La silenciosa y paciente espera de Newman

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La silenciosa y paciente espera de Newman

Carlos Julio Cuartas Chacón Cajicá, Newman School, 16 de octubre de 2019


La silenciosa y paciente espera de Newman Carlos Julio Cuartas Chacón Cajicá, Newman School, 16 de octubre de 2019

A la memoria de Augusto Franco Arbeláez en su natalicio


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l 2 de marzo de 1833 llegó por primera vez a Roma un presbítero anglicano, de 32 años de edad, que era brillante profesor y párroco universitario en Oxford: John Henry Newman. Por su cabeza no creo que hubiera pasado la idea de que algún día, su retrato, impreso en un inmenso pendón, colgaría del balcón principal de la impresionante Basílica de San Pedro. Sin embargo, esto ocurrió hace pocos días, porque el domingo pasado, 13 de octubre de 2019, el Papa Francisco inscribió su nombre en el catálogo de los santos de la Iglesia Católica. ¡Asombroso! Más si se recuerda que Newman escribió pocos días después de su arribo a la Ciudad Eterna esta dura frase: “¡Ojalá que Roma no fuera Roma!” (Morales, Forjadores…, p. 65), exclamación que recoge en cierta forma su perplejidad ante las diferencias entre la confesión católica y la anglicana, y los sentimientos encontrados que lo embargaban por esos días porque ni la una ni la otra lo hacían feliz. Newman estaría en Roma en otras tres ocasiones.

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a canonización de este bardo británico y la invitación de Carolina, nuestra rectora, para que hoy hablara sobre este buen hombre y buen amigo, en el Colegio que lleva su nombre, me obligó a volver sobre libros, papeles y recuerdos que he atesorado desde 1991, año en el que tuvo lugar mi primer encuentro con él y así terminó lo que yo llamo “la silenciosa y paciente espera de Newman”. ¡Ya verán por qué! Sobre cómo hacer esta exposición, con tantas limitaciones de tiempo como las que lamentablemente tengo, pensé primero en retomar un texto anterior y leerlo con comentarios. Sin embargo, el pasado domingo, luego de la misa transmitida por televisión desde la Plaza de san Pedro, decidí hacer unos apuntes sobre lo que ha sido mi relación con Newman, ejercicio que una vez empecé, no pude interrumpir y dio origen a un ensayo nuevo, este que ahora comparto con Ustedes, que en verdad he disfrutado mucho al escribirlo. Es una forma particular o peculiar, por no decir extraña, de presentar a una persona. En cuanto a mis otros trabajos sobre este personaje, pues quedan ahí y podrán servir para complementar el desarrollo del tema. Dos cosas debo advertir antes de entrar en materia, que cada vez me son más claras. En primer lugar, la ineludible condición autobiográfica de lo que uno escribe y habla, porque de alguna forma, independientemente del tema, siempre acabamos dando a conocer datos personales: la mirada y muchas acotaciones de la narración llevan nuestra propia impronta y ponen al descubierto las huellas que reflejan nuestra identidad. Por otra parte, me ha quedado claro durante las horas de preparación de este encuentro, que es muy poco lo que sé sobre Newman, o, mejor dicho, que es mucho lo que no sé sobre él; y que hablar de él es francamente toda una osadía. Hay una ley de la vida, -


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magistralmente descrita por algunos autores-, que relaciona el conocimiento con la ignorancia, dos variables que son directamente proporcionales: entre más sabemos de algo, más sabemos lo que no sabemos al respecto. En fin, aquí estoy, aquí me tienen, y espero que el trabajo sea de su agrado. Por mi parte, ha resurgido el interés y la necesidad de continuar este estudio (un seminario, una tertulia, con algunos de Ustedes, podría ser el camino); porque en Newman tenemos una preciosa cantera de Humanidad.

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Cómo tuve conocimiento de Newman, acontecimiento que ocurrió hace ya 28 años? ¿Por qué se dio ese primer encuentro? Pues ‘la culpa es de’ un gran jesuita y educador, el Padre Alfonso Borrero (1923-2007), quien después de su rectorado en la Javeriana (1971-1977), se dedicó a promover el conocimiento y el estudio sobre la institución universitaria y la Educación Superior. En su Simposio Permanente sobre la Universidad, que dirigió personalmente, -al cual tuve oportunidad de asistir en dos ocasiones, la primera entre 1990 y 1992, el quinto Seminario General que había convocado-, dedicó una conferencia, -la No. 14-, a “La Educación y la Universidad Británica”. En su exposición, oral y escrita, apareció el nombre de Newman, que hoy me es tan familiar, que me lleva a una persona con la que mantengo una estrecha y afectuosa amistad que enriquece profundamente mi vida. Esta es la invitación que hoy quiero hacerles. Háganse amigos de Newman, si todavía no lo son. Vale la pena acercarse a su historia, aprender a su lado y recibir sus luces. Gracias entonces a Borrero, Newman salió del lugar oculto donde había permanecido desde años atrás, en la casa de mis padres, en Ibagué, invisible para mí. Entonces terminó su silenciosa y paciente espera. Newman siempre había estado cerca de mí. ¡No lo sabía yo! En efecto, en el Pequeño Larousse Ilustrado de mi Papá, edición de 1961, -ese era el Google de la época, básico, si se quiere; porque uno más elaborado equivaldría a la Enciclopedia Espasa-, ahí hay una entrada con su nombre: “Newman (Juan Enrique) -la traducción se hacía-, cardenal y teólogo inglés, nacido en Londres (1801-1890)”. Pocos datos, en verdad, pero con ellos se hacía a un lugar entre los 720 personajes destacados en la Historia Universal; sin duda alguna, una muy selecta minoría. Nunca antes, al usar el Diccionario y pasar sus páginas, había visto su nombre, como aún no he visto y tal vez nunca veré la mayoría de los de esos hombres y mujeres que integran dicha galería. También descubrí otro lugar donde Newman se hallaba esperando mi saludo, un libro que guardaba Mamá, titulado Los grandes conversos, de 1955, escrito por Igino Giordani (1894-1980). Pues sí, en el capítulo VI, dedicado a las “Conversiones del anglicanismo”, aparece John Henry Newman y el autor nos cuenta que “dándose a estudiar la herejía monofisita y la herejía arriana del siglo IV y a buscar en la Iglesia antigua las conformaciones a las razones de la secta anglicana, con propósito de refutar las

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‘pretensiones’ del Papado romano, descubrió que el anglicanismo era una herejía de idéntico título al monofisismo y al semiarrianismo, y que la Iglesia de Roma y la antigua Iglesia de los concilios eran un único organismo; y se hizo católico y fue sacerdote y murió cardenal”. Así, en muy pocas líneas, Giordani resume uno de los rasgos con que más se identifica a Newman: converso, como San Agustín y Chesterton. Cierra el párrafo este autor con unas consideraciones sobre aquel cambio radical que tuvo lugar en la vida de Newman y que se consumó el 9 de octubre de 1845: “¡Cuánto le costó! ¡Cuántos estudios y cuántas plegarias suyas y de otros, para vencer largos años de pasiones!” (Giordani, Conversos…, p. 115). De igual manera, en otros tres libros que estaban junto a mí desde esos años, el nombre de Newman se encontraba esperando la mirada de mis ojos. Uno era El pueblo de Dios (Ediciones Paulinas, 1966), texto de las clases de Religión en Bachillerato, -no identifico el año; en todo caso antes de 1971-. Como apéndice trae una detallada cronología de los veinte siglos de Historia de la Iglesia; y claro, en los hechos de la década 1841-1850, se puede leer “Conversión de NEWMAN (1845); MOVIMIENTO DE OXFORD”. Otro libro que guardaba a Newman entre sus páginas era la Historia de la Iglesia, de A. Boulenger (Editorial Litúrgica Española, 1942 o 1952), grueso volumen de pequeño formato y corte enciclopédico, de la Biblioteca de Papá. En él encontramos tres entradas para Newman, la primera (n. 299, p. 573) hace referencia al Oratorio de Italia, una orden religiosa, de primera clase, fundada en 1564 por ese maravilloso santo que fue Felipe Neri (m. 1595), “congregación de sacerdotes sujetos a votos particulares, cuyo objeto es trabajar por la propia santificación y por la del prójimo”. Newman es citado en este texto por haber sido el hombre que hizo posible la fundación de un primer Oratorio en Inglaterra. La segunda entrada en el libro (n. 383, pp. 758-762) corresponde al aparte titulado “El movimiento de Oxford y su continuación hasta nuestros días”, que es descrito como “un movimiento de intensa conversión al catolicismo, cuyo centro fue la ciudad de Oxford y sus jefes dirigentes el Doctor Pusey, profesor de la Universidad, y su amigo Newman, párroco de Santa María de Oxford”. Anota el autor que “fue tan importante y tan rápido, sin embargo, este movimiento de retorno a la Iglesia romana, que en 1850, Pío IX juzgó oportuno restaurar la jerarquía en Inglaterra, el arzobispado de Westminster y 12 obispados sufragáneos” (p. 760). La última referencia en este libro se encuentra en el título “La literatura cristiana en los siglos XIX y XX” (n.421, p.855), en el cual Newman figura entre los Apologistas y Oradores sobresalientes en Inglaterra, “junto a otros cardenales, Wiseman y Manning, y al P. Faber”. Este dato, me lleva al tercer libro que también hacía parte de la Biblioteca de Papá, Historia de la Literatura Universal Compendio Escolar, del jesuita Juan C. Zorrilla de San Martin (Santiago de Chile, Editorial Nascimiento, 1940). En esta obra se registra, en el capítulo dedicado a la Literatura Inglesa, el nombre del Cardenal Newman y los años de su nacimiento y muerte, con esta descripción acerca de él: “anglicano convertido, es por SU ESTILO Y PROFUNDIDAD una de las primeras figuras literarias de la Inglaterra moderna” (p. 237). Pocos años después, de la misma forma, encontré a Newman, -seguía apareciendo aquí y allá-, en el Diccionario Collins Gem de Biografía (1971), que había adquirido yo en


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Escocia a comienzos de los 80, con una entrada más completa que la del Larousse, pues se trataba de una edición británica. ¿Dónde se hallaba? Pues nada menos que entre Newton y Newcomen, dos grandes de la ciencia y la inventiva. Y ¿qué decía sobre Newman? Además de los años de nacimiento y muerte, y de recordar que había sido teólogo y un eclesiástico inglés, indicaba lo siguiente, en versión mía del inglés: Vicario anglicano, se unió a Keble para escribir Tracts1 for the Times (1833) y participar en el Movimiento de Oxford. Llegó a ser (1845) Católico Romano; fue creado cardenal en 1879. Sus escritos incluyen la obra espiritual Apologia pro Vita Sua (1864), que comenzó como defensa contra los ataques de Kingsley. Este hecho, esencial en la vida de Newman, es uno de los cuatro registrados en The Timetables of History (Werner Stein, 1946, Touchstone, 1982), que tiene un puesto importante en mi biblioteca desde los 80, un volumen riquísimo en información sobre los sucesos que sobresalen en la Historia Universal; los otros tres, corresponden a su nacimiento, en 1801; su paso para ser admitido formalmente en la Iglesia Católica, en 1845; y su muerte, en 1890.

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omo puede verse, Newman estaba ahí, entre los libros que me rodeaban desde mi juventud, algunos desde mi niñez, aguardando el momento, que siempre ha de ser el más propicio, en que yo abriera sus páginas, reconociera su nombre y le permitiera hablarme, rompiendo un largo silencio. Es increíble ver cómo hay tantas personas pendientes de establecer un diálogo con nosotros y que luego de ese primer y tal vez fortuito encuentro, con ellos mantendremos un maravilloso y continuo diálogo. Pues bien, el texto de Borrero, de 57 páginas y 122 referencias, trata de manera extensa sobre los discursos o conferencias de Newman sobre la Universidad, que formaron el muy célebre libro titulado La Idea de Universidad, textos preparados por aquel sacerdote católico, ordenado en Roma el 30 de mayo de 1847, que recibió el Doctorado en Sagrada Teología el 22 de agosto de 1850 y que invitado en 1851 a promover la Universidad Católica de Irlanda, es instalado formalmente como Rector en 1854, cargo que desempeña hasta 1858. ¿Y por qué Newman es de obligada referencia al hablar de universidades y, en particular, de la universidad británica? Porque desarrolló un pensamiento acerca de la Educación Superior en el que logró combinar hábilmente, lo dice McGrath citado por Borrero-, dos condiciones: “incluir la enseñanza religiosa en cualquier esquema de estudios”; y buscar “el cultivo de la mente, más que la preparación inmediata para las ocupaciones profesionales…fin primario de la universidad”; 1

Panfleto, opúsculo… de actualidad.

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dos temas que para Borrero “fluyen de consideración común: que la naturaleza del hombre es el conocimiento” (Borrero, La Educación…, p- 17). Un tema muy importante en esta obra de Newman, Capítulo VI, se refiere al genius loci, el espíritu del lugar, que en palabras de Borrero es el ‘medio educativo’, que constituye un factor determinante en la formación de los educandos (Ibid. pág. 22). La Conferencia de Borrero de 1991, -para el año 2000 preparó una nueva versión, subtitulada “El pensamiento universitario de John Henry Newman”-, fue el primer hito en una extensa bibliografía que he ido acopiando desde entonces; que se enriquece ahora, en este año 2019, con la homilía del Papa Bergoglio, del domingo pasado, en la cual Francisco hizo breve referencia a la propuesta de Newman sobre “la santidad de lo cotidiano” que se explica en las siguientes palabras que citó del Cardenal2: “El cristiano tiene una paz profunda, silenciosa y escondida que el mundo no ve. […] El cristiano es alegre, sencillo, amable, dulce, cortés, sincero, sin pretensiones, […] con tan pocas cosas inusuales o llamativas en su porte que a primera vista fácilmente se diría que es un hombre corriente” (Parochial and Plain Sermons, V,5). Y añadió el Papa: “pidamos ser así, ‘luces amables’ en medio de la oscuridad del mundo. Jesús, ‘quédate con nosotros y así comenzaremos a brillar como brillas Tú; a brillar para servir de luz a los demás’” (Meditations on Christian Doctrine, VII, 3). Estas líneas nos recuerdan la oración titulada “Déjame predicar tu nombre sin palabras”. Cabe destacar que la bellísima homilía del Papa, de muy pocos minutos, como suelen ser sus intervenciones, se basó en tres palabras sobre las cuales meditó y que surgieron del Evangelio del Domingo: Invocar, Caminar y Agradecer, acciones acometidas por uno de los leprosos que, según el pasaje de Lucas, buscaron a Jesús para ser curados. Dijo Francisco, justo antes de citar a Newman: “Hoy damos gracias al Señor por los nuevos santos, que han caminado en la fe y ahora invocamos como intercesores”.

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oco después de haber sido yo presentado ante Newman en 1991, tuve oportunidad de viajar a Roma con Mamá; y allá, el cardenal, que ya no era alguien desconocido y, por lo tanto, su nombre no pasaría inadvertido como antes, me sorprendió gratamente en una librería. Apenas podía reconocer su rostro porque las conferencias de Borrero no eran con PowerPoint y los textos impresos no venían ilustrados; tampoco el Diccionario Collins Gem, lo mismo que el libro sobre los conversos y la Historia de la Iglesia. El Larousse, que sí las trae, no incluía una en la reseña de Newman, que como vimos era muy corta; no había un retrato o grabado como los del emperador Adriano, el papa Alejandro VI, Bolívar y Victoria, la célebre reina de Inglaterra que nació hace 100 años y accedió al trono en 1838, algo menor que Newman, pero en cierta forma su contemporánea. Pero poco antes del viaje, en la Feria Internacional del Libro de Bogotá, pude adquirir la obra biográfica de José Morales Marín (n. 1934), uno de los autores más expertos en la 2

https://www.aciprensa.com/noticias/homilia-del-papa-francisco-en-la-canonizacion-del-cardenalnewman-y-4-nuevas-santas-53852


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vida de Newman, que hace parte de la colección Forjadores de la Historia, publicada por Ediciones RIALP, S.A. en 1990 y que en su carátula reproduce la imponente figura de Newman Cardenal, capturada en el óleo del pintor inglés John Everett Millais (18291896), comenzado en 1881. En él, aparece el Cardenal sentado, mirándonos fijamente, con una gran serenidad. Fue la primera imagen que vi de Newman. Es importante recordar una frase de Newman que cita Morales Marín, casi al final de su biografía (p. 330): “Los Cardenales pertenecen a este mundo: solamente los santos son del cielo”. Tiempo después, a esta obra se unió la del P. Charles Stephen Dessain (1907-1976), Vida y pensamiento del cardenal Newman (Ediciones Paulinas, 1990), que en la presentación del Padre J. L. Martín Descalzo (1930-1991) nos traza un perfil claro del biografiado: “Toda su vida fue una búsqueda apasionada de la verdad. Una búsqueda, como todas las auténticas, cuesta arriba y realizada con mucho dolor. Cuando en el comienzo de su vida pedía a Dios ‘la santidad (porque verdad y santidad para él eran lo mismo) antes que la paz’, y cuando añadía ‘no te pido consuelos, sino santificación’, estaba dibujando el áspero camino de su vida”. Un poco más adelante, nos dice el Padre Descalzo (p.5) que Newman “en muchos casos” tuvo “que pagar su fidelidad [a la verdad y a la fe católica] con el silencio, siempre con la seguridad de que Dios ni la verdad tienen prisa. Fue así un rebelde-obediente como ningún otro en los últimos siglos. Fue, además, un profeta que vivió ya en el siglo XIX cuanto el Vaticano II diría sobre el papel de los seglares, la colegialidad episcopal o el ecumenismo” (pp. 6-7).

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a Newman existía para mí, -al menos con unos primeros trazos-, cuando llegué a una librería de Roma y encontré un pequeño libro en inglés titulado John Henry Newman - Lover of Truth (Amante de la Verdad), con un retrato suyo, a color, vistiendo el púrpura de los cardenales. Esta publicación de la Pontificia Universidad Urbaniana recogía los trabajos del Simposio Académico y la Celebración del primer centenario de la Muerte de John Henry Newman, que había tenido lugar del 26 al 28 de abril de 1990. En una foto, también a color, aparecía Juan Pablo II, junto a un cardenal que, por esos días, para mí era un desconocido y lo siguió siendo hasta la elección del sucesor del Papa Wojtyla: Ratzinger, quien precisamente tuvo a su cargo el saludo al Santo Padre el 27 de abril, en la audiencia papal. Citó en esa ocasión el Cardenal Prefecto de la Congregación para la Defensa de la Fe, unas palabras de Juan Pablo II en 1979, cuando se refirió al ‘genio’ o ‘la genialidad’

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de Newman (Newman’s genius) que nos habla de “profunda honestidad intelectual, fidelidad a la conciencia y gracia, piedad y celo/ardor sacerdotal, devoción a la Iglesia de Cristo y amor a su doctrina, incondicional confianza en la Divina providencia y obediencia absoluta a la voluntad de Dios” (p. 137-138). ¡Qué descripción! Se trata de un coloso y auténtico hombre de Dios. Al año siguiente, el Santo Padre haría la declaración sobre sus virtudes heroicas, paso esencial en el proceso de canonización. En ese pequeño libro encontré tres datos que resultarían muy importantes durante mi visita a Roma. El primero fue la imagen que aparece en la contra-carátula, el escudo de armas del Cardenal Newman -que hace parte del escudo de esta institución que hoy nos acoge-, y su muy conocido lema Cor ad Cor Loquitur (El corazón le habla al corazón), tomado a partir de una frase de san Francisco de Sales y que da para toda una reflexión sobre el encuentro personal, entre la creatura y el Creador, y entre cada uno de nosotros. El segundo dato que encontré en el libro, -en la solapa de la contra-carátula-, fue acerca de una entidad, International Centre of Newman Friends, y su dirección en Roma, sobre la Via Aurelia, no lejos de la Plaza de San Pedro y el lugar de nuestro hospedaje. ¡Cómo no ir! Allá llegamos con Mamá, a esa casa, llena del espíritu de Newman, donde encontramos registros, postales y un pequeño libro en español, titulado Cuaderno de Oraciones (Balmes, 1990), con una cuidadosa selección de textos del Cardenal, precedida por una biografía concisa. Por supuesto, está incluida la célebre oración “Guíame, Luz benigna… Me basta un paso, aquí y ahora”. Por cierto, ¿Saben cuál es el lema de la Universidad de Oxford, el Alma Mater de Newman, a la que tuvo que renunciar en 1843 y a la que solo regresó en 1878 para recibir el título de Fellow honorario del Trinity College? Dominus illuminatio mea, en nuestro idioma, El Señor es mi Luz (palabras iniciales del Salmo 27). Un último dato que me ofreció el libro del Simposio surgió del crédito de la ilustración de la portada: retrato/pintura de autor desconocido, San Giorgio al Velabro, Roma, Iglesia titular del Cardenal Newman. Aprendí entonces que cuando el Papa crea un cardenal, -Newman recibió tal distinción en 1879-, lo hace ‘titular’ de una iglesia en la capital italiana. ¡Había que conocerla! ¡Allá fuimos a dar en una tarde romana! No lejos del lugar donde se halla la Boca della Verità, esa piedra circular tallada con la máscara de un hombre barbado, con orificios en sus ojos y boca, que según la leyenda permite detectar si alguien miente. Hermosa coincidencia de esta pieza artística tan cerca de la sede del hombre reconocido como “Amante de la Verdad”.


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En la Iglesia, antigua, de estilo románico, una placa recordaba ese hecho; y también se hallaba el original del retrato reproducido en el libro. De una y otro recibí copias impresas que me obsequió un sacerdote que amablemente nos atendió. Así cerraríamos nuestra labor investigativa sobre Newman en ese septiembre de 1991. Ah, pero también pude adquirir en ese Centro de Amigos de Newman, el catálogo de la exposición que había tenido lugar en Londres entre el 2 de marzo y el 20 de mayo de 1990 en la Galería Nacional de Retratos. Bellísimo libro, con el conocido óleo de Millais, en la portada. En una foto que corresponde al No. 161 del catálogo, aparece un instrumento musical; “la viola de Newman” es el título correspondiente. Dice la nota que el cardenal fue un músico distinguido durante toda su vida y que él afirmó que dormía mejor si antes había tocado algo. “Tal vez, -dijo Newman, analizando la conexión entre dedos y cuerdas, sistema nervioso y cerebro-, el pensamiento es música”. Este detalle nos recuerda la sensibilidad como una característica clave en este hombre excepcional, que compuso versos y escribió novelas. En el catálogo se nos presenta la vida de Newman en cinco capítulos: I - El Newman joven (1801-1833), que pasa de Londres a Oxford; II - Las dos Iglesias, sus sermones y las dudas del joven presbítero; III - El Movimiento de Oxford, los opúsculos de Newman y su retiro a Littlemore (1833-1845); IV - Newman y Roma, renuncia a Oriel College y recepción en la Iglesia Católica, el rector universitario en Irlanda y su gran obra escrita (1845-1879); y V - Cardenal Newman (1879-1890). ¿Qué más traje de Roma en 1991? Pues nada menos que la biografía, voluminosa, de Ian Ker, -inglés y profesor de Oxford, como su biografiado-, de 1990, que el Padre Borrero no conocía y pudo entonces estudiar. Dos décadas después, en 2010, entraría en circulación la traducción al español. Se trata de una obra densa, basada en sus cartas, -más de 20.000, que con sus diarios forman una colección de 31 tomos-, y cientos de sermones, conferencias, lecciones, apuntes, libros y folletos. Otros dos destacados biógrafos de Newman son Wilfrid Ward, de 1912, y Meriol Trevor, quien publicó su obra en dos volúmenes, el primero Newman, The Pillar of the Cloud, y el segundo, Newman: Light in Winter, de 1962, y que mereció ese año, el premio inglés de biografía. Ella es la autora del libro John Henry Newman - Crónica de un amor a la Verdad, de 1974, que circuló en español en 1989.

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Así que de Roma regresamos en ese memorable 1991, con una amistad que, aunque era de origen reciente, se vio fortalecida repentinamente. Hablo en plural porque Mamá terminó compartiendo estos primeros sentimientos míos hacia Newman; tanto así que se compró un pequeño libro titulado Sermones Católicos (RIALP - Nebli, 1959), que son solo nueve, que hasta ese momento no se habían publicado, predicados en 1848, en Birmingham, “casi inmediatamente a la vuelta de Newman de Roma como sacerdote del Oratorio. Son pues, -leemos en el prefacio-, los primeros sermones que predicó en Inglaterra después de dejar Oxford y la comunidad anglicana” (pp. 22-23). Fue de esta manera como en pocos meses, Newman se había hecho a un lugar en mi vida, que se ha acrecentado poco a poco. Desde entonces cuento con su leal compañía por este camino misterioso de la existencia.

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n momento de especial profundización en mi amistad con el Cardenal, tuvo lugar al final de esa década, en Georgetown University, durante 1999, cuando tuve oportunidad de tomar el curso “Newman: A Catholic Way”, a cargo del jesuita Stephen Fields, Ph.D. Bajo su dirección leí y estudié con cierto detalle algunos textos del Cardenal, en especial, la famosa Apologia de Newman, lamentablemente con mis limitaciones en el idioma inglés. Solo en el año 2000 pude adquirir la traducción que en 1996 realizó José Morales en compañía de Víctor García Ruiz, quienes hicieron un breve ensayo introductorio titulado “La retórica de la Verdad”. Dicen ellos (p. 15) que “antes que autobiografía, -como tal es conocida-, es una obra de Retórica, en el más noble y clásico sentido de la palabra. No quiere narrar, quiere convencer. Y para convencer, importa sobre todo que lo narrado sea verdad… que los hechos hablen. Newman no recuerda, revive, y a continuación escribe con intenso dramatismo”. Su obra fue todo un éxito. Se debe destacar que el Profesor Owen Chadwick, en la introducción del Catálogo mencionado de la exposición sobre Newman en Londres, hace notar que Idea of a University y Apologia Pro Vita Sua son dos libros que continúan siendo leídos por un público que no solo se limita a los estudiosos de la era victoriana (p. 8). Y fue también en ese año de 1999, en Washington, en donde descubrí el vitral de Newman en la capilla de Georgetown University, lo mismo que un bellísimo bronce (Dony Mac Manus), ubicado en la capilla del Catholic


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Information Center, que me hice a un libro muy lindo, titulado Invitation to the Classics (BakerBooks, 1998), en el cual se reseñan 75 obras de 70 grandes autores, encabezados por Homero. Pues bien, entre ellos está Newman, con uno de sus libros, Apologia pro Vita Sua (1864), “una de las más grandes autobiografías espirituales de todos los tiempos y el logro literario central de uno de los intelectos principales (comanding intellects) del siglo diecinueve”, según lo señala G. B. Tennyson, profesor de Princeton y autor de la reseña correspondiente. Cabe destacar que Newman sigue a Charles Dickens, con su obra Great Expectations (1861) y precede a Soren Kierkegaard, con su obra Fear and Trembling (1843). En estas páginas, se destaca esta cita de la Apologia: “I thought life might be a dream, or I an Angel, and all the world a deception, my fellow-angels by a playful device concealing themselves from me, and deceiving me with the semblance of a material world” (Pensaba si la vida sería un sueño, o yo un ángel, y todo este mundo un espejismo, y que mis compañeros ángeles se escondían de mí mediante un truco juguetón, y me engañaban con la apariencia de un mundo material, versión en Ediciones Encuentro, 1996, p. 29). Como veremos más adelante, aquí se halla un claro antecedente de su célebre epitafio.

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l año 2001, bicentenario de su natalicio, tuve oportunidad de acercarme un poco más a Newman, de dar otro paso en su compañía. Hicimos en la Universidad Javeriana una recopilación de escritos sobe el Cardenal y los publicamos en Orientaciones Universitarias No. 31 y su suplemento; en este documento recogimos los trabajos expuestos en el acto conmemorativo que tuvo lugar el 8 de octubre de 2001, que presidió el P. Gerardo Remolina, S.J. Ese mismo año, preparé también un ensayo “Ética en la vida y el pensamiento del cardenal Newman”, -gran atrevimiento de mi parte-, para publicarlo en la revista Theologica Xaveriana (No. 137, 2001), una aproximación al estudio sobre el filósofo religioso, -según algunos de la estatura de Tomás de Aquino-; entonces esbocé lo que llamé Ethos Newmaniano, que describí con tres rasgos: primero, la actitud crítica; luego, la afirmación pública de su pensamiento; y por último, “el que definitivamente consagra su identidad”, el cambio como constante. “Vivir es cambiar y cambiar a menudo es ser perfecto” es una de sus frases más conocidas.

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En 2010, con motivo de su beatificación, la homilía de Benedicto XVI se unió a las fuentes para el estudio de Newman, entre las cuales sobresale la obra extraordinaria de Monseñor Fernando Cavelier, alma de la organización “Amigos de Newman en Argentina” y de su publicación Newmaniana (que circula desde 1991).

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as notas finales de esta trayectoria están relacionadas con el Newman School. El 16 de octubre de 1992 vine al Colegio, casi 30 años han pasado-, entonces en una casona arrendada de Suba, y les hablé sobre Newman, atendiendo la invitación del amigo Augusto Franco Arbeláez (1930-2016) de grata memoria, artífice de esta institución y del ideal newmanista que ha guiado su desarrollo. Me basé en una conferencia de John Ford, que señaló los cinco campos en los que sobresalió el Cardenal: Literatura, Filosofía, Teología, Espiritualidad y Educación; también hice referencia a algunos planteamientos contenidos en su obra La Idea de Universidad y cerré con su bellísimo poema “Guíame, luz benigna”, de 1833, que debemos leer y releer. El texto de mi intervención fue publicado en el anuario 2002-2003. El 27 de junio de 2003 regresé al Colegio, en su nueva sede, esta que hoy nos acoge, y pronuncié unas palabras en la ceremonia de graduación de la primera promoción de Bachilleres. En mi trabajo, titulado “Dejemos que Newman nos hable”, hice referencia a su vida y presenté unas notas sobre dos de sus sermones: uno de 1831, sobre “el peligro de los TALENTOS”; el otro, de 1835, sobre “el peligro de las RIQUEZAS”. Recordé entonces lo que había dicho en 1992, “es un privilegio vincular a la vida de un estudiante desde su niñez el nombre de Newman”; y advertí sobre “la responsabilidad que implica recibir el grado de Bachiller en un colegio que lleva tan distinguido nombre”. Sigo pensando que la amistad con Newman “compromete nuestra conducta”.

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oy quisiera añadir a estos asuntos, otros dos, que apenas dejaré enunciados: la amistad y la santidad. Uno de los sermones de Newman, titulado “El amor a los Familiares y Amigos”, fue leído el 27 de diciembre de 1831, festividad de San Juan Evangelista, el amigo personal e íntimo de Jesús. Afirma en este


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escrito que “el amor real del hombre debe depender de la práctica, y por eso debe comenzar por ejercitarse en nuestros amigos que nos rodean, pues de lo contrario no existirá”. Lo explica así: “Tratando de amar a nuestros parientes y amigos, sometiéndonos a sus deseos aunque sean contrarios a los nuestros, cargando con sus enfermedades, superando su ocasional indocilidad con bondad, insistiendo en sus excelencias, y tratando de imitarlas, es como formamos en nuestros corazones esa RAÍZ DE CARIDAD que, aunque pequeña al principio, puede al final, como la semilla de mostaza, cubrir toda tierra con su sombra”. También me puso a pensar el cardenal en “los hombres que no tienen ataduras con [sus circunstancias mundanas], que no les llama su diaria simpatía y ternura, que no tienen el consuelo de nadie para consultar, que pueden moverse como les place...”. Dice el Cardenal que “no puede imaginar ningún estado de vida más favorable para la práctica del elevado principio cristiano, y del maduro y refinado espíritu cristiano, que aquel de personas que difieren de gustos y carácter general, y están obligadas por las circunstancias a vivir juntas, y que acomodan mutuamente sus respectivos deseos y pretensiones”. Dentro de este contexto, Newman hace sentido elogio “del santo estado del matrimonio”. Pero hay algo más. Newman habla de los adultos, que al verse expuestos “a alguna familiaridad por el momento, encuentran dificultoso refrenar sus temperamentos y mantenerse en buenos términos, y descubren que son mejores amigos a distancia”. Advierte Newman el peligro que se tiene de no enfrentarse a “un estado de negación de sí”. Es un texto maravilloso de Newman, paradigma de coherencia, que nos ofrece grandes ideas para pensar sobre la amistad. Resulta de interés un dato que traen José Morales y Víctor García Ruiz, en el texto introductorio del libro Cartas y Diarios de Newman: en alguna ocasión Newman escribió que “en este mundo de cambio, es una gran cosa tener amigos que no cambien” (RIALP, 1996, p. 15).

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n cuanto a la santidad, tema de gran relevancia por la canonización, además de la referencia que nos hizo el Padre Descalzo, quisiera mencionar un texto homilético, titulado “Las armas de los santos”, del 29 de octubre de 1837 (VI, n. 22), publicado por José Morales en un pequeño libro con el mismo título (Ediciones Palabra, S.A., 2002), que incluye otro texto fantástico “La cruz de Cristo, medida del mundo”, que deberíamos leer con frecuencia. Newman, en “Las armas de los santos”, cita al comenzar su homilía, estas palabras de Jesús: “Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos, primeros” (Mt 19,30); y advierte con claridad que “Fuerza, número, riqueza, filosofía, elocuencia, astucia, experiencia de la vida, conocimiento de la naturaleza humana: son los medios con los que la gente mundana ha conquistado el mundo siempre”. Entonces anota: “en el reino establecido por Cristo ocurre lo contrario”. A su juicio, ese es “el gran cambio en la historia del mundo… es vencido todo lo que

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el hombre juzga grandioso, y prevalece lo que el hombre desprecia”. Luego dedica unos apartes, conmovedores diría yo, a la juventud, destaca su “amor natural hacia lo noble y heroico”; y presenta su propuesta, que es la de Jesús, para que tomen las medidas pertinentes “antes de haber entregado su corazón al mundo, que les promete bienes verdaderos y luego les engaña y les hace creer que no hay verdad en ningún sitio, y que eran unos locos al pensar lo contrario”. También señala Newman, a propósito de “nuestro lugar como hijos redimidos de Dios”, que “algunos deben ser grandes en este mundo, pero ay de aquellos que se hacen grandes a sí mismos, ay de aquellos que se apartan deliberadamente de su camino con ese propósito”; y entonces advierte que “si somos fieles a nosotros mismos, nada puede realmente apartarnos del camino”. Newman es consciente de las dificultades que ofrece “nuestro combate” y anota que “este mundo no entiende cómo es nuestro verdadero poder, ni dónde radica”, es decir, cuáles son las auténticas armas de los santos: “la paciencia, la mansedumbre, la pureza, la serenidad, la paz”. Él sabe bien que “el mundo nada puede hacer contra la Verdad, que es nuestra herencia”. Newman recuerda que “todos los que trabajan por Dios en tiempos difíciles han de estar prevenidos contra todo lo que altera, alborota y, en cualquier modo, les aparta del amor de Dios y de Cristo. Este es nuestro deber, -así concluye-, en la oscuridad de la noche, mientras esperamos la llegada del día, mientras esperamos al que es nuestro Día” [con mayúscula]. Con estos planteamientos, queda más que justificado el epitafio que Newman redactó y que resume lo que fue su itinerario vital: Ex umbris et imaginibus in veritatem (desde las sombras y las imágenes- reflejos/fantasmas - hacia la verdad). Debe tenerse presente que Newman es considerado como “uno de los grandes maestros y guías espirituales de los tiempos modernos”. Así lo señala Keith Beaumont en su pequeño libro de la serie “15 días con” (Ciudad Nueva No. 39, p.21), en el cual indica “los tres fundamentos de la enseñanza espiritual” de Newman: “El primero es su experiencia de Dios, que se fue haciendo más honda durante toda su vida. El segundo es un conocimiento íntimo de la Escritura, que leyó y meditó sin cesar desde su infancia. El tercero procede de un conocimiento cada vez más profundo de los Padres de la Iglesia”.

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s en verdad muy significativo un detalle en medio de todo lo que sucedió el domingo pasado con motivo de la canonización del Cardenal. Junto al Presidente de Italia, se hallaba en la ceremonia el Príncipe Carlos, heredero de la Corona Británica, hijo de la Reina Isabel, precisamente la cabeza de la Iglesia Anglicana. Además de su presencia, me han impresionado gratamente las palabras que ha escrito para L’Ossevartore Romano, texto en el cual hace el siguiente planteamiento: “en la época en que vivió, Newman defendió la vida del espíritu contra las fuerzas que van contra la dignidad y el destino humanos. En la época en la que llega a la santidad, su ejemplo se


Carlos Julio Cuartas Chacón, 2019

necesita más que nunca: por la manera en la que pudo defender sin acusar, estar en desacuerdo sin irrespetar y; tal vez lo mejor de todo, pudo ver las diferencias como lugares de encuentro y no de exclusión”. Poderoso ejemplo para el mundo de hoy, para nuestro país, para nuestros dirigentes.

Lo dicho por el Príncipe, hace eco a las palabras del cardenal Manning en los funerales de Newman el 19 de agosto de 1890: “La historia de nuestro país recordará desde ahora el nombre de John Henry Newman entre los más grandes de nuestro pueblo, como confesor de la fe, maestro de hombres, y predicador de la justicia, la piedad y la compasión”.

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ermino ya esta larga exposición, aunque quedan, por supuesto, muchas cosas pendientes. Espero que en este rato hayan aprendido algo más sobre Newman, que ahora lo conozcan más y lo imaginen menos, y que haya crecido su admiración y afecto hacia él. Insisto: vale la pena ser su amigo y cultivar esta relación. Pienso que si queremos volar alto, remontar las alturas y tener alas fuertes, poderosas, es necesario echar raíces profundas en el pasado. Creo que no hay nada mejor para poner punto final a mis palabras que retomar lo dicho por el Papa Francisco: tenemos que ser ‘luces amables’ que ayuden a iluminar el mundo, como lo hizo Jesús, como lo hizo Newman, como lo hizo Augusto Franco, como lo ha hecho y lo hace muchísima gente en diversos rincones de nuestro planeta. Para tratar de hacerlo, tenemos un amigo, es Newman, que silenciosamente y con paciencia espera que volvamos nuestra mirada hacia él. Post scriptum. ● Terminado mi escrito encontré en Facebook la referencia al documental St. John Henry Newman - The Convert, del Obispo Robert Barron, que puede verse en Youtube; un magnífico trabajo que, bajo la guía de un experto, amable y ameno, nos presenta la figura del Cardenal con gran detalle y precisión, además de estar profusamente ilustrada.

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● In 2000, the founder of the Venerable John Henry Newman Association (presently, the Newman Association of America), Fr. Vincent J. Giese, passed away, leaving behind an extensive Newman collection. In 2002, Fr. Drew Morgan, C.O., and Mrs. Catharine M. Ryan – at the time board members of the VJHNA – began to formulate an idea that would allow Fr. Giese’s gift to bear abundant fruit. They envisioned a center where scholars could access Newman and Newman-related documents and materials. The Institute was conceived as a forum for exchanging ideas and discoveries about Newman’s thought and its continuing relevance. With the assistance of many generous and helpful friends they saw their idea grow into the National Institute for Newman Studies. The Giese collection was brought to Pittsburgh in 2002. Since that time the Institute has celebrated many accomplishments. (En Pittsburgh, Pennsylvania, 24 y 25 de octubre, tendrá lugar el 2019 NINS Symposium: Newman and Holiness - Reflecting upon John Henry Newman's legacy in light of his canonization). https://www.newmanstudies.org/about#history ● El 30 de diciembre de 2019, encontré en una librería de Washngton D.C. el libro Holiness in a Secular Age - The witness of Cardinal Newman (2017), obra del Padre Juan R. Vélez, nacido en Medellín y residente en Chicago, según lo que aparecía en la contraportada. Luego de habernos contactado por correo electrónico, -hallé sus señas en messenger el 25 de enero siguiente-, tuvimos occasion de escucharlo en la Javeriana, el 26 de febrero, en una exposición sobre su trabajo, publicado en español con el título Cardenal Newman - Un santo para el mundo de hoy. Sitio de interés: http://www.newmanreader.org/works/index.html Última revisión del texto: 13 de enero de 2021


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