I Domingo de Adviento

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DOMINGO I DE ADVIENTO (S. Lucas 21,25-28.34-36) En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros se tambalearán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación. Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneros en pie ante el Hijo del hombre».

Señor, danos tu mano cada día para que conozcamos a fondo tu vida en este tiempo de Adviento.

Padre Octavio Figueredo, SSP

Alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación Empezamos un nuevo tiempo, un nuevo camino, un nuevo año litúrgico. Empezamos el Adviento. Y el Adviento es mirar hacia lo que viene, mirar hacia delante. A eso nos invita la liturgia de la Palabra del día de hoy. La primera lectura el profeta Jeremías recuerda que la promesa de Dios a David se cumplirá, recuerda que el futuro monarca descendiente de David será un rey maravilloso para el pueblo porque restablecerá lo destruido, practicará la justicia en la tierra, traerá la paz y la salvación. Vivir sabiendo que la promesa de Dios se cumplirá es la mejor noticia para mirar el futuro con esperanza. Esta primera lectura nos da una clave estupenda: Cuando nos quedamos mirando sólo al tiempo pasado, cuando nos estancamos en lo que ya pasó y somos incapaces de abrir los ojos y la esperanza para mirar hacia el adelante nos perdemos de lo mejor. Podríamos decir que hay Adviento allí donde hay una mirada hacia el futuro porque el Adviento es mirada hacia lo que viene: Jesús. Y esa es también la clave del Evangelio: «Levantaos,

alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación». Son palabras de ánimo para la primera comunidad cristiana del siglo primero que vive con la incertidumbre de cuándo llegaría de nuevo Jesús. Pero también son palabras de ánimo y esperanza para el cristiano del siglo XXI: alzad la cabeza, mantened el ánimo, estad despiertos y vigilantes. Esa es la invitación que se nos hace al inicio del Adviento, y no es para menos pues la venida del Señor nos pide preparación, vigilancia, estar despiertos, estar listos, estar con el corazón abierto, preparar el terreno, preparar la vida, abrir las puertas y no estar de cualquier manera para no recibirle de cualquier manera. Lo anterior no puede quedarse sólo en un discurso, y por ello Pablo –en la segunda lectura de hoy, tomada de unos de los primeros documentos del Nuevo Testamento, tal vez el primero de todos en ser redactado– nos dice con qué espíritu debemos vivir nuestra vida cristiana, especialmente en este camino de Adviento: Amor muto y amor a todo el mundo. De ahí que el Adviento sea algo más que la preparación para recordar la Navidad. El


tiempo del Adviento es un tiempo fuerte, un tiempo en el que recordamos que Jesús ya vino y que Jesús va a venir. Un tiempo que nos recuerda que Dios está viviendo siempre, y que si no lo hemos recibido es porque estamos dormidos.

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Tenemos que dejar resonar en nuestra vida los verbos de la liturgia de hoy. Tenemos que dejar resonar esa invitación a «alzar la cabeza» y mirar a quien viene, Jesús. En palabras del papa Francisco: «el tiempo de Adviento, que hoy de nuevo comenzamos, nos devuelve el horizonte de la esperanza, una esperanza que no decepciona porque está fundada en la Palabra de Dios. ¡Una esperanza que no decepciona sencillamente porque el Señor no decepciona jamás! Él es fiel, Él no decepciona. ¡Pensemos y sintamos esta belleza!».

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