Natividad del Señor

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Natividad de Nuestro Señor Jesucristo (uan 1,1-5.9-14) En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibe. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba, el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Hoy quiero ser mula, buey, pesebre, que dé calor a tu Nacimiento, Señor. Hoy quiero ser más comprometido, pobre y disponible con aquellos que repiten la extre-

ma situación de tu venida.

Padre José María Fernández, SSP

La luz viva y vivificadora sigue iluminando a los hombres.

El gran misterio que hoy celebramos es que el Hijo eterno del Padre se ha hecho hombre: la Palabra, por la que todo fue creado se ha hecho carne de nuestra carne; el que habita en el cielo ha acampado en nuestra tierra; como «luz verdadera» que al vino, da a conocer a Dios, a quien «nadie ha visto jamás»: en esto consiste el misterio de la Encarnación que celebra, con alegría y acción de gracias, la misa del día de Navidad. En el evangelio, el evangelista Juan nos presenta la palabra de Dios. Mediante esta definición quiere expresar la más íntima realidad de Jesús, su procedencia de Dios y su importancia para nosotros, los hombres. El pueblo de Israel conoce a Dios como aquel que habla: no como el Dios que se cierra, que se recluye en el silencio. La palabra de Dios está en el inicio de toda la historia. Con su poderosa palabra creadora, Dios ha llamado a todo a la existencia. Todo deriva de esta palabra. Por

medio de ella Dios se dirige a sus criaturas, se revela a ellas, las hace partícipes de todos sus planes y lo que él quiere de ellas. La palabra ha dado el ser y la vida. Ella se dirige a nosotros esperando una respuesta. Es petición, pero es también respuesta. Viene de Dios y fundamenta y determina la relación entre Dios y los hombres. La relación especial de la Palabra con los hombres se caracteriza como vida y como luz. El salmo 119,105 afirma: «Tu palabra es lámpara para mis pasos, luz en mí camino», o puede convertirse en plegaria en momentos difíciles: «¡Estoy profundamente afligido, Señor; dame vida con tu palabra!» (Sal 119,107). La propiedad de la Palabra es ciertamente la vida, la infinita plenitud de vida, en la que no hay sombra de muerte y limitación. Mediante esta plenitud inagotable de vida, esta se convierte para los hombres en luz que ilumina, que irradia claridad, que hace posible vivir y orientarse. A través


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