Al paso del maestro

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Elogio de mi amistad con el Doctor Bernardo Gaitán Mahecha Carlos Julio Cuartas Chacón 31 de marzo de 2019
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Al paso del maestro

Elogio de mi amistad con el Doctor Bernardo Gaitán Mahecha

En una fotografía tomada en buena hora por Jorge Gaitán Pardo, aparece su padre, el emblemático Profesor de Derecho, caminando por la Javeriana, conversando amablemente conmigo. En nuestros rostros se nota la complacencia de los dos, de maestro y discípulo, que avanzan al paso del primero, por supuesto. Así fue siempre. No podía ser otro, entonces, el título de estas notas que escribo comenzando abril (2018), bajo el peso de la aflicción, cuando todavía nos hallamos bajo la profunda conmoción causada por la muerte, en cierta forma repentina, del Doctor Gaitán Mahecha. En mi teléfono celular se encuentra registrada la llamada suya del pasado 9 de marzo, que no pude contestar por hallarme en una reunión, a la que respondí poco después, dejando un mensaje de voz en su teléfono. Fue el último contacto personal que tuvimos, antes de las noticias de su delicado estado de salud que me llegaron en la noche del domingo 18 de marzo, cuando, por solicitud suya, Jorge me avisó, y cuando se creía que la situación estaba superándose.

La expresión “al paso” es en verdad apropiada. Me hace pensar también en una palabra que, precedida de artículo definido, muchísimas veces le escuché decir al Doctor Gaitán, con cierto sabor a resignación, “la transitoriedad” , que siempre hallaba camino para salir a flote en nuestras conversaciones. Sí, ¡la transitoriedad!, entre signos de admiración, que recogía esa verdad de a puño del pasar inexorable de las cosas, de la vida…y que hoy, al contemplar mi relación con el Doctor Gaitán, que sin darme cuenta se convirtió en una entrañable amistad, cobra especial significado. Todas esas horas gratas compartidas pasaron, sí, y no habrá más. Ahora parecen un instante fugaz, como lo fue el paso, -sí, el paso-, del Papa Francisco por la Javeriana. Pienso que el Doctor Gaitán pasó por mi vida, cuando ya él había llegado a la cumbre de la suya, -tal vez es un valle lo que se encuentra arriba de los 80 años-, y recorría con una gran serenidad el último tramo de su estadía en este mundo, el de salida, antesala de la

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muerte; y yo, pues siguiéndole, -arriba de los 50, dejando la cima-, sentía ya la pendiente de un descenso que se acentuaba.

De obligada referencia son los versos de Jorge Manrique, el poeta español del siglo XV, en su obra “Coplas a la muerte de su padre”, que una que otra vez evocó el Doctor y me recitó de memoria: “Recuerde el alma dormida, // avive el seso y despierte, // contemplando// cómo se pasa la vida, // cómo se viene la muerte…”. ¡Muy cierto! Cabe aquí también el recuerdo de la frase de Laureano Gómez en un texto enviado “Desde el Exilio” (Nueva York, julio de 1953), “los hombres somos briznas en las manos de Dios”, que alguna vez comentamos con el Doctor Gaitán y que lo llevó a pedirme la Biblia (en oficina tenía una vieja edición, la Nácar&Colunga, 1949) para enseñarme algunos versículos que encontraba sin dificultad. Me parece verlo inclinado sobre el libro, en una postura inconfundible, -tengo una foto del 11 e julio de 2017 que habla por sí sola-, leyendo con entonado acento, algo de Job o del libro de los Proverbios, de la Sabiduría o del Eclesiastés, o de Pablo en su primera carta a los Corintios. De este texto, según unos apuntes que conservo, en alguna ocasión miramos un pasaje dónde el autor pregunta, “¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el letrado?... ¿No ha hecho Dios necedad la sabiduría de este mundo?” (1, 20), en aparte titulado “La sabiduría del mundo y la de Dios” (La humana sabiduría confundida, en otras ediciones). Al Doctor le obsequié una copia de ese libro de Laureano Gómez, Desde el exilio (c.1954), que se encuentra en la Biblioteca General de la Javeriana; lo mismo que una edición de la Biblia de Thomas Jefferson que había conseguido en Estados Unidos.

Ese paso, acompasado y respetuoso, terminó; y con él también terminaron “nuestras reflexiones”, como él me dijo en el primer correo electrónico que conserva mi computador y que es del 4 de abril de 2013,hace cinco años-, con el cual me remitió su escrito titulado “Testimonio de la manera de ser y de pensar del Papa Francisco”, publicado en Revista

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Javeriana No. 793 (abril de 2013), páginas donde ha quedado una importante colección de sus columnas. Pues sí, nuestras reflexiones tenían lugar durante ratos muy agradables, acompañados de un tinto, dedicados al arte de la conversación, en el cual también él fue maestro. El Doctor Gaitán de pronto aparecía en mi oficina, la del Decano del Medio Universitario en el sexto del Giraldo, -fue el primer escenario para estos encuentros-; o en la del séptimo del Central, que había bautizado yo como “la celda de Alcatraz”, por razones que no es del caso explicar aquí y que con él analizamos; o en la que hace un año (mayo de 2017) me asignaron en el corredor de la Rectoría, “la celda de las rosas”, en donde estuvo la última vez acompañado por Jorge, y tuvo oportunidad de saludarlo el Padre Peláez. Bastaba una llamada suya anunciando su inminente visita, para que yo dejara a un lado las ocupaciones que tenía, pues siempre fui consciente del inmenso privilegio que tenía de poder sentarme a su lado a conversar, o mejor, a escucharlo y aprender, disfrutar inmensamente de su compañía, recordar, analizar, criticar y también, reírnos de una que otra cosa, porque era un hombre alegre, de finos apuntes, que hacía gala de buen humor y picardía. Puedo decir con orgullo que a él le encantaba este ejercicio intelectual, este placer, y a mí, pues ni se diga. A veces nos acompañaba otra persona, como ese gran señor, Gustavo Zafra Roldán, gran amigo del Doctor, y el Padre Alfonso Llano, S.J., otra mente brillante. De esos y otros tantos momentos, como los compartidos con Juan Sebastián Reyes y Cony Sotelo, quedó constancia fotográfica.

En algunas ocasiones

nos íbamos a almorzar o a tomar onces, en compañía de Olguita, esa señora maravillosa que fue su amor por 75 años, que se admiraba

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de vernos sumidos en una deliciosa conversación, y participaba con uno que otro comentario, a veces una pulla. Se notaba el afecto que los unía, y yo, contento, compartía esos ratos a su lado. San Giorgio, sobre la calle 81, arriba de la novena, siempre con buen vino y ese delicioso Dolce di Nuvole, que él me reservaba no más llegar, para evitar sorpresas a la hora del postre; La Cesta, justo al frente de San Giorgio; y la Tasca de Sevilla, un rincón español, no lejos del Andino, arriba de la 15; fueron nuestros lugares por fuera de la Universidad, podríamos decir fuori le muri, para usar una expresión en italiano. A veces me pedía que llegara un poco antes a su casa, para tomarnos un whisky antes de salir a almorzar; y después del almuerzo, me invitaba a tomar café, sentados los tres en la sala de su acogedor apartamento y me enseñaba libros, papeles y otros tesoros. En esas entretenidas horas, que ahora me parecen tan escasas, se forjó la amistad que nos unió.

En aquel correo de 2013, al que hice referencia, que llegó con un archivo adjunto, me decía: “Doctor Carlos: Para nuestras reflexiones. Afectísimo. BGM”. Siempre me llamó ‘Doctor Carlos’ o ‘Doctor Cuartas’ , algunas veces, Señor Decano; pero cuando hacía memoria de una conversación en la que había hecho referencia a mí, sí hablaba de ‘el Mono Cuartas’ . A él siempre me dirigí con un ‘Doctor Gaitán’. Así consta en una pequeña tarjeta que acompañó la Marialuisa que, en la tarde del 21 de marzo, -quién iba a pensar que 24 horas después nos veríamos en ese momento solemne, extraordinario y dramático del adiós-, le dejé en la portería de su edificio. De puño y letra le escribí: “Querido Doctor Gaitán: Me alegra la recuperación. Que se mejore muy pronto. Un abrazo. Carlos Cuartas”. Iluso yo que, apoyado en el sentido mensaje de WhatsApp de Jorge, del martes 20 a las 12:45 p.m., pensé que íbamos por buen camino. A mi pregunta, “Noticias?”, formulada a las 9:10 a.m., Jorge me escribió: “Bien!

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Ya está en la casa más tranquilo; ayer recibió su mensaje. Mejorando mucho, lo que quiere decir que tendremos papá para más rato; eso me pone feliz”. Mi respuesta inmediata fue: “A todos. Me alegra mucho. Saludos”. Y claro, había que manifestarle mi gozo con una tortica de Doña Dicha.

Sin embargo, el portero me dijo ese miércoles, hacia las 5 de la tarde, que entregaría al Doctor Gaitán lo que yo le dejaba, cuando volviera. Entonces sospeché que había sido llevado de nuevo a la Clínica, cosa que confirmé con un mensaje tremendo de Jorge, a la mañana siguiente: “Mi papá no está nada bien!” (8:31 a.m.). Todo había cambiado en las últimasd horas.

Apenas el domingo 18 de marzo, me había enterado de su primera hospitalización, y por medio del celular de Jorge, le había escrito a las 9:37 a.m. del lunes festivo, estas palabras: “Anoche Jorge me dio su mensaje, querido Doctor Gaitán, acerca de las novedades de salud. Espero que pronto se superen y se recupere plenamente. Sigue pendiente la continuación de nuestras conversaciones. Un abrazo CJ”. ¡Todo fue muy rápido!

En total encontré en mi computador solamente cinco correos electrónicos enviados por él. ¡Cómo quisiera que fueran más! En el del 3 de julio de 2014, uno de los dos con alguna extensión, me escribe así: “Doctor Carlos: Excelente su escrito sobre el mundial y su significado sociocultural y hasta político. En cambio a mí me toca escribir sobre cosas menos gratas como las del artículo que le acompaño que es para la Revista Javeriana de este mes. Un cordial saludo. BGM”. El de él era “Aun más sobre la Justicia y su reforma”, con fecha 30 de junio de 2014; y el mío, el editorial de Hoy en la Javeriana No. 1.298, de ese mes, “Con la camiseta puesta”. Ciertamente, en las conversaciones no podía faltar espacio para comentar nuestros escritos.

Muchas cosas nos unieron: el amor a la Javeriana y a la Compañía de Jesús, -admiraba mucho a los jesuitas, su compromiso social-, sin la menor duda; y a Derecho, por supuesto; también el afecto hacia Juan Pablo II -fue el Pontífice durante sus años de Embajador ante el Vaticano-, y el Padre Alfonso

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Borrero, ese gran Rector que lo hizo Decano en nuestra Universidad y con quien trabajó tanto por la Educación Superior. Compartimos el pesar ante la muerte de estos dos grandes contemporáneos (2005 y 2007), el primero, nacido en 1920 y el otro en 1923, apenas un poco mayores que el Doctor Gaitán. Fueron dos ocasiones que nos permitieron acercarnos un poco más.

En la edición especial de Hoy en la Javeriana dedicada al Papa Wojtyla (No. 1.200, abril de 2005), incluimos la foto del Doctor junto al Santo Padre, durante el vuelo hacia Colombia, en 1986. Después, con motivo de la beatificación de Juan Pablo II, el 20 de junio de 2011, publicaría en Derecho una tarjeta, en la cual apareció una foto de la presentación de credenciales del Doctor Gaitán ante el Santo Padre, en 1985. Tres años después celebraríamos los dos, con alborozo, su canonización (27 de abril de 2014).

En alguna ocasión le sugerí que publicara un libro con notas biográficas sobre esos personajes que él admiraba, tal como lo hizo Winston S. Churchill. Incluso revisamos una lista que le había preparado, que ahora he podido consultar en una página de mi agenda de 2014. Aparte de Juan Pablo II y el Padre Borrero, estarían Alberto Lleras, Darío Echandía, Alfonso López Michelsen y Ernesto Samper; Jorge Gutiérrez Anzola, el Padre Giraldodiscurso leído con motivo del centenario de su natalicio, que publicamos de nuevo en la Facultad en febrero de 2011-; y Luis Carlos Galán -texto publicado en Orientaciones Universitarias-; John F. Kennedy y Simón Bolívar, -tenía un escrito acerca de las tumbas de Bolívar y me recomendó leer la obra de William Ospina sobre el Libertador (2010)-; también podrían figurar Víctor Prieto, su maestro de Caparrapí, -recuerdo que alguna vez afirmó, palabras más, palabras menos, que todo lo que necesitaba saber en la vida lo había aprendido de él-; y Luigi Petrelli, el abuelo de su esposa. Añadiría ahora, con su venia, a Belisario Betancur, el autor de Canoa, -uno de los libros que dejó el Doctor Gaitán en su mesita de noche-, el expresidente que a sus años, se acercó hasta la funeraria en la tarde del 23 de marzo, para expresar personalmente sus condolencias (fallecido meses después, el 7 de diciembre). Ahora debemos buscar los textos que dejó sobre estos hombres importantes.

¡De qué no hablamos con el Doctor Gaitán! ¡Dios no se salvó! En efecto, no faltaron los asuntos religiosos, su fe, la mía, y claro lo que pensábamos frente a la muerte. Inolvidable será para mí su referencia a la primera escena del V acto de Hamlet, la célebre obra Shakespeare, en la cual dos sepultureros conversan en el cementerio, mientras desentierran unas

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calaveras. El príncipe de Dinamarca, en diálogo con Horacio, hace entonces una interesante meditación acerca de los sujetos a quienes pudieron haber pertenecido, y sobre una de ellas en particular se pregunta “¿No podría ser la calavera de un abogado?”. Añade luego: “¿Dónde están ahora sus sutilezas, sus argucias, sus subterfugios y artimañas?”. Se trata de un pasaje de profundo contenido que el Doctor recitaba de memoria. ¡Ah memoria feliz la suya! Creo que el Doctor tenía clara conciencia sobre estas duras realidades y las analizaba con impresionante serenidad. Al respecto, recuerdo otros versos de Manrique, en la obra citada antes, que recitaba el Doctor con cierta emoción: “¿Qué se hizo el rey don Juan?// Los infantes de Aragón // ¿qué se hicieron? // ¿Qué fue de tanto galán, // qué de tanta invención // que trajeron? //… ¿Qué se hicieron las damas, // sus tocados e vestidos, // sus olores? // ¿Qué se hicieron las llamas // de los fuegos encendidos // de amadores? // ¿Qué se hizo aquel trovar, // las músicas acordadas // que tañían?...”. Sí, así es el pasar de las cosas y la desaparición forzosa… Podría entonces preguntar con el poeta, “¿Qué se hizo el Doctor? // ¿A dónde fue el Maestro, el Jurista? // ¿Qué fue de sus sonrisas y silencios, // su andar tranquilo...”.

Un tema obligado en nuestras charlas fue Roma, la ciudad donde vivió y nos representó a los colombianos como Embajador ante la Santa Sede. En cierta ocasión se refirió al libro que tenía sobre la Ciudad Eterna, This is Rome

- A pilgrimage in Words and Pictures (1960), basado en una visita del Obispo estadounidense Fulton J. Sheen; un texto suyo, La vida merece vivirse (1956), me era familiar porque estuvo en mi casa de Ibagué Pues un día, se apareció el Doctor Gaitán con el libro y me lo obsequió. Me dijo que quería que lo conservara. Es muy lindo, con fotografías en blanco y negro, que resultaron ser nada menos que de Yousuf Karsh, el célebre fotógrafo que capturó la mejor imagen de mi amigo Churchill, y lo llevé al taller de encuadernaciones para que restauraran la sobrecubierta. En sus

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guardas hay una fecha, N. Y. oct. 14/63. Más adelante, le obsequiaría yo a él la guía Roma insólita y secreta (2010), que también había comprado para mí, y que Jorge descubrió en su mesita de noche. Pocos días después de la muerte del Doctor, recordé que en la portería, hace ya un tiempo, le había dejado un libro de regalo, pero no tenía la menor idea del título. Tenía claro que cuando compré uno para mí, decidí llevar otro para él, y camino del Andino a mi casa, pasé por su edificio y lo entregué en portería. No me resultaba extraña esta experiencia de volver sobre los pasos con el fin de recuperar huellas precisas, cuando se enfrenta uno a la desaparición del ser querido. Pero no daba cuál había podido ser. Se me ocurrió echar una mirada en mi biblioteca, en una sección determinada, y entonces descubrí de nuevo la obra de Adelina Covo, Una historia tenebrosa, sobre la vida y el asesinato de Rafael Uribe Uribe, el cual trae algunas referencias a la participación de “curas en la política”. Me pareció que ese era el libro. Entre sus páginas había guardado un recorte de prensa sobre su publicación, con fecha 25 de octubre de 2014. Me vino la idea de mirar en mi diario las notas de esos días, y me encontré que el 27 de octubre de ese año, registré: “el libro para el Doctor Gaitán”. Así que lo más seguro es que ese haya sido el libro.

A propósito, el nombre del Doctor puedo encontrarlo muchas veces en las páginas de mi diario. Celebré especialmente su 90º cumpleaños (2014), “le hice el bombo merecido… hoy me llamó emocionado”, escribí en la respectiva entrada, el 18 de julio de ese año. En Facebook publiqué una postal como “Testimonio de admiración y afecto a un insigne javeriano… ciudadano y hombre de bien, estadista y servidor público ejemplar, insigne jurista y profesor benemérito”. En 2011 había escrito en Hoy en la Javeriana (No. 1.270, agosto) una nota por los 60 años de su grado; y al año siguiente, en esa publicación (No. 1.277, mayo) apareció la entrevista que le hizo María Paula Vargas.

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Ahora bien, el primero de los mensajes convertidos a texto en mi teléfono celular, -otra veta para reencontrarme con el Doctor Gaitán- es del 17 de julio de 2012 y corresponde precisamente al saludo que le dejé en el contestador con motivo de su cumpleaños. Ese mismo año, él me dejó uno el 18 de septiembre: “Doctor Carlos, para desearle un Feliz Cumpleaños”; lo mismo que el 31 de diciembre, de parte de la Familia Gaitán Pardo: “Muy feliz año y venturosa vida son nuestros mejores deseos”. Tal vez, el que más me emociona, es el mensaje del 19 de julio de 2013: “Un millón de gracias. Ud. ha cambiado para bien la función humanitaria de la Facultad, y de qué manera. BGM”. Que este elogio viniera de un hombre como él, no puede llenarme sino de satisfacción y orgullo.

Después de numerosos registros de llamadas, que hablan bien de la frecuencia con que nos comunicábamos y al final, nos encontrábamos, en medio de las ocupaciones laborales, aparece mi mensaje por su cumpleaños en 2015: “Feliz cumpleaños Dr. Gaitán. Este es un día glorioso para los colombianos!!!”. Así lo pensé entonces y lo pienso hoy: siempre recordaremos el natalicio de un ciudadano que hizo evidente su amor al país. Ya en 2017, encuentro ahora uno grabado a las 8:17 a.m. del 6 de febrero, que empieza así: “Doctor Gaitán. Aquí saludándolo con las piernas flojas de…”. Al revisar en mi diario, pues resulta que fue el día de un temblor que minutos antes me cogió en la oficina. En el día de su cumpleaños, el 17 de julio, aparece este texto de él: “Dr. Carlos. Gracias por tan bello y delicioso obsequio. Le envío un fuerte y afectuoso abrazo”. Hacía referencia a unos ponquecitos que tenían la misión de llevarle mi saludo en la celebración de fecha tan especial. No imaginábamos, ni él ni yo, que no habría más cumpleaños.

En el mensaje grabado el 9 de noviembre pasado, la señales empiezan a quedar claras; lamentablemente la transcripción es muy defectuosa y apenas se puede leer: “ …un poco indispuesto y no he podido ir por eso a la Universidad”. Sin embargo, nos sentamos uno al lado del otro en el almuerzo del viernes 1º de diciembre, por la festividad de San Francisco Javier, que sería el domingo siguiente. Sobre ese día lluvioso, frío y triste, anoté en mi Diario: “estuvimos juntos, los dos mayores”. Quedó una foto de nosotros, la última de los dos, tomada por Carolina, -yo le tomé una muy linda a ella junto a su abuelo-, y el recuerdo de su interés por estar a mi lado y compartir conmigo. Creo que antes había tenido lugar la visita que me hizo a la oficina, con Jorge, su hijo, cuando el Rector se acercó y lo saludó. En verdad, su estado de salud me empezó a preocupar desde mediados de 2017.

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Y llegamos así a este marzo luctuoso de 2018, con un mensaje suyo del día 7, para saludarme y contarme que no había podido “ir a la Universidad porque…”. De nuevo la transcripción fue deficiente, y me perdí de esas últimas palabras del Doctor en mi celular; lo mismo que de un encuentro pactado en La Cesta que no se pudo realizar y, por supuesto, del viaje a Cartagena que teníamos en mente para repasar su historia, recorrer sus calles, entre ellas, La Sierpe, que descubrí gracias a nuestras conversaciones, y ver la torre torcida de Santo Domingo, obra del mismísimo demonio, según lo que él sabía.

Pero volvamos a los libros, una pasión que compartimos y que fue otro lazo que nos unió. Él era un amante de los libros, como lo he sido yo; un maravilloso lector él, cosa que yo no fui y que el Doctor no acababa de comprender, aunque se sorprendía con los resultados de mis ‘ojeadas’. Un libro que sobresale en nuestra amistad, me lo obsequió él, -bajamos juntos a la Tienda Javeriana porque quería comprármelo-, fue La utilidad de lo inútil (2013), de Nuccio Ordine, que en verdad le fascinó al Doctor y también quedó en su mesita de noche. En el apéndice trae un breve ensayo de Abraham Flexner (1939), titulado “La utilidad de los conocimientos inútiles”, que concluye así: “Existe como un paraíso para los estudiosos que, como los poetas y los músicos, se han ganado el derecho a hacer las cosas a su gusto y logran los mayores resultados cuando se les permite actuar así”. Yo creo que el Doctor Gaitán fue uno de esos “estudiosos” que se ganó ese derecho y lo ejerció gozosamente a plenitud.

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Otro libro que conocí gracias a él y que por fortuna encontré en librerías fue El ocio y la vida intelectual (1962), de Josef Pieper, quien fuera catedrático de la Universidad de Münster, que, por supuesto, apenas si he mirado. Al tomarlo de nuevo entre mis manos, me he encontrado con esta frase en la solapa: “los cuatro ensayos que componen este volumen constituyen una magistral apología de la actividad espiritual y contemplativa”; y también he descubierto el maravilloso título del aparte final, “Felicidad y contemplación”, que me hace pensar en ese modo de ser del Doctor Gaitán Mahecha, un hombre que apreciaba ‘el ocio’, que sabía contemplar, lo disfrutaba, y que yo creo, fue feliz, porque como lo recuerda el autor, “la suma felicidad del hombre se encuentra en la contemplación”, frase de Santo Tomás de Aquino. Sin embargo, no podemos olvidar, -él y yo lo sabíamos-, que “la contemplación terrena es una contemplación imperfecta. En medio de la quietud hay desasosiego…”.

En esta crónica, que combina las notas de una marcha fúnebre y una triunfal, que son de pesares y complacencias, otro libro que se debe destacar es el de Mario Vargas Llosa, La civilización del espectáculo (Alfaguara, 2012), título de un escrito de ese autor que apareció en El País en 2011. Al Doctor le encantó y cómo no, si el cuestionamiento que el autor hizo entonces a Occidente era por haber acogido y exaltado “la banalización de la cultura y la generalización de la frivolidad”, además de permitir “en el campo de la información, la proliferación del periodismo irresponsable de la chismografía y el escándalo”.

Mi último mensaje para el Doctor Gaitán, vía correo electrónico, lo escribí el domingo 31 de diciembre de 2017, a las 9:51 a.m.: “Desde Atlanta, la tierra que honra a M L King y Jimmy Carter, un saludo especial para Ud. y su familia. Que el año nuevo le traiga salud y bienestar para poder tener el gusto de seguir caminando a su lado!! Un abrazo CJ”. Sí, el anhelo era “seguir caminando a su lado”, lo que haré de todos modos, gracias a los recuerdos que ahora me acompañan, que son muchos y valiosos, que protegeré como parte importante de mi patrimonio, ayuda de vida.

Convencido estoy de lo muy afortunado que fui con mi nombramiento como Decano del Medio Universitario en Ciencias Jurídicas, decisión del Padre Joaquín Sanchez, S.J, apoyada en especial por dos Vicerrectores, el Padre Antonio José Sarmiento, S.J. y Roberto Enrique Montoya; y por quien lo sería también después, el P. Luis Fernando Álvarez, S.J. El doctor Gaitán me

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acompañó en la posesión (30 de abril de 2010) y desde ese momento empezamos a conversar con frecuencia. Una primera charla, fue en el café Victoria, luego de la ceremonia. Nos sentamos, alrededor de una mesa con tintos servidos, el Decano Académico, Carlos Ignacio Jaramillo, el Profesor Hernando Yepes, a quien conocí ese día, en hora grata para mí, el Doctor Gaitán y yo. Bastaron pocos minutos para darme cuenta que había llegado a una especie de paraíso. Qué inteligencia y cultura, el arte de la conversación en todo su esplendor, el gozo de jugar con las palabras, que fueron otro punto de encuentro con el Doctor Gaitán, por los crucigramas dominicales. ¡Cómo olvidarlos! Comentábamos nuestras gestas al respecto, -como lo hice tantas veces con mi Mamá-; incluso yo los fotografiaba para imprimir una copia en la oficina y mirar con él esos términos que lo hacían patinar a uno en este entretenido ejercicio intelectual.

De esos días, serán inolvidables los del Congreso en Santa Marta, en 2013, junto a Edgar Munevar, el Presidente del Colegio de Abogados Javerianos, en particular por el homenaje que allí se le tributó al Maestro -tal vez fue su última salida-; recuerdo especialmente las sentidas palabras que me dirigió en la clausura, apoyado en una carta que el Padre Giraldo, años atrás, le había dirigido a él y que veía apropiada para mí. En una foto de esa noche, aparecemos los dos, con mi brazo sobre sus hombros, y el de él sobre mi espalda, expresión de cariño y confianza.

De feliz memoria también será aquella noche en el Club de los Lagartos, cuando rendimos homenaje a Juan Carlos Esguerra y Hernando Yepes, dos grandes (25 de octubre de 2011). La foto es extraordinaria: en una

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esquina, sentados, el Doctor Gaitán y Gustavo Zafra, buen amigo suyo; detrás, de pie, estoy yo, empeñado en ser guardián de la grandeza.

También recuerdo ahora la visita a la Iglesia de San Agustín, antes de la posesión del nuevo Ministro de Justicia, Juan Carlos Esguerra en la Casa de Nariño, el 11 de agosto de 2011. De ese día nos queda la foto de él con el Presidente Santos, yo en el fondo, testigo privilegiado.

Pues sí, solo fueron cuatro años en el Giraldo. ¡Qué tiempo maravilloso! En 2014 terminaron esos días en “el sexto”. Dejé mi despacho, el 2 de mayo, y al día siguiente viajé a Cartagena a cumplir una misión del Rector; y cuando regresé a Bogotá, el 12 de mayo llegué al Central, al séptimo piso, donde una amable acogida, no pudo hacer desparecer el sentimiento de destierro. Pero el Doctor Gaitán, no me abandonó; muy pronto me buscó, y me encontró, y en un nuevo escenario, retomamos nuestra conversación. En mi diario, el 4 de marzo, el día que borré de mi firma en el correo electrónico la leyenda correspondiente a mi cargo en la Facultad, había consignado una conmovedora confesión suya: “Usted será mi Decano”. Poco después, el 15 de mayo, Día del Maestro, yo haría pública la mía al incluirlo entre los nueve hombres a quienes

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he reconocido tal dignidad en grado superlativo: su nombre y su fotografía quedaron junto a las de Jefferson y Newman; los jesuitas Maldonado, Briceño y Borrero; y los ingenieros Silva Garavito y Bateman.

No recuerdo exactamente cuándo conocí al Doctor Gaitán. Tengo su nombre asociado al Seminario de ASCÚN, obra del Padre Borrero. Ahora sé que el periodo de su alcaldía coincidió con mi primera temporada en Europa, y tal vez por esa razón no lo tuve presente por entonces. Sin embargo, gracias a la gestión que me encomendó en el año 2000 el Padre Remolina, rector entonces de nuestra Universidad, hablé con el Doctor para coordinar la participación del expresidente Alfonso López Michelsen en la conmemoración del cincuentenario del I Congreso Javeriano. El acto fue en el Teatro Colón, el 25 de mayo, y ahí nos encontramos. Poco después, él hizo posible que en un bello libro sobre Alfonso López Pumarejo, firmara López Michelsen. Conservo la tarjeta personal del Doctor Gaitán luego de sus buenos oficios al respecto.

Es curioso que primero supe de la existencia de Jorge Gaitán Pardo, a quien siempre había admirado y veía con todo lo necesario para ser Decano Académico de esa Facultad. Años después, apareció el Doctor Gaitán, y poco a poco se hizo a un lugar en mi vida. Jorge despareció, como la luna en un eclipse, y solo en los últimos tiempos, cuando, además de la relación que nos ofreció Cardoner, empezó a acompañar a su papá en los recorridos por la Universidad, recobró el brillo que nunca había perdido. Dos momentos sobresalen, el primero, el 10 de junio de 2016. Entonces fuimos los tres al Archivo

Histórico Javeriano para hacer realidad un sueño mío: tener la firma del Doctor,como ahora la tengo y exhibo con orgullo-, estampada en mi diploma de Ingeniero Civil que recibí en la Javeriana en 1976, donde han firmado grandes

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hombres que he tenido la fortuna de tener cerca de mí. ¡Cómo iba a faltarme la del Doctor Gaitán! Ese día, ¡ese día!, fue el de la gran foto, una de varias tomadas por Jorge, mientras caminábamos hacia el edificio de parqueaderos. El otro momento memorable tuvo lugar el 9 de agosto de 2017, cuando Jorge y su Papá vinieron con su amigo el Padre Jaime Orá Orá, S.J., de Deusto, y almorzamos los tres en la rectoría.

La amistad de Jorge y su compañía hacen parte de la herencia que me dejó el Doctor Gaitán, el hombre que se preocupaba por mí, que le inquietaba mi vida solitaria, los días de mi cumpleaños, de navidad y año nuevo en Cartagena. Una vez que coincidí en esa ciudad con una de sus hijas, Olga María, nos pidió que nos encontráramos y nos conociéramos, para así tratar de rodearme con el afecto de los suyos. A su casa me llevó un día, sin que pudiera negarme por razones de tiimdez, para compartir con ellos la mesa a la hora del almuerzo. Y hay otra anécdota, muy linda. No hace mucho tiempo, amanecí muy mal de salud, algo temprano, y no pude encontrar a alguien en el teléfono para que viniera a ayudarme. Cuando le conté al Doctor Gaitán lo sucedido, no dudó en formularme su reclamo: “¿Y por qué no me llamó?”. Otro gesto que recuerdo gratamente fue el de una tarde en La Cesta, cuando antes de salir, compró queso artesanal, con pan y mermelada incluidos, -muy sabroso, por cierto , para él y para mí.

¡Provisiones!

Debo cerrar ya estas primeras notas de elogio a este amigo muy querido y lo haré con los últimos recuerdos de la vida compartida. Ante la inminencia de su muerte, ese jueves 22 de marzo de 2018, -Semana Santa a la vista-, cancelé mi viaje a Cartagena; salí de la Javeriana con mi maleta, no para el aeropuerto, como estaba previsto, sino para mi apartamento, donde la dejé, y seguí para la Clínica Reina Sofía. En verdad, un Mono cobarde y frágil quería evitar la despedida personal, porque eso era un encuentro en ese momento. Allá llegué hacia las 3:30 de la tarde y me recibió Carolina, su

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nieta. Saludé a la familia, todos muy cariñosos conmigo: sabían del afecto que nos unía. Me hablaron de entrar a verlo y yo no les acepté ese gesto extraordinario de amistad porque no me sentía capaz; me preocupaba su reacción, aunque en verdad, me preocupaba más la mía. Finalmente, Jorge, hacia la 6 de la tarde, sin que yo, por fortuna, pudiera hacer algo al respecto, me entró y en un momento me encontré, con las manos recién lavadas, frente al Doctor quien se hallaba recostado en su cama, con mascarilla de oxígeno. Estaba tranquilo, con sus ojos cerrados. Mientras le hablaba con mi mirada fija en él y lo aplaudía desde muy adentro, -pensaba que solo podía sentir él satisfacción y orgullo de la vida vivida, y así se lo expresaba mentalmente, tomándome la vocería de tantas personas alumnos y amigos, agradecidos y acongojados-, de repente se movió para acomodarse y giró su cabeza de tal forma que quedó exactamente frente a mis ojos; entonces abrió los suyos. Sí, él me buscó una vez más. Al reconocerme y encontrarme, al ver que el ‘doctor Carlos’ estaba ahí, a su lado, en su rostro surgió una sonrisa que yo conocía perfectamente, se le notó su complacencia y el esfuerzo por comunicarse conmigo. Y yo ahí, embargado de angustia y pesar, tratando de ser fuerte. Con sus cejas levantadas y los ojos más abiertos, el Doctor levantó su mano izquierda en un gesto que podría verse como la despedida del amigo; sentí que me expresaba sin palabras un “míreme cómo me tienen” o tal vez un “hasta aquí llegamos, buen amigo mío”. Fue como un hermoso y fugaz resplandor. Para corresponderle levanté mi mano izquierda, queriendo llevarla a la altura de mi frente, haciendo sin pensarlo el saludo al superior, -curiosamente con la izquierda-, el cual quedó incompleto, como quedó nuestra conversación; porque él no pudo más, sus ojos se rindieron, se cerraron, y regresó a su sueño. Inmediatamente di la vuelta y salí de ese espacio sagrado y sombrío, -estaba hondamente conmovido-, y ya no lo vi más.

Hacia las 10 de la noche, cuando trataba de dormir, después de un día de tristeza todo lleno, sentí el celular. Contesté para escuchar la noticia que no quería recibir. Era Jorge, para avisarme que pocos minutos antes había fallecido el Doctor. Al día siguiente, un Mono desconsolado, con sus armas “a la funerala”, consciente de su orfandad creciente, llegaría a la Gaviria de la calle 100, después de mediodía, con el corazón apretado y la bandera de la Javeriana en sus manos, para cubrir el ataúd que guardaría para siempre el cuerpo sin vida del Maestro. No habían pasado veinticuatro horas de ese último abrazo que nos unió en la distancia, en una postrera y brevísima conversación, teñida de silencio y elocuencia.

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Al Doctor siempre le causó curiosidad mi interés por registrar las cosas de su vida y acopiar papeles al respecto. Tengo, por ejemplo, la edición de Foro Javeriano del IV trimestre de 2005, con la entrevista al “maestro por excelencia”. En alguna ocasión me preguntó “¿Qué va a hacer con todas esas cosas?”, sin que hubiera una respuesta precisa, pues yo sabía que solo el tiempo sería el encargado de darla. Un día me facilitó algunos papeles y fotos para que yo hiciera el escáner y los guardara en mis archivos; entre ellos estaba la entrevista de la periodista Gloria Pachón de Galán al entonces Alcalde Mayor de la Ciudad.

Algunas de nuestras conversaciones fueron grabadas expresamente, en alta definición. ¡Qué acierto! Creo que fueron nueve sesiones que hicimos en la sala del consejo de la Facultad de Ciencias Jurídicas, con la colaboración de Ático, pues sabía que estaríamos creando un material documental de inmenso valor para estudiar la vida de un gran ser humano, y también para conocer episodios de la historia nacional, en versión de un esclarecido colombiano. En verdad, él y yo disfrutamos muchísimo esas horas, que felizmente es posible hoy repasar en un maravilloso registro audiovisual.

Otra entrevista particular fue la que realizamos el 26 de febrero de 2015, con apoyo de la profesora Fabiola Cabra, de la Facultad de Educación, y que dio origen al capítulo dedicado al Doctor en el libro “Pensamiento educativo de la Universidad: Vida y testimonio de Maestros”. La presentación de esta obra, que tuvo lugar el 16 de mayo de 2016, fue otro momento extraordinario, de gran alegría y satisfacción para él; y, por supuesto, para su familia y sus amigos. El texto recoge nuestra “conversación”, una de tantas;

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que en este caso estaba expresamente orientada a su publicación. La realizamos en su oficina del quinto piso, a donde se habían trasladado los profesores mientras se hacía la remodelación del sexto.

Pongo el punto final a estas páginas, hoy 31 de marzo de 2019, un año después de la separación, sin que la ausencia y el silencio dejen de hacer mella; un año de recordación intensa, teñida de lágrimas; un año en el que dedicamos muchas horas, con el Maestro Alejandro Hernández, con Jorge y Patricia, los hijos del Doctor, a recrear, en medio de sentimientos encontrados, su figura, -con ayuda de fotografías y esquemas en PowerPoint, primero en arcilla y luego en bronce. Así pudo él regresar a mi oficina, a finales del año 2018, con su serenidad, con su mirada escrutadora y sus silencios… Y apenas han pasado unos días después de ese imponente homenaje realizado el día del primer aniversario de la muerte del Doctor, en el cual “prosa y bronce” se unieron para exaltar su vida. La exposición y los libros entregados en ese concurrido acto dieron mayor lustre a la conmemoración, para la cual no ahorré esfuerzo alguno. Mañana espero ver el Hoy en la Javeriana (No. 1.345, marzo de 2019) con el registro de este acontecimiento. Y no podía haber mejor epílogo para este escrito que registrar un hecho fuera de serie, la colocación del busto en la plazoleta del Giraldo, el viernes pasado (29 de marzo), hacia mediodía. Sí, ahí está él, -¡es él!-, en un pedestal erigido en lugar de privilegio, en medio de los estudiantes, como descansando sobre sus hombros; frente a las banderas que él levantó y defendió apasionadamente: la de Colombia, su amada patria, por la que luchó incansablemente; la de la Universidad, su Alma Mater, en toda la extensión de estas dos palabras, tricolor que junto a una corona de laureles, acompaña sus despojos, bajo la tierra, en Jardines del Recuerdo; y la de la Santa Sede, lugar portentoso donde el Sucesor de San Pedro acogió con todos los honores al mejor de los representantes que podía tener nuestro país, el más grande de los hijos de Caparrapí.

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