Domingo III de Cuaresma

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DOMINGO III DE CUARESMA

P. Juan Antonio Carrera Páramo, SSP

(San Lucas 13,1-9) En una ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera». Y les dijo esta parábola: «Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: “Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?”.

Ayúdanos, Señor, a descubrir en los acontecimientos de nuestra vida tus llamadas a la

conversión y a revitalizar nuestra débil vida cristiana.

Israelitas y galileos no eran peores que nosotros San Pablo nos invita a seguir los pasos de Moisés y del pueblo de Israel por el desierto, para mostrarnos que liberación y acompañamiento, como acciones de Dios a favor del hombre, no equivalen a una vida cómoda ni a un viaje de placer. Dios nos ayuda y nos enseña a vivir y a actuar. Dios nos pide que seamos misericordiosos, solidarios y caritativos para hacer grata nuestra existencia. Dios nos pide que seamos creadores de espacios de libertad, pero él no cambia el curso de los acontecimientos naturales o históricos para servirnos en bandeja la realización pronta y fácil de nuestros deseos. Hay que luchar honestamente por ellos.

esperanza a través de varias generaciones.

Ciertamente Dios guía a su pueblo elegido, pero éste tiene que cruzar el Mar Rojo que le sirva como de bautismo, es decir, experimentar ese paso histórico por la tierra que separa a señores y esclavos, y ese paso espiritual por el agua purificadora del pecado que genera amistad. Además tiene que resignarse a sufrir la carestía continuada de cosechas, alimentos, bebida, que le hacen recordar las cebollas de Egipto y le incitan en los momentos más duros a sublevarse contra un Dios ausente, hasta que, en su providencia, el Señor se digna enviarle maná y codornices con que atender El camino del pueblo ele- al sustento mínimo. gido es un ejemplo de la colaboración Dios con los El modo como reaccionó hombres en el largo itine- en ese lento caminar buerario de libertad que va de na parte del pueblo eleEgipto a Palestina, pero gido no estuvo a la altura pasando por angustias de de las circunstancias, dice desierto, hambre, enfer- san Pablo. Y su actitud medades, tensiones, pro- no agradó a Dios. Entenlongación desmedida del damos que para nosotros tiempo que hace difícil la esos acontecimientos y


actitudes tienen un valor ejemplar. Hoy debemos ver en aquella acción de Dios la forma como sigue actuando en el desierto de nuestra existencia; debemos ver en las imprudencias e infidelidades de aquellos hombres, nuestras propias infidelidades; también debemos ver en el maná o en las codornices, la mesa eucarística en la que Él nos alimenta espiritualmente a hambrientos y sedientos de amor y de verdad. En el evangelio de san Lucas Jesús nos dirige, con ternura y entereza, dos amonestaciones: ¿Nos creemos mejores que los israelitas del desierto o que los galileos condenados por Pilatos? ¿No somos higuera estéril que no merece ocupar espacio en la viña? Cuando reflexionamos sobre las debilidades y miserias de nuestros semejantes en la historia de la humanidad y de las religiones, fácilmente nos autocomplacemos diciendo: yo no hubiera actuado así, yo no hubiera clamado contra Dios en el desierto, yo no hubiera condenado a Jesús de Nazaret, yo no hubiera perseguido al Maestro como los fariseos... ¡Qué soberbios somos! A nosotros se dirige hoy la palabra del Señor: “Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera”. El mismo mensaje nos quiere transmitir Jesús con la parábola de la higuera estéril. En los días de Moisés y en los de Jesús de Nazaret la sociedad y la religión estaban pobladas de gentes improductivas, parásitas, irreflexivas, injustas, impías, como higueras caprichosas y voluntariamente estériles. El amo y el viñador se preguntaban si valía la pena que ocuparan un espacio en la tierra. El amo era más resuelto: ¡córtala! El viñador, más paciente: ¡cuidémosla un año más!

Si la higuera estéril somos cada uno de nosotros, y apenas hacemos más que dar sombra algún día de bochorno, ¿vale la pena nuestra existencia? Confiemos en que, como el viñador, Dios y nuestros hermanos nos sigan respetando y abonando un año más, a pesar de nuestra desidia, a pesar del malestar social que generamos, a pesar de nuestra frialdad espiritual, de nuestra falta de misericordia y de nuestras injusticias que obstaculizan la paz y la fraternidad.

www.sanpablo.es


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