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4.6. España

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BIBLIOGRAFÍA

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por su hijo hasta 1799, consiste en un volumen de grabados con modelos para paredes, muebles, rejas de hierro, candelabros o chimeneas (Amalienburg, en el Palacio de Nymphenburg). En la arquitectura religiosa bávara se construyen muchos monasterios e iglesias de peregrinación, donde el ilusionismo óptico llega a disolver las estructuras a través de una decoración arquitectónica basada en la rocalla y en grandes aberturas que dejan pasar la luz en un espacio que parece carecer de límites, como demuestra, por ejemplo, Dominikus Zimmermann (1685-1766), con una formación artesanal (Wieskirche).

4.6. España

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La gran contribución del arte español en el siglo XVIII se produce en el campo de la pintura en la segunda mitad de la centuria. España sale poco a poco de la crisis vivida en el siglo anterior gracias a la nueva dinastía de los Borbones, que comienza con Felipe V (1683-1746), rey desde 1700. Rodeado de ministros extranjeros, es responsable de la pérdida de muchos territorios que menguan el imperio español a raíz de la Paz de Utrecht (1713). Después, Fernando VI (1713-1759) y Carlos III (1716-1788) pertenecen ya al absolutismo ilustrado y propugnan importantes reformas que proporcionan una etapa pacífica de recuperación en todos los sentidos. En cambio, Carlos IV (1748 – 1819), que reina de 1788 a 1808, coincide con la Revolución Francesa y con el período napoleónico. Se produce entonces la Guerra de Independencia (1808-1814), en la que se enfrentan los afrancesados, por un lado, y los liberales y absolutistas, por otro. José I Bonaparte (1768-1844) se convierte en el nuevo rey de España desde que comienza la contienda hasta 1813. Finalmente, Fernando VII (1884-1833) restablece el Antiguo Régimen con una primera fase absolutista (1814-1820), un trienio liberal (1820-1823) y otra última absolutista (1823-1833).

Desde el punto de vista artístico, la fuerte influencia francesa e italiana propiciada por la dinastía borbónica impide la aparición de maestros españoles de primera fila en la primera mitad del siglo XVIII. Sin embargo, es entonces cuando se produce la eclosión del Barroco en la arquitectura, por lo que se trata de un Barroco tardío, mientras que el Rococó apenas encuentra aceptación. Como sucediera en el siglo XVII europeo, también aquí, aunque a destiempo, se produce la doble tendencia respecto a lo clásico. En la corte borbónica se fomenta un clasicismo inspirado en Versalles (Palacios Reales de Madrid, Aranjuez y La Granja de San Ildefonso), mientras que fuera de este ámbito se desarrolla una arquitectura barroca propiamente hispánica, que no se interesa por el espacio sino por la decoración, que ahora se exagera hasta absorber estructuras y transformar las paredes en un adorno continuo de superficie (Sacristía de la Cartuja, Granada).

En contra de este Barroco no oficial se alza el Neoclasicismo español, que ve en él un espíritu corrompido que no sólo afecta a lo artístico sino también a lo social, a lo político, a lo religioso y a lo cultural. Reformistas de la segunda mitad del siglo XVIII, como Pablo de Olavide (1725-1803), el Conde de Floridablanca (1728-1808), Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811) o Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764) censuran lo barroco y proponen como

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alternativa un arte controlado desde el poder. Así, en 1752 se crea la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, una institución que, siguiendo el ejemplo de otras surgidas en Europa antes, supone un duro golpe para el sistema gremial. Con unos inicios dirigidos por franceses e italianos principalmente, se instituye como un órgano protegido por el rey y la nobleza. Sus profesores reglamentan la práctica arquitectónica, escultórica y pictórica para romper radicalmente con el pasado barroco inmediato, tan arraigado en España. De ahí que se hagan grandes esfuerzos en este sentido, organizando buenas bibliotecas, impartiendo clases de dibujo y estableciendo las pensiones en Roma, como viaje final para los mejores estudiantes.

Los arquitectos neoclásicos en España tienen en común su formación en los Sitios Reales y su participación en la Academia, ya sea como directores o como profesores. Destaca Ventura Rodríguez Tizón (1717-1785), que enlaza el Barroco (Capilla del Pilar, Zaragoza) con el Neoclasicismo (Fachada de la Catedral, Pamplona), pero sobre todo otros que cuentan con el favor de Carlos III para emprender la reforma urbanística de Madrid (Paseo del Prado y Puerta de Alcalá), entre los que sobresale Juan de Villanueva (1739-1811), que recupera la línea sobria herreriana del siglo XVI (Museo del Prado, Jardín Botánico y Observatorio astronómico). También la escultura en la primera mitad del siglo XVIII presenta la misma dualidad que la arquitectura, pues mientras lo clásico se impone tanto en el estilo como en los temas dentro del ámbito cortesano, sobre todo con fuentes y jardines, en el resto triunfan el género religioso y la madera policromada, ya sea en figuras exentas, en sillerías o en retablos, que incorporan ahora la columna salomónica (Iglesia de San Esteban, Salamanca).

La pintura española del siglo XVIII también está dominada por extranjeros, sobre todo por franceses e italianos, como Giambattista Tiepolo, que llega a Madrid en 1762 llamado por Carlos III. En este sentido, es fundamental la pauta marcada por la Real Fábrica de Tapices, que, establecida en 1720, produce las obras que decoran los palacios borbónicos recién construidos. Allí los pintores se forman a tenor de unas directrices que, desde lo barroco y lo rococó, evolucionan a lo neoclásico.

Uno de estos pintores es Francisco de Goya (1746-1828), que ensalza la pintura española con aportaciones decisiva para el futuro. Al principio su vida transcurre en Zaragoza, desde donde viaja por su cuenta a Italia después de haberse presentado sin éxito en dos ocasiones a la Real Academia de San Fernando, con la vana esperanza de ser premiado con una beca. A su regreso realiza sus primeras obras (Frescos en la basílica del Pilar, Zaragoza) y luego se traslada a Madrid, donde desde 1774 a 1792 se introduce y se afianza plenamente en el mundo cortesano Todo comienza cuando es designado como pintor en la Real Fábrica de Tapices, entonces bajo las órdenes del pintor alemán Mengs. El trabajo de Goya consiste ahora en ejecutar cartones, es decir, cuadros al óleo con el mismo tema y las mismas medidas que después tendrán los tapices definitivos, cuestiones que dependen del lugar concreto al que se destinan (El quitasol). El rey elige los temas, generalmente costumbristas, y, una vez realizados los cartones, éstos son aprobados por él antes de entregarse a la Fábrica. Goya tiene que someterse entonces a unas normativas que, de momento, le impiden crear libremente, pues además de los asuntos se le impone un estilo muy sencillo que facilite la posterior transformación del cuadro en tapiz.

A partir de aquí, Goya asciende en su carrera con nuevos logros, pues ingresa en la Real Academia en 1780 (Cristo crucificado) y empieza a trabajar al servicio de Carlos III en 1786 y de Carlos IV tres años después. Desde entonces, su principal dedicación es retratar a la familia real y a la nobleza, por lo que es especialmente reclamado (La familia de los Duques de Osuna). Al mismo tiempo, va asimilando el espíritu ilustrado hasta el punto de identificarse con la Revolución Francesa, lo que produce en él un cambio ideológico que es patente, por ejemplo, en sus cartones. En los primeros, realizados entre 1775-1783, ofrece una visión aristocrática del pueblo en donde figuran majos y majas, que son gente ordinaria que, con sus modales chabacanos y su desprecio a los ricos y extranjeros, atraen ahora la atención de la nobleza. Sin embargo, desde 1786 a 1791 Goya asume una postura ilustrada, por lo que se muestra sensible por cuestiones de tipo social (El albañil herido). Además, censura al vulgo ignorante y supersticioso por medio de la deformación y de la ironía, algo que al principio hace de manera tímida pero luego mucho más abiertamente, cuando se convierte en algo constante dentro de su obra (La boda).

Desde 1792 a 1808 Goya vive una crisis provocada por factores personales, como su enfermedad, que le provoca la sordera, y políticos, pues sus ideas liberales, reforzadas por el contacto con algunos intelectuales, le llevan a recelar de una monarquía absoluta corrupta que causa el gran atraso de España (Gaspar Melchor de Jovellanos). Esto le ocasiona un gran malestar que necesita exteriorizar, algo que no puede hacer en los trabajos que le encargan. Por ello, por primera vez se atreve a expresar abiertamente lo que piensa y lo que siente en obras que se deben sólo a su iniciativa personal, en las que no se ve obligado a respetar normas de ningún tipo. Lo empieza a hacer en 1793 en una serie de cuadros de gabinete de pequeño formato y lo culmina después a través del grabado, técnica que le proporciona mayor libertad para criticar los males sociales de su tiempo como fruto del camino equivocado que el hombre toma cuando está fuera de los límites de la razón. Con su fantasía desbordante y su ingenio, solapa las sátiras y alusiones a los poderes establecidos y a los vicios más generalizados. Con ello refleja amargamente su visión pesimista del mundo, llena de monstruos y fantasmas, que, con sus formas distorsionadas, sintetizan la estupidez humana sin ninguna referencia religiosa (Caprichos). Pero, al mismo tiempo que Goya se permite estas licencias sigue atendiendo múltiples encargos: retratos para la nobleza (La Duquesa de Alba,) y para el rey (La familia de Carlos IV), o también obras religiosas (Milagro de San Antonio de Padua) y, lo que es raro en la pintura española por el peso de la Inquisición, desnudos (La maja desnuda).

La Guerra de Independencia española determina una nueva etapa en la carrera de Goya, ahora ya anciano y muy desengañado por la actitud de los franceses a los que antes había admirado por su defensa de la libertad. Al tiempo que es pintor del rey francés José I, vierte su experiencia negativa nuevamente con el grabado para volver a insistir en la importancia de la razón, esta vez sustituida por la locura colectiva y la violencia indiscriminada (Desastres de la guerra). Cuando termina la contienda y se pone al servicio de Fernando VII, sigue dejando constancia del horror vivido, pero esta vez para glorificar la valentía del pueblo español, que, como víctima, recibe una condición heroica antes reservada sólo a los triunfadores, como hace su coetáneo David, del que es su opuesto (Los fusilamientos de la

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Moncloa). En sus últimas obras culmina su tendencia a expresar libremente su mundo interior, con una imaginación desenfrenada que lleva a lo absurdo y a lo enigmático, con personajes que parecen salidos de un sueño (Disparates) y con seres deformes que, desde la brujería hasta lo mitológico, sacan afuera las fuerzas del mal que deshumanizan al hombre porque le arrebatan la voluntad y la razón (Pinturas negras). Como su intención es sólo pintar lo que siente, su estilo se depura al máximo, de manera que con rápidas manchas de color, o con pocas y simples líneas si se trata del grabado, transmite lo que lleva dentro, tanto en obras con un profundo sentido crítico como en otras menos comprometidas por su afán más lúdico (Tauromaquia).

Como otros españoles de su tiempo, Goya al final se exilia voluntariamente en Burdeos, donde encuentra un ambiente pacífico lejos del absolutismo férreo de Fernando VII, dentro del cual el pintor se encuentra incómodo después de haber manifestado su postura liberal. Pero con todo lo realizado antes de marcharse a Francia, Goya se consolida como un artista que supera el marco español, pues constituye, dentro de un ambiente plenamente neoclásico, la raíz del Romanticismo, aunque éste, como movimiento artístico no nace aproximadamente hasta diez años después de su muerte. Por eso se adelanta a su tiempo, donde sobresale como una auténtica excepción en una Europa sometida a la tradición clásica, pues él se libera de cualquier restricción para ir en contra de lo que le ha tocado vivir y, por ello, para expresar sin trabas sus ideas y sus emociones. Con una libertad sin precedentes, renuncia a los convencionalismos que su contemporáneo David respeta tajantemente, pues Goya desdeña tanto los temas antiguos establecidos como el estilo basado en el dibujo, que él sustituye por un colorido rápido y brillante, todo con la intención de criticar el orden vigente, con un absolutismo y una Iglesia que sólo conducen, según él, a la superstición y a la ignorancia.

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