01 DE ENERO 2015
P. Miguel Carmen Hernadez, SSP
JORNADA DE ORACIÓN POR LA PAZ ( Lucas 2,16-21 ): En aquel tiem-
po, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.
“La paz, siempre, como fruto hermoso de la justicia”
Q
ueridos hermanos: estamos comenzando un nuevo año. Después del año viejo entramos en el año nuevo, después de cada día, de cada semana, de cada mes siempre nos espera algo nuevo; y gracias a Dios la llama de nuestra vida está todavía encendida, no sabemos cómo ni cuándo se apagará, pero mientras tanto debemos dejar que sea alimentada con el fuego del Espíritu Santo para que al final de nuestra vida podamos entrar en la eternidad. Cristo, al hacerse hombre entró en el tiempo; nació en la época del emperador Augusto y murió en tiempo de Poncio Pilato. Sin embargo, su nacimiento y su muerte se convirtieron en realidades eternas. Esto para nosotros no es fácil imaginarlo. Popularmente se imagina la eternidad como un largo, larguísimo tiempo. Simbólicamente, esto se expresa en el Antiguo Testamento con la vida larga de los patriarcas, que vivieron para ver crecer a sus nietos y más aún, a los nietos de sus nietos. Los patriarcas, nos dice la Biblia, murieron “colmados de días”, es decir, tuvieron una vida plena y muy longe-
va. Esta idea expresa, de algún modo, el deseo humano de eternidad, sin embargo la eternidad no se alcanza prolongando el tiempo, la eternidad no es vivir incontables años. La eternidad se alcanza dando a nuestra vida y a cada una de nuestras acciones, por pequeñas que sean, un valor eterno. En una ocasión le preguntaron a una religiosa de vida contemplativa qué iba a hacer el año próximo, ella contestó: “Haré lo que espero hacer en la eternidad: ocuparme de Dios”. Esto vale para toda vida cristiana, para todo cristiano, si nos preguntasen ¿Qué harás el próximo año? La única respuesta justa sería: lo que no pierda valor en la eternidad. Y lo que no pierde valor en la eternidad es lo bueno, lo justo, lo que nos permite acercarnos más a Dios y él a nosotros. Ciertamente toda acción y pensamiento humano son pasajeros, pero si esa acción y ese pensamiento son conforme a la voluntad de Dios, estamos dejando que la llama de nuestra vida se una a la vibración de la llama divina