SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO (Jn 6, 51-58) En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo». Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?». Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. .
Cl. Luis Fernando Rojas Serrato, SSP
CORPUS CHRISTI 1. Cuerpo de Cristo y comunidad eclesial. En su significado inmediato la expresión «cuerpo y sangre de Cristo» se refiere a la eucaristía, que es el sacramento del cuerpo y sangre del Señor, presente realmente bajo los signos sacramentales del pan y del vino. Pero «cuerpo de Cristo» es también la Iglesia, es decir la congregación de fieles que creen en Jesucristo. El sacramento del cuerpo del Señor, la eucaristía, se relaciona, pues, directamente con la comunidad que lo celebra. Al instituir la eucaristía Jesús cumplió la promesa de darnos su cuerpo en alimento y su sangre en bebida. Así lo anunció él en el discurso eucarístico sobre el pan de vida, en la sinagoga de Cafarnaúm, al día siguiente de la multiplicación de los panes. De este discurso se toma la lectura evangélica de hoy: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que come de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo... Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida». La eucaristía es también signo de la unidad eclesial. El pan eucarístico es el alimento, el nuevo maná del nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, que camina por el desierto de la vida en marcha siempre hacia la patria esperada del cielo. Así lo prefiguraba ya el maná del pueblo peregrino del antiguo testamento, que recuerda la
primera lectura de hoy. Además el pan que compartimos en la mesa del Señor nos une a todos los cristianos en el cuerpo de Cristo, afirma san Pablo en la segunda lectura: El pan es uno; y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan. Por tanto, el cuerpo eucarístico de Jesús dice relación directa a la asamblea eclesial, que es el cuerpo místico de Cristo. De ahí que la eucaristía, para ser auténtico memorial del Señor, es decir, del misterio profundo de amor que es la pasión, muerte y resurrección de Jesús, está pidiendo la unión, el amor fraterno y la completa unidad del grupo que celebra con fe la cena del Señor. Hasta el punto que es imposible celebrar dignamente la eucaristía sin comunidad de amor. 2. El cuadro más habitual y tipo medio. Estos son los principios doctrinales, la verdad de la eucaristía en que creemos como sacramento del cuerpo de Cristo y de la unidad eclesial. Pero, ¿es también la realidad que vivimos en nuestra comunidad? De hecho, ¿no han quedado muchas de nuestras eucaristías o misas en mero cumplimiento de un rito? Las comunidades eucarísticas de hoy son, con frecuencia, mucho mayores que las del primitivo cristianismo; a veces incluso son demasiado grandes.
Las misas dominicales, o diarias, se suceden en nuestros templos e iglesias parroquiales conforme a horarios fijos y con un tiempo límite. En las ciudades el grupo de fieles se conoce poco o nada a nivel personal, aunque se hayan visto ocasionalmente en el barrio o a la puerta de la iglesia. Durante el desarrollo del culto, la asamblea guarda silencio la mayor parte del tiempo; y los presentes no se comunican con sus vecinos, a veces demasiado dispersos. La participación se reduce a las respuestas, escucha comunitaria, posturas comunes, cantos, saludo de la paz y comunión; aunque no todos. Al acabar la acción litúrgica se disuelve el grupo y cada uno vuelve a su casa o su trabajo, sin comunicarse personalmente con los hermanos, sin conocer nada de su vida y problemas. Este es el cuadro más habitual y tipo medio. Sinceramente, ¿podemos considerar suficiente este espíritu y estilo de comunidad eucarística? Incluso, lo que es peor todavía, a veces damos la impresión de que hemos venido a cumplir una obligación, y no a expresar una necesidad de nuestra condición de pueblo de Dios que se congrega, a la invitación de su palabra, para celebrar y manifestar su fe, dar gracias al Señor, alabar su gloria, partir el pan juntos y vivir el amor fraternal que debe unirnos como hermanos y amigos que se encuentran, se saludan, se comunican y están a gusto en compañía sin aburrimiento y sin prisas del reloj. 3. Asamblea eucarística: comunidad de amor. Hemos de convertirnos decididamente a la dimensión comunitaria de la eucaristía y de toda la vida cristiana, optando por la amistad y fraternidad que se expresan en el saludo cordial, en la sonrisa afable, en el gesto acogedor y comprensivo. Si somos hermanos que se reúnen en familia no podemos aceptar el anonimato de la masa. Necesitamos imaginación creadora para lograr que nuestras asambleas litúrgicas y de oración, especialmente la eucaristía, sean reunión familiar. Habrá que ensayar caminos nuevos y antiguos ya en la primitiva comunidad cristiana: comunión de bienes espirituales y materiales, comunicación personal, diálogo y conversación entre hermanos que se conocen por su nombre, testimonio y apoyo mutuo de fe, solidaridad – incluso económica– con los problemas de los diversos grupos y personas de la comunidad. Nadie es tan autosuficiente que no necesite de
los demás, ni nadie es tan pobre que no pueda aportar algo a los otros. El Corpus es el día de la caridad. En toda eucaristía hay al menos un mínimo de signos de amor y comunión fraternal: la asamblea reunida, la oración y alabanza común, el padrenuestro, el saludo mutuo o gesto de la paz, y sobre todo la participación del mismo pan en la mesa común del Señor; comunión eucarística que, para ser plena, ha de tener dos vertientes: la vertical y la horizontal, es decir con Cristo y con los hermanos. Dios quiere habitar entre nosotros, sus hijos. Hagámosle sitio en nuestros grupos, comunidades y parroquias, abiertas a la comunión eclesial, al amor y la solidaridad con los hermanos.
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