DOMINGO I DE CUARESMA
P. Miguel Carmen Hernández, SSP
(San Lucas 4,1-13)
En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan». Jesús le contestó: «Está escrito: “No solo de pan vive el hombre”». Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: «Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo». Jesús le contestó: «Está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”». Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Encargará a los ángeles que cuiden de ti”, y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”». Jesús le contestó: «Está mandado: “No tentarás al Señor, tu Dios”». Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión.
Vivir la cuaresma con misericordia Estamos celebrando del primer domingo de Cuaresma y en este tiempo litúrgico la Iglesia nos invita a la conversión. La Cuaresma es tiempo y camino de conversión. ¿Y qué quiere decir conversión? Convertirse es cambiar. Cambiar el modo de entender la vida. Cambiar el modo de relacionarse, buscando siempre la fraternidad y la justicia y la misericordia en todas nuestras relaciones interpersonales. Convertirse es cambiar el modo de dirigirnos a Dios, pasar de una relación ritualista a una experiencia vital, pasar de un encuentro meramente formal a uno experiencial, en donde nos sintamos y reconozcamos verdaderamente como hijos amados del Padre, tal como Jesús lo experimentó y tal como él nos invita a considerarle. Los seguidores de Jesús ya no consideran a Dios como un juez implacable que a la menor transgresión castiga. Los seguidores de Jesús somos personas para las que Dios es ante todo un Padre lleno de amor para con sus hijos que no quiere que nada malo nos pase, y por ello debemos estar alegres y contentos.
La Cuaresma es, como hemos dicho, tiempo de conversión, pero no es tiempo de andar amargados, reprochándonos lo malos que hemos sido, sino tiempo de conversión en el que se experimenta el abrazo amoroso del Padre que nos dice «ten ánimo, levántate, no permanezcas en el barro del egoísmo, no te encierres en el odio, la envidia o la indiferencia. Yo estoy contigo». Cuaresma es tiempo de revisar si hemos sido coherentes con lo que somos y creemos como cristianos y discípulos de Jesús. Revisar si como él, hemos renunciado a las tentaciones de poder y gloria, o si por el contrario hemos caído en ellas, olvidándonos de nuestros hermanos, porque cuando se busca el poder y la gloria se cae en el egoísmo y los únicos que importan somos nosotros. Jesús nos enseña que el camino y el modo para llegar, para construir el reino de Dios es la humildad y el servicio, y siempre con alegría. Dios como Padre amoroso quiere vernos con el corazón y el rostro alegre, porque qué clase de padre sería si disfrutara viéndonos amargados y tristes. Algunos cristianos