PARA BIEN DE LA HUMANIDAD: JULIO HIRSCHMANN RECHT (1902 - 1981) Y LA ENERGÍA SOLAR EN VALPARAÍSO, CHILE—Nelson Arellano Escudero
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PARA BIEN DE LA HUMANIDAD: JULIO HIRSCHMANN RECHT (1902 - 1981) Y LA ENERGÍA SOLAR EN VALPARAÍSO, CHILE—Nelson Arellano Escudero
Historia 396 Revista del Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
ISSN 0719-0719 Volumen 4 / Número 1 Junio de 2014
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Índice
Historia 396
Revista del Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso Instituto de Historia, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Paseo Valle 396, Viña del Mar. Chile www.ihistoria.ucv.cl revistahistoria396@gmail.com / claudio.llanos@ucv.cl Editor Claudio Llanos Co-editores Virginia Iommi María Ximena Urbina Juan Cáceres Razvan Pantelimon Ricardo Iglesias
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PRESENTACIÓN
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Artículos PARA BIEN DE LA HUMANIDAD: JULIO HIRSCHMANN RECHT (1902 - 1981) Y LA ENERGÍA SOLAR EN VALPARAÍSO, CHILE
FOR THE GOOD OF MANKIND: JULIO HIRSCHMANN RECHT (1902 - 1981) AND SOLAR ENERGY IN VALPARAÍSO, CHILE
Nelson Arellano Escudero
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LAS CONDICIONES DE UN PENSAMIENTO LATINOAMERICANO. UN ENFOQUE POSIBLE DESDE LAS REFLEXIONES DE ORTEGA, RAMOS Y GAOS
Director Mauricio Molina
CONDITIONS OF LATIN AMERICAN THOUGHT. A POSSIBLE PERSPECTIVE FROM THE WORKS OF ORTEGA, RAMOS, AND GAOS
Colaboración edición y revisiones de estilo María Fernanda Lanfranco
Luis Corvalán Marquez
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EL LIBERALISMO CATÓLICO EN LA PRENSA MEXICANA DE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XIX (1833-1857)
CATHOLIC LIBERALISM IN THE MEXICAN PRESS DURING THE FIRST HALF OF THE NINETEENTH CENTURY (1833-1857)
Iñigo Fernández Fernández
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PROYECTOS DE ASOCIACIONES ELECTORALES EN ESPAÑA DURANTE LA REGENCIA DE MARÍA CRISTINA (1833-1840)
IMPRESIÓN Libra, Valparaíso
Projects by the electors’ associations in Spain during the regency of María Cristina (1833-1840)
Historia 396 está indexada en:
Luis Fernández Torres
Comité Académico Internacional Franco Angiolini (Universidad de Pisa, Italia) Salvador Bernabeú (Escuela de Estudios Hispano-Americanos – CSIC, España) Richard Bessel (Universidad de York, Reino Unido) Eduardo Cavieres (Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile) Ricardo Cicerchia (Universidad de Buenos Aires – CONICET, Argentina) Evguenia Fediakova (Universidad de Santiago de Chile) Josep Fontana (Universidad Pompeu Fabra, España) Pilar García Jordán (Universidad de Barcelona, España) Iván Jaksic (Universidad de Stanford, EE.UU.) Umberto Laffi (Universidad de Pisa, Italia) Fernando López (Universidad de Córdoba, España) Scarlett O’Phelan (Pontificia Universidad Católica del Perú) Anaclet Pons (Universidad de Valencia, España) Alessandro Santoni (Universidad de Santiago de Chile) Patricia M. Thane (Kings College, London, Reino Unido) Pablo Ubierna (Universidad de Buenos Aires – CONICET, Argentina) José Manuel Ventura (Universidad de Concepción, Chile)
La edición, digitalización e impresión de este número de Historia 396 son posibles gracias a los aportes del Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso y al fondo de apoyo de la Vicerrectoria de Investigación y Estudios Avanzados de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Las opiniones vertidas por los autores de los artículos publicados no representan necesariamente el pensamiento de la Revista Historia 396 EDICIÓN Y PRODUCCIÓN Ediciones Universitarias de Valparaíso Pontificia Universidad Católica de Valparaíso Teléfono: 227 30 87 – E.mail: euvsa@ucv.cl Valparaíso, Chile
(Directorio)
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LAS COFRADÍAS MEDIEVALES EN ESPAÑA
MEDIEVAL CONFRATERNITIES IN SPAIN
Germán Navarro Espinach
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EL EJÉRCITO DE CHILE EN VÍSPERAS DE LA GUERRA DEL PACÍFICO. UNA VISIÓN DE LAS TROPAS (1866-1879)
CHILE’S ARMY ON THE EVE OF THE PACIFIC WAR: A VIEW FROM THE TROOPS
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Valentina Verbal Stockmeyer
Presentación Estimadas lectoras y estimados lectores de Historia 396: Es motivo de alegría presentar el Volumen 4, número 1 de la revista. Se ha recorrido un camino lleno de desafíos y hemos avanzado con el objetivo de hacer de Historia 396 una publicación de elevado nivel académico que aporte a la discusión y el conocimiento histórico. El reconocimiento que hemos ido logrando se observa en la continua internacionalización de nuestros colaboradores y sus obras. Al mismo tiempo el proceso de indexación se ha mantenido en virtud de asegurar los adecuados niveles de calidad académica internacional. En este marco Historia 396 ha sido aceptada durante el 2014 en el índice de publicaciones científicas Scopus. En este nuevo número de la revista se presentan diversos trabajos que cubren temporalidades y espacios diversos. De esta forma continuamos desarrollando el objetivo de presentar miradas e investigaciones diversas sobre la historia. Así, la revista difunde las temáticas y problemas que convocan la atención de investigadores más allá de las fronteras de Chile y con eso aporta en el conocimiento en torno a las diversas líneas de investigación, metodologías y enfoques en desarrollo. El crecimiento y la calidad de la revista no sería posible sin la destacada y valiosa labor de nuestros evaluadores de artículos, tanto nacionales como extranjeros, gracias a ellas y ellos Historia 396 logra mantener la búsqueda por la calidad, la pluralidad y la abertura a nuevas miradas disciplinares. Por último, pero no menos importante, agradecemos a nuestros colaboradores y colaboradoras que han depositado su confianza en Historia 396 mediante el envío de sus artículos.
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Presentation Dear History 396 readers, We are pleased to present the edition Volume 4, no. 1 of History 396. Although we faced many challenges, we succeeded with the objective of making History 396 a high-level academic publication that contributes to historical discussions and knowledge. Our associates and their work continue to receive international recognition through this publication. At the same time, the indexing process continues to be maintained in order to reach adequate levels of international academic quality. Due to these efforts, the Index of scientific publications Scopus accepted History 396 in 2014. The current issue presents works, which cover various eras and places.Thus, we continue to further the goal of presenting distinct history views and research. In this way, the magazine touches on topics and issues, which draw the attention of researchers beyond the borders of Chile and augment the knowledge of readers regarding groundbreaking research, methodologies, and approaches. The evolution and the high quality of this journal would not be possible without the help of our valuable article evaluators, both national and international. Thanks to them, History 396 can maintain the search for quality, plurality, and openness towards new disciplinary views. Last, but not least, we thank our collaborators who placed their trust in History 396 by sending us their papers.
Editor Claudio Llanos R.
Co-Editores Juan Cáceres Ricardo Iglesias Virginia Iommi Razvan Pantelimon María Ximena Urbina
Viña del Mar, Junio de 2014.
artículos
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HISTORIA 396 ISSN 0719-0719 Nº 1 - 2014 [11-34]
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Nelson Arellano Escudero∗ Universidad Politécnica de Cataluña, España. narellano.5@gmail.com
Resumen A mediados del siglo XX en el mundo occidental se intensificó la investigación acerca de las aplicaciones técnicas de la energía solar. En Chile uno de los actores principales de esta experiencia fue un ingeniero Mecánico nacido en Bolivia, formado en Alemania y que, procedente de la Unión Soviética en 1937, se arraigó en Valparaíso. Las investigaciones de Julio Hirschmann Recht cubrieron los aspectos físico-químicos del fenómeno energético, pero además incorporaron aspectos sociales y culturales del complejo tecnoinstitucional. A través de un análisis de archivo y testimonios se ofrece una caracterización incipiente de la trayectoria del principal investigador de los usos de la Energía Solar en Chile, de quien aún no existe una biografía. Palabras clave: Ingeniería – Energía Solar – Chile – Desalación – Historia de la Tecnología
Abstract Research regarding the application of solar energy techniques intensified in the second half of the twentieth century. In Chile, the mechanical engineer Julio Hirschmann, one of the principal researchers, was born in Bolivia, studied in Germany, and, after he left the Soviet Union, lived in Chile. Hirschmann’s research focused on the physical-chemical side of the energy
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Candidato a doctor por la Universidad Politécnica de Catalunya, programa de Sostenibilidad, técnica y humanismo. Pasantía en el Programa de Doctorado en Historia, de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile (2014).
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phenomenon but he also added social and cultural aspects to the techno-institutional complex. Through an archival review and eyewitness interviews, this article offers an initial sketch of the story of the most important researcher in the Chilean solar energy, who has yet to have a biography written about him. Keywords: Engineering – Solar Energy – Chile – Desalination – History of Technology
INTRODUCCIÓN El presente artículo se inscribe en el desarrollo de la investigación en curso en el programa de doctorado “Sustentabilidad” de la Universidad Politécnica de Cataluña, España, cuyo caso de estudio es la construcción, operación y cierre de la primera industria solar para desalación de agua. Esta instalación fue diseñada por el ingeniero Charles Wilson, construida en el desierto de Atacama en 1872 con una capacidad de producción diaria máxima de casi 20.000 litros de agua para consumo humano y animal1. Se ha llegado a conocer la existencia de esta aplicación técnica gracias al encadenamiento de cuatro actores principales: Charles Wilson, el ingeniero inventor, Josiah Harding, ingeniero civil que sistematizó la única información hasta ahora conocida, Maria Telkes, investigadora de fenómenos físico-químicos, y Julio Hirschmann Recht, ingeniero mecánico que indagó en los aspectos técnicos y sociales de la planta de Las Salinas2. Para ninguno de estos investigadores existe una biografía que sintetice sus trayectorias y aportes a las aplicaciones de la energía solar, por lo que parece apropiado abordar la figura de Julio Hirschmann Recht, ingeniero mecánico y académico de la Universidad Técnica Federico Santa María (UTFSM) ofreciendo una nota biográfica que persigue relevar su figura e invitar a observar el desempeño chileno en el área de la Investigación y Desarrollo (I+D) con una mirada historiográfica que explora los archivos y publicaciones académicas que resultan pertinentes, complementándolos con testimonios de otros investigadores contemporáneos a su carrera3.
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Arellano, Nelson, “La planta solar de desalación de agua de las salinas (1872). Literatura y memoria de una experiencia pionera”. Quaderns d’història de l’enginyeria. Vol. XII. 2011. Arellano, Nelson, “Communication: “Four biographies in the history of industrial solar desalination. A century of pioneers (XIX-XX)”. 5th Conference of the European Society of History of Science. Atenas.1 al 3 de noviembre 2012. Cabe agradecer la colaboración del Sr. Roberto Sota K., meteorólogo graduado en la Pennsylvania State University, quien desarrolló toda su carrera en el Laboratorio de Energía So-
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Hirschmann tuvo una trayectoria reconocida internacionalmente entre las décadas de 1950 y 1970 en el campo de la energía solar, desarrollando una investigación sistemática acerca del problema energético chileno y proponiendo su solución a través de la energía solar aplicada. No obstante ello, su contribución ha quedado en el mismo silencio que la mayor parte de los trabajos tanto de sus contemporáneos y como de los precursores de la investigación en este campo del conocimiento. Esta situación es comprensible en el modelo de George Basalla, donde se nos advierte que la mayor parte de la indagación en la historia de la tecnología se hace en torno a los objetos perpetuados por la selección, mientras que las alternativas viables suelen ser obliteradas4. En el caso de la energía solar esto concuerda con la situación de memorias sueltas de acontecimientos y actores, soslayados por la narrativa hegemónica de la memoria emblemática de los combustibles fósiles, capaz de colonizar el concepto de energías convencionales, a pesar de su condición efímera por defecto5. Se encarna aquí lo que George Kubler explicaba con su alegoría de los eventos históricos como eventos astronómicos, que a veces nos resultan visibles mucho tiempo después que ellos han ocurrido6. La ausencia de lugar de los usos de la energía solar en la historia de la tecnología y, aún, en la historia ambiental se enlaza con la propia intermitencia que ha tenido en la evolución tecnológica de los últimos tres siglos. Por ello es perentorio hilvanar la lista de pioneros a quienes se les ha prestado una limitada atención, como De Saussure, Pouillet, Herschel, Forbes, Ericsson y Wilson, que requieren ser revisitados; así parece del todo recomendable agregar a este análisis los aportes de Tyndall, Mouchot y Pifre, todos del siglo XIX. La constitución de sus idearios técnicos es un misterio por desentramar
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lar de la Universidad Técnica Federico Santa María con un destacado papel en Historia del Registro Nacional Solarimétrico. Asimismo, la Dra. Emmy Delyannis, Ingeniera Química de la Universidad Técnica de Atenas y post graduada en la Universidad de Kansas, en Lawrence, Escuela de Ingeniería Química de Kansas y en la Universidad de Karlsruhe de Alemania. Un tercer testimonio fue obtenido a través del doctor honoris causa por la Universidad Católica del Norte, Dr. Carlos Espinosa Arancibia, Físico e investigador de la Energía Solar y Nuclear. En cuanto al acceso a los archivos del Laboratorio de Energía Solar “Julio Hirschmann Recht”, esto fue posible gracias a la gentil colaboración del Ingeniero Rafael Bolocco M. Basalla, George, La Evolución de la Tecnología. Barcelona, Editorial Crítica, 2011. Stern, Steve, “De la memoria suelta a la memoria emblemática: Hacia el recordar y el olvidar como proceso histórico (Chile, 1973-1998)”. Garcés, Mario et al. (eds.). Memorias para un nuevo siglo Chile, miradas a la segunda mitad del siglo veinte. Santiago, LOM. 2000. Kubler, George, “Algunos tipos de duración”. La Configuración del tiempo: Observaciones sobre la historia de las cosas. Madrid. Nerea. 1988. pp. 145-186.
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tanto como el de los investigadores e investigadoras del siglo XX: Farrington Daniels, Maria Telkes, Julio Hirschmann, Anthony Delyannis, Emmy Delyannis, G.O.G. Löf, Roy Popkin y S. G. Talbert, entre muchos otros7. Cabría entonces considerar la posibilidad de establecer un enfoque prosopográfico que iluminara el conjunto de sujetos como generaciones vinculadas, aunque hasta ahora los datos disponibles muestran una relación feble ligada casi exclusivamente a la literatura que unos investigadores dejaron y que los siguientes recogieron. Dada esta condición cabe comenzar por la exploración y descripción de la subjetividad técnica que impulsó a investigadores e inventores al estudio de las aplicaciones de la energía solar. En este sentido, el caso de Julio Hirschmann alcanza una alta relevancia en tanto reúne características peculiares: sus habilidades le permitieron cruzar muchas fronteras geográficas, políticas, religiosas, disciplinarias e institucionales. Desde luego, a él y a su generación le favoreció un hecho que no debe ser connotado como circunstancial, sino de una racionalidad analítica cuya solidez parece más fácil apreciar en el siglo XXI, pues aunque aún no se logre implantar un plan global y de largo alcance en el tiempo, es un hecho que persiste el problema de la sustentabilidad de las tecnologías de los hidrocarburos8. Esta apreciación era lo suficientemente fuerte en la primera mitad del siglo XX, cuando ya se consideraba con seriedad la amenaza de la crisis energética incentivándose una exploración en fuentes alternativas capaces de ampliar la variedad del suministro9. Así fue que en 1952 la Material Policy Commission, conocida como Comisión Paley, sugirió que los Estados Unidos de América (EUA) debían desarrollar la Energía Solar y otras fuentes de energía alternativa para retardar la creciente dependencia de los EUA del petróleo del Medio Oriente10.
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En 1953 la National Science Foundation auspició el Simposio sobre la Utilización de Energía Solar en la Universidad de Wisconsin, lo que le dio paso a la Asociación por la Energía Solar Aplicada a proponer, en 1954, un Simposio mundial de Energía Solar aplicada11. En paralelo, en 1952, la Office of Saline Water of the Departament of the Interior condujo una investigación como parte de su programa de desalinización. Georg Löf, Maria Telkes, Bjorksten Research Laboratories y Du Pont obtuvieron contratos de investigación sobre cuatro diferentes tipos de destiladores solares12. De este grupo nos interesa la trayectoria de Maria Telkes porque, de una manera que hasta ahora es desconocida, accedió a los datos de la Planta desaladora de Las Salinas13. Esta información podría no ser del todo llamativa si no fuera por la aparición en su poder de una fotografía de la planta y otra del inventor. ¿Cómo unas fotografías del siglo XIX, tomadas en el desierto de Atacama fueron a dar a las manos de esta investigadora húngara que en esas fechas trabajaba en el Massachusetts Institute of Technology (MIT)? No hay indicios para responder a ello, por ahora, pero sí se ha constatado que Maria Telkes le informó a Julio Hirschmann de este dato que a él le era completamente desconocido hasta la década de 1950. Así Hirschmann se convirtió en el investigador de los usos de la energía solar que más dedicación puso en la recopilación de antecedentes y difusión de la existencia del ingenio de Charles Wilson14. Evidentemente este ingeniero era consciente de la relevancia de la difusión de estas y otras informaciones que rebasaban largamente el plano técnico, incorporando los aspectos sociales y culturales que, nos dice George Basalla, son parte constitutiva de los procesos de evolución de la tecnología. Es justa-
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Arellano, Nelson, “Salitre, Desierto y Energía: Investigación y desarrollo en la historia del uso industrial de la Energía Solar en el Cantón Central de Antofagasta (1872- 1908?)”. González Miranda, Sergio. La sociedad del salitre: protagonistas, migraciones, cultura urbana y espacios públicos (1870 -1940). Santiago. RIL editores. 2013. Unruh, Gregory, “Understanding Lock-in Carbon”. Energy Policy. Vol. 28. 2000. pp. 817830; Hughes, Thomas, Networks of power: electrification in Western society, 1880-1930. Maryland, The John Hopkins University Press, 1993. Hughes, Thomas, “The Evolution of Large technological Systems”. Bijker, Wiebe. Hughes, Thomas y Pinch, Trevor (eds.). The Social Construction of Technological Systems. Massachusetts. MIT. 2012, pp. 51-82. Laird, Frank N., “Constructing the Future Advocating Energy Technologies in the Cold War”. Technology and Culture. Vol. 44. N°1. 2003. pp. 27-49. Strum, Harvey, “Eisenhower’s Solar Energy Policy”. The Public Historian. Vol. 6. N° 2. 1984.
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pp. 37-50. Ibíd., p. 39. Ibíd., p. 42. Telkes, Maria, “Fresh Water from Sea Water by Solar Distillation”. Industrial y Engineering Chemistry. Vol. 45. N° 5. 1953. pp.1108-1114; Telkes, Maria, “Solar Stills Proceedings of the World”. Symposium on Applied Solar Energy. Menlo Park. California. 1956; Telkes, Maria, Research on methods for solar distillation. Res. y Dev. Progr. Rept. No. 13, for Office of Saline Water, Dec. 1956. Recientemente se ha encontrado información fiable que da cuenta de una confusión muy relevante en torno a la fotografía pues se trataría de una imagen captada en 1907 en la Oficina Domeyko, El Boquete, Cantón de Aguas Blancas, a unos 100 kilómetros de distancia en dirección sur de la oficina Las Salinas. Para efectos de la investigación la pregunta de cómo se accedió a la imagen no resulta tan relevante en tanto fue publicada en Nueva York, Estados Unidos, y Londres, Reino Unido; ello no obsta que se investigue la circulación de la fotografía y la construcción del imaginario en torno a una planta solar, cuando en realidad eran dos. Arellano, “La planta solar de desalación”; Arellano, “Salitre, desierto y energía”.
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mente por ello que se considera de alta relevancia presentar una exploración preliminar de la genealogía de las ideas y la producción investigativa de Julio Hirschmann Recht, su internacionalización, su aporte desde la academia y su interés por la energía solar.
SUJETO GLOBAL Julio Hirschman Recht nació el 25 octubre de 1902 en Cochabamba, Bolivia, al menos nació con dos nacionalidades. Hijo de Martin Hirschmann Rehfisch, boliviano, y Luisa Recht Damote, chilena; presumiblemente ambos padres eran de ascendencia alemana, aunque acerca de sus padres no hay mayores informaciones disponibles. En su curriculum vitae, redactado por él mismo hacia mediados de la década de 1970, se constata una larga lista de fronteras que fue capaz de atravesar. Se desconoce dónde realizó sus estudios de primaria, pero se sabe que la secundaria la hizo en Alemania y, a continuación, estudió Ingeniería mecánica en la Universidad Técnica de Braunschweig. Su testimonio indica que fue ayudante del profesor Carl Pfleiderer, quien desde 1912 fue catedrático de vapor, capitán de artillería en la primera guerra mundial, para luego centrar gran parte de su investigación en el bombeo de fluidos, llegando a publicar en 1925 un trabajo sobre bombas centrífugas que se convirtió en un referente relevante en el área. Para Hirschmann los difíciles años de la Alemania de entreguerras presumiblemente se vieron agravados por la rápida ascensión del partido nacionalsocialista y el envolvente endurecimiento de una legislación orientada a la segregación y posterior persecución antisemita. Aunque unos pocos indicios vincularían a Julio Hirschmann con la masonería, su ascendencia judía es reconocida. Así se puede entender que en 1932, anticipándose a la persecución nazi, se dirigiera a la Unión Soviética (URSS), comenzando a trabajar en 1933 en la Universidad de Leningrado. Este paso impresionante, visto hoy, le llevó desde la Alemania nazi a la Rusia de Stalin en un solo viaje15; pero no se cuentan con antecedentes precisos acerca de los mecanismos institucionales que le facilitaron a un judío transitar en medio del antisemitismo cuyos vientos anticipaban grandes convulsiones16.
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La atracción de Julio Hirschmann por ir a la Unión Soviética parece haber sido movilizado por un interés en el ambiente socialista, aunque su arribo no fue fácil. Para este tiempo parece que ya se encontraba casado con Maria Sander Scholz, junto a quien sobrevivía gracias a la venta puerta a puerta de productos de higiene17. Pero de manera sorprendente llegó a trabajar en la sección de Bombas Hidráulicas y Compresoras del Instituto Estatal de Máquinas para la Industria Química de Rusia y, además, desde 1934 fue Ingeniero Comisionado en la Universidad de Leningrado18. En 1937 la Universidad Técnica Federico Santa María, desde Chile, le reclutó como parte del plan de contratación docente que buscaba profesores alemanes, aunque dada su condición de judío no se deben descartar otros factores19. Curiosamente él anotó en su curriculum vitae: “En 1936 regresó a Chile y ejerció su profesión de ingeniero”, afirmación que habla de una repatriación de la que no se tienen datos. De cualquier manera, a sus 35 años había vivido en Europa y Sudamérica, por lo que sus habilidades lingüísticas incluían al menos castellano, alemán y ruso, aunque además Julio Hirschmann llegó a manejarse con fluidez en inglés y francés. Con todo ello, a lo largo de su carrera mantendrá la vinculación internacional de manera consistente. La participación de Hirschmann en el ámbito internacional, facilitada por su condición políglota en ocasiones fue factible gracias a la gestión de recursos disponibles, por ejemplo, en organismos como el Servicio Alemán de Intercambio Académico (DAAD) que aportaban becas para la asistencia a congresos y seminarios20. Esta capacidad de captación de recursos facilitó que otros investigadores tuvieran la posibilidad de asistir a eventos de intercambio de conocimiento técnico y científico, como se desprende de la participación de
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Weitz, Eric D., Weimar Germany: Promise and Tragedy. New Jersey, Princeton University Press, 2007, p. 496. Karlip, Joshua M., The Tragedy of a Generation: The rise and fall of Jewish nationalism in
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Eastern Europe. USA, Harvard University Press, 2013. Comunicación personal con Roberto Sota, 14 de agosto y 6 de septiembre de 2012, Valparaíso. “Curriculum Vitae de Julio Hirschmann Recht”. Archivo del Laboratorio de Energía Solar de la UTFSM. Valparaíso. Comunicación personal con Roberto Sota, 14 de agosto y 6 de septiembre de 2012, Valparaíso. Otros elementos de análisis de esta situación fueron reportados en Matus, Mario, “El gran reto. La recepción de 13.000 refugiados judíos entre 1936 y 1940 por organizaciones judías de acogida”. Comunicación presentada en: Imaginarios, [Trans]fronteras y realidades múltiples. XX Jornadas de Historia de Chile. Iquique. 12 – 14 de agosto 2013. Hirschmann, Julio, “Informe sobre mi participación en los congresos sobre energía solar en México y Paris”. Junio - julio 1973. Archivo Laboratorio Energía Solar UTFSM (documento mimeografiado, 12 páginas). Valparaíso. Comunicación personal con Carlos Espinosa Arancibia, 4 de enero de 2012, Antofagasta.
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la delegación chilena en Melbourne, Australia, compuesta por Germán Frick, Arnold Keller, Roberto Reed y Henry Surh. Tal como lo destaca el propio Julio Hirschmann, esta fue la única delegación latinoamericana que asistió a esta conferencia realizada en 197021. Asimismo, Hirschmann fue representado en otras ocasiones por sus colaboradores22. Imagen 1. Julio Hirschmann e investigadores en Australia23
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de Las Salinas, analizando varias de sus características, centrándose fundamentalmente en los materiales y el rendimiento, generalmente utilizando esos datos como parámetro para sus propias investigaciones. Un aspecto puntual a resaltar es que Hirschmann comenta en su artículo de 1968 haber tenido contacto con los investigadores en energía solar Anthony Delyannis y su esposa Emmy Delyannis, de Grecia25. Esto es relevante en tanto se considera que la industria de desalación de agua más grande del mundo que utilizó energía solar para ello se construyó en la isla de Patmos26, reconociéndose también allí el hito de Las Salinas como pionero. Este mismo espíritu transfronterizo lo proyectó al funcionamiento del Laboratorio de Energía Solar de la UTFSM, instituido en 1960, alimentando incansablemente la conexión de esa unidad académica con el resto del mundo; durante casi veinte años los vínculos que se establecieron implicaron intercambios docentes con instituciones de Canadá, Francia e Israel, además de organismos multilaterales, como la UNESCO y contactos en Australia, Grecia, India, URSS, entre muchos otros países27. Este ingeniero y académico participó en plenitud del quehacer de una generación de investigadores e investigadoras que contribuyeron a la configuración de una imagen, a la vez, global y planetaria, como queda fielmente retratado en el informe de Talbert, Eibling, Löf, Wong y Sieder, abordando tanto los aspectos técnicos como algunos temas sociales del uso de la energía solar para la desalación de agua28. En ese trabajo, que nos sirve de ejemplo, queda de manifiesto que los responsables del manual tomaron contacto directo con Julio Hirschmann.
Fuente: Laboratorio de Energía Solar UTFSM-Chile.
Durante esos veinte años Julio Hirschmann Recht, solo y junto a otros investigadores24, difundió en varios artículos científicos la existencia de la Planta
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Hirschmann, Julio, “Informe sobre la participación de la delegación chilena en la Conferencia Internacional de Energía Solar en Melbourne”. Melbourne. 2 al 6 de marzo de 1970. Archivo Laboratorio Energía Solar UTFSM (documento mimeografiado, 4 páginas). Valparaíso. Hirschmann, Julio, Mathematichal approximative equations for solar radiation incidental to a determined site. Comunicación presentada en el Congreso de UNESTO sobre mediciones de radiación solar en Ginebra. 1976. Archivo Laboratorio Energía Solar UTFSM (documento mimeografiado, 11 páginas incluidos anexos). Valparaíso. Esta comunicación fue leída el 31 de agosto de 1976 por el Dr. Pedro Roth en Ginebra. De izquierda a derecha: Profesores John Duffie, Julio Hirschmann e Ichimatsu Tanishita en un encuentro en Melbourne, Australia. Frick, German y Hirschmann, Julio, “Theory and Experience with Solar Stills in Chile”. Solar Energy. Vol. 14. 1973. pp. 405-413.
A esta imagen de Hirschmann sólo le falta agregar que desempeñó cargos de relevancia en el Instituto Chileno-Norteamericano de Cultura y obtuvo reconocimientos de organizaciones como el Club de Rotarios. En este ámbito cabe
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Comunicación personal con Emmy Delyannis, 4 de noviembre de 2012, Atenas. Delyannis, A. y Piperoglou, E., “The Patmos Solar Distillation Plant”. Solar Energy. Vol. 12. 1968. pp. 3-115; Delyannis, A., “Solar stills provide an island’s inhabitants with water”. Sun at Work. Vol. 10. N° 1. 1965. p. 6; Delyannis, A., Delyannis, E. A., “Solar desalting”. Journal of Chemical Engineering. Vol. 19. 1970. p. 136; Delyannis, A. y Delyannis, E. (eds.), Proceedings of the International Symposiums on Fresh Water from the Sea. Fourth Symposium. Heidelberg, European Federation of Chemical Engineers, 1973. Hirschmann, Julio, “El laboratorio de energía solar de la Universidad Técnica Federico Santa María, su creación y funcionamiento”. Archivo del Laboratorio de Energía Solar de la UTFSM (documento mimeografiado). Valparaíso. 1971. pp. 1-2. Talbert, S.G., Eibling, J.A., Lof, G.O.G., Wong, C. M. y Sieder, E.N., Manual on solar distillation of saline water; Research and Development Progress Report No. 546. U.S. Department of the lnterior, Contract No. 14-01-0001-1695. 1970.
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conjeturar que sus vínculos y/o intereses también hubiesen podido tocar los círculos sociales de la masonería.
en la construcción de cajas espirales de bombas centrífugas, aparecido en 1944 o El diagrama de entropía y su aplicación a la turbina de gas, de 1947.
En términos profesionales fue miembro del Colegio de Ingenieros de Chile, Verein Deutscher Ingenieure, International Solar Energy Society, fundador del Rotary Club Almendral de Valparaíso, fundador de la Asociación Chilena para la energía solar aplicada y presidente del Centro de Estudios del Pacífico.
Esta primera fase le abrirá paso a una búsqueda más específica que se desarrollará durante el resto de la vida académica de don Julio, como le llamaban habitualmente sus colaboradores, y que concentrará sus esfuerzos en torno a la energía solar y sus aplicaciones.
Con todas sus habilidades no es de extrañar que Julio Hirschmann haya dejado una prolífica producción académica difícil de resumir.
El primer paso en esa dirección lo dará con su artículo Consideraciones sobre el consumo de energía de nuestro país publicado en 1949 en el tomo XVI de la revista Scientia de la UTFSM, número 75.
PRODUCCIÓN ACADÉMICA
Su exploración también incorporó otras fuentes energéticas que no eran la solar y en 1954 publicó Sobre las posibilidades de aprovechar la energía geotérmica en Chile y, en 1956, Clasificación de reactores nucleares de fisión.
Cuando Hirschmann ingresó a la UTFSM en 1937 lo hizo como profesor de máquinas hidráulicas y termología. Muy pronto, en 1944, fue nombrado decano de la Facultad de Mecánica y, al año siguiente, Vicerrector de la Universidad, cargo que ocupó hasta el 24 de agosto de 1965, cuando recibió el título de profesor benemérito y continuó dedicándose a la docencia, la investigación y la extensión. Su producción de publicaciones es extensa aunque claramente focalizada en dos áreas. El profesor Hirschmann desarrolló en la primera parte de su carrera, entre las décadas de 1930 y 1950, los temas bombas y termología seguramente debido al influjo de su formación en Braunschweig; esto habría quedado retratado en el artículo de 1933 Principios fundamentales para la estandarización de turbocompresores y bombas centrífugas, publicado en la revista técnica rusa Jimicheskoe Maschinostroenie, es decir, Ingeniería Química29. A este trabajo se añadirá una publicación del año 1958 bajo el sello de la Editorial Universitaria titulada Bombas. Asimismo, también se consignan algunos textos mimeografiados, sin que se conozca su año de edición, titulados: Termología técnica elemental, Bases técnicas e Instrucciones para Ensayos en el Laboratorio de Termología. Unos cuantos artículos más fueron publicados en revista Scientia de la UTFSM, como por ejemplo en 1939: Sobre la realización del ciclo ‘Carnot’, las doce lecciones Bombas, publicadas entre 1939 y 1942, Sobre la compensación de áreas
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Podría tratarse de Химическое Машиностроение, es decir, la revista Ingeniería Química. Sin embargo, hasta ahora no ha sido posible encontrar pistas o un ejemplar de este artículo que, según la hoja curricular de Hirschmann habría sido publicado en octubre de 1933 con la colaboración de Adolf Scholl.
Los amplios márgenes de esta exploración resultaban completamente aceptables en una época en la que la energía nuclear era presentada como una energía limpia y en el que además existía un gran esfuerzo internacional para su propagación.30 Sin embargo, el foco principal y más robusto se sitúa a partir de mediados de la década de 1950 y hasta la mitad de la década de 1970, cuando Hirschmann aportó investigaciones en energía solar en castellano, inglés, francés y alemán. En esta trayectoria es que la experiencia de la planta de energía solar de Las Salinas para la desalación de agua cobró una relevancia especial.
LA ENERGÍA SOLAR EN LA CARRERA DE HIRSCHMANN Según el propio Hirschmann el rector de su Universidad, Francisco Cereceda, hacia 1951 le sugirió ocuparse del problema del abastecimiento de energía en Chile. Su opción fue concentrarse en la zona norte de Chile y luego de analizar alternativas optó por las fuentes eólica y solar. Su testimonio dice que en 1954 pudo leer: “(…) en la revista ‘Engineering’ un artículo de Harold Heywood con información muy completa sobre las posibilidades de utilizar la energía solar para fines domésticos e industriales.
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Hurtado de Mendoza, Diego, “De “átomos para la paz” a los reactores de potencia: Tecnología y política nuclear en la Argentina (1955-1976)”. Revista iberoamericana de ciencia, tecnología y sociedad. Vol. 2. N° 4. 2005. pp. 41-66.
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Este artículo fue traducido al castellano y luego publicado en la edición de diciembre de 1954 de la revista ‘Scientia’ de nuestra Universidad y –a mi entender— ha sido la primera divulgación sobre esta materia dentro de nuestro país”31. El autor de aquel artículo, Harold Heywood (1905-1971), fue un físico e ingeniero nacido en Manchester que llegó a ser profesor en el Imperial College de Londres y que luego de su retiro continuó sus investigaciones en la Universidad Tecnológica de Loughborough. En el ámbito de la energía solar fue consultor para los gobiernos de Egipto y Malta32. En su amplia producción se cuentan tres artículos publicados en Solar Energy33 y su libro de 1957 Report on the utilization of solar energy34. Sin embargo, hasta donde es posible inferir, el único trabajo que Julio Hirschmann consideró o llegó a conocer fue el artículo publicado en Engineering35. Por otra parte, y en paralelo, se ha constatado que en 1951 Maria Telkes ya contaba con los antecedentes del texto de Josiah Harding. En abril de aquel año ella presentó el artículo Fresh Water from Sea Water by Solar Distillation, el que fue publicado por la revista Industrial & Engineering Chemistry en 1953, cuando ella aún trabajaba en el MIT. En su publicación se comenta que el texto fue presentado previamente en la centésima decimonovena reunión de la Division of Agriculture and Food Chemistry, de la American Chemical Society, en Boston, Massachussets. Es posible que en los círculos afines a la química el tema resultara suficientemente lejano como para no llegar a despertar interés y, por lo tanto, parece ser que la etapa de difusión del ingenio de Charles Wilson comenzó más bien en el simposio de Energía Solar Aplicada de Phoenix,
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Hirschmann, Julio, “El laboratorio de energía solar de la Universidad Técnica Federico Santa María, su creación y funcionamiento”. Archivo del Laboratorio de Energía Solar de la UTFSM (documento mimeografiado). Valparaíso. 1971. pp. 1-2. Alton, Jeannine y Weiskittel, Harriot, Report on the papers of Professor Harold Heywood (1905-1971). CSAC 46/10/7. London. Contemporary Scientific Archives Centre. 1976. Heywood, Harold, “The computation of solar radiation intensities Part 2—Solar radiation on inclined surfaces”. Solar Energy. Vol. 10. N° 1. 1966. pp. 46-52; Heywood, Harold, “The computation of solar radiation intensities Part I—Standard date periods with declination limits”. Solar Energy. Vol. 9. N° 4. 1965. pp. 223-225; Heywood, Harold, “3 Solar water heating in Great Britain”. Solar Energy. Vol. 3. N° 3. 1959. pp. 29-30. Heywood, Harold, Report on the utilization of solar energy. Londres, Valleta, 1957. La relevancia de la ingeniería británica en el campo de la energía solar queda de manifiesto en la discusión acerca de las ventajas y desventajas de su utilización en técnicas de desalación a fines del siglo XIX y que, como se puede apreciar, continuó hasta mediados del siglo XX con sus propias intermitencias: Arellano, Nelson y Roca-Rosell, Antoni, “La Ingeniería Británica y La Desalación de Agua en el Siglo XIX: El uso de energía solar (1872) y su descarte”. Quipu Revista Latinoamericana de Historia de las Ciencias y la Tecnología, 2013.
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Arizona, realizado entre el 1° y el 5 de noviembre de 1955; allí Telkes expuso la existencia de la planta de Las Salinas como antecedente de sus investigaciones. Aunque no esté totalmente esclarecido si fue a través de este o de otros encuentros internacionales, es en estas instancias que Maria Telkes habría generado los contactos que luego mantuvo con investigadores chilenos. Se incluye aquí un grupo de investigación de la Universidad Federico Santa María de Valparaíso, encabezado por Julio Hirschmann y otro de académicos de la ciudad de Antofagasta. En apariencia, este contacto le permitió al profesor Hirschmann entregar la información conocida acerca de la planta de destilación en una conferencia convocada por la Organización de Naciones Unidas (ONU) en 1958 y, luego, profundizar una investigación técnica a la que añadió una valiosa arista social e histórica36. Ese mismo año revista Scientia de la UTFSM publicó en su tomo XXV, números de 106 al 108, tres artículos referidos a un viaje a Europa: Observaciones de una visita a Londres, Visita a cuatro universidades alemanas y Visita al Rensselaer Polytechnic Institute. Por otro lado la vinculación con los investigadores de la Universidad de Wisconsin se intensificó y luego de la visita de Farrington Daniels37, Hirschmann junto a John Duffie fotografiaron el sitio donde se cree estuvo emplazada la planta y la compararon con la fotografía de la planta de oficina Domeyko y atribuida erróneamente a Las Salinas. En 1975 Hirschmann nuevamente publica la fotografía de Oficina Domeyko y una supuestamente de Charles Wilson. En esos artículos se hace explícito que estos registros gráficos y la información fueron una contribución de María Telkes.
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Hirschmann, Julio, “Evaporadores y destiladores solares en Chile.” Conferencia de las Naciones Unidas sobre Nuevas Fuentes de la Energía. Universidad Técnica Federico Santa María. Valparaíso. 1958. Hirschmann, Julio, “Memorandum sobre la visita del Profesor Dr. Farrington Daniels a nuestra universidad y viaje con él a Antofagasta”, Archivo Laboratorio Energía Solar UTFSM (documento mimeografiado). Esta información fue publicada en: Hirschmann, Julio, “Evaporadores y destiladores solares en Chile.”, Scientia, XXVIII, 27-45. 1961.
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Imagen 2. Maria Telkes. Julio Hirschmann y otros participantes de la Conferencia de Roma en 1961
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económico. Todo ello, sumado a la implementación de la estación experimental de destilación solar de Quillahua, en el desierto de Atacama39. Este tiempo veía coronar largos esfuerzos y a inicios de 1973 el CIESA recibió la visita del científico francés Félix Trombe quien promovió un programa de investigación que por dos años (1978-1979) habría contado con el apoyo conjunto de la Corporación de Fomento de la Producción de Chile (CORFO) y el Centro Battelle de Ginebra, Suiza. El mismo año 1973 la Universidad Católica del Norte crea el Magíster en Ciencias con mención en Energía Solar, que no llegó a implementarse a cabalidad pues su primer día de clases era el día martes 11 de septiembre; después del golpe de Estado y la intervención de las universidades por las fuerzas armadas los grupos de investigación tendieron a la disgregación y un lento proceso de desintegración40. Imagen 3. Visitas en el Laboratorio de Energía Solar UTFSM, Chile
Fuente: Archivo Laboratorio de Energía Solar Aplicada UTFSM. Valparaíso.
Por su parte, luego de su fundación en 1961, el laboratorio de Energía Solar colaboraba con sus evaluaciones solarimétricas y de radiación con la oficina meteorológica de Chile, con la Empresa Nacional de Electricidad (ENDESA) y con las redes mundiales de registro, cuyo archivo central se encontraba a cargo del servicio hidro-meteorológico de la Unión Soviética, en Leningrado. A lo anterior debemos agregar que en 1963 se funda la Asociación Chilena de Energía Solar Aplicada (ACHESA), que fuera presidida por Julio Hirschmann, siendo secretario Carlos Espinosa. Se abrazaba la idea de realizar el Congreso Mundial de Energía Solar en Chile para 1972, utilizando como hito el centenario de la construcción de la desaladora de Charles Wilson en el desierto de Atacama38. Finalmente el congreso no se realizó en Chile pero, a mediados de 1972, la asociación organizó una ceremonia de conmemoración en Las Salinas y se efectuaron experimentos que realizaron réplicas del destilador de Wilson, así como modificaciones de éste en la búsqueda de mejoras de rendimiento técnico y/o
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Audio en cinta magnetofónica de reunión del Laboratorio de Energía Solar, probablemente en 1970. Archivo personal de Roberto Sota.
Fuente: Archivo Laboratorio de Energía Solar Aplicada UTFSM. Valparaíso.
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Hirschmann, Julio, “Evaporación solar y su aplicación práctica en Chile.” Scientia. N° 136. 1968. pp. 10-27. Comunicación personal con Carlos Espinosa Arancibia que corroboró esta información. Este proceso de afectación al ámbito científico tecnológico es apreciable en otras áreas de investigación de frontera o experimentales. Por ejemplo: Medina, Eden, “Designing freedom, regulating a nation: Socialist Cybernetics in Allende´s Chile”. Journal of Latin American Studies. Vol. 38. Issue 3. 2006. pp. 571-606; Medina, Eden, Revolucionarios Cibernéticos, Santiago, LOM, 2013.
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Otra arista del laboratorio fue la promoción de la interacción del quehacer académico con empresas públicas y privadas para la comercialización de algunos aparatos solares diseñados para el uso doméstico como ocurrió con la empresa Somela que adaptó diseños para la producción y comercialización de paneles solares con sus respectivos estanques de almacenamiento de agua caliente. En esta misma senda de colaboración se puede inscribir la colaboración con la Empresa Nacional de Electricidad (ENDESA) que además de aportar información solarimétrica incorporó a su planificación la idea de utilizar energía solar para calentar agua con usos domiciliarios calculando un ahorro nacional neto de dos millones de dólares anuales41.
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aristas incorporando el plano matemático del fenómeno termodinámico43 y la vinculación del aprovechamiento energético con los desafíos de la contaminación del medio ambiente y el abastecimiento de alimentos44. Imagen 4. Julio Hirschmann en la conferencia de zonas áridas, 1963, Buenos Aires, Argentina
Asimismo, la atención que le brindaba a la descripción de detalles le llevó a compilar una variedad de datos relativos a la desaladora de Las Salinas que sin tener relevancia técnica son un aporte muy destacado a la reconstrucción de la memoria del ingenio. La curiosidad le movilizó para encontrar las fuentes originales de los datos y le puso en disposición de recibir y difundir informaciones que han permitido profundizar en la semblanza del inventor Charles Wilson y ejerciendo la curadoría de la memoria de la existencia de la industria desaladora solar del siglo XIX. A inicios de la década de 1970 Julio Hirschmann comentaba sus intenciones de promover el congreso mundial de energía solar en Chile en 1972, relevando el centenario de la construcción de la planta de Las Salinas. Esto no llegaría a suceder, pero sí se llegó a realizar una ceremonia de conmemoración. El homenaje fue realizado en el mismo lugar donde se presume estuvo emplazada la planta de destilación; se contó con la presencia de académicos de varias universidades de Sudamérica, Julio Hirschmann leyó un discurso escrito por él, se inauguró una placa recordatoria y se dejó en exhibición una réplica del artefacto. Por cierto, para brindarle un mínimo resguardo a la pequeña zona se instaló un cerco con postes y malla de alambre a su alrededor, pero antes de dos meses todo lo que se había implementado desapareció presa del saqueo y del homenaje sólo nos ha quedado la copia del discurso de Julio Hirchsmann y unas fotografías atesoradas en los archivos del profesor Carlos Espinosa42. En sus últimos diez años de vida académica el profesor Hirschmann continuó divulgando el quehacer y la relevancia de la investigación en torno a la energía solar, incorporando nuevos elementos a su complejo análisis. Abrió nuevas
Fuente: Archivo Laboratorio de Energía Solar Aplicada UTFSM. Valparaíso.
Para mediados de la década de 1970 el desarrollo del conocimiento que había alcanzado este profesor le permitió presentar el cálculo de costos necesarios para estudiar la radiación solar en Chile durante 50 años, justificando este período de tiempo porque incluía dos períodos del ciclo solar, de 22 años cada uno45. Esta misma perspectiva amplia del conocimiento le llevaba a comenzar sus
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ENDESA, “Minuta Utilización de la Energía Solar para calentar agua para usos domiciliarios”. Oficina de Planificación. N° 3/73. 9 de enero 1973. Comunicación personal con Carlos Espinosa, 4 de enero 2012, Antofagasta.
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Hirschmann, Julio, “The cosine function as a mathematical expression for the processes of solar energy”. Solar Energy. Vol. 16. N° 2. 1974. pp. 117-124. Hirschmann, Julio, “Radiación solar: Energía sin contaminación ambiental”. Interciencia. Vol. 1. N° 2. 1976. pp. 79-84. Hirschmann, Julio, “Utilización tecnológica de la Energía Solar en Cultivos intensivos y en Desalinación del agua necesaria en el Norte Grande”. Archivo Laboratorio Energía Solar UTFSM (documento mimeografiado, 6 páginas). Valparaíso. 1974.
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clases de energía solar en la UTFSM con una imagen de la estela de Akhenaton y Nefertiti (exhibida en el museo egipcio de Berlín, Alemania). Introducía de esta manera el elemento místico, historiográfico, culturalista y transgeneracional que le daba soporte al planteamiento técnico del procedimiento de explotación de la energía solar. Julio Gerardo Hirschmann Recht falleció en Valparaíso en 1981 y hasta ahora no se ha elaborado una biografía en la que se haya realizado el necesario y merecido ejercicio de rescate y valorización de su memoria.
EPÍLOGO: SUSTENTABILIDAD E INGENIERÍA El estudio historiográfico de la ingeniería en Chile tiene una vasta área de maniobra. Las aproximaciones de Claudio Gutiérrez46 y Jaime Parada47 dejan claras evidencias de la relevancia que este campo tiene para la constitución de una historia de la tecnología local y, como lo ha planteado Eden Medina, para el análisis de la circulación de las ideas y la transnacionalización del conocimiento. Esto es todavía más cierto cuanto más específico es el tópico que se trate, pues así sucede con el caso de Justicia Espada Acuña Mena, la primera mujer que obtuvo el título de ingeniero en Chile, en 191948. En el caso de ella, la variable de género ha tenido un peso gravitante tal como parece ocurrir con Maria Telkes, para la energía solar49. La vinculación de la biografía de los actores con la evolución de los artefactos permite explorar las trazas de mentalidades que operan a la hora de los procesos de invención y selección técnica. La vinculación de Continuidad e Innovación, de la que nos habla Basalla debe incluir una mirada a las trayectorias de los sujetos participantes por cuanto su acción y ejercicio raras veces responde a un destello genial que irrumpe de manera revolucionaria, como nos hace creer el relato modernizador que intenta realzar las supuestas capacidades re-
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Gutiérrez Gallardo, Claudio y Gutiérrez Albornoz, Flavio, “Física: Su Trayectoria en Chile (1800-1960)”. Historia. N° 39. Vol. 2. 2006. pp. 477-496. Parada, Jaime, “La Profesión de Ingeniero y los Anales del Instituto de Ingenieros de Chile. 1840-1927”. Sagredo, Rafael (ed.). Anales del Instituto de Ingenieros de Chile. Ingeniería y sociedad 1889-1929. Santiago. Centro de Investigaciones Diego Barros Arana de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos. 2011. Otra contribución a considerar es Couyoumdjian, Ricardo, “Dos ingenieros escoceses en Chile en el siglo XIX y comienzos del XX”. Boletín de la Academia Chilena de la Historia. N°112. 2003. pp. 45-66. Sánchez Manríquez, Karin, “El ingreso de la mujer chilena a la universidad y los cambios en la costumbre por medio de la ley 1872-1877”. Historia. N° 39. Vol. 2. 2006. pp. 497-529. En comunicación personal con el Dr. Anthony Stranges, de la Texas A&M University, el 30 de julio de 2012, se corroboró la inexistencia de una biografía de Maria Telkes.
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fundacionales de las hegemonías más recientes. La evolución de la tecnología dista mucho de esta idea que se ha instalado en el imaginario colectivo. En esto hay pleno acuerdo con la apreciación de Eden Medina acerca del problema de dar cuenta del desempeño de los tecnólogos en una historiografía dicotómica que sólo admite flujos “desde arriba” o “desde abajo”50 en circunstancias que la posición articuladora de la ingeniería expresa la conjunción de valores sociales que físicamente se materializan en objetos y sistemas que, la mayor parte del tiempo, se encuentran en coexistencia, covariación y coevolución con artefactos de características similares pero con variaciones que les dotan de una cierta singularidad. Este podría ser el problema sociotécnico con el que se encontró Hirschmann a mediados de la década de 1970. En 1973 fue publicado el informe de Talbert en el que se comunicaron las estimaciones de rendimiento financiero de las industrias de desalación solar en todo el mundo. La apreciación fue contundente para describir este sistema técnico como demasiado caro para la gran escala, aunque reconocía la conveniencia de su uso en áreas apartadas donde el costo de las fuentes de energía de los hidrocarburos tampoco era competitiva. El informe Talbert de 1970 puede que sea un indicio más de la pérdida de soporte internacional para la investigación de las aplicaciones de la energía solar. Otras señales se encuentran en el cambio de foco de interés de muchos y muchas investigadores/as que dejando la energía solar se adentraron en la energía nuclear. En Chile ocurrieron hechos similares considerando que los largos procesos de concatenación del ámbito académico con los ambientes políticos y productivos sencillamente no prosperaron en la década de 1980 a pesar del impulso que connotadas figuras prestaron el apoyo y colaboración que les era factible. Considerando todo ello, en la figura de Julio Hirschmann se encarnan las condiciones de un contexto que insistió con la difusión de las aplicaciones de la energía solar51, pero que con el paso del tiempo dejó en el silencio y el olvido su esfuerzo, dedicación y persistencia; sin embargo, ello no ha impedido la subsistencia de las huellas de sus aportes a una comunidad científico-tecnológica muy amplia, cosmopolita y al mismo tiempo selecta e iniciática que, en la
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Medina, Revolucionarios Cibernéticos, p. 11. Comunicación personal, Emmy Delyannis, 4 de noviembre de 2012, Atenas, Grecia.
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primera parte del siglo XX, cumplió con la labor de curaduría del conocimiento acumulado durante el siglo XIX. El impulso que podría haber movilizado a este ingeniero tal vez podría reflejarse en las palabras de cierre de su Discurso con ocasión de celebrarse el Centenario de la planta de destilación solar de Carlos Wilson en Las Salinas el día 26 de agosto de 1972: “Conmovidos rendimos homenaje póstumo a la memoria de Carlos Wilson Scott, genial precursor de la utilización de la energía solar para bien de la humanidad (…)”.
FUENTES Alton, Jeannine y Weiskittel, Harriot, Report on the papers of Professor Harold Heywood (1905-1971). CSAC 46/10/7. London. Contemporary Scientific Archives Centre. 1976. Cinta magnetofónica de reunión del Laboratorio de Energía Solar (Varios participantes), probablemente en 1970. Archivo personal de Roberto Sota. Frick, German y Hirschmann, Julio, “Theory and Experience with Solar Stills in Chile”. Solar Energy. Vol. 14. 1973. “Curriculum Vitae de Julio Hirschmann Recht”. Archivo del Laboratorio de Energía Solar de la UTFSM. Valparaíso. ENDESA, “Minuta Utilización de la Energía Solar para calentar agua para usos domiciliarios”. Oficina de Planificación. N° 3/73. 9 de enero 1973. Entrevista a Emmy Delyannis, 4 de noviembre de 2012, Atenas. Entrevista a Roberto Sota, 14 de agosto y 6 de septiembre de 2012, Valparaíso. Entrevista a Carlos Espinosa Arancibia, miércoles 4 de enero de 2012, Antofagasta. Entrevista a Dr. Anthony Stranges, de la Texas A&M University, el 30 de julio de 2012. Hirschmann, Julio, “Evaporadores y destiladores solares en Chile.” Conferencia de las Naciones Unidas sobre Nuevas Fuentes de la Energía. Universidad Técnica Federico Santa María. Valparaíso. Archivo Laboratorio Energía Solar UTFSM (documento mimeografiado). 1958. Hirschmann, Julio, “Memorandum sobre la visita del Profesor Dr. Farrington Daniels a nuestra universidad y viaje con él a Antofagasta”, Archivo Laboratorio Energía Solar UTFSM (documento mimeografiado). Hirschmann, Julio, “Informe sobre la participación de la delegación chilena en la Conferencia Internacional de Energía Solar en Melbourne”, del 2 al 6 de marzo de 1970. Archivo Laboratorio Energía Solar UTFSM (documento mimeografiado, 4 páginas). Valparaíso.
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Hirschmann, Julio, “El laboratorio de energía solar de la Universidad Técnica Federico Santa María, su creación y funcionamiento”. Archivo del Laboratorio de Energía Solar de la UTFSM (documento mimeografiado). Valparaíso. 1971. Hirschmann, Julio, “Informe sobre mi participación en los congresos sobre energía solar en México y Paris”. Junio - julio 1973. Archivo Laboratorio Energía Solar UTFSM (documento mimeografiado, 12 páginas). Valparaíso. Hirschmann, Julio, “Utilización tecnológica de la Energía Solar en Cultivos intensivos y en Desalinación del agua necesaria en el Norte Grande”. Archivo Laboratorio Energía Solar UTFSM (documento mimeografiado, 6 páginas). Valparaíso. 1974. Hirschmann, Julio, Mathematichal approximative equations for solar radiation incidental to a determined site. Comunicación presentada en el Congreso de UNESTO sobre mediciones de radiación solar en Ginebra. 1976. Archivo Laboratorio Energía Solar UTFSM (documento mimeografiado, 11 páginas incluidos anexos). Valparaíso. Talbert, S.G., Eibling, J.A., Lof, G.O.G., Wong, C. M. y Sieder, E.N., Manual on solar distillation of saline water; Research and Development Progress Report No. 546. U.S. Department of the lnterior, Contract No. 14-01-0001-1695. 1970.
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[Recibido el 7 de Octubre de 2013 y Aceptado el 1 de marzo de 2014]
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LAS CONDICIONES DE UN PENSAMIENTO LATINOAMERICANO. UN ENFOQUE POSIBLE DESDE LAS REFLEXIONES DE ORTEGA, RAMOS Y GAOS—Luis Corvalán Marquez
HISTORIA 396 ISSN 0719-0719 Nº 1 - 2014 [35-58]
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LAS CONDICIONES DE UN PENSAMIENTO LATINOAMERICANO. UN ENFOQUE POSIBLE DESDE LAS REFLEXIONES DE ORTEGA, RAMOS Y GAOS CONDITIONS OF LATIN AMERICAN THOUGHT. A POSSIBLE PERSPECTIVE FROM THE WORKS OF ORTEGA, RAMOS, AND GAOS
Luis Corvalán Marquez Universidad de Valparaíso, Chile. lcorvala@hotmail.com
Resumen El artículo examina cómo las teorías circunstancialistas y perspectivistas de Ortega y Gasset contribuyeron a proporcionar una justificación teórica a la reflexión de los pensadores latinoamericanos de la primera parte del siglo XX que cuestionaban las tendencias miméticas de nuestro pensamiento buscando generar un pensamiento propio, y cómo esas teorías particularmente influyeron en Samuel Ramos y fueron desarrolladas por José Gaos. Particularmente el artículo intenta demostrar cómo los mencionados pensadores, en los hechos, refutaron los argumentos de tipo universalista que cuestionaban la posibilidad de un pensamiento propiamente latinoamericano, con lo cual contribuyeron a un ulterior desarrollo de éste. Palabras Clave: Teorías, Ortega y Gasset, Samuel Ramos, José Gaos.
Abstract This article examines how the theories of circumstantialism and perspectivism by Ortega and Gasset contributed to a theoretical justification of the theories by Latin American thinkers from the first half of the twentieth century. These thinkers refused to mimic trends and instead created their own theories. These theories then went on to influence Samuel Ramos and were further developed by José Gaos. In particular, this article will demonstrate how these thinkers refuted the arguments of universalism, which questioned the possibility of Latin America’s own philosophy, and further developed Latin American theories. Keywords: Theories, Ortega y Gasset, Samuel Ramos, José Gaos.
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INTRODUCCIÓN
A lo largo de su trayectoria el pensamiento generado en Latinoamérica con insistencia ha planteado el tema de su autonomía y autenticidad. Con ello ha puesto de manifiesto que su historia ha estado recorrida por la sospecha de haber llevado a cabo una reflexión inauténtica, signada por la repetición acrítica de paradigmas europeos que no permiten dar cuenta de nuestras realidades1. No han sido pocos los que han planteado las cosas precisamente así. Entre ellos sobresale Augusto Salazar Bondy, quien en su texto ¿Existe una filosofía latinoamericana? sostuviera que la filosofía de este continente ha sancionado “el uso de patrones extraños e inadecuados, (…) sin raíces en nuestra condición histórico-existencial”, convirtiéndose en un “producto imitativo, sin originalidad y sin fuerza que, en lugar de crear, repite un pensar ajeno”2. Por su parte, Arturo Andrés Roig no se aleja mucho de este punto de vista cuando afirma que en nuestras tierras “los sistemas (de pensamiento) son importados (mientras que) los hechos son nuestros”3. En Europa, añade, las cosas son del todo diferentes. Allí –sostiene– “las posiciones teóricas surgen en relación a su propia realidad social y cultural”, en tanto que –insiste– en América Latina, cuando recepcionamos esas posiciones teóricas, se suele hacer abstracción de las específicas condiciones de donde emergieran y las asumimos “como sistemas puros”4, lo que a Roig le parece ser representativo de una forma de alienación en que ha incurrido nuestro pensamiento. Leopoldo Zea, con sus propios énfasis, tampoco ha sido ajeno a este punto de vista. En efecto, en su libro El Pensamiento Latinoamericano, afirma que “el latinoamericano se ha servido de ideas que le eran relativamente ajenas para enfrentarse a su realidad”5. Los mencionados cuestionamientos tienen incluso antecedentes en el siglo XIX. En efecto, ni la aplastante influencia del positivismo durante las últimas décadas de esa centuria acalló la demanda por un pensamiento propio. Francisco Bilbao y José Martí insistieron en ello. Bilbao, luego de la invasión francesa a México lo hizo desilusionándose de los discursos emancipatorios provenientes de París, a los que denunció como tapaderas, –que no podíamos seguir compartiendo–, de una política encaminada a oprimir a los pueblos más débi-
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Corvalán Marquez, Luis, “Emancipación intelectual y unidad latinoamericana en el pensamiento de Pedro Henríquez Ureña”. Cuadernos del Centro de Estudios del Pensamiento Latinoamericano de la Universidad de Playa Ancha. Nº 18. 2011. Salazar Bondy, Augusto, ¿Existe una filosofía en nuestra América?. México, Ed. Siglo XXI, 1978, p. 119. Roig, Arturo Andrés, Teoría y crítica del pensamiento latinoamericano. México, Fondo de Cultura Económica, 1981, pp. 120-121. Ibíd., p. 121. Zea, Leopoldo, El Pensamiento Latinoamericano. México, Ed. Ariel, 1976, p. 28.
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les. Martí, por su parte, no fue menos categórico en el rechazo de la tradición imitativa que se había instalado en nuestros países. “Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España”, sostuvo. Y añadió que “ni el libro europeo ni el libro yanqui, daban la clave del enigma hispanoamericano”, cosa que sería posible sólo por un pensamiento propio a desarrollar. José Enrique Rodó, a comienzos del siglo XX planteó un punto de vista análogo, aunque en relación al conjunto de la cultura. “Tenemos nuestra nordomanía, sostuvo. Es necesario oponerle los límites que la razón y el sentimiento señalan de consuno”6, agregó. A través de esta tesis, como lo subraya Eduardo Devés, Rodó terminó “cuestionando una serie de tópicos que caracterizaron al pensamiento más difundido a fines del siglo XIX en América Latina: positivismo, utilitarismo, inmigración, modelo sajón, imitación de los países más desarrollados”7, incluyendo, por cierto, el pensamiento que de allí nos llegaba, y su correspondiente recepción a-crítica en nuestro continente. En México el movimiento intelectual que rechazaba al pensamiento imitativo se articuló en torno al Ateneo de la juventud, creado en 1908, del cual participaran Pedro Henríquez Ureña, Antonio Caso, Alfonso Reyes, José Vasconcelos y muchos otros, los que intentaron desembarazarse de los esquemas del positivismo y de las tendencias imitativas, aspirando a desarrollar un pensamiento latinoamericano autónomo. Casi paralelamente en Uruguay Carlos Vaz Ferreira, con su obra Lógica viva, publicada en 1910, llevó a cabo una crítica al espíritu de escuela8. A juicio de Arturo Andrés Roig, esa obra contenía un rechazo a las escuelas europeas importadas por los latinoamericanos, conllevando una implícita denuncia de la alienación generada a través de la asunción a-crítica de las mismas9. El argentino Manuel Ugarte fue otro de los que, a partir de la segunda década del siglo XX, impulsó un fuerte rechazo a lo que consideraba era entre nosotros una cultura alienada. Como lo señala Gelasso, “discutirá con los intelectuales exquisitos que pregonaban el arte por el arte y se alienaban en las obras importadas de Europa; señalará en los periódicos los peligros del “idioma invasor” así como también la infiltración de un alma distinta a través del cinematógrafo, la obra teatral y el libro extranjero cuando se los recibe con
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Rodó, José Enrique, Ariel. México, Editora Nacional, 1966, p. 97. Devés, Eduardo, El pensamiento Latinoamericano en el siglo XX. Entre la modernización y la identidad. Buenos Aires, Ed. Biblos, 2004. Corvalán Marquez, “Emancipación intelectual y unidad latinoamericana…” Roig, Teoría y crítica del pensamiento latinoamericano, p. 115.
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mentalidad colonial; y, en fin, defenderá la tradición hispana –la de la España liberal y revolucionaria– frente a los adoradores del anglosajón”10. Es larga la lista de ensayistas y pensadores latinoamericanos que han reflexionado sobre el tema de la dependencia de nuestro pensamiento y sobre la necesidad de dar lugar a una reflexión autónoma. No es posible extenderse en ello. Hay, en todo caso, que dejar constancia que quienes integran esa lista nunca concibieron que el nuevo pensamiento a constituir debiera situarse dentro de una especie de nacionalismo radical, o de una xenofobia cultural. Lejos de ello sintonizaron con el espíritu de Martí cuando éste dijera, “injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas”11. En ese contexto cabe decir que durante las décadas de los treinta y de los cuarenta del siglo XX los esfuerzos por dejar atrás el pensamiento mimético fueron alcanzando entre los intelectuales latinoamericanos una considerable maduración, lo cual incluyó el propósito, al menos implícito, de establecer las premisas epistemológicas de un pensamiento propiamente latinoamericano. Esta cuestión era particularmente sensible para los filósofos, dados los alcances universalistas que son propios de su disciplina. Quizás donde los mencionados esfuerzos se manifestaron con mayor nitidez fue en México. Aquí, en relación al punto, destacó sobre todo la obra de Samuel Ramos, José Gaos y Leopoldo Zea, la cual estará destinada a influir en todo el continente. Esa obra, no obstante, habría sido imposible sin la contribución de José Ortega y Gasset y sus teorías circunstancialistas y perspectivistas. En el presente artículo nos proponemos hacer una breve recapitulación de las mencionadas teorías del filósofo hispano con el fin de visualizar luego cómo ellas influyeron en dos de los tres autores mencionados arriba: Samuel Ramos y el español nacionalizado mexicano José Gaos. Ello particularmente en lo relacionado con el esfuerzo llevado a cabo por estos orientado a desarrollar un pensamiento propio en el continente, con la correspondiente superación de las tendencias miméticas que predominaran en él. Lo dicho incluye la pregunta sobre cómo los mencionados autores fueron construyendo las premisas epistemológicas de dicho pensamiento.
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Gelasso, Norberto, Manuel Ugarte, Introducción. Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1967, p. XVI. Martí, José, “Nuestra América”. Zea, Leopoldo (comp.). Fuentes de la cultura latinoamericana. F.C.E. México.1993. p.123.
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A nuestro juicio esta temática es hoy relevante en virtud de que la globalización en los hechos ha tendido a reimponer lo que se ha dado en llamar como “pensamiento único”. Éste en América Latina, y sobre todo en Chile, ha ido reposicionando nuestras viejas tendencias intelectuales miméticas. Una de las tantas manifestaciones de lo dicho reside en la descalificación que se ha hecho de lo que Zea denominara como “pensamiento latinoamericano”, al cual, desde posiciones universalistas, se le ha atribuido carecer de bases epistemológicas suficientemente sólidas.
JOSÉ ORTEGA Y GASSET
Como se dijo arriba, el circunstancialismo de Ortega ejerció una enorme influencia entre los intelectuales latinoamericanos que a comienzos del siglo XX rechazaban el pensamiento imitativo que durante el siglo XIX predominara en la región. Esos intelectuales buscaban desembarazarse de tal actitud mimética, primero sometiéndola a crítica y después desarrollando un pensamiento propio que ante todo explicara la realidad americana. Entre los filósofos el tema se presentaba más complicado debido a que la filosofía se reclamaba como depositaria de un saber universal. Sus problemáticas, en consecuencia, debían referirse al hombre (en general), al sentido de la vida, a la muerte, a Dios, etc. ¿Cómo sería posible, dentro de tales supuestos universalistas, una reflexión sobre lo latinoamericano? Parecía que dentro de esos parámetros dicha reflexión no era posible, razón por la cual si se producía –como de hecho ocurriera– no alcanzaría el status filosófico. Sus cultores, por lo mismo, se hallarían en una categoría inferior a la de los filósofos, en particular, en la de meros “pensadores”, como, según Zea, se los denominó en América. Sin pretenderlo, Ortega, vino a proporcionar elementos que permitirían superar ese enfoque. Tales fueron sus teorías circunstancialistas y perspectivistas. Estas aparecieron por primera vez en Meditaciones del Quijote (1914) y en El Espectador (1916). Es cierto que el filósofo hispano pensó tales teorías teniendo a la vista la realidad de su patria, y no la de Latinoamérica. No obstante, los intelectuales de este continente se encargarán de utilizarlas a propósito de sus particulares realidades. En Meditaciones del Quijote Ortega llevó a cabo un alegato en aras de la comprensión de las circunstancias propias. Es decir, en favor de fijar la vista en lo inmediato, en la realidad que nos rodea. Simultáneamente postuló que la
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visión de lo universal, es decir, del mundo y su cultura, sólo puede hacerse desde esa particular circunstancia, la que, a su vez, determina una específica perspectiva. Como puede constatarse, el circunstancialismo de Ortega no implica una negación de la totalidad, sino tan sólo el supuesto de que ésta inevitablemente es vista desde una circunstancia particular, a la que hay que valorar. “El hombre –dice al respecto– rinde el máximo de su capacidad cuando adquiere la plena conciencia de sus circunstancias. Por ellas comunica con el universo”12. Y más adelante agrega: mi salida natural hacia el universo se abre por los puertos del Guadarrama o por el campo de Ontígola”. E insiste: “hemos de buscar para nuestra circunstancia, tal y como ella es, precisamente en lo que tiene de limitación, de peculiaridad, el lugar acertado en la inmensa perspectiva del mundo”13. Pero aún más, siendo inevitable que toda visión constituya una perspectiva circunstanciada, para Ortega, la verdad resulta siendo la suma de todas las perspectivas. De allí el insustituible aporte que para el conocimiento del mundo representa cada una de ellas. La circunstancia, por otra parte, según Ortega se haya vinculada con la identidad y, más aún, con la suerte del sujeto cognoscente, por lo cual éste le debe un compromiso y, desde ya, un empeño de discernimiento. Esa sería la única forma de ser consecuente consigo mismo. En tal sentido el filósofo español sostiene: “yo soy yo y mis circunstancias, y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Es desde esta óptica que se trata de “buscar el sentido de lo que nos rodea”14 y, en fin, su logos. Dos años después, en El Espectador Ortega insistió en las mismas ideas. “El punto de vista individual me parece el único punto de vista desde el cual puede mirarse el mundo en su verdad, otra cosa es un artificio”, sostuvo entonces15; “(…) la realidad no puede ser mirada sino desde el punto de vista que cada cual ocupa, fatalmente, en el universo. Aquella y éste son correlativos, y como no se puede inventar la realidad, tampoco puede fingirse el punto de vista”16, dice más adelante. Y añade: “la verdad, lo real, el universo, la vida –como que-
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Ortega y Gasset, José, Obras Completas. Tomo I. Madrid, Revista de Occidente, 1963, p. 319. Ibíd., p. 322. Ibíd. Ortega y Gasset, José, Obras completas. Tomo II. Madrid, Revista de Occidente, 1966, p.18. Ibíd., p. 19.
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ráis llamarlo-, se quiebra en facetas innumerables, en vertientes sin cuento, cada una de las cuales da hacia un individuo. Si éste ha sabido ser fiel a su punto de vista, si ha resistido a la eterna seducción de cambiar su retina por otra imaginaria, lo que se verá será un aspecto real del mundo”17. De este modo, el planteamiento de la cuestión siempre termina llevando al mismo punto. A saber, que la verdad es la suma de todas las perspectivas. Como puede verse, en los planteamientos ortegueanos hay no sólo una cuestión de consecuencia del sujeto consigo mismo (la obligación de conocer sus circunstancias), sino también la consideración de que cuando se procede así se hace un insustituible aporte al conocimiento del mundo. “Cada hombre –sostiene Ortega al respecto– tiene una visión de verdad. Donde está mi pupila no está otra: lo que de la realidad ve mi pupila no lo ve otra. Somos insustituibles, somos necesarios”.Y agrega: “dentro de la humanidad cada raza, dentro de cada raza cada individuo, es un órgano de percepción distinto de todos los demás y como un tentáculo que llega a trozos de universo para los otros inasequibles”18. De allí el llamamiento que hace el filósofo español en orden a que interceptemos al “chorro luminoso de la existencia (…) con el prisma sensitivo de nuestra (propia) personalidad”. Si procedemos así, añade, “sobre el papel, sobre el libro, se proyectará un arco iris. Sólo de esta suerte –dice– se liberta la teoría de su tono gris menor”. Asentados estos supuestos Ortega, en fin, declara su deseo de “contagiar a los demás para que sean fieles (…) a su perspectiva”19. El llamado que hace el filósofo hispano, y que recogerán ciertos pensadores latinoamericanos, es entonces, a ser “fieles a su perspectiva”, a fijar su atención en la realidad que los rodea, o sea, en las circunstancias propias, de la cual deberían buscar su logos. Desde tales premisas, para los pensadores de nuestro continente dispuestos a asumir este punto de vista, la reflexión sobre la circunstancia americana se evidenciará como insustituible, en la medida en que la misma vendría a representar una de las perspectivas del mundo. Para dichos pensadores, en efecto, solo desde la perspectiva americana sería posible insertarse de manera auténtica en lo universal, superando a la vez el espíritu imitativo que hasta el momento caracterizara a la cultura de la América española. El estudio de la cir-
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Ibíd. Ibíd. Ibíd., p. 20.
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cunstancia americana, a la par, constituiría un particular e insustituible aporte a lo universal, precisamente por cuanto cada cultura representa una modalidad particular de la totalidad y de la humanidad y, en fin, una insustituible parte de la verdad. Apoyándose en estos puntos de vista, numerosos pensadores latinoamericanos vieron epistemológicamente fundamentada su reflexión sobre las realidades del continente. Tal cosa en particular sucedió entre ciertos filósofos. Entre ellos la visión universalista, que hasta entonces se consideraba propia de la filosofía, quedaba superada. En particular, bajo el supuesto, según el cual la manera de acercarnos a lo universal se verifica desde lo particular. Es decir, desde la circunstancia propia, que en este caso no era sino la americana. La reflexión sobre ésta quedaba así legitimada como objeto de la filosofía. Muchos pensaron que a partir de tales supuestos ya no era fatal seguir imitando al pensamiento europeo.
SAMUEL RAMOS (1897-1959) Samuel Ramos fue uno de los pensadores latinoamericanos que evidenció con más claridad el impacto de las concepciones circunstancialistas y perpectivistas de Ortega. En base a ellas se dispuso a llevar a cabo una reflexión sobre la circunstancia de su país. Ramos desarrolló su actividad en el contexto de la revolución mexicana, en particular cuando esta avanzaba hacia su consolidación. Como es sabido, en el plano cultural la revolución reivindicó lo nacional popular, constituyendo una reacción en contra de la cultura oligárquica que, durante el porfiriato, profesara un universalismo que despreciaba lo nacional, endiosando en los más diversos planos a lo extranjero, particularmente lo europeo. Como respuesta a ello, la revolución valoró la cultura nacional a la que se propuso potenciar. Con tales miras fue creada la Secretaría de Educación Pública, cuya dirección recayó en José Vasconcelos. El desarrollo de la cultura nacional, que entonces advino en México, se expresó en los más diversos planos, en particular en el muralismo, la música, la literatura, la historia, etc. No obstante, el conflicto entre el universalismo y el nacionalismo persistió en ella. En este conflicto, como se verá, Ramos ocupó una posición intermedia. Samuel Ramos estudió en la Escuela Nacional Preparatoria. Allí fue discípulo de Antonio Caso, cuya influencia experimentó al menos hasta 1922. Luego se vinculó a José Vasconcelos, por medio del cual ingresó a la Secretaría de Educación Pública. Fue por entonces cuando se interesó en el pensamiento mexi-
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cano y latinoamericano. Igualmente experimentó la influencia de Pedro Henriquez Ureña. En 1926 viajó Europa, donde estudió la filosofía alemana, siendo particularmente influido por el historicismo de Dilthey. También se interiorizó de las concepciones de Ortega, cuya influencia será decisiva, en particular en lo relativo al circunstancialismo y al perspectivismo. De vuelta en México Ramos, desde el historicismo y el perspectivismo ortegueano, romperá con Caso, rechazando su orientación irracionalista e intuicionista. Ello quedó de manifiesto en su libro Hipótesis, que publicara en 1928. Luego Ramos se abocó a reflexionar sobre la circunstancia mexicana, lo cual quedó expresado en su obra principal, Perfil del hombre y la cultura en México, publicada en 1934.
EL PERFIL DEL HOMBRE Y LA CULTURA EN MÉXICO En este libro, altamente crítico de la cultura y del hombre mexicano, Ramos asume expresamente el circunstancialismo y el perspectivismo de Ortega. En él llama a pensar sobre la circunstancia mexicana y a mirar el mundo desde su perspectiva. Dice al respecto: “He querido, desde hace tiempo, hacer comprender que el único punto de vista justo en México es pensar como mexicanos. Parecerá que ésta es una afirmación trivial y perogrullesca. Pero en nuestro país hay que hacerla, porque con frecuencia pensamos como si fuéramos extranjeros, desde un punto de vista que no es el sitio en que espiritual y materialmente estamos colocados”20. Es decir, según Ramos, en México no se pensaba desde la circunstancia mexicana ni desde su perspectiva. A partir de este supuesto, el llamado que hizo fue precisamente a ubicarse ella. “Todo pensamiento –dice sobre el punto– debe partir de la aceptación de que somos mexicanos y de que tenemos que ver el mundo bajo una perspectiva única, resultado de nuestra posición en él. Y, desde luego, es una consecuencia de lo anterior que el objeto u objetos de nuestro pensamiento de-
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Ramos, Samuel, Perfil del hombre y la cultura en México. Buenos Aires, Ed. Espasa-Calpe, 1952, p. 135.
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ben ser los del inmediato contorno. Tendremos que buscar el conocimiento del mundo en general, a través del caso particular que es nuestro pequeño mundo mexicano”21.
ción reducida a la inactividad se hizo perezosa y resignada a la pobreza, de la cual no tenía otra esperanza de salir que el favor de Dios manifestado en forma de lotería”24.
Ramos rechazaba que este enfoque fuera la expresión de un nacionalismo estrecho. A su juicio, lejos de ello, poseía “un fundamento filosófico”, que, sa-
La realidad descrita, –incompatible con el mundo moderno–, debía ser negada. Y esa fue precisamente, sostiene Ramos, la tarea que abordó la elite post inde-
bemos, no era otro que el circunstancialismo y el perspectivismo ortegeano. A Ramos le parecía que sólo desde este enfoque podría generarse un pensamiento vital. “El pensamiento vital, –sostenía, en efecto,– sólo es el de aquellos individuos capaces de ver el mundo que los rodea bajo una perspectiva propia”22.
pendentista, la cual se hallaba constituida, –dice–, por “una minoría dinámica que estaba al tanto de las ideas modernas de Europa”25. Fue bajo su dirección que ya no se quiso seguir viviendo “dentro de las formas anticuadas de existencia”26, aspirándose, en lugar de ello, ingresar en la modernidad.
Procediendo de acuerdo a estos planteamientos a Ramos le parecía que las preguntas que debía plantearse el pensamiento mexicano eran: ¿cómo es realmente tal o cual aspecto de la existencia mexicana?, y ¿cómo debe ser, de acuerdo con sus posibilidades reales?23 Precisamente fueron estas preguntas las que nuestro autor intentó responder en El perfil del hombre y la cultura en México. Avanzando en esa perspectiva, Ramos en la mencionada obra se planteó el problema de la cultura imitativa que predominaba en el país. ¿Por qué existe?;¿de dónde salió?¿Cuáles han sido sus efectos? ¿Qué ha impedido desarrollar en México una cultura auténtica? Respecto de lo primero, Ramos sostuvo que la cultura imitativa en México se arrastraba desde los orígenes de la República. Esa cultura –afirmó- constituyó un empeño de buena fe por civilizar, por superar la barbarie heredada de la colonia y esencialmente, por superar el carácter feudal o pre-moderno que el régimen español había impreso a la sociedad mexicana. Dicho régimen, agrega Ramos, había traído consigo no sólo pobreza, sino también pasividad del pueblo. En él los conquistadores explotaban sus posesiones utilizando a la raza vencida como mano de obra. “Por eso –agrega– el trabajo en América no tuvo el significado de un bien para librarse de la necesidad, sino de un oprobio que se sufre en beneficio de los amos. La voluntad y la iniciativa de los mexicanos carecían de oportunidad en qué ejercitarse (…) Como producto de ello, la masa de la pobla-
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Ibíd. Ibíd., pp. 135-136. Ibíd., p. 136.
Pero tal propósito no era posible desaprovechando los elementos culturales que había desarrollado el ya avanzado mundo occidental, elementos que, entonces, pasaron a ser asumidos como la vía natural de la modernización y la civilización. Fue en tales circunstancias que se los comenzó a imitar al pie de la letra. Así fue como las prácticas imitativas se instalaron. Tal habría sido, según Ramos, el origen del fenómeno imitativo en México. Ramos, en todo caso, no se limita a proporcionar una explicación sobre el surgimiento de la cultura imitativa en su país. Se esfuerza también en poner en evidencia los grandes males que ella trajera consigo. Tales habrían sido, por un lado, los intentos por negar el pasado y, por el otro, un sentimiento de inferioridad. Ambos se hallarían muy vinculados entre sí. Los intentos por negar el pasado serían la consecuencia de la imitación indiscriminada de la cultura europea en la medida en que esto suponía dejar de lado todo lo que el país secularmente había sido. Los mexicanos –dice Ramos sobre el punto– querían hacer tabla rasa del pasado y comenzar una nueva vida como si antes nada hubiera existido. Querían asumir la modernidad francesa o inglesa, considerando que ello sería posible sólo si renunciaban al secular modo de ser del país, al que identificaban con el atraso. La empresa, sin embargo, era imposible puesto que el pasado seguía actuando. El sentimiento de inferioridad, por su parte, habría sido la consecuencia del intento de las elites por llevar a cabo un orden social perfecto, el que, una vez más, no era sino el de la modernidad europea. Sin embargo, tal objetivo,
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Ibíd., p. 35. Ibíd., p.38 Ibíd.
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sostiene Ramos, dadas sus enormes dimensiones, y las modestas realidades del país, no era realista “Sin darse cuenta, los hombres que iniciaban nuestra nacionalidad libre se echaron a cuesta una empresa sobrehumana, y hasta la raza más fuerte se hubiera sentido empequeñecida ante una obra de esa magnitud”27. Habría sido esa enorme desproporción entre los objetivos y las posibilidades reales del país lo que habría generado el sentimiento de inferioridad. Dicho de otra forma, este sentimiento habría resultado del reiterado fracaso en la consecución de las excesivamente ambiciosas metas planteadas. En tales condiciones, sostiene Ramos, la clase dirigente decimonónica, “sin la experiencia de la acción libre, a las primeras dificultades que encuentra” vio nacer un sentimiento de inferioridad”28. Hay que subrayar que Ramos reiteradamente insiste en que “los fracasos de la historia mexicana en el siglo XIX no se debieron a una deficiencia de la raza, sino a la excesiva ambición de las minorías dirigentes, que, obcecadas por planes fantásticos de organización nacional, pasaban por alto los verdaderos problemas del pueblo mexicano”29. No por ello el sentimiento de inferioridad dejaba de ser menos real, al punto que habría dado lugar incluso a una actitud de verdadera autodenigración nacional, que cada nuevo fracaso no hacía sino robustecer. Otra de las consecuencias desfavorables que trajera para el país la cultura imitativa consistiría en la fuga espiritual que conllevaba respecto de la realidad nacional, a la cual conceptuaba como inferior y deprimente. Por lo mismo, según Ramos, la cultura imitativa constituiría una forma de desprecio al país. Y también un mecanismo de defensa que, al crear una apariencia de cultura, nos liberaba –dice– de aquel deprimente sentimiento (de inferioridad derivado de las realidades locales). Igualmente desfavorable era otro efecto traído por esa cultura, a saber, su verdadero desconocimiento del México real, incluyendo el desconocimiento de su incultura ambiente. Ramos, en todo caso, no se queda en el análisis de la cultura imitativa. También toma nota del surgimiento, como producto de la revolución, de una cultura nacionalista, a la cual igualmente someterá a crítica. Respecto de su surgimiento, dice:
“El fracaso de múltiples tentativas de imitar sin discernimiento una civilización extranjera nos ha enseñado con dolor que tenemos un carácter propio y un destino singular, que no es posible seguir desconociendo. Como reacción emanada del nuevo sentimiento nacional, nace la voluntad de formar una cultura nuestra, en contraposición a la europea”30. Sin embargo, no deja de llamarle la atención a Ramos el hecho que, buscando dar lugar a una cultura propia dándole la espalda a Europa, México revolucionario se hubiera planteado la meta de desarrollar una cultura basada en el nacionalismo, que también es una idea europea. Desde esta constatación nuestro autor lleva a cabo una fuerte crítica al nacionalismo cultural que la revolución mexicana había terminado imponiendo en el país. La preocupación principal de Ramos en relación a este surgente nacionalismo cultural radicaba en que sus representantes eran “generalmente hombres impreparados, sin cultura ninguna”31. A Ramos le parecía que la aceptación de ese nacionalismo radical equivalía a perpetuar el caos espiritual, a escoger el camino del menor esfuerzo, la observación superficial, el estudio fragmentario sin rigor científico”, precisamente por cuanto implicaba romper lazos con las tradiciones culturales europeas32. A su juicio, el camino a seguir debía consistir en apartarse “igualmente de la cultura universal sin raíces en México, como también de un “mexicanismo pintoresco y sin universalidad”. Había, en fin, que conciliar el carácter nacional y la universalidad de sus valores33.
PSICOANÁLISIS DEL MEXICANO Uno de los aspectos más relevantes y originales que aborda Samuel Ramos en su Perfil del hombre y la cultura en México es el estudio de la psicología del mexicano. El análisis que lleva a cabo sobre la materia se basa en las teorías psicoanalíticas de Adler. La tesis central que sustenta sostiene que el mexicano está afectado por un sentimiento de inferioridad y que su psicología consiste en un conjunto de reacciones dirigidas a ocultar ese sentimiento. En todo caso, Ramos es categórico en precisar que no sostiene que el mexicano sea inferior, sino que se siente inferior, cosa que –dice– es muy distinta.
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Ibíd. Ibíd., p. 39. Ibíd., p. 40.
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Ibíd., p. 85. Ibíd., p. 98. Ibíd., p. 96. Ibíd., p. 98.
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Ramos centra su análisis en el “pelado” por considerar que él constituye la expresión más elemental y bien dibujada del carácter nacional. Desde el punto de vista sociológico define a este personaje como perteneciente “a una fauna social de categoría ínfima (que) representa el desecho humano de la gran ciudad. En la jerarquía económica es menos que un proletario y en la intelectual un primitivo. La vida le ha sido hostil por todos lados, y su actitud ante ella es de un negro resentimiento”34. Los rasgos psicológicos del “pelado”, según Ramos, son inconfundibles. Desde ya reacciona de forma violenta ante cualquier circunstancia que ponga en evidencia su sentimiento de minusvalor. Esto lo convierte en un sujeto altamente irritable y propenso a la riña, la cual “eleva el tono de su “yo” deprimido.” Uno de los elementos que más considera es la virilidad, de la cual se precia, traduciéndola en la figura del “macho”. Carente de un contenido sustancial, trata de llenar su vacío interior mediante éste, el único valor que le es accesible. Ello explica que su terminología abunde en alusiones sexuales en donde la obsesión fálica ocupa un lugar central. El falo sugiere en el “pelado” la idea de poder, dice Ramos, de donde ha derivado un concepto muy empobrecedor de hombre. El concepto popular del hombre como “macho” se ha convertido en un prejuicio funesto para todo mexicano, agrega. El “pelado”, en fin, vincula su concepto de hombría con el de nacionalidad, asumiendo que la característica esencial del mexicano es la valentía. Ramos también se refiere al mexicano urbano que no es necesariamente el “pelado”. Destaca dentro de su carácter la desconfianza, que es, –dice– “previa a todo contacto con los hombres y las cosas”, y que “se presenta haya o no fundamentos para tenerla35. Igualmente le sería inherente la falta de convicciones, sean políticas, sociales o religiosas. Carece de idealismo y tiene rasgos nihilistas. “Es la negación personificada”, sostiene Ramos. También sería imprevisor, interesado sólo en los fines inmediatos, lo que haría que, sin plan, la sociedad mexicana sea un caos en el que los individuos gravitan al azar como átomos dispersos”36. Ramos hace también apreciaciones sobre la psicología del burgués mexicano. Su carácter –sostiene– estaría igualmente conformado por reacciones destinadas a ocultar un sentimiento de menor valía. Pero este sentimiento, a diferencia del “pelado”, no provendría de una inferioridad económica, social ni
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Ibíd., pp. 53-54. Ibíd., p. 58. Ibíd., p. 59.
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intelectual, “sino del mero hecho de ser mexicano”.Y a diferencia de las clases bajas, el burgués lo disimularía eficientemente. Para Ramos, en fin, el mexicano, pese a las apariencias de modernización, en el fondo seguiría igual que hace cien años atrás. Sería “una inmutabilidad egipcia”. Seguiría evidenciando “una susceptibilidad extraordinaria a la crítica manteniéndola a raya anticipándose a esgrimir la maledicencia contra el prójimo. Por la misma razón, la autocrítica queda paralizada. El mexicano –según Ramos– necesita convencerse de que los otros son inferiores a él. No admite, por lo tanto, superioridad ninguna y no conoce la veneración, el respeto y la disciplina. Es ingenioso para desvalorar al prójimo hasta el aniquilamiento. Practica la maledicencia con una crueldad de antropófago. El culto del ego es tan sanguinario como el de los antiguos aztecas; se alimenta de víctimas humanas. Cada individuo vive encerrado dentro de sí mismo, como una ostra en su concha, en actitud de desconfianza hacia los demás, rezumando malignidad, para que nadie se acerque. Es indiferente a los intereses de la colectividad y su acción es siempre de sentido individualista”37. Ramos concluye afirmando que la virtud que más urgentemente hay que aconsejar al mexicano actual, es la sinceridad, para que arranque el disfraz con que se oculta a sí mismo su ser auténtico.
PERSPECTIVA DE LA CULTURA EN MÉXICO Pero el libro de Samuel Ramos no se limita a tratar sobre la psicología mexicana y la crítica a la cultura imitativa. Va más allá. En efecto, reflexiona con amplitud sobre la cultura del país, evalúa y traza perspectivas. En ese discurrir aborda el tema de la identidad cultural mexicana, matiza sus juicios sobre la cultura imitativa y, en fin, se abanderiza con una perspectiva de desarrollo de la cultura mexicana que no es ni universalista ni nacionalista. Respecto del tema de la identidad cultural de México Ramos constata que “la vida mexicana, a partir de la época colonial, tiende a encauzarse dentro de formas cultas traídas de Europa y que los vehículos más poderosos de esta trasplantación fueron dos: el idioma y la religión”38.Y ambos remiten a España, siendo representativos de su “conquista espiritual”. Ramos se detiene en la religiosidad. A su juicio, ésta sería la que le otorga la
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Ibíd., p. 65. Ibíd., p. 29.
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categoría de cultura al conjunto de nuestra actividad psíquica. Incluso más, afirma que “la historia de México, sobre todo en el plano espiritual, es la afirmación o negación de la religiosidad. Por cualquier lado que se tome nuestra ascendencia, por la del indio o del conquistador español, –dice– desembocamos en razas de una religiosidad exaltada”39. “No es casualidad que el arte de las Iglesias surja en México como expresión inicial de la cultura criolla”40, añade. En la religión, yacería, pues, a juicio de Ramos, el elemento identitario más sólido, más sedimentado, rígido y perdurable del carácter mexicano.
como del nacionalismo cultural. En relación al primero, su posición es matizada. Desde ya dista mucho de condenar en bloque la adhesión a la cultura europea practicada por ciertas elites mexicanas. Algún valor había en esa práctica, sostiene, “no es siempre nuestro ‘europeísmo’ un frívolo estar a la moda, o un mimetismo servil –afirma–, es también estimación de los valores efectivos de la vida humana y deseo de entrar al mundo que los contiene”44. La indiferencia ante esos valores –agrega– hubiera impedido al mexicano acercarse “a una comunidad más vasta de hombres”45.
El espíritu religioso envolvería, pues, a toda la cultura mexicana, fuese en sus manifestaciones propiamente religiosas como en las laicas, en las progresistas como en las reaccionarias. Incluso –dice– el positivismo mexicano y su respectivo culto a las ciencias, constituirían un sucedáneo de la religión, profesados con igual fanatismo. Refiriéndose al período de la Reforma y al auge de las concepciones positivistas en México, Ramos sostiene que por entonces “la religiosidad no estaba destruida, aunque así lo creyera cada individuo, sino solamente reprimida en el inconsciente, a causa de inhibiciones externa obrando como prejuicios antirreligiosos”41. “Encerrado aquel sentimiento (religioso) en los sótanos del alma, –sostiene Ramos– su tensión se eleva y, buscando un escape, encuentra el de la superstición científica. A falta de una religión, las clases ilustradas endiosan a la ciencia”42.
Para Ramos, aquel sector de mexicanos que asumiera las pautas culturales europeas procedió así en virtud de que tenía necesidad de una cultura superior, y no encontrándola en su entorno inmediato se vio compelido a tomarla de fuera. “Ellos fueron el alma de México, –sostiene Ramos– pero un alma (…) sin cuerpo”46. Tal cosa en virtud de que “una cultura superior necesita, para sostenerse, de cierta forma social de cultura media, que es su atmósfera vital”. Y era precisamente eso lo que faltaba en México.
Una importancia parecida tendría el “fondo español” en la identidad del mexicano. Respecto a él Ramos subraya sus rasgos pasionales. Este rasgo se manifestaría no sólo en la defensa de la tradición, sino también, con no menor fuerza, en la negación moderna de la misma. Porque “lo español en nosotros –sostiene Ramos– no está del lado de una sola tendencia parcial, sino que es una manera genérica de reaccionar que se encuentra en todas las tendencias, por divergentes que sean entre sí”43. Así, pues, para Ramos, el elemento religioso y el (pasional) hispano, estarían en la base de la identidad cultural mexicana. Con ello parece querer decir que los mexicanos no pueden renegar ni de uno ni de otro. En cuanto al tema de la orientación que debía tener la cultura mexicana, como dijéramos arriba, la posición de Ramos se aleja tanto del europeísmo mimético
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Ibíd., p. 69. Ibíd., p. 70. Ibíd., p. 73. Ibíd., p. 74. Ibid., p., 31
En base a estas consideraciones Ramos, sin perjuicio de la actitud crítica que tiene sobre el punto, se niega a pronunciar una condena absoluta sobre la “cultura imitativa” que caracterizara a los estratos superiores del país. Lo anterior no le impide plantear que México no podía seguir practicando un europeísmo falso el que, a su juicio, necesariamente implicaría el peligro de un descastamiento espiritual y un alejamiento de las realidades del país. Pero tampoco se le escapa que el mexicanismo exótico emergente de la revolución, con su resentimiento frente a todo lo extranjero, constituía una salida igualmente falsa. Con el agravante de que, salido de la nada, conllevaría una implícita pretensión de diseñar un futuro que supondría una negación de lo que México históricamente ha sido, aparte de representar un intento por prescindir de la cultura europea y aislar al país de todo contacto exterior. Para Ramos una auténtica cultura mexicana no podía prescindir de la del viejo continente. Incluso más, sostiene que los mexicanos no podrán jamás descifrar los misterios de su ser sin ser alumbrados con una idea directriz que –sostiene- “solo podemos tomar de Europa”47. México, a juicio de Ramos, debía tener una cultura “mexicana”, pero entendiendo por tal “la cultura universal hecha nuestra, que viva con nosotros, que sea
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Ibíd., p. 80. Ibíd. Ibíd., pp. 80-81. Ibíd., p. 94.
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capaz de expresar nuestra alma”48. Para formar esa cultura el único camino posible consistiría en seguir aprendiendo de la cultura europea, en particular en lo que en ella hay de disciplina intelectual y moral.
Gaos consideró que existía cierto paralelismo entre la filosofía latinoamericana y la española. Este consistiría en su retraso respecto de la filosofía del viejo continente y su carencia de representantes al más alto nivel europeo.
De este modo, frente a los problemas de la cultura de su país, Ramos se deslinda tanto del europeísmo mimético como del mexicanismo exótico. Desde la descrita posición intermedia sostuvo que el problema de la cultura de su país no consistía tanto en hacer obras, sino sobre todo el formar hombres, y que para conseguir ese objetivo era necesario “primero, librar a los mexicanos de los complejos inconscientes que hasta hoy han cohibido el desarrollo de su ser verdadero”49. Con la desaparición de tales complejos, –sostuvo Ramos– “desaparecerá automáticamente el falso carácter, que, como un disfraz, se superpone al ser auténtico de cada mexicano (…) Comenzará entonces –concluyeuna segunda independencia, tal vez más trascendente que la primera, porque dejará al espíritu en libertad para la conquista de su destino”50.
Al reflexionar sobre el pensamiento latinoamericano Gaos dio un aporte decisivo a los efectos de que éste fuera reevaluado en los centros académicos y se lo convirtiera en un objeto de estudio. En esa labor, y desde una perspectiva fuertemente historicista, favoreció la elaboración de tesis doctorales sobre la trayectoria del pensamiento surgido en estas tierras, al tiempo que estimuló a sus estudiantes para que se dedicaran al estudio del mismo. En función de ello creó un seminario de historia de las ideas que permitió la emergencia de importantes figuras intelectuales, como fuera el caso de Leopoldo Zea y los miembros del Grupo Hiperión. El pensamiento latinoamericano como disciplina no habría sido posible sin su figura.
Digamos para finalizar que el texto de Ramos, al menos en el medio mexicano, en un comienzo no encontró gran acogida. No sólo por la profunda crítica que contiene respecto de sus connacionales, sino también porque se estimó que no poseía un carácter propiamente filosófico. Fue José Gaos el primero en reconocerle no sólo tal carácter, sino también, su importancia, sosteniendo que constituía una reflexión hecha desde el circunstancialismo y el perspectivismo de Ortega. Es decir, que constituía una reflexión sobre la circunstancia mexicana y desde su perspectiva.
EN TORNO A LA FILOSOFÍA MEXICANA
JOSÉ GAOS José Gaos llegó a México en 1938 como consecuencia de la Guerra Civil española. A la fecha tenía ya cierto prestigio en su patria, donde fuera discípulo de Ortega. Pronto se integraría a la UNAM desempeñando actividades académicas. Gaos, al estilo de Ortega, se sintió comprometido con la “circunstancia mexicana” y se esforzó por reflexionar desde ella. En este empeño procedió a estudiar la filosofía del país. Tal cosa desde la óptica circunstancialista de Ortega. Otra de sus actividades relevantes consistió en traducir los grandes clásicos de la filosofía a los efectos de que fueran publicadas por el Fondo de Cultura Económica que en 1934 había fundado Lázaro Cárdenas.
En el quehacer arriba referido Gaos dejó planteada la pregunta sobre la eventual existencia de una filosofía iberoamericana, cuestión que vino de la mano de un intento por perfilar los aspectos particulares y distintivos que tendría. Al respecto, –y siguiendo a plenitud a Ortega– Gaos sostuvo que “americana será la filosofía que americanos, es decir, hombres en medio de la circunstancia americana, arraigados en ella, hagan sobre su circunstancia, hagan sobre América”51. Así, pues, la filosofía latinoamericana, según Gaos, consistiría en aquella reflexión hecha por latinoamericanos sobre sus propias circunstancias, planteamiento que, entre paréntesis, hará plenamente suyo su principal discípulo, Leopoldo Zea. Gaos se preocupó de establecer en qué medida esa filosofía ya existía. En tal marco estudió la trayectoria del pensamiento en Latinoamérica y, lo que es más importante, definió criterios teóricos y metodológicos para su análisis. Según Arpini, Gaos “echó las bases teóricas y metodológicas de la Historia de las Ideas Hispanoamericanas”52. Gran parte de sus criterios sobre la materia
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Ibíd., pp. 95-96. Ibíd., p. 99. Ibíd., p. 101.
Gaos, José, Pensamiento de lengua española. México, Stylo, 1945, p.368. Citado en Beorlegui, Carlos, Historia del pensamiento filosófico latinoamericano. Bilbao, Universidad Deusto, 2004, p. 524. Arpini, Adriana, “El Historicismo. Una alternativa metodológica para la historia de las ideas latinoamericanas”. Arpini, Adriana (comp.). Estudios de Historia de las Ideas Latinoamericanas. Mendoza, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales - Universidad Nacional de Cuyo, 2003, p. 19.
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quedaron plasmado en su libro En torno a la filosofía mexicana, sobre la cual a continuación haremos algunas consideraciones. El problema central que Gaos planteó en la mencionada obra fue el referente a si existe una filosofía mexicana propiamente dicha, es decir, original. La respuesta que proporcionó a tal interrogante fue positiva, es decir, sostuvo que, bajo ciertas premisas que precisará, esa filosofía existía. A su juicio, sin embargo, habría una creencia en contrario, incluso entre los propios mexicanos. La razón de ello radicaría en la persistencia de una situación de dependencia cultural respecto de Europa, cuestión que habría impedido que se la estudiara. Y, en particular, que se escribiera su historia. Tal cosa sería fundamental pues sería la historia la que le daría su ser al pasado. En consecuencia, sería una historia de la filosofía mexicana la que constituiría a esta. Con el fin de argumentar estas tesis Gaos en su libro aborda diferentes cuestiones, cuya explicitación, –al menos de algunas de ellas– parece indispensable a los efectos de formarse una idea sobre su pensamiento. La primera que nos interesa destacar es su visión del quehacer historiográfico, particularmente en lo que se refiere a la historia de las ideas. La cuestión muestra su importancia no solo a la luz de la pregunta sobre la existencia de una filosofía mexicana, sino también de la existencia de un pensamiento latinoamericano. En este punto Gaos evidencia una posición que podríamos denominar como “presentista”. Esta consiste en sostener que no hay pasado en sí, que el pasado es construido desde cada presente. Esto es, que el pasado sería una construcción de la historiografía. Dicha construcción, por lo demás, se llevaría a cabo en función de las necesidades actuales y de un proyecto futuro. Dicho de una manera ortegeana, cada circunstancia presente proporcionaría una determinada perspectiva sobre el pasado, por lo cual éste variaría de generación en generación. Para decirlo con palabras del propio Gaos: “cada sucesivo presente, cada individuo en sucesivos presentes de su vida, ven a su manera los relativos pasados y futuros (…)”; por eso “el pasado es obra de cada uno de los sucesivos presentes en vista de los respectivos futuros”53. De allí que, concluye Gaos, “el pasado histórico no sea inmutable”54.
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Gaos, José, En torno a la filosofía mexicana. Ciudad de México, Alianza Editorial Mexicana, 1980, pp. 69-70. Ibíd., p. 70.
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Pero, aún más, para Gaos el pasado sería tal en la medida en que de alguna manera tenga una incidencia en el presente: de modo contrario no existiría. Dice al respecto: el pasado “no es absolutamente pasado. Porque si lo fuera no tendría realidad alguna. La realidad del pasado está en lo que, aún siendo pasado, tenga todavía de real, de presente en el presente”55. A partir de estas premisas es que Gaos podrá argumentar que si no existe filosofía mexicana es porque no se la ha querido ver, lo que equivaldría a decir a que no se ha escrito su historia, todo ello en razón del eurocentrismo de los intelectuales mexicanos, dirá; pero de escribírsela, sí existiría. “No hay filosofía mexicana (sólo) en la medida en que no hay Historia de la Filosofía mexicana”56, sostiene, en efecto. En segundo término, –y casi como contrapartida–, el pensamiento de Gaos en la obra que comentamos evidencia, en torno a la cuestión de la historia de las ideas, un radical historicismo. Esto es, una convicción en orden a que la comprensión de cualquier conjunto de ideas es imposible sin remitirse a las concretas condiciones en las que estas surgen. “La vida es siempre concreta –sostiene al respecto– y lo es la circunstancia. De aquí que solo si hemos reconstruido previamente la concreta situación y logramos averiguar el papel que en función de ella representa, entenderemos de verdad la idea. En cambio, tomada en el abstracto sentido que siempre, en principio, nos ofrece, la idea será una idea muerta, una momia y su contenido la imprecisa alusión humana que la momia ostenta”57. De aquí se infiere que la historia de las ideas debe ser vista como parte de la historia integralmente considerada, es decir, que debe analizárselas dentro de sus correspondientes interconexiones con el complejo societal de donde surge. Sería este complejo de factores, fechados y situados, el que, a juicio de Gaos, le daría inteligibilidad a las ideas. Digamos, entre paréntesis, que a nuestro juicio este planteamiento –que compartimos– no es del todo coherente con las arriba mencionadas consideraciones que hace Gaos respecto de la historia, cuyo acento está puesto en la subjetividad derivada de la circunstancia presente. Mientras que, de manera contraria, el énfasis en el contexto epocal de las ideas postulado en la reflexión recién comentada tiene (o pareciera tener) su acento en la objetividad. Aquí, pues, se evidencia una contradicción a resolver.
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Ibíd. Ibíd., p. 71. Ibíd., p. 20.
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Una tercera cuestión sobre la que reflexiona Gaos en este texto es la que se refiere al tema de la originalidad de las ideas. Digamos, entre paréntesis, que quienes postulaban que no existiría una filosofía mexicana se basaban precisamente en este punto. Sostenían al respecto que las ideas filosóficas en México no serían originales, razón por la cual no se podría sostener que existiera una filosofía mexicana. Gaos cuestiona este razonamiento afirmando que toda originalidad es relativa y que no hay originalidad absoluta. “Filosofías absolutamente originales en relación a las anteriores no existen”58 dice, en efecto. Así, —agrega— la filosofía griega es inconcebible sin el saber oriental; el pensamiento medieval sin el griego e incluso el moderno sin el medieval. Toda idea nueva es sólo relativamente nueva u original. Lo mismo sucedería con la filosofía mexicana. Tiene una originalidad, aunque sólo relativa. En relación a esta cuestión Gaos analiza el tema de las recepciones de pensamiento por parte de los intelectuales latinoamericanos. A tales efectos usa el término “importaciones”. “¿Es posible –se pregunta– que la importación de filosofías sea un hecho histórico tan puramente receptivo, tan pasivo, que no implique ninguna actividad algo más que receptiva, por poco que lo sea, y que por ende pueda considerarse como aportativa, si quiera en grado mínimo?”59. La respuesta de Gaos a esta interrogante postula que en la importación de ideas filosóficas siempre habrá algo de creación. Desde ya porque quien procede a importar vive en una particular circunstancia histórica, la cual marcará el modo en que profesará el corpus de pensamiento importado, condicionará la interpretación que hará del mismo y las funcionalidades que le dará. Gaos distingue distintos tipos de importaciones. Pero lo más relevante es que propone sobre el punto una serie de conceptos, como son los de “importación aportativa”, “importación selectiva”, “externa”, “interna”, “con espíritu metropolitano” o “con espíritu colonial”. La primera, la importación aportativa, –dice– implica que el pensamiento que se importa queda sujeto a ulteriores desarrollos de acuerdo a las realidades nacionales. Supone, por tanto, un rol activo y creador, dando lugar a una originalidad relativa. Mientras que las importaciones selectivas implicarían una decisión sobre cuáles corpus de pensamiento importar y cuáles no, cuestión que también le otorgaría a quienes proceden a hacerla un rol activo y creativo. Poniendo como ejemplo la obra de varios filósofos mexicanos que analiza, Gaos concluye en que las “importaciones de filosofía en México han sido aportativas” y, por tanto, que suponen una originalidad relativa.
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Ibíd., p. 46. Ibíd., p. 48.
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En base a todas las precisiones conceptuales que ha hecho, esto es, a su presentismo, a su radical historicismo, y desde su concepción sobre la originalidad relativa de las “importaciones aportativas”–, es que Gaos aborda el tema relativo a la existencia de una filosofía mexicana. Y de rebote, –diríamos de nuestra parte–, proporciona elementos teóricos y metodológicos útiles a los efectos de pensar sobre la posible existencia de un pensamiento latinoamericano. Las conclusiones a las que llega sostienen que la filosofía mexicana existe, pero a condición de que: 1) nos libremos del prejuicio eurocentrista que afirma lo contrario y que considera que toda verdadera filosofía es europea; 2) que entendamos que, pese a que opera mediante importaciones, la filosofía mexicana, como cualquiera otra, posee una originalidad relativa. Ello por cuanto tales importaciones han sido aportativas “en grado no inferior al de otras muchas filosofías que figuran en la historia de la Filosofía (…) por sus relativas aportaciones a la filosofía universal”60; 3) que se requiere escribir su historia para convertirla en una realidad palpable; y 4) que esta escritura tendrá que hacerse desde las actuales circunstancias latinoamericanas, reflejando sus problemas, necesidades y su correspondiente perspectiva de futuro.
A MODO DE CONCLUSIÓN: LA FACTIBILIDAD DEL PENSAMIENTO LATINOAMERICANO A nuestro juicio, a modo de conclusión, se puede decir que los expuestos criterios metodológicos y epistemológicos sentados por Ortega, asumidos por Ramos, y desarrollados por Gaos, son del todo aplicables al estudio del pensamiento latinoamericano en general. A partir de tales criterios al menos podrían hacerse las siguientes afirmaciones: 1. Que el pensamiento auténtico es aquel que se hace desde las circunstancias propias, lo cual, a su vez, condiciona una determinada perspectiva del mundo. 2. Que (al modo ortegeano) se puede afirmar que un pensamiento latinoamericano que supere sus tradicionales tendencias miméticas, equivale a decir latinoamericanos pensando sus circunstancias con una perspectiva propia. 3. Que se debe admitir que un Pensamiento Latinoamericano tal existe, aunque no siempre se haya reconocido su existencia y la solidez de sus supuestos epistemológicos.
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Ibíd., p. 53.
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4. Que dicho pensamiento tiene relativas cuotas de originalidad. 5. Que, sin embargo, hay que hacer su historia para constituirlo. 6. Que para ello hay que comprenderlo como parte de la historia de LatinoAmérica, o, lo que es lo mismo, que hay que reconocer su historicidad.
EL LIBERALISMO CATÓLICO EN LA PRENSA MEXICANA DE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XIX (1833-1857) —Iñigo Fernández Fernández
HISTORIA 396 ISSN 0719-0719 Nº 1 - 2014 [59-74]
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EL LIBERALISMO CATÓLICO EN LA PRENSA MEXICANA DE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XIX (1833-1857) CATHOLIC LIBERALISM IN THE MEXICAN PRESS DURING THE FIRST HALF OF THE NINETEENTH CENTURY (1833-1857)
7. Que tal cosa es sólo posible desde nuestras actuales circunstancias latinoamericanas, y no desde las europeas; y, por tanto, desde nuestros problemas contemporáneos y en vistas a un proyecto de futuro.
Iñigo Fernández Fernández Universidad Panamericana, México. infernan@up.edu.mx / inigus2002@gmail.com
8. Que el desafío consiste en asumir los criterios señalados.
BIBLIOGRAFÍA
Resumen
Arpini, Adriana, “El Historicismo. Una alternativa metodológica para la historia de las ideas latinoamericanas”. Arpini, Adriana (comp.). Estudios de Historia de las Ideas Latinoamericanas. Mendoza, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales Universidad Nacional de Cuyo, 2003.
Aunque la historiografía acerca de la relación entre la Iglesia y el Estado en el México del siglo diecinueve ha avanzado en los últimos años, lo cierto es que la versión que prevalece sobre la misma sigue siendo planteada en términos de confrontación entre dos proyectos: el liberal / progresista y el católico / retrogrado, que son representados como bloques monolíticos, cerrados y perfectamente diferenciados. En este contexto, el presente texto hace un análisis de la prensa liberal que circuló por las calles de Ciudad de México a mediados del siglo XIX y trata de matizar el enfoque anterior para demostrar las características esenciales de un liberalismo católico que destacó por ser anticlerical pero no antirreligioso.
Beorlegui, Carlos, Historia del pensamiento filosófico latinoamericano. Bilbao, Universidad Deusto, 2004. Corvalán Marquez, Luis, “Emancipación intelectual y unidad latinoamericana en el pensamiento de Pedro Henríquez Ureña”. Cuadernos del Centro de Estudios del Pensamiento Latinoamericano de la Universidad de Playa Ancha. Nº 18. 2011. Devés, Eduardo, El pensamiento Latinoamericano en el siglo XX. Entre la modernización y la identidad. Buenos Aires, Ed. Biblos, 2004.
Palabras clave: México, liberalismo, catolicismo, prensa, siglo XIX.
Gaos, José, En torno a la filosofía mexicana. Ciudad de México, Alianza Editorial Mexicana, 1980. Ortega y Gasset, José, Obras Completas. Tomo I. Madrid, Revista de Occidente, 1963. Ramos, Samuel, Perfil del hombre y la cultura en México. Buenos Aires, Ed. EspasaCalpe, 1952. Roig, Arturo Andrés, Teoría y crítica del pensamiento latinoamericano. México, Fondo de Cultura Económica, 1981. Salazar Bondy, Augusto, ¿Existe una filosofía en nuestra América? México, Ed. Siglo XXI, 1978. Zea, Leopoldo, El Pensamiento Latinoamericano. México, Ed. Ariel, 1976.
[Recibido el 13 de Junio de 2013 y Aceptado el 24 de abril de 2014]
Abstract While the historiography about the relationship between the church and the state in nineteenth century Mexico advanced in the recent years, the version that prevails about this relationship continues to be raised in terms of the confrontation between two projects -the liberal/progressive and the catholic/retrograde. The confrontation is represented as monolithic, closed, and perfectly differentiated. In this context, this paper analyzes the liberal press that circulated through the streets of Mexico City in the mid-nineteenth century and seeks to redefine the previous approach in order to demonstrate that the essential characteristics of a Catholic liberalism was exceptional for being anticlerical but not antireligious. Keywords: Mexico, liberalism, Catholicism, press, nineteenth century.
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INTRODUCCIÓN En los últimos años se ha notado un interés por estudiar los vínculos entre la Iglesia y el Estado en el México del siglo XIX desde una perspectiva diferente a la construida durante la República Restaurada, el Porfiriato y la Revolución. El discurso historiográfico tradicional, que representaba a la Iglesia como una institución enemiga del liberalismo, estática y fanática, hoy resulta poco convincente dada su incapacidad para ofrecer respuestas a los nuevos cuestionamientos que los historiadores nos planteamos sobre la materia. Durante el siglo XX, este tema fue estudiado a través de ópticas diferentes. Carlos Alvear, Mariano Cuevas y José Gutiérrez Casillas1 lo hicieron desde una perspectiva afín a la Iglesia que, en ocasiones, destacó por su carácter apologético. Por su parte, Jorge Adame, Roberto Blancarte, Manuel Ceballos, Carlos Martínez Assad y Jean Meyer2, entre otros, han escrito desde los ámbitos de la historia y la sociología para brindar una visión laica de este vínculo. Recientemente, las obras de Brian Conaughton, William Fowler y Humberto Morales, y Erika Pani3 son una evidencia sólida del esfuerzo por romper los estereotipos en torno a los grupos conservador y liberal reconociendo la existencia de varios “conservadurismos” y “liberalismos”, algunos de ellos con posturas cercanas entre sí y presentando a la Iglesia como una institución dinámica que contaba con miembros que no negaban su adhesión a la versión más moderada del liberalismo4.
EL LIBERALISMO CATÓLICO EN LA PRENSA MEXICANA DE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XIX (1833-1857) —Iñigo Fernández Fernández
El presente trabajo parte de la existencia de un liberalismo político manifiestamente católico entre 1833, año en el que se promulgaron las primeras leyes liberales en México5, y 1857 con la proclamación de la primera constitución liberal en el país. Este liberalismo no sólo aspiraba a que se reconocieran las garantía individuales en México6, también se replanteaba el vínculo entre la Iglesia y el Estado heredado de la época virreinal dado el avance de un concepto de gobierno que, en palabras de Conaughton, “prescindiría de la confesionalidad en sus esfuerzos para regir a la sociedad”7, lo que a su vez, enfrentaría a los poderes civil y eclesiástico, a los católicos y a los liberales radicales, en torno a dos cuestiones estrechamente vinculadas: ¿era el poder político o el religioso quien tenía el derecho de definir los límites propios de la república? y ¿la Iglesia constituía una esfera de poder autónoma a la del Estado? A partir de 1848, y como consecuencia de la tragedia que representó para México la Guerra contra Estados Unidos8, marcó un punto de inflexión en el pensamiento político mexicano9. Así, encontramos en los liberales un fuerte deseo de dar respuesta a estas preguntas. Los años que siguieron a este conflicto representaron un tiempo de estabilidad y paz que lejos de ser producto de la fortaleza del gobierno, se debió a “la completa descomposición y fragmentación del sistema político y a la pérdida correlativa de todo punto de referencia
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Alvear Acevedo, Carlos, La Iglesia en la historia de México. México, Jus, 1975; Cuevas, Mariano S. J., Historia de la Iglesia en México. México y El Paso, Imprenta del Asilo y Editorial Revista Católica, 1921-1924 y Gutiérrez Casillas, José S. J., Historia de la Iglesia en México. México, Porrúa, 1984. Adame Goddard, Jorge, El pensamiento político y social de los católicos mexicanos, 18671914. México, IMDOSOC - UNAM, 1991; Blancarte, Roberto, Historia de la Iglesia católica en México. México, FCE, 1992; Ceballos Ramírez, Manuel, El catolicismo social: un tercero en discordia. Rerum Novarum la “cuestión social” y la movilización de los católicos mexicanos 1891-1911. México, El Colegio de México, 1991; Martínez Assad, Carlos, Religiosidad y política en México. México, Universidad Iberoamericana - Programa Institucional de Investigación en Cultura y Religión, 1992; Meyer, Jean, La Cristiada. México, Siglo XXI, 3 Vols., 1973-1975. Conaughton, Brian, Entre la voz de Dios y el llamado de la patria. Religión, identidad y ciudadanía en México, siglo XIX. México, FCE/UAM-Iztapalapa, 2010; Fowler, William y Morales, Humberto, El conservadurismo mexicano del siglo XIX. México, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y Universidad de St. Andrews, 1999 y Pani, Erika, Conservadurismo y derechas en México. Vol. 1. México, FCE, 2010. A los textos anteriores habría que sumar la tesis doctorales de Manuel Olimón Nolasco, Clemente de Jesús Munguía y el incipiente liberalismo de Estado en México y de Pablo Mijangos, The Lawyer of the Church: Bishop Clemente de Jesús Munguía and the Ecclesiastical Response to the Liberal Revolution in Mexico (1810-1868) defendidas en los años 2005 y 2009, respectivamente.
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Ello fue consecuencia de la llegada al poder de Valentín Gómez Farías, miembro del Partido del Progreso. Fundado por José María Luis Mora en 1833, esta organización se inspiraba en los ideales de la Ilustración francesa y fue la primera en proponer una reforma estructural del país que contemplaba, entre otras cuestiones, la libertad de imprenta, la supresión de los fueros militares y eclesiásticos, la supresión de las órdenes religiosas, la circulación de la riqueza interna, eliminación del monopolio eclesiástico sobre la educación, la apertura de bibliotecas públicas y la eliminación de la pena de muerte. Veáse Mora, José María Luis, Obras sueltas de José María Luis Mora, ciudadano mexicano. Tomo 1. París, Librería de Rosa, 1837, p. 56. Breña, Roberto, “‘Liberal’ y ‘liberalismo’ en la Nueva España y México (1808-1848)”. Fernández Sebastián, Javier (coord.). La aurora de la libertad: los primeros liberalismos en el mundo. Madrid. Marcial Pons. 2012. p. 328. Conaughton, Brian, “De la tensión de compromiso al compromiso de gobernabilidad. Las leyes de reforma en el entramado de la conciencia política nacional”. Conaughton, Brian (coord.). México durante la guerra de reforma. Tomo I: Iglesia, religión y Leyes de Reforma. México. Universidad Veracruzana. 2011. p. 76. La Guerra tuvo lugar de 1846 a 1848 y entre sus causas destacan: la debilidad estructural de México, a anexión de Texas a Estados Unidos, la doctrina de El Destino Manifiesto defendida por el presidente norteamericano James Polk y el proyecto estadounidense de construir un ferrocarril que conectara las costas de los oceános Atlántico y Pacífico. El cariz trágico de la guerra se manifestó en el hecho de que con ella, poco menos de la mitad del territorio mexicano pasó a manos de Estados Unidos. Aguilar Rivera, José Antonio, “Tres momentos liberales en México (1820-1890)”. Jaksi, Ivan y Posadas Carbó, Eduardo (eds.). Liberalismo y poder. Latinoamérica en el siglo XIX. Santiago de Chile. FCE. 2011. p. 133.
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o centro de poder que pudiese oponerse al mismo”10. La crisis del sistema propició el desarrollo de los proyectos políticos que se enfrentaron durante la segunda mitad del siglo XIX: los liberalismos moderado y puro, el conservadurismo y el monarquismo. Así, Suárez de la Torre explica que en 1850 los liberales puros contaban con una representación pequeña en el Congreso, en tanto que los moderados ocupaban los principales cargos públicos y los monarquistas controlaban el ayuntamiento de la Ciudad de México11. De igual forma, la situación favoreció la aparición de una opinión pública activa –de ahí que recurriéramos a la prensa como fuente documental para este análisis– que se caracterizó por discutir los fundamentos de la política mexicana; por cuestionar o defender, según fuera el caso, la naturaleza de las instituciones sociales y en especial las religiosas12, y por crear un ambiente de confrontación cada vez más polarizado. Pese a que los liberales radicales proponían el ejercicio de una fe esencialmente ética y rechazaban las manifestaciones externas de culto y que la Iglesia seguía manteniendo su “concepción del mundo vertical y corporativista” y se negaba a “reducir su papel a la simple esfera individual de las personas”13, lo cierto es que también podemos encontrar puntos de convergencia entre ambos grupos. A partir del inicio de la década de los años cincuenta, y pese a la llegada del liberalismo radical al poder en 185514, tanto la Iglesia como algunos liberales declaradamente católicos intentaron “hablar un mismo idioma” y apropiarse, en la medida de lo posible, de los principios del otro15, si bien reconocían que
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“las visiones, lenguajes y valores del catolicismo contribuyeron de manera importante a dar forma a las percepciones y reacciones de los actores políticos”16. Asimismo, aspiraban a mantener la unidad nacional por encima de todo17, y, por último, sabían que en la práctica era imposible separar la religión de la política pues el catolicismo era una forma de vida al tiempo que una autoridad moral de la que dependía aún el poder civil18. Este liberalismo católico al que nos referimos encontró en la prensa un espacio ideal para expresarse y demostrar que, contrario a lo que afirmaban los conservadores más recalcitrantes, no existía contradicción alguna en ser católico en cuestiones religiosas y liberal en lo político. Ello ayuda a entender el hecho de que sin importar la tendencia moderada o radical de sus editores y escritores, los cuatro periódicos que analizamos para realizar la presente ponencia –El Demócrata, El Monitor Republicano, El Siglo XIX y El Zurriago– tuvieran contenidos que destacaban por ser anticlericales, pero jamás antirreligiosos. En vista de lo anterior es pertinente plantearnos dos preguntas que responderemos en las siguientes páginas: ¿qué argumentos fueron usados en la prensa liberal para vincular al liberalismo con la religión? y ¿qué es lo que se buscaba con ello? Creemos que las respuestas a estas interrogantes pasan por el análisis de ciertos conceptos religiosos utilizados por los periodistas al tiempo que por la revisión de algunos textos de corte religioso anunciados en las publicaciones periódicas analizadas.
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Palti, José Elías, La invención de una legitimidad. México, FCE, 2005, p. 219. Suárez de la Torre, Laura, “En circunstancias críticas. 1849-1850. Selección de cartas del archivo Valentín Gómez Farías”. Rojas, Beatriz (coord.). Mecánica política: para una relectura del siglo XIX mexicano. Antología de correspondencia política. México. U. de G. - Instituto de Investigaciones Históricas Dr. José María Luis Mora. 2006. p. 217. Palti, La invención de una legitimidad, p. 328. Bastian, Jean Pierre, “El impacto regional de las sociedades religiosas no católicas en México”. Relaciones. Estudios de Historia y Sociedad. Vol. XI. N° 42. 1990. p. 50. En 1855 triunfó la Revolución de Ayutla. Con ella llegó al poder un grupo de políticos encabezados por Ponciano Arriaga, José María Iglesias, Benito Juárez, Miguel Lerdo de Tejada, Melchor Ocampo, etc., que representan a la segunda generación de liberales mexicanos. Herederos del Partido del Progreso, proponían modernizar al país a través, como ya se ha dicho, de la réplica del modelo estadounidense, en cuanto al respeto a los derechos de los individuos, la instrucción del pueblo, el reconocimiento al derecho a la propiedad, la separación entre el Estado y la Iglesia y, en consecuencia, la creación de un Estado laico. El punto culminante de su trabajo legislativo fue la Constitución de 1857, la primera en México que antepuso los derechos de los ciudadanos a la organización del Estado y, pese a que no reconoció la libertad de cultos, también fue la primera que no hizo referencia al tema de la religión católica. Pani, Erika, “‘Si atiendo preferentemente al bien De mi alma...’. El enfrentamiento IglesiaEstado, 1855-1858”. Signos históricos. Vol. 1. N° 2. 1999. p. 41.
El liberalismo tomó términos y valores propios del catolicismo para integrarlos en un discurso que proponía, ya fuera de manera radical o moderada, un cambio en las relaciones entre la Iglesia y el Estado –como instituciones terrenales– pero que no fuera en detrimento de la religión en su calidad de cuerpo dogmático. Uno de los primeros conceptos que utilizados fue el de “razón”. Si bien durante la Edad Media los pensadores cristianos defendieron a la razón como un
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Pani, Erika, “‘Las fuerzas oscuras’. El problema del conservadurismo en la historia de México”. Conservadurismo y derechas en la historia de México. México. FCE – CONACULTA. 2010. p. 31. Bastian, “El impacto regional de las sociedades religiosas no católicas en México”, p. 51. Conaughton, Brian, “Forjando el cuerpo político a partir del corpus misticum: la búsqueda de la opinión pública en el México independiente, 1821-1854”. Conaughton, Entre la voz de Dios y el llamado de la Patria, p. 107 y Escalante Gonzalbo, Fernando, Ciudadanos imaginarios. México, El Colegio de México, 1992, p. 160.
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complemento de la fe para facilitar al hombre el conocimiento de los mundos natural y sobrenatural, en el siglo XVII René Descartes marcó la separación entre la filosofía y la religión, entre la razón y la fe, en un proceso que llegaría a su punto culminante en la Ilustración francesa, donde la razón “[...] se convierte en el único centro y punto de referencia, cayendo en la absolutización de la misma. Todas las demás rupturas son consecuencia de ésta (por ejemplo, la separación fe-moral)”19. Aunque el liberalismo mexicano abrevó de las ideas de Edmund Burke y Benjamin Constant20 como del pensamiento ilustrado, y contrario a lo publicado en los periódicos católicos de la primera mitad del siglo XIX, lo cierto es que hubo liberales que no descartaron a Dios del ámbito de la razón. En 1839, El Zurriago21 aprovechó la oportunidad para reflexionar en torno al tema. Sus autores, por desgracia anónimos, defendían la idea de que ésta era el medio que permitía a los hombre reunirse en sociedad y, en cumplimiento de la voluntad divina, dominar a cuantos seres existían; es más reconocían la espiritualidad como una manifestación de ese producto de la razón pura o lógica llamado metafísica que definían como la “ciencia de los seres espirituales, y por consiguiente el examen de la unión mutua del principio que piensa, con el principio material extenso y divisible […]”22. También encontramos en las palabras de los autores y editores de El Monitor Republicano, periódico del liberalismo radical, la vinculación entre el liberalismo y la religión con afirmaciones tales como que el periodista ejercía la magistratura y el sacerdocio de la razón23, o bien, que el hombre era responsable ante Dios de ilustrar su entendimiento. Para reforzar este punto, hasta citaron la famosa frase de San Agustín: “Conózcanme y conózcanle” y preguntaban a sus lectores “¿cuántos cumplen con este aviso?”24 Años más tarde, y en el contexto de un país en el que las diferencias entre los conservadores y liberales más radicales apuntaban hacia el estallido de una guerra –la de los Tres Años– los editorialistas de El Monitor afirmaban que
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Renedo, Guillermo, “La relación fe-razón en el uso de las fuentes de la teología moral”. Ecclesia. Vol. XX. N°1. 2006. En: http://www.upra.org/archivio_pdf/ec61-renedo.pdf Aguilar Rivera, “Tres momentos liberales en México (1820-1890)”, p. 126. En el siglo XIX, el término “Zurriago” tenía las acepciones de “látigo” y de “escrito fuertemente satírico”. “Idea general de la ciencia”. El Zurriago, periódico científico, literario e industrial. Tomo 1. N° 12. México. 30 de noviembre 1839. p. 109. “Desenfreno de la prensa”. N° 2680. México. 21 de septiembre 1852. p.3. “Instrucción popular”. El Monitor Republicano. Año VIII. N° 2655. México. 27 de agosto 1852. p.3.
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Jesucristo era el Mesías y que los misterios que había develado a los hombres tenían motivos de credibilidad que pasaban por el filtro de la razón, de tal manera que: “Lejos, pues, de ser una impiedad examinar el todo, buscar el por qué de todo y someterlo todo al juicio de la razón, es obrar de conformidad con el beneplácito divino, es no inutilizar una de las mejores facultades que nos dio el Creador, es perfeccionarse, es, en fin, acercarse a la divinidad”25. El uso del término “impiedad” fue un arma fundamental en el discurso que los sectores más conservadores de la Iglesia utilizaron para calificar los comentarios liberales que, a su entender, eran poco ortodoxos o contrarios al dogma. Éstos, por su parte, se preocuparon por aclarar que el liberalismo no era sinónimo de impiedad y, mucho menos, de ateísmo. Desde 1839, los escritores de El Zurriago evidenciaron esta preocupación y recurrieron al diálogo entre un repartidor y un periodista –recurso muy utilizado en la época para facilitar la comprensión de temas complejos– con la idea de defender la postura a la que nos referimos. Así, cuando el repartidor comenta las preocupaciones que tienen fray Pedro y el señor doctor Pablo sobre la orientación del periódico, el periodista, quien representa la voz colectiva de la publicación, contesta: “Diga usted a esos reverendos señores que no tengan cuidado ninguno; que El Zurriago no será impío ni antirreligioso, ni nada de lo que temen porque gracias al cielo como que soy periodista, todavía me queda algo de juicio [...]”26. Así como los periodistas liberales tenían aún “el juicio” para no ser impíos ni enemigos de la religión, también se preocuparon por espacios en sus periódicos para que los políticos hicieran lo propio. Por ejemplo, en su sección de “Crónica parlamentaria”, El Siglo XIX reprodujo algunas líneas del discurso que el periodista y político mexicano Guillermo Prieto improvisó en la sesión de la cámara de diputados del 30 de julio de 1856 “[…] ¡El partido democrático contrariando la razón cristiana! […]. El partido de la fraternidad de contrariar, el
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“Editorial. Lo pasado y el por venir”. El Monitor Republicano. Año XII. N° 3738. México. 23 de noviembre de 1857. p. 1. “El repartidor y el periodista”. El Zurriago, periódico científico, literario e industrial. Tomo 1. N° 3. México. 13 de septiembre de 1839. p. 24.
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dogma del que decía: ‘todos los hombres son hermanos, amaos los unos a los otros’. Esto, señores, sería más que el delirio, sería el imposible”27. Tal como sucedió con la razón, los periodistas liberales también vincularon la libertad con Dios –mas no con la Iglesia, cabe destacar– al sostener que ésta no provenía ni del pueblo, ni del gobernante, ni del derecho, por el contrario, era un don que Dios había dado al hombre a través de la voluntad y del albedrío y aunque el Señor dejó a los hombres la facultad para reprimir los abusos que en nombre de las leyes se pudieran realizar, jamás les dotó del poder para sofocarlas28. El argumento poseía fuerza porque establecía el origen divino de la libertad, como derecho del hombre, al tiempo que reconocía que Dios concedió al poder temporal, representado aquí por la ley, la facultad de combatir los abusos en su contra. Esta defensa de la libertad no sólo era producto de un apego estricto al ideario liberal29, también formaba parte de una agenda política que dentro del conjunto de las libertades humanas, reconocía que la de cultos era la más importante. Aunque esta postura generó una confrontación manifiesta entre los liberales y la Iglesia, que seguía defendiendo el carácter único y obligatorio del catolicismo en México –por ser lo único que mantenía la unidad del pueblo mexicano–, ello no fue obstáculo para que los primeros procuraran demostrar que este principio no era contrario al dogma. Es más, el tema de la libertad de cultos estuvo presente en la prensa y la política desde 1821 tras la consumación de la independencia mexicana. En 1833, año en el que inicia esta ponencia, los diputados Escudero, Riveroll y Riva Palacio presentaron en el Congreso un proyecto que promovía la libertad plena en materia religiosa30, pero que fue rechazado por la mayoría de sus compañeros. El fracaso anterior pudo ser un aliciente para que algunos liberales buscaran una estrategia diferente, basada ahora en la prensa y en el uso de un tono conciliador. El Indicador de la Federación Mexicana tocó el tema con un texto que, pese a ser anónimo, posee el estilo de José María Luis Mora. En él, apelaba
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“Crónica parlamentaria”. El Siglo XIX. Año XVI. N° 2773. México. 31 de julio 1856. p. 2. “Parte científica. Libertad de imprenta”. Tomo 3. N° 1180. El Siglo XIX. México. 20 de febrero 1845. López Lopera señala que “si hay algún valor que identifique plenamente al pensamiento político moderno, ese es, sin duda, la libertad. El liberalismo asumió su denominación prendido de la defensa de ella, independientemente de sus matices […]”. López Lopera, Liliana, Las ataduras de la libertad: autoridad, igualdad y derechos. Antioquia, Universidad Eafit, 2007, p. 8. “El Demócrata. México 31 de agosto de 1833”. El Demócrata. Tomo 2. N° 190. México. 2 de noviembre de 1833. p 3.
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a principios como los de la razón y la justicia para defender la tolerancia de cultos. Es más, hasta llegó al extremo de referirse a la “[…] verdadera piedad, la piedad ilustrada, siempre tierna y compasiva, como que no puede renunciar a su carácter dulce, pacífico y sensible, para complacerse con las desgracias de sus semejantes y repastarse con los gemidos y los clamores de la desesperación; también se interesa que no se atormente y aflija inútilmente la humanidad por opiniones que no le es dado de poner a su arbitrio”31. Del argumento anterior destaca que se recurriera a un término tan estrechamente vinculado a lo religioso como la piedad para defender la libertad de cultos, recurso que, como hemos mencionado, fue habitual en la prensa liberal. Los editores y escritores liberales también penetraron en el campo de la teología para demostrar la validez de su punto. El Demócrata publicó un artículo en el que explicaba que los teólogos convenían que si un individuo o un pueblo profesaba la religión verdadera, ello era consecuencia de las gracias concedidas gratuitamente por bondad de Dios y que era éste el único que podía concederlas a otros individuos y pueblos que se hubieren hecho más dignos de ellas32. El Indicador de la Federación Mexicana dio continuidad a esta estrategia al referirse a la vida de Jesucristo y, consecuentemente remitirse al Evangelio, como muestra de caridad, dulzura y tolerancia. Afirmaba que si la tolerancia religiosa se hallaba consignada en las Sagradas Escrituras, como resultaba “evidente”, entonces era de suponerse que su aplicación en México no acabaría con la religión católica ni tampoco destruiría el orden y la tranquilidad internas; de tal suerte que la oposición mostrada por el clero ante este precepto terminaba por ser una postura poco cristiana consecuencia de los intereses terrenales de éste y no de su apego al Evangelio33. En los años cincuenta, mientras que El Siglo XIX apoyó la lucha por la tolerancia de cultos publicando los debates que estaban teniendo lugar en el parlamento español, El Monitor Republicano retomó el anterior al vincular el
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“Tolerancia”. El Indicador de la Federación Mexicana. Tomo 2. N° 5. México. 1 de enero 1834. p. 194. “Tolerancia”. El Demócrata. Tomo 2. N° 195. México. 7 de noviembre 1833. p. 3. “Tolerancia”. El Indicador de la Federación Mexicana. Tomo 2. N° 5. México. 1 de enero de 1834. p.185.
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cristianismo con la libertad “porque es la religión [cristiana] de los que aman la libertad, y están prontos a dar la sangre de sus venas por sus hermanos; porque principal fundamento de ella es este precepto, en el que se resuma toda la moral: ama a tu hermano como a ti mismo, y lo que no quieras para ti, no lo quieras para él”34. Por último, en 1856, y a la luz de las discusiones que tenían lugar en la cámara mexicana de diputados en torno a si la nueva constitución contemplaría o no la libertad de cultos, el liberal José J. González publicó un artículo en El Monitor Republicano se proclamaba católico ferviente y explicaba que la tolerancia religiosa no era contraria al catolicismo, por el contrario, hacía resaltar su carácter de religión verdadera ante la razón y la filosofía35.
LA LITERATURA RELIGIOSA Y SU PUBLICIDAD Más allá de las funciones primordiales que por vocación debían cumplir los periódicos liberales –difundir sus preceptos, transformar a la sociedad y defenderse de sus detractores–, también dedicaron espacios, en ocasiones importantes, para dar difusión a libros de carácter religioso. Era costumbre en la prensa liberal publicar, aunque de manera un tanto irregular36, anuncios de los libros que pronto estarían a la venta o bien que acababan de publicarse. Normalmente se trataba de textos que se producían en las imprentas de los periódicos o en aquellas que eran propiedad de quienes estaban a cargo de imprimirlos. Si bien esta práctica ya la encontramos en las primeras publicaciones periódicas del México independiente, lo cierto es que se generalizaron a finales de la década de los cuarenta y a lo largo de la de los cincuenta. A manera de muestra, presentamos los siguientes ejemplos: 1. Pequeña cuaresma o sermones de Marssillon, obispo de Clermont. Publicado por vez primera en Francia en el año de 1744, el libro reunía las prédicas que el obispo Massillon dio al rey Luis XV con motivo de la cuaresma de 1718. Su intención fue hacer una prédica diferente a la de su tiempo; es decir, menos erudita, más directa y entretenida y con ideas “grandes y
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sublimes, que elevan el alma [y] manifiestan la religión con el carácter de grandeza y majestad que le son propias […]”37. 2. Discursos religioso y político sobre el origen, naturaleza, inmunidades y verdadera inversión de los bienes eclesiásticos. Obra póstuma del Reverentísimo Padre Fra Paolo, traducida del italiano al francés y de éste al castellano por un mexicano. El texto, impreso ese mismo en la imprenta capitalina de Juan Ojeda, era el análisis crítico que Fra Paolo, sacerdote de la península itálica, realizó sobre los bienes del clero. Explicaba los medios por los que la Iglesia había acumulado grandes riquezas para la manutención del sacerdocio y de como éstas, en vez ser usadas para la manutención del clero y el socorro de los pobres, motivaron la corrupción de los clérigos38. 3. La autoridad de los poderes o límites de la potestad civil y eclesiástica, obra escrita por Henry-François D’Ageusseau a mediados del siglo XVIII y publicada en España en 1845. En ella, D’Ageusseau defendió el absolutismo pero, más importante aún, la complementariedad de los derechos civil y religioso como la supremacía del segundo sobre el primero39. 4. Vida del Señor San José, dignísimo esposo de la Virgen María y padre putativo de Jesús. Del jesuita novohispano José Ignacio Vallejo, el libro fue editado en 1774 y reedito por tercera vez en 1845 en la imprenta de Lara, una de las más importantes de la capital mexicana en la primera mitad del siglo XIX. En realidad se trataba de un libro apologético a San José, figura “a la que se le han tributado especiales cultos” en México “desde que se plantó la verdadera religión” en el siglo XVI40. 5. El protestantismo comparado con el catolicismo en sus relaciones con la civilización europea del presbítero español Jaime Balmes, cuyas obras fueron muy leídas América Latina y en España por los grupos más conservadores. En este libro, editado en la Ciudad de México por el destacado impresor Rafael de Rafael en 1846, cuestionaba el racionalismo y los es-
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“Reflexiones”. El Monitor Republicano. Año VII. N° 2158. México. 18 de abril 1851. p. 4. González, José J., “Necesidad de la paz para que la nación prospere”. El Monitor Republicano. Año XI. N° 3150. México. 22 de abril 1856. p. 1. Esta irregularidad se debía a factores tan diversos como los costos del papel y la tinta, la compra de los textos en el extranjero, su traducción…
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Marssillon, Jean Baptiste, Pequeña cuaresma o sermones de Marsillon, obispo de Clermont. París, Librería de Cormon y Blanc, 1827, p. X. Paolo, Fra, Discursos religioso y político sobre el origen, naturaleza, inmunidades y verdadera inversión de los bienes eclesiásticos. Obra póstuma del Reverentísimo Padre Fra Paolo, traducida del italiano al francés y de éste al castellano por un mexicano. México, imprenta de Juan Ojeda, 1833, p. 3. Henry-François, D’Ageusseau, La autoridad de los poderes o límites de la potestad civil y eclesiástica. Barcelona, Imprenta de José Torner, 1845, pp. I-V. Vallejo, José Ignacio, Vida del Señor San José, dignísimo esposo de la Virgen María y padre putativo de Jesús. México, Imprenta de J. M. Lara, 1845, pp. I-III.
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tudios sociales, afirmaba que la razón había entrado en crisis durante el siglo XIX y aseguraba que mientras que algunos atribuían los avances de la civilización a la Reforma protestante, en realidad ésta dejó a las sociedades “con la cabeza en el cielo y los pies en el abismo”41. En los ejemplos mencionados destaca la diversidad de posturas religiosas que contenían –algunos conservadores y apegados a la ortodoxia católica en tanto que otros críticos y de corte liberal–. Esta variedad pone de manifiesto la ausencia de una línea editorial firme, o al menos evidente, que incidiera en un proceso de discriminación de los libros que se deseaban anunciar. Dicho de otro modo, parece ser que los editotres liberales no tenían problema en hacer publicidad indiscriminada a todo tipo de textos. Una explicación para este fenómeno podría radicar en el interés de los encargados de la prensa liberal por promover las obras pías en aras de alcanzar dos fines: dar cuenta de la religiosidad de la que hablamos y defender una libertad tan importante para ellos como escasa en el México de entonces: la de imprenta. Más allá de esta mera especulación, podemos encontrar otro motivo en los intereses económicos que tenían los dueños de las imprentas y los periódicos. Carmona asevera que “durante el siglo XIX el periodismo tuvo un papel ideológico muy activo, la prensa no era concebida como empresa, o negocio sino como vocera de quienes luchaban por una ideología o representaban poder (Iglesia, partidos, grupos políticos y de interés.)”42. La afirmación es parcialmente correcta pues aunque es cierto que eran los intereses ideológicos y no los económicos (al menos hasta el profiriato) los que motivaban la fundación de los periódicos, ello no excluía que los editores de las publicaciones periódicas carecieran de preocupaciones por sus finanzas. El funcionamiento de un periódico, explica Vieyra, requería de recursos económicos para comprar insumos y para pagar los sueldos de los cajistas, impresores, redactores y repartidores43; todos ellos gastos que no se cubrían con
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Balmes, Jaime, El protestantismo comparado con el catolicismo en sus relaciones con la civilización europea. México, Imprenta de Rafael y Rafael, 1846, p. III. Carmona, Doralicia, “Juárez lamenta la suspensión del periódico ‘Siglo XIX’”. Memoria política de México, México. En: http://memoriapoliticademexico.org/Efemerides/9/20091858. html Vieyra Sánchez, Lilia, “La frecuencia de las publicaciones periódicas, 1822-1855”. Suárez de la Torre, Laura (coord.). Empresa y cultura en tinta y papel. México. UNAM - Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. 2001. p. 451
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los ingresos obtenidos por la venta de los periódicos, lo que obligaba a sus responsables a recurrir a otros medios como el sistema de suscripciones, las subvenciones oficiales y la venta de espacios para la publicidad. Sobre este último recurso, una parte importante fue la inserción de anuncios en los que impresores y libreros avisaban al público de los libros que tenían en venta. Visto de este modo, a los editores liberales no les importaba anunciar literatura sacra en tanto que ésta les generara ingresos para seguir publicando y, con ello, sumaban a lo que siglos atrás había dicho el emperador romano Vespasiano: Pecunia non olet. Algo similar aconteció con los impresores-editores de libros. Entre 1821 y 1830 fueron pocos los dispuestos a invertir sus recursos en una empresa tan riesgosa para la época como era la publicación de un libro. Sin embargo, a partir de la década de los años treinta, el impresor Mariano Galván rompió con este esquema al invertir su capital en la importación e impresión de obras religiosas, entre ellas la Biblia (que publicó por entregas). Con el paso de los años, se abarataron los precios de los libros y aumentó el número de personas interesadas en comprarlos; y con ello, la competencia entre los libreros, quienes se vieron obligados a utilizar varias estrategias para poder sacar ventaja a los demás competidores, siendo uno de los recursos más utilizados por los editores conservadores y liberales el uso de tipografías nuevas “para enmarcar sus anuncios publicitarios” en la prensa y describir “minuciosamente las obras en venta, su original diseño, su novedosa presentación, su módico precio […]”44.
A MANERA DE CONCLUSIÓN Hemos presentado algunas de las manifestaciones propias de un liberalismo mexicano que no hacía distinción alguna entre cristianismo y catolicismo y que, pese a manifestar en algunas ocasiones un carácter anticlerical, siempre se mostró respetuoso de la religión. Podemos concluir, además, que el liberalismo católico de la prensa estudiada se desarrolló, al menos, en tres dimensiones: 1. La personal: consiste en reconocerse como católico antes que liberal. Se trata de una cuestión privada que el individuo exterioriza por voluntad pro-
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Solares Robles, Laura, “La aventura editorial de Mariano Galván Rivera. Un empresario del siglo XIX”. Suárez de la Torre, Laura (coord.). Construcciones de un cambio cultural: impresores-editores y libreros en la Ciudad de México. 1830-1855. México. Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. 2003. p. 41.
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pia al escribir en un periódico, al intervenir en la cámara de diputados…, y no por obligación legal pues, habrá que recordar, las leyes anteriores a 1857 establecían que la religión católica era la única permitida en México. 2. La conceptual-discursiva: es una estrategia pública que da respuesta a las críticas vertidas por los grupos católicos más conservadores al tiempo que pretende demostrar que la razón y la verdad asisten a los liberales en su argumentación. 3. La financiera: es una esfera en la que la importancia de los asuntos religiosos se encuentra determinada por una lógica económica de subsistencia que puede estar o no disociada de otros aspectos como los ideológicos y políticos. La coexistencia de estos tres diferentes niveles de compromiso con el catolicismo en los articulistas, editores e impresores liberales no debe ser tomada como la evidencia de una actitud incoherente de su parte; por el contrario, bien puede ser vista como un testimonio del inicio del proceso de secularización de algunos sectores de la sociedad mexicana que al reconocer que sistemas como la economía y la política podían funcionar con una lógica propia, encontraron las respuestas a las preguntas que planteamos al inicio de esta ponencia: en México era el poder político el encargado de definir los límites de la república y, en ese sentido, bajo ningún motivo la Iglesia debía ser considerada como una esfera de poder autónoma al Estado. Este era el país que los liberales católicos mexicanos querían construir.
FUENTES El Demócrata. México. El Monitor Republicano. México. El Zurriago. México. La Voz de la Religión. México.
BIBLIOGRAFÍA Adame Goddard, Jorge, El pensamiento político y social de los católicos mexicanos, 1867-1914. México, IMDOSOC/UNAM, 1991. Aguilar Rivera, José Antonio, “Tres momentos liberales en México (1820-1890)”. Jaksi, Ivan y Posadas Carbó, Eduardo (eds.). Liberalismo y poder. Latinoamérica en el siglo XIX. Santiago de Chile. FCE. 2011.
EL LIBERALISMO CATÓLICO EN LA PRENSA MEXICANA DE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XIX (1833-1857) —Iñigo Fernández Fernández
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[Recibido el 30 de octubre de 2013 y Aceptado el 18 de marzo de 2014]
PROYECTOS DE ASOCIACIONES ELECTORALES EN ESPAÑA DURANTE LA REGENCIA DE MARÍA CRISTINA (1833-1840)—Luis Fernández Torres
HISTORIA 396 ISSN 0719-0719 Nº 1 - 2014 [75-106]
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PROYECTOS DE ASOCIACIONES ELECTORALES EN ESPAÑA DURANTE LA REGENCIA DE MARÍA CRISTINA (1833-1840) Projects by the electors’ associations in Spain during the regency of María Cristina (1833-1840)
Luis Fernández Torres Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea, España. luis.fernandez@ehu.es Resumen Este trabajo aborda la conexión entre los debates en torno a la ley electoral, el sistema de candidaturas, los proyectos de asociaciones electorales y los incipientes partidos políticos durante los primeros años de la tercera experiencia constitucional española (1833-1840). El propósito de este artículo es mostrar cómo, en un clima opuesto en general a cualquier forma de organización política enraizada en el parlamento, los proyectos de asociaciones de electores, limitados temporal y espacialmente, supusieron un paso previo a la aceptación de un cierto grado de organización permanente en las nuevas entidades políticas que se estaban formando. El análisis de esta conexión y del contexto en que surgió se nutre del estudio de las fuentes impresas de la época, fundamentalmente de varios periódicos de la capital, que se convirtieron en plataformas de diversos proyectos de asociaciones de electores. Palabras clave: Ley electoral, asociación de electores, partido, liberalismo, moderados. Abstract This article focuses on the link that exists between the debates regarding the electoral law, the system of candidacies, the projects of the electors’ associations, and the emerging political parties during the first years of the third constitutional Spanish experience (1833-1840). The intention of this study is to show how, in an environment mainly opposed to any form of political parliamentary organization, the projects of the electors’ associations, temporarily and spatially defined, formed a building block for the acceptance of a certain degree of permanent organization within the political parties. The analysis of this link and of the context in which it arose is supported by an investigation of the printed sources from this decade, including several newspapers from the capital, which turned into platforms for diverse projects of electors’ associations. Keywords: Electoral law, electors’ association, liberalism, party, moderados.
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INTRODUCCIÓN El camino a la asimilación de nuevas realidades en materia política no es fácil. El peso de la herencia obstaculiza frecuentemente su aceptación, máxime cuando su presencia parece alterar la preeminencia del preciado “bien común”. Este es el caso que nos encontramos con la aparición de los partidos políticos. Su legitimación como parte del engranaje de los modernos sistemas representativos siguió un proceso serpenteante en el que hubo que dar unos pasos previos a un reconocimiento, que fue, por otra parte, precario durante buena parte del siglo XIX. Uno de los elementos que a la postre se revelaría crucial en este proceso fueron las implicaciones derivadas de la práctica electoral. Fundamentalmente a partir de la promulgación del Estatuto Real en 1834, se planteó en algunos de los principales periódicos de la capital la necesidad de articular el proceso electoral con el fin de evitar manipulaciones y lograr una correcta adecuación entre la voluntad de los electores y la composición parlamentaria. A este objetivo le siguió un reguero de propuestas en torno a la creación de asociaciones de electores, que inevitablemente tuvieron que abordar, la mayor parte de las ocasiones implícitamente, su relación con el concepto de partido. Estos proyectos, que conllevaban un grado de organización débil, limitado temporal y, a veces, espacialmente, supusieron, sin embargo, una pieza clave en la complicada aceptación de los grupos políticamente motivados. El propósito de este artículo es mostrar, acudiendo a las fuentes impresas de la segunda mitad de los años treinta del siglo XIX, el enlace entre los debates en torno a la ley electoral, la creación de asociaciones de electores y la aceptación en el imaginario político de la época de los partidos políticos como entidades con un cierto grado de organización. La muerte de Fernando VII (29-09-1833) y la sublevación carlista que le siguió dio inicio al momento clave en la delineación de los partidos políticos progresista y moderado, que ya se habían mostrado en estado embrionario en la etapa conocida como Trienio liberal (1820-1823). De este modo, para Federico Suárez, “en la legislatura que sucedió a las constituyentes de 1837 estos dos partidos están ya bien definidos como agrupaciones políticas”1. En el plano léxico, el aumento del uso del sintagma partido político y la aparición de la voz partido en los títulos de folletos y en los encabezamientos de artículos perio-
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dísticos son claros indicadores de la centralidad que adquieren los partidos en esta etapa. La proliferación de esta expresión, causa y efecto simultáneamente de la implantación de los incipientes partidos políticos, se vio acompañada por una modificación de las condiciones estructurales relativas a la organización de las instituciones políticas, creando así un terreno fértil para la reflexión. Dos fueron las circunstancias concretas que favorecieron la percepción y desarrollo creciente de los partidos. Por un lado, los textos constitucionales del período isabelino fueron más flexibles que la Constitución de Cádiz, aumentando, por tanto, las posibilidades de que se generasen posturas opuestas sobre su desarrollo o aplicación. Eran textos más breves que su antecesora, carecían de una “parte reglamentaria” y de la cláusula de intangibilidad. Por otro lado, también contribuyó a este cambio de percepción la progresiva parlamentarización de la monarquía. La rígida separación entre el Ejecutivo y el Legislativo dio paso a una mayor colaboración, acompañada del alejamiento del monarca del poder ejecutivo. La posibilidad de que el rey disolviese las Cortes cuando creyese que su composición no reflejaba la voluntad nacional acabó con la identificación entre las Cortes y la nación. Con ello se aceptaba implícitamente que la mayoría del parlamento podía estar equivocada, estando la razón del lado de la minoría2. Estos cambios, que comienzan con la promulgación del Estatuto Real en 1834, constituyen en cierto sentido un parteaguas que, según Villarroya, pone punto final al Antiguo Régimen en la Península. El Estatuto fue un texto liberal moderado que introdujo el bicameralismo y que se vio completado con disposiciones sobre el sufragio censitario3, al tiempo que facilitó el establecimiento del régimen parlamentario mediante el reconocimiento constitucional del Consejo de Ministros y de la figura de su presidente4. A esto hay que añadir la institución de la cuestión de gabinete o confianza, que en realidad era una delegación legislativa, como medio que permitía constatar la existencia de una mayoría parlamentaria y hacer efectiva la responsabilidad política del gobierno. Entre finales de 1835 y principios de 1836 diversas intervenciones de diputados pretendieron vincular la derrota en la votación de la cuestión con una subsiguiente dimisión del gobierno5. A estos factores, favorecedores de la aparición de los partidos en el ámbito
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Suárez, Federico, Los partidos políticos españoles hasta 1868. Santiago de Compostela, Universidad de Santiago de Compostela, 1951, p. 18. Esta afirmación es válida con las debidas matizaciones. No debemos juzgar el desarrollo conceptual y material de los partidos en esos años desde su situación actual. Con esta prevención, sí puede afirmarse que la división en dos partidos liberales se había aclarado mucho para los coetáneos en 1837.
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Fernández Sarasola, Ignacio, “Los partidos políticos en el pensamiento español (17831855)”. Revista electrónica de Historia Constitucional. Nº I. 2000. p. 149. Tomás Villarroya, Joaquín, El sistema político del Estatuto Real (1834-1836), Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1968, p. 16. Ibíd., pp. 68-69. Ibíd., pp. 411-417.
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parlamentario, se sumó la celebración de elecciones periódicas, que impulsaron el nacimiento de los primeros comités electorales. En virtud de estos cambios, se produjo una progresiva cohesión de los grupos políticos respecto a los períodos anteriores. Sin embargo, no debe perderse de vista el hecho de que durante estas etapas iniciales su estructura siguió caracterizándose por la fluidez e informalidad. El alto número de presidentes del consejo de ministros entre 1833 y 1874 está causado en parte por la volatilidad de las mayorías parlamentarias y la ausencia de una cohesión y disciplina partidista. Estos datos contrastan con los tan sólo siete presidentes que corresponden al periodo comprendido entre los años 1876 y 1900, lo que se ha asociado a una mayor organización de los partidos en este último cuarto de siglo6. Simultáneo al proceso de implantación de los partidos y a la toma de conciencia de su relevancia en un sistema parlamentario, es el aumento de las reflexiones sobre la naturaleza de esta nueva forma de agrupación política. Y esto se lleva a cabo de dos formas que frecuentemente se entrecruzan. Por un lado, hay un análisis descriptivo del objeto, que da cuenta de su existencia y del carácter con el que se presentan. Por otra parte, hay un enfoque más normativo, que asumiendo en muchas ocasiones la inevitabilidad de su presencia en el marco político, está preocupado por el efecto disruptivo que dimana y apuesta por un proponer un deber ser como medio de convertir a los grupos políticos en medios para la estabilidad institucional. La cuestión de la organización de los partidos pasa así a un primer plano en la reflexión política. No obstante, plantear este tema frontalmente en los primeros años del periodo isabelino, concitaba un amplio y profundo rechazo. La mera posibilidad de unas organizaciones políticas positivamente connotadas y dotadas de una estructura estable al margen del Estado resultaba extraña al espíritu de la mayoría de los primeros liberales7. La vía escogida debía ser más presentable al tiempo que cumplía con el objetivo de dotar de mayor estabilidad a los partidos. Una respuesta apropiada se encontró en la figura de las asociaciones electorales. Sin embargo, antes de llegar al objeto de este estudio, será conveniente hacer un recorrido por una pareja de temas y por la polémica que les acompañó. De esta controversia surge un hilo que lleva a las asociaciones electorales, concebidas como una respuesta a las insuficiencias detectadas por algunos liberales en el sistema de elecciones vigente. La conexión entre la elección di-
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Sánchez Agesta, Luis, “El origen de los partidos políticos en la España del siglo XIX”. Historia social de España. Siglo XIX. Madrid. Guadiana de Publicaciones. 1972. p. 174. Véase el Diario de Sesiones de 16 julio de 1820.
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recta, las candidaturas y las asociaciones electorales no parece ofrecer dudas. De hecho, constituyen tres aspectos de una misma cuestión y su presencia en la prensa periódica comparte, en este sentido, un mismo origen: la reforma de la ley electoral8 que se discute durante la última etapa del Estatuto Real, y que abarca las presidencias de Mendizábal y de Istúriz, fundamentalmente la primera de ellas.
LA LEY ELECTORAL En el conocido programa del 14 de septiembre de 1835, el líder progresista Mendizábal, recién nombrado presidente, prometió, junto con la finalización de la guerra civil contra los carlistas y la reforma de las órdenes religiosas, la promulgación de una nueva ley electoral. La discusión de dicha ley terminaría por convertirse en uno de los asuntos que más fricción y problemas generaría al gabinete. Uno de los ejes del debate sobre la ley electoral adoptó la forma de una confrontación entre el sistema de elección indirecta por grados y el de elección directa. La situación, que inicialmente parecía reducida a la comparación de las ventajas de ambos sistemas, se complicó con los dos dictámenes presentados por la comisión nombrada para proponer un proyecto de ley electoral y con la aparente renuncia del ministerio a influir directamente en la adopción de una de las tres propuestas básicas: elección directa, indirecta o una combinación de ambas. Precisamente esa crítica a la inacción ministerial, a la falta de implicación en la elaboración de la ley, amparándose en que su creación era asunto exclusivamente de las Cortes, es objeto de un artículo de El Español, medio afín a los liberales moderados. Siguiendo esta lógica, continuaba el texto, el gobierno podría eludir todos los asuntos no relacionados directamente con la administración, lo que iba en contra de los principios del régimen representativo, en el que los ministros deben dirigir los debates y representar a la mayoría de los cuerpos legislativos. Sólo así podía saberse cuál era el sistema que aprobar o reprobar a la vez que se posibilitaba un cierto orden en los debates9.
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De los debates en torno a la configuración de la ley electoral en estos años trata el artículo de Estrada Sánchez, Manuel, “El enfrentamiento entre doceañistas y moderados por la cuestión electoral (1834-1836)”. Revista de Estudios Políticos. Nº 100. 1998. Más reciente es la aportación a este respecto de Rafael Zurita en: Sierra, María, Peña, María Antonia y Zurita, Rafael, Elegidos y elegibles. La representación parlamentaria en la cultura del liberalismo. Madrid, Marcial Pons, 2010. El Español. Madrid. 15 de enero 1836.
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Larra plasmó la confusión resultante y los principales puntos de división en un artículo cargado de mordacidad y no exento de un efecto cómico que lograba mediante el uso de una estructura iterativa. A pesar de su extensión, merece la pena citar el siguiente extracto: “Que la elección directa es la más liberal; que el Ministerio es liberal, y quería lo mismo que quisiese el Estamento, siempre que lo que quisiese el Estamento fuese lo mismo que él quería. Que ha habido una comisión y dos proyectos en ella, y que el ministro quería lo mismo que la comisión, que quería dos cosas distintas, y que el Estamento, que no quería ni al Ministro ni a la comisión. Que la oposición en el Estamento era de hombres retrógrados que abogaban por el progreso, y que querían la elección directa como la más liberal, ellos que eran los menos liberales; que el ministro, que hacía de Ministerio, y la comisión, que hacía de las suyas, eran hombres progresivos que abogaban por el retroceso, y que querían la elección indirecta como la menos liberal, ellos que eran los más liberales; que los más liberales querían que se efectuase la elección por provincias, y los menos liberales por partidos; que hay cincuenta y tantas provincias y doscientos y tantos partidos en España; que las provincias son más liberales, a pesar de que los más liberales son los partidos, etc., etc.; y he entendido, en fin, que ni los he entendido, ni se entienden, ni ya nunca nos entenderemos”10. El sistema que el programa de Mendizábal se proponía modificar tiene una historia que en la Península discurre en paralelo con las primeras dos experiencias constitucionales: las Cortes de Cádiz y el Trienio liberal. Durante la vigencia de la constitución de Cádiz, la forma de elección se articulaba en tres grados con un amplio cuerpo electoral. Fue una variante de este sistema la que se aplicó inicialmente en la etapa del Estatuto Real (1834-1836). Así, un Decreto de 20 de mayo de 1834, por el que se aplicaba el sufragio indirecto en dos grados (electores > compromisarios > procuradores), pasó a regular el sistema electoral. En el momento en el que el debate en torno a la ley electoral se produce, la elección estaba basada en colegios electorales formados por los concejales de
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Mariano José de Larra, Artículos políticos, pp. 293-294. Artículo escrito el 30 de enero 1836 para El Español, aunque finalmente no llegó a publicar.
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490 municipios de un total de 18.447 y un número igual de los mayores contribuyentes de las cabezas de partido. Cada colegio nombraba dos electores, que, en un segundo paso, se reunían en la capital de la provincia para votar a los procuradores11. Si bien debe hacerse la advertencia de que la defensa de las distintas posiciones sobre este tema durante el periodo álgido del debate no seguían del todo las lábiles líneas de la división política tal y como se percibían en ese momento, de tal forma que llegó a observarse que miembros del mismo partido defendían posiciones contrarias12, no es del todo equivocado afirmar que la defensa de la elección directa coincidía en general con postulados moderados y su alternativa indirecta con posiciones progresistas. En este sentido, la discrepancia que, por ejemplo, se dio entre dos de las principales cabeceras progresistas, y me refiero a La Revista Española, dirigida por Antonio Alcalá Galiano, y a el Eco del Comercio, editada por Fermín Caballero, aquélla apoyando en sintonía con los moderados la elección directa, ésta, favorable a la indirecta con el sufragio amplio reconocido en Cádiz, prefigura en cierto modo el futuro desplazamiento de los principales redactores de La Revista hacia posiciones moderadas. Para dar respaldo a las distintas propuestas era necesario, en primer lugar, mostrar que representaban mejor que la opción opuesta el verdadero carácter liberal y popular. Para los defensores del sistema de elección directa, la popularidad de un método no consistía en el número de personas que podían participar si su influencia era muy pequeña. Por el contrario, resultaba más popular un corto número, aunque considerable, cuyo voto influyese directamente en la elección del representante13. La elección de ese número escogido de electores se convertía así en un paso clave en la configuración de un sistema electoral directo funcional. Para El Español lo determinante en los electores eran sus cualidades, que debían ofrecer las mayores garantías a la hora de elegir a los representantes más adecuados. La falta de ilustración, por ejemplo, facilitaba la sujeción a un partido o a las fa-
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Tuñón de Lara, M., La España del siglo XIX, pp. 75-76. Pacheco, Joaquín Francisco. La Abeja. Madrid. 11 de noviembre 1835. Garrorena Morales observa, en su estudio introductorio a las Lecciones del Ateneo de Galiano, que a su regreso a España en 1834, después de 10 años de emigración, las posturas moderadas ya están muy claras en Galiano. Entre las causas de esta evolución se encuentran la influencia del espíritu inglés junto a otras preexistentes asociadas a su carácter, causas psicológicas fruto de su fealdad y limitaciones físicas que le impulsaron a buscar el reconocimiento ajeno mediante la exaltación de sus opiniones. Con la edad esos atributos propios de la juventud pierden peso, su sentimiento de inferioridad se debilita y con ello su influencia en su personalidad, Garrorena Morales, Antonio, El Ateneo de Madrid y la teoría de la Monarquía Liberal. Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1974, pp. xvi-xxx.
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milias que controlaban las provincias. Los elegidos representarían en este caso derechos e intereses particulares, no los nacionales. Había que buscar entonces la ilustración, que para el articulista radicaba en las clases acomodadas, las clases medias, base de un buen cuerpo representativo14. Al nivel de educación, que se erigía en definitiva en uno de los criterios de capacitación para el ejercicio de los derechos políticos, se sumaba la independencia económica. Ambas cualidades, ilustración e independencia, se reunían en la clase media15. Otra consecuencia positiva de este método era la disminución del influjo del gobierno y de las facciones, potencialmente grande en la elección por grados y casi nulo en la directa16. Lo que se oponía a este último sistema era un proceso de elección teñido de secretismo en su última fase, con su inherente dosis de manipulación y desvirtuación de la voluntad de los votantes, frente a la publicidad de la “candidatura pública, confesada, descubierta, que es la moral y conveniente”17. Para los portavoces de esta opción, la elección directa no sólo atendía mejor los intereses populares, los de la mayoría capacitada educativa y económicamente, sino que también permitía la candidatura, imposible con el sistema alternativo. La preocupación fundamental consistía en conseguir articular medios para asegurar la “verdad” de las elecciones. De otro modo, el sistema representativo fallaría en su misma base al no reflejar la composición del parlamento la voluntad de los votantes y al apoyarse, por tanto, el gobierno en una mayoría que forzosamente sería débil. Un parlamento formado además por procuradores pertenecientes a distintos “colores”, lo que no debía olvidarse al analizar la conveniencia de uno u otro sistema. La creciente certeza de que las divisiones políticas habían entrado en la vida parlamentaria para quedarse, en contraste
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El Español. Madrid. 7 de diciembre 1835; La Revista Española. Madrid. 12 y 13 de octubre 1835. El Español. Madrid. 14 de diciembre 1835. La Abeja. Madrid. 11 de noviembre 1835. Idea que también repite El Español. Madrid. 29 de noviembre 1835 y 6 de febrero 1836 y Antonio Alcalá Galiano en La Revista Española. Madrid. 13 de octubre 1835. Galiano matizaría posteriormente estas afirmaciones al analizar las causas de los sucesos de 1848 que terminaron destronando a Luis Felipe. El conocido amaño de las elecciones durante su reinado no implicaban un rechazo del pacto constitucional de 1830 y del gobierno de las mayorías parlamentarias como sí había hecho Carlos X. La manipulación electoral sólo se consigue para Galiano cuando en la opinión pública no hay una oposición decidida. En todo caso, tanto el gobierno como la oposición utilizan medios similares, Alcalá Galiano, Antonio, Breves reflexiones sobre la índole de la crisis por que están pasando los gobiernos y pueblos de Europa, 1848, pp. 33-34. Pacheco, Joaquín Francisco, “De la ley electoral – Candidatura”. La Abeja. Madrid. 12 de noviembre 1835. La vinculación de la candidatura con la elección directa y la publicidad también es frecuente en El Español. Madrid. Véase 6 de febrero de 1836.
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con la percepción generalizada de la ausencia de grupos políticos en las primeras elecciones del Estatuto: “Porque es menester no engañarnos; nos uniremos todos contra el enemigo común; todos prestaremos apoyo al gobierno […], pero en legislación, en gobernación, en administración, continuarán siempre nuestras divisiones. No hay que repugnarlo: en eso precisamente consiste la libertad y el sistema representativo”. Si el gobierno y las Cortes debían tener fuerza, el color de la mayoría de los representantes tenía que corresponder al de la mayoría de los electores, el de cada procurador al de los que le habían elegido. Ni la combinación del proyecto de ley electoral, ni la directa si en un colegio electoral se elegían dos o más procuradores, y menos aún el sistema indirecto, podían asegurar esa adecuación. La única forma de asegurarla era la elección directa uninominal. Cada colegio debía elegir un solo procurador obligando a los votantes a elegir entre dos sistemas y facilitando la publicidad de los principios e intereses de cada partido18. Un nuevo artículo de El Español coincide con La Abeja en preferir el distrito uninominal a la elección de varios diputados por provincia o por partido. Sin embargo, acude a otra razón en que apoyar su aserto. Extendiendo en cierto modo al parlamento el argumento de que un número demasiado pequeño de electores reunidos en segundo grado es susceptible de ser manipulado, defiende la elección de un diputado por distrito judicial. El resultado de una cámara con alto número de diputados, que podría rondar los cuatrocientos o quinientos representantes, según este sistema, aseguraría un número adecuado de diputados en los debates, ya que la asistencia habitual nunca superaba las dos terceras partes del Estamento. De este modo se evitaría la influencia de un partido político en la formulación de las leyes y se impondría el interés general del Estado. Consideraba imposible que una facción se adueñase en estas condiciones de la mayoría por medios reprobables19. En el artículo de El Español, la existencia de divisiones políticas se considera un hecho innegable y la propuesta se dirige no tanto a impedir su surgimiento como a controlar su influencia. Huelga decir que la presencia en el mismo
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La Abeja. Madrid. 15 de noviembre 1835. El Español. Madrid. 2 de mayo 1836.
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periódico de artículos con valoraciones de los partidos que van desde su conveniencia en un sistema representativo hasta su equiparación con facciones, pasando por su mera referencia neutra como un hecho es típico en todo este periodo y no hace sino reflejar la dificultad de dotar de valor unívoco a un concepto de partido en el que se entrecruzan diferentes líneas de significado. Al contrario de lo que sucedía en el caso de la elección directa o indirecta, la preferencia por el distrito o la provincia como circunscripción coincidió en general con el posicionamiento político. Acabamos de ver cómo dos de los ejemplos más sobresalientes de la prensa moderada, La Abeja y El Español, preferían la elección por distritos, tal y como se estaba haciendo en Francia. Alcalá Galiano, principal redactor de La Revista y aún miembro de la fracción progresista, observaba, en cambio, que este sistema presentaba un serio inconveniente al favorecer el nombramiento de “celebridades de campanario”, es decir, de personalidades exclusivamente municipales, defensoras de intereses locales y con carencias en la ciencia de gobierno. En el caso español, la aplicación del distrito se traduciría en la elección de carlistas y de diputados incapaces. Estos problemas no surgían en la elección por provincias, que daba un mayor peso a las grandes poblaciones, más cultas20. Un artículo del marqués de Valgornera resumiría posteriormente de forma nítida los principales argumentos que se utilizaron a favor del distrito uninominal en un sistema electoral directo, único en el que “la elección es una verdad”21. Partiendo de la asunción de que la índole de los gobiernos constitucionales es la lucha entre partidos políticos opuestos o divergentes y de que en este sentido las elecciones generales deciden a cuál tiende la mayoría del cuerpo electoral, el marqués de Valgornera concluye que este principio de los gobiernos representativos no se ve satisfecho por la elección compleja (de varios diputados por distrito) por las dificultades que se derivan de su sistema de candidaturas, que debe conciliar intereses territoriales con los del partido político. El problema es insoluble y de él surgen las mayorías inciertas y fluctuantes que hacen vacilar la marcha del gobierno. La alternativa, la elección de un solo diputado por colegio electoral expresaría mejor la voluntad del elector, produciría distinciones políticas más claras en las asambleas y facilitaría así el enfrentamiento de los dos partidos o sistemas reinantes en la arena parlamentaria permitiendo
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a su vez acceder al poder al que reúne la mayoría. Es decir, la elección directa uninominal favorecería la acción parlamentaria regular y concertada, y sin ella los daños del sistema representativo superarían a los beneficios22. El número de candidatos en la hipótesis presentada puede ser indeterminado, pero lo que sucede en la práctica es que los electores se dividen en dos partidos y la lucha se reduce a dos nombres, situación que Valgornera considera la más adecuada porque en ella el resultado refleja la mayoría de la opinión. Elegir a la persona adecuada es más fácil cuando el elector vota por una persona que cuando debe elegir a dos o a más candidatos. En las elecciones complejas, se suele votar por listas de candidatos, resultado de transacciones o concesiones mutuas, con cuya composición completa pocas veces están conformes los electores. Además, los esfuerzos de los partidos son mayores donde más candidatos hay con independencia del número de electores, lo que ha dado lugar a escándalos que han obligado a repetir las elecciones23. La elección simple haría que las elecciones fuesen más limpias. En definitiva, al votar por distritos el escrutinio es más breve y los amaños más difíciles. Donoso Cortés contribuyó a este debate con un interesante opúsculo en el que expuso una visión personal que trascendía los argumentos meramente técnicos para apoyar la razón de la ley electoral en una base de tenor históricofilosófico24. Es conocida su constante aspiración a lo abstracto, que se puede apreciar en sus conocidas Lecciones. Por eso el pensador pacense persevera en encontrar un asidero objetivo situado por encima de las distintas concepciones dogmáticas, partidistas. No le basta una verdad negociada para construir políticamente25. Su análisis se estructura en torno al papel que en las sociedades humanas juega la inteligencia como único medio de construcción y conservación de las sociedades. El corolario es que todo poder que no tenga en ella su origen es bastardo y efímero. Una ley electoral que responda a este principio debe, por tanto, otorgar la facultad de elegir a quienes realmente son merecedores de ella, esto es, a los depositarios de la inteligencia. La historia de las vicisitudes y transformaciones que sufre la inteligencia a lo largo de la historia llega a su culminación con el
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La Revista Española. Madrid. 21 de octubre 1835. En junio de 1836, M. Carnerero, en el mismo periódico, asoció el mejor desarrollo de la candidatura al nombramiento de un diputado por partido (19 de junio 1836). Valgornera, marqués de, “Reflexiones sobre la ley electoral de 1837, vicios e inconvenientes de la elección compleja”. Revista de Madrid. Tomo I. Madrid. 1838. p. 77.
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Ibíd., pp. 80-81. Ibíd., p. 82. Donoso Cortés, Juan, “La ley electoral considerada en su base y en relación con el espíritu de nuestras instituciones” (1835). Obras de Juan Donoso Cortés ordenadas y precedidas de una noticia biográfica por Don Gavino Tejado. Tomo I. Madrid. 1854. pp. 273-299. Garrorena Morales, El Ateneo de Madrid, pp. 113-114. Donoso elabora una metodología histórica que implica la construcción de una filosofía de la historia al servicio de su teoría política, Ibíd., p. 256.
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establecimiento del gobierno representativo, que estructurado correctamente permite conectar a los depositarios de la inteligencia con el poder. La expresión “gobierno representativo”, por otro lado, no era del agrado de Donoso, dado que podía ser asociada con el mandato imperativo, con la consiguiente limitación de la independencia de los elegidos. Era más adecuado llamar al nuevo sistema “gobierno de las aristocracias legítimas” o inteligentes. En estas nuevas aristocracias, que se componían de las clases propietarias, industriosas y comerciales –clases medias– residía la inteligencia26. Donoso ya había apoyado en 1832 la necesidad de una vinculación mesocrática de la monarquía en su memoria a Fernando VII. Si las clases intermedias no existen, “la sociedad perece en brazos del despotismo oriental o en el abismo de una democracia borrascosa”27. La soberanía les era confiada y con ella los derechos políticos. Por el contrario, la soberanía popular era un contrasentido porque el pueblo no existe, lo que había era una suma de individualidades que en circunstancias normales se agrupa en intereses, partidos y opiniones, condenando al hombre que no se integra en alguno de ellos a la soledad y la muerte. Para el Donoso de mediados de los años treinta, quienes repudian los partidos en nombre del pueblo sólo sirven a un nombre. Es cierto, reconoce, que el pueblo sí toma forma en momentos convulsos, de crisis, en los que unido en torno a una idea se torna protagonista sólo para volver a desaparecer en el momento en que esa idea se ha realizado: “De aquí resulta, que los que adoran su soberanía, a un nombre sólo adoran; que los gobiernos que repudiando todos los partidos se declaran sus servidores, a un nombre sólo sirven. De aquí resulta, que en el estado normal de las sociedades no existe el pueblo: sólo existen intereses que vencen e intereses que sucumben; opiniones que luchan y opiniones que se amalgaman; partidos que se combaten y partidos que se reconcilian”28.
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“De la Soberanía de derecho divino” en Política y administración en la España isabelina, Bravo Murillo cita a Donoso (Lección 2, p. 119) en el pasaje en que éste contrapone, en su típico estilo declamatorio, a las otras soberanías –derecho divino y popular—, la soberanía de la inteligencia: “ella sola es la bandera de la libertad, las otras de la esclavitud; ella sola es la bandera del porvenir, las otras de lo pasado; ella sola es la bandera de la humanidad, las otras de los partidos”. Bravo, que lo califica de “especie de drama” (p. 217), critica que Donoso no explique por qué medios se logra que gobiernen los más inteligentes, lo que le lleva a concluir que es una soberanía imposible (pp. 252-253). Citado en Garrorena Morales, El Ateneo de Madrid, p. 93. Donoso Cortés, “La ley electoral”, p. 290.
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Partiendo de estas consideraciones previas, el método electoral que mejor se ajusta al dominio de la inteligencia en un sistema representativo era para Donoso la elección directa, que vinculada a las minorías inteligentes producía un resultado no arbitrario. El método indirecto, en cambio, se relaciona con la soberanía del pueblo y su resultado, por tanto, era arbitrario. La idea de arbitrariedad a la que en este contexto hace referencia Donoso implica que el resultado de las elecciones no es el previsto por la ley. Esto es, cuando el método electoral no permite la obtención de diputados capaces que representen la inteligencia que define el estado de la civilización contemporánea. Mediante la elección directa se consigue dar el poder a los mejores de entre los miembros de las clases independientes. Al igual que Borrego, Pacheco y Alcalá Galiano entre otros29, Donoso es favorable a este modelo de elección, si bien sobre una base de muy distinta índole. Mientras que en los primeros la técnica electoral se convierte en el criterio fundamental, en Donoso, su enfoque está enraizado en una determinada filosofía de la historia. Su peculiar forma de abordar los problemas le sitúa en las cuestiones relativas a los partidos en un lugar especial en el ambiente intelectual español del segundo tercio del siglo XIX. Finalmente, el Decreto de 24 de mayo de 1836 introdujo dos cambios sustanciales respecto al anterior: la elección directa y una ampliación del cuerpo electoral. De este modo se pasó de 16.026 a 60.067 electores. Con este cambio se asentó el método directo, la costumbre de los candidatos de presentarse públicamente y exponer su programa en la prensa, así como el intento de vertebrar los partidos mediante la creación de asociaciones electorales30. El sistema indirecto había generado una creciente insatisfacción debido en primer lugar a la relación mediada que implicaba entre el voto y el elegido y, en segundo lugar, al conocimiento de la aplicación exitosa que del sistema directo se hacía en otros países. La constatación de estos dos puntos llevó a un importante número de liberales a abandonar el antiguo sistema.
EL SISTEMA DE CANDIDATURAS La prensa señaló como factores que impidieron la implantación de la candidatura en las elecciones de febrero de 1836 la falta de tiempo y el atraso de
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Galiano está a favor de la elección directa, pero se mostraría dispuesto a aceptar la indirecta, aunque sólo de dos grados. No hay duda en todo caso de su preferencia por la opción directa. En el mismo artículo indica que el sistema de grados es popular en apariencia, pero son muy pocos los que realmente eligen aumentando la probabilidad de ser influidos por el gobierno o por el amaño de los partidos. La Revista Española. Madrid. 13 de octubre 1835. Villarroya, Joaquín Tomás, Breve historia del constitucionalismo español. Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1986, pp. 43-44.
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las costumbres políticas31. Fue El Español el periódico que más insistió en su utilidad en los meses previos a estas elecciones. Son varios los artículos en los que se mostraba favorable a las candidaturas. Su uso permitía a los electores elegir mejor sin salir de su localidad y sin tener que delegar su ejercicio de voto. Pero para hacerlas posible era necesario que el gobierno presentase una ley al Estamento que supliese el dictamen de la comisión antes mencionada32. Un dictamen al que se calificaba como una “insana mezcla del elemento aristocrático de los mayores contribuyentes con el elemento disolvente de los delegados de la población absoluta”33. Lo que hacía El Español era establecer la necesaria vinculación entre las candidaturas y la elección directa34. La asunción de las primeras implicaba además aceptar el derecho de todas las opiniones a hacer uso de los mismos medios para exponer sus doctrinas y convencer a la opinión, de ejercer una “influencia legal”. La manifestación de opiniones contrarias y una cierta agitación política eran condiciones normales en las elecciones35. Dionisio Alcalá Galiano coincidió en considerar como un beneficio de la elección directa el surgimiento de las candidaturas y de la discusión, aunque introdujo el matiz de que la adición de la indirecta no sería dañina porque generaría un nuevo número de electores que sumar a los anteriores. Además, el número de los delegados sería inferior al de los electores por derecho propio y recaería en muchos casos en las mismas personas36. Poco antes, su padre, Antonio Alcalá Galiano, había establecido la relación entre las candidaturas y unas buenas elecciones poniendo como ejemplo a Francia, donde los periódicos y los folletos podían recomendar a ciertas personas e incluso el propio candidato podía presentarse directamente. En cualquier caso, la publicidad de la candidatura favorecería el conocimiento de las distintas ideas en pugna. Alcalá Galiano tampoco veía objeciones a la formación de asociaciones públicas, que podían crearse con mucha antelación a las elecciones, tal y como sucedía en otros países, que propusiesen a los candidatos que representasen sus ideas. Agrupaciones que con independencia de la voluntad del legislador se acabarían formando. La cuestión era entonces no si debían existir o no, sino la forma de su existencia. No reconocer su actividad pública
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El Español. Madrid. 26 de febrero 1836. El Español. Madrid. 15 de enero 1836. El Español. Madrid.11 de enero 1836. Villarroya, El sistema político del Estatuto Real, pp. 501-502. El Español. Madrid. 9 de febrero 1836. La Revista Española. Madrid. 15 de enero 1836.
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llevaría a su formación al abrigo del conocimiento público, es decir, como organizaciones secretas, con los consiguientes perjuicios que esto suponía37. Sobre la candidatura directa –cuando el candidato se presentaba a sí mismo–, haría una precisión posteriormente. Para que este modelo de candidatura pudiese arraigar en España serían necesarios años de experiencia en el sistema representativo y la formación de un grupo de hombres legitimados por sus antecedentes políticos para pedir el voto. La ausencia de estas circunstancias en el presente hacía preferible la opción por la candidatura indirecta38. El Real Decreto de finales de mayo de 1836 que convocaba nuevas elecciones acentuó la conversión en tema periodístico de la cuestión de las candidaturas. De este modo, proliferaron las publicaciones de profesiones de fe de los candidatos. La de un candidato por Murcia, bastante lacónica, por cierto39, sirvió además para exponer de nuevo más las ventajas que se derivaban de esta figura política. La principal es que la candidatura facilitaba que un cuerpo electoral numeroso y dividido en distritos separados pudiese reunir sus votos en una misma persona. La presentación pública de los aspirantes a cargos representativos permitía a los electores conocer las ideas del candidato y saber si coincidían con las suyas40. Entre los países más experimentados en comportamientos electorales modernos, Francia, más que Inglaterra, parecía ser el ejemplo a seguir. Así lo creía Mariano Carnerero, quien, después de establecer la ya común vinculación entre la elección directa y las candidaturas, se opuso, sin embargo, a que los candidatos arengasen en lugares públicos subidos a una tarima como se hacía en Inglaterra. Como exponía el redactor de La Revista, no sucedía lo mismo en Francia. Allí se presentaba a los electores por escrito o en banquetes una profesión de fe política basada en puntos concretos, de los que se infería su posicionamiento político: ministerial, oposición o independiente. Continuaba señalando Carnerero que la experiencia acumulada con el paso del tiempo producía el conocimiento mutuo de elegidos y electores, lo que daba lugar a una especie de mandato tácito. Los segundos sabían qué esperar del primero y el primero conocía los intereses de los segundos. La cultura política española para Carnerero aún no había llegado a esa fase. Por eso se conformaba con
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“Candidatura”. La Revista Española. Madrid. 27 de diciembre 1835. La Revista Española. Madrid. 10 de junio 1836. “Libertad, Isabel II, progreso legal y absoluta independencia en mis votaciones sin más norte que mi conciencia”. El Español. Madrid. 11 de junio 1836.
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proponer que en las siguientes elecciones los periódicos se limitaran a presentar unos pocos nombres con el fin de facilitar el concierto de los electores41.
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trario a la línea política que defendía, basándola en la ausencia de partidos bien delimitados: “Si la nación estuviese más adelantada en las prácticas parlamentarias, y si los partidos estuviesen bien fijados, tanto sobre principios políticos como sobre pareceres en el modo
LAS ASOCIACIONES ELECTORALES De nuevo es la prensa donde encuentra un amplio espacio de reflexión la incipiente necesidad, cada vez más extendida, de dotar a los partidos de cierta estructura que facilite su unidad de acción. Hemos visto cómo, especialmente desde las páginas de El Español, se hizo hincapié en vincular las candidaturas con el sistema de la elección directa (15-01-1836). No obstante, la vigencia de un sistema electoral indirecto en las elecciones de 26 febrero de 1836 no impidió la proliferación de candidaturas, como muestra la progresiva implantación de la costumbre de que los candidatos publicasen su “profesión de fe”. Beltrán de Lis o Donoso Cortés lo hicieron precisamente en El Español. El carácter positivo que implicaba este recurso no ocultaba, en cambio, las consecuencias disfuncionales provocadas por su novedad, la ausencia de una regulación legal y su falta de conexión con partidos políticos bien identificados. Esta ausencia de un marco regulativo se tradujo en un número excesivo de ellas, lo que provocó la sensación de una cierta confusión. Así, en las elecciones convocadas en mayo y celebradas el 13 de julio de 1836, ya con el sistema directo, el número de candidatos en relación al de escaños fue desproporcionado: 374 en Barcelona para 9 escaños; 245 en Oviedo también para 9 escaños; 143 en Málaga para 7 y 489 en Madrid para 7. La mayoría de ellos obtuvo un solo voto. Se deduce que el propio42. La carencia de un canal práctico establecido por la costumbre para la presentación de candidatos tuvo como resultado que esa tarea fuese realizada por periodistas y amigos. Al número exagerado de candidatos se sumó además la presentación en las mismas listas de moderados junto a progresistas disidentes y la publicación de profesiones de fe en periódicos ideológicamente adversos al candidato, aumentando con ello aún más la confusión entre los electores. Una muestra de estas contradicciones es la profesión de fe de Llanos (mendizabalista), que publicó La Revista Española el 23 de junio. El propio periódico se vio en la necesidad de aclarar la razón de la inclusión de un candidato con-
de favorecer los intereses materiales, probablemente no lo habríamos insertado”43. Ante la ausencia de suturas léxicas estables en el concepto de partido y de la consiguiente inadecuación para la canalización de los candidatos que de esa laxitud se deriva, las asociaciones electorales se proponen en ese momento como medio para evitar estas contradicciones de introducir cierto orden en esa faz del proceso electoral. Parece que Galiano fue el primero en proponerlas en el artículo antes mencionado de La Revista Española del 27 de diciembre de 1835, coincidente con el comienzo de la discusión sobre la ley electoral44. Para apreciar en su justa medida la importancia de la reflexión que se inicia a fines de 1835, debemos recordar que tanto progresistas como moderados habían ignorado hasta entonces el derecho de asociación. Un claro ejemplo es su ausencia en la petición de derechos presentada por el progresista Joaquín María López en la legislatura de 1834-183545. De esta forma, en un corto intervalo de tiempo se estableció la relación entre los tres elementos mencionados al comienzo del epígrafe: elección directa, candidatura y organización de los partidos. Nada tiene de extraño entonces que, como en el caso de la vinculación de la elección directa y la candidatura, también en este punto fuese El Español, dirigido por Andrés Borrego, el principal medio que propugnó el desarrollo de los lazos organizativos para preparar las elecciones. Tal vez sea este uno de los temas en que con más claridad se aprecia el auténtico talento de Borrego como periodista político por encima de sus otras facetas de político y ensayista46. Ya en febrero de 1836 inició la difusión de un proyecto de asociación electoral inspirado en el modelo inglés con la publicación en su periódico de un artículo dedicado a este tema47. Borrego comenzaba insistiendo en el valor positivo de
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La Revista Española. Madrid. 19 de junio 1836. Marichal, Carlos, La revolución liberal y los primeros partidos políticos en España: 18341844. Madrid, Ediciones Cátedra, 1980, pp. 115-116.
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La Revista Española. Madrid. 23 de junio 1836. Villarroya, El sistema político del Estatuto Real, pp. 501-510 sobre la candidatura. Fernández Sarasola, Los partidos políticos, p. 77. Castro, Concepción de, Romanticismo, periodismo y política. Andrés Borrego. Madrid, Tecnos, 1975, p. 11. Ibíd., p. 96. Artículo publicado el 8 de febrero 1836.
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la tolerancia y el respeto de las opiniones ajenas frente a la tendencia al absolutismo común a todos los partidos españoles. Este absolutismo propio de los grupos políticos se caracterizaba por la sumisión a la autoridad, la intolerancia y la ausencia de la libertad de pensamiento. El respeto a la pluralidad de las opiniones no implica en Borrego la renuncia a trabajar por el triunfo de las propias ideas, apoyándose en el peso de los principios y en la influencia personal de los representantes de cada partido. Partiendo de este punto de partida axiológico, la cuestión que se planteaba era cómo preservar este necesario respeto en el proceso político. Es en este punto en el que Borrego señala la idoneidad de las asociaciones o reuniones temporales como freno de los grupos que competían al margen de estos parámetros, con el consiguiente efecto disruptor del sistema representativo. Las asociaciones electorales se erigían así en dique frente al uso de medios ilegales en las elecciones para satisfacer ambiciones personales. Los “liberales más puros” de cada provincia podían formar estas reuniones con el fin de ilustrar a la opinión pública de sus localidades y proteger la libertad de los electores. Simultáneamente, los debates en su seno ayudarían a seleccionar al candidato que mayores garantías ofreciese. Sin embargo, apenas hubo tiempo, un mes, para mayores reflexiones entre la disolución de las Cortes y la celebración de las nuevas elecciones. Habrá que esperar a la convocatoria electoral del 13 de julio del mismo año para encontrar nuevas referencias a las asociaciones electorales, aunque esta vez mucho más detalladas y abundantes. Apenas diez días después de la disolución de las Cortes solicitada por Istúriz, El Español retomaba la campaña a favor de las asociaciones48. Los objetivos básicos del modelo de asociación propuesto continuaban siendo los mismos que los expuestos en febrero: evitar la actividad de quienes influían secretamente en las elecciones “y van a una compactamente”, promover la participación electoral y facilitar la elección mediante las candidaturas. Uno de los aspectos decisivos es que las asociaciones aseguran la publicidad frente del proceso electoral. La formación de una asociación electoral permitía en definitiva crear la disciplina necesaria para evitar, mediante la formación de una voluntad a partir de muchas, el éxito de la táctica de unos pocos frente a una masa desorganizada, lo que impedía la formación de una voluntad nacional franca. Para dotar de legitimidad al proyecto, Borrego indicaba la existencia de este sistema en otros países. Profilácticamente, y para disipar la renuencia de quienes desconfiaban del término, el periódico dirigido por Borrego intentaba tranquilizarles asegu-
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El Español. Madrid. 3 de junio 1836.
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rando que las acciones de la asociación serían públicas, plegadas a la legalidad y que se disolverían una vez abiertas las Cortes49. Sin embargo, la mejor y más completa exposición del carácter y objetivos de las asociaciones la encontramos el 22 de junio. Ese día Borrego resume y profundiza los planteamientos desarrollados en los anteriores artículos. Plantea otra vez que su objetivo es facilitar la comunicación entre electores con las mismas opiniones y principios, con el fin de superar la apatía provocada por el alejamiento de los asuntos públicos que permite el predominio de minorías sobre la mayoría “liberal, pacífica y honrada”. El efecto positivo que se seguiría de su establecimiento sería el mejor desarrollo y aclimatación de las instituciones libres. Lo distinto es que en esta ocasión la cercanía de las elecciones, que se iban a celebrar el 13 del mes siguiente, llevó a Borrego plantear un proyecto concreto de creación de asociaciones de electores provinciales. La causa de que su propuesta pivote en torno a la provincia como límite espacial radica en el carácter novedoso de la figura asociativa en la Península. Por eso, en lugar de una preferible asociación electoral nacional con un centro común “encargado de dar movimiento, unión y vida a los principios y a los intereses políticos”, el publicista de origen malagueño reduce sus aspiraciones en favor de una opción más pragmática. La concreción va un paso más allá con la inclusión de un resumen de las disposiciones de una hipotética asociación electoral. En el plano organizativo debía crearse una comisión que facilitase la unión de los electores de una misma opinión para promocionar a los candidatos ideológicamente afines; ni la asociación ni la comisión aspirarían a ejercer más derechos de los que tiene un ciudadano particular. Entre las tareas de la comisión estarían las de ayudar a inscribir en las listas electorales a todo el que tenga derecho a figurar en ellas y la de promover su participación en las elecciones, así como comprobar la idoneidad de los candidatos y apoyar a los que apruebe. Previamente, la comisión debería convocar a juntas preparatorias de elección, proponer en las juntas los candidatos para seleccionar entre ellos tantos como puestos de diputados haya en la provincia y, por último, favorecer que los asociados votasen en las juntas electorales lo acordado en las juntas de la asociación. Ni la junta general de la asociación ni la comisión podrían hacer representaciones ni actos que
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El Español. Madrid. 14 de junio 1836.
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pudiesen implicar la atribución de un poder político. Finalmente, la asociación se disolvería una vez nombrados los diputados de la provincia50. Es significativo que en toda esta serie de artículos apenas aparezca el concepto de partido. En su lugar, se habla de opinión, un término más ambiguo y, esto es lo decisivo, que genera menos reticencias. Borrego no podía dejar de ser consciente de las fuertes resistencias que la idea de partido político aún generaba en la sociedad española. Debido precisamente a su obvia vinculación con las asociaciones urgía limar las resonancias negativas de esta relación mediante el uso de términos emparentados, pero con mejor publicidad. Es decir, la aceptabilidad del proyecto requiere rebajar el contenido polémico de la propuesta mediante la exclusión de conceptos con una fuerte carga polémica. A la preferencia por un léxico más neutro se añade el establecimiento de límites temporales y funcionales a las asociaciones. Su campo de acción se circunscribe al período electoral y sus actividades no deben mezclarse con las de un poder público. No obstante las limitaciones terminológicas, temporales y funcionales, este primer proyecto de asociación apadrinado por Borrego supone un salto cualitativo en la reflexión de los partidos en España debido al impulso que supone en su desarrollo material. Es inevitable ver en el proyecto de Borrego la ligazón entre la elección directa y las asociaciones y a su vez entre éstas y los partidos. En un artículo de 22 de junio, el hilo que conecta los tres elementos se desvela con claridad. Escribe Borrego en este número que aunque la elección directa es preferible a sus alternativas, considerada en sí misma, en ausencia de medios y costumbres que la completen presenta complicaciones adicionales en los países que han sufrido gobiernos despóticos durante largo tiempo como es el caso español. El que la ley electoral, por un lado, no indique los medios para unir las voluntades y que, por otro, se carezca de prácticas autóctonas obliga, por tanto, a importarlas del extranjero. En ese sentido, electores y elegibles –atención a la inclusión de estos últimos– deben asociarse sin más limitación que la publicidad y legalidad, y proponer candidatos. La ausencia de esta práctica en España debe compensarse mediante la introducción de un sistema que permita a la candidatura de una persona a diputado acordada por un grupo de electores enfrentarse a otro candidato apoyado por otro grupo. Esta es una candidatura de “dos solas personas o dos solos partidos, bien deslindada y precisada51.
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Al igual que sucediera en febrero con la implantación de las candidaturas, parece que el proyecto de asociación de El Español tampoco tuvo mucho éxito. Su posterior silencio parece confirmar el fracaso. Sólo hay un comentario relativo a la creación de una asociación provincial, que aparece publicado en un artículo del 10 de julio, única referencia que Villarroya ha encontrado a este respecto52. Al menos tan importante como la campaña de El Español es el contenido de una Real Orden dirigida a los gobernadores civiles promulgada por el Ministerio de Gobernación en la que, entre otras medidas destinadas a asegurar un proceso electoral adecuado, se aconsejaba a los electores en su quinto punto unirse y organizarse una vez formada su idea sobre el “color político” de los candidatos en liza. La razón aducida era la misma que vimos en el periódico: evitar la preponderancia de una minoría. Es el primer reconocimiento en un documento oficial del derecho a organizarse en función de las preferencias políticas, aunque sólo fuese para las elecciones53. La cercanía personal entre Istúriz y Alcalá Galiano lleva a pensar en su comunión teórica sobre el papel de los partidos y la conveniencia de organizarse de cara a las elecciones, que con relativa frecuencia encontró espacio en los artículos de La Revista Española. Además de la posible razón teórica, y unida a ella, había otra más urgente de carácter práctico: la necesidad de frenar a la oposición progresista, formada en torno a Mendizábal y con Fermín Caballero como uno de sus principales protagonistas, quien por cierto se distinguiría desde el Eco del Comercio en las críticas a los mencionados proyectos de asociación electoral. Desde las páginas del Eco se consideraba, especialmente el antes mencionado quinto punto, una intromisión excesiva del gobierno en las elecciones, que atentaba contra la imparcialidad que debía regir la conducta del gobierno54. En primer lugar, resultaba sorprendente que el gobierno reconociese “oficialmente la existencia de varios colores políticos” y, en segundo lugar, que apoyase
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El Español. Madrid. 22 de junio 1836. El Español. Madrid. 21 de junio 1836.
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Villarroya, El sistema político del Estatuto Real, p. 513. El Español publica en su número del 8-07-1836 la Real Orden del Ministerio de Gobernación: “Y que les advierta [a los electores] que una vez formada su opinión sobre el color político de los candidatos respectivos, conviene mucho que se unan todos los de un mismo modo de pensar, organizándose y procediendo de acuerdo, si no quieren exponerse los más a ser vencidos por los menos; lo cual sucederá infaliblemente si cuando aquellos divagan, trabajan estos acordes y compactos”. También se aconsejaba fortalecer la razón de los electores y prevenirles frente a los carlistas y los representantes de la anarquía. Estos dos puntos y el llamamiento a la organización combinados resultaban inquietantes para el redactor del Eco del Comercio.
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a uno de ellos. El gobierno debía ignorar las denominaciones y dejarlas para los ambiciosos y para quienes perseguían intereses personales. Tan sólo debía reconocer dos clases de españoles, los que buscaban el bien y la libertad de la patria y los carlistas y anarquistas. Entre los primeros no debían hacerse distinciones, todos eran liberales, con ligeros matices diferenciadores. Por otro lado, el llamamiento a la unión de las tendencias se consideraba inútil: a los electores les bastaba con compartir un mismo modo de pensar para converger en las urnas. En caso de necesidad, los electores se reunirían movidos por intereses comunes sin necesidad de admoniciones gubernamentales. El Eco distinguía, en definitiva, tajantemente las funciones de cada nivel: “al gobierno le toca gobernar; a los partidos seducir, a los electores elegir desentendiéndose de las miras de los que mandan, y de las pasiones de los que piensan sucederles”55. A la inmediata reacción en contra de la Real Orden del Eco del Comercio, respondió a su vez El Español, caracterizando de llamativos estos comentarios a un hecho que todos conocían: la existencia de defensores del gobierno y de opositores al mismo56. Esta no fue la última ocasión en que desde el gobierno se alentó la organización de cara a las consultas electorales. En este sentido, una resolución del gabinete de Pérez de Castro en julio de 1839 autorizó las reuniones electorales. A pesar de estos dos ejemplos, esta cuestión no se resolvió y los partidos siguieron actuando en un vacío legal, en el que la acción de los comités fue tolerada mientras no tratasen de organizarse a nivel nacional57. La corriente a favor de la creación de las asociaciones electorales se concentra fundamentalmente en el ámbito más avanzado del moderantismo, representado principalmente por Andrés Borrego, Istúriz, Alcalá Galiano –estos últimos considerados parte de la corriente moderada después de su ruptura pública con el progresismo mendizabalista– y, como veremos, por Joaquín Francisco. Este acuerdo en el desarrollo de las asociaciones no implica, sin embargo, una coincidencia completa en los postulados. Carnerero, redactor de La Revista, aunque apoya el sistema de reuniones preparatorias58, rechaza la idea de crear
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una dirección central, en directa referencia al proyecto de asociaciones de El Español59. Joaquín Francisco Pacheco, que mostró su simpatía por el proyecto de El Español, auguró la falta de éxito de las asociaciones debido a la falta de tiempo y a la novedad de estas organizaciones. Ambas razones impedirían la implantación de las asociaciones electorales, al menos ese año. Sobre su necesidad, sin embargo, no cabía duda alguna. Los “hombres de legalidad” necesitaban centros alrededor de los que agruparse, una dirección, una bandera y disciplina. Su dispersión a lo largo del país imposibilitaba que sus esfuerzos individuales triunfasen ante un partido poco numeroso, pero cohesionado. La promoción de los “principios de candidatura”, aunque menos útil que el proyecto de El Español, como reconocía Pacheco, era una vía que utilizaba La Ley para superar la debilidad coyuntural de las asociaciones60. Esta propuesta, como en el caso de las asociaciones electorales, había comenzado a discutirse en el marco más amplio del debate sobre la ley electoral, que comenzó a finales de 1835 y llegó a su máxima expresión en junio y julio del año siguiente. Es en ese período cuando tomaron forma los principios de candidatura propuestos por La Ley como alternativa a las asociaciones61. En el proyecto de Pacheco, la prensa periódica sería la encargada de publicar los nombres de los candidatos, algunos de los cuales harían además públicos sus principios políticos. La idea era que este movimiento iniciado en los periódicos de la capital se fuese extendiendo a los de provincias y a los boletines oficiales, poniendo al alcance de los votantes de todas las circunscripciones listas de candidatos afines. La circulación de estas listas sería un ejemplo de que las formas constitucionales iban asentándose en España, ya que no bastaba con que la mayoría de los electores acudiesen a votar para evitar las intrigas y manejos secretos de los partidos. El temor que empuja a Pacheco en esta dirección es el mismo que anima al resto de propuestas que abogan por dotar de cierta estructura a las opiniones políticas: frente a una mayoría desorganizada de votantes, los “partidos” tienen un centro común, forman un cuerpo compacto de votos que puede superar a los votos dispersos del resto de electores, que obran de forma aislada. Por eso es necesario concertarse y deliberar públicamente sobre los mejores candidatos. El artículo termina aconsejando que tras la publicación de las listas de candida-
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Eco del Comercio. Madrid. 8 de julio de 1836. El Español. Madrid. 9 de julio 1836. Cánovas Sánchez, Francisco, “Los partidos políticos”. Jover, José María (dir.). Historia de España. Tomo XXXIV: La era isabelina y el sexenio democrático (1834-1874). Madrid. Espasa-Calpe. 1981. p. 405. La Revista Española. Madrid. 21 de junio 1836.
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La Revista Española. Madrid. 28 de junio 1836. La Ley. Madrid. 24 de junio 1836. “De nuestro sistema de candidaturas”. La Ley. Madrid. 20 de junio 1836.
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tos y de la distribución de los distritos sería conveniente que algunas personas influyentes reuniesen en algún local o en su casa a los electores de cada distrito. Allí podría formarse una opinión que facilitase la convergencia de votos. El articulista no ve inconvenientes en estas reuniones públicas anunciadas por los periódicos. La concertación debería abarcar también a las diferentes cabeceras. Una alineación de apoyos que en cierto grado debió darse a juzgar por la opinión de un periódico de signo contrario: “No es un misterio ya que dos partidos (aunque liberales ambos) [aclaración necesaria debido a las dudas existentes al aplicar el término partido a las fracciones del partido liberal] pugnan sobre más o menos mejoras, más o menos derechos políticos, o más o menos garantías sociales”. Ambos, continúa, han presentado sus listas de candidatos en los periódicos de su color: El Español, La Revista, La Ley y El Jorobado, por un lado, el Eco del Comercio, El Patriota y El Nacional, por otro62. También confirmaba este alineamiento El Liberal, que por su parte, se mostraba neutral justificándolo mediante su rechazo a la división de los liberales en partidos63. Al contrario de lo que ocurre en El Español, en los artículos que La Ley dedica a difundir su principio de candidaturas no se renuncia a utilizar la voz partido, aunque lejos de darle un sentido positivo, se les connota negativamente en tanto que el concepto de opinión adquiere rasgos que oscilan entre una valoración neutra y positiva. Ambos términos, que en otros lugares son intercambiables, se utilizan en este caso conscientemente de forma distinta. Ya se hizo una referencia a la menor carga polémica del concepto de opinión, que hace más atractivo su uso en determinados contextos. Los todavía tímidos, aunque cada vez más numerosos, intentos de resemantización en términos positivos de la voz partido, en buena medida promovidos por los mismo defensores de los diferentes proyectos de asociación, se vieron obstaculizados por el clima de fuerte enfrentamiento en la cámara de procuradores entre las tendencias exaltada y moderada. En este caso, la beligerancia de la oposición sita en el Estamento de Procuradores elegido en marzo al gobierno de Istúriz condujo a la devaluación de la política de la oposición en ambientes moderados, que consideraron a esta oposición como un “partido” frente a la mayoría de los electores, ajenos a sus medios y objetivos. La Ley, defensora en otros artículos de los partidos políticos parlamentarios64, hace en este caso un uso de la voz partido asimilable, aunque sin compararlo ex-
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El Nacional. Madrid. 14 de julio 1836. Adame de Heu, Wladimiro, Sobre los orígenes del liberalismo histórico consolidado en España (1835-1840). Sevilla, Universidad de Sevilla, 1997, p. 108. “De los partidos”. La Ley. N° 4. Madrid. 4 de junio 1836.
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plícitamente, al sentido netamente negativo que suele atribuirse a facción. La intención, por tanto, de hacer más razonable para la mayoría de los electores la propuesta de los principios de candidaturas y la organización mínima que comportaba resultaba más fácil escogiendo la opción que menos asociaciones negativas conllevase. Esta circunspección al elegir las expresiones es un indicio de la fuerte resistencia a liberarse de los componentes negativos del concepto de partido. Denotar al contrario como partido implicaba su desprestigio y era especialmente útil al contraponerlo con la mayoría de la nación. La convivencia semántica de contenidos contradictorios es especialmente visible en quienes defendían la pertinencia de los partidos. La acentuación de uno u otro aspecto de su bagaje significativo obedece en estos casos al contexto de uso. Los elementos positivos o neutros adquieren así relevancia cuando la reflexión se mueve en el terreno de la teoría, es decir, preferentemente cuando se tematizan las funciones de los partidos en una dinámica parlamentaria normalizada. En la lucha política cotidiana, no obstante, son los componentes negativos, disruptivos, de partido los que resaltan. La falta de distinción explícita entre estos dos niveles hace que publicistas como Borrego y Pacheco parezcan inconsecuentes en su uso del término partido. A pesar del cuidadoso y en ocasiones voluntariamente equívoco uso del lenguaje, lo que se estaba proponiendo y justificando era la acción regulada de los partidos fuera del ámbito parlamentario. La candidatura y las asociaciones electorales se convirtieron en los elementos que de forma más clara muestran el reconocimiento de la necesidad de canalizar la acción de los distintos partidos –u opiniones como se prefería decir– en las elecciones. Ambos se concibieron como medios para clarificar el proceso electoral y facilitar unas elecciones verdaderas, en las que la voluntad de los electores hallase una adecuada correspondencia con la composición del parlamento, lo que implicaba, por un lado, una mayor organización de las opiniones políticas existentes a la hora de presentar los candidatos y la necesidad de un cierto planteamiento público de los principios mediante las profesiones de fe y las discusiones en las reuniones políticas, por otro. Los partidos políticos, con una presencia inequívoca, si bien laxa, en la asamblea ya no debían limitar su acción a las cámaras y el primer paso para extenderse era la vía de acceso a ellas. Con ello se había dado el primer progreso teórico que permitiría una serie de ampliaciones sucesivas de su radio de influencia legítima hasta llegar a abarcar en su seno, en las formulaciones más avanzadas de la época, al conjunto de los ciudadanos.
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No obstante, la inicial renuencia a reconocer a los partidos como el centro vertebrador de las opiniones políticas hizo que se pusiese el acento en los electores como protagonistas de la organización destinada a proponer candidatos. Aunque hay excepciones que apuntan a una conexión sin ambages entre electores y partidos. Así, por ejemplo, en La Ley, antes del giro estratégico que descalificaba el concepto de partido, se reconocía que en los pueblos educados en la libertad, los partidos intentaban conseguir el triunfo para que los elegidos representen su opinión. Los partidos no debían utilizar la coacción, pero podían tener agentes que diesen indicaciones a los electores65. Teniendo en cuenta estos antecedentes no es una sorpresa comprobar que el salto de un artículo a un folleto en el que se explicasen con más espacio y detalle los medios para crear una asociación electoral fuese obra una vez más de Andrés Borrego. Me refiero al conocido Manual electoral para el uso de los electores de la opinión monárquico-constitucional, de 1837 en el que reúne los elementos que había ido exponiendo desde las páginas de El Español. Es difícil aquilatar el impacto de este texto en la práctica electoral moderada. De lo que no cabe duda es de que la organización de los moderados en las elecciones de ese año dio a este partido una clara ventaja sobre los progresistas. Ese desequilibrio explica para Isabel Burdiel que los progresistas acusasen a los moderados, sobre todo en 1840, de llevar a cabo una política partidista contraria a la soberanía nacional66. Ya antes de la publicación del folleto, Borrego llevaba un tiempo intentando reunir a un cierto número de liberales-conservadores para formar un partido homónimo y conciliar las diferencias en el parlamento67. La motivación, al igual que en los artículos periodísticos, no es esencialmente teórica, sino, como es habitual en Borrego, práctica. Este folleto es un panfleto político bien construido: ataca al partido contrario e intenta aportar alternativas. El lenguaje es fluido, directo, no tan grandilocuente y afectado como acostumbra a ser en otros textos de la época. La intención movilizadora que persigue y la eficacia que su expresión llega a alcanzar queda patente en la frase con la que termina la introducción: “No es más fuerte el partido de la Granja, que lo era el gobierno de Carlos X”. Frase efectista, abierta, dinámica y lapidaria a la vez, que hace una elipsis intencionada de la conclusión para que
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sea el lector quien la enuncie. Borrego hace, en definitiva, un llamamiento a desbancar a los progresistas del poder por medios electorales. Su posicionamiento a favor del partido moderado, que considera más moral e ilustrado y no compuesto exclusivamente de empleados y aspirantes como el progresista, no excluye la crítica. Le achaca que no haya presentado hasta ese momento un sistema completo de reforma que capte el favor público. Los sucesos de La Granja68 interrumpieron en sus inicios el desarrollo de la elección directa y la implantación de todas sus consecuencias con la vuelta al sistema electoral por grados de la constitución gaditana. Las elecciones de septiembre de 1837 constituían una nueva oportunidad para retomar la implantación de prácticas modernas asociadas a un nuevo sistema electoral, promulgado el 20 de julio del mismo año. Las discusiones en el parlamento a este respecto fueron breves, lo que indica el consenso básico que existía acerca de las condiciones elementales que debía reunir una ley electoral69. Oportunidad que Borrego no quiso desaprovechar. Una lectura apresurada de las primeras páginas del Manual nos confronta una vez más con una crítica a los partidos70 que podría identificarse, erróneamente, con su rechazo. Sin embargo, más que un simple rechazo, la crítica obedece a la agitada situación política del momento, a la inestabilidad de un sistema que no termina de afianzarse mediante unas prácticas que lo fundamenten y sostengan. Las frecuentes referencias a los partidos en contextos no negativos que salpican el texto obligan a matizar la impresión de las primeras páginas, un lugar común, por otra parte, que en ocasiones adquiere tal virulencia que oculta una aceptación real de su papel en el sistema representativo. Sin duda, junto a la voluntad de lograr el triunfo de su opinión, el objetivo de este folleto es facilitar el avance en el establecimiento de prácticas políticas homologables a las existentes en países más avanzados constitucionalmente. En este sentido alude como inspiración a la asociación francesa “Aide-toi le ciel t´aidera”, que llevó a cabo la “resistencia legal” contra el ministerio Po-
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La Ley. Madrid. 5 de junio 1836. Burdiel, Isabel, Isabel II. No se puede reinar inocentemente. Madrid, Espasa-Calpe, 2004, pp. 102-103. Castro, Romanticismo, pp. 141-142. El grupo lo integraban entre otros Flórez Estrada, Flores Calderón, Beltrán de Lis y Calderón Collantes.
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El 14 de agosto, día en que la noticia de la sublevación de La Granja llega a Madrid, se publica en El Español la dimisión de Borrego, Ibíd., p. 114. Estrada Sánchez, Manuel, El significado político de la legislación electoral en la España de Isabel II. Universidad de Cantabria, Santander, 1999, p. 46. Borrego, Andrés, Manual electoral para el uso de los electores de la opinión monárquicoconstitucional. Madrid, 1837. Borrego opone a la efervescencia de los partidos en el campo de la política la participación de la mayoría contribuyente y honrada, p. 3. Más adelante afirma que si la mayoría elige a los representantes identificados con la verdadera opinión del país, se pondría término a los infortunios de una nación presa de parcialidades y bandos, p. 6.
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lignac, preludio de la revolución de julio, en la que Borrego tuvo su parte de protagonismo71. Uno de los medios fundamentales que permiten avanzar en esa vía es la elección directa, como defendió repetidas veces desde las columnas de El Español durante la discusión sobre la Ley electoral bajo el gobierno de Mendizábal. De este modo, para Borrego, las elecciones de julio de 1836 con el sistema de elección directa fueron las primeras realmente disputadas en las que por vías legales los “partidos políticos” persiguieron el poder, a lo que no contribuyó poco la figura de las candidaturas: “Las cuestiones de principios jamás son tan claras en política como cuando se reducen a nombres propios”. Para Borrego basta comparar las cualidades de los diputados elegidos en julio con las de los elegidos justo después, según el sistema de la Constitución de Cádiz para apreciar las ventajas de la elección directa. El Manual es en sus palabras un “tratado práctico electoral” que debe servir para reunir “bajo una común dirección las fuerzas electorales de la oposición constitucional”, para “producir la deseada unión y concierto entre los electores que profesan comunes principios” ante las próximas elecciones. Unos comicios sin comunicación y concierto entre los electores sobre las personas a elegir no tienen valor. Además, la ley vigente no impide la concertación de los electores. Sentada la necesidad y posibilidad legal de la concertación, Borrego procede a exponer la forma en que ésta debería llevarse a cabo. En primer lugar, los electores de cada capital de provincia deben concertarse y centralizar su acción. Para ello elegirán entre los electores dos apoderados. También se elegirá a nueve electores que auxilien a los primeros durante las elecciones. Juntos formarán las comisiones electorales de provincia. Las comisiones promoverán la reunión y concierto de los electores de su opinión en los distritos de la provincia para que nombren un apoderado en su localidad. Las grandes ciudades podrán subdividirse en unidades más pequeñas a modo de distritos de provincia para facilitar las relaciones entre apoderados y electores. La armonización de sus tareas corresponde a las comisiones centrales o de provincia. A los apoderados de distrito se unen tres electores para formar las comisiones de distrito. Los electores y apoderados deben facilitar los datos necesarios para que no quede fuera de las listas ningún elector de su opinión. Facilitará el trabajo crear una lista previa (tarea de las comisiones de distri-
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Durante su primer exilio Borrego colaboró en Le Constitutionnel y se integró en la sociedad liberal Aide toi, le ciel t´aidera, donde conoció a Laffite, Périer, Guizot y Thiers. Castro, Romanticismo, p. 33.
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to, que las enviarán a los apoderados de la capital) con los electores de su opinión. Servirán para contrastarla con la oficial y conocer el posible número de votos a la vez que hará más fluidas las relaciones entre los electores de la misma opinión. Una de las primeras tareas de las comisiones electorales de las capitales es concertarse con las de distrito para sondear la opinión de los electores sobre los mejores candidatos de la provincia. Borrego también cree conveniente que cuando un cierto número esté a favor de un candidato le mande una carta firmada invitándole a presentarse y a que exponga sus opiniones y principios. Una vez expuestos deberá consultarse la opinión reuniendo a electores y apoderados para juntar los votos a favor de los candidatos con más probabilidades de éxito. El mejor método para lograrlo es distribuir el número de diputados y senadores entre todos los distritos en que se divida la provincia, de modo que cada distrito designe un candidato. Si hubiese más distritos que diputados, deberán combinarse varios distritos en función de su respectiva riqueza e influencia. Con ello se asegura una correcta representación de los intereses de la provincia. Con estos datos la comisión electoral de provincia formará la lista definitiva que deberán adoptar todos los electores de la opinión monárquico-constitucional si quieren ganar. Borrego termina exponiendo las características que deberían reunir los buenos diputados: adhesión a la monarquía constitucional moderada, franca aceptación de la Constitución de 1837, arraigo en la provincia por la que se presentan, no ser empleados del gobierno, no pertenecer a las ideas de la escuela de 1812, estar a favor de votar leyes por la educación y subsistencia de las clases proletarias y dar garantías de no pertenecer al partido que suele recurrir a medios ilegales para gobernar. De nuevo Borrego da preferencia a la voz opinión por encima de partido con la misma intención que guiaba a los artículos: hacer más presentable unas organizaciones novedosas y vencer las resistencias de quienes creían ver en las asociaciones el fantasma de las sociedades patrióticas del Trienio. La tarea teórico-práctica que se propuso Borrego continuaría con la fundación de El Correo Nacional. Sigue empeñado en dotar de un armazón ideológico al partido que él mismo denominó, con no demasiado éxito, monárquico-constitucional. La anterior etapa le mostró los problemas de dirigir un periódico sin un partido que apoyase sus ideas. En este sentido, Borrego pretende ahora adaptar el partido al periódico y no al revés y articular periódico, doctrina y partido político72.
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Ibíd., 147.
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A pesar de la cuidadosa e intencionada distinción entre los partidos y las asociaciones electorales, la inevitabilidad de explicitar la relación entre la idea de la asociación/organización y los partidos terminó por imponerse, de forma que las apelaciones a la organización política dejan de tomar el desvío de las asociaciones de electores para centrarse directamente en lo que desde el principio constituyó el objetivo más o menos velado: dotar de estructura a los grupos políticos. Y fue también en medios afines al partido moderado donde se reflexionó claramente sobre la necesidad de esta relación y se expresó de forma directa –casi una década después–, como se lee en el mismo título del artículo, la necesidad de “organización del partido parlamentario”73. En él se señala que
no sólo la legitimidad, sino también la necesidad de la organización extraparlamentaria de los partidos. Esta ampliación espacial y temporal de la acción de los partidos –su actividad ya no tenía por qué reducirse al período electoral–, que simultáneamente es una ampliación del concepto de partido, anticipó en cierto modo el énfasis que también haría Borrego en la organización de los partidos once años después75.
precisamente la falta de organización y de armonía entre sus integrantes había propiciado las numerosas derrotas del “partido del orden”. Como ejemplo de una posible solución, el periódico publicaba una circular del 13 de diciembre de 1843 firmada por un grupo de electores de Almería afines al partido parlamentario en la que proponían un proyecto de organización.
El Español. Madrid. 1835-1836.
La circular constataba que la reunión de individuos interesados en el sostén del trono y la religión, que apoyaban la independencia y la libertad constitucional, componía la mayoría del país. A esta reunión, conocida con el correcto epíteto de moderados, no se les podía, en cambio, aplicar el término de partido:
La Ley. Madrid. 1835-1836.
“A la idea de partido político parece que van anexas, al paso que las de auxilio recíproco entre los asociados las no menos indispensables de unidad y dependencia de ciertos jefes comúnmente reconocidos, para obrar con arreglo a sus resoluciones y en virtud de anteriores compromisos”74. Al moderado le faltaba la centralización y la fuerza y rapidez de acción que ésta implica. Para que esta mayoría natural no sucumbiese a una minoría –que casualmente siempre estaba mejor organizada– era necesario que se dotase de un centro, de una organización, es decir, del criterio que identifica a un verdadero partido. La circular pretendía promover el espíritu de asociación política empezando por la ciudad de Almería para ampliarlo posteriormente a toda la provincia.
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La brecha de la jaula parlamentaria abierta a mediados de los años treinta se había ampliado en algunos círculos moderados en los cuarenta hasta defender
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“Organización del partido parlamentario”. El Heraldo. Madrid. 23 de enero 1844. Ibíd.
Borrego, Andrés, De la organización de los partidos en España considerada como medio de adelantar la educación constitucional de la nación, y de realizar las condiciones del gobierno representativo. Madrid, 1855.
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HISTORIA 396 ISSN 0719-0719 Nº 1 - 2014 [107-133]
LAS COFRADÍAS MEDIEVALES EN ESPAÑA MEDIEVAL CONFRATERNITIES IN SPAIN
Burdiel, Isabel, Isabel II. No se puede reinar inocentemente. Madrid, Espasa-Calpe, 2004. Cánovas Sánchez, Francisco, “Los partidos políticos”. Jover, José María (dir.). Historia de
Germán Navarro Espinach
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[Recibido el 31 de noviembre de 2013 y Aceptado el 9 de abril de 2014]
Resumen En este artículo se analiza el primer censo general de cofradías medievales de España con 436 identificadas durante los años 1122-1521, la mitad de ellas ubicadas en Sevilla, Zaragoza y Valencia. En su mayoría son de los siglos XIV y XV y se conocen sus advocaciones, con un claro predominio de las cofradías de oficios. El estudio establece una interpretación general del movimiento confraternal hispano en perspectiva económica y política más allá de los aspectos religiosos y asistenciales. Palabras clave: cofradías, España, historia religiosa, sociedad civil, siglos XII-XVI.
Abstract This paper presents an analysis of the first general census of the medieval confraternities in Spain. Four hundred and thirtysix confraternities are identified between the years 1122-1521; half of them are located in Seville, Zaragoza, and Valencia and the majority of these are from the 14th and 15th centuries. This analysis shows both their venerations along with the clear predominance of trade associations. This study establishes a general interpretation for the confraternal, Hispanic movement using economic and political parameters more than the religious and welfare aspects. Keywords: Confraternities, Spain, religious history, civil society, 12th- 16th centuries.
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INTRODUCCIÓN El presente artículo es una revisión del texto de la conferencia plenaria que impartí el lunes 26 de agosto de 2013 en las XVII Jornadas Medievales de Viña del Mar en el marco de una estancia de investigación realizada en el Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso1. El objetivo principal de la estancia era indagar en las tendencias historiográficas que está desarrollando el medievalismo chileno con atención especial a temas económicos y sociales2. La elección de este tema de las cofradías medievales se justifica por el contenido de historia religiosa que predominaba en las XVII Jornadas Medievales de Viña del Mar. En ese sentido, me pareció oportuno aprovechar la ocasión para plantear un balance general sobre el contexto español teniendo en cuenta que hasta ahora no se había hecho algo así. Y eso que se trata, sin duda, de un fenómeno clave tanto para la historia religiosa de la Europa medieval como para la proyección que ésta tuvo en la América colonial. A tal efecto, se presenta aquí un primer censo general de cofradías medievales documentadas en España que he elaborado contrastando las principales obras de investigación existentes y mi propio bagaje previo desde hace más de veinte años en este campo de estudios. De hecho, cuando presenté la tesis doctoral sobre industria y comercio de seda, lino, cáñamo y algodón en Valencia durante 1450-1425, ya me había interesado bastante por las cofradías de oficios de artesanos y mercaderes implicados en los negocios textiles de aquella época, destacando sobre todo la documentación que pude estudiar concerniente a la cofradía de san Jerónimo, patrón del Colegio del Arte Mayor de la Seda de Valencia3.
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La financiación de la estancia estuvo a cargo del proyecto de investigación Identidades urbanas Corona de Aragón-Italia: redes económicas, estructuras institucionales, funciones políticas (siglos XIV-XV), del Gobierno de España para 2012-2014 (ref. HAR2011-28861), cuyo director es el profesor Paulino Iradiel de la Universidad de Valencia. Las actividades desarrolladas se integran también en el plan de trabajo del Grupo Consolidado de Investigación CEMA (Centro de Estudios Medievales de Aragón) del que el autor es miembro en la Universidad de Zaragoza. Quiero agradecer la hospitalidad y la ayuda prestadas en todo momento por mi anfitrión, José Marín, profesor de historia medieval y decano de la Facultad de Filosofía y Educación de la PUCV de Valparaíso. Vaya mi agradecimiento también para el profesor Ariel Guiance quien me puso en contacto con él durante mi estancia del año anterior en Argentina. Con todo, además de la citada conferencia impartí un curso de doctorado sobre El comercio medieval en la historiografía española de los últimos años por encargo del profesor Eduardo Cavieres, director del programa de postgrado, aparte de dos conferencias más, una sobre Las rutas de la seda en la Edad Media con motivo del 65 Aniversario del Instituto de Historia en Viña del Mar, por gentileza del profesor Mauricio Molina, director del mismo, y la otra sobre La Edad Media y nuestra percepción del siglo XXI, a propuesta de la profesora Ximena Illanes Zubieta, subdirectora del Instituto de Historia de la PUC de Chile en el Campus de San Joaquín de Santiago. Agradezco a todos estos profesores su interés por mi trabajo. Navarro, Germán, El Col·legi de l’Art Major de la Seda de València. Valencia, Consell Valen-
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A raíz de esa experiencia inicial, el profesor José Sánchez Herrero, catedrático emérito de historia medieval de la Universidad de Sevilla, especialista reconocido en el tema, me encargó un estado de la cuestión sobre las cofradías de la Vera Cruz y la Sangre de Cristo en los países de la Corona de Aragón para poder establecer comparaciones con Castilla4. De forma simultánea en aquellos años localicé un manuscrito con documentos y cuentas del hospital-cofradía de Santa María de Villaespesa y San Juan Bautista de Teruel, futuro hospital general de la ciudad5. Después vieron la luz las actas de unas jornadas generales sobre cofradías de la Sangre de Cristo en las que establecí otro balance general para la Corona de Aragón6 e incluso, a posteriori, amplié el contexto de análisis al tratar las cofradías de los oficios del comercio en la España bajomedieval7. A lo que ahora se añade un estudio sobre los santos patrones de oficios a partir de las fuentes que aporta el movimiento confraternal de la Edad Media8. También en 2010 dirigí un trabajo final de máster sobre las cofradías medievales de Aragón que se ha publicado con un prólogo a mi cargo, convirtiéndose en la monografía más reciente editada en España en este ámbito9. Las cofradías representaron la forma más difundida de asociación voluntaria en la Europa cristiana al menos a partir del siglo XIV y expresaban la práctica de una vida religiosa que desbordaba los cuadros legales porque en el fondo buscaban defender por esta vía los intereses económicos y políticos de los colectivos sociales o profesionales que las sustentaban. Las primeras síntesis generales sobre su historia en el Occidente medieval inician su andadura con
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cià de Cultura, 1996. Véase también “La cofradía de la Misericordia y el oficio de tejedores de seda (1465-1479)” y “Los genoveses y la creación del Art de Velluters de Valencia con su cofradía de san Jerónimo (1479-1483)” en el libro del mismo autor: Navarro, Germán, El despegue de la industria sedera en la Valencia del siglo XV. Valencia, Consell Valencià de Cultura, 1992, pp. 43-62 y 63-86 respectivamente. Navarro, Germán, “Las cofradías de la Vera Cruz y de la Sangre de Cristo en la Corona de Aragón (siglos XIV-XVI)”. Anuario de Estudios Medievales. Vol. 36. N°2. 2006. pp. 583611; y “La Vera Cruz y la Sangre de Cristo en la Corona de Aragón. Promoción religiosa e identidades culturales durante los siglos XII-XVI”. Actas del IV Congreso Internacional de Hermandades y Cofradías de la Vera Cruz. Zamora. 2009. pp. 689-716. Navarro, Germán, “El Hospital de Santa María de Villaespesa y de San Juan Bautista en la ciudad de Teruel a través de los actos notariales de Alfonso Jiménez (1481-1518)”. Aragón en la Edad Media. N° 16. 2000. pp. 565-590. Navarro, Germán, “Las cofradías religiosas medievales en la Corona de Aragón”. Actas de las II Jornadas Nacionales de las Cofradías de la Sangre de Cristo. Teruel. 2005. pp. 25-31. Navarro, Germán, “Los protagonistas del comercio: oficios e identidades sociales en la España bajomedieval”. De la Iglesia, José Ignacio (coord.). El comercio en la Edad Media. Logroño. Instituto de Estudios Riojanos. 2006. pp. 147-187. Navarro, Germán, “Santos patrones de oficios. San Eloy y San Jerónimo”. Temas Medievales. Revista del Departamento de Investigaciones Medievales del Instituto Multidisciplinario de Historia y Ciencias Humanas de Buenos Aires (CONICET), en prensa. Tello, Esther, Aportación al estudio de las cofradías medievales y sus devociones en el reino de Aragón. Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2013.
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las obras de Angelozzi10, Vauchez11, Paravicini12 o Langlois13. Y al poco tiempo se han materializado estudios generales para Portugal14, Francia15 o más recientemente Italia16, sin que España haya tenido una obra de conjunto similar. Con todo, hay que reconocer algún intento de valoración global por parte de autores como Arias de Saavedra y López-Guadalupe planteando el peso social y la influencia que tuvieron las cofradías españolas durante los siglos XVI-XVIII17. Como ponen de manifiesto estos autores, estas microinstituciones fueron las más numerosas y generalizadas en toda la geografía española, es decir, una importante célula de convivencia cuya implantación social no fue superada. Nacidas en la Edad Media, se multiplicaron por todas partes hasta alcanzar la cifra de 25.581 cofradías en España, según el expediente general de 1769-1784 ordenado por el rey Carlos III para evaluar su patrimonio y fuentes de riqueza a efectos fiscales. Eran, sin duda, el principal cauce de asociación existente durante décadas en todos los estamentos. Hubo cofradías de nobles exclusivas y cerradas al resto de la sociedad, hermandades clericales con fines asistenciales entre sus miembros y, por supuesto, cada oficio solía tener la suya repitiendo advocaciones en todas partes como san Eloy para los plateros, san Cosme y san Damián para médicos o san Crispín y san Crispiniano para zapateros, por poner algunos ejemplos muy conocidos. En la práctica, hasta el concilio de Trento no se asumió de forma definitiva que todas ellas estuviesen bajo la autoridad de los obispos de las diócesis en las que desarrollaban su actividad. Es decir, su historia discurrió durante mucho tiempo fuera del control directo de la jerarquía eclesiástica. Mención aparte merece la prohibición de las cofradías
LAS COFRADÍAS MEDIEVALES EN ESPAÑA—Germán Navarro Espinach / 111
gremiales planteada por la propia monarquía en alguna coyuntura concreta como fue durante el mandato de Carlos V en pleno siglo XVI18. Merece la pena reseñar también otro balance historiográfico reciente que para la Corona de Castilla reclama más estudios que conciban las cofradías medievales como un verdadero fenómeno social19. Tal vez la responsabilidad recaiga en el marcado localismo erudito que suelen tener estas investigaciones sin tener en cuenta marcos y contextos más generales de comparación. Sea como fuere, al día de hoy existen estudios de carácter regional que desde los años noventa han ido acumulando mucha información al respecto sobre Astorga20, Girona21, Navarra22, Valencia23, País Vasco24, Andalucía25, Castilla la Nueva26, Sevilla27, León y Castilla28 o Aragón29. Sin que haya habido solución de continuidad entre aquellos estudios pioneros de los Bofarull30 o de Romeu de Armas31 respecto a este impulso historiográfico de las dos últimas décadas. Lo que también resulta muy interesante es que empiece a plantearse con fuerza el tema de la proyección de las cofradías españolas hacia la América colo-
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Angelozzi, Giancarlo, Le confraternite laicali: un’esperienza cristiana tra medioevo ed età moderna. Brescia, Queriniana, 1978. Vauchez, André, “Les confréries au Moyen Age: esquisse d’un bilan historiographique”. Revue Historique. N° 275.1986. pp. 467-477. Paravicini, Agostino (ed.), Le mouvement confraternel au Moyen Âge: France, Italie, Suisse, Actes de la table ronde organisée par l’Université de Lausanne avec le concours de l’École Française de Rome. Roma, 1987. Langlois, Claude, “Les confréries du Moyen Âge a nos jours: nouvelles aproches”. Les Cahiers du GRHIS. N° 3. 1995. pp. 7-21. Da Cruz Coelho, Maria Helena, “As confrarias medievais portuguesas: espaços de solidariedades na vida e na morte”. Cofradías, gremios, solidaridades en la Europa Medieval. Pamplona. Gobierno de Navarra. 1993. pp. 149-183. Vincent, Catherine, Les confréries médiévales dans le royaume de France: XIIIe-XVe siècles. París, 1994. Gazzini, Marina, Confraternite e società cittadina nel medioevo italiano. Bolonia, Clueb, 2009; y Studi Confraternali: orientamenti, problemi, testimonianze. Florencia, Firenze University Press, 2009. Arias de Saavedra, Inmaculada, y López-Guadalupe, Miguel Luis, “Las cofradías y su dimensión social en la España del antiguo régimen”. Cuadernos de Historia Moderna. Vol. 25. 2000. pp. 189-232. Véase también López-Guadalupe, Miguel Luis, “Expansión y control de las cofradías en la España de Carlos V”. Sánchez-Montes, Francisco y Juan Luis Castellano (coords.). Carlos V. Europeísmo y universalidad. Vol. 5. Granada. 2001. pp. 377-416.
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López-Guadalupe, “Expansión y control de las cofradías en la España de Carlos V”. Martín-Viveros, Antonio. “Las cofradías castellanas en la Edad Media. Pasado, presente y futuro de la producción historiográfica”. Espacio, Tiempo y Forma. Serie III. Hª Medieval. Tomo 25. 2012. pp. 285-308. Cavero, Gregoria, Las cofradías en Astorga durante la Edad Media. León, 1992. Véase también de la misma autora “Cofradías y beneficencia en la Edad Media: aproximación a sus fuentes en los Archivos de la Iglesia”. Memoria Ecclesiae. N° 11. 1997. pp. 455-471; y “Las cofradías impulsoras de la piedad popular”. Memoria Ecclesiae. N° 21. 2002. pp. 9-95. Marquès, Josep Maria, “Confraries medievals del bisbat de Girona”. Annals del Institut d’Estudis Gironins. N° 34.1994. pp. 335-375. Silanés, Gregorio, “Las cofradías medievales en el reino de Navarra (siglos XI-XVI)”. Religiosidad popular en España. Vol. 1. Madrid. 1997. pp. 117-144; y del mismo autor, Cofradías y religiosidad popular en el Reino de Navarra durante el Antiguo Régimen. Sansol, 2006. Benítez, Manuel, Las cofradías medievales en el Reino de Valencia (1329-1458). Universidad de Alicante, 1998. García, Ernesto, “Las cofradías de oficios medievales del País Vasco (1350-1550)”. Historiar. Revista trimestral de historia. N° 1. 1999. pp. 76-90. Sánchez, José (ed.), Reglas de Hermandades y Cofradías Andaluzas. Siglos XIV, XV y XVI. Universidad de Huelva, 2002. Torres, Raquel, Formas de organización y práctica religiosa en Castilla la Nueva, siglos XIIIXVI. Tesis doctoral. Universidad Complutense de Madrid, 2002. Pérez, Silvia María, Los laicos en la Sevilla Bajomedieval. Sus cofradías y devociones. Universidad de Huelva, 2005. González, José Damián, Gremios y cofradías en los reinos medievales de León y Castilla, siglos XII-XV. Palencia, Región Editorial, 2009. Tello, Esther, Aportación al estudio de las cofradías medievales y sus devociones en el reino de Aragón. Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2013. De Bofarull, Manuel y Francisco, Gremios y cofradías de la antigua Corona de Aragón. Barcelona, 1876-1910. Rumeu, Antonio, Historia de la previsión social en España. Cofradías, gremios, hermandades, montepíos. Madrid, 1944.
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nial no sólo por parte de la investigación española32 sino también de la mano de autores americanos por ejemplo en Chile33 o Perú34. En este último país se han abordado cuestiones como la proyección del culto a san Eloy con la cofradía de los plateros de Lima, fundada en 159735. Parece existir una relación directa entre la instalación de la orden de San Agustín en Lima hacia 1551 y la construcción de capillas para la nueva iglesia del convento iniciada en 1574, entre las cuales ya estaba la de San Eloy, comprada en 1597 por los plateros para la celebración de su fiesta patronal. Es probable que fueran los agustinos quienes sugiriesen tal patronazgo a los mayorales de la cofradía de plateros promoviendo así en América una tradición que en los reinos de España se remontaba al siglo XIV. Para poder investigar tal cuestión se conservan estatutos y otros documentos de la citada cofradía en el Archivo General de la Nación y en el Archivo del Arzobispado de Lima36. Lo cierto es que el avance investigador de las dos últimas décadas permite construir ya el primer censo general de cofradías medievales de España a partir de documentación fechada entre 1122 y 1521 procedente de las obras de Bofarull, Benítez, Pérez, González y Tello37 junto a datos recopilados por investigaciones propias38. Dicho censo consiste en una tabla con 436 cofradías que
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Mena, Carmen, “Las hermandades de Sevilla y su proyección americana: estudio comparativo de la Cofradía de Nuestra Señora de los Ángeles o de los negritos de Sevilla y de la cofradía de Santa Ana de Panamá”. García, Pilar at al. (coords.), Estrategias de poder en América Latina. Barcelona, Universitat de Barcelona, 2000, pp. 129-150. Gutiérrez, Acuarela, La Cofradía de Encomenderos del Rosario (1590-1747). Religiosidad y sociabilidad en la elite de Santiago colonial. Tesis doctoral. Santiago, Pontificia Universidad Católica de Chile, 2000. Esteras, Cristina y Gutiérrez, Ramón, “La cofradía de San Eloy de los plateros de Lima”. Atrio. Revista de Historia del Arte. N°10/11. 2005. pp. 159-168. Villarejo, Avencio, Los agustinos en el Perú y en Bolivia (1548-1965). Lima, Editorial Ausonia, 1965. A tal efecto se tiene previsto un sondeo sobre esas fuentes aprovechando la próxima estancia de investigación que realizaré durante agosto de 2014 en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos o Universidad del Perú por invitación de la Maestría de Historia, cuyo coordinador es el profesor Francisco Quiroz Chueca. Se da la circunstancia de que este profesor dirige una tesis doctoral sobre las cofradías de la Lima colonial cuyo responsable es un antiguo alumno licenciado por la Universidad de Zaragoza, David Fernández Villanova, al cual tuve la oportunidad de dirigir sus trabajos de investigación para la obtención del Diploma de Estudios Avanzados en Historia Medieval. De Bofarull, Gremios y cofradías de la antigua Corona de Aragón; Benítez, Las cofradías medievales en el Reino de Valencia; Pérez, Los laicos en la Sevilla Bajomedieval; González, Gremios y cofradías en los reinos medievales de León y Castilla; y Tello, Aportación al estudio de las cofradías medievales y sus devociones en el reino de Aragón. Navarro, “La cofradía de la Misericordia y el oficio de tejedores de seda (1465-1479)” y “Los genoveses y la creación del Art de Velluters de Valencia con su cofradía de San Jerónimo (1479-1483)”; El Col·legi de l’Art Major de la Seda de València; “El Hospital de Santa María de Villaespesa y de San Juan Bautista en la ciudad de Teruel a través de los actos notariales de Alfonso Jiménez (1481-1518)”; “Las cofradías religiosas medievales en la Corona de
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registra la población en que se ubican, las advocaciones bajo cuya denominación aparecen, la identidad social de sus miembros si consta, la fecha fundacional o de mayor antigüedad que se conoce de ellas y, por último, la fuente de información en que han sido documentadas. Por poblaciones la lista de cofradías la encabeza Sevilla con 91 y le siguen Zaragoza con 79, Valencia con 61, Barcelona con 26 o Burgos con 23. En menor cuantía destacan las ciudades de Huesca (10), Valladolid (9), Zamora (9), Salamanca (6), León (5) o Segovia (4). A tenor de estas cifras salta a la vista que el censo está compuesto en mayoría absoluta por cofradías ubicadas en las principales ciudades españolas. Sólo entre Sevilla, Zaragoza y Valencia abarcan la mitad del censo. Está claro que eran un fenómeno institucional propio del mundo urbano pero no hay que despreciar la inmensa cantidad de cofradías rurales pertenecientes a pequeñas villas, aldeas y lugares que están a la espera de un análisis monográfico, y que aunque sean una, dos o como mucho tres por población pueden suponer un contingente importante en conjunto, puesto que sólo una minoría de la sociedad de los reinos hispánicos medievales vivía en núcleos de más de 5.000 habitantes. En el caso portugués ocurre algo semejante. No es extraño que donde estén las ciudades y villas más grandes el número de cofradías sea mayor, pero se reconoce la falta de estudios regionales sobre cofradías rurales que permitan establecer un mapa de su densidad de distribución por el reino. Con todo, lo que parece claro es que en uno u otro ámbito el modelo de organización administrativa es una copia del de los municipios o concejos sobre todo en sus fórmulas de gobernanza39. Así se ilustra también en España con el estudio de algunos casos concretos como el de la administración de la cofradía de Santa Margarita de la villa rural de Mirambel, cuya documentación muestra la fuerza económica de estas microinstituciones como aglutinadoras de la vida local40. En cuanto a la cronología del movimiento confraternal que retrata este censo los datos también son contundentes. Gran parte de las cofradías registradas, es decir, 362 de las 436 cofradías, están documentadas en los siglos XIV y XV: 5 hasta 1200, 33 en 1201-1300, 180 en 1301-1400, 182 en 1401-1500 y 36 en 1501-1521. Respecto a las advocaciones se desconoce cuáles eran hasta en 94 de ellas (un 20 por ciento). Entre el resto destacan los cultos a san Miguel (27),
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Aragón”; “Las cofradías de la Vera Cruz y de la Sangre de Cristo en la Corona de Aragón (siglos XIV-XVI)”; y “La Vera Cruz y la Sangre de Cristo en la Corona de Aragón”. Da Cruz, “As confrarias medievais portuguesas”, pp. 151 y 163. Tello, Aportación al estudio de las cofradías medievales y sus devociones en el reino de Aragón, pp. 231-275.
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el Corpus Christi (11) o san Eloy (7). En este último caso se ha podido estudiar más ampliamente el tema de la relación existente entre institucionalización de cofradías y difusión popular de determinadas devociones que ejercen el patronazgo de profesiones concretas41. Un 40 por ciento de las cofradías del censo (174) no ofrece datos de la identidad social de sus miembros. Por contra, entre aquellas en que sí que aparece hay un claro predominio de cofradías de oficios textiles (13 de tejedores y 10 de pelaires), zapateros (18), agricultores (16), mercaderes (11) y notarios (7). No cabe duda que para el artesanado como para el resto de los grupos medios de la sociedad civil las cofradías eran la única forma de asociacionismo permitido por las autoridades de la época. Detrás de sus objetivos asistenciales y religiosos evidentes hubo tanto intereses corporativos y monopolistas como pretensiones de representatividad política allí donde no se podía acceder al gobierno local acaparado por el patriciado urbano y la alta burguesía. De hecho, a medida que avanza la Baja Edad Media, la tipología de ordenanzas y privilegios de estas instituciones repiten en unas y otras partes estatutos tendentes a la defensa de intereses económicos y políticos más allá de los aspectos mutualistas y funerarios. Se presentan así como modelos de comportamiento colectivo codificado en relación con las estructuras de solidaridad más antiguas pero siempre en conexión con la evolución económica y social de sus entornos42. Según García de Cortázar, desde la segunda mitad del siglo XII las cofradías se constituyeron en una verdadera “religión cívica”, una especie de ordo fraternitatis, pero sus orígenes venían de mucho antes. Lo que sucede es que a partir de entonces desarrollaron una multiplicación espectacular por doquier. Sería deseable, sin embargo, que los historiadores fuésemos más allá de la descripción superficial de las actividades cofrades evaluando el impacto que estas microinstituciones tuvieron en la vida cotidiana de sus miembros. Eran una forma de vida religiosa que desbordaba los cuadros legales de la Iglesia y que ejercía una especie de pedagogía de introducción a la creencia en la comunión con los santos a partir de la práctica de la devoción, la caridad o la penitencia43. En ese sentido, hace más de veinte años que el profesor Paulino Iradiel analizó el movimiento confraternal valenciano de la Edad Media planteando un modelo de interpretación que sigue siendo en la actualidad muy útil y pertinente44.
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Navarro, “Santos patrones de oficios: San Eloy y San Jerónimo”. Virós, Lluís (ed.), Organització del treball preindustrial: Confraries i oficis. Barcelona, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 2000. García de Cortázar, José Ángel, Historia religiosa del Occidente medieval (años 313-1464). Madrid, Akal, 2012, pp. 376-377. Iradiel, Paulino, “Corporaciones de oficio, acción política y sociedad civil en Valencia”.
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Para él las cofradías medievales son una herencia bajoimperial cristiana del espíritu de hermandad y de unión que agrupaba a personas solidarias por un interés profesional común, un objetivo altruista concreto, la vecindad urbana o la identidad devocional o familiar. Su máxima implantación aconteció en la larga duración entre los siglos XII y XVIII, generalizándose en todos los ámbitos de la vida social, especialmente en ámbito laboral bajo la fórmula de cofradías de oficios. Y ese asociacionismo medieval que representa el movimiento cofrade no coincide con los poderes formales (monarquía, señoríos, concejos, etc.) ni con los poderes informales (estamentos, linajes, etc.). Eran la expresión de la conciencia colectiva del sistema social e ilustraban fenómenos claros de representación de la sociedad civil frente a la sociedad política (procesiones, recepciones de autoridades, heráldica e iconografía propias, etc.). Es decir, fórmulas de sociabilidad que no gozaban de reconocimiento institucional ni legal pero que estaban bien latentes en la vida pública. Más que en el caso de las cofradías de devoción pura como las de la Vera Cruz y la Sangre de Cristo, en el de las cofradías de los oficios hay que vincular su eclosión con la coyuntura demográfica y económica de cada contexto y época, y no sólo con la evolución de la espiritualidad medieval. Las cofradías de oficio, especialmente, eran instrumentos de hacer política, organizaciones administrativas con personalidad jurídica propia pero sin reconocimiento alguno como tales por parte de los poderes establecidos. Eran la única vía posible de representación pública en aquella época bajo el prisma de la religión cristiana católica hegemónica. Pero también algunas cofradías devocionales actuaron como vehículos de inserción social a través de la gestión directa de hospitales. De esa manera se presentaban como fundaciones religiosas de tipo civil y político con una simbología paraheráldica de imitación aristocrática y elementos de iconografía sacra. Más aún, un tema de mayor importancia allá donde la documentación lo permite es el de la gestión de sus bienes materiales, porque muchas de ellas no sólo eran propietarias de tierras e inmuebles sino que actuaban como prestamistas de dinero mediante la compra de censales como demuestra por ejemplo el caso de la cofradía-hospital de Teruel a finales del siglo XV45. En definitiva, esperemos que este primer censo general de cofradías medievales de España sirva de manifiesto en defensa de su estudio y en los próximos años la base de datos crezca en número gracias a una mayor cantidad y calidad de las investigaciones.
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Cofradías, gremios, solidaridades en la Europa Medieval. Pamplona. Gobierno de Navarra. 1993. pp. 253-284. Navarro, “El Hospital de Santa María de Villaespesa y San Juan Bautista en la ciudad de Teruel, según los actos notariales de Alfonso Jiménez (1481-1518)”.
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BIBLIOGRAFÍA Angelozzi, Giancarlo, Le confraternite laicali: un’esperienza cristiana tra medioevo ed età moderna. Brescia, Queriniana, 1978. Arias de Saavedra, Inmaculada, y López-Guadalupe, Miguel Luis, “Las cofradías y su dimensión social en la España del antiguo régimen”. Cuadernos de Historia Moderna. Vol. 25. 2000. Benítez, Manuel, Las cofradías medievales en el Reino de Valencia (1329-1458). Universidad de Alicante, 1998. Cavero, Gregoria, Las cofradías en Astorga durante la Edad Media. León, 1992. Cavero, Gregoria, “Cofradías y beneficencia en la Edad Media: aproximación a sus fuentes en los Archivos de la Iglesia”. Memoria Ecclesiae. N° 11. 1997. Cavero, Gregoria, “Las cofradías impulsoras de la piedad popular”. Memoria Ecclesiae. N°21. 2002. Da Cruz Coelho, Maria Helena, “As confrarias medievais portuguesas: espaços de solidariedades na vida e na morte”. Cofradías, gremios, solidaridades en la Europa Medieval. Pamplona. Gobierno de Navarra. 1993. De De Bofarull, Manuel y Francisco, Gremios y cofradías de la antigua Corona de Aragón. Barcelona, 1876-1910. Esteras, Cristina y Gutiérrez, Ramón, “La cofradía de San Eloy de los plateros de Lima”. Atrio. Revista de Historia del Arte. N°10/11. 2005. García de Cortázar, José Ángel, Historia religiosa del Occidente medieval (años 3131464). Madrid, Akal, 2012. García, Ernesto, “Las cofradías de oficios medievales del País Vasco (1350-1550)”. Historiar. Revista trimestral de historia. N° 1. 1999. Gazzini, Marina, Confraternité e società cittadina nel medioevo italiano. Bolonia, Clueb, 2009. Gazzini, Marina, Studi Confraternali: orientamenti, problemi, testimonianze. Florencia, Firenze University Press, 2009. González, José Damián, Gremios y cofradías en los reinos medievales de León y Castilla, siglos XII-XV. Palencia, Región Editorial, 2009. Gutiérrez, Acuarela, La Cofradía de Encomenderos del Rosario (1590-1747). Religiosidad y sociabilidad en la elite de Santiago colonial. Tesis doctoral. Santiago, Pontificia Universidad Católica de Chile, 2000. Iradiel, Paulino, “Corporaciones de oficio, acción política y sociedad civil en Valencia”. Cofradías, gremios, solidaridades en la Europa Medieval. Pamplona. Gobierno de Navarra. 1993.
LAS COFRADÍAS MEDIEVALES EN ESPAÑA—Germán Navarro Espinach / 117
Langlois, Claude, “Les confréries du Moyen Âge a nos jours: nouvelles aproches”. Les Cahiers du GRHIS. N° 3. 1995. López-Guadalupe, Miguel Luis, “Expansión y control de las cofradías en la España de Carlos V”. Sánchez-Montes, Francisco y Juan Luis Castellano (coords.). Carlos V. Europeísmo y universalidad. Vol. 5. Granada. 2001. Marquès, Josep Maria, “Confraries medievals del bisbat de Girona”. Annals del Institut d’Estudis Gironins. N° 34.1994. Martín-Viveros, Antonio. “Las cofradías castellanas en la Edad Media. Pasado, presente y futuro de la producción historiográfica”. Espacio, Tiempo y Forma. Serie III. Hª Medieval. Tomo 25. 2012. Mena, Carmen, “Las hermandades de Sevilla y su proyección americana: estudio comparativo de la Cofradía de Nuestra Señora de los Ángeles o de los negritos de Sevilla y de la cofradía de Santa Ana de Panamá”. García, Pilar at al. (coords.), Estrategias de poder en América Latina. Barcelona, Universitat de Barcelona, 2000 Navarro, Germán, “La cofradía de la Misericordia y el oficio de tejedores de seda (14651479)”. El despegue de la industria sedera en la Valencia del siglo XV. Valencia, Consell Valencià de Cultura, 1992. Navarro, Germán, “Los genoveses y la creación del Art de Velluters de Valencia con su cofradía de san Jerónimo (1479-1483)”. El despegue de la industria sedera en la Valencia del siglo XV. Valencia, Consell Valencià de Cultura, 1992. Navarro, Germán, El Col·legi de l’Art Major de la Seda de València. Valencia, Consell Valencià de Cultura, 1996. Navarro, Germán, “El hospital de Santa María de Villaespesa y de San Juan Bautista en la ciudad de Teruel a través de los actos notariales de Alfonso Jiménez (14811518)”. Aragón en la Edad Media. 16. 2000. Navarro, Germán, “Las cofradías religiosas medievales en la Corona de Aragón”. Actas de las II Jornadas Nacionales de las Cofradías de la Sangre de Cristo. Teruel. 2005. Navarro, Germán, “Los protagonistas del comercio: oficios e identidades sociales en la España bajomedieval”. De la Iglesia, José Ignacio (coord.). El comercio en la Edad Media. Logroño. Instituto de Estudios Riojanos. 2006. Navarro, Germán, “Las cofradías de la Vera Cruz y de la Sangre de Cristo en la Corona de Aragón (siglos XIV-XVI)”. Anuario de Estudios Medievales. Vol. 36. N°2. 2006. Navarro, Germán,“La Vera Cruz y la Sangre de Cristo en la Corona de Aragón. Promoción religiosa e identidades culturales durante los siglos XII-XVI”. Actas del IV Congreso Internacional de Hermandades y Cofradías de la Vera Cruz. Zamora. 2009.
118 / H istoria 3 9 6 Paravicini, Agostino (ed.), Le mouvement confraternel au Moyen Âge: France, Italie, Suisse, Actes de la table ronde organisée par l’Université de Lausanne avec le concours de l’École Française de Rome. Roma, 1987. Pérez, Silvia María, Los laicos en la Sevilla Bajomedieval. Sus cofradías y devociones. Universidad de Huelva, 2005. Rumeu, Antonio, Historia de la previsión social en España. Cofradías, gremios, hermandades, montepíos. Madrid, 1944.
LAS COFRADÍAS MEDIEVALES EN ESPAÑA—Germán Navarro Espinach / 119
ANEXO Cuadro 1. Primer Censo General de Cofradías Medievales de España
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Población
Cofradía
Ademuz
Santa María y San Pedro
Identidad
Fuente
1393
Bofarull
Ágreda
San Lorenzo
1475
González
Alicante
San Nicolás
1402
Benítez
Alpuente
San Juan Bautista
1386
Benítez
Silanés, Gregorio, “Las cofradías medievales en el reino de Navarra (siglos XI-XVI)”. Religiosidad popular en España. Vol. 1. Madrid. 1997.
Alpuente
Santa María
1386
Benítez
Altura
San Miguel
1407
Bofarull
Silanés, Gregorio, Cofradías y religiosidad popular en el Reino de Navarra durante el Antiguo Régimen. Sansol, 2006.
Alzira
Hombres
1307
Bofarull
Alzira
Regantes de la Acequia Real
1393
Bofarull
Sánchez, José (ed.), Reglas de Hermandades y Cofradías Andaluzas. Siglos XIV, XV y XVI. Universidad de Huelva, 2002.
Tello, Esther, Aportación al estudio de las cofradías medievales y sus devociones en el reino de Aragón. Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2013. Torres, Raquel, Formas de organización y práctica religiosa en Castilla la Nueva, siglos XIII-XVI. Tesis doctoral. Universidad Complutense de Madrid, 2002.
Pelaires
Antigüedad
Alzira
San Agustín
1393
Benítez
Alzira
Santa María
1337
Bofarull
Aranda de Duero
Zapateros
1501
González
Astorga
Palmeros
1217
González
Pelaires y cardadores
1224
González
Vauchez, André, “Les confréries au Moyen Age: esquisse d’un bilan historiographique”. Revue Historique. N° 275.1986.
Astorga
Vincent, Catherine, Les confréries médiévales dans le royaume de France: XIIIe-XVe siècles. París, 1994.
Astorga
San Martín
Zapateros
1210
González
Astorga
Santa María
Carpinteros
1226
González
Astorga
Santiago
Villarejo, Avencio, Los agustinos en el Perú y en Bolivia (1548-1965). Lima, Editorial Ausonia, 1965. Virós, Lluís (ed.), Organització del treball preindustrial: Confraries i oficis. Barcelona, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 2000.
San Adrián
Pellejeros
1214
González
Escribanos
1481
González
Jergueros y picoteros
1512
González
Agricultores y trajineros
1459
Bofarull
Barcelona
Barqueros
1380
Bofarull
Barcelona
Blanqueadores de cueros
1401
Bofarull
Barcelona
Ciegos
1339
Bofarull
Barcelona
Notarios
1395
Bofarull
Barcelona
Olleros, rajoleros y jarreros
1402
Bofarull
Barcelona
Pelaires y tintoreros
1383
Bofarull
Barcelona
Peleteros
1401
Bofarull
Barcelona
Real
1315
Bofarull
Barcelona
Tejedores
1394
Bofarull
Ávila Ávila
Santa María la Vieja
Barcelona
Barcelona
Corpus Christi
1373
Bofarull
Barcelona
San Cosme y San Damián
Barberos y cirujanos
1408
Bofarull
Barcelona
San Eloy
Herreros
1383
Bofarull
120 / H istoria 3 9 6
LAS COFRADÍAS MEDIEVALES EN ESPAÑA—Germán Navarro Espinach / 121
Barcelona
San Eloy
Plateros
1381
Bofarull
Barcelona
San Esteban
Freneros
1373
Bofarull
Barcelona
San Homobono
Sastres
1385
Bofarull
Barcelona
San Juan Bautista
Carpinteros
1388
Bofarull
Barcelona
San Julián
Merceros
1392
Bofarull
Barcelona
San Marcos
Zapateros
1405
Bofarull
Burgos
Santo Espíritu
Mercaderes
1447
González
Barcelona
San Miguel
Panaderos
1405
Bofarull
Burgos
Santo Espíritu
Mercaderes
1494
González
Barcelona
San Miguel y los Diez Mil Mártires
Carniceros
1380
Bofarull
Burgos y Laredo
Mulateros y recueros
1499
González
Barcelona
San Pablo
Espaderos y lanceros
1401
Bofarull
Burgos y Soria
Carreteros
1497
González
Barcelona
Santa Catalina
Carpinteros de ribera
1392
Bofarull
Calatayud
Agricultores
1311
Tello
Barcelona
Santa Eulalia
Maestros de casas
1381
Bofarull
Calatayud
1429
Tello
Barcelona
Santa María de Monte Sión
Inmaculada Concepción
1389
Bofarull
Barcelona
Santa Trinidad
1340
Bofarull
Calatayud
San Crispín
1503
Tello
1122
Tello
Calatayud
San Silvestre
1264
Bofarull
1131
Tello
Camprodon
Santa Trinidad
1386
Bofarull
Caspe
San Antonio Confesor
1385
Tello
Belchite
San Jorge
Besiáns
San Juan Bautista y Santa Cristina
Biescas
Militar
San Jorge
Burgos
Santa Gadea y San Gil
Curtidores
1492
González
Burgos
Santiago y Santa Catalina
Carniceros
1499
González
Burgos
Santísimo y Santiago Apóstol
Mercaderes
1501
González
Espíritu Santo
Mercaderes y boticarios Zapateros y chapineros Cazadores
1390
Tello
Burgos
Agricultores
1388
González
Burgos
Calceteros
1368
González
Castelfabib
Santa María y San Guillermo
1393
Bofarull
Calceteros
1478
González
Castellote
San Miguel
1360
Tello
Castellote
San Pedro
1360
Tello
González
Castro Urdiales
San Andrés
1395
González
Burgos
Curtidores y
Burgos
zapateros
Burgos
Escribanos
1447 1429
González
Pescadores y mareantes
Burgos
Jubeteros
1427
González
Cervera
Notarios
1338
Bofarull
Burgos
Pelaires
1463
González
Burgos
Pelaires y pañeros
1495
González
Ciudad Rodrigo
Escribanos
1480
González
Burgos
Pelaires y tejedores
1439
González
Zapateros
1509
González
Burgos
Pellejeros, zurradores y curtidores
Ciudad Rodrigo
1429
González
Cocentaina
Burgos
Sastres, jubeteros y tundidores
1485
González
Coplliure
Burgos
Corpus Christi
Pañeros
1379
González
Burgos
San Blas
Odreros
1502
González
Burgos
San Marcos y San Martín
Zapateros
1259
González
San Marcos y San Martín
Zapateros, chapineros y zoqueros
1481
Tejedores
1463
Burgos Burgos
Santa Cruz de Septiembre
Santa María
González
Benítez
1388
Bofarull
Notarios
Daroca
San Luis
1337
Bofarull
Daroca
Santo Espíritu de la Merced y de la Torre
1491
Tello
El Pobo
San Bartolomé
1312
Tello
El Poyo
Santa María
1485
Tello
Sastres y pellejeros
1387
Bofarull
1498
Tello
Notarios
1328
Bofarull
1300
Tello
Girona Graus
San Nicolás
Huesca González
1391 Patrones y marineros
Huesca
Espíritu Santo
122 / H istoria 3 9 6
Huesca
Nuestra Señora de los Ángeles
Huesca
San Francisco y Nuestra Señora de Salas
Huesca
San Jorge
Huesca
San Lorenzo
Huesca
San Miguel Arcángel
Huesca
San Pedro Mártir y Santo Tomás de Aquino
Huesca
Santa Ana
Huesca
LAS COFRADÍAS MEDIEVALES EN ESPAÑA—Germán Navarro Espinach / 123
Mercaderes
1514
Tello
1292
Tello
Mozos de ribera y agricultores
Lleida
Curtidores
1394
Bofarull
Logroño
Santo Espíritu
Madremanya
San Miguel
Medina del Campo
San Pedro
Mirambel
Santa Margarita
1476
Tello
Molina
San Blas
1337
Bofarull
Pellejeros
1495
González
1400
Bofarull
1502
González
1243
Tello
1250
Tello
1423
Tello
Mollet
San Sebastián
1401
Bofarull
1397
Tello
Montgrí
Santa María de Torroella
1400
Bofarull
Zapateros
1318
Bofarull y Tello
Morella
1388
Benítez
Santa María de la Piedad
Mosqueruela
San Miguel
1382
Tello
Magistrados
1461
Tello
Onda
1393
Bofarull
Huesca
Santa María de Salas y San Francisco
Corpus Christi y San Antonio
Agricultores
1314
Tello
Palencia
Santa María del Ángel
Tejedores
1297
González
Jaca
Descendimiento de la Cruz y Sangre de Cristo
1479
Tello
Palencia
Santo Espíritu
Zapateros y curtidores
1457
González
Jaca
Espíritu Santo
1377
Tello
Palencia
Santos Justo y Pastor
Pastores
1496
González
Jaca
San Francisco
1309
Tello
Jaca
San Ginés
1264
Tello
Pinteros, cardadores y borreros
1389
Bofarull
Jaca
San Salvador
1340
Tello
Quart
San Miguel
1382
Benítez
Jaca
Santa Trinidad
1363
Tello
Quart
Santa María
1382
Benítez
Jaca
Santo Tomás
1398
Tello
Agricultores
1392
Bofarull
La Almunia
Corpus Christi
1521
Tello
Oficios y artes
1337
Bofarull
1151
González
La Almunia
Nuestra Señora de los Sábados
Sahagún
1395
Tello
Salamanca
Escribanos
1270
González
La Iglesuela
Corpus Christi
1474
Tello
Salamanca
1437
González
La Iglesuela
Santa María de los Letrados
Zapateros y curtidores
1473
Tello
Salamanca
San Eloy
Plateros
1450
González
Laredo
San Martín
Pescadores
1306
González
Salamanca
Agricultores
1400
González
Laredo
Santo Espíritu
Sardineros
1495
González
San Pedro y San Pablo
San Pedro y San Blas
Salamanca
Santa Bárbara
Agricultores
1460
González
Las Cuevas
1498
Tello
Santa María del Poyo
Salamanca
Pellejeros
1509
González
Las Cuevas
1485
Tello
Santa María de Arapiles y San Juan el Blanco
Las Cuevas de Tamarite
San Miguel Arcángel
1484
Tello
Mercaderes
1485
González
Nobles
Molineros, traperos y harineros
León
Cirujanos
1392
González
León
Monederos
1206
González
León
Pastores
1347
González
León
Zapateros
1291
González
Carniceros
1324
González
León
San Martín
Aldeas
Puigcerdà
Sagunto Sagunto San Facundo
San Vicente de la Barquera San Vicente de la Barquera
San Andrés
Sardineros
1499
González
San Vicente de la Barquera
San Vicente de la Mar
Pescadores y mareantes
1330
González
124 / H istoria 3 9 6
Santander
San Martín y Cuerpos Santos
Santillana del Mar
LAS COFRADÍAS MEDIEVALES EN ESPAÑA—Germán Navarro Espinach / 125
Pescadores y mareantes
1385
González
Herreros
1325
González
Sarrión
Pastores
1333
Bofarull
Segovia
Barberos
1477
González
Segovia
Zapateros y curtidores
1505
González
Segovia
San Eloy y San Antón
Herradores y albéitares
1484
González
Segovia
Santo Espíritu
Tundidores
1499
González
Sevilla
Albañiles
1495
Pérez
Sevilla
Albeitares
1474
Pérez
Sevilla
Borceguineros
1493
Pérez
Sevilla
Cárcel del Concejo
1502
Pérez
Sevilla
Corte
1502
Pérez
Sevilla
Criadores
1502
Pérez
Sevilla
Zapateros
1495
Pérez
1494
Pérez
Sevilla
Coronación de Nuestra Señora
Sevilla
Corpus Christi
Colación de San Salvador
1441
Pérez
Sevilla
Corpus Christi
Colación de Santa Ana de Triana
1501
Pérez
Sevilla
Corpus Christi
Colación de Santa María Magdalena
1473
Pérez
Sevilla
Corpus Christi y San Juan Bautista
1496
Pérez
Sevilla
Inocentes
1466
Pérez
Sevilla
Nuestra Señora de Guadalupe
1500
Pérez
Sevilla
Nuestra Señora de la Antigua y los Inocentes
1466
Pérez
Sevilla
San Agustín
1458
Pérez
Atahoneros y molineros
Sevilla
San Eloy
1465
Pérez
Sevilla
San Felipe y Santiago
1502
Pérez
Sevilla
San Gil
1495
Pérez
Sevilla
San Gregorio
1494
Pérez
Sevilla
San Isidoro
1484
Pérez
Sevilla
San Jerónimo
1495
Pérez
Sevilla
San Jorge
1492
Pérez
Sevilla
San Juan Bautista
1500
Pérez
Sevilla
San Julián de Buena Estrella
1492
Pérez
Sevilla
San Leandro y Santa María Magdalena
1496
Pérez
Sevilla
San Llorente
1495
Pérez
Sevilla
San Llorente
1480
Pérez
Sevilla
San Lucas
1498
Pérez
Sevilla
San Miguel
1501
Pérez
Sevilla
San Miguel Arcángel
1468
Pérez
Sevilla
San Miguel y San Agustín
1495
Pérez
Sevilla
San Miguel y San Clemente
1503
Pérez
Sevilla
San Miguel y Santo Tomé
1501
Pérez
Sevilla
San Nicolás
1475
Pérez
Sevilla
San Pedro Mártir
1458
Pérez
Sevilla
San Pedro, San Marcos y San Mateo
1492
Pérez
Sevilla
San Sebastián
1462
Pérez
Sevilla
San Sebastián
1474
Pérez
Sevilla
San Sebastián
1480
Sevilla
San Sebastián
Tejedores
Pelaires
Colación de San Gil
Colación de San Llorente
1483
Pérez
1493
Pérez
1497
Pérez
Sevilla
San Sebastián
San Andrés y San Antón
1500
Pérez
Sevilla
San Sebastián y San Telmo
1499
Pérez
San Bartolomé
1475
Pérez
Sevilla
San Vicente
1465
Pérez
Sevilla
Sangre de Cristo y Concepción de la Virgen María
1462
Pérez
Sevilla
Santa Bárbara
1500
Pérez
Sevilla
Santa Brígida
Colación de San Gil
1503
Pérez
Santa Brígida
Colación de Santa Marina
1492
Pérez
Sevilla
San Andrés
Sevilla Sevilla Sevilla
San Bernabé
1466
Pérez
Sevilla
San Bernardo
Caballeros
1472
Pérez
Sevilla
San Bernardo y San Esteban
1500
Pérez
Sevilla
San Clemente
1441
Pérez
Sevilla
San Cristóbal
1489
Pérez
Sevilla
126 / H istoria 3 9 6
LAS COFRADÍAS MEDIEVALES EN ESPAÑA—Germán Navarro Espinach / 127
Sevilla
Santa Catalina
Colación de Santa Ana de Triana
1463
Pérez
Sevilla
Santa Catalina
Colación de Santa Catalina
1500
Pérez
Sevilla
Santa Catalina
Candeleros
1492
Pérez
Sevilla
Santa Catalina y San Cristóbal
1497
Pérez
Sevilla
Santa Catalina y San Lucas
1501
Pérez
Sevilla
Santa Catalina y San Lucas
1484
Pérez
Sevilla
Santa Cruz
1495
Pérez
Sevilla
Santa María de Agosto y San Sebastián
1465
Sevilla
Santa María de Agosto y Santo Domingo
1486
Sevilla
Santa María de Belén
1480
Sevilla
Santa María de Candelaria
Colación de San Llorente
1492
Sevilla
Santa María de Candelaria
Colación de San Miguel
1495
Pérez
Sevilla
Santa María de Candelaria
Colación de Santa María
1497
Pérez
Sevilla
Santa María de Candelaria
Colación de Omnium Sanctorum
Sevilla Sevilla
Carniceros
Sevilla
Santas Justa y Rufina
Sevilla
Santiago
Sevilla
Santiago
Sevilla
Santo Domingo
1500 Agricultores
1465
Pérez
1441
Pérez
1486
Pérez
Sevilla
Santo Domingo
1479
Pérez
Sevilla
Santo Domingo de Silos
1493
Pérez
Sevilla
Santos Ángeles
1441
Pérez
Sevilla
Santos Justo y Pastor
1493
Pérez
Sevilla
Virgen de la Consolación
1495
Pérez
Sastres y tundidores
1515
González
Soria
Tejedores
1283
González
Pérez
Soria
1499
González
Pérez
Zapateros, borceguineros, curtidores y chapineros
Soria
San Hipólito
Recueros
1219
González
Soria
San Miguel
Tenderos
1151
González
Tarazona
Santa María
Mercaderes
1444
Tello
Tàrrega
San Antonio
1319
Bofarull
Pérez
Soria Pérez
Barberos
Pérez
Teruel
San Blas
1312
Tello
Teruel
San Jorge
Caballeros
1258
Tello
1501
Pérez
Santa María de Gracia
Teruel
San Mateo
Tejedores
1489
Tello
1501
Pérez
Teruel
Pelaires
1416
Tello
Santa María de Guerra
San Miguel Arcángel
1499
Pérez
Teruel
Santa Catalina
1312
Tello
Sevilla
Santa María de la Hiniesta
1489
Pérez
Teruel
Santa María de la Villavieja
1312
Tello
Sevilla
Santa María de la Merced
1458
Pérez
Teruel
1481
Navarro
Sevilla
Santa María de la O
1450
Pérez
Santa María de Villaespesa y San Juan Bautista
Sevilla
Santa María de los Caballeros
1493
Pérez
Teruel
Santa María del Santo Redentor
1311
Tello
Sevilla
Santa María de Soterraña
1504
Pérez
Toro
San Andrés
1505
González
Sevilla
Santa María Magdalena
Colación de Santa María Magdalena
1492
Pérez
Torrijo del Campo
Corpus Christi de la Exaltación
1329
Tello
Santa María Magdalena
Colación de San Miguel
Valencia
Agricultores
1329
Bofarull
Sevilla
1504
Pérez
Valencia
1393
Benítez
Sevilla
Santa Marina y San Blas
Agricultores de Ruzafa
1498
Pérez
Valencia
Ballesteros
1393
Bofarull
Sevilla
Santa Misericordia Nueva
1441
Pérez
Valencia
Barberos
1392
Benítez
Sevilla
Santa Trinidad
1502
Pérez
Valencia
Batidores y bruñidores
1306
Bofarull
Zapateros y curtidores
128 / H istoria 3 9 6
LAS COFRADÍAS MEDIEVALES EN ESPAÑA—Germán Navarro Espinach / 129
Valencia
Blanqueadores
1392
Bofarull
Valencia
Calafates
1392
Bofarull
Valencia
San Lázaro
Agricultores del camino de Morvedre
1392
Benítez
Valencia
San Lázaro
Esparteros
1392
Benítez
Valencia
San Lázaro
Jóvenes
1392
Benítez
Valencia
San Martín
Armeros
1392
Benítez
Valencia
Carniceros
1392
Bofarull
Valencia
Carpinteros
1392
Benítez
Valencia
Chapineros
1392
Benítez
Valencia
Corredores
1329
Bofarull
Valencia
Corredores de oreja
1392
Benítez
Valencia
San Mauro
Tintoreros de lana
1393
Bofarull y Benítez
Valencia
Cuchilleros y vaineros
1392
Benítez
Valencia
San Miguel
Cargadores del Grao
1393
Benítez
Valencia
Herreros
1392
Benítez
Valencia
San Narciso
Benítez
1298
Bofarull
Mercaderes de Girona
1368
Valencia
Herreros, albeitares y plateros
Valencia
San Pedro
Valencia
Horneros
1392
Benítez
Valencia
Obreros de villa (maestros)
1415
Benítez
Valencia
Panaderos
1392
Benítez
Valencia
Pelaires
1392
Benítez
Valencia
Pelaires (mozos)
1392
Benítez
Valencia
Pellejeros
1329
Valencia
Pescadores de la Albufera
Valencia
Valencia
San Pedro
Valencia
San Vicente
Braceros Tejedores (maestros)
1370
Benítez
1392
Bofarull y Benítez
1380
Benítez
1392
Bofarull y Benítez
Valencia
Santa Ana
Valencia
Santa Catalina
1329
Benítez
Bofarull
Valencia
Santa Lucía
1392
Bofarull
1393
Bofarull
Valencia
Santa María
1329
Bofarull y Benítez
Sastres
1329
Bofarull
Valencia
1373
Bofarull
Valencia
Sogueros
1392
Benítez
Santa María de la Seo
Valencia
Taberneros
1392
Bofarull
Valencia
Santa María del Carmen
Agricultores
1392
Benítez
Ciegos
Valencia
San Agustín
Aluderos y pergamineros
1329
Bofarull y Benítez
Valencia
Santa Trinidad
Molineros
1306
Bofarull y Benítez
Valencia
San Amador
Juboneros y colcheros
1418
Benítez
Valencia
Santo Domingo
Correeros
1329
Bofarull
Valencia
San Antonio
1393
Bofarull
Valencia
Santo Domingo
Pelliceros
1330
Benítez
Valencia
Vera Cruz
1407
Navarro
Valencia
San Antonio
1392
Benítez
Agricultores jóvenes
Valencia
Vera Cruz
Ciegos
1392
Benítez
Valencia
Virgen de la Misericordia
Tejedores de velos
1465
Navarro
Valencia
Virgen María de Belén
Ligadores de balas
1404
Bofarull y Benítez
Valencia
San Antonio
Mozos del peso real
1392
Benítez
Valencia
San Antonio
Tejedores (mozos)
1382
Benítez
Valencia
San Antonio y Santa Ana
Tejedores
1440
Benítez
Valencia
San Cristóbal y San Amador
Conversos
1306
Bofarull y Benítez
Valencia
San Eloy
Plateros
1392
Bofarull y Benítez
Valladolid
Valencia
San Francisco
Zapateros
1329
Bofarull y Benítez
Valencia
San Jerónimo
Velluteros
1477
Navarro
Valencia
San Jorge
Ballesteros de la ploma
1371
Benítez
Valencia
San Julián
Bolseros y carderos
1392
Benítez
Valladolid
Vinateros
1466
González
Valladolid
Zurradores
1495
González
Nuestra Señora del Val y San Eloy
Plateros
1452
González
Valladolid
San Antonio
Sastres, jubeteros y calceteros
1490
González
Valladolid
San Blas
Albañiles
1421
González
Valladolid
San Miguel
Tejedores
1440
González
Valladolid
Virgen de la Concepción
Escribanos y procuradores reales
1452
González
130 / H istoria 3 9 6
LAS COFRADÍAS MEDIEVALES EN ESPAÑA—Germán Navarro Espinach / 131
Valladolid
Virgen de la O y San Andrés
Agricultores
1494
González
Valladolid y Tordesillas
Concepción de Nuestra Señora
Servidores Reales
1495
González
Valtorres
Virgen de la Asunción
1511
Tello
San Francisco
1389
Bofarull
1333
Bofarull
Vilafranca de Conflent
Zaragoza
Crucifixión de Nuestro Señor y Santa María
Zaragoza
Espíritu Santo
Zaragoza
Espíritu Santo y Virgen María
Zaragoza
1394
Tello
Agricultores
1292
Bofarull y Tello
Clérigos y artesanos del barrio de la Seo
1478
Tello
Exaltación de la Santa Fe
1217
Tello
Zaragoza
Exaltación de la Santa Fe de Conques
1300
Tello
Zaragoza
Inmaculada Concepción
Oficiales municipales
1333
Tello
Innumerables Mártires
Clérigos
1351
Tello
Vilafranca del Penedés
Artesanos del cuero y zapateros
Vilafranca del Penedés
Carpinteros, picapedreros, maestros de casas, ballesteros y horneros
1388
Vilafranca del Penedés
Herreros y plateros
1338
Bofarull
Zaragoza
1393
Benítez
Zaragoza
Jesús Nazareno
1463
Tello
1385
Benítez
Zaragoza
Nuestra Señora de Gracia
1444
Tello
Zaragoza
Nuestra Señora de la Transfixión
Clérigos
1311
Tello
Zaragoza
Nuestra Señora del Rosario
Boneteros
1506
Tello
Zaragoza
San Alejo
Banqueros
1513
Tello
San Antón
Cuchilleros y espaderos
1360
Tello
1413
Tello
1442
Tello
Bofarull
Vila-real
San Jaime
Vila-real
Santa María
Xàtiva
Jesucristo, la Virgen y la Vera Cruz
1381
Bofarull
Xàtiva
San Miguel
1382
Benítez
Xàtiva
Santa Trinidad
1401
Benítez
Xàtiva
Vera Cruz
1333
Navarro
Agricultores
Zamora
Carpinteros
1515
González
Zamora
Notarios
1448
González
Zaragoza
Zamora
Sastres y ovejeros
1515
González
Zaragoza
San Antonio
Zaragoza
San Antonio de Padua
Zamora
Nuestra Señora de la Caridad o del Valle
Tejedores de picotes
Zamora
Nuestra Señora de la Caridad y Santo Espíritu
Cardaderos y bataneros
1395
González
Zamora
Nuestra Señora de los Ovejeros
Ovejeros
1337
González
Zamora
San Miguel
Tejedores de lienzos
1498
González
Zamora
San Salvador
Curtidores
1207
González
Zamora
Santa María y San Julián
Pellejeros
1260
González
Ballesteros
1479
Tello
Músicos y cantores clérigos y laicos
1507
Tello
Zaragoza Zaragoza
Zaragoza
Ángel Custodio Corpus Christi, Santa María de Monserrat y San Vicente Ferrer
1489
González
Zaragoza
San Bernardo
1360
Tello
Zaragoza
San Blas
1395
Tello
Zaragoza
San Cosme, San Damián y San Valentín
Barberos, cirujanos y médicos
1445
Tello
Zaragoza
San Crispín y San Crispiniano
Zapateros y chapineros
1500
Tello
Zaragoza
San Cristóbal
1394
Tello
Zaragoza
San Eloy
Plateros
1420
Tello
Zaragoza
San Esteban
Carpinteros, maestros albañiles y artesanos de cubas
1466
Tello
Zaragoza
San Felipe
Zaragoza 1463
Tello
Calceteros, sastres y juboneros
San Francisco
Zaragoza
San Gil
Zaragoza
San Jorge
Artesanos Justeros y nobles
1202
Tello
1292
Bofarull y Tello
1367
Tello
1457
Tello
132 / H istoria 3 9 6
LAS COFRADÍAS MEDIEVALES EN ESPAÑA—Germán Navarro Espinach / 133
Zaragoza
San Juan Bautista
Abejeros y apicultores
1494
Tello
Zaragoza
San Julián
Mesoneros y panaderos
1361
Tello
Zaragoza
San Leonardo
1381
Tello
Zaragoza
San Lorenzo
1469
Tello
Zaragoza
San Lucas
Pintores y artistas
1502
Tello
Zaragoza
San Luis
Notarios
1322
Bofarull y Tello
Zaragoza
San Martín
1367
Tello
Zaragoza
Santa Lucía
1395
Tello
Zaragoza
Santa María de la Anunciación
1394
Tello
Zaragoza
Santa María de la Caballería y San Jorge
1343
Tello
Zaragoza
Santa María de la Cruz de Cuarte y Martín de Gayadilla
1397
Tello
Zaragoza
Santa María de la Iluminación
1468
Tello
Zaragoza
Santa María de los Ángeles
1370
Tello
Zaragoza
Santa María de los Predicadores
Mercaderes
1265
Bofarull y Tello
Zaragoza
Santa María del Milagro o del Rosario
Boneteros
1339
Tello
Zaragoza
Santa María del Pilar y Santa Ana
Zapateros y chapineros
1456
Tello
Zaragoza
Santa María del Portillo
1367
Tello
Zaragoza
San Miguel
1359
Tello
Zaragoza
San Miguel
Corredores de ropa
1520
Tello
Zaragoza
San Miguel
Panaderos
1475
Tello
Zaragoza
San Miguel y San Amador
Especieros y boticarios
1391
Tello
Zaragoza
San Miguel y San Martín
1375
Tello
Zaragoza
San Miguel y San Martín
1218
Tello
Zaragoza
San Miguel y San Pedro
Pelliceros
1327
Tello
Santa Petronila
1454
Tello
San Nicolás
Patrones de barcas del Ebro
Zaragoza
Zaragoza
1368
Tello
Zaragoza
Santa Quiteria
1362
Tello
Zaragoza
San Pablo
1343
Tello
Zaragoza
Santo Domingo
1338
Tello
Zaragoza
San Pedro Mártir de Verona
Cerrajeros
1422
Tello
Zaragoza
Santo Dominguito de Val
1403
Tello
Zaragoza
San Pedro Mártir de Verona
Oficiales de la Inquisición
1480
Tello
Zaragoza
Santo Espíritu de la Merced
1394
Tello
Zaragoza
San Rainero Confesor y Virgen
Notarios, jurisconsultos y caballeros
1366
Tello
Bajadores de paños
Zaragoza
Santo Tomás
Corredores de ropa
1450
Tello
Zaragoza
Santo Tomás de Canterbury
Mercaderes ingleses
1367
Tello
Zaragoza
San Salvador
1246
Tello
Zaragoza
Todos los Santos
1362
Tello
Zaragoza
San Salvador
Clérigos
1177
Tello
Zaragoza
Vera Cruz
1450
Navarro
Zaragoza
San Simón y San Judas
Ganaderos
1229
Tello
Zaragoza
San Valero
1246
Tello
Zaragoza
San Victorián y Santa María Magdalena
1459
Tello
Zaragoza
Santa Brígida
1470
Tello
Zaragoza
Santa Catalina
1329
Tello
Zaragoza
Santa Cruz
1360
Tello
Zaragoza
Santa Engracia
1270
Tello
Santa Eulalia
Mercaderes catalanes
1383
Tello
Zaragoza
Santa Juliana
Nobles
1400
Tello
Zaragoza
Santa Justa y Santa Rufina
1400
Tello
Zaragoza
Fuentes: Listados de cofradías obtenidos de las obras citadas de Manuel y Francisco de Bofarull (1876-1910), Manuel Benítez (1998), Silvia María Pérez (2005), José Damián González (2009), Esther Tello (2013) y Germán Navarro (1992-2009).
[Recibido el 17 de Marzo de 2014 y Aceptado el 1 de Abril de 2014]
134 / H istoria 3 9 6
EL EJÉRCITO DE CHILE EN VÍSPERAS DE LA GUERRA DEL PACÍFICO. UNA VISIÓN DE LAS TROPAS (1866-1879) —Valentina Verbal Stockmeyer
HISTORIA 396 ISSN 0719-0719 Nº 1 - 2014 [135-165]
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EL EJÉRCITO DE CHILE EN VÍSPERAS DE LA GUERRA DEL PACÍFICO. UNA VISIÓN DE LAS TROPAS (1866-1879) CHILE’S ARMY ON THE EVE OF THE PACIFIC WAR: A VIEW FROM THE TROOPS
Valentina Verbal Stockmeyer Universidad Viña del Mar, Chile. valeverbal@gmail.com
Resumen Este artículo aborda un tema poco estudiado por la historiografía: la vida del Ejército de Chile entre la Guerra con España (1865-1866) y la Guerra del Pacífico (1879-1884). Tiene por objeto responder a la pregunta de si esta entidad castrense, desde la perspectiva de su dotación de tropas, se preparó militarmente para el segundo de tales conflictos. Además del Ejército mismo, se revisa la evolución de las tropas en la Guardia Nacional. Por último, se esboza el proceso de reclutamiento a comienzos de 1879. Se plantea que, desde la perspectiva de las tropas, Chile no se preparó para una guerra específica, en contra del Perú y Bolivia. Aunque sí, como país, habría desarrollado un expansionismo implícito —económico y social— en Antofagasta. Palabras clave: Ejército de Chile, Guerra del Pacífico, preparación militar, dotación de tropas.
Abstract This article unpacks a theme rarely studied in historiography; the life of the Chilean army during the Chincha Islands War (1865-1866) and the War of the Pacific (1879-1884). First, the objective is to answer questions about this military body using the perspective of troop distribution. Second, this study analyzes changes of the army’s troops within the National Guard. Lastly, the recruitment process in the beginning of 1879 is also outlined. Based on the perspective of the troops, Chile did not prepare for a specific war against Peru and Bolivia. However as a country, implicit development of an expansionism —both economic and social— existed in Antofagasta. Keywords: Chilean Army, Pacific War, military training, troop’s strength.
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INTRODUCCIÓN La historia militar actual no se reduce a la narración y explicación de guerras y batallas, sino que es mucho más amplia y compleja. En efecto, pueden distinguirse en ella varias líneas de investigación, v. gr., la historia militar política (que se refiere a la actuación de los militares en el acontecer político), la historia militar social (que trata aspectos sociales de la vida de los militares), la historia de la tecnología militar (que estudia las armas, las fortificaciones, etc.), la militaria histórica (que analiza uniformes, banderas, medallas, etc.), las biografías de militares, y, por cierto, la historia de las guerras y batallas1. Todas estas áreas tienen un punto de referencia en torno al cual giran, o han de girar: la vida de los ejércitos. En este sentido, todavía son escasos los trabajos que se dedican a estudiar el acontecer del Ejército de Chile en tiempos de paz. La mayoría de las obras de historia militar de Chile se refiere a la historia o crónica de las guerras y batallas, con mayor o menor análisis estratégico y táctico2. Esto se debe, en no poca medida, a la circunstancia de que, hasta hace no mucho tiempo atrás, la historia militar estaba, casi exclusivamente, en manos de militares y no de historiadores propiamente tales. Y teniendo un fin eminentemente pedagógico: el estudio de las guerras y batallas del pasado siempre se ha estimado como una útil herramienta para los profesionales de las armas, puesto que “es un arte que supone la adquisición de una experiencia”3. Y si bien, citando a Roberto Arancibia Clavel, “los ejércitos son para combatir, por lo que se debe inferir, entonces, que la historia militar en último término debe ser acerca de la batalla”4, no hay que olvidar que ninguna batalla se improvisa, sino que requiere de una estructura y de una preparación. De ahí que para entender el desenvolvimiento de un ejército en una guerra, resulta fundamental acudir a la organización institucional y preparación militar del mismo en tiempos de paz.
1
2
3
4
Rodríguez Velasco, Hernán, “La historia militar y la guerra civil española: una aproximación crítica a sus fuentes”. Stvdia histórica contemporánea. Vol. 24. 2006. pp. 59 y 60. También nuestro trabajo: Verbal, Valentina, “La historia militar, rompiendo prejuicios”. Anuario de la Academia de Historia Militar de Chile. N° 27. 2013. pp. 132-140. Por ejemplo: Téllez, Indalicio, Historia militar de Chile: 1520-1883. Dos Volúmenes. Santiago, Imprenta y Litografía Balcells y Cía., 1946; y Toro Dávila, Agustín, Síntesis históricomilitar de Chile. Santiago, Editorial Universitaria, 1976. Arancibia Clavel, Roberto, “El concepto de Historia Militar”. Primera Jornada de Historia Militar. Siglos XVII-XIX. Santiago, Centro de estudios e investigaciones militares (CESIM) — Departamento de Historia Militar del Ejército de Chile, 2004, p. 28. Ibíd., p. 12.
EL EJÉRCITO DE CHILE EN VÍSPERAS DE LA GUERRA DEL PACÍFICO. UNA VISIÓN DE LAS TROPAS (1866-1879) —Valentina Verbal Stockmeyer
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La materia de este artículo es el Ejército de Chile en un período de entreguerras: entre el término de la Guerra con España (1865-1866) y el comienzo de la Guerra del Pacífico (1879-1884). Y su objetivo es responder a la pregunta de si esta institución, desde la perspectiva de su dotación de tropas, se preparó para la segunda de dichas guerras. Es importante aclarar lo siguiente: al hablar de preparación militar de Chile para la Guerra del 79, como también se le conoce, no nos referimos a que este país estaba o no en buen pie para ese u otro conflicto similar, sino al hecho más concreto de si, en términos de la dotación de tropas de su Ejército, planificó o no la mencionada lucha armada en contra del Perú y Bolivia. Nuestra perspectiva es, básicamente, la referente a las tropas, aunque no solo, como veremos, en términos estrictamente cuantitativos. Igualmente, y no constituyendo el enfoque principal de este trabajo, sino siendo un elemento accesorio, en la conclusión de este trabajo haremos referencia al estado institucional de Chile como un factor importante para la victoria final. Además, considérese que para dilucidar de manera integral el problema de si Chile planificó o no la Guerra del 79 es necesario acudir a un conjunto más amplio de factores o elementos de juicio; elementos que escapan al ámbito de lo estrictamente militar y que, por ejemplo, se relacionan con lo político, diplomático, económico, etc. En este sentido, tranquiliza saber que estos aspectos han sido suficientemente tratados por la historiografía. Por ejemplo, son muchas las obras que, desde el lado de Chile, han estudiado profusamente los antecedentes diplomáticos de la Guerra del Pacífico5. No se puede decir lo mismo, en cambio, con relación a los antecedentes que podemos calificar de militares. Este artículo se divide en tres partes. La primera, referida al Ejército mismo; y la segunda, a la Guardia Nacional que formaba una fuerza complementaria del primero. En ambos casos, se verán las cantidades de plazas reclutadas. Pero también se considerarán otros elementos, a saber: el porcentaje que dichas cantidades representaban con relación a la población total del país, los problemas del enganche, las ubicaciones geográficas, etc. Una tercera parte, tratará brevemente el reclutamiento a comienzos de la Guerra del Pacífico. No son muchas las obras que, de manera directa, abordan la materia aquí estudiada. Un trabajo que ha servido de punto de partida y que es el que más se
5
Véanse, por ejemplo: Encina, Francisco Antonio, Las relaciones entre Chile y Bolivia (18411963). Santiago Editorial Nascimento, 1963; Ríos Gallardo, Conrado, Chile y Bolivia definen sus fronteras. Santiago, Editorial Andrés Bello, 1963.
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acerca al presente artículo es el de Carlos Grez, publicado en el Boletín de la Academia Chilena de la Historia en 1935, que abarca todo el período republicano, aunque a través de un análisis en exceso conciso6. Grez buscaba refutar el argumento, especialmente boliviano7, que afirma que nuestro país desarrolló, en los años anteriores a la Guerra del Pacífico, una constante y sistemática preparación militar, orientada a expandirse hacia el norte, territorio deliberadamente codiciado por sus enormes riquezas naturales, particularmente salitreras. Afirmaba Grez: “Si los publicistas del Altiplano en vez de lanzar la gratuita acusación de preparación bélica suficiente por nuestra serenidad para agredir no ya a un vecino, sino a dos, hubiesen tenido serenidad para revisar los documentos anuales de nuestro Ministerio de Guerra y Marina, no se habrían atrevido a pretender fundar artificiosamente una tan atrevida como injusta apreciación. Allí están a la disposición de cualquiera esas Memorias, en cuyas páginas el lector encontrará dos hechos que llaman fuertemente la atención, a saber: 1) que anualmente, se esforzaban los ministros del ramo, en probar al Congreso Nacional que los efectivos reales eran inferiores a los efectivos autorizados por leyes expresas. 2) que esos mismos ministros (aun cuando muchas veces eran militares de alta graduación) no oponían ningún inconveniente cuando al ser necesario hacer economías en la administración pública se recurriese, en primer lugar, a la sección guerra y marina del presupuesto nacional. Se sacrificaban así ingentes cantidades, cuyo gasto representaba para el país la tranquilidad, por ejemplo de las regiones sureñas, amagadas por los indios araucanos, etc.”8
6
7
8
De sólo 28 páginas, considerando que además aborda lo relativo a armamentos y tanto del Ejército como de la Marina. Se refiere, como ejemplo de su aserto, a Eduardo Diez de Medina, que en una obra suya de 1919 sostenía lo siguiente: “‘Se comprende, por lo mismo, que un año después Chile hubiese negociado con Bolivia el pacto de límites de 1874, reconociendo una vez más, como límite entre ambas repúblicas, el paralelo del grado 24 ya fijado en el tratado de 1866 y suprimiendo la injusta e inconveniente comunidad de derechos sobre los metales, aunque manteniéndola sobre el guano. Nada perdía con ello, venciendo en cambio la desconfianza del vecino, a quien le brindaba prueba de amistad y ganando el tiempo necesario para preparar su ejército y sus recursos hasta la ocasión propicia en que el triunfo de sus armas le diera la posesión del territorio codiciado’”. Citado por Grez, Carlos, “La supuesta preparación militar de Chile para la Guerra del Pacífico”. Boletín de la Academia Chilena de la Historia. Nº 5. 1935. p. 112. Ibíd., p. 113.
EL EJÉRCITO DE CHILE EN VÍSPERAS DE LA GUERRA DEL PACÍFICO. UNA VISIÓN DE LAS TROPAS (1866-1879) —Valentina Verbal Stockmeyer
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El material documental utilizado en este trabajo es diverso, pero básicamente se reduce a dos tipos: las memorias del Ministerio de Guerra y las normas jurídicas de orden militar, dictadas durante nuestro período. Ambos tipos de documentos permiten obtener una gran cantidad de datos concretos, específicamente estadísticos. Sin embargo, se ha evitado reducir el asunto a meras cifras, buscando analizarlas en el contexto histórico en que se insertan; interpretándolas y cotejándolas con otras realidades con las que se conectan de manera viva. A objeto de graficar y consolidar las afirmaciones realizadas, se añaden algunos cuadros, cuantitativos y cualitativos. Y para facilitar la lectura de los documentos, se ha actualizado su ortografía al tiempo presente.
DOTACIÓN DE TROPAS EN EL EJÉRCITO No son muchas las obras que, en términos estadísticos, tratan la dotación del Ejército de Chile en el período completo de 1866-1879. Una de estas excepciones es el artículo de Carlos Grez, referido en la introducción de este trabajo. Sergio Villalobos reitera, en nuestra época y refiriéndolo, el mismo punto de vista de Grez: “En forma sostenida la historiografía peruana y boliviana han aludido sin mayor análisis a la política armamentista de Chile antes de la Guerra del Pacífico. Es una afirmación que nadie ha comprobado, aceptada como indudable y ajena a toda discusión. La tendencia armamentista no sería más que la consecuencia de los planes expansivos, preparados en la sombra y que debían culminar con el zarpazo de 1879. Esta cuestión es de esas verdades inconcusas, que transformadas en mitos y leyendas no admiten prueba en contra porque son parte de la necesidad colectiva”9. Con el objeto de determinar lo más fielmente que sea posible las cifras de tropas en el marco de nuestro período (1866-1879), hemos acudido a dos fuentes principales: a) memorias anuales del Ministerio de Guerra (utilizadas por el mismo Grez), y b) leyes periódicas que autorizan la fuerza del Ejército permanente. La primera de estas fuentes acostumbra a contrastar las fuerzas autorizadas con las efectivamente existentes, incluso en términos de su distribución en las distintas unidades del Ejército: regimientos y batallones.
9
Villalobos, Sergio, Chile-Perú: lo que nos une y nos separa. Santiago, Editorial Universitaria, 2004, p. 114.
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EL EJÉRCITO DE CHILE EN VÍSPERAS DE LA GUERRA DEL PACÍFICO. UNA VISIÓN DE LAS TROPAS (1866-1879) —Valentina Verbal Stockmeyer
Cuadro 1. Dotación del Ejército de Chile (1866-1879)10 11 11 Año Fuerza efectiva Año autorizada Fuerza Fuerza autorizada 1866 3.083 7.504 1866 3.083 1867 3.776 1868 1867 3.705 1869 5.018 4.290 1868 1870 5.140 4.519 1869 5.018 1871 5.176 3.916 1870 5.140 1872 3.916 3.516 1871 5.176 1873 3.516 3.171 1874 3.516 3.143 1872 3.916 1875 3.573 3.155 1873 3.516 1876 3.573 3.165 1874 3.516 1877 3.316 3.127 1875 3.573 1878 3.316 2.440 1879 3.122 2.40012 1876 3.573
1877 1878 1879
3.316 3.316 3.122
Fuerza efectiva 7.504 3.776 3.705 4.290 4.519 3.916 3.516 3.171 3.143 3.155 3.165 3.127 2.440 2.40012
Fuente: Memorias del Ministerio de Guerra presentadas al Congreso Nacional. Santiago, diversas imprentas, 1866-1880; y Varas, José Antonio, Recopilación de Leyes, Órdenes, Decretos Supremos y Circulares concernientes al Ejército, desde enero de 1866 a diciembre de 1870. Tomo IV. Santiago, Imprenta Nacional, 1871.
Un primer aspecto a analizar es la Guerra con España (1865-1866). La ley que estableció la declaración de guerra a España, de fecha 24 de septiembre de 1865, autorizó al Presidente de la República, en su artículo 2º, “para que aumente las fuerzas de mar y tierra hasta que lo creyese necesario”13. Esta disposición explica el notable aumento de fuerzas efectivas de 1866 (7.504 plazas) con respecto al año anterior (2.796). Como bien se sabe, la participación de Chile en la Guerra con España obedeció al sentimiento americanista reinante en ese entonces14. El 14 de abril de
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Elaboración de la autora. Los casilleros en blanco se explican por la falta de información en base a fuentes primarias y secundarias. El trabajo de Grez también los deja en blanco. Esta cifra es la existente al momento del inicio de la Guerra del Pacífico, no la que se logra reclutar durante el año 79. Anguita, Ricardo, Leyes promulgadas en Chile desde 1810 hasta 1918. Tomo II. Santiago, Imprenta, Litografía y Encuadernación Barcelona, 1912, p. 206. Para este conflicto, véase: Courcelle Seneuil, J. G., Agresión de España contra Chile. Santiago, Imprenta del Ferrocarril, 1866. Desde la perspectiva naval (la Guerra con España se dio principalmente en el mar), véase: Fuenzalida Bade, Rodrigo, La Armada de Chile. Desde la alborada al Sesquicentenario (1813-1968). Desde la liberación de Chiloé (1826) hasta el fin de la Guerra con España (1866). Tomo II. Talleres Empresa Periodística “Aquí Está”, 1978; y Collados Núñez, Claudio (edit.), El Poder Naval Chileno. Tomo II. Valparaíso, Revista de Marina, 1985.
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1864, la escuadra española, al mando del Capitán Luis Pinzón, ocupó las islas peruanas Chincha, ricas en guano. Esto lo hizo en cobranza de una deuda proveniente de la época virreinal y reconocida por el Perú en 1853. Chile, bajo el Gobierno de José Joaquín Pérez (1861-1871), decidió protestar en contra de las autoridades peninsulares, residentes en Chile; y, en seguida, pedir a los otros países americanos que solidaricen con el Perú. Para nuestro país, esto terminó resultando dramático por el posterior bombardeo hispano en contra del puerto de Valparaíso, acaecido el 31 de marzo de 186615. Un segundo aspecto del cuadro precedente, que es un elemento que salta a la vista, es que en los años de nuestro marco cronológico se apreció una gradual y constante disminución de las fuerzas efectivas en el Ejército permanente o de línea. Esta situación permite constatar que, al menos en términos de cantidad de tropas enganchadas, no habría existido una política belicista de parte de Chile. Un tercer punto de análisis se refiere, justamente, a lo que podemos denominar problemas del enganche. En efecto, una constante de nuestro marco cronológico es el desajuste entre las fuerzas legalmente autorizadas y las efectivamente existentes o enganchadas. Se trata de una diferencia caracterizada por la inferioridad de las segundas con respecto a las primeras. En el conjunto del período aquí estudiado, la diferencia entre las fuerzas autorizadas y las enganchadas no resulta ser ostensible. Sin embargo, acercándose a la Guerra del Pacífico, en el año 78 puede apreciarse una cantidad importante de plazas vacantes: de 3.116 sólo se lograron llenar 2.440, existiendo, por tanto, un margen negativo de 876 soldados16. ¿A qué se debe esta disparidad? En 1870 el Ministro de Guerra Francisco Echaurren afirmaba: “El sueldo de 9 pesos que permanece estacionario cuando han cambiado las circunstancias de la vida, es a todas luces deficiente para que los individuos del ejército atiendan a su propia subsistencia y a la de sus familias, y a la vez se procuren la decencia en el vestir que les impone la ley militar”17. Como se observa, el Ministro Echaurren no sólo se limitaba a consignar la existencia de vacantes no llenadas, sino que intentaba explicarse las causas de tal fenómeno. ¿Qué razones esgrimía? Principalmente, los bajos sueldos, que no alcanzarían a satisfacer las necesidades mínimas de la vida. Pensamos que esta respuesta es insuficiente. Surgen algunas preguntas: ¿Eran tan malos los
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Historia del Ejército de Chile. Consolidación del profesionalismo militar. Fin de la Guerra de Arauco. 1840-1883. Tomo IV. Santiago, Estado Mayor General del Ejército, 1981, pp. 159166. Memoria de Guerra y Marina presentada al Congreso Nacional de 1878. Santiago, Imprenta Nacional, 26 de junio de 1878, p. 12. Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1870. Santiago, Imprenta Nacional, 15 de julio de 1870, p. 33.
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sueldos de los soldados con respecto a los de la población civil? ¿Puede, por tanto, afirmarse que dichas remuneraciones constituían la principal causa del desajuste entre la fuerza autorizada y la efectiva? A la luz de algunas fuentes consultadas, nos parece que no es ésta la razón de fondo de la disparidad entre las fuerzas autorizadas y las enganchadas. En nuestro período, el sueldo de los soldados bordeaba los 9-12 pesos. Entre 1854 y 1871 ascendía a 9 pesos18. Pero, conforme a un aumento salarial establecido por una ley de noviembre de 1871, giraba en torno a los 11-12 pesos, siendo mayor para los soldados del arma de artillería por su mayor especialización técnica19. Y ¿a cuánto ascendían los sueldos de la población civil? Un estudio del Instituto de Economía de la Pontificia Universidad Católica de Chile establece que en los años 1866-1879 el promedio de los salarios reales giraba en torno a los 10 pesos20. Esto nos lleva a pensar que las causas de la disparidad entre fuerzas autorizadas y efectivas se debe a razones más complejas, más cualitativas que cuantitativas, refiriéndose, por ejemplo, a las condiciones de la vida militar, especialmente en Arauco, y a ciertos defectos del sistema de enganche21. Pero este tema valdría la pena tratarlo de manera específica en un trabajo posterior. Un cuarto punto de análisis consiste en cotejar las tropas efectivas (no las autorizadas) con la población total del país. Para este efecto, son dos los censos que hemos de tener a la vista: el de 1865 y el de 1875. El primero arrojó una población total de 1.819.222 habitantes; y el segundo, una cantidad de 2.067.52422. Si tomamos el segundo (1875), que es el más cercano a la Guerra del Pacífico, y considerando que, según el Cuadro 1, el promedio de las tropas efectivas en los años 1875-1879 ascendía a las 2.865 plazas, ello representaba tan solo un 0,1% de la población del país. Esta situación, claramente, lejos estaba de representar
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Anguita, Ricardo, Leyes promulgadas en Chile desde 1810 hasta 1918. Tomo I, p. 623. En 1854 se aumenta en un peso, quedando en 9; antes, desde 1845, es de 8 pesos. Véase : Ibíd., pp. 469 y 470.. Varas, José Antonio, Recopilación de Leyes, Órdenes, Decretos Supremos y Circulares concernientes al Ejército, desde enero de 1866 a diciembre de 1870. Tomo V. Santiago, Imprenta Nacional, 1871, p. 30. Braun, Juan et. al, Economía chilena 1810-1995. Estadísticas históricas. Documento de trabajo Nº 187. Santiago, Instituto de Economía - Pontificia Universidad Católica de Chile, 2000, pp. 134 y 135. Por ejemplo, se aplicaba un descuento a la prima de enganche (prima que, en teoría, era un incentivo para el ingreso) y el servicio tenía una duración de 5 años. Esto lo hacía ver con preocupación el Inspector General del Ejército, José Antonio Villagrán. Véase: “Memoria del Inspector General del Ejército”. Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1874. Santiago. Imprenta Nacional. 20 de julio de 1874. pp. 77 y 78. Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados. Sesión 15 Ordinaria de 8 de julio de 1875. p. 225. En esta sesión se transcriben los resultados del censo de 1875 para efectos de determinar el número de representantes al Congreso. Un cuadro evolutivo de la población en Chile puede verse en Braun, Economía chilena 1810-1995, p. 203.
EL EJÉRCITO DE CHILE EN VÍSPERAS DE LA GUERRA DEL PACÍFICO. UNA VISIÓN DE LAS TROPAS (1866-1879) —Valentina Verbal Stockmeyer
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a una sociedad militarizada. Para nada puede hablarse de una nación en armas como, por ejemplo, llegó a serlo la Francia napoleónica23. Y un quinto punto interesante de constatar es la distribución geográfica de las diversas unidades del Ejército y de las tropas en ellas insertadas. Basta tomar cualquier memoria de Guerra, del año que sea en el marco del período de estudio, para comprobar fehacientemente que la inmensa mayoría de los efectivos del Ejército permanente se encontraba concentrada en la zona de Arauco, en el sur del país. Y esto es así porque la segunda mitad del siglo XIX coincide con una guerra interna, con lo que se conoce como “Pacificación de la Araucanía”24. Este proceso forma parte de la construcción, aún pendiente en el período de este artículo, del Estado-Nación chileno. Recuérdese aquí la conocida teoría de Mario Góngora (1915-1985) que afirma que el Estado precede a la Nación, y ello por el hecho de ser nuestro país una “tierra de guerra”25. Lo cierto es que la distribución fundamental de las tropas en Arauco da cuenta de que lo que le interesaba al país (Gobierno y sectores de opinión pública), en términos militares, era la ocupación efectiva de ese territorio y la incorporación definitiva de la Araucanía al conjunto del Estado-Nación. Por ejemplo, en 1877 casi todas las guarniciones del Ejército permanente correspondían a la zona de Arauco, situadas estratégicamente en orden a consolidar la ocupación e integración de dicha extensión territorial. Asimismo, de un total de 3.127 soldados para ese año, 2.854 se encontraban ubicados en dicha región del país, lo que representaba el 91,3% de la dotación efectiva del Ejército permanente. Por otra parte, y considérese que estamos hablando de sólo dos años antes del inicio de la Guerra del Pacífico, no existía ninguna guarnición ubicada al norte del puerto de Valparaíso; menos aún en la región de Atacama, materia de disputas territoriales desde los tiempos del Presidente Bulnes (1841-1851)26. Este es otro aspecto que apuntaría a demostrar la falta de intención chilena —al menos, en términos de tropas— de planificar una guerra en el norte, en contra del Perú y de Bolivia.
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Napoleón llegó a movilizar a más de 1 millón de franceses. Véase: Gibbs, N. H., “Capítulo III. Las fuerzas armadas y el arte de la guerra”. Crawley, C. W., Reglá, Juan y Jover, José María (eds.). Historia del mundo moderno. Guerra y paz en tiempos de revolución 17931830. Tomo IX. Barcelona, Editorial Sopena, 1972, p. 43. Para este proceso histórico-militar, véase: Pinto Rodríguez, Jorge, La formación del Estado y la nación, y el pueblo mapuche. De la inclusión a la exclusión. Santiago, Centro de Investigación Diego Barros Arana, 2003; y León, Leonardo et al., Araucanía. La frontera mestiza. Siglo XIX. Santiago, Ediciones UCSH, 2004. Góngora, Mario, Ensayo histórico sobre la noción del Estado en Chile en los siglos XIX y XX. Santiago, Editorial Universitaria, 2003, pp. 63-73. Bulnes, Gonzalo, La Guerra del Pacífico. Tomo I. Santiago, Editorial del Pacífico, 1955, pp. 33-36.
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EL EJÉRCITO DE CHILE EN VÍSPERAS DE LA GUERRA DEL PACÍFICO. UNA VISIÓN DE LAS TROPAS (1866-1879) —Valentina Verbal Stockmeyer
Cuadro 2.
DOTACIÓN DE TROPAS EN LA GUARDIA NACIONAL
Distribución del Ejército por guarniciones en 187727 Nº 1 2 3 4 5 6 7
Guarnición Artillería 4º de línea Cazadores Artillería 3º de línea Granaderos 3º de línea
Ubicación Santiago Santiago Santiago Valparaíso Ángol Ángol Rucapillán
Dotación 210 365 277 273 298 143 9
8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25
3º de línea Granaderos Granaderos Buin 1º de línea Buin 1º de línea Buin 1º de línea 2º de línea 2º de línea 2º de línea Cazadores 2º de línea Buin 1º de línea Buin 1º de línea Buin 1º de línea Cazadores Buin 1º de línea Buin 1º de línea Buin 1º de línea
Tigueral Mulchén Huequén Ñipaco Cancura Fortín Maipú Lolenco Torre 5 de enero Chiguaihue Chiguaihue Puente de Chiguaihue Marilúan Torre de Granaderos Collipulli Collipulli Perasco Curaco Esperanza
15 7 65 8 32 5 20 8 107 66 5 20 8 190 70 16 44 10
26 27 28 29 30 31 32 33 34 35 36 37 38
Buin 1º de línea 3º de línea Granaderos Buin 1º de línea Zapadores de línea Granaderos 2º de línea Zapadores de línea 2º de línea 2º de línea 2º de línea 2º de línea Artillería
Cule Sauces Sauces Lumaco Lumaco Lumaco Cañete Purén Lebu Quidico Toltén Queuli Magallanes
11 58 12 51 326 58 43 38 30 25 101 8 95
Fuente: Memoria de Guerra y Marina presentada al Congreso Nacional en sus sesiones ordinarias de 1877. Santiago, Imprenta Nacional, 1877, pp. 11-14.
Los antecedentes de las milicias en Chile se remontan al período colonial28. Sin pretender detallar la evolución histórica de la Guardia Nacional, baste consignar que “las milicias fueron una modalidad de instrucción militar para que los habitantes del Reino colaborasen con el ejército de línea, ante la eventualidad de los ataques exteriores y, particularmente en Chile, para defenderse de los aborígenes”29. Y con respecto a la época republicana (anterior a nuestro período de estudio), señálese que la Guardia Nacional —también conocida como Guardia Cívica o, sencillamente, Cívicos— constituyó bajo el denominado Régimen Portaliano un útil contrapeso del Ejército, con el fin de asegurar la subordinación de este último al poder político constituido30. Pero, poco a poco, y la Guerra contra la Confederación Perú-boliviana llegó a ser la consagración de ello, esta entidad se fue convirtiendo en el necesario complemento que la institución castrense requería. Más tarde, con el decenio de Bulnes (1841-1851), se produjo la consolidación institucional de la Guardia Cívica. Por de pronto, por el hecho de que en 1848 se promulgó un Reglamento de la Guardia Nacional31. Conforme a esta normativa, se estableció formalmente que la Guardia Cívica se organizaba en tres armas —artillería, infantería y caballería— y que se trataba de un servicio de carácter voluntario. A diferencia del Ejército, situado especialmente en la zona sur del país, los cívicos sí se establecieron a lo largo de todo el territorio, incluyendo las provincias septentrionales. De hecho, de norte a sur, se formaron batallones de infantes en Copiapó, Vallenar, La Serena, Ovalle, Illapel, Putaendo, Quillota, San Felipe, Los Andes, Valparaíso, Melipilla, Santiago, Rancagua, San Fernando, Cauquenes, Curicó, Talca, Linares, Chillán, Concepción, Caupolicán, Valdivia y la Unión32. La instrucción de la Guardia Nacional se encomendó al Ejército; y quedó bajo el control, además del Ministro de Guerra, de un Inspector General propio, o sea, distinto del homónimo dedicado a la entidad castrense33. Con ocasión de la Guerra con España (1865-1866), se puso nuevamente a prue-
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Elaboración de la autora.
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Véase: AllendeSalazar Arrau, Jorge, “Ejército y milicias del Reino de Chile (1737-1815)”. Boletín de la Academia Chilena de la Historia. N° 66. 1962. pp. 102-178. Hernández Ponce, Roberto, “La Guardia Nacional de Chile”. Historia. Nº 19.1984. p. 58. Desde una perspectiva cultural, muy interesante es el trabajo de Fernández, Joaquín, “Los orígenes de la Guardia Nacional y la construcción del ciudadano-soldado (Chile: 18231833)”. Mapocho. Revista de Humanidades. N° 56. 2014. Véase: Varas, José Antonio, Recopilación de Leyes, Órdenes, Decretos Supremos y Circulares concernientes al Ejército, desde enero de 1866 a diciembre de 1870. Tomo II. Santiago, Imprenta Chilena, 1871, pp. 20 y ss. Historia del Ejército de Chile, p. 45. Ibíd., p. 49.
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ba el carácter de fuerza complementaria de la Guardia Nacional con respecto al Ejército de línea. Esta situación fue positivamente valorada por el Ministro de Guerra José Manuel Pinto, quien señalaba en 1866: “La Guardia Nacional ha prestado al país, durante este tiempo [el de la guerra], grandes e importantes servicios. Como lo he hecho notar más arriba, ella fue la llamada a cubrir las guarniciones de muchos puntos de la costa, mientras se aumentaban las fuerzas de línea. Así es que la mayor parte de los cuerpos de que consta, han contribuido en su totalidad o en parte a la defensa de la República. Sus servicios no se han limitado a guarnecer el litoral, sino que también ha alternado con la tropa de línea destacada en las plazas de la frontera”34.
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sino fundamentalmente por expreso mandato de las autoridades. Por ejemplo, el 9 de noviembre de 1877 se decretó el receso de veintitrés batallones, seis brigadas y dos compañías de infantería. Esta notable reducción, como afirmaba el Ministro García de la Huerta, se explicaba por “una economía en el Presupuesto de gastos, aconsejada por el estado de los fondos públicos”38. En términos de cifras “la medida indicada ha reportado al Erario un ahorro anual de 70.000 pesos, aproximamente, que el Ministerio del ramo pagaba en subvenciones a los cuerpos cívicos, diarios para las guardias de prevención, arriendo de cuarteles, etc.”39 Cuadro 3. Dotación de la Guardia Nacional (1866-1878)40
El antedicho carácter de reserva, fue subrayado de este modo por la misma autoridad: “A fin de no distraer por mucho tiempo de sus quehaceres, a los individuos que componen la Guardia Cívica, el Gobierno ha tratado de formar con ella un verdadero cuerpo de reserva que sin abandonar sus pueblos, estuviese pronta para acudir al primer llamado al punto preciso”35. Por la misma y explicable razón de la Guerra, en 1866 la fuerza efectiva de la Guardia Nacional ascendía a las “45.895 plazas, correspondiendo 1.141 a la arma de artillería, 27.088 a la de infantería y 17.393 a la de caballería”36. Esta cifra fue descendiendo con el transcurrir de nuestro período, llegando en 1878 a contar con sólo 6.687 plazas37. Este péndulo, ahora con relación a la cantidad de cívicos existentes, demostraría, nuevamente, la carencia de un ánimo belicista de parte de Chile con respecto al Perú y a Bolivia. Al menos, desde el punto de vista de este trabajo: la dotación de tropas. En otras palabras, pese a que, conceptualmente, la Guardia Nacional se entendía como la necesaria reserva del Ejército de línea, en la práctica, esta situación fue perdiendo vigencia, por la clara y dramática disminución de sus plazas. Y, en este caso, no tanto por desinterés en la sociedad civil (de la cual se nutría),
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Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1866. Santiago, Imprenta Nacional, 25 de agosto de 1866, p. 10. Ibíd., p. 11. Ibíd. Memoria de Guerra y Marina presentada al Congreso Nacional de 1878. Santiago, Imprenta Nacional, 26 de junio de 1878, pp. 15 y 16.
Año 1866 1867 1868
Tropas 45.895 53.220 48.618
1869 1870 1871 1872 1873 1874 1875 1876 1877 1878
54.992 52.721 54.294 35.092 30.447 24.287 21.951 22.674 18.071 6.687
Fuentes: Memorias del Ministerio de Guerra presentadas al Congreso Nacional. Santiago, diversas imprentas, 1866-1880.
Desde el término de la Guerra con España (1866), el Gobierno planteó la necesidad de contar con una ley orgánica para la Guardia Nacional. Hasta ese momento, el fundamento jurídico de la entidad era el artículo 156 de la Constitución de 1833 que establecía que “todos los chilenos en estado de cargar armas deben hallarse inscritos en los registros de las milicias si no están espe-
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Ibíd., p. 14. Ibíd. Para el caso de la Guardia Nacional no se hace el distingo entre fuerzas autorizadas y fuerzas enganchadas, porque: a) su dotación no era materia de ley, y b) las Memorias de Guerra sólo hacen referencia a las fuerzas efectivas. Además, no se incluye la cifra del año 1879, ya que la Memoria de este año no hace referencia a la Guardia Nacional, por lo que al inicio de la guerra debe ser similar a la de 1878.
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cialmente exceptuados por ley”41. Esta norma no se refería, específicamente, a la Guardia Cívica, sino que se le aplicaba por analogía. Y ello no significaba que todos debían integrarse a la institución, sino sólo que debían concurrir a inscribirse en sus registros. Además, recordemos que en 1848 (bajo el Presidente Bulnes) se dictó un reglamento que estableció las bases de esta institución como tal, confirmándose el carácter voluntario del servicio en ella implicado. Sin embargo, en el marco de nuestro período, nunca se aprobó una ley regulatoria de la Guardia Nacional. La misma despreocupación de las autoridades políticas con respecto a la entidad, que se materializó —como hemos visto— en una persistente baja de sus plazas, ayuda a explicar la no promulgación de una norma legal específica, propuesta por el Gobierno y aprobada por el Congreso. A lo anteriormente dicho, agréguese que una de las motivaciones iniciales del Ejecutivo por auspiciar una ley orgánica de la Guardia Nacional fue garantizar el principio de igualdad de las cargas públicas, establecido en el artículo 12 número 3º de la Constitución42. Además, el artículo 149 disponía que “no puede exigirse ninguna especie de servicio personal o de contribución, sino en virtud de un decreto de la autoridad competente, deducido de la ley que autoriza aquella exacción, y manifestándose el decreto al contribuyente en el acto de imponerle gravamen”43. Pese a su carácter voluntario, en la práctica, algunos ciudadanos eran conminados a integrarse a sus filas, con lo cual, en ese momento, comenzaban a asumir obligaciones frente al Estado. La necesidad de que los miembros de la Guardia Nacional procedieran de todos los ámbitos sociales, y no exclusivamente de los sectores postergados, llevó en 1868 al Ministro Errázuriz a decir lo siguiente: “En la práctica, ni se da cumplimiento a la disposición del artículo 156, ni existe en esta materia la igualdad ante la ley44, ni la igual repartición de las cargas públicas. El artesano, los hombres que viven de la industria y del trabajo son obligados a cargar las armas y a llevar todos el peso del servicio de la milicia cívica; mientras que los capitalistas, los propietarios
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Valencia Avaria, Luis, Anales de la República. Textos constitucionales de Chile y Registro de los ciudadanos que han integrado los poderes ejecutivo y legislativo desde 1810. Santiago, Editorial Andrés Bello, 1986, p. 182. Ibíd., p. 163. Ibíd., p. 182. Este principio se encontraba consagrado en el artículo 12 número 1º de la Constitución de 1833. Ibíd., p. 163.
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y toda la clase acomodada, que son los más interesados en la existencia del orden y los que mejor pueden soportar esta carga, se ven libres de todo servicio, salvo las pequeñas excepciones de los que desempeñan los cargos de jefes y oficiales en los cuerpos cívicos. El Congreso debe empeñarse en hacer desaparecer, cuanto antes, una desigualdad tan injusta, tan chocante a nuestro sistema de gobierno y tan contraria a nuestra Constitución, contrayéndose con preferencia a la promulgación de una ley que haga efectivas las disposiciones constitucionales, desterrando para siempre aquellos abusos insostenibles. El punto capital de una buena ley sobre organización de la guardia nacional es el hacer efectivo el servicio de las milicias para todos los chilenos en estado de cargar armas, sin excepciones odiosas e indebidas. Estableciendo convenientemente en la práctica esta obligación; detallando con justicia y discernimiento los casos de excepción; fijando el tiempo que los ciudadanos deben servir, y reglamentando algunos otros puntos de menor importancia, se habrían llenado todas las necesidades de una institución tan íntimamente ligada con la existencia del sistema democrático”45. Interesante es constatar que, ya en la época de nuestro estudio, se ponía sobre la mesa el principio de igualdad ante la ley, ya no sólo en términos formales, sino de cumplimiento efectivo. En otras palabras, si bien la igualdad ante la ley constituye un principio liberal, subrayado desde la organización de la República, llama la atención que se hable de “excepciones odiosas”, lo que, en lenguaje de hoy, equivale a discriminaciones arbitrarias. Mediante un decreto de fecha 10 de octubre de 1867 se establecieron los doce años como plazo de duración del servicio en la Guardia Nacional, tanto para oficiales como para la tropa46. Esta norma: “Establece enseguida que los que hubieren cumplido el término fijado [de doce años] tienen derecho a obtener licencia absoluta, pero que continuarán perteneciendo a la guardia na-
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Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1868. Santiago, Imprenta Nacional, 15 de junio de 1868, p. 27. Ibíd., p. 28. Anteriormente, este plazo de doce años se exigía sólo a la tropa.
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cional sin prestar ninguna clase de servicios, y pudiendo ser nuevamente obligados a ello sólo en circunstancias graves y urgentes calificadas por un decreto supremo. De esta manera se provee el caso de tener que salir a la defensa del país o de sus instituciones, al paso que se da en parte cumplimiento a la disposición constitucional que ordena que todos los chilenos en estado de cargar armas deban hallarse inscritos en los registros de las milicias. Por último, se determina lo relativo a las licencias y a los casos de cambio de residencia, tan frecuentes en los oficiales cívicos”47. Con relación a la distribución geográfica de la Guardia Nacional, en los años previos a la Guerra con España, y durante el desarrollo de la misma, el Gobierno descuidó la presencia de la institución en la zona norte del país, concretamente en la provincia de Copiapó. Esta situación, sobre todo en momentos de crisis internacional, generó la molestia del caudillo por dicha zona, diputado Pedro León Gallo:
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hay cierta fantasmagoría en esa partida para los batallones cívicos”48. En 1868 el Ministro Errázuriz daba cuenta de la reorganización del batallón cívico de Copiapó, “que por tanto tiempo ha permanecido disuelto, dotándolo de un buen armamento, de vestuario y de todo lo demás que pudiere necesitar”49. Por último, considérese que algunos miembros de la Guardia Cívica participaban, junto al Ejército de línea, en las labores de incorporación de la Araucanía. A diferencia del Ejército, no se trataba de la mayoría de ellos, sino sólo de aquellas tropas situadas en la zona cercana, en especial en la Provincia de Arauco: “La Guardia Nacional ha prestado en la frontera importantes servicios. Autorizados los jefes de ambas fronteras para llamar al servicio, en caso necesario, a los cuerpos cívicos de la provincia de Arauco, la mayor parte de ellos han compartido con el ejército las penalidades de la guerra que se ha hecho a los indios rebeldes. Conocedores de la localidad y de los usos de los indios, han llevado a nuestros soldados el contingente de la práctica en una guerra de sorpresas como la que había de sostener”50.
“Como siempre he manifestado en la Cámara el deseo de que la guardia nacional se aumente cuanto sea posible, desearía que se suprimieran esos gastos de pura fanfarronería y que esas cantidades se destinaran al fomento de la guardia nacional; pero desde que ella no existe en algunos de aquellos puntos para los cuales se consultan asignaciones en el presupuesto, deberían suprimirse todas aquellas que no sirven para formar partidas sin objeto”. Y luego agregaba: “Por lo demás, señor, podría hacer presente a la Cámara que mientras la escuadra española estuvo bloqueando nuestras costas no sólo no se organizó el cuerpo cívico de Copiapó, sino que no se formó una en el Huasco, que tiene asignación para una banda de música. Este batallón estaba enteramente disuelto, no tenía un solo oficial; no se vino a organizar sino cuando ya se acercaban las elecciones. Por esa razón creo que
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Ibíd.
Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados. Sesión 28ª Extraordinaria de 15 de diciembre de 1866. p. 200. Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1868. Santiago, Imprenta Nacional, 15 de junio de 1868, p. 29. Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1869. Santiago, Imprenta Nacional, 26 de julio de 1869, p. 42.
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Cuadro 4. Distribución de la Guardia Nacional, según provincias en 1871 Provincia Atacama Coquimbo Aconcagua Valparaíso Santiago Colchagua Curicó Talca Ñuble Concepción Arauco Valdivia Llanquihue Chiloé TOTAL
Dotación 2.989 2.519 3.526 3.983 7.107 929 973 3.061 4.066 3.593 6.044 2.461 3.442 6.957 54.294
Fuente: Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1871. Santiago, Imprenta Nacional, 9 de septiembre de 1871, p. 36.
Reclutamiento a comienzos de 1879 Resulta natural que en la disciplina histórica existan diferencias de interpretación, sobre todo cuando el tema tratado es un conflicto internacional, que luego da pie a la “guerra” entre los historiadores de los diversos países en él implicados. Sí sorprende que las diferencias alcancen, incluso, aspectos cuantitativos, como las cifras de tropas de los diversos ejércitos al inicio del conflicto. Para este tema, se da la circunstancia que una buena parte de los autores consultados tiende a destacar la inferioridad numérica de las tropas de su propio país y la consiguiente superioridad de las del enemigo. Por ejemplo, la Historia de la Guerra del Pacífico del chileno Diego Barros Arana afirma que “a principios de 1879 el ejército del Perú se componía de 8.000 hombres, esto es, de 4.200 soldados por 3.870 oficiales de todas categorías, de los cuales 26 eran generales”51. Y con respecto a Chile señala: “Las fuerzas de Chile al comenzar la guerra eran muy inferiores. El ejército de tierra constaba de 2.440 hombres, de los cuales 410 eran artilleros, 530 jinetes, y el resto in-
fantes divididos en cinco pequeños batallones de 300 plazas cada uno”52. Por su parte, el peruano Mariano Felipe Paz-Soldán sostiene que el Perú contaba con un total de 5.241 hombres, pero sólo nominalmente: 4.000 estaban disponibles53. Con respecto a Chile dice que “su ejército permanente, en enero de 1879, en la apariencia constaba de 2.440 hombres, de las tres armas; su guardia nacional de veinte y cinco cuerpos; pero en realidad el número del de línea llegaba a los 9.000 hombres bien armados”54. Cuadro 5. Dotación de tropas de Chile, Perú y Bolivia al inicio de la Guerra del Pacífico, según historiadores de diversas nacionalidades55 Nacionalidad Perú Bolivia Autor Autor Nacionalidad Chile Perú Bolivia Chile Barros Arana Chilena 2.440 Chilena 2.440 8.000 Barros Arana 8.000 Boliviana 1.200 Blanco Blanco Boliviana 3.000 1.200 3.000 56 56 Chilena 2.200 5.000 BulnesBulnes Chilena 2.200 5.000 57 (pro-peruano) 13.000 8.000 2.000 Caivano Caivano 57 ItalianaItaliana (pro-peruano) 13.000 8.000 2.000 Civati Civati Argentina 9.127 7.000 2.232 9.127 Argentina 7.000 2.232 58 EkdahlEkdahl 58 Suiza (pro-chileno) 8.887 8.887 8.930 8.930 Suiza (pro-chileno) Ferrer59Ferrer Chilena 2.400 7.000 59 Chilena 2.400 7.000 60 Körner Alemana y chilena 9.502 9.502 13.181 Alemana y chilena 13.181 3.406 3.406 Körneryy Boonen Boonen60 M a 61 Estadounidense (pro-chileno) 2.440 9.000 a 13.000 3.300 Mason son61 Estadounidense (pro-chileno) 2.440 9.000 a 13.000 3.300 Paz-Soldán 9.000 4.000 Paz-Soldán Peruana Peruana 9.000 4.000 Chilena 8.000 8.000 2.000 Toro Dávila 62 62 Toro Dávila Chilena 8.000 8.000 2.000 Wilde Boliviana 13.000 3.000 1.200 Wilde Boliviana 13.000 3.000 1.200 63 Chilena 8.887 7.000 2.239 Encina Encina63 Chilena 8.887 7.000 2.239 Fuente: Barros Arana, Diego, Historia de la Guerra del Pacífico (1879-1881). Obras Completas de Die-
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Barros Arana, Diego, Historia de la Guerra del Pacífico (1879-1881). Obras Completas de Diego Barros Arana. Tomo XVI. Santiago, Imprenta, Litografía y encuadernación Barcelona, 1914, p. 71.
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Ibíd., pp. 72 y 73. Paz-Soldán, Mariano Felipe, Narración histórica de la guerra de Chile contra el Perú y Bolivia. Antecedentes y declaración de Guerra. La campaña marítima. Tomo I. Lima, Editorial Milla Batres, 1979, p. 100. La primera edición de esta obra es de 1884. Ibíd., p. 104. Suponemos que Paz-Soldán suma las fuerzas del Ejército de línea con las de la Guardia Nacional. Elaboración de la autora. Consideramos las tropas de línea y de reserva como un todo, cuando los autores referidos hacen el distingo. No considera para el caso de Chile a la Guardia Nacional. Este autor, para el caso de Chile, comete el error metodológico de sumar las fuerzas existentes al inicio de la guerra con las que, según un discurso del Ministro del ramo, busca reclutar luego de haberse ella iniciado. Señala que las fuentes peruanas no dan cuenta de las cifras de la tropa de la Guardia Nacional. Por ello, incluye sólo a las tropas del Ejército de línea y a la oficialidad de la Guardia Nacional peruanas. La cifra de 7.000 hombres incluye a las tropas bolivianas. Suman la tropa, la oficialidad y las fuerzas de reserva. Para el caso de Chile, no incluye a la Guardia Nacional. Este autor da cifras aproximadas. Señala que, para el caso de Bolivia, “la Guardia Nacional tenía más de 54.000 enrolados, pero apenas representaba valor militar”. Véase: Encina, Francisco Antonio, Historia de Chi-
154 / H istoria 3 9 6 go Barros Arana, Tomo XVI. Santiago, Imprenta, Litografía y encuadernación Barcelona, 1914, pp. 71-73. Blanco, G. C., Historia militar de Bolivia. La Paz, Intendencia de Guerra — Talleres, 1922, p. 142. Bulnes, Gonzalo, La Guerra del Pacífico. Tomo I. Santiago, Editorial del Pacífico, 1955, pp. 124 y 125. Caivano, Tomás, Historia de la Guerra del Pacífico entre Perú, Chile y Bolivia. Lima, Corporación Editora Chirre, 2004, pp. 79 y 80. Civati Bernasconi, Edmundo H., Guerra del Pacífico (1879-1883). Tomo I. Buenos Aires, Círculo Militar — Biblioteca del oficial, 1946, pp. 117-135. Ekdahl, Wilhem, Historia militar de la Guerra del Pacífico. Tomo 1. Santiago, Sociedad Impresora y Litografía Universo, 1917, pp. 42 y 61. Encina, Francisco Antonio, Historia de Chile. Tomo 31. Santiago, Editorial Ercilla, p. 86-89. Ferrer, Heriberto, Historia popular de la Guerra del Pacífico y reseña histórica de Chile. Iquique, Imprenta artística, 1923, pp., 38 y 39. Körner, Emilio y Boonen Rivera, Jorge, Historia Militar. Tomo II. Santiago, Imprenta Cervantes, 1887, pp. 289-297. Mason, Theodorus, Guerra en el Pacífico Sur. Buenos Aires, Editorial Francisco de Aguirre, 1971, pp. 23-25. Paz-Soldán, Mariano Felipe, Narración histórica de la guerra de Chile contra el Perú y Bolivia Antecedentes y declaración de Guerra. La campaña marítima. Tomo I. Lima, Editorial Milla Batres, 1979, pp. 100-104. Toro Dávila, Agustín, Síntesis histórico-militar de Chile. Santiago, Editorial Universitaria, 1976, p. 232. Wilde, M. Fernando, Historia Militar de Bolivia. La Paz, Intendencia Central del Ejército, 1942, pp. 82 y 83.
Ahora bien, ¿qué dotación de tropas efectivas tenía Chile al momento de iniciarse la guerra en febrero de 1879?64 La Memoria de Guerra de 1879, enviada al Congreso por el Ministro del ramo Basilio Urrutia, consigna que “el ejército permanente sólo tenía un efectivo de dos mil cuatrocientas plazas y se hallaba distribuido en las guarniciones de las plazas del centro y sur de la República”65. A la dotación de la Guardia Nacional, este documento no hace expresa referencia, pero difícil es pensar que ella supere la cifra de 6.687 plazas, guarismo correspondiente al año 187866. A este número hay que sumar 401 oficiales del Ejército67. Por lo tanto, la totalidad de las tropas del Ejército y de la Guardia Nacional excedía por poco la suma de 9.000 hombres. Sin embargo, durante el año 1879 Chile logró movilizar a una gran cantidad de tropas. En la misma memoria arriba citada, el Ministro Urrutia se refería al apoyo recibido de parte de la población: “Debo también consignar aquí la eficaz cooperación que ha encontrado el Gobierno en los ciudadanos para atender a las múltiples necesidades de la guerra. Todos los pueblos de la
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le. Tomo 31. Santiago, Editorial Ercilla, p. 88. Por eso, el ítem de este autor no añadimos a la Guardia Nacional de Bolivia. Situamos la ocupación de Antofagasta (14 de febrero de 1879) como punto de partida de la guerra, aunque ella legalmente se inicia en abril de ese mismo año. Memoria de Guerra y Marina presentada al Congreso Nacional de 1879. Santiago, Imprenta de la República de J. Núñez, 10 de agosto de 1879, pp. 5 y 6. Memoria de Guerra y Marina presentada al Congreso Nacional de 1878. Santiago, Imprenta Nacional, 26 de junio de 1878, pp. 15 y 16. Historia del Ejército de Chile. Tomo V. Santiago, Estado Mayor General del Ejército, 1981, p. 35.
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República han ofrecido contingentes de soldados, víveres y dinero. En el norte se encuentran compartiendo las fatigas de la campaña cuerpos que como los batallones “Bulnes” y “Valparaíso”, son organizados y sostenidos con los recursos de los respectivos municipios”68. El plan inicial del Gobierno era lograr la movilización de 15.000 hombres, o sea, se buscaba aumentar en unas 6.000 la cantidad de plazas enganchadas. En un primer momento, se pensaba que ésta era la fuerza necesaria para vencer a la alianza peruano-boliviana en la Provincia de Tarapacá69. En este contexto, entre el 6 de marzo y el 3 de abril de 1879, el Gobierno publicó varios decretos, todos ellos tendientes a reestructurar las unidades del Ejército. Esta reestructuración consistió, básicamente, en: a) la creación en un nuevo batallón: el batallón de infantería de línea, denominado Santiago, compuesto (como los demás) de cuatro compañías70; b) la elevación de los batallones Buin 1º de línea, 2º de línea, 3º de línea, 4º de línea y Santiago a la categoría de regimiento; esto implica que cada regimiento constará de dos batallones de cuatro compañías cada uno71; c) la organización en Antofagasta de una brigada de artillería, compuesta de dos compañías72; y d) la elevación a regimiento del batallón de artillería de marina, quedando compuesto de dos batallones de cuatro compañías cada uno73. Sin embargo, no hay que pensar que la antedicha movilización resultó sencilla. El Gobierno debió enfrentarse a varios obstáculos. El primero de ellos fue la inicial oposición de ciertos parlamentarios a entregar, rápida y diligentemente, las facilidades solicitadas por el Gobierno. En efecto, en marzo de 1879, cuando ya se había producido la ocupación de Antofagasta (14 de febrero), una buena parte de los parlamentarios se mostraban reacios a cooperar con el Gobierno en el otorgamiento de facultades especiales para aumentar el potencial de nuestras Fuerzas Armadas. Por ejemplo, en la sesión extraordinaria de la Cámara de Diputados de fecha 29 de marzo de 1879, se ventiló una encendida
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Memoria de Guerra y Marina presentada al Congreso Nacional de 1879. Santiago, Imprenta de la República de J. Núñez, 10 de agosto de 1879, p. 9. Ibíd., p. 29. Decreto de 6 de marzo de 1879. Véase: Varas, José Antonio, Recopilación de Leyes, Órdenes, Decretos Supremos y Circulares concernientes al Ejército, desde enero de 1866 a diciembre de 1870. Tomo VI. Santiago, Imprenta Nacional, 1871, p. 84. Decreto de 18 de marzo de 1879. Véase: Ibíd., p, 85. También puede verse en Boletín de la Guerra del Pacífico 1879-1881. Santiago, Editorial Andrés Bello, 1979, p. 17. Decreto de 26 de marzo de 1879. Véase: Ibíd., p. 86. Decreto de 3 de abril de 1870. Véase: Ibíd., p. 9.
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discusión entre quienes buscaban diferir dicha concesión a cambio de garantías electorales de parte del Gobierno. O sea, algunos políticos condicionaban un asunto de seguridad exterior a uno de política doméstica. El diputado Francisco Prado Aldunate74 señalaba:
Se ha sostenido por parte de los señores Ministros que la anarquía que reina en el país electoral se debe exclusivamente al libre juego de los partidos. Yo sostengo lo contrario; yo afirmo sin vacilar que los males que se lamentan se deben exclusivamente a la mano del Gobierno, a la intervención manifiesta del Gabinete en las elecciones.
“Antes de pasar a la orden del día, pido la palabra, señor Presidente, para proponer a la Honorable Cámara celebre sesión esta noche y continúe celebrándolas diariamente hasta despachar los proyectos presentados por el Ejecutivo y que han sido ya aprobados por el Senado; proyectos que tienden a establecer un orden legal en la situación por que atravesamos, y suministrar al Gobierno los recursos necesarios para llevar adelante la ocupación del litoral”75.
Basta para persuadirse de ello, ver lo que ha pasado y está pasando en todos los departamentos: el movimiento inusitado de Intendentes y Gobernadores, la remoción más violenta hasta de los empleados más subalternos del orden administrativo. En la presente campaña electoral la intervención del Gobierno no se limita sólo a atacar en un departamento los candidatos de un partido cuyos intereses parece favorecer en otros, sino que va hasta la persecución tenaz y descarada de un partido, y ya no sólo de un partido para impedir su representación en el Congreso, sino de las personas persiguiendo la candidatura de tal partidario por la de otro de las mismas ideas, tan solo por satisfacer su capricho por completo”78.
Lo anterior que parece lógico, considerando la situación de guerra efectiva (en los hechos, ya que la declaración legal es de principios de abril76), no resultaba tan evidente para una buena parte de los diputados que intervenían en el debate, como era el caso del diputado Ramón Allende Padín77: “Comprendo la responsabilidad de ciertos actos; pero considero al mismo tiempo la importancia de otros que se relacionan más directamente con el momento actual. La hora es angustiada; mañana deben tener lugar las elecciones. Hasta hoy ha sido tan inútil, señor Presidente, pedir garantías en toda la República para los derechos de ciertos ciudadanos, que me parece muy justo se aplace siquiera por veinticuatro horas más la aprobación de los proyectos del Ejecutivo.
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Diputado entre 1867 y 1882. Integró, en varias ocasiones, la Comisión Permanente de Guerra y Marina. Véase: Biblioteca del Congreso Nacional, “Reseñas parlamentarias: 18112018”. En: http://historiapolitica.bcn.cl/resenas_parlamentarias/wiki/Francisco_Solano_Prado_Honorato Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados. Sesión 74ª Extraordinaria de 29 de marzo de 1879. p. 720. El 5 de abril se declaró la guerra al Perú y a Bolivia. Cfr. Varas, Recopilación de Leyes, Órdenes, Decretos Supremos y Circulares concernientes al Ejército, desde enero de 1866 a diciembre de 1870. Tomo VI, pp. 90-93. Militante del Partido Radical, fue Diputado entre 1876 y 1882. Fue elegido Senador para el período 1882-1888, pero no logró terminar su período, ya que falleció en 1884. A pesar de su pacifismo inicial, llegó a ser Superintendente del Servicio Sanitario en Campaña durante la Guerra del Pacífico desde 1882 en adelante. Veáse: Figueroa, Pedro Pablo, Diccionario Biográfico de Chile. Tomo I. Imprenta y Encuadernación Barcelona, 1897, p. 55.
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No deja de sorprender que, estando Chile en una guerra efectiva, de inminente declaración legal, no pocos parlamentarios se opusieran a entregar las facilidades que el Gobierno requería para poner a las Fuerzas Armadas en pie de combate. En suma, llama la atención que un asunto que hoy se llamaría “problema país” o “tema de Estado” sea tratado como una cuestión del solo Gobierno, o sea, de un determinado sector político de la sociedad. Obviamente, no todos los diputados anteponían la “cuestión electoral” a la de la guerra. Zorobabel Rodríguez79 refutaba a Allende Padin del siguiente modo: “Yo, que soy hombre de partido, siempre contribuiré con mi voto a dar a todos los partidos facilidades para que expresen sus ideas y formulen los cargos que crean conveniente al Gobierno. Pero hoy la preocupación de todo chileno debe ser la gran cuestión de la honra del país. Un solo día de demora pue-
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Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados. Sesión 74ª Extraordinaria de 29 de marzo de 1879. p. 720. Fue diputado por varios períodos, muy conocido por la defensa del libre comercio. Véase: Biblioteca del Congreso Nacional, “Reseñas parlamentarias: 1811-2018”. En: http://historiapolitica.bcn.cl/resenas_parlamentarias/wiki/Zorobabel_Rodr%C3%ADguez_Benavides
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de ser fatal para Chile. Demorando el proporcionar recursos al Gobierno para la prosecución de la guerra, puede ser un aliento para los enemigos, un crimen contra la patria”80.
4º Para que declare puertos mayores los que juzgue necesarios y provea a su servicio mientras no se dicte una ley que lo organice. Art. 4º Se aprueba la inversión de caudales públicos decretada por el Presidente de la República para el aumento, la provisión y movilización de la Escuadra Nacional y de las fuerzas del Ejército de tierra y para el servicio administrativo y aduanero de Antofagasta y Mejillones, debiendo rendir la correspondiente cuenta.
Sería extenso detallar las vicisitudes de este debate parlamentario. Sólo señálese que no existió un apoyo cerrado al Gobierno en los comienzos del conflicto. Pero, cuando la guerra fue declarada (5 de abril de 1879) y se convirtió en un hecho inevitable, la mayoría del Parlamento comenzó a aprobar las leyes necesarias que autorizaban al Ejecutivo para decretar el aumento de tropas y disponer de mayores fondos públicos. Por su importancia, conviene leer íntegramente la siguiente ley aprobada por el Congreso y promulgada por el Gobierno:
Art. 5º Las autorizaciones contenidas en el artículo 3º durarán por el término de un año. Y por cuanto, oído el Consejo de Estado, he tenido a bien aprobarlo y sancionarlo; por tanto, promúlguese y llévese a efecto como ley de la República.
“Santiago, 3 de abril de 1879. Por cuanto el Congreso Nacional ha dado su aprobación al siguiente
Aníbal Pinto.
PROYECTO DE LEY: Art. 1º Se aprueba la resolución del Tratado de seis de agosto de 1874 que existía con la República de Bolivia y la consiguiente ocupación del territorio que media entre los paralelos 23 y 24 de latitud sur. Art. 2º El Congreso presta su aprobación para que el Presidente de la República declare la guerra al Gobierno de Bolivia. Art. 3º Se autoriza al Presidente de la República: 1º Para que aumente las fuerzas de mar y tierra hasta que lo creyere necesario; 2º Para que de fondos nacionales invierta por ahora hasta cuatro millones de pesos en los objetos a que se refiere esta ley, debiendo rendir la correspondiente cuenta de inversión en la época en que deben rendirse las cuentas generales de la administración pública; 3º Para contratar empréstitos hasta la suma de cinco millones de pesos, pudiendo hipotecar a su cargo las propiedades del Estado, o estipular otras garantías:
Belisario Prats. Alejandro Fierro. Joaquín Blest Gana. Julio Zegers. Cornelio Saavedra”81. Una primera base de soldados procedió de los cuerpos del Ejército permanente, mayoritariamente acantonados en Arauco, que se trasladaron a la zona del conflicto a objeto de conformar el Ejército de Operaciones del Norte. “Los cuerpos de línea, al ser retirados de la Frontera, dejaron su lugar a unidades movilizadas de la Guardia Nacional”82. Los soldados de la Frontera —ahora en el Norte— pudieron lucir no poca experiencia: tanto en materia de avance y construcción de zonas inhóspitas como de enfrentamientos militares reales con riesgo de muerte. Una segunda base de la tropa procedió de los chilenos residentes en Antofagasta. La historiografía boliviana reconoce el hecho de que la mayoría de la población de Antofagasta era de nacionalidad chilena. Por ejemplo, José de Mesa y Carlos D. Mesa Gisbert afirman que “de los 6.000 habitantes de Antofagasta, 5.000 eran chilenos y solo 600 bolivianos, el resto de varias nacionalidades”83.
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Varas, Recopilación de Leyes, Órdenes, Decretos Supremos y Circulares concernientes al Ejército, desde enero de 1866 a diciembre de 1870. Tomo VI, pp. 90 y 91. Historia del Ejército de Chile. Tomo V, p. 29. De Mesa, José, Gisbert, Teresa y Mesa Gisbert, Carlos D., Historia de Bolivia. La Paz, Editorial Gisbert y Cía S.A., 2001, p. 455.
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Arguedas es de la misma postura: sostiene que la población chilena representa el 93% del total84. Lo anterior es explicable: desde 1860, cuando José Santos Ossa (1827-1877) descubrió salitre en el desierto, comenzó un incesante proceso productivo de explotación del nitrato, que trajo como consecuencia la progresiva migración de chilenos a la zona de Antofagasta85. Baste señalar que antes de la guerra, las inversiones chilenas de salitre al norte de la frontera —Atacama y Tarapacá— ascendían a un 19%, ocupando el segundo lugar después de las peruanas (58, 5%), que conformaban un monopolio fiscal86. Una tercera fuente de reclutamiento derivó de la población chilena procedente desde el Perú, como consecuencia de la rápida expulsión decretada por el gobierno peruano. Este decreto, de fecha 15 de abril de 1879 y firmado por el presidente Mariano Ignacio Prado, establecía que “en el perentorio término de ocho días contados desde la fecha, salvo el de la distancia, saldrán del territorio nacional todos los chilenos que actualmente residen en la República”87. Según Francisco Antonio Encina “la población chilena en el Perú fluctuaba alrededor de 30.000 almas, y la mitad a lo menos eran jornaleros en edad de cargar armas”. Luego agrega que “un cálculo de la época fijaba en 7.000 el número de chilenos repatriados del Perú que formaron en las filas del ejército expedicionario”88. Resulta sorprendente la capacidad de reclutamiento y organización inicial de las fuerzas chilenas en 1879. Aunque este punto se escapa al enfoque principal de este trabajo, no pocos autores han afirmado que la causa de la victoria de
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Arguedas, Alcides, Historia General de Bolivia. El proceso de la nacionalidad. La Paz, Ediciones Puerta del Sol, 1967, p. 349. Para el salitre chileno antes de la guerra, véase a Bermúdez, Oscar, Historia del Salitre. Desde la Guerra del Pacífico hasta la Revolución de 1891. Santiago, Ediciones Pampa Desnuda, 1984; Crozier, Ronald D., “El salitre hasta la Guerra del Pacífico. Una revisión”. Historia. Nº 30.1997. Soto Cárdenas, Alejandro, Influencia británica en el salitre. Origen, naturaleza y decadencia. Santiago, Editorial Universidad de Santiago, 1998, p. 50. Según Cárdenas, las inversiones británicas ascendían a un 13 % en el momento de iniciarse la guerra. Para la historia del salitre chileno después de la guerra, véase también: Blackmore, Harold, Gobierno chileno y salitre inglés 1886-1896. Editorial Andrés Bello, Santiago, 1977; y a Couyoumjian, Juan Ricardo, “La economía chilena: 1830-1930”. Revista Universitaria. Nº 9. 1983. pp. 98-113. Ahumada, Pascual, Guerra del Pacífico. Documentos oficiales, correspondencias y demás publicaciones referentes a la guerra que ha dado a la luz la prensa de Chile, Perú y Bolivia. Tomo I. Santiago, Editorial Andrés Bello, 1982, p. 208. Esta norma contiene algunas excepciones, como el caso de los chilenos residentes por más de 10 años o casados con peruanas y propietarios de bienes raíces, siempre que su conducta sea intachable. Sin embargo, dos días después se dicta un nuevo decreto que suprime de plano estas excepciones. Ibíd. Encina, Historia de Chile, p. 86.
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Chile en la guerra fue su mayor estabilidad institucional. A contrario sensu, el historiador peruano Jorge Basadre atribuye la derrota de su país a dos causas principales: Estado empírico y abismo social. “El Estado empírico quiere decir el Estado inauténtico, frágil, corroído por impurezas y por anomalías. Es el Estado con un Presidente inestable, con elecciones a veces amañadas, con un Congreso de origen discutible y poco eficaz en su acción, con democracia falsa”89.
CONCLUSIÓN Desde un punto de vista cuantitativo, el ejército del período fue notablemente exiguo. Las tropas apenas superaron en promedio las 3.300 plazas, y en claro descenso en la medida en que avanzaban los años, hasta llegar al inicio de la Guerra del Pacífico. Además, ellas representaron un 0,1% de la población total, conforme al Censo de 1875. Por otra parte, estas tropas se situaron, en su gran mayoría, en la zona sur del país, en el contexto del proceso de incorporación de la Araucanía. La Guardia Nacional, que nació como un contrapeso del Ejército, desde la Guerra contra la Confederación Perú-boliviana (1837-1839) se consolidó como la reserva de aquel. Y, pese a que esta institución, a diferencia de la entidad castrense, sí contó con guarniciones en el norte del país, la cantidad de sus efectivos fue descendiendo de manera tan notoria a medida que pasaban los años (llegando en 1878 a contar con alrededor de 7.000 hombres), que, en la práctica, terminó perdiendo total relevancia desde un punto de vista militar. Y ello sin considerar ciertos aspectos cualitativos como las características de su instrucción para una guerra efectiva. La dotación de tropas y su ubicación son factores, entre otros, que mostrarían la lejanía de un ánimo belicista de parte de Chile en contra del Perú y de Bolivia. Un problema permanente durante el período, y que en general se presentó durante todo el siglo XIX, fue la constante disparidad entre las tropas autorizadas y las efectivas. Este tema es importante de tratar, ya que, indirectamente (al menos), permite adentrarse en la realidad social de la vida de los soldados. ¿A qué se debió dicha disparidad? Como ya hemos dicho, la respuesta a pregunta
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Basadre, Jorge, Historia de la República del Perú. 1822-1933. Cuarto Período: La Guerra con Chile. Editorial Universitaria, Lima, 1983, p. 47. El abismo social lo entiende como la excesiva diversidad étnica que, a su vez, imposibilitaba la unidad nacional.
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amerita un trabajo específico. Pero parece ser demasiado simplista la consideración exclusiva al factor salarial. Lo cierto es que los hechos superaron a las intenciones. En la mañana del 14 de febrero de 1879, un cuerpo de 500 soldados chilenos desembarcó en el puerto de Antofagasta. A las 8 A. M., el Coronel Emilio Sotomayor notificó al Prefecto boliviano de la ciudad, don Severino Zapata, que el Ejército de Chile iba a tomar posesión de la ciudad. ¿Se imaginaron los soldados chilenos, uno o dos años antes, que, en vez de abrirse paso en la difícil espesura de Arauco, deberían caminar por el desierto más árido del mundo, según se acostumbra a decir? ¿Se respiraba en Chile un ambiente fatalista, orientado a empuñar las armas en el norte, por razones más o menos justas? Las interrogantes anteriores pueden resumirse en la gran pregunta de este trabajo, cual es saber si Chile se preparó o no para la Guerra del 79. Nuestra respuesta es que Chile no planificó dicha guerra desde un punto de vista militar, al menos en el plano de su dotación de tropas, que es el enfoque principal de este artículo. Situación ésta que no excluye, en otro sentido, la existencia de lo que podemos denominar expansionismo implícito, expresado básicamente en la presencia de capitales y personas provenientes de nuestro país. Las inversiones salitreras y la mayoritaria población de chilenos en Antofagasta constituyeron una clara manifestación de esta realidad. Lo cierto es que, más allá de las deficiencias del ejército estudiado, sorprende la gran diligencia con que las autoridades de Chile enfrentaron los acontecimientos en curso. Si bien es verdad que el Ejército de línea, y con mayor razón la Guardia Nacional, no se encontraba del todo preparado para un conflicto bélico frente dos países, no es menos cierto que la capacidad institucional de Chile, y la estructura coherente y sólida de su Ejército, permitió movilizar a una gran cantidad de tropas y dar forma, de manera efectiva y rápida, a un nuevo aparato militar; puesto en pie de guerra y decidido a conseguir la victoria.
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[Recibido el 21 de Enero de 2014 y Aceptado el 18 de abril de 2014]
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HISTORIA 396 ISSN 0719-0719 Nº 1 - 2014 [169-176]
DESCRIPCIÓN Y NORMAS DE PRESENTACIÓN DE HISTORIA 396 La revista Historia 396, del Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, es una publicación en papel (con soporte digital de acceso abierto) editada semestralmente, dedicada a los estudios históricos y de carácter interdisciplinario para el análisis y la comprensión del pasado, los problemas metodológicos y conceptuales. Los artículos recibidos serán sometidos a un proceso de arbitraje a cargo de los evaluadores pares, quienes podrán sugerir modificaciones al autor. Durante la evaluación, tanto los nombres de los autores como los de los evaluadores serán anónimos. La decisión final de publicar o rechazar los artículos es tomada por el Editor y los co-editores, basándose en los informes presentados por los evaluadores. Esta revista no posee limitación espacial ni temporal de los problemas a tratar. Historia 396 contempla la publicación de investigaciones relacionadas con los diversos campos de la Historia, con particular interés en la Historia de Chile, América y de Europa. Los artículos deberán ser originales y al momento de ser enviados a Historia 396 no deben estar sometidos a evaluación o arbitraje en otra revista o publicación académica. Los autores ceden sus derechos de publicación a la revista.
1. ARTÍCULOS 1.1. Sistema de arbitraje Los artículos recibidos se someterán a la consideración del Comité Editorial. Si estos cumplen con los lineamientos y requisitos de la revista serán enviados a dos evaluadores externos (sistema de pares ciegos). En los casos de evaluaciones contradictorias, se recurrirá a un tercer evalua-
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dor. Los autores de artículos aceptados o rechazados serán oportunamente informados y recibirán las evaluaciones correspondientes. De los artículos aceptados podrán requerirse modificaciones, que deben realizarse en el plazo de un mes, para ser incorporados definitivamente. El orden de aparición de los artículos será materia que le compete solamente al Comité Editorial. Todos los trabajos publicados por la revista serán de su propiedad y podrán ser reproducidos solo con la autorización del Comité Editorial. 1.2. Aspectos formales Número de páginas: 30 como máximo. Hoja: tamaño carta. Márgenes: 3 cm. por cada lado. Interlineado: 1,5. Letra: Arial, tamaño 11. Notas y citas a pie de página: Interlineado simple, Arial 9. Imágenes, cuadros, gráficos: El permiso para reproducir imágenes es responsabilidad del autor del artículo. 1.3. Estructura Título de artículo centrado con negrita. Título en castellano e inglés. Identificación del autor. Incluir pertenencia institucional y correo electrónico. Resumen en español e inglés (máximo 250 palabras cada uno). Palabras clave: 4 a 5. Desarrollo. Bibliografía al final del artículo (solamente la referenciada en el artículo y siguiendo la norma de citación de la revista). 1.4. Citas de libros Apellido, Nombre, Título del libro. Ciudad, Editorial, Año, p. o pp. Ej. Collier, Simon, Chile: la construcción de una república 1830-1865. Política e ideas. Santiago, Ediciones Universidad Católica de Chile, 2005, p.56 o pp. 56 – 59. Cita del mismo texto inmediatamente posterior: Ibíd., p. 78. Cita del texto en nota no inmediata: Collier, Chile: la construcción de una república, p. 60. El formato op. cit. no debe usarse bajo ninguna circunstancia. 1.5. Citas de artículos Apellido, Nombre, “Título del artículo”. Nombre de la revista. Volumen. Número. Año. p. o pp.
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Ej.: Coakley, John, “Mobilizing the past: nationalist images of history”. Nationalism and Ethnic Politics. Vol.10. Nº 4. 2004. pp. 531 – 560. Cita del texto en nota no inmediata: Coakley, “Mobilizing the past”. 1.6. Citas de artículos contenidos en un libro Apellido, Nombre, “Título del artículo”. Nombre del compilador(es) o editor(es). Nombre del libro. Ciudad. Imprenta. Año. p. o pp. Ej.: Burucúa, José y Campagne, Fabián, “Mitos y simbologías nacionales en los países del Cono Sur”. Annino, Antonio y Guerra, François Xavier (eds.). Inventando la Nación. Iberoamérica siglo XIX. México. Fondo de Cultura Económica. 2003. pp. 433-474. 1.7. Citas de publicaciones periódicas y obras generales Nombre del periódico o revista. Ciudad. Día del mes y año. “Título del artículo”. (Señalar la página, si la hubiere). En caso de que el artículo tenga autor se citará de la siguiente manera: Apellido, Nombre, “Título del artículo”. Nombre del periódico o revista. Volumen o Número. Ciudad. Fecha. p. o pp. Ej.: Salinas, Rolando, “Salud, ideología y desarrollo social en Chile, 1830-1950”. Cuadernos de Historia N° 3. 1983. pp. 35 - 45. 1.8. Material inédito o de Archivo Título del documento. Ciudad. Fecha. Archivo. Nombre del Fondo. Volumen. Pieza. Foja. Ej.: Pedro Godoy a Joaquín Prieto. Lima. 27 de octubre de 1838. Archivo Nacional de Santiago. Fondos Varios. Vol. 47. Pieza 76. f. 36. 1.9. Imágenes, cuadros, gráficos Deben estar relacionados con la materia tratada por el artículo e ir insertos al final de artículo (antes de la bibliografía) numerados. Deben tener buena resolución. 1.10. Materiales de Internet (documentos, noticias, etc.) Se debe señalar claramente el nombre del artículo, medio de información y fecha. (Luego señalar link http).
2. RESEÑAS Autores, título de libro reseñado, editorial, ciudad, año y número de páginas. Identificación del autor de la reseña. Incluir pertenencia institucional y correo electrónico. Número de páginas: 5 a 6 como máximo. Hoja: tamaño carta. Márgenes: 3 cm. por cada lado. Letra: Arial, tamaño 11.
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DESCRIPTION AND UNIFORM REQUIREMENTS FOR MANUSCRIPTS SUBMITTED TO HISTORIA 396 Historia 396 is a twice yearly journal (also available on an electronic version) edited by the Institute of History, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, that publishes papers related to historical and interdisciplinary studies for the analysis and understanding of the past and its methodological and conceptual problems. The articles will be submitted to a process of arbitration with peer evaluators being in charge who can make suggestions to the author. During the evaluation, the names of the authors as well as those of the evaluators will be anonymous. The final decision of publishing or rejecting the articles is made by the Editor, based on the reports presented by the evaluators. This journal does not limit the temporal or spatial setting of any of the issues to be dealt with in it. Historia 396 publishes research on different historical studies, but it is particularly interested in the history of Chile, America, and Europe. Articles must be original and unpublished and they shall not be under evaluation or inspection from any other academic journal when submitted to Historia 396. Authors must transfer their publication rights to the journal.
1. ARTICLES 1.1. Referee system All submitted papers will be under the Editorial Board review. If the articles meet the requirements and guidelines of the journal, they will be sent to two external reviewers (blind peer review process). In case there is contradicting review, there will be a third reviewer.
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Authors will be informed at the proper time about the acceptance or rejection for publication of their articles and will receive their corresponding evaluations. In case accepted articles need to be modified, such modifications and changes must be done within one month. It is incumbent only on the Editoral Board to arrange the publication of the articles. All published work will be property of the journal and may be reproduced only under authorization of the Editorial Board. 1.2. Formal aspects Maximum number of pages: 30 pages. Page size: letter. Margins: 3 cm each side. Line spacing: 1,5. Font: Arial, size 11. Footnotes: Single space, Arial 9. Images, graphics, and charts: Permission to reproduce images is the author’s responsibility. 1.3. Structure Title of the article: centered, bold font. Information about the author: Please include the name of the institution and author’s e-mail address. Abstract both in English and Spanish (maximum number of words: 250). Key words: 4 to 5. Body. Reference section at the end of the article (only those references cited in the article, following the citation guidelines of the journal). 1.4. Reference list: books Author, Name, Title of work. Location, Publisher, Year of publication, p. or pp. Ex: Collier, Simon, Chile: la construcción de una república 1830-1865. Política e ideas. Santiago, Ediciones Universidad Católica de Chile, 2005, p.56 o pp. 56 – 59. Citing a text immediately after the full citation of a source: Ibíd., p. 78. Citing a text after the full citation of a source: Collier, Chile: la construcción de una república, p. 60. The term “op. cit.” may not be used under any circumstance. 1.5. Reference list: articles. Author, Name, “Title of article”.Title of periodical. Volume. Number. Year. p. or pp. Ex.: Coakley, John, “Mobilizing the past: nationalist images of history”. Nationalism and Ethnic Politics. Vol.10. Nº 4. 2004. pp. 531 – 560.
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Citing a text after the full citation of a source: Coakley, “Mobilizing the past”. 1.6. Reference list: article in an edited book. Author, Name, “Title of article”. Name of editor (eds.). Title of book. Location. Publisher. Year. p. or pp. Ex.: Burucúa, José Emilio y Campagne, Fabián, “Mitos y simbologías nacionales en los países del Cono Sur”. Annino, Antonio y Guerra, François Xavier (eds.). Inventando la Nación. Iberoamérica siglo XIX. México. Fondo de Cultura Económica. 2003. pp. 433 - 474. 1.7. Reference list: articles in periodicals and general works Title of periodical or newspaper. Location. Date of publication. “title of the article” (page number, if any). In case the article has an author, the reference will be done as follows: Author, Name. “Title of the article”. Title of periodical or newspaper. Volume or issue. Location. Date. Ex.: Salinas, Rolando. “Salud, ideología y desarrollo social en Chile, 1830-1950”. Cuadernos de Historia. Número tres. 1983. pp. 35-45. 1.8. Unpublished or archived material. Title of document. Date. Archive. Title of Collection. Volume. Section. Sheet. Ex.: Pedro Godoy a Joaquín Prieto. Lima. 27 de octubre de 1838. Archivo Nacional de Santiago. Fondos Varios. Vol. 47. pieza 76. f. 36. 1.9. Images, graphics, and charts: All visual material shall be related to the matter dealt with in the paper, numbered, and inserted at the end of the article (before the reference section). Good image resolution is required. 1.10. Electronic sources (online document, news, etc) Name of the article, media and date must be clearly stated. (the http link must be included).
2. REVIEWS Author(s), title of book, publisher, location, year and number of pages. Information about the author: Please, include the name of the institution and author’s email address. Number of pages: 5 to 6. Page size: letter. Margins: 3 cm each side. Font: Arial, size 11.
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