Domingo I de Cuaresma

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I Domingo de Cuaresma (Mt 4,1-11) En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre. El tentador se le acercó y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes». Pero él le contestó, diciendo: «Está escrito: No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios». Entonces el diablo lo lleva a la ciudad santa, lo pone en el alero del templo y le dice: «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras». Jesús le dijo: «También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios». Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y, mostrándole los reinos del mundo y su gloria, le dijo: «Todo esto te daré, si te postras y me adoras». Entonces le dijo Jesús: «Vete, Satanás, porque está escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto». Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían.

No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de Dios.

P. Octavio Figueredo, SSP El drama del pecado y la maravillosa realidad de la gracia

La primera lectura está to-

mada del Génesis y nos cuenta cómo Dios creó un ser humano libre, pero la palabra astuta, pegajosa y maliciosa del mal le arrastró al pecado. La segunda lectura nos recuerda esa historia triste de la desobediencia, rebeldía y pecado, pero nos da una alegre y gran noticia: «No hay proporción entre el delito y el don», o en otras en palabras del apóstol Pablo: «Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia». Hay un mal, pero hay un remedio para ese mal, un remedio que no es un algo sino un Alguien. Y en el evangelio volvemos a encontrarnos con la palabra tentación, en esta ocasión es Cristo quien es tentado, pero los resultados son muy distintos a lo ocurrido a Adán y Eva. Mientras que en el Génesis nos encontramos con la historia de una derrota, en el evangelio nos encontramos con la victoria de Cristo sobre la tentación, el pecado, el mal. No podemos tomar el relato del Génesis como un hecho histórico. Esto no quiere decir que sea simplemente mentira lo que allí se cuenta. El dra-

ma de la desobediencia, caída, pecado, el drama de ir en contravía al plan de Dios, el drama de la separación con Dios, la incapacidad de orientar la existencia según Dios, es un drama que acompaña la historia del hombre. La caída de Adán y Eva no es sencillamente un drama sepultado en el pasado remoto. Es algo que acontece en todos los momentos y en todas las vidas. No sucede solo aquí, sino por doquier. Pero lo maravilloso de esta historia no lo encontramos precisamente en el drama de la caída. La liturgia de hoy nos pone delante la historia completa, y por ello no podemos quedarnos lamentándonos por los golpes y moratones de la caída. Las lecturas de hoy nos dicen que hay algo más, nos dicen que la tragedia de la caída no es el final de la historia, sino su comienzo. Nos dice que lo importante no es la escaramuza o aparatosidad de la caída, sino la finura y grandeza del levantarse. Quedarnos en la caída es quedarnos con el lado más triste, amargo, oscuro y doloroso de nuestra historia, haciendo que nos perdamos la mejor parte. No hay que per-


derse la mejor parte. En la caída hay que ver la maravillosa realidad de la gracia. Por encima del pecado está la gracia, y esa es la gran noticia. Hay una realidad profunda y dolorosa que se llama pecado, pero esa realidad no debe hacernos ciegos a otra realidad mucho más abundante: «La realidad de la misericordia divina». Hace poco leía algo con lo que estoy muy de acuerdo: «Dios no te ama porque seas bueno, Dios te ama porque él es bueno». Esta verdad se hace visible en la liturgia de haoy: La gravedad de la caída no es superada ni remediada por ninguna técnica humana, sólo la técnica del amor de Dios pudo superar, perdonar y remediar la gravedad del pecado y del extravío humano.

manas gemelas de las que todos los hombres padecemos en nuestro corazón y en nuestra vida, sin necesidad de apariciones diabólicas. Tentaciones que también podemos padecer a lo largo de toda la existencia: en los éxitos clamorosos y en los fracasos, en la abundancia y en la escases, en la fama o en el anonimato… Señor, ayúdanos a degustar la exquisitez de tu gracia y a ser transmisores de la realidad de tu misericordia en el mundo. Ayúdanos vivir y comunicar tu gracia siempre desbordante. Ayúdanos a vencer toda tentación. Novedad

Y todo ello nos dice que el amargo sabor del pecado no tiene que privarnos de degustar la exquisitez de la gracia. Es verdad que en el mundo está la marca del pecado y sus consecuencias, pero es igualmente verdad que en el mundo está presente la gracia divina. Qué bien nos haría preocuparnos por vivir y comunicar esta segunda: la gracia, misericordia, perdón, amor de Dios. Qué bien nos haría perder todo el tiempo del mundo contando esta segunda parte de nuestra historia humana. Qué bien nos haría y haríamos al mundo si comunicáramos y contagiáramos con la alegría de esta gran noticia: Dios está por encima del pecado, la gracia divina supera todo mal, la técnica del amor de Dios cura toda herida. Y en el evangelio nos encontramos con el relato de las tentaciones. Un relato que no es una crónica de sucesos, ni un incidente inicial en la misión de Jesús. El relato de las tentaciones es un resumen de todas las pruebas que tuvo que superar Jesús a lo largo de su vida. Las tentaciones sufridas por Jesús son her-

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