Domingo de ramos

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DOMINGO DE RAMOS CICLO B ( Marcos 14,1–15,47 breve: 15,1-38): C. Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes, con los ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, se reunieron, y, atando a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Pilato le preguntó: O. «¿Eres tú el rey de los judíos?». C. Él respondió: a «Tú lo dices». C. Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le preguntó de nuevo: O. «¿No contestas nada? Mira cuántos cargos presentan contra ti». C. Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado. Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre. Pilato les contestó: O. «¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?». C. Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó: O. «¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?». C. Ellos gritaron de nuevo: M. «¡Crucifícalo!». Pilato les dijo: O. «Pues, ¿qué mal ha hecho?». C. Ellos gritaron más fuerte: M. «¡Crucifícalo!». C. Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados se lo llevaron al interior del palacio –al pretorio– y reunieron a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo: M. «¡Salve, rey de los judíos!». C. Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar

Padre Octavio Figueredo, SSP

Tenemos necesidad de aprender a confiar en Dios Atención porque las lecturas de este domingo muestran la hondura del dolor de Cristo y la solidaridad de Dios con la condición humana hasta el punto del abajamiento y entrega en la cruz. Pero la muerte no tiene la última palabra en los planes de Dios. Es sobre este telón de fondo en el que conmemoramos la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén montado en un borrico. Con este gesto profético, Jesús se presenta no con el aire triunfal de los vencedores, sino en son de paz y en la total humildad. Esta procesión victoriosa de los ramos es un anticipo pascual, un adelanto de la resurrección.

Estimado lector, quizá el mismo profeta se sintió identificado con este Siervo, que, a pesar de todas las dificultades y contradicciones, de todos los sufrimientos y desprecios, supo confiar en Dios. Quizá son muchos los que hoy se siguen sintiendo identificados con este Siervo de Yahvé. Porque son muchos los desterrados, los maltratados, los abandonados, los ultrajados, son muchos los que hoy nos siguen pidiendo a gritos nuestra compasión. Tenemos necesidad de aprender a confiar en Dios, pero, también tenemos necesidad de convertirnos en las manos, los pies y los oídos de Dios en este mundo, tenemos que ser puentes por En el libro de Isaías leemos los que Dios se abre camiel llamado tercer cántico del no para seguir hablando al Siervo. Este Siervo de Yahvé hombre de hoy. se ofrece a sí mismo, inocente por los pecadores, para Y si pasamos a la segunda salvar a todos. Desterrado y lectura vemos que la intenlleno de maltratado, azota- ción de Pablo, en este himdo, escupido y abofeteado, no cristológico, es hablarnos pero, animado en la fidelidad del hecho real e indudable porque se siente apoyado de que Cristo es el Señor. en Dios. Esa es la carta de Dios se ha hecho hombre en presentación de este Siervo Cristo. Jesús, siendo Dios, de Yahvé. Este cántico del se hizo hombre, presentánProfeta los vemos cumplido dose como uno de nosotros, en Cristo Jesús, que volun- con todos los límites de la tariamente ha cargado con debilidad humana, excepto nuestras culpas. la del pecado. Más aún, con


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