darwin”) (versión digital)

38

“HISTORIA POLITICA, MILITAR Y DIPLOMÁTICA DEL RIO DE LA PLATA – DE ITUZAINGO AL ESTADO ORIENTAL (1827 – 1829)”, del Ac. Dr. Walter Rela (AD 20) (versión digital)

39

“GENERAL JOSE BRITO DEL PINO – DIARIO DE LA GUERRA DE BRASIL (1825 – 1828)”, del Ac. Dr. Walter Rela (AD 21) (versión digital)

40

“GRAF SPEE, DE LA POLITICA AL DRAMA”, Edición conmemorativa del 70º Aniversario del Combate Naval del Río de la Plata, por Ediciones Cruz del Sur y Del Sur Ediciones.

41

“DERROTERO”, de Lobo y Ruidavets (versión digital)

42

“1810, EL AÑO QUE CAMBIO A AMERICA”, Edición conmemorativa del Bicentenario del inicio de las emancipaciones hispanoamericanas.

43

“HISTORIA POLITICA DEL URUGUAY, 1930 – 1950, Y SU RELACIÓN CON ARGENTINA Y BRASIL”, del Ac. Dr. Walter Rela (AD 22) (versión digital)

44

“GARIBALDI – UNA AUTOBIOGRAFIA”, de Alexander Dumas, 1861 (AD 23), (versión digital, en inglés)

45

“RELATO DE LA RENDICION DE MONTEVIDEO POR EL BRIG. GRAL. SIR SAMUEL AUCHMUTY, 1807”, (AD 24), (versión digital, en inglés)

46

“ARCHIVO ARTIGAS”, Volúmenes 1 a 34 inclusive (versión digital)

47

“CICLO DE CONFERENCIAS 2009”, con Prólogo del Ac. CN (R) Pedro Linares.

48

“CORONEL LORENZO LATORRE, DE GOBERNANTE PROVISORIO A PRESIDENTE CONSTITUCIONAL, 1876-1880”, (AD 25), del Ac. Dr. Walter Rela.

54


49

“XV ANIVERSARIO DE LA ACADEMIA URUGUAYA DE HISTORIA MARITIMA Y FLUVIAL”.

50

“ALFÉREZ CÁMPORA (1934-1960)”, (AD 26) compilación del Ac. CN (R) Carlos Tastás. (versión digital)

51

“NOTICIAS SECRETAS DE AMERICA, POR JORGE JUAN Y ANTONIO ULLOA”, (AD 27), compilación del Ac. Dr. Walter Rela . (versión digital)

52

“EXTRANJEROS EN LA GUERRA GRANDE”, (AD 28), de Setembrino Pereda (versión digital).

53

“1811: EL DESPERTAR DE LA BANDA ORIENTAL” (Seminario)

54

“GENERAL MIGUEL ESTANISLAO SOLER, PERSONERO DE LOS DIRECTORES SUPREMOS DE POSADAS Y ALVEAR EN LA LUCHA MILITAR CONTRA ARTIGAS”, (AD 29), del Ac. Dr. Walter Rela.

55

“CICLO DE CONFERENCIAS 2010”, con Prólogo del Ac. CN (R) Daniel Pacheco.

56

“ASAMBLEA CONSTITUYENTE Y LEGISLATIVA (1828-1829)”, (AD 30) del Ac. Walter Rela.

57

“CICLO DE CONFERENCIAS 2011”, con Prólogo de la Comisión Directiva.

58

“UNA VISIÓN NAVAL DE LA DEFENSA DE PAYSANDÚ, EL COMIENZO DE LA GUERRA DEL PARAGUAY CONTRA BRASIL EN VÍSPERAS DE LA GUERRA DE LATRIPLE ALIANZA” (AD 31), del Ac. CN (R) Daniel Pacheco.

59

“CICLO DE CONFERENCIAS 2012”, con Prólogo del CA Daniel Menini.

60

“VIETNAM, UNA GUERRA CASI OLVIDADA” (AD 32), del Ac. CN (R) Francisco Valiñas.

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