Domingo III de Adviento

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III DOMINGO DE ADVIENTO CICLO C (Lucas 3,10-18) En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: «¿Entonces, qué hacemos?». Él contestó: «El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo». Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: «Maestro, ¿qué hacemos nosotros?». Él les contestó: «No exijáis más de lo establecido». Unos militares le preguntaron: «¿Qué hacemos nosotros?». Él les contestó: «No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la paga». El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el bieldo para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga». Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba el Evangelio.

Señor, ilumina mi entendimiento, aviva mi conciencia, enardece mi corazón.

Padre José María Fernández, SSP

«El Señor está cerca»

En las lecturas que nos presenta la liturgia de la palabra de este domingo, las palabras que más se repiten son las siguientes: gozo, paz, regocijo, alegría palabras que resumen los bienes más preciados, fuente y condición de todos los demás que podamos desear. Estrechamente asociados a la fiesta de Navidad, evocan el clima en el que todos deberíamos poder celebrarla. Sin embargo, si somos un poco sensibles, si no tratamos de mirar hacia otra parte, es imposible olvidar por completo las preocupaciones diarias, todos los motivos de tristeza, de temor y de angustia, la miseria y las desgracias que afligen hoy a multitud de hombres, mujeres y niños de todo el mundo. Nos esforzamos por no pensar demasiado, durante un día o unas horas, en lo que nos afecta personalmente. Pero es muy difícil dejar de pensar, al menos por un instante, en el aumento de dolor que provoca en tantos otros la visión o el pensamiento de nuestro propio bienestar.

Ahora bien, la liturgia de este domingo invita de manera apremiante a entrar con decisión en el gozo de la fiesta que se aproxima, un gozo profundo, sin reticencias ni recámaras, ya que se trata de una fiesta de gozo y salvación que hay que celebrar «con alegría desbordante». «Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, alégrate y gózate de todo corazón». Del profeta Sofonías lanza esta vibrante exhortación en el siglo VI antes de nuestra era, en una época de calamidades tales que muchos decían: «Dios se ha olvidado de nosotros»; «ha perdido el control de un mundo que se ha vuelto loco». A todos los que la innegable tragedia de una situación mueve al desánimo, sino a la desesperación, lo mismo que puede sucedernos a nosotros ante el momento presente, el profeta no cesa de repetirles y repetirnos: «No desfallezcan vuestras manos. El Señor está aquí, y nos salva». El Señor está aquí, y viene a unirse a la


fiesta. Él es la fiesta. Si estamos seguros de su amor que hace nuevas todas las cosas, ¿Qué y a quién podemos temer? Por su parte san Pablo insiste y amplía la perspectiva: «Estad siempre alegres». Alegría, mesura «en toda ocasión», paz: son bienes inestimables. Dios está ahí, y escucha nuestras oraciones. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. En toda ocasión, orad con acción de gracias, y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. Este mensaje es un grito de esperanza que se dirige a todos. «El Señor está cerca». Hay que creer con tanta más firmeza cuanto más duros son los tiempos; hay que prepararse, apresurar su venida. «Pero ¿qué podemos y qué debemos hacer». «Repartid lo que tenéis con los necesitados –contesta Juan Bautista–, guardaos de toda violencia, actuad con justicia». Sin olvidar que el Salvador es también Juez que pedirá cuentas a todos.

cunstancias de la vida, y a través de todo eso, se santificarán más cada día si lo aceptan todo con fe de la mano del Padre celestial y colaboran con la voluntad divina, haciendo manifiesta a todos, incluso en su dedicación a las tareas temporales, la caridad con que Dios amó al mundo (41). ¿Qué hacemos nosotros? Actuar, día tras día, allí donde estemos, como artífices de justicia que llevan las cargas de los demás, que comparten con ellos lo que tienen, con humildad y generosidad. De este modo nos convertimos en precursores del Mesías de Dios, que es la Buena Noticia para todos.

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Condición indispensable para vivir alegres es tener un espíritu evangélico d pobre, es decir, ser hombres y mujeres vacíos de sí mismos, humildes, receptivos, abiertos a Dios y a los hermanos, sin egoísmos, amigos de compartir y dispuestos a ser enriquecidos con la aportación humana y espiritual de los demás, incluso de los más pobres. La alegría y el gozo evangélicos, aún en medio de grandes penurias y contrariedades, es el lote hermoso en la heredad del Señor para los grupos cristianos más comprometidos con el Evangelio y los pobres. «Todos los fieles cristianos –nos dice la Lumen Gentium del concilio Vaticano II– en la condiciones, ocupaciones o cir-

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